JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Abraham

I

¿Habéis visto una canicie llena de vigor y una vejez florida? ¿Habéis visto a un generoso atleta que lucha contra la naturaleza y sus sentimientos? ¿Habéis visto a un varón más firme que el diamante, aunque ya en su extrema ancianidad? Las fuerzas de su cuerpo se habían debilitado, pero el vigor de su fe se había robustecido, y tales son los hechos preclaros de la Iglesia, a saber: que la debilidad del cuerpo no daña al fervor de la fe. Ornato de la Iglesia es una ancianidad postrada por tierra. junto con una fe que goza de alas, y esto es de lo que más se alegra la Iglesia.

II

En los asuntos profanos, el anciano es ya un inútil que no sirve para cosa alguna, aunque en todas partes se le juzgue como digno de disculpa, puesto que por su debilidad no puede ser útil para nada a sus parientes. Por ejemplo, el anciano no puede presentarse en la batalla durante la guerra, no puede subir a caballo, ni blandir la lanza, ni menear el escudo, ni soportar el ardor del sol, ni los largos caminos, ni la aspereza del hambre, ni tolerar el exceso de los tumultos, sino que bajo el amparo de sus canas se sienta solo en un lugar tranquilo.

III

Lo mismo se puede observar en la navegación, cuando el capitán no puede ya manejar el timón, ni surcar los mares, ni empuñar los remos, ni tender las velas, ni hacer frente a los vientos contrarios, ni soportar los rigores del frío, ni llevar a cabo cosa alguna parecida, sino que permanece sentado en la nave, y todo se le perdona a causa de su edad. Lo mismo se puede ver entre los agricultores, cuando el anciano no puede ya arrastrar el arado, ni ahondar los surcos, ni hacerse domador de caballos, ni afrontar el vigor de los robustos bueyes, ni lo pesado del calor, ni la dureza del estío, ni el peso de la azada, ni hacer cosa alguna de cuantas son necesarias para el cultivo de la tierra; sino que se queda sentado en su casa y se defiende bajo la excusa de sus canas, que le hacen las veces de abogado.

IV

Las cosas de la Iglesia, en cambio, van por otro camino, pues una vez que llegan a la ancianidad, aquellos que han pasado su vida en el ejercicio de la virtud, entonces se vuelven más útiles, y no buscan las fuerzas del cuerpo sino la excelencia de la fe. Así era Abraham, cuyas fuerzas se habían debilitado, mientras que él se había afianzado en el vigor de su fe. Anciano era, pero en lo avanzado de su ancianidad pugnaba contra la naturaleza y lograba un triunfo preclaro. Anciano era, pero más robusto que el hierro y más firme que el diamante. Ciertamente, esto no lo hizo Abraham por estar en plena juventud; sino cuando su edad estaba ya casi consumida y terminado su curso. Fue entonces fue cuando logró la victoria.

V

Estaba ya totalmente encanecido Abraham, pero las canas no le ponían impedimento. Y como Dios conociera su firmeza, se le apareció y le dijo: "Sal de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que yo te mostraré". Obedeció Abraham, a pesar de que ya estaba muy anciano y débil de cuerpo, y no dijo: En mi extrema ancianidad ¿a dónde podré ir? ¿He de abandonar la casa de mi padre, y la tierra en que nací y donde están mis riquezas y mis nobles antepasados? ¿Dónde están mis opulentas posesiones, y la comodidad de mis abundantes relaciones sociales?

VI

Hacía ya tiempo que padecía Abraham enfermedades dolorosas, pero él no rehusaba obedecer. Como amante de su patria, se dolía de abandonarla; como hombre piadoso amador de Dios, obedecía y se sujetaba. Lo más admirable es que Dios no le indicó el sitio al que debería ir, y así, con no designarlo, tentaba su ánimo y lo ejercitaba en la virtud. En efecto, si le hubiera dicho "voy a conducirte a una tierra que mana leche y miel", sin duda que Abraham habría obedecido al punto la voz divina, y habría preferido una tierra a otra. Salió, pues, Abraham, "sin saber a dónde iba". ¿Ves a la ancianidad esclarecida por sus hechos gloriosos? Esto es, como ya antes dije, lo propio nuestro: que no achaca debilidad a la ancianidad, ni la debilita por el transcurso del tiempo. En efecto, la ancianidad no es asunto del cuerpo sino del alma, de manera que no envejece si no quiere.

