3 de Octubre
San Francisco de Borja
Bernardino
Llorca
Mercabá, 3 octubre 2024
Nació en 1510 en Gandía (Valencia), en el seno de una de las familias más nobles de aquel tiempo. Por su padre (duque de Gandia) descendía de los Borja (familia de los papas Calixto III y Alejandro VI), y por su madre pertenecía a la familia de Fernando de Aragón. Fue educado en medio del regalo y de las competiciones caballerescas (en las que parecía sobresalir), al tiempo que recibía la formación literaria acorde a su estado (y en la que cogió especial gusto por la música).
Contando 18 años de edad fue presentado en la corte de Castilla, y el emperador Carlos I de España y su esposa (Isabel de Portugal) quedaron prendados por su destreza y buenas maneras, así como por no estar todavía corrompido en su interior, como el resto de sus colegas.
Con 19 años fue nombrado marqués de Lombay, y se casó con la portuguesa Leonor de Castro, modelo de elegancia y de recato. Con 20 años, Carlos I de España concede a Francisco de Borja la más absoluta confianza, y éste se hace íntimo amigo del joven príncipe Felipe (futuro Felipe II de España). Más aún, entra en la intimidad de la emperatriz Isabel, de la que se encarga expresamente por deseo del emperador, durante sus frecuentes ausencias.
Los años van pasando, y Borja empieza a aficionarse a leer la vida de San Pablo, el evangelio y las homilías de San Juan Crisóstomo, así como compone algunas obras de música religiosa. Su vida se va desarrollando ordenada y tranquilamente, desde la más completa confianza de la Corona de España, en la que pasa a educar a todos sus príncipes e infantas, enseñando cosmografía y otras materias. Para colmo de felicidad, Dios ha bendecido su matrimonio, y en 1538 nace en Toledo su 8º hijo.
Pero el año 1539 introduce en su vida un elemento de desengaño y desilusión. La ocasión fue la inesperada muerte de la emperatriz Isabel, en la flor de los años y en la plenitud de la grandeza humana. Y si el dolor por la muerte de la emperatriz Isabel sume a Carlos I en un estado de desesperación, produce igualmente en Francisco de Borja una tristeza que le quita el gusto para todo.
Encargado de los funerales por Carlos I, tuvo que acompañar al féretro hasta Granada, en unión con los prelados y grandes de España. El entierro tuvo lugar el 17 mayo 1539, y en él fue donde surgió la vocación de Francisco, pues al echar una última mirada sobre el rostro de aquella mujer (la "mujer más bella del mundo", según el común parecer), experimentó una profundísima sensación de la vanidad mundana, y desde aquel momento se propuso vivir "con el corazón separado, por entero, de toda grandeza humana, para ponerlo sólo en Dios".
Efectivamente, Dios tenía para Francisco otros designios futuros, y se lo hizo ver a sus 29 años. No obstante, eso tendría que esperar, pues por el momento Carlos I lo nombró virrey de Cataluña (ca. 1539), cuya capital era Barcelona.
Borja desempeñó su cargo de virrey de Cataluña con admirable acierto, acabando con el desorden y organizando de tal forma su reino, que su gobierno llegó a ser proverbial. Pero en el fondo, él se sentía completamente transformado, anhelaba convertirse en otro hombre y dedicaba todo su tiempo libre a la oración, según se lo permitían las obligaciones del reino, de su mujer y de sus hijos.
Al morir su padre (ca. 1543), Borja heredó su título de duque de Gandía, y obtuvo el permiso de Carlos I para retirarse con su familia a Gandía, y reorganizar los asuntos ducales familiares. Durante esos 3 años se entregó de lleno a organizar los asuntos de estado de Gandía y Lombay, imprimiendo en ellos diversas obras de piedad y beneficencia.
En 1546 murió inesperadamente su joven esposa Leonor, cuando él se encontraban todavía en la flor de la vida, con 36 años. Y esa circunstancia colocaba al duque en una situación completamente nueva.
Había vivido Borja 17 años en la más completa compenetración con Leonor, y con ella había sacado adelante a sus 8 hijos. Pero esta nueva muerte (tras la de Isabel) suponía un nuevo y cruel desgarro en su vida, y por eso decidió renunciar a todas las dignidades y grandezas del mundo, y retirarse del mundo para entregarse sólo a Dios.
