4 de Octubre
San Francisco de Asís
Pedro
Borges
Mercabá, 4 octubre 2024
Nació en 1181 en Asís (Perugia), en el seno de una familia cuyo padre (Pietro Bernardone) era un rico mercader de telas, y cuya madre (Madonna Pica) supo inculcar al pequeño Francisco una honda educación cristiana. De carácter jovial, altruista y soñador, Francisco amaba la vida y se entregó a ella, organizando jolgorios y bullanguerías, como alma de todas las fiestas juveniles de Asís.
Era Francisco un joven alegre, generoso y leal con sus amigos, y liberal para con los pobres. Pero nunca cejaba de organizar nuevas aventuras, aunque éstas nunca se salieran de lo correcto. Y hasta en medio de sus enfermedades cantaba. Hasta que a los 20 años le sobrevino una crisis, a propósito de los devenires de la época.
En efecto, en su ciudad natal se declararon la guerra los nobles y plebeyos. Y aliados aquéllos con la vecina ciudad de Perusa, vendieron a éstos y a Francisco, que había luchado en las filas de los humildes y que, por ello, tuvo que soportar en Perusa un año de prisión.
Al poco tiempo de verse libre (ca. 1203), se apoderó de Francisco una fiebre gravísima. Y durante la convalecencia se percata que las fiestas juveniles ya no le llenaban el alma, sino las guerras por la causa. Una vez repuesto (ca. 1205), emprende un viaje hacia el sur de Italia, y se alista en las tropas que Inocencio III había reclutado para luchar contra el Imperio Sacro Germano.
Llegado a Spoleto, Francisco se da cuenta que lo suyo no es la guerra, y regresa a Asís cuando apenas había hecho otra cosa que iniciar el viaje. La mano de Dios empieza a dirigir su vida, pues si ya no le gustaba ni la juerga ni la guerra, ¿qué sería de él?
Años cruciales para Francisco fueron los transcurridos entre 1205 y 1208, porque su actitud le causó ser abandonado por sus amigos, distanciado por su propio padre y quedarse prácticamente solo en el mundo, salvo la amistad de su fiel amiga Clara. Abandonado por todos, y en medio de una ceremonia que en Asís oficiaba el obispo de la diócesis, Francisco entrega todos sus vestidos a su padre (incluidos los que llevaba puestos), y declara que en adelante sus amigos serán los pobres y los leprosos.
Su carácter dinámico y resuelto le impulsó, entonces, a vivir bajo las ruinas de las 3 ermitas de los alrededores de Asís. Hasta que en una de ellas (la Ermita de San Damián) le parece oír la voz del crucifijo, que le dice: "Francisco, restaura mi casa". Y se pone entonces a restaurar sus paredes.
El nuevo comportamiento de Francisco, a los ojos de sus conocidos, no podía menos que parecer absurdo, o parecer que se había vuelto loco. Pero lo grave para él no era que sus conciudadanos le mirasen como un lastimoso enajenado, sino la angustiosa incertidumbre sobre qué sería de su vida.
Tras esta larga crisis, el 24 febrero 1208 (con 27 años) encontró finalmente Francisco la luz. Al oír las palabras del evangelio, en que Jesucristo enviaba a sus apóstoles "por el mundo entero, desprovistos de todo y expuestos a cualquier trato", Francisco comprendió súbitamente que eso era lo que Dios quería de él.
Al efusivo Francisco le faltó tiempo para llevar a la práctica ese programa evangélico. No importaba que sus conciudadanos se mofasen de él, y por eso se descalzó, se vistió de una túnica y capuchón aldeano, se ciño con una cuerda y apareció por las calles de Asís predicando sobre la paz, la pobreza y la caridad cristiana.
Si una obra es de Dios, tarde o temprano termina por triunfar. Y Francisco experimentó muy pronto que la suya era una obra divina. Porque si la mayor parte de sus paisanos esperaban que el nuevo apóstol fracasase en su empeño, a los 2 meses de repetir sus apariciones por Asís se le comenzaron a unir hombres tan sensatos y respetados como el rico Bernardo de Quintaval, el honrado Gil de Asís y el ilustre canónigo de la catedral Pedro Cattani.
