4 de Febrero

Juana de Valois

Almudena García
Mercabá, 4 febrero 2025

         Todavía parecía levantarse sobre los campos de Francia el glorioso estandarte de Juana de Arco, la santa y guerrera de Orleans, cuando vino al mundo otra Juana francesa, en plena corte francesa y no en un pueblecito aislado, hija de Luis XI de Francia y Carlota de Saboya.

         Gran expectación creó en Francia el nacimiento de Juana, sobre todo por saber si el nuevo vástago real sería varón, y pudiese así dar herencia a Luis XI (pues su 1º hijo había sido niña, Ana). No obstante, la noticia de que venía otra niña decepcionó al monarca, que no quiso apenas verla.

         Y mucho menos cuando, en los años sucesivos, la niña Juana no resultó ser del todo de su agrado, y empezó ésta a mostrar síntomas de enfermedad. Malhumorado, Luis XI mandó aislar a Juana en el Castillo de Linieres (en el Berry), y separarla para siempre de la corte. A sus 5 años, la pobre princesita Juana fue separada de su madre, y nunca más la volverá a ver.

         De dicha madre (Carlota de Saboya), "dama virtuosa llena de paciencia y tolerancia, tan necesarias para vivir con un rey como Luis XI" (según los cronistas de la época), heredará Juana su gran sentido de ponderación, y su vida interior.

         Y de su padre, hombre extraordinariamente complejo (contradictorio, duro y dominante, político sutil, audaz guerrero y miedoso ante la enfermedad, amante a veces de la popularidad, y otras encerrado en su misántropa soledad...) heredará nuestra heroína su prudente administración en los negocios, su voluntad indomable y el convencimiento de la propia dignidad de la majestad real, a la que ha sido llamada por Dios (y que conservará en todas las ocasiones, al lado de sus dolencias físicas).

         La infancia de la princesita Juana se desliza, solitaria y monótona, en el Castillo de Linieres, cuyos dueños la tratan con cariño, respeto y solicitud, sufriendo intensamente del estado de abandono (no sólo moral, sino material) al que la ha reducido Luis XI de Francia. Allí aprende a bordar y a tocar el laúd, y dedica la mayor parte del tiempo a leer salmos y libros piadosos, gozando desde niña en las comunicaciones divinas.

         Un día, revela a la señora de Linieres que la Virgen le ha hablado, y que le ha dicho "antes de tu muerte, fundarás una Orden en mi honor". Tras lo cual, "la niña se quedó pensativa, considerando qué diría al respecto su padre", el rey.

         Alguna que otra vez, Luis XI hacía una ruidosa aparición en el Castillo de Linieres, acompañado de su escolta de caballeros y tras una desenfrenada caza de lobos. Pero ni siquiera dedicaba un minuto en ver a su hija. Incluso comentaba jocosamente con el señor del castillo, mientras éste le preparaba la comida, que no sabía qué hacer ya para matar a esa hija enfermiza, que le había nacido en lugar de un varón.

         No obstante, una vez que había satisfecho su voraz apetito, declaraba el monarca, solemnemente, que todos velaran por la buena conducta de su hija, y que le buscaran un buen director espiritual.

         A pesar de su temprana edad, Juana es absolutamente consciente de sus derechos y deberes, como princesa de Francia. Y cuando el señor de Linieres le pregunta si hará en todo la voluntad del Señor, ella le responde sin dilación: "Ya te contestaré mañana, si decido hacerlo. Pues tengo asuntos importantes, que no son de tu incumbencia y que requieren reflexión". Y decide elegir por director espiritual al franciscano Juan de la Fontaine.

         Luis XI, que no deseaba lo más mínimo encontrarse con su hija, sí se preocupaba, en cambio, de su porvenir, y decide buscar para ella su engranaje político. Un hombre que no tenía el menor escrúpulo en hacer y deshacer matrimonios a su antojo, y que forzaba realmente a sus súbditos a que se casasen con quien él decidía, era natural que siguiera la misma costumbre al tratarse de su propia hija.

         Así, ya desde el nacimiento de Juana, el rey de Francia había concertado su matrimonio con Luis de Orleans (hijo del duque Carlos de Orleans, y de María de Cleves), su más próximo pariente en todo el reino, y a quien había concedido el honor de ser su padrino real. Pero aún le pareció poco tener por ahijado al pequeño duque y, queriendo evitar disgustos por medio de esa rama poderosa de la familia, pensó convertirlo en su yerno, para tenerle más en mano.

         Los años pasaron, y en toda Francia empezó a susurrarse que la 2ª hija del rey estaba enferma. Un rumor que, naturalmente, llegó al Castillo de Blois, donde Luis de Orleans (futuro Luis XII de Francia, huérfano ya de padre) llevaba una vida de lujo y de placer, al lado de su madre (en terrible contraste con la vida monótona y triste de su prometida Juana).

         Así que, al recibir María de Cleves al emisario del rey, que le notificaba los esponsales entre su hijo y la princesa Juana, creyó que se trataba de un error, y que la futura duquesa sería Ana (la hija mayor del rey). Pero, al ver con sus propios ojos el escrito de Luis XI, exclamó midiendo toda la tragedia que se avecinaba: "La casa de Orleans está perdida". Y en seguida, majestuosamente, se negó en rotundo.