Ya durante su virreinato en Cataluña, había tratado en Barcelona Borja con los padres Araoz y Fabro, y por su medio había conocido a San Ignacio de Loyola y la Orden por él fundada. Y hacía ellos se volvió su pensamiento en estos momentos, llamándolos a Gandía para que abrieran allí un Colegio de la Compañía de Jesús, que finalmente pudo abrirse el 16 noviembre 1546.
Tras una larga conversación con Fabro, realizó Borja los ejercicios espirituales jesuíticos, y en ellos Fabro le animó a entrar en la Compañía de Jesús. Poco días después, volvía Fabro a Roma y entregaba a San Ignacio un escrito del duque de Gandía, en el que éste le pedía formalmente su admisión en la Compañía de Jesús.
San Ignacio de Loyola ratificó su voto, admitiéndolo oficialmente en la Orden. Pero en su carta de respuesta le interpeló de una manera muy particular: "el mundo no tiene orejas para oír tal estampido". Por lo cual le decía San Ignacio a Borja que conservase en secreto su propósito, mientras arreglaba los asuntos domésticos y procuraba sacar el grado de doctor en teología.
Francisco siguió al pie de la letra el consejo de Ignacio, sorteando y quitándose del medio todas sus ocupaciones en las Cortes de Aragón, y al tiempo que San Ignacio conseguía de Pablo II una dispensa especial para Francisco de Borja. Finalmente, el 2 febrero 1548 hizo Borja su profesión solemne en la Compañía de Jesús, y el 31 agosto 1550 obtenía su doctorado en Teología, y se dirigía a Roma como nuevo hijo de la Compañía de Jesús (aunque todavía en secreto, y vestido de duque).
En Roma fue acogido con grande aparato por los representantes del papa, del emperador y de las más significadas personalidades. Pero bien pronto se hizo pública su determinación de vestir la sotana negra de la Compañía de Jesús, y el estupor no se hizo esperar. Con todo, él renunció a los suntuosos palacios que todos le ofrecían, y se retiró a la pequeña residencia de los jesuitas, cerca de Santa María de la Estrada.
De extraordinario fruto para su alma, hambrienta de Dios y de perfección, fueron sus largas conversaciones que tuvo en Roma, durante 4 meses, con Ignacio de Loyola, el consumado maestro de la vida espiritual.
Preparado Francisco de este modo, y bien orientado para la nueva vida que iba a emprender, salió el 4 febrero 1551 de Roma en dirección a España, donde se retiró algún tiempo en Oñate (cerca de Loyola) con el fin de prepararse convenientemente para recibir las órdenes sacerdotales. Habiendo, pues, recibido el permiso de Carlos I de España, hízose rapar la cabeza y cortar las barbas, y se puso definitivamente la sotana de la Compañía de Jesús, después de lo cual fue ordenado sacerdote, el 23 mayo 1551.
Movido por la gran veneración y afecto que profesaba a San Ignacio de Loyola, quiso celebrar en privado su 1ª misa en la capilla del Castillo de Loyola, pero luego celebró otra con gran solemnidad en Vergara, para la cual el papa había concedido indulgencia plenaria. Y fue tal la aglomeración de público (20.000 personas), que se hizo necesario celebrarla al aire libre. Tal era, en efecto, la resonancia que había alcanzado la renuncia del duque de Gandía, que todo el mundo deseaba contemplar con sus propios ojos al duque jesuita, al duque santo.
Y con esto comienza la nueva etapa, fecundísima y definitiva, de Francisco de Borja.
Los 3 años siguientes significan en él la práctica y ejercicio de la renuncia que acababa de realizar. Desde un principio fue para todos, superiores y súbditos, el más perfecto modelo de humildad y de todas las virtudes. Entregóse con toda su alma a los más bajos oficios de barrer, limpiar, acarrear leña y ayudar en la cocina.
Por otra parte, comprendiendo Ignacio, con certera visión, el inmenso fruto que podría hacer Borja con su ejemplo, no quiso asignarle ninguna casa como residencia y le dio la orden de ir por diversas ciudades del Norte predicando al pueblo y dando algunas misiones. Francisco siguió esta indicación de la obediencia y, en efecto, su predicación obtuvo durante este tiempo un efecto extraordinario.
Grandes muchedumbres acudían en todas partes a escuchar sus ardientes exhortaciones, y, ante el ejemplo viviente de su renuncia a todas las grandezas del mundo y de las heroicas virtudes que ejercitaba se resolvieron muchísimos a realizar, a su vez, un cambio de vida. Por esto no es de sorprender que fuera designado al poco tiempo como apóstol de Guipúzcoa.