Incomprensiblemente a los ojos del mundo, estos hombres abandonaron su sabiduría y riqueza, para unirse a Francisco y dedicarse a predicar a los demás, viviéndolo ellos de la manera más radical.
A estos 3 primeros discípulos se le sumaron otros 8, y Francisco se vio en la necesidad de trazar para ellos un único programa de vida. Recopiló con este fin varios textos del evangelio, y con sus discípulos se presentó a Inocencio III para que aprobase ese nuevo estilo de vida.
La iniciativa de someter al papa la breve Regla de la naciente agrupación era algo inusitado por aquel entonces. Pero lo más llamativo era el contenido de dicha Regla, porque nadie (ni siquiera Inocencio III) creía ser viable lo que aquellos 12 paisanos se proponían: vivir el evangelio. Y lo inédito del caso saltó a la palestra del colegio cardenalicio de la Iglesia.
El papa comprendió que Francisco tenía razón, y a pesar de la oposición frontal de la jerarquía eclesiástica (que tildó todo aquello de chiquillada), aprobó verbalmente ese programa de vida (ca. 1209). Era el año del nacimiento de la Orden Franciscana.
Constituido en cabecilla de aquella pandilla de amigos, Francisco fue convirtiéndose paulatinamente en el padre de sus hijos, como producto de una profunda madurez evangélica. Una madurez en la que Francisco comprendió que para nada debía renunciar a los ideales caballerescos y aventureros de antaño, sino todo lo contrario: tenía que saber utilizarlos. En adelante, Francisco y sus amigos se convirtieron en caballeros andantes del evangelio, en el más puro aventurismo espiritual y desde la más absoluta pobreza material.
Sorprendentemente, este género de vida obtuvo un éxito que nadie hubiera podido pronosticar. Un éxito debido a que resultó ser la medicina que exactamente necesitaba aquel mundo y aquella Iglesia: un nuevo aire fresco, una nueva impregnación evangélica. Reflejando los deseos de todos, y oponiéndose a las desviaciones heterodoxas, Francisco ofreció con su Orden la verdadera solución a los problemas del mundo y de la Iglesia. Y de ahí que las gentes se volcaran con él.
A los 12 años de su fundación (ca. 1221), la Orden contaba ya con más de 3.000 frailes, se había fundado con Santa Clara de Asís la rama femenina de la Orden (ca. 1221), y había empezado a rodar la rama seglar de la Orden (o Tercera Orden Franciscana), para los seglares y laicos simpatizantes.
Sobre todo, era la pobreza lo que más externamente llamaba la atención, porque realmente los frailes pasaban días sin comer, y acababan pasando verdadero hambre. Pero por debajo de la pobreza, lo que realmente latía en aquellos frailes no era más que un único propósito: la mayor identificación posible a Jesucristo, de la manera más literal. Ahí es donde residía el secreto de Francisco, y lo que impulsaba todos sus movimientos.
Un ejemplo lo tenemos en el amor por la naturaleza. Pues "la hermana agua, la hermana alondra, el hermano lobo, el hermano sol, las hermanas aves, o los hermanos menores (sus frailes)", no eran sino una forma de expresión con la que Francisco trató de captar y amar las cosas, tal como las captaba y amaba Jesucristo.
De ahí que Francisco pasase por todas las etapas anímicas y circunvecinas de Jesucristo, que un día le llevasen a exclamar: "¡El Amor no es amado!". Sobre todo cuando veía herida su fina sensibilidad de amante, o comprobaba la fría indiferencia de los cristianos ante las amorosas finezas del Redentor.
El amor a Jesucristo fue el resorte que impulsó a Francisco a realizar cualquier tipo de acciones, de las más tontas (mendigar, hacer belenes...) a las más profundas (reproducir su propia pasión). De hecho, un día pidió a sus frailes que recogiesen del suelo los fragmentos de pergamino que hallasen, por si en ellos podía encontrarse escrito el nombre del Señor. Y otro día se paró en mitad del camino y empezó a dirigir la palabra a sus hermanas aves (que, solícitas y silenciosas, acudieron a escucharle).
