22 de Diciembre
Santa Francisca Cabrini
Javier
Pérez
Mercabá, 22 diciembre 2025
Semblanza
Nació en 1850 en Logidiano (Lombardía), como penúltima de 11 hermanos y en el seno de una familia que cultivó la virtud del honesto trabajo de la tierra. Su padre (Agustín Cabrini) era un modesto propietario de tierras, y su madre (Estela Oldini) un modelo de madre tierna y hacendosa. Aunque la muerte se los irá llevando paulatinamente a todos ellos, comenzando por sus hermanitos.
Este hecho hizo que su hermana Rosa, que le llevaba 15 años, se hiciese cargo de su educación. Rosa era severa, y se dejaba llevar por el más rígido sentido del deber. Lo que inculcó en la pequeña Francisca un extraordinario sentido de la responsabilidad.
Los biógrafos nos cuentan que Francisca solía jugar de niña en un arroyuelo de la finca, haciendo barquitos de papel. Y que en ellos colocaba unas violetas y les decía: "¡A China!". Un día, se cayó la niña al riachuelo, y desde entonces cogió tal miedo al agua... que en el resto de su vida tuvo como calvario recorrer 19 veces el Océano. Pues ya desde niña, desde siempre abrigó Francisca un gran anhelo por la Propagación de la Fe, y una gran seducción por los países más infieles.
A los 8 años, recibe Francisca la confirmación, y decide ser en adelante una auténtico soldado de Cristo. La firmeza de su espíritu, pues, empieza a caracterizar toda su vida. Al año siguiente recibe la 1ª comunión y, en oposición a lo experimentado en su confirmación, se muestra Francisca débil, tímida y abstraída. A los 11 años ofrece al Señor su virginidad (holocausto que renovará a sus 19 años), y a los 13 oye hablar a un misionero y decide ser religiosa.
Pero su hermana Rosa anula todas sus fantasías, y de paso la humilla: "Tan pequeña, tan ignorante, y soñando con ser misionera". A los 18 años consigue en la Escuela de Lodi el título de maestra, y empieza a mostrar un entendimiento despierto y un afán enorme por conocer. Con la muerte de sus padres (en el espacio de 11 meses), y teniendo ella 19 años, cierra Francisca su período de vida familiar, y hasta su misma hermana Rosa acompaña al único hermano superviviente (Juan Bautista) en su marcha migratoria a Argentina.
Francisca empieza a ejercer de maestra en la Escuela de Vidardo, y allí permanece 2 años. Su labor en este pueblo es eminentemente educativa y social, aunque empieza a mostrar ella vómitos de sangre.
El reverendo Serrati, párroco de Vidardo, es trasladado a la parroquia de Codoño. En este pueblo, de 8.000 habitantes, existe el Hospicio de la Providencia, muy necesitado de orden y de cuidado. El nuevo párroco de Codoño sabe muy bien que Francisca, a pesar de sus 23 años, es capaz de poner las cosas en su sitio, gobernando una institución en la que un grupo de mujeres mal avenidas hacían gala de piadosas y tenían una responsabilidad para la cual no estaban preparadas. Cabrini viene por obediencia. Es el 12 agosto 1874.
Cuatro años antes este grupo de mujeres se había constituido en Instituto religioso. Vistieron el hábito y emitieron los tres votos. Francisca Cabrini emite los votos en este Instituto el año 1877 y el 30 de agosto del mismo año es nombrada superiora del Hospicio de la Providencia.
Después vienen los enfados, las disensiones, las incomprensiones, los dramas íntimos. Las lágrimas que sorberá la Santa en silencio serán rocío que vivificará esta rosa que nace entre las espinas. Pequeñas y grandes perfidias, envidias, sarcasmos. La respuesta es la paciencia.
El señor obispo disuelve el Instituto. El vino nuevo se colocará en odres nuevos. El prelado llama a Cabrini: "Tienes deseos de hacerte misionera, pero yo no conozco ningún Instituto de misioneras. Funda tú uno". Francisca Cabrini tiene 30 años cuando escucha estas palabras.
El 10 noviembre 1880 se firma en Codoño la compra de un edificio y a los 4 días tiene lugar la consagración de Francisca Cabrini y de sus 4 primeras hijas. Preside la imagen del Sagrado Corazón, como en todas las casas que erigirá el nuevo Instituto, que se llamará de Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. El día 3 de diciembre, festividad de San Francisco Javier, lo celebran con gran fervor. Desde esta fecha Francisca se llamará Francisca Javier. También ella sueña con China.
