23 de Diciembre

San Juan de Kety

Lamberto Echeverría
Mercabá, 23 diciembre 2025

Semblanza

         Nació en 1390 en Kanty (Silesia), al oeste de Cracovia y muy cerca de la futura Auschwitz, comarca en las que todavía seguía rigiendo el derecho germánico, no era raro oír hablar alemán, y las costumbres locales estaban fuertemente impregnadas de orientación teutónica.

         Y lo hacía en una Polonia que presentaba características profundamente medievales, no sólo por su clima (extremado y duro), vecindad (siempre amenazadora de los turcos) o singularidad de su régimen político (dominado por una aristocracia ciega, que mantenía al país en la ruina), sino sobre todo por el carácter abigarrado del elemento humano. Porque Polonia presentaba un estado sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, y con una extremada mezcla de razas.

         Lo mismo podía decirse de Cracovia, donde habría de transcurrir casi toda la vida de Juan Cancio. Se trataba de una ciudad cosmopolita, que albergaba el más importante mercado del este europeo y que, por ello, estaba llena de húngaros, checos, eslovacos e incluso turcos, en tiempos de paz.

         Eso sí, en todo momento estuvo dotada Cracovia de una intensa fermentación intelectual. Sobre todo por el atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La universidad pasaba por un buen momento, desde que Casimiro III de Polonia la hubiese implantado en Polonia en 1364. Y el año 1397 había sido abierta una Facultad de Teología, mimada por los reyes y a la que los estudiantes acudían en gran cantidad. Pero los errores de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo, y se imponía un trabajo duro para defender la ortodoxia.

         Este fue el ambiente en que se desenvolvió la vida de Juan Cancio, nacido en el seno de una familia patriarcal y campesina, en la que había sido educado cristianamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura. Una vez incorporado a la Universidad de Cracovia, y abandonadas las tareas del campo, se entregó Cancio al estudio con un entusiasmo total, destacando pronto en sus calificaciones y obteniendo en 1417 el doctorado en Filosofía.

         Una vez ordenado sacerdote (el mayor deseo de su vida), fue nombrado Cancio canónigo de Cracovia, obteniendo una cátedra de Teología por la Universidad de Cracovia. Lo cual le permitió seguir residiendo en el mismo colegio mayor en que había sido estudiante (donde vivirá el resto de su vida, salvo estancias esporádicas en alguna parroquia o viaje exterior).

         La estampa que nos ha llegado de él, a través de los siglos, es la de un profesor universitario verdaderamente ejemplar, que nunca faltó a clase, que estuvo enteramente al servicio de los estudiantes, que consagró largas horas al estudio, que explicó todo con claridad y humildad, y que vivió intensamente la vida universitaria. Sus méritos le llevaron al rectorado, y durante muchos siglos la toga morada que él ostentó servirá de ejemplo a quienes le sucedan.

         No escapó, sin embargo, a las intrigas, frecuentes por desgracia en aquel ambiente universitario. Pues cuando el claustro hubo de designar a alguien para tareas delicadas, podía observarse que prescindían de él. Es posible que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen. Pero lo cierto es que un buen día la universidad, correspondiendo a una petición de los feligreses de la parroquia de Olkusz, decidió designarle a él como párroco de la misma.

         La prueba debió resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. Pero nos consta que el padre Cancio logró hacerlo, resultando un párroco admirable al frente de su parroquia. Ésta había estado hasta entonces muy descuidada, y en ella faltaba instrucción religiosa, así como sobraba una excesiva división en facciones que se odiaban, con consecuente indiferencia en el resto de feligreses.

         Pero el párroco Cancio consiguió transformar, con esfuerzo, la parroquia. Y la unión fraternal, así como el destierro de los viejos vicios, empezaron a ser frutos del buen pastor. No obstante, a Cancio se le hacía pesado aquel estilo de vida, y la universidad terminó por darse cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a ocupar su cátedra de Teología, y poco después fue designado como profesor de religión de la familia real de Polonia.

         Es curioso que Juan, que jamás se permitía faltar a clase, hiciera una excepción para emprender por 2 veces muy largos viajes. En efecto, 1º emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma (ciudad para él amadísima, como sede del papa). Y años después volvió de nuevo a Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su ciencia, querían que se quedase allí.

         En uno de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de todo su dinero, le preguntaron si tenía más, y él contestó que no. Mas recordando más tarde que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a los ladrones para entregárselo.

         Más hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vio a la puerta un pobre pidiendo limosna. Y con toda sencillez se levantó, entregó su comida al pobre, y volvió a su sitio. Desde entonces, y durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia se prepara siempre una ración para un pobre. Pauper venit ("viene un pobre"), exclamaba el rector. Y Iesus Christus venit ("Jesucristo viene") contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.

         Desde su época de párroco, el padre Cancio sintió que su sacerdocio le exigía algo más de trabajo directo con las almas. Y por eso había empezado a frecuentar la plática en algunas iglesias de la ciudad, ordinariamente en latín (la lengua oficial de las parroquias) y algunas veces en polaco (la lengua oficial universitaria).

         Con el paso del tiempo, Cancio se fue volviendo inmensamente limosnero. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, y cruzando la plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba. Sin dudarlo, le entregó su manto y siguió andando casi en cueros, camino de la iglesia en la que tenía que recitar maitines.

         Murió a los 83 años, en la vigilia de navidad de 1473, mientras pronunciaba, ante todo el claustro de la universidad, la que sería su última alocución:

"Confiándoos el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios os ha elevado, señores y hermanos míos, lo bastantemente alto para que no dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin alteración y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad. Pero revestíos para este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de la caridad, recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras almas, daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un punto verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de él; muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos".

         Su voz se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo. Descansó un momento, y continuó después:

"Causa y fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y conservas por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu inefable misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de tu Hijo, yo me reúna a ti por toda la eternidad".

         Y dicho esto, expiró suavemente.

         Toda la ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios, y pronto empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías de Miechov primero, y después otros continuadores, fueron recogiendo en un curioso Diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del s. XV, desde 1475 a 1519. Su cuerpo fue enterrado en la Iglesia Santa Ana de Cracovia, en la que 60 años después se le dio una sepultura más honrosa.

         En 1628 el cura de la iglesia de Santa Ana, Adán Opatowczyk, publicó en latín una vida del padre Cancio con un catálogo de milagros, y en 1632 otra en polaco. Fue beatificado por Inocencio XII en 1680, y canonizado por Clemente XII el 16 julio 1767, 5 años antes de la 1ª partición de Polonia. Su fiesta quedó fijada el 20 de octubre, y en 1782 fue elevada por Pío VI a rito doble, bajo las palabras: "Insigne Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de la universidad, el padre de tu patria".

 Act: 23/12/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A