En cierta ocasión se desnudaron él y su compañero para vestir a un mendigo, porque "los pobres son también hermanos de Jesucristo". En la Sagrada Escritura se aludía a la atención del Redentor a los leprosos, luego Francisco también quiso reservar para estos desgraciados (a quienes llamaba "los hermanos cristianos") sus más finas atenciones.
La fidelidad incondicional a la Iglesia, y la devoción al papado, fue una de las grandes virtudes de Francisco, desde la firme persuasión de que "la Iglesia es la esposa de Jesucristo, y el papa su vicario en la Tierra". Por supuesto, de la mano de la pasión y la eucaristía, el centro de los pensamientos permanentes de Francisco.
Buscando la forma de vivir literalmente la fiesta de Navidad, la viva imaginación de Francisco no tuvo otra ocurrencia que representar plásticamente el nacimiento de Cristo. Tuvo lugar en Greccio (ca. 1223), y esa ocurrencia supuso el nacimiento de la tradición belenística navideña, o 1º belén del mundo. Meritoriamente, Francisco introdujo en la Iglesia, de forma definitiva, la humanidad de Jesucristo.
Fue también el amor al Salvador lo que le infundió en Francisco una sed insaciable por las almas, que le condujo a él y a sus frailes a lanzarse, desde el 1º momento, a la predicación de todos los más alejados, de la misma manera que lo habría hecho. Una predicación, eso sí, desde la más literal consigna evangélica: "No poseáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni zapato, ni cayado" (Mt 10, 9-10).
A partir de la fundación de la Orden, Francisco apenas tuvo un momento de reposo en los 12 años que le quedaron de vida, tanto organizando a sus frailes como siguiendo su evangelización por toda Italia.
En 1210 lo encontramos evangelizando la Umbría, y estableciendo la paz entre los nobles y plebeyos de la zona. Luego pasa a Toscana, y pacifica la ciudad de Arezzo (ensangrentada por luchas fratricidas). En 1217 inicia su visita a Florencia. Y así hasta 1222, en que sus enfermedades le causan ya terribles sufrimientos, pero aun así continúa predicando Francisco por la Italia oriental y meridional.
Sus pláticas eran sencillas, salpicadas de vivas imágenes, de tono cálidamente familiar y al aire libre. Poseía una oratoria personal e inconfundible, que ofrecía un marcado contraste con la vigente en aquellos tiempos. Sus historiadores nos aseguran que, atraídos por ella, "hombres y mujeres, clérigos y religiosos, corrían ansiosos de ver y escuchar al hombre de Dios". Y añaden, refiriéndose a la región de Umbría: "Así se vio entonces transformarse en breve tiempo la faz de toda la comarca y aparecer risueña y hermosa la que antes se mostraba cubierta de máculas y fealdades".
De entre sus viajes apostólicos merecen destacarse 2, por el especial significado que entrañan: Marruecos y Tierra Santa. Todo comenzó en 1212, cuando concibe la idea de visitar Israel, para peregrinar a los lugares santificados por el Señor. La nave tenía todas las plazas ocupadas, y entonces Francisco se arriesga a viajar ocultamente en calidad de polizón. Una tempestad impide al barco llegar a su destino, y el santo tuvo que regresar a Italia.
Ante esta contrariedad, su fértil imaginación le sugiere un nuevo proyecto, que tenía la ventaja de ofrecerle una ocasión probable de morir, como buen caballero, por el objeto de sus amores. En 1213 se encamina hacia España, visita el sepulcro de Santiago e intenta trasladarse a Marruecos, para anunciar a Jesucristo entre los musulmanes.
Tampoco en esta ocasión puede realizar su programa. Pero no ceja, y en 1219 consigue, por fin, embarcarse hacia Siria y llegar a Israel, donde presenció, sobre el mismo terreno, los hechos de la vida del Salvador.
