9 de Noviembre
Basílica San Juan de Letrán
Mari
Paz Navarro
Mercabá, 9 noviembre 2025
Semblanza
Noviembre es un mes proyectado hacia la eternidad. No sólo porque el otoño, con la caída de las hojas, nos hace pensar en la muerte, y porque tradicionalmente está dedicado a los difuntos, sino porque la liturgia agrupa una serie de fiestas que tienen un hondo sentido escatológico.
Las dedicaciones de las basílicas del Salvador (el día 9) y de San Pedro y San Pablo (el día 18), nos hacen pensar, a través de la Iglesia material (tabernáculo de Dios entre los hombres) en la Iglesia del cielo, "adornada como una novia que sale a recibir al esposo".
Cada día, en la misa anunciamos la muerte del Señor "hasta que él venga". Y estas fiestas avivan en nosotros, su recuerdo y acucian el deseo de su venida. Para que nos encuentre preparados, con los lomos ceñidos y las velas encendidas, nos hablan estas fiestas de noviembre de la muerte y la eternidad.
Asentada en el Monte Celio, "madre y cabeza de todas las iglesias de la urbe y del orbe", la basílica lateranense "refulge como rodeada de dignidad por la memoria de preclaros acontecimientos y por los monumentos de la antigüedad", según describió Juan XXIII. Es la catedral del papa, y su toma de posesión significa la suprema investidura del poder en el gobierno eclesiástico de Roma y del mundo.
Del palacio que los Laterani poseían desde el s. I en el Celio, viene el nombre de Letrán. Más tarde, bajo Constantino y aconsejada por Osio de Córdoba, Fausta (su esposa) hizo donación de su palacio a los papas para su residencia habitual, y el emperador (según la tradición, en agradecimiento a Silvestre I, por el hecho de haberle curado de la lepra) le hizo entrega de los territorios, donde el pontífice hizo construir la Basílica San Juan de Letrán.
¿Hubo donación jurídica? Nada se sabe. Sin embargo, Melciano, valiéndose del derecho que le daba el Edicto de Milán, celebró el 313 un sínodo romano "en la domus Faustae in Laterano". El mismo Dámaso I fue ordenado en la basílica, y de la fecundidad de su baptisterio, Prudencio canta sus glorias.
La dedicación del templo (1ª conocida en la Iglesia) tuvo lugar el 9 noviembre 324, dándole Silvestre I el título de el Salvador. En el s. XIII se le añadieron los títulos de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
La basílica sirvió de templo estacional para los días más grandes del año, y del s. IV al s. XV reunió más de 25 concilios, 5 de ellos ecuménicos. Mas las invasiones, los saqueos e incendios, y el abandono en el cual la dejaron los papas de Avignon, se conjuraron en torno de la archibasílica como para borrarla de la historia.
Sin embargo, el Renacimiento la hizo resurgir, y el barroco la convirtió en antesala de la gloria. Los papas, de Sixto V a León XIII, la restauraron suntuosamente, resaltando la belleza de sus mosaicos (del s. XIII) y su Sancta Sanctorum (donde se conservan trozos de la mensa de la Última Cena, según venerable tradición). Hasta que la renovada basílica recibió su nueva consagración de manos de Benedicto XIII (ca. 1726). La liturgia ha retenido la primitiva fecha del 9 de noviembre, aplicándole la misa del común de todas las dedicaciones de iglesias, riquísima de doctrina.
"El templo ha sido solemnemente consagrado, Dios ha tomado posesión y se halla asistido por el coro de ángeles" (gradual del día). Desde la entrada el pensamiento de la majestad divina se impone y provoca una exclamación de terror que la liturgia toma de Jacob despertándose del sueño en Betel: "Terrible es este lugar".
El temor, sin embargo, se halla moderado por una explosión de amor y de deseos: el salmo del Introito de hoy es el canto de un levita que proclama su alegría y su fervor en el servicio del templo. En efecto, el Dios Trino ha querido atraer los hombres hacia él, y comunicarse con ellos.
Este misterio de amor en Dios es un misterio de salvación. Jesús llama a Zaqueo el Publicano, subido en el sicómoro, y se hospeda en su casa. Un encuentro que no sólo fue exterior, pues vino seguido de la conversión: "Desde ahora doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cúadruplo". Y del arrepentimiento y perdón: "Hoy ha venido la salud a tu casa, el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (evangelio del día).
Este misterio de amor es un misterio de alianza. Dios, por la encarnación del Verbo, ha erigido su tabernáculo entre los hombres y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos. El templo cristiano es el lugar de su morada, donde los hombres se reúnen en Cristo y tienen acceso junto al Padre. Más aún: el templo no es solamente un lugar, sino también un signo de la Alianza.
Por su dedicación, el templo cristiano ha trocado en "impenetrable misterio" (canta el Gradual de hoy) la figura de la nueva Jerusalén, en la cual se obra la unión de Dios y de los hombres. La Epístola de Pablo (del hoy) hace alusión al tema bíblico de las nupcias, y el Apocalipsis de Juan (de hoy) lo ha tomado de los profetas, que se habían servido de esta comparación para dar a entender con qué vínculo tan estrecho la Alianza había unido a Israel con su Dios.
La Iglesia, esposa del Cordero, celebra cada día sus místicas nupcias en el edificio material que ha consagrado. En él y en la misa se hace presente el sacrificio de la cruz, en el cual Cristo se ha entregado para santificarla, a fin de presentársela a sí gloriosa (sin mancha ni arruga, santa e intachable) para unírsela en calidad de esposa. Es ahí donde sin cesar da a luz nuevos hijos a Dios, como lo declara la antigua inscripción del Baptisterio de Letrán:
"Virgíneo fetu genitrix Ecclesia natos quos spirante Deo concepit amne parit. Fons hic es vitae qui totum diluit orbem Sumens de Christi vulnere principium" (lit. "la Madre Iglesia da a luz con virginal parto a los que concibieron bajo la inspiración de Dios en las aguas. Esta es la fuente de la vida, que riega a todo el orbe y de las heridas de Cristo tomó su origen").
Es ahí donde, por los sacramentos, prepara las piedras vivas escogidas que construyen poco a poco el templo de Dios (postcomunión del día), porque la alianza no está solamente sellada con la Iglesia en su totalidad, sino que cada alma está invitada a unirse a Dios en Cristo.
Las nupcias suponen amor recíproco, y esto también se cumple en la Iglesia. La parte de Dios es la gracia que él da en los sacramentos y su promesa de la vida eterna, en la cual ya no habrá ni lágrimas ni muerte (epístola del día), sino su benevolencia para con los hombres, en el detalle de cada día.
Tan persuadida está la liturgia, que pide con seguridad en la colecta que toda gracia que aquí se implore será alcanzada: tiene hasta la osadía de obligar a Dios a declarar en el versículo de la comunión, al comparar un texto de Mateo con otro de Lucas, que todo aquel que entrare en ese templo de oración será atendido.
A su vez, el hombre se ofrecerá plena y alegremente con Cristo. Por eso esta ofrenda encuentra su expresión en el canto del Ofertorio y de la Secreta del día, acompañándola de adoración y de acción de gracias (aleluya del día).
Así, a través de los textos de esta misa de la dedicación, hallamos lo que nos enseña la teología sobre las fines del sacrificio eucarístico. Maternalmente, la Iglesia nos sugiere los sentimientos que deben animar nuestra participación, y nos hace pensar también en la Iglesia del cielo.
Act:
09/11/25
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