8 de Noviembre
Santa Isabel de la Trinidad
Lucio
del Burgo
Mercabá, 8 noviembre 2025
Semblanza
Nació en 1880 en el campamento militar de Avor (Bourges), con el nombre de Elisabeth. Su familia estaba inquieta porque los médicos habían dicho que el bebé (el 1º hijo del matrimonio Catez) no salvaría su vida. Todos rezaban y ofrecían misas por la nueva criatura, hasta que se rompieron los pronósticos y la niña llegó a este mundo muy hermosa y vivaracha. Unos días después, el 22 julio 1880, era bautizada con el nombre de Isabel Josefina.
Casi un año después la familia Catez deja Avor y pasa a residir en Dijon, la ciudad que vio crecer y florecer a Isabel. El 20 febrero 1883 nacía su hermana Margarita, y poco después moría el padre y cabeza de familia. La madre (María), su hermana (Margarita) y ella misma formarán una piña, estarán muy unidas en todos los acontecimientos, y compartirán en adelante las alegrías y tristezas.
La señora Catez pronto se ha da cuenta del talento musical de su hija, y por eso la inscribe en un conservatorio a los 7 años. Isabel pasa muchas horas en el piano, y no va a la escuela porque las instituciones del estado son demasiado laicas. En cambio, recibió en casa la formación más elemental.
Isabel va creciendo y su carácter se va descubriendo (su "terrible carácter", como ella misma confesará más tarde en una de sus cartas). Sus furias, sus explosiones y su carácter dominante van a ser el campo de batalla durante toda su vida. Al mismo tiempo posee un corazón cariñoso, suave y fiel. El 19 abril 1891 recibe Isabel la 1ª comunión, y decide entregarse incondicionalmente a Jesús:
"Iba a cumplir 14 años cuando un día, durante mi acción de gracias, me sentí irresistiblemente empujada a escogerle como único esposo y, sin esperar más, me uní a él por el voto de virginidad. No nos dijimos nada, pero nos dimos el uno al otro, amándonos tan fuerte que la resolución de ser toda para él se hizo en mí más definitiva".
Jesús será su único tesoro, su única riqueza, su verdadero amor. Semanas más tarde, el mensaje de Dios se hará más concreto. Después de la misa escuchará en el fondo de su corazón la palabra Carmelo. Desde ese momento no hay vacilación, su voluntad férrea no la dejará volver para atrás en el camino. Será carmelita para toda su vida. No hay vuelta de hoja.
También los santos tienen vacaciones. Estamos en el verano de 1894, y las Catez marchan a Carlipa, donde visitan a sus tías. Isabel siempre recordará el espectáculo cósmico que vivieron allí, en los Pirineos: "¿Te acuerdas de nuestros paseos por la sierra durante la noche, a la luz de la luna, mientras escuchábamos las alegres campanadas? ¡Oh, tía, qué bello estaba el valle a la luz de las estrellas, esa inmensidad, ese infinito, todo me hablaba de Dios!".
En otras vacaciones caminará por el Jura, se admirará ante el Mediterráneo, gustará las excelentes comidas del Sur (del Midi), jugará al tenis, conciertos musicales, giras por el campo... Isabel admira todo lo positivo de la vida. Le entusiasma el mar, las montañas, el sol, las reuniones con los amigos, la música y la danza. Pero al mismo tiempo añade: "Todo me hablaba de Dios". La belleza del universo reflejaba la huella del amado y el rostro bendito de Dios.
De buena gana cambiaría todo esto por la soledad del Carmelo, donde dedicaría toda la música de su corazón para Dios. Pero tiene que esperar para no disgustar a su mamá. La resistencia de la señora Catez será una buena ocasión para vivir su espiritualidad en el mundo. Ella se abandona en las manos de Jesús y de María, y estaría dispuesta a permanecer en el mundo toda la vida si ésa era la voluntad de Dios.