Con esta visita a los santos lugares, Francisco se convierte en el iniciador de esa epopeya heroica y sangrienta que sus hijos franciscanos han venido realizando desde hace 6 siglos por defender Tierra Santa. Tanto este viaje a Tierra Santa como el que proyectó a Marruecos, significan el 1º intento de evangelización pacífica entre los musulmanes, que es también una de las más preciadas herencias que los franciscanos han conservado siempre de su fundador.
Sin embargo, esto no es todo. Desde su regreso de Tierra Santa (ca.1221), Francisco tendrá que ocuparse preferentemente de los asuntos de la Orden, que iba adquiriendo un rápido desarrollo. Y así como los viajes apostólicos por Italia son la expresión del deseo que le roía de dar a conocer a Jesucristo, su labor de estos años consistirá, sobre todo, en trabajar por mantener dentro de la Orden la pureza de los ideales evangélicos.
En los capítulos generales de 1221 y 1223, en las exhortaciones a los frailes y en sus contactos con el card. Hugolino (protector de la Fraternidad), la meta que perseguía era siempre la misma: la observancia estricta del evangelio. Pero en el ultimo Capítulo se atrevió y dio un paso más, pues si en el evangelio se dice que Jesucristo envió a sus apóstoles por todo el mundo, ¿por qué los franciscanos se iban a arredrar ante esto?
A imitación de Jesús, Francisco envió también sus frailes a predicar entre los no cristianos, fundando de esta manera las modernas misiones entre infieles. Expuesta era en aquella época esta clase de apostolado, pero el amor no conoce limites, y si gana la muerte, la sufre con alegría.
En 1224, y encontrándose en el Monte de la Verna, Jesucristo se le aparece a Francisco y le imprime sus cinco llagas. Y así quedará Francisco para lo poco que le quede de vida: enfermo, casi ciego y con el dolor de las llagas. Pero siempre alegre, como bien supo plasmar en su Cántico de las Criaturas. No obstante, las enfermedades pudieron con Francisco de Asís, en el atardecer del 3 octubre 1226 y cuando éste se encontraba rezando en su amada Capilla Porciúncula de Asís, centro de todo el movimiento franciscano.
La muerte de Francisco de Asís, con apenas 43 años, y 16 años después de su conversión, provocó un terremoto en toda Italia y toda la Iglesia. De acuerdo a su último deseo, el cortejo fúnebre trasladó sus restos a la Ermita de San Damiano, y el propio papa (Honorio III) decidió presidir sus funerales. Poco más de un año después, Gregorio IX declaraba su canonización (16 julio 1228), y mandó enterrar sus restos en lo que luego fue Basílica San Francisco de Asís, donde reposan en la actualidad.
Prescindiendo de los innumerables hijos que San Francisco de Asís ha logrado reunir a lo largo de 800 años de historia, hoy día la Orden franciscana cuenta con 46.000 religiosos, 150.000 religiosas y 3.000.000 terciarios, que con sus vidas siguen atestiguando que todavía subsiste el legado de Francisco. Pero ¿qué habrá tenido San Francisco de Asís para ejercer esa atracción?
Cuanto más se estudia la personalidad de Francisco, más claros aparecen 3 elementos en su vida:
Humanamente, Francisco poseía una riqueza de dotes intelectuales, morales y psicológicos, que hacían atrayente su figura. Unas cualidades que la gracia de Dios logró expandir de forma extraordinariamente amable.
Espiritualmente, Francisco se dio por completo a Dios y a los demás, sin escatimar en hambrunas, enfermedades, atenciones, congelaciones, humillaciones, dolores de cabeza, ridículos, austeridades, castigos y hasta las 5 llagas de la pasión. Y eso forjó una figura profundamente respetada.
Personalmente, Francisco tuvo intuiciones e innovaciones geniales, que rompían los esquemas y sabían captar la atención y simpatía de cuantos se acercaban a él. Y eso humanizó su entorno, e hizo atractivo el nuevo estilo de vida inventado.
Act: 04/10/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A