21 de Enero

Inés de Roma

Luz Rodríguez
Mercabá, 21 enero 2025

         Un halo de leyenda, tejida poco después de su muerte y aumentada en los siglos medievales, envuelve la encantadora imagen de esta doncella mártir, arquetipo y símbolo de la virginidad hasta la inmolación. En efecto, ya los antiguos padres de la Iglesia loaron, conmovidos, la extraordinaria entereza de esta niña frágil y delicada, que a los 13 años "perdió la muerte y halló la vida, porque solamente amó al Autor de la vida".

         San Ambrosio (s. IV) habla largamente de Santa Inés en su libro De Virginibus, como quien sabe que su auditorio conoce perfectamente los hechos que va ensalzando: "¿Qué podemos decir nosotros que sea digo de aquella cuyo nombre mismo entraña un elogio?". Alude así a la etimología de la palabra Inés, derivada del latín agnus (lit. cordero) o del griego agnos (lit. puro), pues "esta mártir tiene tantos heraldos que la alaban, como personas pronuncian su nombre".

         El sabio de Milán pasa después a comentar la narración de su martirio, sin duda apoyándose en las Actas que ya por entonces se conocían, y tal vez un tanto alteradas. Y dice:

"Refiérese que tenía 13 años cuando padeció. La crueldad del tirano fue tanto más detestable cuanto no perdonó una edad tan tierna. Pero, notemos ante todas las cosas el poder de la fe, que halla testigos de tal edad. ¿Había acaso sitio en tan pequeño cuerpo para tantas heridas? Mas, donde no había sitio para recibir el hierro, lo había para vencer al hierro. Así, muéstrase Inés intrépida en las ensangrentadas manos de los verdugos; no se conmueve cuando oye arrastrar con estrépito pesadas cadenas; ofrece todo su cuerpo a la espada del soldado furioso; ignora todavía lo que es la muerte, pero está dispuesta, si es llevada contra su voluntad a los altares de los ídolos, a tender las manos hacía Jesucristo desde el fondo de la hoguera y a formar, aun sobre el brasero sacrílego, ese signo que es el triunfo del Señor victorioso. Introduce el cuello y las manos en las argollas de hierro que le presentan, pero ninguna puede ceñir miembros tan pequeños".

"No iría el esposo a las bodas con tanto apresuramiento como ponía esta santa virgen en dirigirse con paso ligero al lugar del suplicio, gozosa de su proximidad. Todos lloraban, todos menos ella. La mayor parte admiraban la gran facilidad con que, pródiga de una vida que aún no había gozado, la daba como si la hubiese ya agotado. Estaban todos llenos de asombro de que se mostrase testigo de la Divinidad en una edad en que no podía aún disponer de sí misma. ¡Cuántas amenazas emplea el tirano para intimidaría! ¡Cuántos halagos para persuadirla! ¡Cuántos hombres la deseaban por esposa! Mas ella contestaba: La esposa injuria al esposo si desea agradar a otros. Unicamente me poseerá el que primero me eligió. ¿Por qué tardas tanto, verdugo? Perezca este cuerpo que pueden amar ojos a los cuales no quiero complacer. Llega, ora, inclina la cabeza. Hubierais visto temblar al verdugo, lleno de miedo, como si él fuese el condenado a muerte. Su mano tiembla, palidece por el peligro ajeno, en tanto que la jovencita mira sin temor su propio peligro. He aquí, pues, en una sola víctima, dos martirios: el de la pureza y el de la religión. Inés permanece virgen y obtiene el martirio".

         Mons. Fofi, canónigo regular y lateranense (y párroco de la basílica de Santa Inés, durante muchos años), ha escrito un curioso libro sobre la vida y culto de la ilustre mártir. Y tras glosar los textos antiguos (de San Ambrosio, San Dámaso y Aurelio Prudencio), hace una erudita crítica sobre los escritos actuales (del card. Bartolini, de Armellini, de Bourgeois, de Cavalien, de Jubaru y de otros autores), y enriquece su obra con las Actas martiriales, reconstruyendo la vida de Santa Inés con una afectuosa devoción, aunque sin fiarse plenamente de los documentos citados.

         Según Fofi, Inés nació en Roma el 290, en el seno de una noble familia romana (tal vez la Clodia) que, tras el bautismo, le inculcó una educación sólidamente piadosa, culminada con su consagración particular a Jesucristo y voto de virginidad. Volviendo una vez la niña de la escuela, un joven (de familia distinguida) la vio y se enamoró de ella, ofreciéndole magníficos regalos a cambio de su promesa matrimonial. Inés despreció todo eso, con las palabras que pone en su boca el Oficio divino:

"Apártate de mí, pábulo de corrupción, por que he sido ya solicitada por otro Amante. Él ha adornado mi diestra y mi cuello con piedras preciosas, ha puesto en mis orejas perlas de inapreciable valor. Ha puesto una señal sobre mi rostro para que no admita fuera de él otro amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es virgen, cuyo Padre lo ha engendrado sin concurso de mujer, y que ha hecho resonar en mis oídos acordes armoniosos. Cuando le amare, seré casta; cuando le tocare, seré pura; cuando le recibiere, seré virgen".

         El joven, desesperado, recurrió a su padre (el prefecto de Roma), el cual averiguó que Inés era cristiana, y mandó a sus esbirros que, a viva fuerza, la llevaran ante el tribunal. Amenazas, tormentos... Conducida a un lupanar y expuesta a los insultos de la plebe, el cuerpo de la virgen se cubre milagrosamente con su cabellera. Cae muerto a sus pies el hijo del prefecto, único que se había atrevido a acercarse a ella, e Inés, para demostrar la virtud divina de Jesús, obtiene con sus oraciones la resurrección del joven.

