22 de Marzo
Epafrodito de Filipos
José
Flecha
Mercabá, 22 marzo 2023
En su viaje II apostólico, San Pablo había pasado a Europa después de embarcarse en Troade (antigua Troya). Venía impulsado por el Espíritu, que lo invitaba constantemente a dirigirse a Occidente. Y habiendo desembarcado en Neápolis (hoy Kavala), recorrió por la vía Egnatia el breve camino que le separaba de Filipos.
Era Filipos una ciudad que, desde los tiempos del emperador Augusto, alojaba a numerosos veteranos de las legiones romanas, y fue la 1ª ciudad europea en la que predicó San Pablo, en los años 50 al 51.
En Filipos había conocido San Pablo a Lidia, una vendedora de telas de púrpura de Tiatira que, junto a toda su familia, lo acogió en su casa y aceptó la fe cristiana (permitiendo que estableciese Pablo unas cordiales relaciones con aquella comunidad de Filipos).
Andando el tiempo, San Pablo fue encarcelado, y en una de las prisiones que sufrió (en Efeso, posiblemente) llegó hasta él un emisario de la comunidad de Filipos. Era Epafrodito, amable no sólo por su onomástica sino por su exquisito trato con el apóstol. Y le traía un obsequio de parte de los filipenses (ropa, alimento, dinero o quién sabe, pero valiosísimo para los tiempos de prisión), aparte de su propia disponibilidad personal, para ayudarle en cuanto pudiese necesitar el apóstol.
Epafrodito fue, pues, el fiel mensajero de Filipos, un cristiano no sólo agradecido por la labor del apóstol Pablo sino comprometido en su tarea evangelizadora, en sus momentos más críticos. Este pequeño detalle de Epafrodito movió el alma de San Pablo, que en agradecimiento escribió su Carta a los Filipenses, desde la prisión. Todo un modelo de delicadeza, todo un modelo de gratitud.
También sabemos de Epafrodito que, durante su permanencia junto al apóstol, contrajo una grave enfermedad, y que estuvo a punto de morir. Una vez restablecido, San Pablo lo envió de nuevo a su comunidad de origen, haciéndole portador de la hermosa Carta a los Filipenses. He aquí la gratitud que San Pablo expresa a propósito de la compañía que le hizo Epafrodito, en sus días de cárcel:
"He juzgado necesario devolveros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de armas, enviado por vosotros con el encargo de servirme en mi necesidad, porque os está añorando a todos vosotros y anda angustiado porque sabe que ha llegado a vosotros la noticia de su enfermedad.
Es cierto que estuvo enfermo y a punto de morir. Pero Dios se compadeció de él. Y no sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo tristeza sobre tristeza. Así pues, me apresuro a enviarle para que, viéndole de nuevo, os llenéis de alegría y yo quede aliviado en mi tristeza. Recibidle, pues, en el Señor con toda alegría, y tened en estima a los hombres como él, ya que por la obra de Cristo ha estado a punto de morir, arriesgando su vida para supliros en el servicio que no podíais prestarme vosotros mismos" (F1p 2, 25-30).
Sin embargo, la Carta a los Filipenses es mucho más que el testimonio de un corazón agradecido. Pues San Pablo no sólo se limita a expresar palabras corteses, agradeciendo el regalo que le había sido enviado. Sino que elabora un Himno a Cristo en agradecimiento (el 1º de la mística cristiana), haciendo a la comunidad de Filipos su confidente:
"Cristo, siendo de naturaleza divina, no se había guardado tal honor como un botín, sino que se había despojado de su rango para hacerse semejante a los hombres, pasando como un esclavo hasta sufrir una muerte y muerte de cruz. Tal abajamiento no terminaba sin embargo ahí. Por él, el Padre celestial lo había ensalzado hasta llegar a darle un nombre sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 5-11).
Como podemos deducir por la lectura del himno, Epafrodito había sido testigo privilegiado del corazón místico de Pablo, y no sólo de su corazón agradecido. Al final de la carta, Pablo evoca, en efecto, la íntima confianza que ha mantenido siempre con los miembros de la comunidad de Filipos, y reconoce que sólo de ellos ha querido recibir financiación para sus viajes:
"Me alegré mucho en el Señor de que ya al fin hayan florecido vuestros buenos sentimientos para conmigo. Ya los teníais, sólo que os faltaba ocasión de manifestarlos. No lo digo movido por la necesidad, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. Y sabéis también vosotros, filipenses, que en el comienzo de la evangelización, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia me abrió cuentas de haber y debe, sino vosotros solos. Pues incluso cuando estaba yo en Tesalónica enviasteis por dos veces con qué atender a mi necesidad. No es que yo busque el don; sino que busco que aumenten los intereses en vuestra cuenta" (Flp 4, 10-18).
Es la hora de la despedida, y a la expresión de la asombrosa riqueza del apóstol (sometido a la decrepitud de las prisiones antiguas), se añade ahora una última palabra de gratitud para el fiel mensajero Epafrodito, que ha hecho de portador de los filipenses. Un regalo que para su destinatario, San Pablo, no ha sido signo de cortesía, sino de íntima comunión fraterna:
"Nado en la abundancia después de haber recibido de Epafrodito lo que me habéis enviado, como suave aroma y sacrificio que Dios acepta con agrado. Dios proveerá todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos" (Flp 4, 18-23).
La figura de Epafrodito, el colaborador amable de Pablo, ha llegado hasta nosotros como la de un mensajero fiel. Un eslabón entre una comunidad creyente y su evangelizador. Epafrodito, miembro activo de una comunidad cristiana primitiva, es el modelo silencioso y necesario de todas las comunidades cristianas, incluidas las de hoy día.