7 de Febrero

Beato Pío IX papa

Rafael del Olmo
Mercabá, 7 febrero 2025

Semblanza

         Cuando Juan Pablo II beatificó conjuntamente a Pío IX y Juan XXIII, los medios de comunicación social de todo el mundo pusieron el grito en el cielo y desataron un turbia polémica (una más) para golpear con ella el rostro de la Iglesia. Guiándose de sus peculiares criterios, como siempre, utilizaron el enfrentamiento para comparar a Juan XXIII con Pío IX, no queriendo recordar que precisamente éste fue uno de los papas que más interés y empeño tuvo en la beatificación de Pío IX.

         Juan María Mastai Ferretti había nacido en 1792 en Senigallia (Italia), en el seno de una familia perteneciente a la nobleza local. De constitución física delicada, pero dotado de una gran inteligencia, cultivó con esmero sus primeros estudios, junto con una intensa vida piadosa. A los 15 años se trasladó a Roma para cursar estudios superiores, y en 1810 hizo ejercicios espirituales, de los cuales sacó algunos propósitos: luchar contra el pecado, estudiar no por ambición sino para servir, y abandonarse en las manos de Dios.

         A los 20 años, una enfermedad (no diagnosticada con precisión) le obligó en 1812 a suspender sus estudios, y a conseguir la exención del servicio militar. En 1815 ingresó en la Guardia Noble Pontificia, aunque pronto se vio obligado a dejarla por causa de su enfermedad. Por entonces, se encomendó a la Virgen de Loreto, y se fue curando gradualmente de su latosa enfermedad, mientras San Vicente Pallotti le anunció que llegaría a papa.

         En 1816 participó como catequista en una importante misión en su ciudad natal, que le sirvió para descubrir su vocación eclesiástica. Fue ordenado sacerdote en 1819, revelándose muy pronto como un hombre de oración, plática, confesionario y servicio de los más necesitados. Supo unir admirablemente la acción y la contemplación, atender con esmero las necesidades pastorales y sociales de sus fieles, ser devoto de la eucaristía y de María, y practicar diariamente la meditación y el examen de conciencia.

         Tras una breve estancia en Chile (1823-25), acompañando al nuncio Juan Muzzi, volvió a Italia para hacerse cargo del Hospicio de San Miguel, una grandiosa institución religiosa, pero necesitada de una reforma a fondo. Cuando estaba consiguiendo resultados satisfactorios en su tarea, León XII le nombró en 1827 (con 35 años) arzobispo de Spoleto, donde desplegó su mejor celo pastoral y donde cosechó abundantes sufrimientos.

         Durante la revolución de 1831, el arzobispo Mastai no quiso derramamiento de sangre, sino que se dedicó a restañar las heridas de la violencia, a conseguir la calma social y a lograr la paz y el perdón para todos.

         En 1832 fue trasladado como obispo a Imola, donde continuó con su predicación persuasiva y fecunda, con su atención asidua al crecimiento material y espiritual de su diócesis, con su preocupación por el clero y los seminaristas, con su aliento a las comunidades religiosas, logrando ganarse los corazones de sus diocesanos con su bondad, su espíritu conciliador, su tendencia reformadora y su ausencia de espíritu partidista. Todo ello colaboró a que fuera nombrado cardenal cuando apenas había cumplido los 48 años.

         Unos 5 años más tarde (el 16 junio 1845), el card. Mastai era elegido papa por el cónclave de cardenales, eligiendo el nombre de Pío IX, en memoria de Pío VII. Su pontificado fue el más largo de la historia (32 años), y ciertamente difícil. Pero, por eso mismo, Pío IX fue uno de los grandes papas de la Iglesia.

         Como soberano de los estados pontificios, comenzó su pontificado con un acto de generosidad: la amnistía de todos los delitos políticos. Esto juntamente con su tendencia liberal despertó en muchos grandes esperanzas. En 1847, promulgó, para los estados pontificios, un decreto en defensa de una amplia libertad de prensa, y otro instituyendo la guardia civil, el consejo comunal, el Consejo de Estado y el Consejo de Ministros, y en 1848 intentó que se constituyera un parlamento bicameral.

         A Pío IX le preocupaba la cuestión de la independencia italiana, que él sentía y defendía, pero, cuando el rey del Piamonte (Carlos Alberto), quiso obligarle a que hiciera la guerra a los austriacos, se negó rotundamente, por lo que fue declarado traidor a Italia. Al ser asesinado el jefe de estado (Pellegrino Rossi) el 15 noviembre 1848, Pío IX tuvo que refugiarse en Gaeta (reino de Nápoles), como huésped de Fernando II (1810-1859).

