3 de Diciembre
San Francisco Javier
León
Lopetegui
Mercabá, 3 diciembre 2025
Semblanza
El 3 diciembre 1552 moría frente a la costa china, en una choza de la isla de Sancián, San Francisco Javier. La noticia de este hecho, que tanto suponía para la marcha de las misiones asiáticas, llegó a Roma casi 3 años después, en febrero de 1555 como un rumor no confirmado, y en octubre como un hecho cierto. Fue entonces cuando se prepararon los detalles de su traslación (desde Sancián a Malaca, y de ésta Goa), hasta que hallaron en la orilla de la playa su cuerpo incorrupto, y el nombre de Javier empezó a tener resonancia apostólica en la Iglesia mundial.
Pero ¿quién era aquel misionero, y qué hazañas empezaron a circular por doquier?
Nació en 1506 en el Castillo de Javier (Navarra), a 8 km de Sangüesa y a 54 km de Pamplona. Situación estratégica en la Edad Media, salvando los pasos de la ribera de Navarra al valle del Roncal a través del puente de Yesa, en uno de las márgenes del río Aragón
Pertenecía a una de las más distinguidas familias del reino navarro. Su padre, doctor por Bolonia en ambos derechos, era uno de los principales personajes de Navarra, y unía en sí la rama de los Jaso de Ultrapuertos con la de Atondo (del señorío de Idocin). Su madre provenía del valle del Baztán, y mantenía en su heredad el condado medieval de Javier (de su familia desde 1263), como heredera de los Azpilicueta.
Su 1ª formación dependió principalmente de la Abadía de Javier, así como de su familia en aquel castillo solitario, especialmente de su madre. Porque su padre, muerto cuando Javier contaba 9 años, había estado ausente largas temporadas en Pamplona, o en cortes extranjeras por los asuntos de Navarra.
El acontecimiento que influyó especialmente en la orientación de su carácter, y de sus aspiraciones, fue la ruina de las instituciones políticas de Navarra, bajo las que había nacido y por las que había luchado tanto su familia. Y la ruina de su castillo de Javier, rebajado a la categoría de mansión señorial de tipo agrícola, en vez de ostentar las viejas almenas guerreras de sus enhiestas torres.
Es indudable que todo ello influyó en su marcha a la Universidad de París en 1525, al terminar las guerras en que participaron sus hermanos, y al asentarse sobre nuevas bases el destino de los Javier, reconociendo el nuevo orden de cosas.
Los 11 años de París (1525-1536), como estudiante y como maestro algún tiempo, marcaron la etapa decisiva de la vida de Javier. Hoy se conoce con profusión de datos la vida universitaria parisina, así como el funcionamiento de sus colegios (divididos por naciones) y los nombres de sus profesores, dentro de aquella masa universitaria dentro del recinto de París.
Los estudios duraban alrededor de 11 años. Javier escogió el Colegio de Santa Bárbara, fundado en 1520 bajo la protección del rey de Portugal, y en el que concurrían estudiantes de Portugal y España. Comenzó sus estudios como porcionario (que se pagaba toda la pensión), con un fámulo a su servicio y un caballo para sus deportes y utilidad.
Por octubre de 1525 entró en las aulas universitarias, se graduó en Letras en 1526, se licenció en Filosofía en 1530, obtuvo una clase de Filosofía en el Colegio Dormans-Beauvais de París y prosiguió sus estudios teológicos hasta finales de 1536, en que partió para Italia para unirse al grupo de San Ignacio.
En París luchó Javier contra las ideas filosóficas y teológicas del naciente protestantismo, y mantuvo una estrecha relación con sus compañeros de estudio, principalmente españoles. Como coronación de todo, su trato con Ignacio de Loyola le llevó a cambiar sus aspiraciones terrenas por el mundo del apostolado, trasladando a éste último su ardor brioso de sangre. Pues Ignacio vino a vivir providencialmente en la misma cámara que el valenciano Juan de la Peña, el saboyano Pedro Fabro y el navarro Javier. Y supo ganárselos a todos ellos.
