19 de Septiembre
Alonso de Orozco
Baldomero
Jiménez
Mercabá, 19 septiembre 2023
Nació en 1500 en Oropesa (Toledo), hijo de unos padres (Hernando de Orozco y María de Mena) que le pusieron ese nombre en honor al gran obispo visigodo San Ildefonso de Toledo. De los 7 a los 14 años pasó sus días en Talavera de la Reina (donde vinieron a residir sus padres) y en Toledo (donde fue acogido como seise o niño de coro en la Catedral Primada de Toledo), donde se aficionó a la música y pasó los años felices de su infancia.
Con 15 años marcha a estudiar leyes a Salamanca. Y allí decide a pedir el hábito agustino (ca. 1522), en un Convento Agustino de Salamanca en que su maestro de novicios es el venerable Luis de Montoya, y el prior fray Hernando de Talavera (poco antes de que lo sea Santo Tomás de Villanueva, en cuyas manos hará su profesión el 9 junio 1523). Poco después será sacerdote, al mismo tiempo que seguirá sus estudios de Artes y de Teología en la Universidad de Salamanca.
Con todo, no llegó a recibir grados académicos, y nunca será maestro en el seno de su Orden. Pero sí le dedicarán a predicador. Y téngase en cuenta la importancia de este ministerio en aquellos tiempos. Suponía una preparación doctrinal y una habilidad nada comunes, dada la afición de las gentes y la competencia inevitable de púlpitos de aquella época.
Toda la vida ejercitará este apostolado con un aplauso unánime, y con frutos espléndidos de conversión y mejora de vida entre sus oyentes. Es más, el 13 marzo 1554 Carlos I de España le nombrará predicador real, dadas las noticias que tiene del mismo, recibidas de su hija Juana, gobernadora de España en su ausencia (que conoce al padre Orozco cuando era prior en Valladolid, donde ella residía).
Mientras tanto, en su Orden ha tenido que moverse bastante en cargos de gobierno, de 1530 a 1537 como conventual en Medina del Campo, en 1538 como prior de Soria, de 1540 a 1541 como prior de Medina, de 1542 a 1544 como prior de Sevilla, de 1544 a 1548 como prior de Granada y desde 1545 como visitador de Andalucía.
En 1548 se ofrece para ir a México, en ansias de evangelización y de martirio. Pero hubo de volverse desde Canarias a Sevilla, aquejado por la gota artrítica que ya otras veces había padecido. En 1550 reside en Montilla a ruegos de la marquesa de Priego, y en 1551 es enviado como prior a Valladolid. En 1554 es nombrado provincial de Castilla, y en esa calidad preside el agustiniano Capítulo de Dueñas (ca. 1557).
Finalmente, fija su residencia en Madrid (ca. 1560), una vez nombrado predicador real de la Corte de España, y esto le obliga a trabajar junto a Felipe II de España, de quien será siempre apreciadísimo. Durante 30 años su vida se consume en Madrid, de la manera más santa y fecunda que puede imaginarse.
Su título de predicador regio le exime de los superiores de su Orden, pero él vivirá siempre en el Convento de San Felipe como el más sencillo y observante religioso, y sus gajes o paga de predicador la distribuye a partes iguales entre el convento donde él habita, las agustinas de Talavera (por él fundadas) y los pobres.
Tras varios años de gestiones, logra Orozco que se abra el agustino Monasterio de la Magdalena de Madrid (ca. 1570), el Monasterio Agustino de Talavera (ca. 1576) y el agustino Monasterio de la Visitación de Madrid (ca. 1588), hoy agustinas de Santa Isabel.
Orozco predica sin cesar, ¡y con qué fuego y qué espíritu!: "Almas, ¿qué estáis haciendo?". Y se estremecían los oyentes. Aconseja a todos (pobres, enfermos, nobles...) y a él recurren todo tipo de personas, desde el rey y los grandes a los últimos miserables. Todos le buscan, y él es todo para todos.
Y escribe sin cesar, porque estando en Sevilla (ca. 1542) la Virgen le ha dicho por 2 noches en sueños que escriba, y él lo hará hasta morir, como uno de los escritores espirituales más fecundos del s. XVI.
Su vida personal se ha deslizado, entre tanto, entre virtudes y sufrimientos. Las enfermedades y trabajos le llovieron abundantes. Durante 30 años, de 1522 a 1551, los escrúpulos más terribles han macerado su pobre existencia, y solamente le dejan libre durante la confesión y misa diarias, que celebra lo más devotamente que puede. Hasta que por fin, desde el 1551, la paz le acompaña.
Su oración es cada vez más contemplativa e incesante, a la par que trabaja y se mortifica en grado heroico, ante la admiración de los que le conocen y con él conviven.
En medio del fasto que le rodea, Orozco siempre vivió en la añoranza de poderse retirarse al agustiniano Convento del Risco, en la soledad más abandonada y abrupta de la serranía de Avila, aunque esto sea algo que nunca consiga. Un clavicordio, que gustosamente toca en sus tiempos libres, le suavizará a ratos su nostalgia. Dios no le quiso ni misionero ni mártir en América, ni ermitaño en el Risco, sino que le quiso como apóstol en Madrid, que poco a poco se estaba convirtiendo (ca. 1563) en la capital de España y del mundo entero.
En 1589 se retira a vivir, con otros agustinos, a las casas de María de Aragón, que la duquesa quiere convertir en colegio. Y en aquel convento improvisado se acabará su largo vivir. Son casi 2 años de enfermedades, y hasta Felipe II de España, e Isabel Clara Eugenia, o el cardenal Quiroga, le visitarán.
Orozco se extinguió dulcemente abrazado a su cruz, y con su vela encendida en la mano, a las 12.00 h. del 19 septiembre 1591, no sin antes haber predicado durante media hora a los que le rodeaban: "Óiganme, que quiero predicar".
Sus exequias y entierro fueron seguidos por multitudes y simpatizantes, como era de esperar. Y poco después se fue haciendo silencio sobre su figura, hasta desaparecer por completo. Su beatificación no llegó hasta el 15 enero 1882, en el pontificado de León XIII. Y no fue canonizado sino hasta el 19 mayo 2002, por parte de Juan Pablo II. San Alonso de Orozco fue una sombra en aquel alargado s. XVI español, pero una sombra de acrisolada virtud.
Sus libros fueron el reflejo de su alma. No son originales ni profundos, sino algo medievales en el contenido y en la forma. Pero sí fueron fecundos y prácticos, más moralistas que dogmáticos, aunque con todo el fundamento doctrinal necesario. Empapados de Sagrada Escritura, y particularmente insinuantes al hablar de oración.
Su estilo es lo mismo. Contiene páginas de antología, pero por lo general con demasiada candidez, sin perder por ello la dignidad. Él sólo quería hacer bien, y no se preocupaba mucho de lo demás. O bien no tenía formación ni habilidad para otra cosa.
El hecho es que escribió y publicó sin cesar, y no parece que la Inquisición se inquietase nunca por ello, posiblemente por la sencillez doctrinal y las dedicatorias a grandes personajes de la corte.
San Alonso de Orozco fue el apóstol que evangelizó aquella Madrid que empezaba a consolidarse como corte y capital del Imperio español, y el que más veneración y seguimiento suscitó entre los madrileños, desde el rey hacia abajo. Durante los 30 años últimos de su larga vida, de 1560 a 1591, el padre Orozco fue el santo de Madrid, "el santo de San Felipe" por residir en aquel agustino Convento San Felipe de Madrid.