Después de este aprendizaje de la vida religiosa entra Francisco de Borja en un segundo estadio de la misma. En efecto, conociendo Ignacio, por otra parte, las dotes de gobierno de Francisco, de las que tan claras pruebas había dado en el virreinato de Cataluña y en la administración de sus estados, y, por otra, la necesidad que tenía la Compañía de Jesús en España de un hombre de gran prestigio que la acreditara e introdujera entre los círculos de la más elevada sociedad, nombró a Borja comisario general (ca. 1554), con autoridad superior para toda España y Portugal, que más adelante extendió a todos los dominios de ultramar.
Para el humilde Francisco, que no deseaba otra cosa que ponerse a los pies de todos, y predicar humildemente a Cristo en todas partes, este cargo significaba la mayor contrariedad y mortificación. Mas con la sumisión que sentía hacia San Ignacio, se abrazó desde el principio con la cruz que la obediencia le imponía. De lo pesada que fue para él esta cruz es buen indicio lo que, 10 años después, escribía: "Diez de junio. Hoy, décimo aniversario de la cruz que me impusieron en Tordesillas".
Mas sus dotes de hombre fuerte, rectilíneo, ordenado, emprendedor, que se captaba las simpatías de todos y dominaba fácilmente con la superioridad de su persona: y juntamente el prestigio de que gozaba en todas partes y el ascendiente que le daba el sublime heroísmo de su renuncia y de todas sus virtudes religiosas, todo esto fue produciendo en todas partes un efecto arrollador.
Por esto puede decirse que Francisco de Borja fue prácticamente el verdadero fundador de la Compañía de Jesús en España. Su intensa acción en los viajes, realizados entre España y Portugal, dio como resultado el rápido florecimiento de la Compañía de Jesús en España. En las principales ciudades se solicitaba a la Orden para que se hiciera alguna fundación. A los 7 años se había duplicado el numero de colegios y de miembros de la Orden.
Sin embargo, como sucedió a San Ignacio y sucede siempre a los grandes apóstoles, no pudo faltar la contradicción.
Los prejuicios o celos de algunas personas contra él fueron alimentando cierto ambiente desfavorable. Es cierto que Borja tuvo algunas intervenciones notables entre los elementos más elevados. Y así, en 1555 asistió en sus últimos momentos a la reina de España (Juana I de España), en 1556 visitó al emperador Carlos I en Yuste, y en 1558 hizo su elogio fúnebre en Valladolid. Pero los enemigos de Borja seguían levantando calumnias contra él, y cuando el nuevo rey (Felipe II de España) llegó a España (ca. 1559) y pudo encontrarse con él (tras la infancia que pasaron juntos), la frialdad era palpable (ca. 1559).
Por eso, a instancias el nuevo general de la Compañía (el padre Laínez), Borja dejó España y pasó a establecerse en Portugal (ca. 1560), donde por 2 años realizó un importante trabajo de estabilización y reajuste de la Compañía de Jesús. Hasta que en 1561 es llamado a Roma por el padre Laínez, a instancias del papa Pío IV.
En Roma fue acogido Borja con el mayor afecto, y durante algún tiempo permaneció allí al lado del padre Laínez. Ante todo, dedicóse a la predicación, estando entre sus más asiduos oyentes el card. Borromeo y el card. Ghisleri (futuro Pío V).
Pero bien pronto comenzó a utilizarlo Laínez en asuntos de gobierno, que prepararon poco a poco a Francisco para su futuro cargo de general de la Orden. Más aún, en 1562 tuvo que partir Laínez al Concilio de Trento (en calidad de teólogo pontificio), y Borja se quedó al cargo de la Compañía de Jesús, como vicario general. Finalmente, al fallecer Laínez en 1565, Francisco fue elegido como superior general de la Orden de los Jesuitas.
Durante los 7 años en que Borja gobernó la Compañía de Jesús, podemos afirmar que cumplió plenamente su cometido, contribuyendo de tal manera al perfeccionamiento y crecimiento de la Orden que con razón puede ser considerado como su segundo fundador.