         Se retira el prefecto, dejando en el tribunal a su ayudante, Aspasio, el cual, atribuyendo los milagros de Inés a la magia, condena a la niña a ser quemada viva. Nuevo prodigio: Inés permanece intacta en medio del fuego. Es condenada, por fin, a morir al filo de la cuchilla. ¡Cuántos terrores, insiste San Ambrosio, ensayó el verdugo para asustarla! ¡Cuántos halagos y promesas para rendirla! Pero ella respondía con firmeza superior a su edad:

—Injuria sería para mi Esposo si pretendo agradar a otro. Me entregaré sólo a aquél que primero me eligió. ¿Qué esperas, verdugo? Perezca un cuerpo que puede ser amado por ojos que detesto.

         Tras lo cual, anuncia luego al juez un lugar más terrible para una virgen:

—Haz lo que quieras. Cristo no olvida a los suyos. Teñirás, si quieres, la espada con mi sangre. Pero no mancillarás mis miembros con la lujuria.

         Despechados sus jueces, fue conducida a un lupanar público, expuesta al fuego criminal de la lujuria. Pero le crece milagrosamente la cabellera, que se derrama sobre el lirio desnudo de su cuerpo, para que ningún rostro humano profanara el templo del Señor. Para recordar este hecho, en aquel mismo lugar, en la actual plaza Navona, se alza hasta nuestros días la Iglesia de Santa Inés. Se venera aún allí una reliquia insigne de la virgen de Cristo.

         Aún pasó Inés el tormento del fuego. Pero el fuego respetó el cuerpo virginal. Llegó entonces el verdugo armado con la espada. Tiembla el brazo del verdugo, recuerda San Ambrosio, su rostro palidece. Inés, entretanto, aguarda valerosa. La corderita lo recibió gozosa, oró brevemente, inclinó la cabeza y quedó consumado el martirio.

         Los padres de Inés depositaron el cuerpo de su hija en el sepulcro de su casa de campo, situado en la vía Nomentana (hoy, Catacumbas de Santa Inés). Pocos días después, otra flor de pureza caía deshojada sobre él. Emerenciana, la hermana de leche de Inés, fue apedreada por los paganos, cuando ésta se hallaba orando ante la tumba de su hermana. En dicho lugar se erigió la basílica (en la época de Constantino), que fue restaurada posteriormente por Honorio I. Y todavía hoy, el 21 de enero de cada año, se bendicen en este lugar 2 corderillos con cuya lana se teje al pallium del papa y de los arzobispos.

         Nuestro poeta Aurelio Prudencio (ca. 318-413) compuso también un hermoso himno en honor de Santa Inés. Forma parte de los 14 poemas del Peristephanon, y se basa en las Actas de los Mártires, ya por entonces algo mixtificadas. Precioso es también el breve relato y plegaria que compuso el papa Dámaso I en su honor, en 16 versos y que todavía se conserva íntegro, grabado en mármol, en su basílica de la vía Nomentana:

"La fama repite lo que ha poco declararon los santos progenitores de Inés: que muy niña todavía, cuando oyó los lúgubres sones de la trompeta, dejó el regazo de su nodriza desafiando espontáneamente las amenazas y la furia del tirano cruel, cuando éste quiso que las llamas devorasen su noble cuerpo. Con fuerzas mínimas superó un gran temor, y envolvió su desnudez en su cabellera suelta, de modo que ningún mortal pudiera profanar el templo del Señor. ¡Oh digno objeto de mi veneración, santa gloria de la pureza, ínclita mártir, muéstrate benigna a las súplicas de Dámaso!".

         Es de notar que este ilustre papa, en sus epitafios y loas se proponía dar siempre la verdad histórica, y algunas veces buscó a los mismos verdugos para saber, por boca de los mismos, la exactitud de los hechos. Algo difieren las Actas martiriales de los panegíricos, himnos y narraciones que se han escrito sobre la vida y martirio de Santa Inés.

         Pero todos los autores coinciden en proclamarla mártir de la virginidad. Es patrona protectora de las jóvenes doncellas y de los jardineros. Se dice que su casa solariega, en Roma, estaba emplazada en el solar que hoy ocupa el Colegio de Capranica, donde acabó su carrera sacerdotal Pío XII. Y en la célebre basílica de vía Nomentana es donde cada año, el día 21 de enero, se bendicen los 2 corderillos con cuya lana se teje el pallium del santo padre.

         Santa Inés es una de las santas más populares del calendario. Una de las figuras más graciosas, una de las heroínas más cantadas por los poetas y los Santos Padres. Luego, de la poesía y la leyenda pasó al arte, desde Bernini hasta Alonso Cano. Cada época la reproduce a su estilo, pero todos compitiendo en ensalzarla. Como la Inés de Carlos Dolci, cuya dulce hermosura y blancura de lirio nos atrae con su encanto inefable.

         La devoción a Santa Inés se ha mantenido viva a través de los tiempos. La Iglesia introdujo su nombre en el canon de la Misa. Es el prototipo de la virgen fiel consagrada a Cristo, desde su más tierna edad. Su mismo nombre, pura en griego y cordera en latín, es ya un presagio.

         La tierna corderita tiñó su candor virginal con la sangre del martirio a principios del s. IV, en la persecución de Diocleciano. Inés, patricia romana, niña tan pura como su nombre, frisaba en los 13 años. Su devoción, dice San Ambrosio, era superior a su edad. Su energía superaba a su naturaleza. No había en aquel cuerpecito lugar para el golpe de la espada. Pero quien no tenía dónde recibir la herida del hierro, tuvo fortaleza para vencer al mismo hierro y a los que querían dominarla.

 Act: 21/01/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A