30 de Marzo

San Juan Clímaco

Juan Roig
Mercabá, 30 marzo 2024

         El monte Sinaí, de tantos recuerdos bíblicos, forma un macizo de cumbres y valles pedregosos y resecos sin apenas vegetación. Cuando lo visitó la viajera y poeta Eteria de Galicia (ca. 382), el Sinaí estaba poblado de monjes. Eteria vio varios monasterios, capillas custodiadas por monjes, cuevas en las que moraban anacoretas y "una iglesia en la cabeza del valle, delante de la cual hay un amenísimo huerto con agua abundante, en el cual está la zarza de Moisés".

         Aún se conserva allí el Monasterio de Arbain (llamado "de los 40 mártires", porque a finales del s. IV los beduinos asesinaron en aquel lugar a 40 monjes). Mas la iglesia de que nos habla Eteria es, sin duda, la que hizo edificar Santa Elena en el s. IV, y que el emperador Justiniano fortificó el 527, junto a la fortificación que hizo del Monasterio de Santa Catalina (llamado así porque guarda las reliquias de la santa alejandrina, desde siglos atrás) y de otros monasterios sinaítas (para proteger a los monjes de las incursiones de los beduinos, de los desiertos cercanos).

         El Monasterio de Santa Catalina, único que ha mantenido la vida monacal hasta hoy día, está situado a más de 2.000 m. altura, al pie del Djebel Musa (o monte de Moisés). De la parte trasera del monasterio arranca un caminito escarpado, con 3.000 peldaños labrados en la roca y que lleva a la cumbre. Vive en él una comunidad de monjes ortodoxos griegos, y guarda una famosa biblioteca con 500 manuscritos antiguos (incluido el Códice Sinaítico, del s. IV y con todo el NT y la mayor parte de la versión griega del AT).

         Pues bien, el recuerdo de Moisés y de Elías (a quienes había hablado Dios en aquel monte) atrajo a muchos anacoretas a aquellos monasterios. Y tras la legislación que Justiniano había dado a los monjes, éstos vivían en recintos cerrados, y sólo se permitían la vida solitaria dentro de la clausura. Cada monasterio se regía a su modo (con su propia Regla particular), y era de común acuerdo la inspiración espiritual en los escritos de San Basilio Magno.

         En este ambiente discurrió la vida de San Juan Clímaco, el más popular de los escritores ascéticos de aquellos siglos por su famosa obra Escala del Paraíso. Los pocos datos biográficos que han llegado a nosotros los sabemos principalmente por el cronista Daniel, el cual vivía en el cercano Monasterio de Raytun, situado hacia el mar Rojo. Daniel redactó la Vida de Clímaco poco después de su muerte, y con dichas pinceladas biográficas encabezó la edición de la principal de las obras de su biografiado: la Escala del Paraíso.

         Juan Clímaco nació el 575 en Siria, en el seno de una familia que le dotó de una excelente formación cultural. Cumplidos los 16 años decidió hacerse discípulo del abad Martirio, que daba sus lecciones en el Monte Sinaí en la 2ª mitad del s. VI y la 1ª mitad del s. VII. Y ni los bienes de su casa (que eran muchos) ni su porvenir halagador (gracias a su educación distinguida) fueron obstáculo para emprender una vida humilde y austera.

         Todo lo fue olvidando heroicamente bajo las instrucciones de su excelente maestro, y tras 3 años de noviciado (el tiempo que preceptuaba la Regla) entró en su comunidad de monjes, del Monasterio del Sinaí. Desde el 1º momento, la obediencia y el estudio fueron su divisa. A este respecto, el cronista Daniel afirma escuetamente que Juan era "monje sumiso e instruido en letras".

         Unos 12 años después murió el maestro Martirio, y Juan se retiró al extremo del monte, a unos 100 m. de una ermita. Allí vivió más cerca de Dios, en un antro angosto (o celda natural) donde, durante muchos años, prolongó sus oraciones, contemplaciones, penitencias y lágrimas. Allí aprendió lo que años después aconsejaría al abad de Raytun, en una carta que se ha conservado: "Entre todas las ofrendas que podemos hacer a Dios, la más agradable a sus ojos es la santificación del alma, por medio de la penitencia y la caridad".

         Allí venció al demonio de la gula (comiendo poco) y de la vanagloria (comiendo sólo lo que permitía la Regla), pasando 40 años ajeno a la desidia y entregado al estudio y al trabajo, a la larga oración y al breve sueño, y siempre benigno con los visitantes molestos.

         Al principio vivió completamente aislado. Mas corrió la fama de su erudición y santidad, y varias personas iban a él en busca de consejo. Juan las instruía con toda caridad; porque, como dejó escrito, "quien con sus enseñanzas puede contribuir a la salvación de sus hermanos y no les reparte con plenitud de caridad la ciencia que haya recibido, tendrá el castigo del que oculta el talento debajo del celemín".

