2 de Mayo

Atanasio de Alejandría

Ramón Cunill
Mercabá, 2 mayo 2024

         Se trata del prototipo de la fortaleza cristiana, y de lucha heroica mantenida por la ortodoxia católica frente a la vigorosa herejía suscitada por el demonio en la persona de Arrio, en los años que mediaron entre la paz imperial hacia el cristianismo (ca. 313, en el Edicto de Milán de Constantino) y la implantación del cristianismo como religión oficial del Imperio (ca. 380, en el Edicto de Tesalónica de Teodosio).

         En efecto, el Edicto de Milán había venido a poner fin a las persecuciones imperiales contra la Iglesia, e incluso vino a reconocer al cristianismo su fuerte base ética y moral. Pero lo hizo como una religión imperial más. Constantino devolvió a la Iglesia y al papa todas sus prerrogativas, y alabó la fe cristiana que su misma madre profesaba (Santa Elena).

         Pero no hizo Constantino nada más, y dejó al Imperio y a la Iglesia a la intemperie, a ver qué pasaba. Un contexto ciertamente peligroso, pues aunque ya se podía gozar de paz exterior, el núcleo interior del cristianismo podía estar expuesto a todo tipo de sincretismo espiritual.

         Y eso es, efectivamente, lo que ocurrió. En 1º lugar por parte de los filósofos y élites romanas, que empezaron a ver cómo el cristianismo seducía rápidamente a las almas sencillas y rectas, mientras que el resto de almas torcidas (la mayoría) seguían engrosando (y ensuciando) el paganismo imperial. Y en 2º lugar por parte de los filósofos y mediocres cristianos, que en su intento de contemporizar con el paganismo imperial empezaron a rebajar las exigencias y principios del cristianismo, posiblemente en su intento de justificar la paz exterior.

         Es lo que sucedió con el sacerdote Arrio, víctima ingenua de ese envenenado contexto. Pues en su intento de agraciarse con los paganos de Alejandría no tuvo otra ocurrencia que decir que Cristo era un semidiós, un hombre elevado y perfecto pero otra criatura más. Y así, fue ganando adeptos, llenando de filosofía griega todas sus teorías religiosas.

         Y lo que sucedió con las élites y filósofos de Constantinopla, que con astucia alentaron a los secuaces de Arrio para ir ellos ganando terreno dentro del Imperio Romano y dentro de la propia Iglesia, a través de su intromisión en los asuntos internos (de doctrina y de cargos) de la Iglesia.

         En esta coyuntura, y en medio de un tremendo lío de componendas doctrinales y asuntos de gobierno eclesiástico (con auténticos motines, latrocinios, asesinatos, sacrilegios, secuestros y usurpaciones de cargos), fue donde surgió la figura del gran Atanasio, forjada a base de paciente aguante, heroico temple, inédita constancia, incansable movimiento e insufrible asunción de batallas perdidas, aunque consiguiera finalmente ganar la guerra abierta por la herejía.

         Atanasio nació el 296 en Alejandría (Egipto), siendo un joven diácono de 23 años cuando estalló el conflicto arriano en su propia diócesis de Alejandría. Se trataba de un joven endeble (de talla pequeña y rostro pálido), que veía cómo su colega Arrio (sacerdote alejandrino, aunque de origen libio) frisaba los 60 años y exponía su imponente estatura exterior, gran dialéctica y acreditada maestría a la hora de explicar las Escrituras (así como amarga resignación por no haber sido elegido patriarca de Alejandría), desde su parroquia de Borcal.

         Pretendía el soberbio párroco Arrio que el Verbo encarnado (Jesucristo) no era absolutamente igual al Padre (Dios), sino una más de sus criaturas (su criatura más elevada). Lo cual explicaba diciendo que entre el Ser Supremo ( sin principio, sólo eterno, sólo bueno y solitario en su eternidad) y la naturaleza creada ( finita y manchada) estaba Jesucristo ( el Verbo encarnado e Hijo de Dios, pero por adopción), de sustancia distinta a la del Padre.

