24 de Abril
San Fidel de Sigmaringa
Angel
Novelle
Mercabá, 24 abril 2024
Vivió en un lugar (orillas del Danubio) y época (la Reforma protestante) en que los territorios y ciudadanos estaban sumamente divididos, y las luchas y recelos (religiosos y políticos) se multiplicaban por doquier entre los sectores del catolicismo y protestantismo.
Y
es que los
dirigentes reformistas fueron de todo menos modelo
de mansedumbre, y en sus accesos de fiebre dieron rienda suelta a la
grosería y al furor. Y de ahí que las tropas
católicas se dedicasen a reprimir todo avance del
protestantismo, con medidas más militares que procedentes.
Por otra parte, dichas luchas perfilaron más claramente las ideas de los católicos, su responsabilidad y su conducta. Y provocó que numerosos hogares se cerraran a cal y canto a los vientos de la herejía, sabiendo mantener sus principios con una fortaleza digna de mención. Fue el caso del hogar de San Fidel de Sigmaringa.
Nació
en 1577 en Sigmaringa (Suabia), en el seno de la familia Rosemberger e hijo de unos padres (Juan y Genoveva) que lo bautizaron con el nombre de Marcos. Como
procedía de una familia noble, hizo Marcos sus estudios en la Academia Archiducal de
Friburgo (del que salió hecho un maestro en el manejo del latín, francés e
italiano), doctorándose poco después, y a muy corta edad, en Derecho
Civil.
Terminados sus estudios, el barón de Stotzingen quiso que Marcos acompañara a su hijo (y a otros jóvenes amigos) a un viaje instructivo por Europa. Marcos aceptó el encargo, y eso le permitió ponerse al corriente del estado de los países europeos, en sus forcejeos con el protestantismo y el arte de ganar prosélitos.
Sus compañeros de viaje dejaron escrito (a sus padres) que el joven acompañante (Marcos) "no dejaba un solo día sus prácticas piadosas", que "disputaba con energía y pasmosa seguridad con los protestantes", que "nunca se le ve airado" y que decía tener por lema de vida "el estudio, la oración y la penitencia".
A
la vuelta del viaje abrió inmediatamente Marcos su despacho de abogado en
Ensisheim (Alsacia), intentando hilar fino en medio de aquella sociedad, y
bajo la más escrupulosa
conciencia.
Comenzó la profesión con el optimismo de la juventud, y la
mejor buena voluntad del mundo. Pero en uno de los primeros pleitos que
hubo de defender, el abogado contrincante le propuso en secreto un
arreglo ventajoso para los dos. Aquello bastó para que Marcos
decidiera abandonar
irrevocablemente la toga, por razones que hoy llamaríamos de
incompatibilidad temperamental.
A renglón seguido le sobrevino una pequeña crisis espiritual, cuando le salieron al paso voces facilitonas y doctorales que calificaban de cobardía la actitud del joven abogado. Y Marcos, que rumiaba ya más su vocación religiosa que política, decidió enterrar sus talentos, decidiendo meterse a capuchino.
Los capuchinos estaban entonces en alza. No llevaban todavía un siglo de existencia y eran ya famosos en casi toda Europa. Pues a las primeras vicisitudes, y no pequeñas contrariedades de la nueva rama del árbol franciscano, supieron imprimir una austeridad inverosímil, una sencillez encantadora, y un celo impetuoso y dulcísimo de los que Lacordaire llamaría más tarde "los Demóstenes del pueblo".
Cuando
Marcos decidió a ingresar en
la Orden Capuchina, ésta estaba ya muy extendida por Alemania y Suiza, y contaba con figuras
excepcionales como la de San Lorenzo de Brindis (entonces en el cenit de
su carrera de predicador y diplomático, no menos que de hombre de Dios).
Y el mismo Marcos tenía
un hermano capuchino, llamado Apolinar.
Cuando
Marcos tomó el hábito en Friburgo (bajo nombre de Fidel), tenía ya 35 años y era
sacerdote. Tras ambos acontecimientos, la ordenación sacerdotal (que
recibió del obispo de Constanza) y la toma de hábito (que realizó el otoño de
1612), pasó Fidel al Seminario de Constanza, para cursar la Teología.
Sus propios profesores aseguran la inteligencia y austeridad del alumno, y
de una superioridad que trató de guardar en secreto, sin resaltar entre
los demás.
Apenas terminados los estudios de Teología, se dedicó de lleno Sigmaringa a la predicación, de la que esperaban grandes frutos cuantos le conocían. Recorrió gran parte de Suiza y Austria, y el sur de Alemania. En todas partes encontró la cizaña protestante haciendo estragos en el trigal evangélico.