VII

Salió, pues, Abraham, sin llevar nada consigo, sin dudar ni ser incrédulo. Habitaba aún en tiendas de campaña, pero tuvo como prenda suficiente la voz de quien lo había invitado. "Ya no era capaz de engendrar y no tenía hijos, ni Sara tampoco, que era su esposa", mas por la promesa recibió al hijo Isaac. Cuando ya la naturaleza lo había defeccionado, entonces la gracia le entregó ese don. Recibió la conveniente merced por su obediencia, pero sin él saberlo. Si lo hubiera sabido, nada preclaro habría en lo que hizo. Para que veas que esa fue la razón de obedecer, y no otra, observa cómo no se negó a obedecer cuando le fue ordenado sacrificarlo, sino que despreció el afecto natural para abrazarse al amor de Dios, y cómo despreció sus entrañas de padre y no se apartó de Aquel que lo había llamado.

VIII

¿Qué es, pues, lo que dice Dios? Esto mismo: "Abraham, Abraham". Éste contesta: "Aquí estoy", y Dios le ordena: "Toma a tu querido hijo, al que has amado, Isaac, ofrécelo en sacrificio sobre uno de los montes que yo te mostraré". No le indicó el nombre del monte, y por esta incertidumbre le infundió una tristeza mayor. Pero nada de eso conturbó a Abraham. Es decir, sí lo conturbó (porque sufrió, como hombre que era), pero no cometió pecado. Lo agitaron las olas, como padre que era, pero no se hundió, como amante que era de Dios. Se le quemaban las entrañas, pero vencía la fe.

IX

No vayas a decir, por tanto, que Abraham nada sufrió. Al contrario, considera cómo en sus entrañas ardía conmovido. Advierte también su sabiduría, pues ni siquiera a Sara le notifica el caso, temiendo que ella impidiera el misterio que se consumaba. Si se lo indicara, era verosímil que ella lo contradijera, y le dijera: ¿A dónde llevas al hijo que concebí contra toda esperanza? ¿Al que recibí conforme a la promesa? ¿Al que obtuve en gracia de la hospitalidad? ¿Al que Dios me concedió en el extremo de la vejez? ¿A dónde lo llevas, a dónde lo arrebatas? Nadie se te ha aparecido, pues ¿cómo puede ser que Dios se te aparezca y venga a exigirte el hijo que contra toda esperanza me dio? Él me lo dio y ¿ahora me lo quita? Si para quitármelo me lo dio, mejor hubiera sido que no me lo diera, porque no es tan doloroso el no tenerlo como el perderlo.

X

Considera a Sara ardiente, inflamada de amor, sacudida por el afecto natural, con su vientre estremecido y sus entrañas convulsas, como fácilmente se conmueven las mujeres en casos semejantes. Cuanto fuese más delicada y afectuosa, tanto más habría disputado con Abraham, y le habría impedido aquel sacrificio, y el misterio habría quedado sin consumarse. En efecto, ¿qué no hubiera dado Sara por apartar de él a su hijo? No habría podido soportar que se diera muerte al hijo que le había nacido cuando no lo esperaba, y que se inmolara al que se le había dado ya en la ancianidad, ni que las manos mismas del padre inmolaran al hijo. Sara no habría soportado cosa semejante, sino que habría movido contra Abraham una guerra sin medida. Y una vez suscitada la lucha, tendrían que seguirse las astucias, y tras las astucias se habría impedido el sacrificio. Por este motivo no dijo nada Abraham a su mujer Sara, a fin de que no se produjera algún altercado y el altercado llegara hasta la riña, y la riña llegara a un rompimiento a causa del hijo, y llegado el rompimiento se retardara la promesa, y retardada la promesa el asunto quedara impedido por algún engaño, y finalmente el misterioso sacrificio no llegara a su cumplimiento.