         Según tales principios, el misterio de la Encarnación quedaba suplantado, la teología de la Trinidad alterada y suprimida la divina Redención del Calvario, así como suspendida la responsabilidad del pecado y el rigor de la justicia divina ( pues, según dicha doctrina, Cristo no redimió con su ser, sino sólo con su doctrina y ejemplos).

         Volviendo a los inicios de Atanasio, parece ser que sus padres fueron cristianos, y que ya desde niño explicaba las ceremonias cristianas del obispo (Alejandro) a sus compañeros de clase, jugando con ellos en los patios del recreo.

         Llegado a la adolescencia, el patriarca de Alejandría (San Alejandro de Alejandría) descubrió en aquel imberbe a un alma de condiciones extraordinarias, y dirigió personalmente su formación hasta que pusiese ser ordenado sacerdote. Siendo todavía diácono fue enviado Atanasio por Alejandro al Sínodo de Alejandría (ca. 320) como su secretario personal, y allí escuchó todo el asunto arriano y la condena que hicieron de él los obispos de Egipto y Libia.

         Atanasio conoció también el ambiente intelectual de Alejandría, frecuentando a los sabios maestros de la filosofía y colaborando en la famosa Escuela Catequética de Alejandría que había fundado el gran Orígenes (su querido compañero, que estaba ya expirando).

         Durante su juventud, y luego a lo largo de toda su vida, fue Atanasio un heroico luchador contra el neopaganismo teológico y práctico de la época, y siempre se movió entre sus 2 almas: el desierto egipcio (foco de santidad y de ascetismo) y la escuela alejandrina (núcleo de la doctrina ortodoxa, y 1º centro superior de estudios de la Iglesia).

         La amistad de Atanasio con el gran San Antonio Abad nació de sus largas estancias en el desierto, donde el patriarca de los anacoretas le descubrió el gran riesgo de las tentaciones del mundo pagano, y el peligro de admitir componendas prácticas con las costumbres y las ideas paganas.

         Los desiertos de Egipto eran entonces el escenario de un fenómeno singular: las almas generosas formadas en el clima del martirio, al hacerse cómoda y fácil la práctica del cristianismo, se iban al desierto para sufrir el martirio de su renuncia y mortificaciones, para vivir en la contemplación de Dios y para hacer realidad el ideal místico de los consejos evangélicos. En esos desiertos se fraguó el alma abrasada de Atanasio, y allí se encendió el celo del buen pastor que le llevará a dar su vida por su rebaño (ante los asaltos del lobo).

         A los 25 años publica su Discurso contra los Gentiles, en que muestra con toda lucidez las groserías del paganismo (divinizador de las propias pasiones, y de los desórdenes de la aristocracia) y las incoherencias del neoplatonismo cristiano, pues "¿qué representa un demiurgo o mediador entre Dios y el mundo? ¿Qué son estos platónicos poderes colocados por los filósofos entre la naturaleza y la divinidad sino formas de la idolatría, menos groseras que las de los griegos, pero tan corruptoras y no menos irracionales?".

         Tras el Sínodo de Alejandría (ca. 320) y condena expresa de Arrio, el hereje es herido en su orgullo y despliega entonces sus doctrinas sobre la vecina Palestina y Asia Menor, ganando adeptos a través de viajes y folletos entre varias diócesis importantes (entre ellos, el obispo Eusebio de Nicomedia, cuya influencia pesaba mucho en la corte de Constantinopla).

         Es entonces cuando el papa (Silvestre I) y el emperador (Constantino) envían a Alejandría al prestigioso obispo de Córdoba (Osio), para recoger todo tipo de información al respecto. Osio se da cuenta de la gravedad del movimiento herético, insinua a Constantino la idea de reunir un gran concilio eclesial y mundial.

