ATANASIO DE ALEJANDRÍA
Carta a África
I
Cristo advirtió a sus seguidores sobre los falsos profetas
Todo lo que nuestro Señor y Salvador Jesucristo, como escribió Lucas, "tanto ha hecho como ha enseñado" (Hch 1,1), lo llevó a cabo después de haberse manifestado para nuestra salvación; porque vino, como dice Juan, "no para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3,17). Sobre todo, hemos de admirar especialmente este ejemplo de su bondad, que no se quedó callado respecto a los que debían luchar contra nosotros, sino que nos dijo claramente de antemano que, cuando esas cosas sucedieran, podríamos ser encontrados inmediatamente con mentes afirmadas por su enseñanza. En efecto, él dijo: "Se levantarán falsos profetas y falsos Cristos, que harán grandes señales y engañarán a muchos de vosotros. Os lo he dicho, antes de que suceda" (Mt 24,24-25).
En verdad, múltiples y más allá de la concepción humana son las instrucciones y los dones de gracia que él ha guardado en nosotros, como el modelo de la conversación celestial, el poder contra los demonios, la adopción de hijos, y esa gracia sumamente grande y singular, el conocimiento del Padre y del Verbo mismo, y el don del Espíritu Santo. Pero la mente del hombre es propensa al mal en gran manera. Además, nuestro adversario, el diablo, envidiándonos la posesión de tan grandes bendiciones, anda por ahí tratando de arrebatar la semilla de la palabra que está sembrada dentro de nosotros. Por eso el Señor dijo: "Mirad que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo yo soy y el tiempo está cerca. No vayáis tras ellos" (Lc 21,8). Éste es un gran don que la Palabra nos ha otorgado, para que no nos dejemos engañar por las apariencias, sino que, por más que estas cosas estén ocultas, las distingamos por la gracia del Espíritu.
El inventor de la maldad, y gran espíritu del mal, el diablo, es absolutamente odioso, y tan pronto sabe que será rechazado si se presenta como una serpiente, o como un dragón, o como un león que busca a quién atrapar y devorar... por eso oculta y cubre lo que realmente es, y trata de engañar con una apariencia falsa, y encadenar con sus cadenas. Y como si alguien quisiera raptar a los hijos de otros durante la ausencia de sus padres, se hiciera pasar por ellos y, engañando así el afecto de los hijos, los llevara lejos y los destruyera, de la misma manera este espíritu malvado y astuto, el diablo, que no tiene confianza en sí mismo y conoce el amor que los hombres tienen por la verdad, se hace pasar por ella y esparce su propio veneno entre los que lo siguen.
II
Satanás pretende ser santo, pero es detectado por el cristiano
De esa manera engañó el diablo a Eva, no diciendo lo que él decía, sino adoptando astutamente las palabras de Dios y pervirtiendo su significado. Así sugirió el mal a la esposa de Job, persuadiéndola a fingir afecto por su esposo, mientras le enseñaba a blasfemar contra Dios. Así se burla el espíritu astuto de los hombres con falsas exhibiciones, engañando y arrastrando a cada uno a su propio pozo de maldad. Cuando engañó antiguamente al primer hombre Adán, pensando que por medio de él tendría a todos los hombres sujetos a él, exultó con gran valentía y dijo: "Mi mano ha encontrado como nido las riquezas de los pueblos; y como se recogen los huevos que quedan, he reunido toda la tierra; y no hay nadie que se escape de mí o que hable contra mí".
Cuando el Señor vino a la tierra, y el enemigo puso a prueba su economía humana, siendo incapaz de engañar a la carne que había tomado sobre sí, desde entonces en adelante él es burlado por su causa incluso por los niños. En efecto, el niño pone ahora su mano sobre la cueva del áspid y se ríe de aquel que engañó a Eva, y todos los que creen correctamente en el Señor pisotean a aquel que dijo: "Subiré sobre las alturas de las nubes; seré semejante al Altísimo" (Is 14,14).
Así sufre y es deshonrado el diablo. Y aunque todavía se aventura con desvergonzada confianza a disfrazarse, fácilmente es descubierto por aquellos que llevan la señal en sus frentes. Sí, es rechazado por ellos, y por ellos es humillado y avergonzado. Porque aunque de serpiente que se arrastre, se transforme en un ángel de luz, su engaño no nos engañará, porque se nos ha enseñado que "aunque un ángel del cielo nos predique un evangelio diferente del que hemos recibido, es anatema" (Gál 1,8-9).
III
Satanás pretende decir la verdad, pero es un mentiroso
Aunque el diablo oculta su falsedad natural, y pretende decir la verdad con sus labios, nosotros no somos "ignorantes de sus maquinaciones" (2Cor 2,11), y podemos responderle con las palabras habladas por el Espíritu contra él: "A los impíos, dijo Dios, ¿por qué predicas mis leyes?" y: "La alabanza no es apropiada en la boca de un pecador". Aunque diga la verdad, por tanto, el engañador no es digno de crédito.
La Escritura mostró esto al relatar sus perversas artimañas contra Eva en el paraíso. Y también el Señor lo reprendió, cuando abrió los pliegues de su coraza y mostró quién era el espíritu astuto, y demostró que no era uno de los santos, sino Satanás quien lo estaba tentando. En concreto, le dijo: "Apártate de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás" (Mt 4,10). En otra ocasión, Jesús puso freno a las bocas de los demonios que gritaban tras él desde los sepulcros. Porque aunque lo que decían era verdad, y no mentían al decir "tú eres el Hijo de Dios" y "el Santo de Dios" (Mt 8,29; Mc 1,24), lo que en realidad buscaban con su boca inmunda era mezclar las buenas palabras con las malas intenciones, y falsear la verdadera esperanza. Por eso no les permitió Jesús que dijeran tales palabras, ni tampoco quiere que nosotros las suframos, sino que nos ha ordenado por su propia boca, diciendo: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7,15), así como por boca de sus santos apóstoles: "No creáis a todo espíritu" (1Jn 4,1).