XI

El prudente Abraham, ese atleta que luchaba contra su naturaleza y entrañas, armado contra la naturaleza no se negó a obedecer, sino que, atendiendo al mandato divino, obedeció a lo que se le mandaba, y al punto tomó al hijo. Con gusto me detengo en estas palabras: "Toma al hijo amado tuyo, al que tanto quieres, Isaac, y ofrécemelo en holocausto sobre uno de los montes que yo te mostraré". Abraham, habiendo tomado a Isaac, una asna y dos criados, se echó al camino. Cuando llegó a cierto sitio, dijo a los criados: "Permaneced aquí vosotros. En cuanto a mí y al pequeñuelo, iremos hasta allá, y una vez que hayamos adorado a Dios, regresaremos a vosotros". Profetizaba Abraham sin saberlo, cooperando a ello la gracia divina. ¿Vas a sacrificar a tu hijo, y dices regresaremos? ¡Intentando ocultar el negocio a los criados se vuelve profeta!

XII

Abraham puso la leña sobre los hombros de Isaac, y habiendo tomado el cuchillo y el fuego, subió a la montaña. Y ¿qué decía Isaac a su padre? Esto mismo: "¡Padre!" Y aquél: "¿Qué quieres, hijo?". Y éste: "He aquí el fuego y la leña; pero ¿dónde está la oveja para el sacrificio?". Entonces aquél dijo: "Dios proveerá la oveja, hijo mío, para el holocausto". ¡He aquí otra profecía! No puedo pasar en silencio esas palabras ni ir de ligero sobre esos acontecimientos. Considera las palabras que muy pronto van a quedar privadas de sentido real por los hechos. Así, aquél llama a su padre, y éste a su vez a su hijo. Por el momento, aquellas palabras eran como un velo, que muy pronto debía descorrerse.

XIII

Considera lo que sufriría Abraham, como padre, al oírse llamar así por Isaac, al que iba a degollar. ¿Cómo pudo suceder que sus rodillas no se doblasen? ¿Cómo sus miembros no se destrozaron? ¿Cómo no perdió el uso de la razón cuando su hijo Isaac lo llamaba con tales palabras? Y con todo, lo ofreció a Dios, lo ató y arrebató el cuchillo con su diestra para dar muerte a su hijo. ¡Oh diestra aquella armada contra el hijo! No sé cómo expresar con palabras aquel hecho. ¿Cómo no se le entorpeció la mano? ¿Cómo no se le cayó de las manos la espada? ¿Cómo todo él no perdió las fuerzas y quedó yerto? ¿Cómo pudo ver a Isaac atado y seguir él viviendo? ¿Cómo no murió instantáneamente? ¿Cómo soportaron sus nervios? ¿Cómo no le faltó el ánimo? No encuentro modo de expresar aquel suceso con palabras. Vosotros, padres y madres que estáis presentes, venid todos, extended vuestra mano y ayudad a mi discurso, porque los hechos superan mis palabras. Perdonadme, o mejor aún, socorredme.

XIV

Con frecuencia tiene cualquiera de vosotros cinco o seis hijos, y si acaso uno de ellos enferma, el padre da vueltas por todo el aposento, besa al hijo en los ojos, aprieta sus manos, el día le parece noche y la luz tinieblas. Y esto no porque trastoque los elementos, sino porque a causa del acerbo dolor no se deleita en ellos. Se preparan lechos blandos, los médicos están en derredor, mucha guardia se hace al enfermo, y el padre permanece como yerto. Aunque abunden las riquezas, le parecen repugnantes; aunque esté comido de cuidados, los rechaza todos; como embriagado por el exceso de la tristeza, en absoluto no puede entrar en templanza. Para él, el mundo entero sufre de enfermedad incurable. Del mismo modo, la madre va y viene, como loca y perturbada, inflamada de cariño, buscando el modo de compartir el dolor del enfermo, o mejor aún de tomarlo todo íntegro para sí, a fin de que el hijo doliente quede libre de la enfermedad. En nada tiene ya la vida presente ni futura, sino que lo único que desea es poder padecer ella la enfermedad íntegra del hijo. No tengo palabras con qué describir aquel amor.