         Fue el Concilio de Nicea (ca. 325), el 1º de los concilios ecuménicos y uno de los más importantes de la historia, en cuyas sesiones preparatorias el diácono Atanasio dio la medida de su sagacidad, elocuencia y dotes para la dialéctica. Las intervenciones de Atanasio en el Concilio de Nicea tuvieron un peso considerable en las decisiones conciliares, y allí se condenó y desterró a Arrio y sus partidarios.

         Poco después del concilio murió Alejandro (el santo obispo de Alejandría), dejando como testamento que los obispos sufragáneos eligieran a Atanasio por sucesor. En efecto, Atanasio fue designado como nuevo patriarca de Alejandría, cuando éste no era más que diácono.

         Ante la negativa del diácono Atanasio (medio monje, que amenazó con huir al desierto), el pueblo cristiano de Alejandría se agolpó a la puerta de su casa, y empezó a forzar su elección: "Atanasio asceta, Atanasio obispo". Así, Atanasio quedó exaltado a la dignidad de patriarca de Alejandría, y con ello primado de todo Egipto.

         Tras escribir su 1ª y emocionante Carta Pastoral del 328, quiso el nuevo obispo Atanasio dedicar su 1ª Visita Pastoral a la porción más escogida de su rebaño: los anacoretas penitentes y contemplativos del desierto, tanto de Egipto como de Libia. Pero a su regreso, y cuando todavía rezumaba aquella paz y santidad de aquellos solitarios, se encontró en su sede alejandrina una sorpresa no esperada: había estallado la Guerra Arriana.

         En efecto, Eusebio de Nicomedia había arrancado de Constantino una carta imperativa ordenando a Atanasio que levantara la excomunión y recibiera a todos los arrianos que se le presentaran, amenazándole con el destierro y con invalidar su propia elección patriarcal (bajo pretexto de haber sido realizada por presión popular).

         Atanasio escribe entonces un largo Memorial (que es atendido por el emperador), al tiempo que el Partido Arriano (movilizado por Eusebio), comienza a propagar entre el pueblo toda una serie de calumnias sobre Atanasio: que había obligado a sus fieles a pagar un impuesto sobre el lino, que el delegado y amigo de Atanasio (Macario) había derribado un altar, roto un cáliz y quemado los libros sagrados....

         Atanasio decide hacer un viaje a Constantinopla, y allí habla con el emperador, que se convence de su inocencia. Pero de vuelta a Alejandría ya le han preparado otra serie de extrañas y graves calumnias: que ha mandado asesinar al obispo de Hiprale (Arsenio), de cuya presunta muerte exhiben una mano cortada.

         En el Concilio de Tiro (ca. 336) los arrianos y semiarrianos deponen a Atanasio, consiguen que el emperador le destierre a Tréveris (Alemania, de donde volverá 4 años más tarde, cuando muera Constantino y su hijo y sucesor Constantino II levante su destierro) e imponen en la sede de Alejandría a un patriarca arriano (Gregorio), entre fuertes medidas de seguridad y escoltado por el ejército imperial.

         Tras finalizar su destierro en Tréveris (ca. 342), Alejandro marcha a Roma, y allí se entrevista con el papa Julio I, con 47 años y tras 14 al frente de la sede alejandrina. El papa lo recibe con gran afecto, y decide convocar un Concilio de Roma (ca. 342) para aprobar la doctrina atanasiana (como la que mejor defendía la fe de Nicea) y el Concilio de Sárdica (ca. 343), en que restituye a Atanasio en su sede de Alejandría, y expulsa al usurpador Gregorio.

         Pero los arrianos no se quedaron cruzados, y a la muerte del emperador Constante (de acento católico) logran hacerse con el beneplácito del nuevo emperador Constancio (de acento y profesión arriana), que multiplica los favores (y los prosélitos, hambrientos de favoritismos) hacia los arrianos. En una exhibición de paroxismo y furor, los nuevos obispos arrianos de Constancio convocan un Sínodo de Filípolis (ca. 347), y en él excomulgan a todos los obispos de Sárdica y al propio papa Julio I.