Tal es el método de las operaciones de nuestro adversario. Y de la misma naturaleza son todas estas invenciones de herejías, cada una de las cuales tiene como padre de su propio ardid al diablo (quien fue asesino y mentiroso desde el principio). Avergonzados de profesar los herejes su odioso nombre, usurpan el glorioso nombre de nuestro Salvador (que "está sobre todo nombre"; Flp 2,9), y se adornan con el lenguaje de las Escrituras, pronunciando las palabras pero robando su verdadero significado, disfrazando con algún artificio sus falsas invenciones y convirtiéndose en asesinos de aquellos a quienes han extraviado.
IV
No se puede recibir parte de la Escritura, y rechazar otra parte
¿De dónde, pues, reciben Marción y Maniqueo el evangelio, si rechazan la ley? Pues el NT surgió del AT y da testimonio del AT. Si, pues, rechazan esto, ¿cómo pueden recibir lo que procede de él? Así, Pablo era un apóstol del evangelio, que "Dios prometió antes por sus profetas en las Sagradas Escrituras" (Rm 1,2). E incluso nuestro mismo Señor dijo: "Escudriñad las Escrituras, porque ellas son las que dan testimonio de mí" (Jn 5,39). ¿Cómo, pues, confesarán al Señor los arrianos, si no escudriñan primero las Escrituras que están escritas acerca de él?
Los discípulos dicen que han encontrado Aquel "de quien Moisés y los profetas escribieron" (Jn 1,45). ¿Y qué es la ley para los arrianos, si no reciben a los profetas? En efecto, Dios, que dio la ley, prometió en ella que suscitaría profetas, de modo que el mismo es Señor tanto de la ley como de los profetas, y quien niega a uno, necesariamente niega también al otro. Además, ¿qué es el AT para los judíos, si no reconocen al Señor cuya venida se esperaba según él? Si hubieran creído en los escritos de Moisés, habrían creído en las palabras del Señor, pues él dijo: "Él escribió de mí" (Jn 5,46). Además, ¿qué son las Escrituras para aquel de Samosata, que niega la palabra de Dios y su presencia encarnada, que está significada y declarada tanto en el AT como en el NT? ¿Y de qué sirven las Escrituras también a los arrianos, y por qué las presentan, hombres que dicen que la palabra de Dios es una criatura, y como los gentiles, "sirven a la criatura más que a Dios" el Creador (Rm 1,25)?
Así pues, cada una de estas herejías, en lo que respecta a la impiedad peculiar de su invención, no tiene nada en común con las Escrituras. Y sus defensores son conscientes de esto, de que las Escrituras se oponen en gran medida, o más bien en su totalidad, a las doctrinas de cada una de ellas. No obstante, con el fin de engañar a la clase más simple (a aquellos de quienes está escrito en Proverbios: "El simple cree todo lo que se le dice"; Prov 14,15), los herejes pretenden, como su "padre el diablo" (Jn 8,44), estudiar y citar el lenguaje de las Escrituras, para aparentar con sus palabras que tienen una creencia correcta, y así puedan persuadir a sus miserables seguidores a creer lo que es contrario a las Escrituras.
Seguramente, en cada una de estas herejías el diablo se ha disfrazado de esta manera, y les ha sugerido palabras llenas de astucia. De hecho, el Señor dijo acerca de ellos que "se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, para engañar a muchos" (Mt 24,24). En consecuencia, el diablo ha venido, hablando por medio de cada uno de ellos y diciendo: "Yo soy el Cristo, y la verdad está conmigo", y ha hecho que todos y cada uno de ellos sean mentirosos como él. Es extraño que, mientras todas las herejías están en desacuerdo entre sí en cuanto a las invenciones maliciosas que cada una ha elaborado, están unidas entre sí por el solo y común propósito de engañar. Es decir, que tienen un mismo padre (el diablo) que ha sembrado en ellos todas las semillas de la mentira.
El cristiano fiel y verdadero discípulo del evangelio, teniendo la gracia de discernir las cosas espirituales, y habiendo construido la casa de su fe sobre una roca, se mantiene continuamente firme y seguro de sus engaños. Pero la persona sencilla, al no estar completamente fundada en el conocimiento, considera sólo las palabras que se dicen y no percibe su significado, y es inmediatamente arrastrada por sus artimañas. Por eso, es bueno y necesario que oremos, para que podamos recibir el don de discernimiento de espíritus y cada uno pueda saber, según el precepto de Juan, a quién debe rechazar y a quién debe recibir como amigos de la misma fe.
Habría que escribir mucho sobre estas cosas, y entrar en detalles con respecto a ellas, porque la impiedad y perversidad de las herejías son múltiples y variadas, y la astucia de los engañadores muy terrible. Sobre todo, habría que insistir una y otra vez en la Sagrada Escritura, que es la herramienta más suficiente para nosotros. Por eso, recomiendo a quienes desean saber más de estas materias que lean la palabra divina, y por eso me apresuro yo también a exponer ante vosotros lo que más requiere la atención. Por ese motivo he escrito estas cosas.
V
El arrianismo intenta sustituir el Credo de Nicea por otro Credo
Durante mi estancia en estas regiones oí, unos hermanos verdaderos y ortodoxos me informaron que ciertos profesores de opiniones arrianas se habían reunido y habían elaborado una confesión de fe a su gusto, y que tenían la intención de enviaros un mensaje para que aceptarais lo que a ellos les agrada, o más bien lo que el diablo les ha inspirado, con el gravamen de que, si os negabais, sufriríais el destierro. De hecho, ya están comenzando a molestar a los obispos de estas regiones, y con ello manifiestan claramente su disposición.
Con ello, en la medida en que redactan este documento con el solo propósito de infligir el destierro u otros castigos, ¿qué demuestra tal conducta arriana, sino que son enemigos de los cristianos y amigos del diablo y sus ángeles? Especialmente, porque difunden lo que a ellos les gusta, en contra de los propósitos de nuestro muy religioso emperador Constancio. Esto lo hacen con gran astucia y, según me parece, principalmente con dos fines en vista. En primer lugar, para que, al obtener vuestras firmas, parezcan quitar la mala reputación que pesa sobre el nombre de Arrio, y ellos pasen desapercibidos como si no profesaran sus opiniones. En segundo lugar, para que, al presentar estas declaraciones, puedan ensombrecer el Concilio de Nicea y la confesión de fe que se hizo entonces contra la herejía arriana.