         Tras la proclamación de la República Romana (el 9 febrero 1849), se trasladó a Portici (4 septiembre 1849), desde donde regresó a Roma el 12 abril 1850, apoyado por los franceses y asumiendo desde entonces una posición hostil contra los liberales. No obstante, reordenó el Consejo de Estado, dio una nueva amnistía más amplia que la 1ª, y en 1856 aprobó los planes del ferrocarril Roma-Civitavecchia, que comenzó a funcionar en 1859. Y en 1857 visitó todos los estados pontificios, siendo aclamado por el pueblo en todas partes.

         Pero la unificación de Italia era imparable, y Víctor Manuel II fue anexionándose, con su ministro Cavour, los diversos territorios pontificios, ante cuyo expolio Pío IX excomulgó a cuantos participaron en él. Y el 20 septiembre 1870 Pío IX vio cómo caía Roma en manos de los insurgentes, y cómo perdía la Iglesia todos sus estados pontificios.

         La caída de los estados pontificios, desde el punto de vista histórico, fue un duro acto de violencia y rapiña sin paliativos. Pero, desde el punto de vista eclesial y espiritual, fue una bendición de Dios, algo providencial, pues liberó a la Iglesia de una enorme rémora que hipotecó durante 12 siglos su independencia y la puso en contraste evidente con su misión de servicio universal de salvación para todos los hombres.

         El dolorido pontífice se encerró en el Vaticano y se consideró prisionero en él, se resistió al expolio y lo condenó, pues no era fácil para él comprender aquellos huracanes de libertad, generados en el s. XIX ni su propia situación, en la que se sentía acosado, cercado y solo, en todos los frentes, a pesar de que tenía el cariño de todos los buenos católicos.

         A pesar de todo, Pío IX no por eso dejó de ejercer su potestad espiritual en la Iglesia a lo largo de su larguísimo pontificado. Es más, desplegó una inmensa actividad. Su 1ª encíclica fue un anticipo de su programa papal y un anuncio de las condenas de la masonería y el comunismo. Firmó numerosos concordatos con España (1851) y Austria (1855); restableció la jerarquía católica en Inglaterra (1850), Holanda (1853), Escocia (1878), y en otros muchos países de misión, a los que envió desde 1855 misioneros al Polo Norte, a Birmania, a la India, a China y al Japón.

         En 1854 definió el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y consagró la Basílica de San Pablo Extramuros, después de reconstruirla de un incendio que sufrió en 1823.

         Además, publicó una serie de notables documentos magisteriales como la encíclica Quanta Cura, el Syllabus (en el que condenaba lo errores del modernismo) y el Non Expedit (sobre la participación de los católicos en la vida pública). En 1862 instituyó un dicasterio para las cuestiones orientales, y en 1867 celebró el XVIII centenario del martirio de los apóstoles San Pedro y San Pablo en Roma.

         El 8 diciembre 1869 inauguró el Concilio Vaticano I, la perla de su pontificado, que tuvo que suspenderse el 18 julio 1870 al estallar la guerra franco-prusiana. Un concilio definió como verdad dogmática la infalibilidad del papa en materia de fe y costumbres.

         Ya enfermo, aún tuvo fuerzas para dirigir un discurso a los sacerdotes de Roma (2 febrero 1878). Murió 5 días después en Roma, el 7 febrero 1878, después de haber desarrollado el pontificado más largo de la historia. En la ceremonia de beatificación, del 3 septiembre 2000, Juan Pablo II resumió su semblanza espiritual:

"En medio de los acontecimientos turbulentos de su tiempo, fue ejemplo de incondicional adhesión al depósito inmutable de las verdades reveladas. Fiel en toda circunstancia a los compromisos de su ministerio, supo siempre dar la supremacía absoluta a Dios y a los valores espirituales. Su larguísimo pontificado no fue ciertamente fácil y tuvo que sufrir mucho en el cumplimiento de su misión al servicio del evangelio. Fue muy amado, pero también odiado y calumniado. Pero fue precisamente en medio de estos contrastes donde brilló más resplandeciente la luz de sus virtudes: las prolongadas tribulaciones fortalecieron su confianza en la divina Providencia, de cuyo soberano dominio sobre las vicisitudes humanas nunca dudó. De aquí nacía la profunda serenidad de Pío IX, incluso en medio de las incomprensiones y los ataques de tantas personas hostiles. A quien estaba a su lado gustaba decir: En las cosas humanas hay que contentarse con hacer lo mejor que se pueda y en el resto abandonarse a la Providencia, la cual saneará los defectos y las insuficiencias del hombre. Sostenido por esta interior convicción, convocó el Concilio Vaticano I, que aclaró con magistral autoridad algunas cuestiones entonces debatidas, confirmando la armonía entre la fe y la razón. En los momentos de la prueba, Pío IX encontró apoyo en María, de la que era muy devoto. Al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, recordó a todos que en las tempestades de la existencia humana brilla en la Virgen la luz de Cristo más fuerte que el pecado y que la muerte".

 Act: 07/02/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A