27 de Mayo
San Agustín de Canterbury
Bernardino
Llorca
Mercabá, 27 mayo 2023
Fue el gran apóstol de Inglaterra, junto con los 39 monjes que le acompañaban por orden y misión otorgada por el papa Gregorio I Magno, el año 596. Y uno de los grandes apóstoles del Medioevo anglosajón, al lado de San Patricio de Irlanda y San Bonifacio de Alemania.
Nació el 534 en Roma, ingresando desde muy joven en el benedictino Monasterio San Andrés de Roma, del que fue prior. Pero vayamos por partes.
En Inglaterra ya había penetrado el cristianismo con la llegada y establecimiento de las legiones romanas, según se desprende de los testimonios de Tertuliano y Orígenes. Pero al llegar el s. V empezaron las legiones a retirarse de la región, y sus aborígenes bretones (en buena parte cristianos) se vieron acosados por los pictos y escoceses, no dudando en pedir auxilio a los sajones del norte de Alemania.
Efectivamente, hacia el año 449 entraron los sajones por la isla de Thanet, y rápidamente fueron conquistando toda Gran Bretaña, obligando a refugiarse a todos los indígenas (pictos, escoceses e incluso bretones) en los territorios occidentales de la isla. En esta situación, un buen número de bretones emigraron al norte de Francia (al que dieron el nombre de Bretaña), mientras que el resto se quedaron reducidos a los territorios de Gales y Cornualles.
Aquí levantaron los bretones florecientes monasterios a inicios del s. VI, bajo excelentes príncipes cristianos y grandes obispos, como San David de Menevia (ca. 544), San Paterno, San Udoceo y otros. Mas su odio hacia los anglosajones fue creciendo sin cesar, de tal manera que ese motivo imposibilitó cualquier intento de evangelización.
De este modo, el pueblo anglosajón persistía en el paganismo, y en las 7 provincias en que se había dividido Gran Bretaña, el cristianismo había prácticamente desaparecido (salvo en el ducado de Kent, en que su joven rey Ethelberto, aunque pagano, había tomado por esposa a la cristiana Berta, hija del rey merovingio de Francia).
Tal vez este hecho fue el que suscitó en el papa Gregorio I Magno la idea de la evangelización de Gran Bretaña. El hecho es que Gregorio I dio orden al presbítero Cándido (administrador suyo en los territorios provenzales) para que le suministrara algunos esclavos anglosajones (muy abundantes entonces en el puerto de Marsella).
El plan de Gregorio I era educar a dichos evangelizadores en los monasterios de Roma, y enviarlos luego a evangelizar a sus compaisanos de Gran Bretaña. Y el momento elegido fue la muerte del rey de Austrasia y la subida al trono de Brunequilda (ca. 596), tan adicta a los planes de San Gregorio Magno.
Efectivamente, ese mismo año 596 escogió Gregorio I al abad Agustín, bien conocido por la solidez de sus virtudes y su espíritu emprendedor, para que, acompañado de un buen número de monjes misioneros, acometiera aquella gloriosa empresa: la conversión de Inglaterra. Escogidos, pues, los 39 monjes que debían acompañarle, partieron todos de Roma en la primavera del 596 en dirección terrestre a Gran Bretaña y bien provistos de cartas de recomendación (para los futuros obispos y reyes).
Llegados a la Provenza (Francia), se detuvieron unos días en el Monasterio de Lerins, donde fueron magníficamente acogidos por su abad Esteban, el obispo de Aix (Protasio) y el patricio Arigio. Y allí tenemos a Agustín, preparando ansiosamente todo lo necesario para la empresa, mientras sus compañeros escuchaban las espantadoras descripciones que los monjes de Lerins le ofrecían (sobre las crueldades anglosajones).
Pasaron el invierno en Autum, siguieron luego por Orleans y Tours, y finalmente se embarcaron a la mar con algunos intérpretes, rumbo a Gran Bretaña.
Era la hora señalada por la Providencia. En la primavera del 597 Agustín y su ejército de monjes desembarcaba en la isla de Thanet, en el mismo lugar donde 150 años antes habían desembarcado los invasores. Comenzaba la 3ª conquista de Inglaterra (tras la 1ª romana y 2ª anglosajona): la cristiana.