Este procedimiento no hace más que demostrar claramente su propia malicia y heterodoxia. Porque, si hubieran creído correctamente, se habrían contentado con la confesión hecha en Nicea por todo el concilio ecuménico. Y si se hubieran considerado calumniados y falsamente llamados arrianos, no deberían haber estado tan ansiosos por innovar sobre lo que se escribió contra Arrio, para que no pareciera que lo que se dirigía contra él iba dirigido también contra ellos. Sin embargo, no es éste el camino que siguen, sino que conducen la lucha en su propio nombre, tal como si fueran Arrio.
Observad cómo dichos arrianos desprecian por completo la verdad, y cómo todo lo que dicen y hacen es en nombre de la herejía. Además, al atreverse a cuestionar las sanas definiciones de la fe, y entregarse a producir otras contrarias a ellas, ¿qué otra cosa hacen, sino acusar a los padres y ponerse en pie de guerra a favor de la herejía? ¿A qué se opusieron y contra qué protestaron? Lo que ahora escriben no procede de ningún respeto por la verdad, sino por el deseo de hacer burla y con el propósito de engañar a los hombres. Al enviar sus cartas, ellos tratan de atraer los oídos del pueblo, para que escuchen sus nociones. También tratan de retrasar el momento en que serán llevados a juicio, y ocultar su impiedad y que no se observe cómo va ganando espacio su herejía, que "como una gangrena" (2Tm 2,17) se abre camino por todas partes.
VI
Los arrianos provocan desórdenes a caso hecho
Así pues, los arrianos perturban y desordenan todo, y ni siquiera así se conforman con sus propios procedimientos. En efecto, todos los años, como si fueran a redactar un contrato, se reúnen y pretenden escribir sobre la fe, con lo que se exponen más al ridículo y a la vergüenza, porque sus exposiciones son rechazadas, no por los demás, sino por ellos mismos. Si hubieran tenido alguna confianza en sus declaraciones anteriores, no habrían querido redactar otras. Ni tampoco, dejando éstas para el final, habrían escrito ahora la que se discute (lo cual, fiel a su costumbre, volverán a modificar después de un breve intervalo, tan pronto como encuentren un pretexto para su habitual conspiración contra ciertas personas).
Cuando tienen un plan contra alguien, entonces es cuando hacen los arrianos un gran espectáculo, escribiendo sobre la fe. Igual que Pilato se lavó las manos, así ellos por escrito tratan de destruir a los que creen correctamente en Cristo, esperando que, al hacer definiciones sobre la fe, puedan aparecer ellos libres de la acusación de falsa doctrina. Pero no podrán esconderse ni escapar, porque continuamente se convierten en sus propios acusadores, incluso mientras se defienden. Y con razón, ya que en lugar de responder a quienes presentan pruebas contra ellos, se convencen a sí mismos de creer lo que quieren.
¿Cuándo se obtiene una absolución, cuando el criminal se convierte en su propio juez? Por eso, los arrianos siempre están escribiendo, y siempre alterando sus propias declaraciones anteriores. Así propagan ellos una fe incierta, o más bien una incredulidad y perversidad manifiestas. Éste es su caso, porque habiéndose apartado de la verdad, y deseando derribar la sana confesión de fe que se redactó en Nicea, han "amado vagar, y no han detenido sus pies" (Jer 14,10). Por lo cual, como la Jerusalén de antaño, trabajan y se afanan en sus cambios, a veces escribiendo una cosa y a veces otra. En definitiva, son enemigos de Cristo y engañadores de la humanidad.
VII
Representantes del partido arriano
¿Quién, entonces, que tenga un verdadero respeto por la verdad, estará dispuesto a soportar a estos hombres por más tiempo? ¿Quién no rechazará con justicia sus escritos? ¿Quién no denunciará su audacia, que siendo pocos en número, querrían que sus decisiones prevalecieran sobre todo, y como deseando la supremacía de sus propias reuniones, celebradas en rincones y sospechosas en sus circunstancias, cancelarían por la fuerza los decretos de un concilio incorrupto, puro y ecuménico?
Hombres que han sido promovidos por Eusebio y sus compañeros, por defender esta herejía anticristiana, se aventuran a definir artículos de fe, y mientras deberían ser llevados a juicio como criminales (como Caifás), se encargan de juzgar a los cristianos ortodoxos. Componen una Talia, y quieren que se acepte como un estándar de fe, mientras que ellos mismos aún no han determinado lo que creen.
¿Quién no sabe que Segundo de Pentápolis, que fue degradado varias veces hace mucho tiempo, fue recibido por ellos por causa de la locura arriana? ¿Y que Jorge, ahora de Laodicea, y Leoncio el Eunuco, y antes de él Esteban y Teodoro de Heraclea, fueron promovidos por ellos? Ursacio y Valentín, por ejemplo, fueron instruidos por Arrio siendo jóvenes, y tras degradar el sacerdocio obtuvieron el título de obispos a causa de su impiedad. Lo mismo sucedió con Acacio, Patrófilo y Narciso, que fueron los más adelantados en todo tipo de impiedad y fueron fueron degradados en el gran Sínodo de Sárdica. Eustacio de Sebastea, Demófilo y Germinio, Eudoxio y Basilio también son partidarios de esa impiedad, y fueron promovidos de la misma manera. De Cecropio, al que llamaban Auxencio, y de Epicteto el Impostor, sería superfluo que yo hablara, ya que es evidente para todos de qué manera, con qué pretextos y por medio de qué enemigos se promovieron y presentaron falsas acusaciones contra los obispos ortodoxos (los cuales eran el objeto de sus planes).
Todos ellos, aunque residían a una distancia de 80 puestos, y eran desconocidos para el pueblo, sin embargo consiguieron el título de obispo a base de cometer todo tipo de impiedad. Por la misma razón han contratado ahora a un tal Jorge de Capadocia, a quien quieren imponer ante vosotros. A éste no se le debe más respeto que a los demás, porque hay rumores de que ni siquiera es cristiano sino pagano, y se dedica al culto de los ídolos. Además, tiene un temperamento de verdugo, y por esta razón la han incorporado a sus filas, para que puedan herir, saquear y matar. En estas cosas es muy competente, pero ignora los principios mismos de la fe cristiana.