         Para Luis XI no suponía nada esa negativa de los Orleans, y no dudó en amenazar de muerte al joven duque si no aceptaba el matrimonio con  Juana mientras que ésta no sospechaba lo más mínimo el asunto. Finalmente, la boda fue concertada para el 8 septiembre 1476 en la Capilla de Montrichard.

         Ya en la ceremonia nupcial, a la que el rey no se dignó asistir, el obispo preguntó preocupado al Duque de Orleans: "Monseñor, ¿estáis decidido a pasar por todo?", a lo que el joven respondió: "Se me hace fuerza, no hay remedio". Y se efectuó la triste ceremonia, en la que el novio no dirigió ni una sola mirada hacia la pobre princesa, que empezaba a comprender el calvario que le esperaba, como cenicienta de los Valois.

         La vida no cambió para Juana, una vez casada. De cuando en cuando, y por orden expresa del rey, iba Luis de Orleans a visitar a su esposa Juana, pero apenas se hablaban ni veían. Cada vez que esto ocurría renacía la esperanza en el corazón de Juana (que siempre amó a su marido), pero de nuevo la triste realidad, y la amarga desilusión. En cuanto a su padre Luis XI, una vez más le verá Juana antes de morir (para mayor sufrimiento todavía, al observar el estupor de su mirada, y comprender que su ojito derecho era Ana).

         Luis XI muere asistido por San Francisco de Paula, y la vida de Juana va a cambiar al subir al trono su hermano Carlos VIII de Francia, que la aprecia y quiere tenerla cerca de él. Pero otra prueba la espera: durante la minoría de Carlos, es Ana de Beaujeu, la hermana mayor, la que llamaron "el rey de Francia", la que tiene las riendas del gobierno. El Duque de Orleans, levantisco y rebelde, aunque muy querido de su cuñado, se mete en varios movimientos contra la corona y es detenido y apresado.

         Juana emplea toda su diplomacia y todo su corazón para obtener el perdón del que tanto la martiriza a ella. En una ocasión va a verle al calabozo y su marido se vuelve del otro lado, molesto, sin tener una mirada de agradecimiento para la santa y sufrida mujer que tanto hace por él.

         Pero la fortuna es cambiante y movediza, y cuando Luis de Orleans ve venir a los emisarios reales, creyendo que le traen una nueva orden de detención, estupefacto los ve doblar la rodilla, llamarle señor y comunicarle el fallecimiento repentino de su cuñado y la noticia de que en un momento ha pasado a regir los destinos de Francia.

         ¿Será Juana la reina como parece de todo derecho? Dios le reserva aún una cruz más pesada antes de coronar la obra sublime de su santificación: los trámites de la anulación del matrimonio, que había comenzado Luis ocultamente van a apresurarse ahora. De las causas alegadas en favor de la anulación, las dos de más valor son: la fuerza exigida al esposo y la no consumación del matrimonio.

         Sobre el 1º argumento se encuentra una carta escrita de puño y letra de Luis XI a Antonio de Chabannes gran dignatario del reino, en la que, además, da por hecho que Juana no podrá tener descendencia. En cuanto al 2º, ante el desacuerdo de las partes, Luis XII de Francia tiene que hacer juramento público de la no consumación del matrimonio. Por ese mismo hecho, Alejandro VI extiende la Bula de anulación y en seguida el rey contraerá matrimonio con Ana de Bretaña, la viuda de Carlos VIII de Francia.

         ¿Y Juana? Para darle la noticia se reúnen sus buenos amigos el cardenal de Luxemburgo y el obispo de Albí con su confesor, que se lo comunica como en broma. Ella lo comprende al punto y por un momento se siente desfallecer y temblar. Más tarde descubrió un secreto a su confeso: "En ese momento Dios le concedió la gracia de comprender que Él así lo permitía para que realizase un gran bien. Y que ahora, sin sujeción a ningún hombre, podría hacerlo plenamente".

         Por orden del rey, la que debía haber sido reina se convertía en duquesa de Berry y fijó su residencia en Bourges. Entonces decidió poner en práctica lo que oyó en su oración cuando era niña: fundar una Orden religiosa en honor de la Virgen. Varias muchachas jóvenes, con deseo de vida religiosa, se reunieron con ella y, después de muchas vicisitudes, Alejandro VI aprobó la regla de la nueva Orden de la Anunciación, justo cuando alboreaba el s. XVI.

         En realidad, ella era la fundadora, pero siguió viviendo en el mundo y gobernando sus estados de Berry. Hizo, no obstante, su profesión religiosa el 26 mayo 1504, y siempre fue un ejemplo y una madre para sus hijas, que la veneraban ya como santa. El Señor juzgó que pronto debía dar el premio a una vida tan llena de sufrimientos y trabajos y en febrero del año siguiente, después de haber dado sus últimos consejos a su confesor y a sus hijas, descansó en la paz del Señor.

         Desde el principio fue venerada Juana como santa en Bourges, y luego en toda Francia. Los milagros se suceden alrededor de sus despojos mortales; el 13 enero 1632 se introduce la causa de beatificación; en 1742 se aprueba el culto público y se la declara beata. Después la causa parece sumirse en un profundo letargo, hasta que un milagro notabilísimo la hace resurgir en 1932 y culmina con la canonización solemne el día de Pentecostés de 1950 en que Pío XII quiere glorificar a Francia y a la Iglesia entera con esta nueva y esplendorosa joya: Santa Juana de Valois.

 Act: 04/02/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A