En 1881 obtiene la aprobación diocesana, y en 1901 logrará la pontificia. El cardenal Vives y Tutó, prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos, afirmó en esta ocasión: "Si en todo el período de mi prefectura solamente hubiera firmado este decreto, tendría bastante de qué gloriarme".
El pensamiento de sor Francisca corre ahora hacia China, como aquellos barquitos de papel que llevaban violetas mecidas por la corriente del arroyuelo de su infancia.
El grano de mostaza empieza a expandirse. La madre Cabrini morirá a los 67 años, después de haber fundado personalmente 67 casas. En los comienzos figura la de Milán, residencia para las muchachas que emigran de los pueblos a la ciudad por razón de estudios. Con idéntico fin fundará otra en Roma poco después y más tarde en Génova.
El papa León XIII, que dio el sello al Instituto, le marcará también el camino. Cabrini buscaba China, y los países salvajes. Y no quería para sus hijas la comodidad de la civilización, para que no entibiara eso su espíritu.
Por aquel entonces regía la diócesis de Piacenza un santo y celoso prelado, mons. Scalabrini. Hacía unos años que había fundado una asociación de misioneros que tenia por finalidad asistir, principalmente en América, a millares de emigrados italianos que vivían en una deplorable situación moral y religiosa.
Pero a todos ellos les faltaba la delicadeza y la ternura de una madre. Y propuso la idea a sor Francisca. A la madre Cabrini no se le presentaba todavía esta labor en toda su grandeza. No por falta de celo ni de espíritu, sino porque no en balde había acariciado la idea del Oriente durante 30 años.
León XIII conocía muy bien la triste situación de los emigrados italianos en ultramar. Hacía poco tiempo que había lanzado un conmovedor grito de socorro a los obispos americanos para que vinieran en su ayuda. Cuando la madre Cabrini va a exponer al papa la proposición de mons. Scalabrini, recibe una orden explícita perentoria: "Al Oriente no, al Occidente". Cristo había hablado por boca de su vicario, y China desaparece de su mente como una nube arrebolada, herida por el sol.
Bastaba recorrer el andén de Turín o asomarse a los puertos de Génova y Nápoles para ver el espectáculo: maletas, fardos pesados, y sobre ellos, sentados, hombres, mujeres y niños.
Muchos analfabetos. Todos sin orientación, sin rumbo fijo, sin ninguna asistencia. Han de buscar en otros horizontes lo que en su patria no encuentran. Victimas de engaños, sin recursos económicos, van a regar con su sudor y con su sangre los campos, las minas y las industrias de ultramar. Marchan a los grandes desiertos, a las enormes ciudades. A un mundo distinto y extraño, fundidos entre los nativos, entre los franceses, españoles, portugueses, irlandeses... en una mezcolanza impresionante de ideas, de credos y de razas.
Frente a una lucha a muerte contra todo lo que se opusiera al logro de sus legítimos deseos de mejorar o de vivir. Sin asistencia espiritual, sin colegios, sin asilos, sin orfanatos, sin hospitales, sin solidaridad nacional, sin recíproca comprensión, vivían o malvivían a la sazón en América cerca de 1 millón de italianos.
Faltaba una asistencia amorosa y paciente que conservara integra su fe, mantuviera su esperanza, diera a su camino áspero y duro un sentido noble de misión e hiciera consciente tanto dolor como medio de superación y elevación personal y colectiva. Faltaba una cultura, que de suyo constituye siempre una gran fuerza moral y brinda oportunidad para triunfar Tan lamentable espectáculo hizo decir a mons. Scalabrini: "Se me enciende el rostro de vergüenza. Me siento humillado en mi doble condición de sacerdote y de italiano".
El 13 julio 1888 había partido para América el primer grupo de misioneros de mons Scalabrini: 7 sacerdotes y 3 legos. Llevaban un crucifijo y la bendición de León XIII. Y el 21 marzo 1889 el navío Bourgogne salía de Le Havre llevando a la madre Francisca.
Cabrini decide que sea Nueva York para hacer su 1ª fundación. En el camino se cruza un telegrama del arzobispo de Nueva York en el que le anuncia que desiste de sus propósitos de fundar un orfanato, por haber fallado sus planes. Por eso, al llegar Cabrini, es recibida únicamente por la Estatua de la Libertad. Junto a la madre van 6 religiosas, y el saludo de mons. Carrigan es: "Me parece que la mejor solución es que regresen a Italia". Es el comienzo o pórtico de entrada, a una vida llena de penalidades.