VIII
Los arrianos utilizan palabras bíblicas, pero las falsean
Tales son las maquinaciones de estos hombres contra la verdad, cuyos designios son manifiestos para todo el mundo. No obstante, ellos intentan de diez mil maneras, como anguilas, eludir el control y escapar de la detección como enemigos de Cristo.
Por ello os suplico, queridos hermanos, que nadie entre vosotros sea engañado, ni sea seducido por ellos. Más bien, considerando que una especie de impiedad judía está invadiendo la fe cristiana, sed todos celosos por el Señor. Aferraos todos a la fe que hemos recibido de los padres, que para eso se reunieron en Nicea y lo registraron por escrito. No toleréis a los que intentan innovar sobre dicha fe. Y por mucho que los arrianos escriban frases de la Escritura, no toleréis sus escritos. Por mucho que hablen el lenguaje de los ortodoxos, no prestéis atención a lo que dicen. Eloos no hablan con rectitud de espíritu, sino que, disfrazados de ovejas, piensan en su corazón como Arrio y a la manera del diablo, autor de todas las herejías.
En efecto, también Satanás usó las palabras de la Escritura, y por eso nuestro Salvador lo silenció. Si las hubiera dicho tal como las usó, no habría caído del cielo. Mas ahora, caído por su orgullo, disimula astutamente en sus palabras, e intenta maliciosamente engañar a los hombres con las sutilezas y sofismas de los gentiles.
Si nuevas exposiciones de fe hubieran procedido de los ortodoxos, como el gran confesor Osio, o Maximino de Galia, o su sucesor, o de Filogonio y Eustacio (obispos de Oriente), o de Julio y Liberio de Roma, o de Ciriaco de Mesia, o de Pisto y Aristeo de Grecia, o de Silvestre y Protógenes de Dacia, o de Leoncio y Eupsiquio de Capadocia, o de Ceciliano de África, o de Eustorgio de Italia, o de Capito de Sicilia, o de Macario de Jerusalén, o de Alejandro de Constantinopla, o de Pederos de Heraclea, o de aquellos grandes obispos Melecio, Basilio y Longiano, y el resto de Armenia y el Ponto, o de Lupo y Anfión de Cilicia, o de Santiago y el resto de Mesopotamia, o de nuestro propio bendito Alejandro, con otros del mismo tipo... entonces nada habría que sospechar, pues el carácter de los hombres apostólicos es sincero e incapaz de fraude.
IX
Loa arrianos buscan pretextos, en vano, en la Escritura
Así pues, si las nuevas exposiciones de fe proceden de quienes se han confabulado para defender la herejía, y el proverbio divino recuerda que "las palabras de los malvados son acecho", y "la boca de los malvados derrama cosas malas", y "los planes de los malvados son engaño", nos conviene, hermanos, estar atentos y ser sobrios, como ha dicho el Señor, para que no surja ningún engaño por sutileza de palabras y astucia. No sea que venga alguien y pretenda decir: "Yo predico a Cristo", y al poco se descubra que es el Anticristo.
En verdad, estos herejes son los anticristos, porque todos comparten la misma locura anticristiana. En efecto, ¿qué defecto hay entre vosotros, para que alguien necesite venir a vosotros desde fuera? ¿O de qué tienen tanta necesidad las iglesias de Egipto, Libia y Alejandría, para que estos hombres compren el episcopado en lugar de madera y bienes, y se entrometan en iglesias que no les pertenecen? ¿Quién no sabe, quién no percibe claramente, que hacen todo esto para sostener su impiedad?
Por lo tanto, aunque los arrianos se hagan los mudos, o aunque se pongan en sus vestidos bordes más grandes que los fariseos, y se dediquen a largos discursos y practiquen los tonos de su voz, no se les debe creer. No es el modo de hablar, sino las intenciones del corazón, y una conversación piadosa, lo que recomienda el cristiano fiel. Y así, los saduceos y herodianos, aunque tenían la ley en sus bocas, fueron reprendidos por nuestro Salvador, quien les dijo: "Erráis, ignorando las Escrituras, ni el poder de Dios" (Mt 22,29).
Los arrianos tratan de citar las palabras de la ley, pero son herejes y enemigos de Dios en sus mentes. A muchos, en verdad, los han engañado con estos artilugios, pero al Señor no pueden engañarlo, porque "el Verbo se hizo carne" y él "conoce los pensamientos de los hombres, y saben que son vanos". Así, el mismo Señor mostró sus quejas a los judíos, cuando dijo: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais, porque yo he salido del Padre y he venido a vosotros". De la misma manera, por tanto, parecen actuar ahora estos hombres, disfrazando sus verdaderos sentimientos y haciendo uso del lenguaje de las Escrituras, como cebo para los ignorantes y para seducirlos a su propia maldad. Considerad si esto no es así o no.
X
Los arrianos deberían condenar a Arrio, si quieren ser escuchados
Si no se tiene motivo alguno para ello, escribir confesiones de fe es un proceder superfluo y quizás también perjudicial, porque se carece de investigación, se ofrece una ocasión para la controversia y se perturban los sencillos corazones de los hermanos, difundiendo entre ellos ideas que nunca han entrado en sus mentes.
Pues bien, esto es lo que hacen los arrianos, utilizando este método para defenderse a sí mismos y su herejía arriana, eliminado las semillas de de que habían antes que ellos, proscribiendo a quienes los produjeron, y suplantándolas por sus propias y malvadas confesiones de fe, que son abiertamente las opiniones de Arrio.
Sabiendo esto, hermanos, intentad que todos los fieles huyan de ellos como de la cara de una serpiente. De conseguirlo, ellos se guardarán un tiempo sus opiniones, y como pretexto escribirán otras, siguiendo el ejemplo del cirujano (que para atender a una persona doliente, no le dice una palabra sobre sus heridas, sino que procede a hablar de sus miembros sanos). A tales personas, en dicho ejemplo, habría que acusarlas de total estupidez, por no decir nada sobre el asunto y por sacar otros puntos que no tienen nada que ver. Pues bien, lo mismo habría que hacer con los herejes, que omiten los asuntos que conciernen a su herejía y que, para disimularla, se ponen a escribir sobre otros temas. Si tuvieran algún respeto por la fe, o algún amor por Cristo, deberían haber quitado de en medio sus blasfemas expresiones, y luego ponerse a hablar palabras sanas. Pero esto no lo hacen ellos, ni permiten a los suyos hacerlo, ya sea por ignorancia o por astucia y artificio.