En este sentido, las páginas de su Diario son muy iluminadoras. En él contemplamos a una joven viviendo la contemplación en lo cotidiano de la vida y en su intensa vida de oración. Ella es un modelo sencillo para los jóvenes cristianos de todas las épocas. En una carta a una amiga, le dice:
"Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, ya que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que yo comprendí esto, todo se iluminó en mí y me gustaría contar este secreto en voz baja a los que amo, para que ellos también se unieran a Dios a través de todo".
Así era Isabel, humana y divina, centrada en el interior y viviendo las alegrías de la vida. Con frecuencia participaba en veladas y bailes que organizaban las familias militares. En estos lugares quiere ser como el sol que irradia su luz. Su testimonio será la presencia de su persona, sin palabras, sin ningún gesto extraño. Ella nunca perderá la conciencia de este Maestro interior, en la celda que lleva en su corazón.
El 2 agosto 1901 Isabel Catez abandona su casa y entra en el Carmelo: Sor Isabel de la Trinidad. Después de la misa en el Carmelo, se despide de su madre y de su hermana Guita. Las puertas de la clausura se abren de par en par para Isabel. Todos sus deseos se han realizado. Una vida dedicada por entero a la oración. Una comunidad de hermanas que viven el ideal de Santa Teresa. Una sencillez en el uso de las cosas y en el trato con las personas. Un ideal apostólico que amplía su horizontes al mundo entero.
El epistolario refleja de una forma maravillosa sus primeras impresiones. "No encuentro palabras para expresar mi dicha. Aquí ya no hay nada, sólo él. Y lo puedo encontrar en todas partes, lo mismo en la colada que en la oración".
La situación del monasterio carmelitano es muy especial. Han expulsado a muchos religiosos y religiosas en Francia. A consecuencia de la Ley Combes, la comunidad en la que vive Isabel está pensando marcharse al extranjero como lo han hecho otras comunidades religiosas. Esto no se llevará a cabo, las autoridades del lugar se conforman con cerrar la capilla de la iglesia al público.
En el ambiente comunitario no podemos silenciar a la madre Germana, la priora de este monasterio. Tiene 31 años y es una persona de fe y de gran sencillez. Será una priora cercana a cada religiosa de la comunidad. Una pedagoga que transmitirá con entusiasmo los valores más fundamentales del carisma teresiano.
Encarna de una forma maravillosa lo que Santa Teresa quería de las prioras: "Procure ser amada para ser obedecida". Ella será la gran confidente de Isabel de la Trinidad. En los últimos momentos de su vida le dedicará un escrito en el que le dice estas palabras: "Sabéis bien que llevo vuestro sello y que algo de vos misma ha aparecido con vuestra hija".
No todo es color de rosa. Durante el tiempo de noviciado experimenta la tiniebla, la noche y el abandono. Era lógico. Tenía que acomodarse al nuevo ambiente, nuevas personas, nuevas costumbres y formas de ver la vida. Se acabaron las fiestas, y los paseos por los montes en tiempo de verano son una realidad del pasado. Por otro lado están los sentimientos de su madre, inconsolable por la partida de su hija.
El corazón de Isabel sufre todas estas heridas. Una cosa es vivir el espíritu del Carmelo desde el mundo y otra en una comunidad de clausura con personas muy concretas. Y no olvidemos que en estos tiempos las comunidades religiosas estaban un poco contaminadas con el jansenismo: un Dios que es un juez que lleva cuentas de nuestras mínimas acciones.
Además, en el noviciado del Carmelo encontraría leyes, usos, prescripciones y costumbres santas que ahogarían su sencillez evangélica. Todo este conglomerado de cosas producen en Isabel una crisis. Ella nos revela un secreto para superar todos estos obstáculos:
"En el Carmelo se encuentran muchos sacrificios, pero son muy dulces cuando el corazón está completamente poseído por el amor. Quiero contarle cómo me las arreglo ante un pequeño contratiempo: miro al Crucificado y, viendo cómo él se ha entregado por mí, me parece que lo menos que yo puedo hacer por él es gastarme, consumirme, para devolverle algo de lo que él me ha dado".