XV

Pon ante tus ojos ante este Abraham afectado por el dolor, pero sabiamente ponderando las cosas y obedeciendo el mandato. Dominaba la naturaleza, pero la orden recibida superaba al cariño de las entrañas. Como hombre que era lo sufría todo, y como amante de Dios discurría sabiamente. ¡Ahí podía verse al mártir Isaac vivo y no vivo, muerto y no muerto! Por lo que mira al propósito del padre, muerto está, mas según la voluntad divina no está muerto. Era él imagen y figura del Señor. Llegó, pues, la figura, pero inmediatamente le siguió la verdad. Isaac es atado, pero no degollado, porque de lo alto viene una voz llena de benignidad y misericordia que detiene al patriarca, ya atento y preparado para llevar a cabo aquella muerte. La voz le dice: "Abraham, no pongas tus manos en el chicuelo". ¿Por qué no dice en el niño, sino "en el chicuelo"? Porque el chicuelo era un mero hombre, y el negocio que estaba detrás de todo esto era el propio del Hijo de Dios, que no era un mero niño ni criado sino el verdadero Hijo unigénito, enviado por el Padre para nosotros. Por eso le dice "no pongas tus manos en el chicuelo", pues aquí está la figura, y más tarde vendrá la verdad.

XVI

Por este motivo, verdaderamente Abraham profetizó cuando engañó a sus criados, pues ahora es cuando se cumple la verdad, conforme a sus palabras. ¿Qué es lo que había dicho? Esto mismo: "Esperad aquí con el asna, mientras yo y el niño vamos allá. Una vez que hubiéremos adorado a Dios, regresaremos a vosotros". No dijo esto porque así lo sintiera, sino porque habría de suceder más tarde lo que estaba diciendo, aun sin saberlo. Dejó plantados a los criados para que no le impidieran cumplir el mandato de Dios, no fuera a suceder que los criados, creyendo que quería mal a su hijo, le impidieran degollarlo y dijeran: ¿Qué haces, señor? ¿Inmolas al hijo que recibiste por promesa, al amado, al recibido de Dios, al nutricio de tu ancianidad, al heredero, al sucesor tuyo, al hijo de Sara? ¡Mira lo que haces! ¡Da cuenta a tu esposa del negocio, engendradora común y que con tan graves dolores lo dio a luz! ¡Degüéllanos primero a nosotros, y luego a tu hijo! Por esto, aquel prudente anciano no los llevó consigo, pues se lo habrían impedido. Por ello ordenó que la víctima misma cargara con la leña y fuera, así, la figura del Salvador cargando con la cruz.

XVII

El hijo, cargado con la leña, habló a su padre y lo conmovió, pero no logró apartarlo del amor divino. ¿Qué es lo que le dijo? Esto mismo: "¡Padre!". Quiero que consideres esta palabra padre, porque también nosotros, cuando queremos matar un cordero o algún otro animal, y lo oímos balar y emitir aquella su voz mansa, nos movemos a misericordia, aunque no profiera palabras articuladas. Quiero que pienses, pues, qué habría logrado esta oveja si hubiera hablado a un hombre cobarde diciendo: "Padre, he aquí el fuego y la leña, pero ¿dónde está la oveja para el sacrificio?". Aquel que hablaba era, precisamente por decreto de su padre, la oveja, la cual trataba de mover a misericordia al sacerdote sacrificador. Como se ve, no estaba muy lejos de la enseñanza del Cristo que dice: "El que ama a su padre o a su madre o a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí". Y tampoco estaba muy lejos de aquel que es Dios Padre, y del cual se dijo: "No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros".

XVIII

"¿Dónde está la oveja?", pregunta el hijo prudentemente. Y ¿qué le responde el padre? Esto mismo: "Dios proveerá de víctima para el holocausto, hijo mío". En efecto, Dios no proveerá con un criado (Isaac), sino con su Hijo (Jesucristo). Aquél era unigénito, y también el Hijo de Dios es unigénito. Aquél llevó en sus hombros la leña, y Cristo la cruz sobre sus hombros. Aquél no habiendo cometido culpa iba a ser inmolado, y el Hijo de Dios, no habiendo cometido pecado, fue crucificado. Aquél fue degollado y no degollado, y también el Hijo de Dios fue degollado y no fue degollado, muerto y no muerto. Aquél murió, aunque en realidad no murió (porque no lo degolló su padre). En cambio, el Hijo de Dios sí murió según la carne, pero según la divinidad permaneció impasible.