XI
De nada sirve hacer el bien en un sentido, y hacer el mal en otro
Si lo hacen por ignorancia, se les debe acusar de temeridad, porque afirman positivamente sobre cosas que no saben. Mas si disimulan a sabiendas, su condenación es mayor, porque mientras que no pasan por alto nada al consultar por sus propios intereses, al escribir sobre la fe en nuestro Señor se burlan y hacen cualquier cosa en lugar de decir la verdad. En efecto, ellos ocultan los detalles respecto de los cuales se les acusa de herejía, y se limitan a presentar el lenguaje de las Escrituras. Ahora bien, esto es un robo manifiesto de la verdad y una práctica llena de toda iniquidad; y estoy seguro de que su piedad lo percibirá fácilmente por los siguientes ejemplos. Ninguna persona acusada de adulterio se defiende como inocente de robo; ni nadie, al procesar un cargo de asesinato, permitiría que las partes acusadas se defendieran diciendo: "No hemos cometido perjurio, sino que hemos conservado el depósito que se nos confió". Esto sería un mero juego de niños, en lugar de una refutación de la acusación y una demostración de la verdad. ¿Qué tiene que ver el asesinato con el depósito, o el adulterio con el robo? Los vicios están relacionados entre sí, pues proceden del mismo corazón; sin embargo, en lo que respecta a la refutación de un supuesto delito, no tienen conexión entre sí. Por lo tanto, como está escrito en el libro de Josué, hijo de Nun, cuando Acán fue acusado de robo, no se excusó con el argumento de su celo en las guerras, sino que, al ser convicto del delito, fue apedreado por todo el pueblo. Y cuando Saúl fue acusado de negligencia y de infracción de la ley, no benefició su causa alegando su conducta en otros asuntos (1Sm 15). Porque una defensa en un cargo no servirá para obtener una absolución en otro cargo; pero si todo debe hacerse según la ley y la justicia, uno debe defenderse en aquellos detalles en los que se le acusa, y debe o bien refutar el pasado, o bien confesarlo con la promesa de que desistirá y no lo hará más. Pero si es culpable del crimen y no quiere confesarlo, sino que, para ocultar la verdad, habla de otros puntos en lugar del que se le acusa, demuestra claramente que ha actuado mal y que es consciente de su delincuencia. Pero ¿qué necesidad hay de muchas palabras, ya que estas personas son ellas mismas acusadoras de la herejía arriana? Porque como no tienen la osadía de hablar, sino que ocultan sus expresiones blasfemas, es evidente que saben que esta herejía es separada y ajena a la verdad. Pero como ellos mismos la ocultan y tienen miedo de hablar, es necesario que yo quite el velo de su impiedad y exponga la herejía a la vista del público, sabiendo como conozco las declaraciones que Arrio y sus compañeros hicieron anteriormente, y cómo fueron expulsados de la Iglesia y degradados del clero. Pero aquí primero pido perdón por las malas palabras que estoy a punto de producir, ya que las uso, no porque piense así, sino para condenar a los herejes.
XII
Principales afirmaciones arrianas
El obispo Alejandro, de bendita memoria, expulsó a Arrio de la Iglesia por sostener y mantener estas opiniones: Dios no siempre fue Padre; el Hijo no siempre lo fue; pero, así como todas las cosas fueron hechas de la nada, también el Hijo de Dios fue hecho de la nada. Y puesto que todas las cosas son criaturas, él también es una criatura y una cosa hecha; y puesto que todas las cosas no fueron en un tiempo, sino que fueron hechas después, hubo un tiempo en que el Verbo de Dios mismo no era; y él no era antes de ser engendrado, sino que tuvo un principio de existencia; pues, entonces, se originó cuando Dios quiso producirlo; porque también él es uno entre el resto de sus obras. Y puesto que por naturaleza es cambiante y sólo continúa siendo bueno porque lo elige por su propia voluntad, es capaz de ser cambiado, como lo son todas las demás cosas, cuando él quiera. Por lo tanto, Dios, como sabiendo de antemano que sería bueno, le dio por anticipación esa gloria que habría obtenido después por su virtud; y ahora se ha vuelto bueno por sus obras que Dios conoció de antemano.
Por eso dicen que Cristo no es verdaderamente Dios, sino que se le llama Dios por participar de la naturaleza de Dios, como lo son todas las demás criaturas. Y añaden que él no es el Verbo que está por naturaleza en el Padre y es propio de su esencia, ni es su propia sabiduría con la que hizo este mundo, sino que hay otro Verbo que está propiamente en el Padre y otra sabiduría que está propiamente en el Padre, por la cual también hizo a este Verbo; y que el Señor mismo es llamado Verbo (Razón) conceptualmente con respecto a las cosas dotadas de razón, y es llamado Sabiduría conceptualmente con respecto a las cosas dotadas de sabiduría. Más aún, dicen que, como todas las cosas son en esencia separadas y ajenas al Padre, así también él es en todos los aspectos separado y ajeno a la esencia del Padre, y pertenece propiamente a las cosas hechas y creadas, y es uno de ellas, porque es una criatura, una cosa hecha y una obra. Además, dicen que Dios no nos creó para él, sino que lo creó para nosotros. Dicen que Dios estaba solo y que el Verbo no estaba con él, pero que después, cuando quiso producirnos, lo creó. Y desde que fue creado, lo llamó Verbo, Hijo y Sabiduría, para crearnos por medio de él. Y como todas las cosas subsistieron por la voluntad de Dios, y no existía antes; así también él fue hecho por la voluntad de Dios, y no existía antes. Porque el Verbo no es el linaje propio y natural del Padre, sino que él mismo se originó por gracia: porque Dios que existe, hizo por su voluntad al Hijo que no existía, por cuya voluntad también hizo todas las cosas, y produjo, creó y quiso que llegaran a existir. Además, dicen también que Cristo no es el poder natural y verdadero de Dios; sino que, como la langosta y la oruga son llamados un poder, así también él es llamado el poder del Padre. Además, dijo, que el Padre es secreto del Hijo, y que el Hijo no puede ver ni conocer al Padre perfecta y exactamente. Porque teniendo un principio de existencia, no puede conocer a Aquel que no tiene principio; pero lo que él sabe y ve, lo sabe y ve en una medida proporcionada a su propia medida, como también nosotros conocemos y vemos en proporción a nuestras capacidades. Y añadió también que el Hijo no sólo no conoce exactamente a su propio Padre, sino que ni siquiera conoce su propia esencia.