Las crónicas antiguas se complacen en presentarnos a la figura, casi gigantesca, de Agustín, que sobresalía por encima de todos los demás. Al acudir el rey Ethelberto a su llamada, los misioneros aparecieron ante él llevando por delante una gran cruz y recitando procesionalmente las letanías. Impresionado el rey ante aquel espectáculo y ante la petición que se le hacía de que se les concediera amplia libertad para predicar el evangelio, quiso primero escuchar una exposición sumaria sobre la doctrina cristiana y la obra redentora de Jesucristo, y luego concedió generosamente lo que le suplicaban.
Agustín y sus compañeros pusieron al punto manos a la obra. Dirigiéronse a Dorovernum (o Canterbury, capital del reino de Kent), y allí, junto a la Capilla de San Martín (del capellán de la reina Berta, Liudardo) establecieron su 1ª residencia. El pueblo acudía espontáneamente a la explicación del evangelio de Cristo, y al ver el admirable ejemplo de Agustín y sus compañeros, se sentían impulsados a la doctrina.
La 1ª conversión insigne fue la del mismo rey Etelberto I de Kent, preparada ya por su suave y cristiana esposa Berta (hija del rey merovingio Cariberto I de París, y santa canonizada). A lo que había que unir el trabajo silencioso de su capellán, que tras instruirlo convenientemente, le otorgó las aguas del bautismo, el 2 junio 597.
Con todo esto se fue preparando el gran acto de Navidad del 597, que marca el punto de partida de la conversión, en masa, del pueblo anglosajón. Con su acostumbrada prudencia, Etelberto quiso dejar en plena libertad a todos sus súbditos, y así gran número de nobles, guerreros y masas del pueblo continuaron recibiendo la instrucción necesaria.
Hasta que el 25 diciembre 597 se celebró, con gran solemnidad, el bautismo de 10.000 anglosajones. Entre esta multitud de nuevos cristianos se hallaban muchos miembros de la más elevada nobleza de Kent. El celo apostólico de Agustín recibía su 1ª recompensa. Con esto quedaba él consagrado como el apóstol de los anglosajones, el apóstol de Inglaterra.
Fácilmente se comprende la inmensa alegría que experimentó Gregorio I al recibir la noticia de todos estos acontecimientos de boca del presbítero Lorenzo y del monje Pedro, enviados expresamente a Roma por Agustín. Su ensueño era ya una realidad.
Sin poder contener su entusiasmo, Gregorio I escribió al punto a su amigo Eulogio (patriarca de Alejandría), dándole cuenta de tan halagüeñas noticias. Así mismo, dirigió sendas cartas de congratulación a sus colaboradoras Brunequilda (reina de Austrasia) y Berta (esposa de Etelberto, de Kent). Pero, sobre todo, escribió a Agustín, héroe principal e instrumento de Dios en la conversión de Inglaterra.
Por su parte, Agustín procuró llevar adelante la obra comenzada. Para ello, sea antes del gran acto de las Navidades, sea poco después de él, se dirigió a Francia, y allí recibió del obispo de Arlés la consagración episcopal. Por otra parte, el presbítero Lorenzo y el monje Pedro volvieron pronto de Roma cargados de reliquias, instrumentos del culto y libros religiosos, que fascinaban a los pueblos recién convertidos; pero, sobre todo, traían consigo nuevos misioneros, que el papa enviaba a Inglaterra.
Etelberto I de Kent, por su parte, colaboraba a esta grandiosa obra de Agustín. Hizo donación de su propio palacio, que al punto fue convertido en monasterio y residencia del obispo. En lugar de un templo pagano, hizo levantar la Iglesia de San Pancracio, y no lejos de allí hizo construir la Abadía de San Pedro y San Pablo (futura tumba de los reyes y obispos de Kent). En el interior de Kent, mandó edificar la Basílica de Cristo, en memoria de la Basílica Laterana de Roma.
De este modo, la obra de Agustín realiza rápidos progresos. Por esto, el año 601 envía de nuevo a Roma a sus legados (Lorenzo y Pedro) para informar ampliamente al papa y pedirle nuevos misioneros e instrucciones. A todo ello accede Gregorio I, lleno de comprensión y entusiasmado ante el heroísmo de aquellos abnegados apóstoles.
Una nueva expedición de 12 misioneros sale de Roma para Inglaterra en junio del 601, bajo la dirección de Melitón y con las respuestas del papa a la multitud de consultas hechas por Agustín sobre los órdenes disciplinario y litúrgico.
Respecto de los templos, le aconseja el papa, "no conviene derribarlos, sino solamente los ídolos en ellos existentes". De un modo semejante, y por lo que se refiere a las costumbres nacionales, "como hay costumbre de hacer sacrificios de bueyes a los demonios, es conveniente cambiarla en una fiesta cristiana, así como las fiestas de la Dedicación y de los Mártires podrían ser celebradas por medio de banquetes fraternales".
