4 de Junio
San Pedro de Verona
Casimiro
Sánchez
Mercabá, 29 abril 2023
Nació
en 1206 en Verona (Véneto), hijo de unos padres cátaros que se dedicaban a
avivar en el norte de Italia las viejas doctrinas maniqueas (al igual que los
albigenses hacían en el sur de Francia).
Posiblemente fue producto dicha herejía del signo de su tiempo, pues a la gente le gustaba asistir a las justas y los torneos, y se habían habituado a las batallas militares y escaramuzas intelectuales. Y en el plano religioso, era de ver cómo se congregaban las muchedumbres en la Provenza o el Languedoc, en la Toscana o el Milanesado, para asistir a esa especie de torneo espiritual que eran las disputas religiosas.
Sobre
el estilo de vida de estos herejes
no se conoce más que su puritanismo, su
desprendimiento de los bienes terrenos, su carácter belicoso, su espíritu de
secta, su expansión por toda la cuenca mediterránea (que les hizo llegar hasta
Constantinopla) y su presencia en el Cercano Oriente.
Pero
volvamos a la vida de Pedro, futuro dominico que habría de contrastar la
herejía de sus padres (los patarini, como se les llamaban en Italia) con las mismas armas que
éstos empleaban:
la pobreza y la polémica.
Durante
su infancia, parece ser que los padres de Pedro
buscaron un maestro maniqueo que enseñara al niño las lecciones de la secta.
Hasta que un buen día su tío lo encuentra en la calle (al volver de sus
lecciones) y le pregunta
por la marcha de sus estudios. El pequeño no titubea, y de corrida le recita el Credo,
citando como 1º artículo la refutación maniquea contra la doctrina de un
Dios creador absoluto, de cielo y tierra.
El
tío insiste en que Dios no puede ser autor del mal, pero el pequeño cierra la discusión con unas frases terribles:
"Quien no crea esta 1ª verdad de la fe, no tendrá parte en la salvación
eterna". El anciano tío se emociona por el desparpajo del sobrino, y presiente que de
aquel muchacho podría salir un paladín contra las creencias de la secta. Y advierte de ello a su hermano,
que por el momento no hace caso.
Entre
tanto,
el niño ha crecido, y la Universidad de Bolonia goza del máximo
prestigio. Pedro marcha lleno de ilusiones a la nueva ciudad (no muy lejana de
Verona), y a través de la oración sabe sustraerse al ambiente frívolo
de la vida estudiantil.
Por
aquella época había en Bolonia algo que le daba más fama que la propia
universidad. Era Santo Domingo de Guzmán, anciano ya y rodeado de discípulos, con la
aureola de fundador y martillo de herejes. Y al
convento de los predicadores vuela un día Pedro, doncel de 16 años. Y no se
sabe por que, pide la gracia de recibir el hábito blanco, de las propias
manos de Santo Domingo.
Pedro
se aplicó con entusiasmo al estudio, a la oración y a la penitencia. Sobre
todo a la penitencia, hasta caer enfermo. Hubo que moderar su fervor, y por eso
se le reduce a la oración y el estudio de las Escrituras. Allí aprendió Pedro
el espíritu de la sabiduría y, acabada su formación escolástica,
recibe la ordenación sacerdotal, con el nombramiento de predicador
contra los herejes.
Bolonia,
la Romaña, la Toscana y el Milanesado conocen las primeras andanzas apostólicas del
fraile dominico. ¿Logró convertir a sus propios padres? Lo ignoramos. Lo
cierto es que resultó verdad la predicción del tío. Pedro era el martillo de
los cátaros.
Pero no todo habría de ser aureola de orador y gloria de polemista. La tribulación prensa las almas en el lagar para purificarlas y acercarlas, y en el caso de fray Pedro fue la calumnia. Se le acusó de dar consejos imprudentes en el confesionario, pues un joven que había dado una patada a su anciana madre, el dominico le había recordado el consejo evangélico: "Si tu pie te sirve para pecar córtatelo".
Y el penitente, conmovido, lo tomó
al pie de la letra y se cortó el pie. Ante las críticas de los insidiosos,
Pedro pide a Dios una intervención divina, y trazando
la señal de la cruz sobre la extremidad mutilada del joven, le devolvió el pie a su lugar.
Con
esto creció su prestigio, y originó contra él una acusación peor. Pedro es
un místico y tiene revelaciones de lo alto (según parece, de las vírgenes Catalina, Inés
y Cecilia, que hablan con él en su celda). Los otros frailes han oído extraños
cuchicheos, y sin más llevan la noticia al prior. En público Capítulo es
reprendido Pedro por violar la clausura y hacer penetrar mujeres en su
habitación, y se le exhorta a defenderse. Ante lo cual, fray Pedro se contenta con declararse pobre pecador.
Le
retiran las licencias de confesar y le destierran al Monasterio de
Ancona, donde se entrega en la soledad al estudio y a la oración.
Al
fin la verdad se esclarece, y el propio Gregorio IX, que conoce su ciencia y su
celo, le nombra inquisidor general en 1232. Pedro ataca vigorosamente el vicio y
el error y obtiene ruidosas conversiones en Roma, Florencia, Milán y Bolonia. Y
cuando baja del púlpito se encierra en el confesionario para ponerse en contacto
directo con los fieles (que le exponen sus dificultades) o con los propios
herejes (que piden aclaraciones a sus dudas, antes de decidir la abjuración de
sus errores). Varios milagros autorizan también su predicación.