XIII
Argumentos de la Escritura contra las afirmaciones arrianas
Por sostener estas y otras opiniones similares, Arrio fue declarado hereje; por mi parte, mientras las escribía, me purificaba pensando en las doctrinas contrarias y aferrándome al sentido de la verdadera fe. Los obispos que se habían reunido de todas partes en el Concilio de Nicea empezaron a escuchar estas afirmaciones y todos a una sola voz condenaron esta herejía por causa de ellas y la anatematizaron, declarándola ajena y alejada de la fe de la Iglesia. No fue la coacción lo que llevó a los jueces a esta decisión, sino que todos reivindicaron deliberadamente la verdad y lo hicieron con justicia y rectitud. Porque por medio de estos hombres está entrando la infidelidad, o más bien un judaísmo contrario a las Escrituras, que tiene cerca de sí la superstición gentil, de modo que quien sostiene estas opiniones ya ni siquiera puede ser llamado cristiano, porque todas son contrarias a las Escrituras. Juan, por ejemplo, dice: "En el principio era el Verbo" (1Jn 1,1), mientras que estos hombres dicen: No existía antes de ser engendrado. Juan escribe: "Nosotros estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo; éste es el verdadero Dios y la vida eterna" (1Jn 5,20, y estos hombres, como si se contradijeran, alegan que Cristo no es el verdadero Dios, sino que sólo se le llama Dios, como a las demás criaturas, en cuanto a su participación en la naturaleza divina. Y el apóstol censura a los gentiles porque adoran a las criaturas, diciendo: "Sirvieron a la criatura más que a Dios el Creador". Pero si estos hombres dicen que el Señor es una criatura y lo adoran como a una criatura, ¿en qué se diferencian de los gentiles? Si sostienen esta opinión, ¿no está también este pasaje en contra de ellos? ¿Y no escribe el bienaventurado Pablo para censurarlos? El Señor también dice: "Yo y el Padre uno somos" y: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Por su parte, el apóstol escribe: "El cual, siendo el resplandor de su gloria y la imagen expresa de su persona" (Hb 1,3). Pero estos hombres se atreven a separarlos y a decir que él es ajeno a la esencia y la eternidad del Padre, y lo representan impíamente como mutable, sin percibir que, al hablar así, lo hacen no uno con el Padre, sino uno con las cosas creadas. ¿Quién no ve que el resplandor no puede separarse de la luz, sino que es por naturaleza propio de ella y coexistente con ella, y no se produce después de ella? Además, cuando el Padre dice: "Este es mi Hijo amado" (Mt 17,5), y cuando las Escrituras dicen que "él es la Palabra" del Padre, por quien "se establecieron los cielos" y, en resumen, "Todas las cosas fueron hechas por Él" (Jn 1,3), estos inventores de nuevas doctrinas y ficciones representan que hay otra Palabra y otra Sabiduría del Padre, y que sólo se le llama Palabra y Sabiduría conceptualmente a causa de las cosas dotadas de razón, mientras que no perciben lo absurdo de esto.
XIV
Más argumentos de la Escritura contra las afirmaciones arrianas
Pero si se le llama Palabra y Sabiduría por una ficción que se nos hace, no pueden decir lo que es en realidad. Porque si las Escrituras afirman que el Señor es ambas cosas, y sin embargo estos hombres no lo aceptan, es evidente que en su oposición impía a las Escrituras quieren negar por completo su existencia. Los fieles pueden concluir esta verdad tanto por la voz del Padre mismo como por la de los ángeles que lo adoraron y por los santos que han escrito sobre él; pero estos hombres, como no tienen una mente pura y no pueden soportar las palabras de los hombres divinos que enseñan acerca de Dios, pueden aprender algo incluso de los demonios que se les parecen, porque hablaban de él, no como si hubiera muchos más, sino como si lo conocieran solo a él, y decían: "Tú eres el Santo de Dios" y "el Hijo de Dios" (Mc 1,24; Mt 8,29). El que les sugirió esta herejía, mientras lo tentaba en el monte, no dijo: Si también tú eres Hijo de Dios (como si hubiera otros además de él), sino "Si tú eres Hijo de Dios" (como si fuera el único). Pero así como los gentiles, habiendo caído de la noción de un solo Dios, se han hundido en el politeísmo, así también estos hombres admirables, no creyendo que el Verbo del Padre es uno, han llegado a adoptar la idea de muchas palabras, y niegan a Aquel que es realmente Dios y el Verbo verdadero, y se han atrevido a concebirlo como una criatura, sin percibir cuán llena de impiedad es esta idea. Porque si él es una criatura, ¿cómo es al mismo tiempo el Creador de las criaturas? ¿O cómo el Hijo y la Sabiduría y el Verbo? Porque el Verbo no es creado, sino engendrado; y una criatura no es un Hijo, sino una producción. Y si todas las criaturas fueron hechas por él, y Él también es una criatura, entonces ¿por quién fue hecho? Las cosas hechas necesariamente deben tener su origen en alguien, como en efecto, tuvieron su origen en el Verbo, porque él no fue una cosa hecha, sino el Verbo del Padre. Además, si hay otra sabiduría en el Padre además del Señor, entonces la Sabiduría tiene su origen en la sabiduría; y si el Verbo de Dios es la Sabiduría de Dios, entonces el Verbo tiene su origen en un Verbo; y si el Hijo es el Verbo de Dios, entonces el Hijo debe haber sido hecho en el Hijo.
