26 de Mayo

San Felipe Neri

Lamberto Echeverría
Mercabá, 26 mayo 2024

         Nació en 1515 en Florencia, perdiendo bien pronto a su madre y recibiendo toda la educación de una madrastra que lo trató con el mayor cariño. Uno de los testigos que mayor número de noticias aportó a los procesos, Fabricio Massimo, nos cuenta que ya desde niño le llamaban "el buen Pippo", anticipándose al sobrenombre que habría de recibir en Roma años después: "Felipe el Bueno".

         Nada sabemos de sus estudios. Ciertamente los tuvo, pues en su edad adulta se le verá en Roma conversando con los eruditos más distinguidos de su tiempo y orientando hacia los trabajos del espíritu a aquellos discípulos suyos que considera más capaces. Sabemos que tuvo una infancia feliz, alegre, de una pureza sin tacha. Y que en su adolescencia gustó de la poesía, de la música y del entusiasmo por la naturaleza.

         Hacia 1532 abandona su casa, por consejo de su padre, para irse a vivir a un lugar llamado San Germán, próximo a Montecasino, donde según nos dice un testigo de su proceso, "vivía un tío suyo rico con muchos miles de escudos y que era mercader". Su padre le había enviado para que se ejercitase en la mercadería, y el muchacho, aunque no muy hábil para esas cosas, se mostró tan encantador, que su tío pensó dejarle heredero de toda su fortuna.

         Pero Felipe sentía otros deseos y por eso con 21 años marchó a Roma con un plan no muy definido de vivir a la manera de un ermitaño laico. Ya no volverá a salir de Roma jamás, pues como él mismo decía a uno de sus confidentes, que cierto día le preguntó por qué no se iba a pasar unos días a su tierra natal: "Ahora estoy ocupado".

         En Roma se encuentra en una situación de pobreza total. Pero se niega a recurrir a los suyos y se acoge a un compatriota (Caccia, director de la Aduana pontificia), con quien vive 14 años entregado a los ayunos y a la oración. Hace sus estudios de filosofía en la Universidad de la Sapienza y de teología en los agustinos, y una vez terminados inicia sus trabajos de apostolado. Iba a ser el apóstol de Roma, por excelencia.

         Entregado sin límites a los jóvenes abandonados, le corresponde trabajar en un ambiente particularmente difícil. Por aquellos mismos días el papa Adriano V escribía: "Sabemos bien que el mal se ha extendido de la cabeza a los pies, del papa a los prelados, y todo está viciado". Felipe toma abiertamente partido entre los apóstoles de la Reforma, e inicia para ello una porción de curiosas empresas.

         Unas veces le encontramos en la célebre Cofradía del Divino Amor (esforzándose en restablecer la visita a los hospitales), otras en la Asociación de los Peregrinos (atendiendo a los que se encontraban en necesidad), y entre ambas Felipe visita las prisiones, ayuda a los estudiantes pobres, atiende a los convalecientes y parece llegar a todos con su espíritu y su caridad.

         Alguno de sus éxitos apostólicos llega a tener enorme resonancia. Así, cuando fue condenado a muerte el célebre hereje Paleólogo, sale Felipe a su encuentro (cuando le conducían a la hoguera) y le habla con tal convicción y entusiasmo, que consigue su conversión.

         Así fue también su intervención a la hora de obtener la conversión del "buen rey Enrique IV", que según se lee en la Vida de Morosini, "fue potentemente ayudado por Felipe Neri para recobrar la gracia, de la que la herejía le había tenido alejado".

         Con 36 años, Felipe se decide a recibir el sacerdocio, tras recibir la tonsura en marzo de 1551, y la ordenación sagrada en mayo de 1551. Deja entonces la casa de su bienhechor (Caccia) y se retira a la Iglesia de San Jerónimo de la Caridad.

         En la Iglesia de San Jerónimo le esperaban las humillaciones y los sufrimientos. Uno de los testigos del proceso nos cuenta haber visto con sus propios ojos a Felipe revestido de una vieja alba y de unos pobrísimos ornamentos, retirándose con lágrimas del altar porque se le impedía decir misa. Una de las novedades de que se le acusaba era precisamente ésa: la de exhortar a los sacerdotes a decir misa todos los días, y a los fieles a comulgar frecuentemente.

         Sobreviene poco después, en 1555, un nuevo personaje verdaderamente singular: Bensignore Cassiaguerra, nuevo superior de la parroquia y que participa plenamente de las "ideas avanzadas" de Felipe. A los 2 amigos viene a unírseles Tarugi, senador de Roma y futuro arzobispo de Avignon, que tanta influencia tuvo en la magnífica reforma pastoral que se obró en Francia en el s. XVII. También vino a unírseles Baronio (futuro card. Baronio), espléndido escritos de los Anales Eclesiásticos.