Célebre
fue el caso de un hereje milanés que quiso desprestigiar el poder taumatúrgico
del inquisidor Pedro. Fingiéndose enfermo hizo que le llevaran a su presencia, solicitando
la salud. Pedro lo comprendió todo y se limitó a decirle: "Ruego al
Creador de todo cuanto existe que, si vuestra enfermedad es cierta, os dé la
salud. Pero si se trata de una farsa, que os trate según vuestros méritos".
Los
efectos fueron inmediatos, y el pretendido enfermo se sintió presa de terribles
dolores, debiendo ser llevado de verdad por los que se prestaron a la hipócrita
comedia. A los pocos días el hereje llamaba humildemente a fray Pedro para
arrepentirse de su pecado y abjurar sinceramente su herejía. Y el siervo de Dios,
viéndole cambiado, hizo sobre él la señal de la cruz, y le otorgó la salud
del cuerpo y del alma.
Otro milagro espectacular fue el que obró con motivo de una disputa pública que había congregado una muchedumbre inmensa en la mayor plaza de Milán. El contrincante, cátaro famoso que ostentaba entre los de su secta la categoría de obispo, viéndose constreñido por la argumentación del religioso quiso alejar de sí la dialéctica de Pedro y dijo:
—Impostor y falsario, si eres tan santo como dice este pueblo del que tanto abusas, ¿por qué consientes que se ahogue con este calor asfixiante? Pide a Dios que una nube le proteja contra el sol.
A
lo que el inquisidor Pedro contestó:
—Lo
haré como quieres, si prometes abjurar de tu herejía.
Entonces
se produjo un gran revuelo entre los partidarios del hereje, pues unos querían
que se aceptase el reto, y otros que prosiguiese la discusión. Al fin fray
Pedro hizo la señal de la cruz y sobre el cielo sereno se dibujó una nube
refrescante, la cual no se disolvió hasta terminar la disputa.
Pero Pedro no trabajaba solamente con la predicación y los
milagros, sino que elevaba al cielo fervorosas oraciones y castigaba su cuerpo con
terribles penitencias. Además, se esforzó en mantener viva la disciplina
religiosa en los conventos de Como, Piacenza y Génova, donde ejerció los
cargos de prior. El claustro era una colmena de estudio y oración.
El
nuevo papa Inocencio IV confirmó a Pedro de Verona en
todos sus poderes (ca. 1243),
y le confió otra serie de misiones especiales. Para empezar le envió a Florencia para examinar los
orígenes y género de vida de los servitas (que con razón le tienen por
2º fundador), emitiendo un informe favorable que influyó en que el papa les
otorgara la aprobación definitiva.
En
1251 fue el encargado de convocar el Sínodo de Cremona, que trabajase en la
extirpación de la herejía.
Ante tanta actividad, los herejes italianos prohibieron a sus adictos acudir a las predicaciones del inquisidor de Verona, y organizaron una conjura para darle muerte. El precio convenido fue de 40 libras milanesas (que depositaron en manos de Tomás de Guissano), y los esbirros encargados de llevar a cabo el crimen fueron un tal Piero Balsamon (apodado el Carín) y Auberto Porro.
El
siervo de Dios tuvo noticia de lo que se tramaba, pero no tomó providencia
alguna, dejando su suerte en las manos de Dios y tan sólo avisando en su sermón del
Domingo de Ramos (24 marzo 1252), ante más de 10.000 oyentes:
"Sé que los maniqueos han decretado mi muerte, y que ya está depositado
el precio de la misma. Pero que no se hagan ilusiones los herejes, pues haré más
contra ellos después de muerto que lo que les he combatido vivo".
Fray Pedro salió de Milán para ir a Como, de cuyo convento era prior. Los conjurados dejaron pasar las fiestas de Pascua, y Carín permaneció 3 días en aquella ciudad. El sábado de la Octava de Pascua (6 de abril, y cuando Pedro retornaba a Milán) salió Carín en su persecución, y al llegar a un bosque espeso (cerca de la aldea de Barsalina) le salió al encuentro Auberto.
Carín
fue el 1º en herir al inquisidor Pedro de Verona, con 2 golpes de hacha en la cabeza. Pedro
comenzó a recitar el Credo en voz alta, y cuando ya las fuerzas le faltaban para
seguir rezándolo, mojó el dedo en su propia sangre y escribió en el suelo:
"Creo". Carín mató al inquisidor con un puñal que le clavó hasta los gavilanes
del corazón, y a su acompañante (fray Domingo) lo dejaron tan mal herido, que
murió pocos días después.
Así
murió Pedro de Verona, proclamando la fe que había defendido toda su vida. Tenía
46 años, y hacía 30 que había profesado en la Orden de Santo Domingo.
Su
cuerpo fue llevado a la Iglesia San Simpliciano de Milán, y poco después
fue enterrado en la dominica Iglesia San Eustorgio de Milán. El asesino Carín, horrorizado de
su crimen, abjuró de la herejía y tomó el hábito de hermano lego dominico, para hacer
penitencia por el resto de su vida.
Los
milagros de Pedro de Verona fueron tantos y tan clamorosos que, antes de un año,
fue canonizado por Inocencio IV, el 25 marzo 1253. Su fiesta fue retrasada al 29
de marzo, y
Sixto V la extendió al calendario de la Iglesia universal. Hoy día, se celebra
localmente el 4 de junio.
Los dominicos honran a San Pedro de Verona como al protomártir de su Orden, y los servitas le retienen por su 2º fundador. Se trata de un santo muy popular en todo el norte de Italia, como símbolo de lucha contra los herejes, judaizantes y falsos cristianos.