20 de Octubre
Beato Contardo Ferrini
Lamberto
Echeverría
Mercabá, 20 octubre 2025
Semblanza
"El doctor Ferrini era un hombre sólido y equilibrado, y de elegancia de líneas a nivel general; de paso rápido y firme que tiene costumbre y sabe adónde va, de pluma siempre presta y llena de sabiduría, de palabra cuidada y persuasiva, de rostro afable con aire de simpatía siempre igual, de mirada dulce y excelente corazón, y de unos ojos y amplia frente que llevaban consigo el reflejo de una inteligencia verdaderamente soberana".
Son palabras del mismo Pío XI en el día de su beatificación, a las que habría que añadir la densa barba de Contardo, así como su bigote bien poblado. Pero para explicar el mérito del profesor Ferrini es necesario retrotraernos a la Milán de 1859, y hacernos cargo del ambiente de fermentación intelectual que se atravesaba.
Planteada la unidad italiana, quedaba en una difícil situación la posición católica, de una parte deseosa de la unificación de la patria, y de otra del triunfo de la Santa Sede. Unas corrientes ideológicas en las que el tímido y retraído Contardo logró pasar los largos años de su docencia universitaria viviendo con intensidad su catolicismo.
Nació en 1859 en Milán, en el seno de una familia cristiana en que sus padres (Rinaldo Ferrini y Luigia Buccellati) habían dotado al pequeño Contardo de un cálido ambiente hogareño. En su etapa estudiantil acabó sobresaliendo siempre Contardo como un alumno superdotado, de memoria prodigiosa y hábil versificación, así como una inteligencia capaz de captar las materias más abstractas.
Cuando todavía cursaba la enseñanza media, un buen día se presentó Contardo a mons. Ceriani (prefecto de la Biblioteca Ambrosiana de Milán) para pedirle lecciones de hebreo. Y con él aprendió el hebreo, y poco después el siríaco, el sánscrito y el copto. Tras lo cual decide matricularse en la Universidad de Pavía, y en 1876 emprender la carrera de Derecho.
Allí le esperaban duras pruebas. El ambiente del Colegio Borromeo de Pavía, en el que logró hospedarse, era un auténtico hervidero. Sus compañeros vivían continuamente entre conversaciones impuras, a las que él tenía horror. Contardo prefería quedarse solo, y no salir de su fría celda, antes que bajar a las salas de estudio a compartir la conversación.
El invierno era frío y húmedo en Pavía, pero la delicadísima virtud de Contardo, que en muchas ocasiones rayaba el escrúpulo, prefirió pasar por todo (frío, soledad...) antes que poner en peligro su pureza o su fe. Era el verano de 1881, y previo consejo de su director espiritual, Contardo hizo voto de castidad. Muchas fueron las ocasiones de haber tenido pareja y haberse casado, pero él prefirió vivir soltero y fiel al voto que había hecho en su juventud.
Su carrera científica fue impresionante. Desde el 1º momento prefirió los estudios más difíciles y pesados. Y por influencia de su tío Buccellati, que enseñaba Derecho Penal, tuvo esta ciencia entre sus preferencias. Su tesis doctoral fue defendida brillantemente en junio de 1870, sobre la importancia de Homero y Hesiodo en la historia del Derecho Penal.
Le concedieron una beca como premio a su tesis, y Contardo decidió proseguir sus estudios en la Universidad de Berlín, donde le esperaban los grandes pandectistas alemanes (Mommsen, Voigt, Pernice...), dedicados a la extracción jurídica de principios a partir del Derecho Romano, y a la deducción de nuevos principios a partir de la abstracción de conceptos anteriores. Es curioso que fuese un luterano, Von Lingenthal, el que más íntimamente influyera sobre el católico Contardo, en el aspecto científico.
Al morir su maestro Von Lingenthal, Contardo publicó una breve biografía, en la que se deshace en elogios hacia la ciencia y religiosidad de su antiguo maestro, alabando su vivísimo sentimiento de la naturaleza científica, aunque no generalizando a la hora de ensalzar la religiosidad protestante:
"Ciertamente hay virtud entre los protestantes, hay sinceros admiradores del Hombre-Dios, hay flores que se embellecen con el rocío celestial y que Dios no rechazará. Pero cuanto de bueno hay queda en ellos imperfecto, y privado de aquella eficacia que tendría el Dios vivo a la sombra de los altares católicos. El protestantismo genera personas honradas, que en nuestra religión habrían sido santos".
También disfrutó Contardo, en su experiencia alemana, del contacto con los católicos alemanes. Se trataba de un catolicismo serio, lleno de coraje y entusiasmo, y depurado por las pruebas del kulturkampf. Características todas ellas que iban muy bien con su manera de ser.