         Se ha iniciado la edad de oro en la vida de Felipe Neri. Acompañado de aquel grupo de sacerdotes selectísimos, Felipe se lanza abiertamente al más intenso apostolado. Horas interminables de confesionario, visitas a enfermos y hospitales, organización de distracciones para la juventud. Y sobre todo, aquellas procesiones populares de las que hablan tantos testigos.

         Sólo un hombre excepcional como Felipe Neri podía evitar que aquello degenerase en tumulto o en partida profana. Pero no era así: el cortejo se ponía en marcha muy de mañana, todos cantando y rezando, para visitar las siete iglesias romanas. Al mediodía se hacía un alto en una viña, propiedad de un amigo de Felipe, donde los devotos peregrinos comían en pleno campo. Después se volvía a organizar la procesión, hasta que anochecía.

         No le faltaron sinsabores. En los tiempos duros de Pablo IV la Inquisición intervino para examinar las actividades de Felipe. Dicen los testigos que éste se presentó ante el tribunal con tal humildad y dulzura, que el mismo papa quedó prendado de él. En tiempos de Pío V volvió de nuevo la persecución, se le prohibió a Felipe organizar procesiones y se le sometió a una estrecha vigilancia, por lo que atañía a su predicación. Nuevo triunfo de Felipe Neri, que se vio rodeado en lo sucesivo de la simpatía del nuevo pontífice.

         Por lo demás, el campo de apostolado de Felipe Neri continúa extendiéndose. De manera inesperada, es llamado un buen día por los capellanes florentinos de la Iglesia de San Juan Bautista (en la señorial vía Giulia de Roma), para ser rector de ella. Felipe acepta solamente una especie de dirección general, convirtiendo su nueva iglesia en complemento de la Iglesia de San Jerónimo, cuyo campo de actividad (del grupo sacerdotal) ha ido organizándose y consolidándose. Tanto que ha habido que pensar ya en darle una sencillísima regla.

         El 15 julio 1575 una bula pontificia instituía aquel grupo sacerdotal como congregación de sacerdotes y clérigos seculares, bajo nombre de Oratorio y con la tarea específica de encargarse de la Iglesia de la Vallicella. Felipe Neri se opuso a esa institucionalidad, pero no tuvo más remedio que aceptarla e incluso ponerse a su frente (pasando a ser llamado en adelante Oratorio de Felipe Neri).

         Felipe no quiso nunca para aquel sencillísimo grupo ni votos ni nada que pudiera asemejarlo a una congregación religiosa, rehusó rotundamente todo lo que pudiera parecer una extensión del Oratorio fuera de Roma, y pese a que las insinuaciones venían de personalidades como San Carlos Borromeo y el card. Baronio, él se mantendrá siempre firme en su deseo de la absoluta independencia de unas casas respecto a otras.

         El Oratorio es su creación genial. Cada casa autónoma agrupa a unos cuantos sacerdotes, sin otro vínculo que el de la caridad. Viven vida común, bajo la autoridad del padre o prepósito, al que eligen trienalmente, y tratan de santificarse con la observancia libre de los consejos evangélicos. Con diferencias de matiz, el Oratorio, que en vida de Neri se extendió a Nápoles, escribiría páginas gloriosísimas en la historia de la Iglesia en Francia, en Inglaterra, en Alemania y en España. Hoy mismo subsiste pujante, después de haberse confederado los diversos Oratorios el año 1942.

         Los papas bendicen el Oratorio, y en repetidas ocasiones, y muy en especial en el pontificado de Gregorio XIV, ofrecen a su fundador el capelo cardenalicio. Pero él se mantiene firme en se deseo de continuar como hasta entonces, sin otro cuidado que el de ejercitar su apostolado con la mayor sencillez que le sea posible. A sus hijos, los oratorianos, les pondrá en la Regla la prohibición de "osar bajo ningún pretexto cortejar o acompañar a cardenales u otros personajes, porque habrían de estar al servicio de Dios únicamente".

         A su admirable actividad unió también un profundo espíritu de oración. Viviendo en la Vallicella, transformada después en la magnífica Chiesa Nuova, solía marcharse días enteros a su "asilo de soledad", que era San Jerónimo. Durante largas horas se entrega a la oración, muy frecuentemente premiado con extraordinarias gracias místicas. Los testigos de su proceso de beatificación nos contarán cómo con frecuencia le costaba recobrarse después de los éxtasis y volver a atender a las cosas de este mundo.

