4 de Diciembre
San Juan Damasceno
Manuel
Revuelta
Mercabá, 4 diciembre 2025
Semblanza
Situémonos en Damasco, un jardín entre tierras áridas al que sucesivas oleadas nómadas van entrando a inicios del s. VII, bajo la bandera de la media luna. Hasta que la ciudad se rinde al musulmán (ca. 634), y se convierte en la sede de los califas (ca. 661).
En este ambiente nace el año 675 Juan Damasceno, en el seno de una familia con honda raigambre cristiana. Al principio los árabes les dejan cierta libertad, a cambio de que todo cristiano pague debidamente sus impuestos al Islam.
El padre de Juan (Sergio Mansur) ejerce el cargo de logozeta (representante de los cristianos, y encargado de recoger sus impuestos para el califa), y en dicho ambiente familiar (noble y rico) recibe Juan una educación esmerada. Parece que su maestro religioso fue el monje italiano Cosme (cautivo de los árabes), a quien Sergio había redimido para asegurar la formación espiritual de su hijo. Y así, Juan se va haciendo el "hombre perfecto en Cristo".
Su discreción y prudencia le hacen digno de suceder a su padre, ya en temprana juventud, en el cargo de logozeta; pues según las Actas del Concilio VII Ecuménico (ca. 787), Juan había abandonado sus bienes "al ejemplo del evangelista Mateo", así como "prefirió el oprobio de Jesucristo a las riquezas de Arabia, y una vida de malos tratos a las delicias del pecado".
Sin duda, la crisis sacude su ardiente juventud. Pues hacia el 710, los califas empiezan a ensañarse con los cristianos, y Omar II les veda el derecho de ejercer toda función civil. Empiezan a pulular los mártires, y Juan Mansur se encara con la alternativa: o Cristo, o un cargo en la corte árabe. Y como buen soldado de Cristo, no claudica: abandona al mundo y se retira a la Laura de San Sabas, un poblado monástico situado en las cercanías de Jerusalén.
San Sabas pasa a ser para Juan, ya en adelante, su domicilio habitual. Sale a veces (por fuerza de apostolado), pero allá regresa siempre como al lugar de su reposo. Y la cultura literaria y filosófica que ya posee, conforme a su rango en el mundo, le permiten iniciarse rápidamente en los misterios de la teología, hasta llegar a ser un maestro acabado. Pronto recibe la ordenación sacerdotal de manos del patriarca de Jerusalén (Juan IV), de quien él se declara discípulo y amigo íntimo.
El día que recibe la ordenación sacerdotal, siendo ya monje de la Laura de San Sabas, rubrica Damasceno una Profesión de Fe en la que declara: "Me llamaste ahora, oh Señor, por las manos de tu pontífice, para ser ministro de tus discípulos". Y luego: "Me has apacentado, oh Cristo Dios mío, por las manos de tus pastores, en un lugar de verdor, y me has saturado con las aguas de la doctrina verdadera".
En San Sabas, y a través de una vida repleta de silencio, estudio y oración, va ahondando Damasceno en la escuela de los padres griegos. Hasta que Juan IV le nombra predicador oficial de la basílica del Santo Sepulcro. Conserva Damasceno relaciones muy estrechas con el clero de Damasco, y todos los obispos de la Iglesia siria acuden a él como al indiscutible doctor e incansable defensor de la fe.
Su celo no conoce obstáculos. De su larga tarea espigamos algunos datos más salientes. Lo 1º es la herejía iconoclasta. El año 726 el emperador de Bizancio (León III Isáurico) proclama la prohibición de rendir culto a las imágenes, y consiguientemente su destrucción. Y se levanta en su contra la entera Iglesia de Oriente. Es entonces cuando el doctor de San Sabas empieza a despuntar su pluma luminosa, tomando parte en la sentencia de excomunión dictada (por los obispos de Oriente) contra León Isáurico, el año 730.
Pero sobre todo se hace famoso por sus 3 discursos apologéticos, que escribe en nombre del patriarca de Jerusalén, y en los que resume una teología definitiva sobre las imágenes: "Es legítimo su culto, porque el uso secular de la Iglesia no puede engañar". Esta es su regla siempre.
Distingue luego entre el culto de adoración (debido sólo a Dios) y el culto de veneración (rendido a la imagen, no por sí misma sino por lo que representa, en la medida de su relación con Dios), lo cual eliminaba el peligro de desviación idolátrica (ya que el culto convergía siempre en Dios). Ejercen además las imágenes (añade Damasceno) una sana pedagogía, "como un libro abierto y legible por todos, que recuerda la lección del ejemplo, los beneficios de Dios y el fomento de la piedad".