         En sucesivos sínodos (o conciliábulos) de Arlés, Aquileya o Milán, los arrianos van condenando y desterrando a todos los defensores de Nicea (Osio de Córdoba, Eusebio de Vercelli, Lucífero de Callas, Dionisio de Milán...) y al propio papa Liberio I. Según describe el propio San Jerónimo, "el mundo parece gemir bajo el yugo de Arrio", y Atanasio no tiene más remedio que huir al desierto, pues el propio emperador (Constancio) impone al hereje Jorge de Capadocia como obispo de Alejandría.

         Estando alojado Atanasio en el desierto, y en compañía de sus anacoretas tan admirados y venerados, escribe el heroico obispo sus obras más notables. Y allí se queda durante todo el reinado de Constancio. Al morir Constancio, sube al trono imperial Juliano, que trata de restablecer el paganismo social y religioso en todo el Imperio Romano. Y para demostrar su indiferencia ante todo lo cristiano (incluida la Guerra Arriana), llama de su destierro a todos los condenados por su antecesor, haciendo que Atanasio pueda volver a su sede de Alejandría el 362 sin dificultad.

         De todo el Egipto llegaron gentes a la capital para recibir a Atanasio, y las calles por donde pasaba el ilustre obispo (montado en un asno, como el Señor en Jerusalén) eran rociadas con perfumes, celebrándose su vuelta con toda la ciudad, e incluso con juegos de luces nocturnos para no olvidar el momento.

         Aquel año 362 (de febrero a octubre) fue de ensueño para la cristiandad alejandrina, y la actividad y celo de Atanasio asombraban a sus 67 años. Pero la simpatía despertada por Atanasio suscitaba entre los gentiles copiosas conversiones, y esa noticia irritó profundamente a Juliano, que no duda en encargar al prefecto de Egipto: "Proscribe al miserable Atanasio, que reinando yo se ha atrevido a bautizar a mujeres griegas de rango distinguido". El edicto del 5º y último destierro quedó fijado para el 23 octubre 362.

         Atanasio se dio cuenta que se cernía sobre la Iglesia una persecución sangrienta, y percibía que él iba a ser la 1ª víctima. Decidió entonces huir de allí por el bien de su pueblo, y aquella misma noche (en que salió fallado el edicto) se vistió de pescador, se hizo a una barca del Nilo y se dirigió al desierto, donde los monjes y abades salieron a recibirle "tremolando ramas de árboles y cantando himnos de gozo". Y con ellos permaneció Atanasio, hasta la muerte de Juliano.

         A la muerte de Juliano (ca. 365), el nuevo emperador Valente (influido por Eudoxio, patriarca intruso de Constantinopla) decidió mantener en el destierro a todos los obispos desterrados, tanto los de Constancio como los de Juliano. Pero el pueblo de Alejandría no toleró ya más dichas intromisiones políticas, y al grito de "Atanasio, Atanasio" se plantó en masa ante la corte alejandrina. Las fuerzas imperiales tuvieron que retirarse ante el temor de una sedición popular, y el gobernador de Egipto no tuvo más remedio que dejar venir al septuagenario obispo.

         Atanasio gobernó tranquilo su iglesia durante 8 años más, y en ellos vislumbró la derrota casi definitiva de la herejía. Murió el 2 mayo 373, y el Martirologio romano proclamó, con su sobria elegancia, la muerte del "santo y docto confesor de la Iglesia, en cuya persecución se había conjurado todo el orbe".

         En efecto, Atanasio había defendido contra viento y marea la fe católica, ante emperadores y tribunos, ante arrianos e insidiosos, ante acosadores y envidiosos. Por ello anduvo prófugo por todo el orbe, hasta no quedarle más sitio donde esconderse que sus monjes del desierto del Sinaí, ni más concilios y trabajos que recorrer que los de su propio lecho mortal. Allí descansó el santo obispo tras 46 años de sacerdocio episcopal, siendo llamado por los suyos como San Atanasio el Grande.

 Act: 02/05/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A