De su predicación nos dicen los biógrafos que Sigmaringa era "francamente elocuente, de buen sentido y concienzuda". Fidel hablaba con suavidad, notable unción y atractivo, oyéndole con agrado hasta los herejes. Un atractivo que sería fatal para su desenlace final, pues cuando los protestantes tuvieron que fijar una víctima aleccionadora, eligieron a Fidel por sus imperdonables frutos de elocuencia.
Sigmaringa fue algo así como una obra maestra de Dios, para aquellos tiempos y aquellas regiones. Tuvo el carácter del alemán clásico, íntegro en sus costumbres, serio, constante, inflexible, ingenuo. Y los biógrafos lo presentan "maduro desde los años de su juventud, alegre, muy inteligente y sin perder nunca los estribos". Sobre todo, fue siempre hombre de gran corazón y sensibilidad.
Cuando le arrebataba el espíritu de Dios, saltaba Fidel la valla de la prudencia humana y proclamaba: "Padre, si quiere comer aquí buenas sopas, modere su celo y deje rodar los acontecimientos". Es ésta exactamente la impresión que nos dan los sermones que se conservan de Sigmaringa.
Aparece en
ellos siempre el catequista oportuno, eficaz, documentado y piadoso. Pero
también el orador inflamado, el lírico contagioso, el hombre de Dios que
paladea en el púlpito las suavidades del dogma católico, el fustigador
del vicio con frases afiladas como puñales, impresionantes hoy, cuando
tan curados estamos de espantos.
Alternó
Sigmaringa la predicación con el cargo de guardián de los conventos de Friburgo,
Rheinfelden y Feldkirch. Presidiendo la comunidad de este último fue
destinado a la misión de la Alta Rezia, en donde encontró el martirio.
Era el año 1622. El archiduque de Austria Leopoldo, que había emprendido una cruzada contra la herejía, llevó sus armas victoriosas hasta el país de los grisones (Suiza), y pidió al papa que enviase allí misioneros. Suiza fue, como sabemos, una de las naciones que más directamente padecieron las consecuencias del protestantismo. La actividad reformadora comenzó en Zurich con Zwinglio, en 1519. Y lo malo fue que la actividad zwingliana se desarrolló tanto en el terreno político como en el religioso. Trabajaron también ardorosamente en Suiza Calvino y Ecolampadio.
Al principio la Reforma tuvo poco éxito, pero ya en 1528 los católicos fueron excluidos del Consejo de la ciudad de San Gall. En algunos sitios, como Berna, la herejía fue introducida violentamente. Así, poco a poco, el país quedó totalmente dividido, de forma que en 1590 unas ciudades eran netamente católicas, como Lucerna, Zug y Friburgo, y otras, como Zurich, Berna y Ginebra, totalmente protestantes.
También
hubo regiones en las que ambas confesiones, la católica y la protestante,
andaban mezcladas, y una de éstas fue la de los grisnnes. Las comarcas
que abrazaron el protestantismo se unieron entre sí y con algunos
extranjeros, mientras que los cantones católicos se agruparon en propia
defensa y se aliaron con Austria. De esta manera se originaron las famosas
Guerras de Capel (1529-1531), que terminaron con la victoria de
los católicos y la muerte trágica de Zwinglio.
Desde
que acabase el Concilio de Trento (ca. 1563), hubo en Suiza celosos promotores de la fe y de la
verdadera reforma, entre los que destacaba San Carlos Borromeo. Después
trabajaron los jesuitas y su gran apóstol San Pedro Canisio. A ellos se
debe la fundación de colegios en Lucerna, Friburg, Brig, Siders y otras
ciudades. Al mismo tiempo que los jesuitas llegaron los capuchinos, que
erigieron su Convento de Altdorf (ca. 1579) y otros 30 en todas las comarcas de la Confederación.
El
llamamiento del archiduque Leopoldo tuvo eco en Roma, pues estaba recién
fundada la Congregación de Propaganda Fide. El origen de esta congregación,
netamente misionera, se halla ya en una ordenación de Gregorio XIII, por
la que encargó a cierto número de cardenales de la dirección de las
Misiones de Oriente y decretó la impresión de catecismos en lenguas
comunes. Para los capuchinos es motivo de
satisfacción saber que no sólo tuvieron buena parte en la fundación de
la misma, sino que le dieron el 1º mártir, como vamos a ver.