         Sin embargo, todos a una confiesan que bastaba que se interpusiese en lo más mínimo el bien de las almas, para que Felipe interrumpiera su oración. Incluso durante la acción de gracias después de la misa, hora por él preferida para el máximo recogimiento, se podía recurrir a él en la seguridad de que inmediatamente se ponía en el confesionario.

         Conocida es la anécdota, para unos milagrosa y para otros explicable de manera puramente humana, de su visión el día de Pentecostés de 1544, con la consiguiente dilatación de corazón y la deformación de 2 costillas, curvadas fuertemente para liberar el mismo corazón. Una de ellas se conserva todavía en el Oratorio de Nápoles. Como decimos, hay discusión sobre el alcance exacto de este fenómeno. Pero en lo que no puede haberla es en el amor intensísimo que siempre sentía hacia Dios y hacia las almas.

         En alguna ocasión parece que la lucha entre su deseo de soledad y el apostolado se hizo particularmente dura. Una visión interior le aclaró su vocación, imprimiendo en lo más profundo de su alma estas palabras: "La voluntad de Dios es que marches por medio del mundo, pero como en un desierto".

         Los ayunos, las penitencias y las largas horas de confesionario, fueron minando aquella naturaleza que, por otra parte, parecía sobrehumanamente fuerte. En 1593, alegando estas enfermedades, obtuvo, por fin, el verse libre del gobierno del Oratorio. Baronio le sucedió, designado unánimemente por todos los electores.

         Felipe hubo de guardar cama, y eso le hizo murmurar: "Tú, oh Cristo, en la cruz, y yo en la cama, tan bien cuidado, tan atendido, rodeado de tantas personas que se desvelan por mí". Sus males se iban multiplicando, pero sin llegar nunca a borrar de su rostro aquella sonrisa que era su más destacada característica.

         En 1595 su salud se agravó todavía más, y recibió la extremaunción de manos de San Carlos Borromeo. Pareció restablecerse; pero, por fin, el 26 mayo 1595, en la noche de la fiesta del Corpus, murió dulcemente. Su cuerpo fue transportado el 24 mayo 1602 a una capilla edificada por Nero de Neri y Tarugi.

         Su proceso de beatificación empezó el 2 agosto 1595 (2 meses después de su muerte) y se prosiguió (de manera un tanto irregular) hasta el 22 octubre 1608. Estaba un tanto parada la causa, cuando Carlos Gonzaga, duque de Nevers y embajador extraordinario de Francia, pidió al papa que permitiese al Oratorio celebrar la misa y recitar el oficio de su fundador.

         El papa pasó el asunto a la Congregación de Ritos, y ésta declaró que eso equivalía a una beatificación y que, por consiguiente, era necesario completar el proceso. Pablo V se decidió entonces, a la vista de esta contestación y de las peticiones que le llegaban de todas partes, a encomendar la causa a la Sagrada Congregación el 13 abril 1609.

         Tras no pocas vicisitudes, y la apertura de dos nuevos procesos, se consiguió por fin, gracias a las decisivas intervenciones del card. Belarmino, la beatificación el día 25 mayo 1615. Prosiguió bajo Gregorio XV el proceso de canonización. Una nueva intervención del card. Belarmino determinó que el 13 noviembre 1621 se declarase que se podía proceder a la canonización. Y por fin, el sábado 12 marzo 1622, juntamente con los 4 santos españoles (San Isidro, San Ignacio, San Francisco Javier y Santa Teresa) era solemnemente canonizado.

         El Oratorio obtuvo su definitiva aprobación en 1612. En 1942 fue aprobado de nuevo, estableciéndose una cierta confederación entre las diversas casas, al frente de la cual está un visitador general, asistido por una diputación permanente.

         En definitiva, su proceso de canonización dejó bien a las claras que San Felipe Neri era el santo de todas las clases de gentes. Con sus extravagancias y sus aspectos admirablemente humanos, con su celo por las almas y su alegría desbordante, con su preocupación por los pobres y los más desamparados.

         Y de todo esto nos hablan gentilhombres y cortesanos, curiales y modestísimos artesanos, soldados y estudiantes, dependientes de comercio y empleados de banco. Es más: concurren al proceso no pocos artistas, músicos, pintores, con quienes tanto trató, y algunos médicos. Y tampoco faltan las mujeres, desde las nobles romana hasta las más humildes.

 Act: 26/05/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A