En 1534 Javier estaba ganado, y, aun antes de hacer el mes de ejercicios espirituales, se alistó en el pequeño escuadrón ignaciano de los primeros votos de Montmartre, el 15 agosto 1534.
Javier completó su formación espiritual junto a Ignacio en Italia, gustando el más puro catolicismo junto a la cátedra de San Pedro, recibiendo las sagradas órdenes en Venecia y ejerciendo de secretario de San Ignacio en Roma, en unos años en que la Compañía estudiaba su futuro régimen y status de vida, tras fallar sus planes de trasplantarse a Tierra Santa y Jerusalén. En todo ello ofreció Javier una admirable disposición para toda clase de apostolados, y empezó a aparecer su don de gentes y capacidad para la heroicidad.
Los acontecimientos que precipitaron su vida estaban llamando ya a la puerta de su habitación, y venían con una palabra insospechada: las Indias. En efecto, cierto día se presentó ante Ignacio el embajador de Portugal (Pedro de Mascareñas) con un encargo del rey (Juan III de Portugal), que deseaba consolidar sus empresas oceánicas y que quería imprimir a todas ellas una vigorosa evangelización, desde la India hasta China, pasando por todas las islas y factorías portuguesas. Y lo hacía por insinuación de Diego de Gouvea (regente del Colegio Santa Bárbara de París), que había conocido la Compañía de alumnos que allí Ignacio había ido creando.
Descartado el inicial candidato Bobadilla (por asuntos ajenos), decide San Ignacio proponer a Pablo III como candidato para las Indias Orientales a Francisco Javier. Y al día siguiente (16 marzo 1540) partía Javier rumbo a Lisboa, tras firmar los documentos de la nueva Compañía de Jesús y la elección de su primer general.
Atraviesa Javier Italia, Francia y España, renunciando a saludar a sus parientes y llegando lo antes posible a Lisboa. Allí vivió durante 9 meses en la corte, ganándose la estima del rey Juan III e informándose de todo lo referente a la situación portuguesa en sus colonias, así como aprendiendo el portugués. Hasta que el 7 abril 1541 se embarca para Goa, capital lusa en la India.
En la expedición lleva a su servicio al padre Rodríguez, amplísimas facultades otorgadas por Juan III y varios breves pontificios encargados por Pablo III. Pues Javier no es un misionero más que va al Oriente a misionar, sino que va como nuncio (legado del papa) de Asia con la misión de implantar nuevas diócesis y coordinar los misioneros, desde el cabo de Buena Esperanza (Suráfrica) hasta el último límite de los protectorados portugueses en las Indias orientales (Taiwán y Nueva Guinea). Y todo ello de una vez para siempre, sin comunicación directa o permanente con la Santa Sede.
Esto influyó en el deseo de Javier de conocer personalmente aquellas nuevas cristiandades, fundadas ya o posibles y ver sobre el mismo campo las posibilidades de dilatar la fe. Su carácter de nuncio, más que ligarle a un sitio, le impulsaba a recorrer, explorar y evangelizar aquel vasto territorio, Algo parecido le sucedía en su cargo de superior de la nueva Orden religiosa en las mismas tierras. Con tan pocos sujetos al comienzo, era él el que debía dar el ejemplo de las virtudes apostólicas y señalar los emplazamientos de los centros misionales.
Y algo parecido podríamos decir con respecto al rey de Portugal, que, prendado de sus virtudes y cualidades, deseaba que fuera una especie de visitador privado y oficioso de la vida religiosa de los establecimientos lusitanos del Oriente. Su correspondencia demuestra cómo ejercitó esta labor, con valentía apostólica por un lado y con escrupulosidad independiente y cautelosa por otro. Aun así no siempre consiguió el auxilio que el rey ordenaba darle a todos sus gobernadores para cosas de apostolado y evangelización.
Francisco llegaba a Goa con la idea de marchar cuanto antes al cabo Comorín y costa de Pesquería, donde el gobernador general que le llevaba en su flota (Martín Alfonso de Sousa) había conseguido establecer una misión de cristianos en un mando anterior. Sousa le habló de la empresa varias veces durante el viaje marítimo, y en cuanto transcurrieron en Goa los primeros 5 meses durante el monzón que interrumpía las navegaciones, pasó a aquella tierra, cuando sus compañeros de viaje dejados en Mozambique llegaban a Goa a continuar las empresas allí por él iniciadas.