         No faltaron envidiosos que le tildaron de charlatán por lo cual él mismo se impuso la penitencia de no enseñar con palabras sino con obras de penitencia, dulzura y modestia. Ello duró hasta que los mismos que le habían difamado fueron a rogarle que renovara sus divinas instrucciones. No estuvo a refugio de las tentaciones, sino que pasó momentos de tristeza y desaliento con ganas de echarlo todo a rodar. Pero se tranquilizaba luego, pensando en que agradaba a Jesucristo y que muchos habían llegado a la santidad por aquel camino.

         Cuando murió el abad de Monte Sinaí, los monjes fueron en busca de Juan y le rogaron que aceptara el cargo de sucesor. Clímaco opuso excusas y resistencias, pero los monjes no cejaron hasta que aceptó y se fue al monasterio con ellos. No se habían equivocado: Juan desempeñó el cargo con sabiduría, bondad de carácter y vida ejemplar.

         Siendo abad del Monte Sínaí, terminó de redactar Escala del Paraíso, fruto de su larga experiencia ascética. Se compone de 30 grados, que son otros tantos capítulos en donde Clímaco explica, en forma de aforismos y sentencias, las virtudes del monje y los vicios que deberá vencer. El estilo es claro y sencillo, está al alcance de todos y se sirve de ejemplos vividos en los monasterios.

         Así, nos dice Clímaco que, edificándole la virtud del monje cocinero, le preguntó una vez cómo podía andar recogido en todo momento, con una ocupación tan material. El cocinero le respondió: "Cuando sirvo a los monjes me imagino que sirvo al mismo Dios en la persona de sus servidores, y el fuego de la cocina me recuerda las llamas que abrasarán eternamente a los pecadores".

         En efecto, los primeros grados de la Escala del Paraíso son: 1º la renuncia (a la vida del mundo, a los afectos terrenos, al afecto de los parientes), 2º la obediencia, 3º la penitencia, 4º el pensamiento de la muerte o don de lágrimas, pues como él dice, la tristeza debe causarnos alegría:

"Carísimos amigos, en la hora de la muerte, el juez soberano no nos echará en cara el no haber obrado milagros, o no haber sabido sutilizar en materias elevadas de teología, como tampoco el no haber llegado a un elevado grado de contemplación, sino de no haber llorado nuestros pecados de modo que mereciésemos el perdón".

         Los grados siguientes son: 5º la dulzura (que triunfa sobre la cólera, olvidando de las injurias y huyendo de la maledicencia), 6º la caridad, 7º el silencio (porque el mucho hablar lleva a la vanagloria), 8º la verdad (huyendo de la hipocresía), 9º la prontitud (combatiendo el fastidio y la pereza, puesto que esta última "destruye por sí sola todas las virtudes"), 10º la templanza (porque el golosinear es una "hipocresía del estómago, el cual dice que se va a saciar con aquello y no se sacia"), 11º la castidad (contentando la intemperancia, que es de donde viene la impureza), de la que dice que:

"La virtud de la castidad es un don de Dios, y para obtenerlo conviene recurrir a él, pues a la naturaleza no la podemos vencer con sólo nuestras fuerzas".

         Siguen los grados que tratan de: 12º la pobreza (oponiéndose a la avaricia), 13º la humildad (impidiendo el "endurecimiento del corazón, que es la muerte del alma"), 14º la vigilia (sabiendo dominar el sueño y el afeminamiento), 15º la dulzura (del alma, llevando una vida interior, de paz y recogimiento), 16º las virtudes (sobre todo las teologales, de las cuales hay que vivir).

         Movido por una caridad operante, hizo Juan Clímaco edificar una hospedería para peregrinos a poca distancia del monasterio. Enterado de lo cual el papa Gregorio I Magno, quiso ayudarle enviándole una cantidad junto con una carta (que se ha conservado, y en la que se encomienda a sus oraciones).

         Bajo la dirección de Clímaco, los divinos oficios duraban 6 horas. El resto del día, sus monjes lo ocupaban en el trabajo manual y en el estudio. Se tejían sus propios vestidos: túnica burda de pelo de cabra o de borra, ceñidor, manto y sandalias. Preparaban pergaminos, transcribían e iluminaban códices. Comían una sola vez al día y practicaban extremado ayuno en Cuaresma y Adviento. La caridad en forma de hospitalidad era característica de los monjes, pues junto a cada monasterio estaba la hospedería para peregrinos y viajeros.

         Y con la misma simplicidad que había vivido, murió Juan Clímaco. Era el 30 marzo 649. Su Escala del Paraíso se hizo pronto famosa, siendo copiada y leída en todos los monasterios del Sinaí, traduciéndose al latín y bajo sobrenombre de Clymax (lit. Escalera), que fue lo que dio sobrenombre a Juan. También hubo quien le llamó Juan el Escolástico (por sus muchos conocimientos), y hoy día es Juan Clímaco uno de los Santos Padres de la Iglesia griega.

 Act: 30/03/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A