21 de Mayo

San Eugenio de Mazenod

Joaquín Martínez
Mercabá, 21 mayo 2024

         Nació en 1782 en Aix (Provenza), en el seno de una familia jurista de la aristocracia francesa, en plena Revolución Francesa. Efectivamente, pronto fue su padre (presidente del Tribunal de Cuentas de Aix) perseguido por los revolucionarios anarquistas, y toda la familia Mazenod tuvo que verse expulsada al exilio en Italia.

         Regresado a Francia a la edad de 20 años, toma conciencia Eugenio de la desolación de la Iglesia, de la pobreza espiritual del clero y de la gran ignorancia religiosa en los ambientes populares. Como él mismo escribió más tarde: "la Iglesia, Esposa de Cristo, se encuentra aquí atrozmente abandonada".

         Dotado de un carácter vivo y dominante (propio de los provenzales), y animado por anhelos generosos, se decidió Eugenio a hacer todo lo posible para responder a las necesidades urgentes de la Iglesia. Y así en 1808, con la oposición tenaz de su madre, y mientras su padre seguía exiliado, ingresa en el Seminario San Sulpicio de París. Los formadores fueron pronto expulsados por Napoleón, y Eugenio tiene que ser ordenado sacerdote a toda prisa, el 21 diciembre 1811. Tras lo cual, y bajo el deseo de ser "el servidor y sacerdote de los pobres", vuelve Eugenio a su Provenza.

         Se lanza Eugenio en Aix al ministerio de la gente humilde, la juventud y los prisioneros. Funda la Congregación de Jóvenes Cristianos de Aix (bajo la advocación de la Inmaculada) y se entrega a dar misiones populares por las aldeas vecinas. Pero muy pronto, ante la ingente tarea, se da cuenta de que necesita reunir en torno a sí un grupo de sacerdotes celosos, principalmente "para despertar la fe, a punto de extinguirse en el corazón de muchos". Éstos fueron, aquel 25 enero 1816, los comienzos de la Sociedad de los Misioneros de Provenza.

         El padre Mazenod impulsó a sus compañeros a "vivir juntos como hermanos" y a "imitar las virtudes y los ejemplos de Jesucristo, consagrándose a predicar la Palabra de Dios a los pobres". Los estimuló después a comprometerse definitivamente en la obra de las misiones, consagrándose con los votos de religión. Aunque su reducido número limitaba su celo a los pobres de los núcleos rurales del contorno, el anhelo de Mazenod era "abrazar, en santos deseos, la vasta extensión de toda la tierra", según escribía ya en 1818.

         La pequeña Sociedad recibió la aprobación de León XII el 17 febrero 1826, y pasó a llamarse en adelante Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Su lema expresa su carisma y le señala el camino a seguir: "Me ha enviado a evangelizar a los pobres".

         Mazenod tuvo que asumir pronto la tareas propias de su estado sacerdotal, esta vez desde la llamada que le hicieron desde Marsella. Pues la diócesis había sido restablecida en 1823, y un tío suyo (mons. Mazenod) había sido nombrado nuevo obispo. Éste pidió ayuda al sobrino, pidiéndole que le ayudara como vicario general. Tras lo cual, y una vez fallecido su anciano tío (ca. 1832), fue elegido Eugenio para ocupar la sede marsellesa (ca. 1837).

         Como pastor de la diócesis de Marsella, en plena evolución, Mazenod se desvivió por todos y cada uno. Multiplica las parroquias, las asociaciones, los movimientos; acoge institutos religiosos que quieren establecerse allí y anima a la fundación de otros muchos; favorece las manifestaciones públicas de devoción; estimula la ayuda a los jóvenes, a los obreros, a los inmigrantes, a toda clase de excluidos. Emprende la construcción de una nueva catedral (cercana al puerto) y, en lo más alto de la ciudad, la de la Basílica de Nuestra Señora de la Guardia (la Madre Buena, tan querida de los marselleses).

         Se le ve también implicado en los grandes problemas políticos y pastorales de su tiempo. Mantiene relaciones frecuentes con la Santa Sede y su adhesión al papa, de modo particular durante los años de Risorgimento, será total e indefectible. Participará con gozo desbordante en la definición del dogma de la Inmaculada Concepción en Roma, el 8 diciembre 1854.