Tras el Cisma Iconoclasta, se sumerge Damasceno en el resto de herejías conocidas en su tiempo, sobre todo las que atañían a la cristología y a la trinidad. Casi siempre por obediencia, y ante la demanda de los obispos, combate Damasceno las herejías nestoriana, monofisita y monoteleta. Y no superficialmente, sino con tratados serios y concienzudos. Abarca también la polémica de las sectas no cristianas, como el maniqueísmo (resurgido entonces con el nombre de paulicianismo) y el islamismo (a pesar del enorme riesgo que eso suponía).
Junto a éstos últimos, el resto de sus escritos son orden puramente dogmático. Al cabo de los cuales, y tras una "ancianidad dichosa y fecunda" (al decir de los Sinaxarios griegos), el año 749 entrega Damasceno su alma a Dios, en el Monasterio de San Sabas.
Tras su muerte, los herejes se ceban con su fama. El emperador Constantino V Coprónimo (ca. 751) cambió su apellido de Mansur (victorioso) por Manser (bastardo), y obligó a su clero a anatematizarlo una vez al año. Y el iconoclasta Conciliábulo de Hieria (ca. 753) decía de él (así como de San Germán y San Jorge de Chipre) que "la Trinidad los ha hecho desaparecer".
Pero pronto Dios volvía por la fama de su campeón. El Concilio VII Ecuménico, que canonizó el culto a las imágenes, le dedicó una "memoria eterna", y rectificó la frase de Hieria por la de "la Trinidad los ha glorificado a los tres".
Muy poco después de su muerte, la Iglesia empezó a rendir culto a su santidad, y su nombre fue insertado en los Sinaxarios griegos. Y con toda verdad, por su amor a la Iglesia, su amor a Dios trino y encarnado, y su amor tiernísimo a la Madre de Dios. Pues San Juan Damasceno fue de los principales defensores, ya en el s. VIII, del dogma de la Asunción de María.
Los griegos solían celebrar su fiesta el 4 de diciembre. Hasta que un 6 de mayo del s. XIII trasladaron su cuerpo desde San Sabas hasta Constantinopla, donde hoy se venera. El 19 agosto 1890 fue proclamado por León XIII doctor de la Iglesia, y fijó su fiesta el 27 de marzo.
Imposible es condensar toda su elegancia doctrinal, aunque sus homilías fueron las que llevaron su sello más personal, con esa rara virtud de ser abundantes y concisas a la vez. Tras ellas, están sus escritos polifacéticos. En exégesis, destaca su comentario completo a las cartas de San Pablo. En ascética, elaboró un estudio sobre las virtudes y los vicios, y otro sobre los pecados capitales.
En su obra Paralelos Sagrados recopila Damasceno textos de la Escritura y de los Padres, con ingeniosos esquemas que permitían entrelazarlos con facilidad. Sus efluvios poéticos descuellan en su Octoejos (8 cantos, correspondientes a los domingos de la liturgia bizantina), así como sus poesías métricas para la Eucaristía, Navidad, Epifanía y Pentecostés.
Aunque, sin duda, su obra maestra es la que lleva por nombre Fuente de la Ciencia, una exposición del dogma católico que parte del símbolo de la fe y va precisando todo tipo de nociones teológicas, históricas y filosóficas, a través del prisma de las herejías.
Doctrinalmente, "San Juan Damasceno, es, por excelencia, el teólogo de la Encarnación. Pues ése es el misterio que más extensamente le ocupó, y del que habló en casi todos sus escritos, haciendo al respecto una síntesis verdaderamente representativa de toda la teología griega anterior" (según Jugie). Por su síntesis teológica, se ha dicho que San Juan Damasceno fue para Oriente lo que Santo Tomás de Aquino para Occidente. Pues, sin duda, la influencia del doctor de Damasco fue muy grande en Oriente, como libro de texto obligatorio.
Por la brillantez de su doctrina y la elegancia abundosa de su elocuencia, la tradición apellidaba a San Juan Damasceno el Crisorroas (lit. el que fluye oro), como último Padre de la Iglesia de Oriente. Un río abundante alimentado por 2 fuentes: la tradición eclesiástica (de las altas cumbres de los doctores griegos) y la Sagrada Escritura (o agua que llueve del cielo). Y es que bien sabía Damasceno, porque Dios le había dado a conocer, que esta agua era su única fuerza. Y por eso le concede su más fiel obediencia, y le consagra su vida en servicio pleno y perenne.
Act:
04/12/25
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