Alguien ha dicho que "si Cristóbal Colón descubrió América, la madre Cabrini conoció a todos los italianos en América". Y es verdad. Porque Cabrini fue a su encuentro, y a todos ellos halló antes o después: en los barrotes de la cárcel, en el campo de trabajo, en la orilla de los ríos, en los muelles de los puertos, en las tabernas, en las buhardillas... Dondequiera que un alma de su tierra sufría y lloraba, allí llegó la madre Cabrini.
Con su sonrisa ancha, con afán de servicio, con la ilusión de renovar el follaje seco injertándolo en el árbol perenne, siempre fresco, de la Iglesia. Como ella misma decía, a todos ellos: "Trabajemos, trabajemos. Que más tendremos toda una eternidad, para descansar".
A los 4 meses de su primer viaje a América, vuelve a Italia. Pero, ¿cómo relatar ahora, en este breve espacio, los otros 19 viajes que realizo a través del Océano?
La madre Cabrini fundó casas en Italia, en Francia, en Inglaterra y en España. Creó personalmente hospitales, preventorios, orfanatos, colegios y asilos en Nueva York, Nueva Orleans, Denver Los Angeles, Chicago, Seattle, Filadelfia... Y en la América central fundó en Costa Rica, en Panamá y en Nicaragua.
De la bahía de Costa Rica nos queda una anécdota. El barco ha fondeado cerca de la costa, y en una barquita se acercan las religiosas a tierra para comulgar. Como preparación van cantando, pero de improviso unas aves se colocan encima del esquife. La madre dice: "Son las jóvenes americanas que ingresarán en el Instituto". Una religiosa le contesta: "¿No serán las almas que por nuestro sacrificio se salvarán?". La respuesta es inmediata: millares de aves acuáticas levantan el vuelo y giran en torno a la embarcación.
Este doble presagio se cumplirá, y a la muerte de la madre Cabrini el Instituto contaba ya con 2.000 religiosas. ¿Y quién podrá contar las almas que se han salvado, y se salvarán, por su mediación? ¿Quién podrá describir su paso por la cordillera de los Andes sobre una mula, o su encuentro con los icebergs de Terranova, o las terribles tempestades sobre los veleros hundidos, o sus viajes de tren de 7 días y 7 noches, con altas fiebres? ¿Cómo enumerar sus complicaciones con nativos y colonos, o la guerra que le hicieron los masones, los liberales y sectas acatólicas?
Cabrini ha fundado casas en Buenos Aires, Rosario de Santa Fe y Mendoza. Y en Brasil ha abierto colegios en San Pablo y Río de Janeiro.
Y el papa León XIII se apresura a recibirla en audiencia, aun estando éstas suspendidas. El venerable anciano, con admiración de los presentes, le ponía su cansada mano sobre la cabeza, mientras acariciándola le dice: "La Iglesia abraza al Instituto". Y añade: "Trabajemos, que después será muy hermoso el paraíso". A lo que después repetiría la santa, jocosamente, a sus hermanas: "Tengo asegurado el paraíso. Me lo ha dicho el santo padre".
Era el 22 diciembre 1917, y la madre Cabrini muere en Chicago. En su oración fúnebre, el obispo de Seattle asevera: "Fue una mujer extraordinaria, no solamente en la historia de América, sino en la historia del mundo entero". Y el comisario de emigración en América reafirma: "La madre Cabrini ha hecho por los emigrantes mucho más que el ministerio de Asuntos Exteriores".
Pío XI la beatificó el día 13 noviembre 1938, y Pío XII decretó su canonización el 20 junio 1943, destacando el impulso interno que animó todas sus obras:
"Santa Francisca Cabrini sido un alma ricamente dotada, por la naturaleza y por la gracia. En ella se dieron cita la audacia y el valor, la previsión y la vigilancia, la perspicacia y la constancia. La desconfianza en sí misma se tradujo en confianza inmensa en Dios. Fue misionera del Corazón de Jesús, al que hizo conocer, adorar, amar y servir".
Y recordó una frase de la santa: "Siento que el mundo entero es demasiado pequeño para satisfacer mis deseos". Para, a continuación, hacer hablar a Porcia, el personaje de Shakespeare que simbolizaba a aquella mujer estéril y aburrida: "Mi pequeño cuerpo está cansado de este gran mundo".
Act:
22/12/25
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M U R C I A
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