         Al mismo tiempo, Eugenio sigue siendo superior general de su congregación religiosa. Desde Provenza, en 1834, los misioneros se habían establecido en Córcega. Pero es sobre todo a partir de 1841 cuando la pequeña Sociedad emprende un vuelo importante.

         Pese al número aún limitado de sus efectivos, Eugenio responde desde la fe a los llamamientos del extranjero: de Canadá (ca. 1841, y en la que sus hijos se internarán en las vastas planicies del Oeste, hasta llegar hasta el círculo polar), de Inglaterra (ca. 1842) e Irlanda (ca. 1855); de los Estados Unidos y de Ceylán (ca. 1847) y de Sudáfrica (ca. 1851).

         Mantiene con sus misioneros una correspondencia constante, se revela como pastor que se interesa por todo, un hombre verdaderamente apostólico que anima, aconseja, corrige y sostiene. Posee por encima de todo un sentido profundo de la paternidad espiritual y vive intensamente en unión con sus hijos que misionan lejos, en medio de dificultades diversas y muy graves. Aunque nunca rebasó las fronteras de Europa, Eugenio lleva en su corazón el desvelo por todas las Iglesias.

         Poco antes de morir, el 21 mayo 1861, fiel a su temperamento, el anciano obispo enfermo dirá a los que le rodean: "Si me adormezco o me agravo, despertadme, os lo ruego. Porque quiero morir sabiendo que muero". Y a los oblatos les dejará como última voluntad este testamento que es el resumen de su vida: "Practicad entre vosotros la caridad, la caridad y la caridad. Y fuera, el celo por la salvación de las almas".

         Eugenio se durmió en el Señor el domingo de Pentecostés (ese 21 de mayo), mientras se entonaba la Salve, último saludo en la tierra a la que él consideraba como "la Madre de la misión".

         De la formación cristiana de Mazenod caben destacar algunas influencias particulares. En 1º lugar, durante su exilio familiar en Venecia (1794-1797), quedó marcado por un santo sacerdote, el padre Zinelli. De él aprenderá la práctica de la oración y de los sacramentos, la mortificación y la devoción a la Virgen María. "De allí arranca mi vocación al estado eclesiástico", escribirá más tarde Eugenio.

         Dos gracias interiores transformarán a este joven en torno a los 20 años. La 1ª, al adorar la cruz un Viernes Santo (ca. 1807). Se trató de una gracia de conversión, que comprendió 3 aspectos: una experiencia personal del amor de Cristo (que ha derramado su sangre por él), un sentimiento de profunda confianza en la misericordia divina, y el deseo de reparación (por el don completo de sí mismo a Jesús Salvador). La 2ª gracia fue lo que él denominó una "conmoción extraña", posiblemente proveniente del Espíritu Santo y que lo decidió hacia el sacerdocio.

         De 1808 a 1812, Eugenio de Mazenod tuvo como guías espirituales a los sacerdotes Emery y Duclaux, ambos fieles discípulos de Olier. En el Seminario de San Sulpicio aprende a querer al papa (por entonces prisionero de Napoleón, en Fontainebleau), toma parte en las actividades de la Congregación Mariana y conoce a un grupo misionero fundado por su amigo y colega Forbin Janson (que fue lo que afianzó su deseo de ser sacerdote de los pobres).

         Dentro de su orientación al sacerdocio de los pobres, siempre hubo en él un deseo de reparación: por sus propios pecados y por los de numerosos cristianos que han abandonado la Iglesia. Quiere sobre todo cooperar con Cristo en la obra de la redención del mundo: que la sangre de Cristo, que no ha sido inútil para él, no lo sea tampoco para los otros.

         Los primeros años de sacerdocio conocieron en Eugenio una búsqueda de equilibrio entre la oración y la dedicación al prójimo. Y algunas gracias especiales, o signos de Dios, lo afianzaron en el camino emprendido. En septiembre de 1815, y a impulsos de una nueva «"onmoción extraña", se decidió por el camino de la acción apostólica, y se entregó en cuerpo y alma a la realización de su proyecto de sociedad misionera.