Junto con estas instrucciones, los nuevos misioneros y legados del papa traían a Agustín otras misivas importantes. En 1º lugar, le entregaron de parte del papa el palio arzobispal, junto al nombramiento como primado de todas las iglesias de Inglaterra. Y como complemento de todo, enviaba el papa un plan completo de la organización jerárquica de toda Gran Bretaña (o la Heptarquía, que es como se la llamaba).
Ante todo, Londres y York (ya desde los bretones sedes episcopales) eran constituidas en metropolitanas para el sur y norte de Inglaterra, y a cada una se le asignaban 12 sedes episcopales sufragáneas.
Tal fue el conjunto de las instrucciones y disposiciones enviadas por Gregorio I a Inglaterra, el año 601. Indudablemente, las disposiciones sobre la organización jerárquica eran prematuras. Pronto se vio que, en lugar de Londres, era preferible erigir a Canterbury como metropolitana (así como primada de Inglaterra). Con el entusiasmo y el optimismo suscitado en Roma por los triunfos obtenidos, fácilmente se imaginaban que la conversión de toda la Heptarquía era cuestión de poco tiempo. Mas la realidad enseñó que el asunto debía ir avanzando lentamente.
Así pues, mientras los demás misioneros continuaban avanzando en la evangelización del territorio británico, Agustín empezó a realizar las tareas, por decirlo así, de carácter más diplomático, como único obispo de Gran Bretaña.
Concibió en 1º lugar el plan de entrevistarse con los dirigentes de la Iglesia bretona, con el fin de llegar a un acuerdo y obtener de ellos gran abundancia de misioneros. Le era bien conocido el odio existente entre las 2 razas, pero era necesario intentar la unión, con la esperanza de que el espíritu cristiano se sobrepusiera a todos los rencores nacionales. Llegóse, pues, el mismo año 601 a una asamblea entre Agustín y los obispos y literatos bretones (representantes de su pueblo), tenida lugar en el bretón Monasterio de Bangor.
Agustín se presentó como legado pontificio, y pidió únicamente estas 3 cosas: que renunciaran a su cómputo pascual, que siguieran el rito romano en la celebración del bautismo (dejando un conjunto de ceremonias especiales usadas entre ellos) y que trabajaran con los romanos en la evangelización de los anglosajones. Pero fue imposible el acuerdo. Ni podían avenirse a reconocer la autoridad superior de Agustín, ni a abandonar sus ritos llamados culdeos, y mucho menos a evangelizar a sus mortales enemigos (los anglosajones).
Reducidos, pues, a sus propias fuerzas, Agustín y sus compañeros se lanzaron con nuevos bríos al trabajo de misionización. En 604, a la muerte de Gregorio I Magno, se pudo establecer un 2º obispado en Rochester (con su 1º obispo, Justo, quien inició sus ministerios en una humilde iglesia con el título de San Andrés).
Al mismo tiempo se organizó un 3º obispado en Londres, mientras se iniciaba la evangelización de Essex. En efecto, Londres era la capital de la provincia o reino de Essex, y allí residía su príncipe Sébert (sobrino de Etelberto de Kent). Envíale éste algunos misioneros, a cuya cabeza iba Melitón (a quien se nombró obispo de Londres). El mismo Etelberto sufragó los gastos para la construcción de la 1ª iglesia (dedicada a San Pablo), con todo lo cual se inició la misión de Essex (que poco después fue tomando rápido incremento).
Hasta este punto llegó la obra de Agustín en la conversión de la Gran Bretaña sajona. Al morir él en mayo del 605 sucedióle su discípulo predilecto Lorenzo, consagrado por él poco antes de morir. El territorio de Kent quedaba convertido en una buena parte, y se había iniciado la conversión de Essex. Además del obispado de Canterbury, Agustín dejó también implantados los obispados de Rochester y Londres.
No era muy grande la extensión alcanzada por las conversiones anglosajonas, pero la semilla estaba echada. Aun estos territorios evangelizados tuvieron que atravesar una difícil prueba; pero la semilla se desarrolló después hasta llegar, durante todo el s. VII, a la conversión de toda la Heptarquía. La encarnizada oposición entre los bretones y los anglosajones continuó durante largos años, hasta que el 664 se llegó a la definitiva unión, si bien a costa de alguna escisión dolorosa.