Sus dotes de hombre de gobierno, sus conocimientos y amistades con los principales hombres de estado y dirigentes de su tiempo, el prestigio de que en todas partes disfrutaba, y, junto con esto, su espíritu de trabajo y sacrificio y las heroicas virtudes que ejercitaba, todo esto contribuía a dar una eficacia decisiva a todas las obras y trabajos que emprendía.
Su actuación como general de la Compañía de Jesús se extendió realmente a todos los campos de su actividad, y en todos ellos dejó bien marcada la huella de su eficacia, sirviendo de complemento de la obra de Ignacio. Uno de sus primeros cuidados fue organizar un movimiento en toda forma en Roma, y, tras él, otros semejantes en otras partes. De este modo dio la forma definitiva a los noviciados.
Por otra parte, convencido de que, para asegurar el espíritu religioso, era necesario infundir y practicar el espíritu de oración, procuró fomentarlo en todas las formas posibles y señaló una hora para la oración diaria, así como también el tiempo destinado a las demás prácticas de piedad.
Francisco de Borja fue organizador y promotor de los estudios. Y al ir por vez 1ª a Roma (15 años antes), había mostrado sumo interés por la fundación del Colegio Romano (proyectado por San Ignacio), y con la limosna que entonces dio puede ser considerado como su 1º fundador. Pero ahora, como general, contribuyó a su organización definitiva. Además, construyó la Iglesia San Andrés del Quirinal (donde habrían de distinguirse los novicios San Estanislao y San Luis Gonzaga) y comenzó la Iglesia Gesu de Roma.
De gran eficacia fue la labor de Francisco de Borja en la propagación de la Compañía de Jesús y la extensión de su actividad en todo el mundo. Empleó el influjo que tenía en la corte francesa para obtener una acogida más favorable a los jesuitas en Francia, donde se fundaron en su tiempo ocho colegios. De un modo semejante se fundaron 3 en Alemania, 4 en Italia, 11 en España y otros varios en diversas partes de Europa.
Pero su predilección se manifestó por las misiones. Por esto dio nuevo impulso y reorganizó las del Lejano Oriente y comenzó nuevas empresas en América, constituyendo las provincias de México y Perú, y sobre todo la del Brasil. Su actividad se extendió a otros campos. Así, publicó una nueva edición de las Reglas (ca. 1567) y protegió constantemente a los escritores que comenzaban a dar gran renombre a la nueva Orden.
Pero, aun en el campo de la Iglesia universal, tuvo Francisco un influjo extraordinario. Al lado de Pío V y del card. Borromeo, puede ser considerado como uno de los grandes promotores de la renovación católica. Y fue Borja quien, en 1568, movió a Pío V a crear una cardenalicia Congregación para la Conversión de Infieles.
En estas circunstancias, en junio de 1571, Pío V envió al card. Bonelli a una embajada a España, Portugal y Francia, y suplicó a Borja que le acompañara. De hecho, no se obtuvo con ella gran cosa en los preparativos de una liga contra los turcos; pero mostró el gran prestigio y la eximia virtud de Francisco.
En todas partes acudían a su encuentro las turbas, ávidas de contemplar a un santo. Olvidados los antiguos prejuicios, el mismo Felipe II de España le recibió con los brazos abiertos y muestras de gran afecto, tanto familiar como personal.
Pero la salud de Borja se iba quebrando ya, y las fatigas de los viajes le hacía empeorar a marchas forzadas. La vuelta a Italia se fue haciendo cada vez más fatigosa. Pasó el verano de 1572 en Ferrara, donde su primo (el duque Alfonso) trató de rehacerlo, pero se vio obligado a enviarlo a Roma en una litera de enfermería.
El 3 de septiembre llegó a Loreto, donde Francisco descansó 8 días. Y finalmente llegó a Roma, el día 23. Tras unos días de fatigosa enfermedad, en la que dio los más sublimes ejemplos de humildad y paciencia, Francisco de Borja descansó finalmente en el Señor, en la madrugada del 1 octubre 1572.
De este modo nos dejaba uno de los ejemplos más enigmáticos del desprecio por las vanidades del mundo, y uno de los hombres providenciales que más (o mejores) puertas abrió a la novata Compañía de Jesús. En 1617 fueron trasladados sus restos mortales de Roma a Madrid, donde se conservaron con gran veneración en la iglesia de la Compañía de Jesús. Hasta que un incendio de 1931 los hacen desaparecer casi por completo, y lo poco que pudo salvarse supo conservarse hasta la actualidad.
Act: 03/10/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A