El 11 enero 1903, domingo y fiesta de la Epifanía, ante la comunidad carmelitana de Dijon, Isabel pronuncia sus votos religiosos de obediencia, castidad y pobreza. Se siente invadida por Dios, por su abundante gracia, un derroche. Experimenta las palabras de San Pablo a los romanos: "Os exhorto a que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico" (Rm 12, 1). La lectura de las cartas que escribe por estas fechas nos revelan su interioridad, lo que estaba viviendo en esos momentos:
"Siento tanto amor en mi alma, es como un océano en el que me hundo, me pierdo. Él está en mí, yo estoy en él, no tengo más que amarle, que dejarme amar. Lo siento tan vivo en mi alma, no tengo más que recogerme para encontrarle dentro de mí y ésta es la razón de toda mi felicidad. Él ha puesto en mi corazón una necesidad de amar tan grande que sólo él puede saciarla".
Isabel es la más joven de la comunidad, en la que hay varias enfermas. Las horas reservadas al trabajo se distribuyen entre el barrido, la colada, el jardín, preparar las flores para los altares, la sacristía, la ropería... Un mundo muy limitado y estrecho en el que es preciso entenderse, convivir y aceptar a las personas con sus limitaciones concretas. Las monjas que convivieron con Isabel lo atestiguan:
"Su paciencia era inalterable, y daba gusto tratar con ella. Ella te llenaba de alegría con el simple gesto de entregar una carta. Te alegraba sin necesidad de grandes discursos. Todo el mundo lo decía. Sentía la necesidad de agradar. Nada era banal para ella. Hacía que cualquier cosa fuera importante. Por eso daba tanto".
Sus experiencias religiosas son alimentadas por sus lecturas. El NT tiene un lugar privilegiado en su mundo espiritual, muy especialmente las cartas de San Pablo, a quien llamará "padre de su alma". Las páginas de San Juan de la Cruz han ejercido una influencia considerable en el camino de la unión con Dios.
El 21 de noviembre 1904 Isabel lo pasa ante el Santísimo. Por la noche redacta una oración, que es expresión de su entrega al Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dice así: "¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en vos". Ha descubierto su vocación en la Iglesia: ser para Dios "una alabanza de gloria" (Ef 1, 6).
Hasta tal punto que esta mística francesa lo toma como un nombre simbólico, laudem gloriae (lit. alabanza de gloria). Algunas de sus cartas las firmará con este nombre. Su vida y su obra quieren ser alabanza de la Trinidad.
Cuaresma de 1905. Isabel se siente agotada, la priora le recomienda el descanso, se le exime de algunas tareas comunitarias. Más tarde es trasladada a la enfermería conventual. Ella sabe que no tiene curación. Se trata de la enfermedad de Adison: fuertes dolores de cabeza, apenas puede comer, úlceras interiores...
Los escritos de este tiempo son un bello canto a la cruz de Cristo y al sentido redentor del sufrimiento humano: "¡Oh, fuego consumidor, Espíritu de Amor, descended a mí para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo! Que yo sea para él una humanidad complementaria en la que renueve todo su misterio". La última foto que poseemos demuestra lo demacrada que tiene la cara.
En agosto de 1906 escribe El cielo en la Fe. Este escrito está dirigido a su hermana Guita, exhortándola a la unión con Dios con la mirada puesta en el centro del alma. En este mismo mes redacta Últimos Ejercicios, que es una preparación para la vida eterna y que revelan el alma de Isabel en los postreros momentos de su existencia.
Los días 7 y 8 de noviembre está en silencio. Las últimas palabras que le oyeron sus hermanas de comunidad fueron: "Voy a la Luz, al Amor, a la Vida". En el amanecer del 9 noviembre 1906, deja de respirar. La ciudad de Dijon está tranquila a esas horas de la mañana. Las que estaban allí presentes se dan cuenta de que Isabel ha emprendido el viaje a la Trinidad que tanto amó en la tierra y como un profeta nos llama a cada uno a disfrutar de su presencia en lo cotidiano de la vida.
Act:
08/11/25
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