En 1881 emprende Contardo una edición crítica de la paráfrasis griega de las Instituciones de Justiniano (atribuida a Teófilo), para lo que hubo de buscar manuscritos en Copenhague, París, Roma, Florencia y Turín. Y en octubre de 1883, a los 24 años de edad, recibe el nombramiento, por parte de la Universidad de Pavía, de las cátedras de Exégesis de las Fuentes del Derecho, y de un curso de Historia del Derecho Penal Romano.
Iniciaba así sus tareas docentes. En 1887 empieza a enseñar también en la universidad de Mesina, y en 1890 en la de Módena. Aunque desde 1894 se centra únicamente en su amada Facultad de Derecho de la Universidad de Pavía, en la que había de perseverar como profesor universitario hasta su muerte.
El catedrático Contardo hizo de su consagración al estudio y a la enseñanza un verdadero sacerdocio. Al principio sus clases eran pesadas, llenas de referencias y citas. Pero con el tiempo fueron aclarándose y simplificándose, hasta llegar a ser verdaderos modelos de pedagogía. Los alumnos sabían que podían contar con él a todas horas, seguros de encontrar siempre un consejero leal y un profesor amigo.
Supo así aunar el cumplimiento de sus deberes de catedrático, con un apasionado amor a la investigación científica. En 20 años publicó cerca de 200 trabajos, ninguno de los cuales resultó de fácil improvisación ni ligera vulgarización, sino todo lo contrario. Como dijo de él Pío XI, a la hora de describir su obra de investigación:
"¡El trabajo! Un trabajo científico en sumo grado; un trabajo de investigación, de reflexión, de enseñanza. Un trabajo que Ferrini realizaba con celo apasionado, pero que puede muy bien clasificarse entre los más áridos, por desarrollarse casi por entero sobre textos antiguos, sobre escrituras difíciles de descifrar y más difíciles aún de comprender. Nos mismo le hemos visto más de una vez puesto al trabajo con su inteligencia soberana. Leía a primera vista los textos embrollados, ocultos bajos las escrituras indescifrables de los siglos antiguos: en latín, en griego, en siríaco, porque él pasaba con la mayor facilidad de una lengua a otra. Leía los textos, y al primer golpe de vista captaba su sentido y a vuela pluma, daba la traducción latina o italiana. Labor fatigosísima, esencialmente difícil y ardua, y que sólo puede apreciar el que tiene la experiencia de ella; una labor que asemeja a un verdadero y largo cilicio llevado durante toda la vida".
Aún hoy tropezamos con su nombre en el mundo del Derecho Romano, en las monografías y estudios que actualmente se publican, y eso que han pasado ya más de 100 años. Pues alguna de sus obras pueden considerarse verdaderamente definitivas. Son el fruto de larguísimas horas de trabajo, de una vida de recogimiento y de una gran laboriosidad.
Ocasiones hubo, sin embargo, en que Contardo debió salir de su aislamiento. Así, por ejemplo, en 1895 fue elegido concejal del ayuntamiento de Milán. Y en verdad que sus contemporáneos reconocieron su actuación ejemplar. Fueron momentos en que el concejal Contardo hubo de lidiar con los difíciles problemas del momento, como el divorcio y la infancia abandonada. Pero también ahí supo mostrarse como un hijo fiel de la Iglesia, mientras otros católicos resbalaban. En ese sentido, su labor política se mantuvo siempre fiel a las directivas pontificias.
Es una lástima que no podamos recoger rasgos encantadores de su vida, que se han conservado. Como su modestia excesiva, que no consentía nunca que se alabaran sus obras científicas; su sentido de la liturgia y forma viva de vivir la misa; su encantadora sumisión a sus padres, a los que obedecía como un niño siendo ya él un respetable; su afición al alpinismo; su devoción a San Francisco de Asís, de quien era terciario; su espíritu de pobreza, verdaderamente extraordinario; su irradiación apostólica, dentro del catolicismo italiano de Vico Necchi.
Resulta encantador verle regresar por la noche a casa de su hermana, a 3 km de Pavía, para cenar allí con el matrimonio. O jugar allí con los sobrinos a una partida de cartas, o acostarse pronto para emprender al día siguiente, a las 5.30 de la madrugada, una nueva jornada universitaria.
Así hasta el 17 octubre 1902. Pues una fiebre tifoidea le llevó súbitamente a un sepulcro de Suma, en Novara. La fama de santidad empezó entonces a rodearle, desde el momento de su fallecimiento. Su causa fue iniciada en Milán en 1924, y en 1947 Pío XII realizaba uno de los deseos más queridos de su antecesor en el solio pontificio: su solemne beatificación.
Su tumba fue ubicada en la Universidad Sagrado Corazón de Milán, que él no llegó a conocer pero que sí presintió y amó anticipadamente. En una recogidísima capilla en la que profesores y alumnos aprenden, a sus pies, a vivir el auténtico ideal del universitario católico.
Act:
20/10/25
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