         Una larga temporada de purificación le sobrevino de 1827 a 1836, en medio de sus años gozosos y en forma de pruebas mundanas: defecciones, muertes, pérdida temporal de su ciudadanía francesa, e incluso recelos de la Santa Sede. Sus efectos inmediatos fueron una enfermedad personal seria, momentos de desaliento y algo de depresión. Eugenio experimentó en su propia carne el precio de entregarse al Señor y de servir a la Iglesia. Y por ello se sentirá profundamente herido, aunque de ello salga más humilde, más comprensivo frente a los demás y más fortalecido en su amor y en su fe.

         Durante el período de su episcopado en Marsella, Eugenio desarrolló su plena madurez espiritual. Pastor infatigable, lleno de celo, sólidamente arraigado en su amor a Cristo y a la Iglesia, no piensa más en sí mismo, sino en todas las personas que tiene a su cargo y en la obra de evangelización que se le ha confiado, en Marsella y en el ancho mundo.

         Durante todo su ministerio, siguió siendo un hombre de oración. Sacaba de modo muy particular de la eucaristía la inspiración y el sostén de su vida de sacerdote (que "se ofrece y se inmola para la vida del mundo"). Tomaba muy a pecho celebrar la misa a diario, muchas veces, a costa de grandes privaciones, sobre todo cuando iba de viaje. Pasa largo tiempo en adoración ante el Santísimo, incluso en las visitas pastorales por su diócesis.

         Ámbito privilegiado para la identificación con Cristo, la eucaristía fue para Mazenod el punto de encuentro con sus amigos, con los miembros de su familia religiosa, "el centro vivo que les sirve de comunicación". Piensa mucho en sus hijos, sobre todo en los que misionan lejos de él; les recomienda que hagan ellos lo mismo. Como él mismo decía, "al identificarnos cada uno de nosotros con Jesucristo, no seremos más que uno en él, y por él y en él no seremos más que uno entre nosotros".

         La síntesis principal de la vida espiritual de Mazenod fue escrita por él mismo en las Constituciones y Reglas de su instituto, una especie de manual de acción misionera y de vida religiosa apostólica. A partir de su experiencia personal y de la toma de conciencia de las necesidades religiosas de su época, el fundador de los misioneros oblatos supo utilizar numerosos elementos de vida espiritual que se le ofrecían. Los entresacó de sus maestros sulpicianos y jesuitas, pero también de los grandes misioneros que admiraba: San Carlos Borromeo, San Vicente de Paúl y San Alfonso Mª de Ligorio.

         Infundió a esos elementos una nueva inspiración, un espíritu particular que se caracteriza por su raigambre evangélica y por el ardor que lo anima. "El espíritu de total abnegación por la gloria de Dios, el servicio a la Iglesia y la salvación de las almas, es el espíritu propio de nuestra congregación", escribía él ya en 1817.

         Proseguirá en 1830, afirmando que hay que considerarse "como los servidores del padre de familia encargados de socorrer, ayudar y atraer de nuevo a sus hijos mediante el trabajo más constante, en medio de tribulaciones, persecuciones de toda clase, sin esperar más recompensa que la que el Señor prometió a los servidores fieles que cumplen dignamente con su misión".

         Mazenod buscó, durante toda su vida (y como sacerdote, misionero y obispo), anunciar a los pobres "quién es Jesucristo". Pablo VI, que lo beatificó el 19 octubre 1975, dijo de él que había sido "un apasionado por Jesucristo y un incondicional de la Iglesia". Juan Pablo II, el día de su canonización, el 3 diciembre 1995, lo propuso como "un hombre del Adviento que abre los caminos del Señor, cuya nueva venida espera confiadamente la humanidad".

         Su relación filial con María va de la mano con su amor apasionado por Jesucristo. Amarla y hacerla amar fue el impulso constante de toda su vida. Como él mismo escribió en su testamento:

"Invoco la intercesión de la Santísima e Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, atreviéndome a recordarle, con toda humildad y consuelo, la devoción filial de toda mi vida y el deseo que siempre he tenido de procurar que sea conocida y amada y de propagar su culto por todas partes mediante el ministerio de aquellos que la Iglesia me ha dado como hijos y que se han asociado a mis planes".

         Y estará seguro de que estos sus hijos "la tendrán siempre por Madre" y la predicarán por doquier "con sólo decir su nombre": Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

 Act: 21/05/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A