XIX

Siempre que Dios quiere llevar a cabo entre los hombres alguna cosa de maravilla, siempre la da a entender de antemano, y primero pinta una como sombra de ella; a fin de que cuando llegue la verdad no le nieguen los hombres su fe, y habiendo precedido la imagen no se aparten de creer en la verdad. Por ejemplo, la Virgen santísima había de dar a luz, y esto parecía cosa increíble. En efecto, ¿cómo podía dar a luz una virgen si esto iba contra de las leyes de la naturaleza? ¡Uno que así fuera engendrado, nacería en contra del orden natural! ¿Quién en todos los siglos había visto una virgen que diera a luz? Pues sí, con el objeto de que los judíos no cayeran en una grande incredulidad, previno Dios y figuró la verdad en Sara, a fin de que, cuando pusieran la dificultad de cómo una virgen había engendrado (o más bien, recurriendo a la memoria), exclamaran: ¿Cómo engendró Sara? O mejor aún: ¿Cómo la tierra, siendo virgen, engendró?

XX

No existía aún la azada, no había labrador que la cultivara, no había caído la lluvia, no había germinado en ella la hierba, no tenía surcos, árida estaba y no había recibido simiente ni la había alegrado el rocío. Respóndeme, pues: ¿Cómo, siendo virgen, engendró tan variados géneros de hierbas? Como no lo puedes explicar, me dirás: ¡Dios lo quiso! Del mismo modo, cuando respecto a la Virgen te llegue la duda, aprende a no inquirir con curiosidad lo que hace Dios. No preguntes si la cosa va conforme a la naturaleza cuando el que la hace es el mismo Creador de la naturaleza. No te metas en muchas cuestiones, porque dijo él "germine la tierra", y al punto aquella palabra penetró en las entrañas de la tierra y las incitó al parto, y así dio a luz la que era virgen. Una fue la palabra que brotó, pero hizo germinar infinitos géneros de hierbas, y por esa palabra la tierra se vistió de su propio ornato.

XXI

Era digno de ver a la tierra agitarse en el movimiento de las aves, en los animales acuáticos y terrestres, en los prados, flores, árboles, en la vid, el olivo y mil otros géneros de plantas, así las que producen frutos precoces como las que los producen estacionales y a su tiempo, las que viven en las llanuras y las que viven junto a los mares y los lagos y los ríos y las fuentes y las montañas. Pues bien, una palabra fue la que obró todo esto ("hágase"), y cubrió toda la tierra de su ornato. ¡Explícame esto, oh judío! ¿Cómo pudo ser? ¿Ves cómo el error es por sí mismo combatido y vencido?

XXII

Escucha con diligencia, porque como ya dije, cuando quiere Dios llevar a cabo alguna cosa aparentemente increíble a los hombres, echa por delante una sombra y figura de ella, a fin de que la verdad, por llegar de repente, no los arroje a la incredulidad. Necesario era que el Hijo de Dios viniera y bautizara a todo el género humano, y renovara al hombre viejo, y sumergiera en las aguas al que pretendía renovar del pecado, y trajera las bendiciones, y borrara la maldición, y nos diera la justicia, e hiciera de los hombres ángeles. Había de recibir al hijo adulterino y hacerlo, como lo hizo, hijo legítimo, y al que no era digno ni siquiera de este suelo hacerlo digno del cielo. Como esto para muchos había de ser increíble (como es que una misma naturaleza a un hombre lo ahogue y lo justifique, y borre el pecado y traiga al mundo de nuevo la verdad), Dios fue preparando todo lo de Jesucristo en Abraham, a fin de que no dijeran los judíos que las palabras de los cristianos no son sino fábulas. En efecto, ¿cómo puede ser que una misma agua ahogue y justifique, y siendo una pueda tener dos operaciones contrarias?

.

.
Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

ver más autores y libros aquí

 Act: 27/10/25    @escritores de iglesia       E N C I C L O P E D I A    M E R C A B A    M U R C I A 
.

 

.