XV
Más argumentos de la Escritura contra las afirmaciones arrianas
¿Cómo es que el Señor dijo: "Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí" (Jn 14,10), si hay otro en el Padre, por quien también el Señor mismo fue hecho? ¿Y cómo es que Juan, pasando por alto a ese otro, habla de éste, diciendo: "Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada fue hecho" (Jn 1,3)? Si todas las cosas que fueron hechas por la voluntad de Dios fueron hechas por él, ¿cómo puede él ser él mismo una de las cosas que fueron hechas? Y cuando el apóstol dice "para quién son todas las cosas, y por quién son todas las cosas" (Hb 2,10), ¿cómo pueden decir estos hombres que no fuimos hechos para él, sino él para nosotros? Si es así, debería haber dicho: Para quién fue hecho el Verbo. Pero no dice eso, sino: "Para quién son todas las cosas, y por quién son todas las cosas", demostrando así que estos hombres son herejes y falsos. Además, como se atreven a decir que hay otra Palabra en Dios, y no pueden aportar ninguna prueba clara de ello en las Escrituras, que muestren una obra suya o una obra del Padre que se haya hecho sin esta Palabra, de modo que parezca que tienen algún fundamento para su propia idea. Las obras de la Palabra verdadera son manifiestas a todos, de modo que se le puede contemplar por analogía a partir de ellas. Porque, así como cuando vemos la creación, concebimos a Dios como su Creador, así también cuando vemos que nada en ella está sin orden, sino que todas las cosas se mueven y continúan con orden y providencia, inferimos una palabra de Dios que está sobre todas las cosas y gobierna todo. Esto también lo atestiguan las Sagradas Escrituras, declarando que él es la palabra de Dios, y que "todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada fue hecho" (Jn 1,3). Pero de esa otra Palabra, de la que hablan, no tienen ni palabra ni obra que mostrar. Más aún, el mismo Padre, cuando dice: "Este es mi Hijo amado" (Mt 17,5), significa que además de él no hay ningún otro.
XVI
Los arrianos van de la mano con los maniqueos
Parece, pues, que en lo que se refiere a estas doctrinas, estos hombres admirables se han unido ahora a los maniqueos, pues éstos también confiesan la existencia de un Dios bueno, en lo que se refiere al mero nombre, pero no son capaces de señalar ninguna de sus obras, ni visibles ni invisibles. Pero, en cuanto niegan a Aquel que es verdaderamente y verdaderamente Dios, el Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas invisibles, son meros inventores de fábulas. Y esto me parece que es lo que sucede con estos hombres de mente malvada. Ven las obras de la Palabra verdadera, que es la única que está en el Padre, y sin embargo lo niegan y se inventan otra Palabra, cuya existencia no pueden probar ni por sus obras ni por el testimonio de otros, a menos que hayan adoptado una noción fabulosa de Dios, según la cual es un ser compuesto como el hombre, que habla y luego cambia sus palabras, y es como un hombre que ejerce el entendimiento y la sabiduría, sin percibir a qué absurdos se ven reducidos por tal opinión. Si Dios tiene una sucesión de palabras, es preciso que lo consideren como un hombre. Y si esas palabras proceden de él y luego se desvanecen, cometen una impiedad mayor, porque reducen a nada lo que procede del Dios existente por sí mismo. Si conciben que Dios engendra, seguramente sería mejor y más religioso decir que él es el engendrador de una sola palabra, que es la plenitud de su divinidad, en quien están escondidos los tesoros de todo conocimiento, y que es coexistente con su Padre, y que todas las cosas fueron hechas por él; en lugar de suponer que Dios es el Padre de muchas palabras que no se encuentran en ninguna parte, o representar a Aquel que es simple en su naturaleza como compuesto de muchas, y como sujeto a las pasiones humanas y variable. Además, mientras que el apóstol dice: "Cristo, poder de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,24), estos hombres lo consideran sólo como uno entre muchos poderes. Más aún, lo comparan, transgresores como son, con la oruga y otras criaturas irracionales que él envía para castigo de los hombres. Además, mientras que el Señor dice: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt 11,27); y otra vez: "No que alguien haya visto al Padre, sino aquel que es del Padre" (Jn 6,46); ¿no son realmente enemigos de Dios aquellos que dicen que el Padre no es visto ni conocido por el Hijo perfectamente? Si el Señor dice: "Como el Padre me conoce, así también yo conozco al Padre" (Jn 10,15). Y si el Padre no conoce parcialmente al Hijo, ¿no son locos los que dicen que el Hijo sólo conoce parcialmente al Padre y no totalmente? Además, si el Hijo tiene un principio de existencia, y todas las cosas tienen un principio, digan que es anterior a lo otro. Pero en realidad no tienen nada que decir, ni pueden probar con toda su astucia que el Verbo tiene un principio así, porque él es el verdadero y propio linaje del Padre, y "en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1,1). En cuanto a su afirmación de que el Hijo no conoce su propia esencia, es superfluo responder a ella, excepto en lo que respecta a condenar su locura; porque ¿cómo no se conoce a sí mismo el Verbo, cuando imparte a todos los hombres el conocimiento de su Padre y de sí mismo, y censura a los que no se conocen a sí mismos?
XVII
Más argumentos de la Escritura contra las afirmaciones arrianas
Pero está escrito, dicen, "El Señor me creó al principio de sus caminos para sus obras". ¡Oh ignorantes e insensatos que sois! También se le llama en las Escrituras siervo, cordero y oveja, y se dice que sufrió trabajos y sed, y fue golpeado y sufrió dolores. Pero hay una razón y un fundamento claros para que se den tales representaciones de él en las Escrituras; y es porque se hizo hombre e Hijo del hombre, y tomó sobre Sí la forma de un siervo, que es la carne humana: "El Verbo", dice Juan, "se hizo carne" (Jn 1,14). Y dado que se hizo hombre, nadie debe escandalizarse por tales expresiones; porque es propio del hombre ser creado, nacer y formarse, sufrir trabajos y dolores, morir y resucitar de entre los muertos. Y como, siendo palabra y sabiduría del Padre, tiene todos los atributos del Padre, su eternidad, su inmutabilidad, y el ser como él en todos los aspectos y en todas las cosas, y no es ni antes ni después, sino coexistente con el Padre, y es la misma forma de la deidad, y es el Creador, y no es creado (porque siendo en esencia como el Padre, no puede ser una criatura, sino que debe ser el Creador, como él mismo ha dicho: "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo" (Jn 5,17), así, al ser hecho hombre y llevar nuestra carne, se dice necesariamente que fue creado y hecho, y esto es propio de toda carne; sin embargo, estos hombres, como los vinateros judíos, que mezclan su vino con agua, degradan la Palabra y someten su Deidad a sus nociones de cosas creadas. Por lo que los Padres se indignaron con razón y justicia, y anatematizaron esta herejía tan impía. Estas personas ahora se muestran cautelosas y se abstienen de hacerlo, ya que son fáciles de refutar y erróneas en todos sus aspectos. Estos que he expuesto son solo algunos de los argumentos que sirven para condenar sus doctrinas; pero si alguien desea profundizar más en las pruebas contra ellas, encontrará que esta herejía no está muy alejada del paganismo, y que es la más baja y la más baja de todas las demás herejías. Estas últimas están en un error ya sea con respecto al cuerpo o a la encarnación del Señor, falsificando la verdad, algunos de una manera y otros de otra, o bien niegan que el Señor haya estado aquí en absoluto, como lo afirma el apóstol Pablo. Los judíos se equivocan al pensarlo, pero éste, más locamente que los demás, se ha atrevido a atacar a la divinidad misma y a afirmar que el Verbo no existe y que el Padre no siempre fue padre, de modo que se podría decir con razón el salmo: "Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, y se han vuelto abominables en sus acciones".