Una de las primeras preocupaciones de Propaganda Fide fue enviar misioneros a las regiones europeas más amenazadas por el protestantismo, por lo que la petición del archiduque se aceptó inmediatamente, enviando allá diez capuchinos y al frente de ellos al padre Fidel de Sigmaringa.
La región de los grisones era conocida del padre Fidel, pues en alguna de sus correrías apostólicas habíala misionado y sabía por propia experiencia las grandes dificultades y los peligros que encerraba, por haber sido una de las regiones donde más lucha hubo entre católicos y protestantes.
A la sazón, como sabemos, estaba dominada por los austriacos y expuesta a algún exceso de las tropas. Aceptó la invitación del papa con la naturalidad con que los buenos apóstoles aceptan las peores consecuencias de su misión, pero sabiendo bien adonde iba.
Por eso quiso
Fidel despedirse de los suyos en una solemne función religiosa en la iglesia
del Convento de Feldkirch, y en el sermón que predicó dijo claramente
que se marchaba a predicar a los herejes y que no volvería vivo. "Sé
que voy a morir asesinado", dijo entre otras cosas, y partió. Era el
14 abril 1622, y sería martirizado 10 días después, lo cual confirma que
sus temores no eran infundados y que no habló a humo de pajas.
Al llegar Sigmaringa a la misión, encontróla profundamente turbada. Por todas partes había facciones, insidias, reuniones secretas. Con tacto exquisito trató de insinuarse en las almas y devolver la serenidad a todos, para comenzar su obra de apostolado, pero se temía por momentos un tumulto fatal.
En
vista de ello, y no esperando cosa buena, lo primero que hizo fue
prepararse para lo que Dios quisiera y vivir con la mayor pureza de
conciencia posible. Escribiendo uno de esos días al abad de San Gall,
gran amigo suyo y su 1º biógrafo, firmó la carta así: "Fray
Fidel, que pronto será pasto de gusanos".
Para el día 24 de abril fue invitado Fidel por unos herejes de Seewis (que, al parecer, querían oír la palabra de Dios de labios del famoso misionero). Era domingo, y muy temprano celebró Fidel la santa misa. Después se confesó, y partió desde Grusch a Seewis, acompañado del archiduque, del capitán Fels y de una escolta de soldados.
Se encontraron la iglesia completamente llena, pues los herejes, que tenían sus planes bien trazados, habían tomado todas las posiciones. El misionero subió al púlpito con ciertas esperanzas de hacer algún fruto. Pero apenas subido, palideció repentinamente, pues había en el púlpito un papel que decía: "Hoy predicarás, pero será la última vez".
Reaccionó Sigmaringa valientemente, y comenzó el sermón. En el transcurso del mismo, en 3 ó 4 ocasiones, le pareció advertir amagos de tumulto, pero fue al final cuando los enemigos irrumpieron en el templo, después de matar a los soldados de la puerta, armados de espadas, bombardas, mazas y palos. Sonó en seguida un tiro y la bala fue a dar en la pared, muy cerca del predicador.
Fidel descendió entonces del púlpito, y se postró ante el altar de la Virgen, encomendándole su suerte. Algunos amigos le impelieron a salir rápidamente por la puerta de la sacristía, pero apenas había andado unos trescientos pasos, ya fuera de la población, le alcanzaron los herejes, que le rodearon como lobos y le instaron a que se entregara:
—No me entrego, respondió enérgicamente.
—Pues te mataremos, le replicaron.
—Podéis hacerlo, pues estoy en las manos de Dios y las de su Santa Madre. Pero mirad bien lo que vais a hacer, no sea que tengáis que arrepentiros algún día.
Un golpe tremendo de espada en la cabeza lo derribó, quedando de rodillas. A lo que Fidel contestó:
—Jesús, María, valedme.
Y no pudo decir
Fidel nada más,
porque, arrojándose en tumulto todos sobre él, le atravesaron el costado
con espadas y le destrozaron el cráneo a golpes de mazas y palos. Quedó
envuelto en un charco de sangre, en medio del campo y a lo largo de 24 horas. Eran las
11.00 horas del 24 abril 1622.
Su sepulcro está en la Catedral de Coira, y su cráneo se conserva en el Convento de Feldkirch (su antigua guardianía). Dios quiso glorificar su memoria desde un principio, pues sus reliquias fueron un semillero de peregrinos. Lo cual movió a los papas a su definitiva exaltación en la tierra. Benedicto XIII le beatificó el 21 marzo 1729, y Benedicto XIV le canonizó, juntamente con San José de Leonisa (otro gran apóstol capuchino) el 26 junio 1746.
Act: 24/04/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A