En Goa, lo mismo en la primera ocasión que en las otras varias que tuvo que volver a ella para gobernar a los suyos, tratar con las autoridades eclesiásticas y civiles o fundar las primeras casas de su Orden, su celo se impuso en la ciudad con sus predicaciones, catecismos por las calles, plazas e iglesias y su dirección espiritual. Todo esto se comprueba en las cartas de sus contemporáneos: el obispo, algunos sacerdotes religiosos y empleados civiles.
Desde fines de 1542 a 1545 trabajó en aquellas regiones de Malabar y Travancor, su 1ª gran misión viva. El movimiento de reagrupación de los cristianos, bautismo de neófitos, composición de catecismos... fue extraordinario. El fracaso de sus planes sobre Ceilán, por culpa de algunos mercaderes portugueses, y la noticia de las perspectivas que se abrían para la fe en las Molucas, le determinó a ir allá después de dejar algunos compañeros en la Pesquería.
Pasado algún tiempo junto al sepulcro de Santo Tomás en Meliapur, llegó a Malaca en septiembre de 1545 y evangelizó a toda clase de gentes en la ciudad y contornos durante algunos meses. Siguió al Maluco y misionó las islas de Amboino, Ceram y otras vecinas, cumo luego Ternate, Tidore, las islas del Moro, con igual fruto y conmoción espiritual.
Vuelto a Malaca en 1547 a buscar compañeros para aquella nueva misión, se encontró en aquella ciudad con unos japoneses que le esperaban. Esto varía el rumbo de los acontecimientos y, arreglados los asuntos de la India, penetra en el Japón el 15 agosto 1549, en una misión que desde el primer momento ejerce en él una especie de fascinación cautivadora.
Vuelve a la India y Goa, visita algunas residencias, resuelve nuevas fundaciones, se entera de grandes noticias de Europa (Trento, Roma, Alemania...). Recibe el nombramiento de provincial y, en vez de volver al Japón (según tenía pensado), decide internarse en China.
Frustra sus intentos de establecer allí una embajada virreinal el capitán mayor de Malaca, y entonces decide embarcarse él solo hacia Sancián. Lo cual consigue, arribando a sus playas con apenas 46 años y todo un Imperio chino inescrutado por delante. No obstante, una pulmonía corta el vuelo a sus alas, y eleva en aquellas misma playa su alma a Dios.
Se ha hablado que pecó Javier en este asunto (de China) de aventurero e impetuoso, así como de poco constante (por no permanecer más tiempo en Japón). No obstante, nunca dejó Javier un campo roturado por él sin dejar a otros que siguieran la obra, y de vez en cuando volvía a visitarlo. Y atendió otras partes, al mismo tiempo, adonde él no llegó personalmente. Luego todas sus misiones se mantuvieron florecientes mientras él vivió, y sólo algunas decayeron decenios más tarde a causa de las persecuciones.
En cuanto a sus objetivos prioritarios, fomentó Francisco Javier el clero indígena, la enseñanza y los catecismos. Y su salud, sus conocimientos, sus dones de trato personal, su valor a toda prueba y, sobre todo su santidad, superaron todos los obstáculos. Consiguió dejar cristiandades en todos los puntos estratégicos del Extremo Oriente, ampliar el conocimiento de todas aquellas regiones, y forjar en el Oriente lo que San Pablo había hecho en el Occidente.
No es extraño, por lo mismo, que al tener toda Europa noticia de su muerte, empezase a trabajar conjuntamente en las tareas de traslación y sepultura de su cadáver, a elaborar una antología epistolar con todas sus cartas escritas en el Oriente, y a iniciar los primeros pasos para su canonización. Francisco Javier fue beatificado en 1619, canonizado en 1622 y declarado patrono de las misiones orientales (por Pío IX), protector de la Obra de la Propagación de la Fe (por Pío X) y patrono universal de las misiones en 1927 (por Pío XI).
Act:
03/12/25
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