22 de Mayo

Santa Rita de Casia

Pilar Alastrue
Mercabá, 22 mayo 2024

         Nos situamos en la Italia de finales del s. XIV, cuya relajación papal en Roma ha provocado la aparición de antipapas y la huída de éstos a Avignon, alejados de la lucha de partidos (entre güelfos y gibelinos). En efecto, la Iglesia lloraba no sólo por la ruptura de su unidad (el Cisma de Avignon), sino por las costumbres licenciosas de sus sociedades y la servidumbre de los papas al poder real.

         Los derechos de Dios eran usurpados, y para remediar la situación el propio Dios envió su espada afilada (Santa Catalina de Siena) y una rosa ensangrentada (Santa Rita de Casia), como manera de remediar "a lo divino" el decadente Trecento italiano. En cuanto a Rita, ésta perteneció a la insigne pléyade de mujeres que pasaron por todos los estados: casadas, viudas y religiosas.

         Nació en 1381 en Casia (Umbría), en una tierra de santos (Benito, Escolástica, Francisco de Asís, Clara, Angela, Gabriel...) y de una madre estéril (Amada Ferri), que daba saltos de júbilo al sentir sus entrañas fecundas.

         Su pasión infantil favorita era meditar la Pasión de Jesús, como niña precoz inclinada a las cosas de Dios, que sabía leer en las criaturas los mensajes del Creador. Su alma era una cuerda tensa que se deshacía en armonías dedicadas exclusivamente a Jesús. Sentía desde niña una fuerte inclinación a la vida religiosa, mas la Providencia divina dispuso que pasara por todos los estados, empezando por el matrimonial.

         Efectivamente, por conveniencias familiares fue casada Rita con Pablo Fernando, de su aldea natal. Fue un verdadero martirio, pues Pablo era caprichoso y violento, y reduce a su esposa a una vida dura y penosa. Rita acepta su papel (callar, sufrir y rezar), da a luz a 2 gemelos y vive su matrimonio con la mirra más amarga. Y así 18 años, hasta que Pablo muere asesinado, como secuela de su mala vida.

         Los gemelos de Rita (Juan Santiago y Pablo María) quieren vengar la muerte de su padre, y ella ofrece su propia vida antes que sus hijos lleguen a consumar el crimen. Pero la genética del padre parece resurgir en ambos, y éstos mueren en el intento. No quedan ya lágrimas en los ojos de aquella mujer, que templa su fortaleza en la Madre de un Hijo que murió por todos.

         Tras quedarse sin marido ni hijos, vienen años difíciles para Rita, llenos de soledad, lágrimas y oraciones. Pues ella quiere consagrarse por entero a Dios, y hasta 3 veces pide entrar en el agustino Convento de Casia. Pero las 3 veces es rechazada, porque no es virgen. Hasta que Dios decide intervenir para que Rita sea admitida en el convento, pues como describe su cronista Nediani:

"Non c'e nessuno a la finestra e la via è silente e deserta, ma una gran luce meridiana tiene il cielo. Infine ella vide, no, non sogna, è ben desta: i suoi Santi Patroni in una luminosa aureola d'oro, Yaustero Giovanni Battista nella pelle di camello, Sant'Agostino nel ieratico paludamento episcopale, e San Nicole da Tolentino nel nero saio agostiniano, che I'invitano ad andare con loro".

         Efectivamente, Rita es admitida en el Convento de Casia, y allí hace la profesión en 1417, pasando el resto de sus 40 años sirviendo sólo a Dios. Recorrió con ahínco el camino de la perfección, las 3 vías de la vida espiritual (purgativa, iluminativa y unitiva) y el ascetismo más exigente, con humildad, pobreza, caridad, ayunos, cilicio y vigilias. La priora le pone como prueba regar a diario un sarmiento seco. Y Rita cumple rigurosamente la orden durante varios meses, hasta que el sarmiento reverdece. Y cuentan los testigos que aún vive la parra milagrosa.

         Viene después la época de intensas efusiones divinas. El dolor pasado ha concentrado y purificado el amor, y ahora su unión con la voluntad divina, y su amor a la eucaristía y entrega al prójimo alcanzan unas cimas insospechadas.

         Hemos dicho que Rita era "una revancha a su siglo, a lo divino". Pues allí, en un rincón de la Umbría, y mientras la Iglesia se desangra en Avignon, ella lucha en esa batalla, no con fuego ni acero sino con la sangre de su propio corazón, a costa de un holocausto secreto y constante.

         Allí vivió pobre, obediente y casta, siguiendo aquellas palabras de San Agustín: "Custodi obedientiam ut percipias sapientiam, et percepta sapientia noli deserere obedientiam" (Comentario al Salmo 118, XXII, 12). Ella adquirió esa sabiduría ignorada, pero nunca abandonó la obediencia.

         En el claustro penetró hondamente Rita en el misterio de la cruz, y pronto se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina en la frente, que le produce dolores insoportables y repugnante olor ante las demás. ¿Alucinación? ¿Histerismo? ¿Fantasía? No, es el misterio de la cruz incorporado a su vida, que es ya un tejido indescifrable de dolores. Pero esta crucifixión interior no se manifiesta al exterior más que por un derroche casi infinito de dulzura y de caridad. El amor ha llegado a su plenitud y se desborda en entregas.

         Cuando su alma es como una viña cargada de frutos maduros, en un día blanco y adusto de enero, fue a visitarla una amiga. Al despedirse le dijo que si quería algo para su aldea. A lo que Rita le contestó: "Sí, os ruego que, cuando lleguéis al pueblo, vayáis al huerto de mi casa, cortéis allí una rosa y me la traigáis". Y también le pidió 2 higos maduros. La mujer creyó que Rita deliraba, pero no sabía que los delirios de los santos, Dios los hace realidades. En el jardín encontró milagrosamente florecida una rosa, y maduros los higos.

         ¡Qué significativo es este pasaje de su vida! Tiene conmovedoras resonancias del Cantar de los Cantares, cuando el Esposo, ansioso ya de la plena posesión de la Esposa, le canta: "Levántate, amiga mía, esposa mía, y ven, que ya ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. Ya, han brotado en la tierra las flores, ya ha echado la higuera sus brotes. Levántate, amada mía, esposa mía, y ven" (Cant 3, 10-13).

         Pero Jesús no ahorra a sus almas escogidas la prueba del dolor. Y Rita, como Francisco de Asís, se ve sellada con solicitaciones del demonio y de la carne, que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. A lo que el demonio contestaba con una sonrisa burlona. Cuando esto sucedía, Rita miraba sin cesar al crucifijo, y en aquella escuela forjó su santidad.

         El 22 mayo 1457, y día en que cumplía 66 años, Rita entregó a Dios su espíritu. Cuando Rita murió, la llaga de su frente resplandeció en su rostro como una estrella en un rosal. Así premiaba Jesús con dulces consuelos el calvario de tan devota alma, que por tanto pasó en su matrimonio, maternidad y consagración religiosa.

         Sirvió de gran edificación su muerte, porque "la muerte de los justos es preciosa a los ojos de Dios". Santa Rita de Casia, como todos los santos, significó el triunfo definitivo de la fe y del amor, de ese amor que nunca se daba por vencido. Leon XIII la canonizó en 1900, y su cuerpo permanece todavía incorrupto, casi 600 años después de su muerte.

 Act: 22/05/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A