XVIII
Si los arrianos sintieran que tienen razón, hablarían abiertamente
Ellos dicen: Somos fuertes, y podemos defender nuestra herejía con muchos artificios. Es decir, que tendrían una mejor respuesta que dar si pudieran hacerlo, y no con artificios ni con sofismas gentiles, sino con la sencillez de su fe. Sin embargo, si tienen confianza en ella y saben que está de acuerdo con las doctrinas de la Iglesia, que expresen abiertamente sus sentimientos; porque nadie, cuando ha encendido una vela, la pone debajo del celemín (Mt 5,15), sino sobre el candelero, y así da luz a todos los que entran. Si, por lo tanto, pueden defenderla, que registren por escrito las opiniones arriba imputadas a ellos y expongan su herejía al descubierto a la vista de todos los hombres, como lo harían con una vela, y que acusen abiertamente al obispo Alejandro, de bendita memoria, de haber expulsado injustamente a Arrio por profesar estas opiniones. Y que culpen al Concilio de Nicea por presentar una confesión escrita de la verdadera fe en lugar de su impiedad. Pero no lo harán, estoy seguro, porque no son tan ignorantes de la naturaleza malvada de esas nociones que han inventado y que ambicionan difundir por todos lados; pero saben muy bien que, aunque al principio puedan extraviar a los simples con vanos engaños, sin embargo, sus imaginaciones pronto se extinguirán, "como la luz de los impíos" (Job 18,5), y ellos mismos serán tildados en todas partes como enemigos de la verdad. Por lo tanto, aunque hacen todas las cosas tontamente y hablan como tontos, sin embargo, en esto al menos han actuado sabiamente, como "hijos de este mundo" (Lc 16,8), escondiendo su lámpara debajo del celemín, para que se suponga que da luz, y para que, si aparece, no sea condenada y extinguida. Así, cuando el propio Arrio, el autor de la herejía y colaborador de Eusebio, fue convocado por el interés de Eusebio y sus compañeros para comparecer ante Constantino Augusto, de bendita memoria, y se le exigió que presentara una declaración escrita de su fe, el astuto escribió una, pero mantuvo fuera de la vista las expresiones peculiares de su impiedad y pretendió, como lo hizo el diablo, citar las sencillas palabras de la Escritura, tal como están escritas. El bendito Constantino le dijo: "Si no tienes otras opiniones en tu mente además de estas, toma la verdad como testigo de tu parte; el Señor es tu vengador si juras en falso". Mas el desdichado hombre juró que no tenía otra, y que nunca había dicho ni pensado de otra manera que como ahora había escrito. Pero tan pronto como salió, se desplomó, como si estuviera pagando la pena de su crimen, y cayendo de cabeza se reventó en medio (Hch 1,18).
XIX
Significado de la muerte de Arrio
La muerte es, en verdad, el fin común de todos los hombres, y no debemos insultar al muerto, aunque sea un enemigo, pues es incierto que el mismo suceso no nos suceda a nosotros antes de la tarde. Pero el fin de Arrio no fue de una manera ordinaria, y por eso merece ser relatado. Eusebio y sus compañeros amenazaron con llevarlo a la Iglesia, pero Alejandro, el obispo de Constantinopla, se les resistió. Pero Arrio confió en la violencia y amenaza de Eusebio. Era sábado y esperaba unirse a la comunión al día siguiente. Por lo tanto, hubo una gran lucha entre ellos; los otros amenazaban, Alejandro oraba. Pero el Señor, siendo juez del caso, falló en contra de la parte injusta, porque el sol no se había puesto cuando las necesidades de la naturaleza lo obligaron a ese lugar, donde cayó, y fue privado inmediatamente de la comunión con la Iglesia y de su vida en comunidad. El bienaventurado Constantino, al oír esto, se quedó estupefacto al verlo así condenado por perjurio. En efecto, entonces fue evidente para todos que las amenazas de Eusebio y sus compañeros habían resultado inútiles y que la esperanza de Arrio había sido vana. También se demostró que la locura arriana fue rechazada de la comunión por nuestro Salvador tanto aquí como en la Iglesia de los primogénitos en el cielo. Ahora bien, ¿quién no se sorprenderá al ver la ambición injusta de estos hombres, a quienes el Señor ha condenado, al verlos vindicar la herejía que el Señor ha declarado excomulgada (ya que no permitió que su autor entrara en la Iglesia), y no temer lo que está escrito, sino intentar cosas imposibles? Porque "el Señor de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo anulará?" (Is 14,27) y a quienes Dios ha condenado, ¿quién los justificará? Sin embargo, que escriban lo que quieran en defensa de sus propias imaginaciones; Pero vosotros, hermanos, como portadores de los vasos del Señor (Is 52,11) y vindicadores de las doctrinas de la Iglesia, examinad este asunto, os lo ruego; y si escriben en otros términos que los que se han registrado anteriormente como el lenguaje de Arrio, entonces condenadlos como hipócritas, que esconden el veneno de sus opiniones y, como la serpiente, adulan con las palabras de sus labios. Porque, aunque escriben así, han asociado con ellos a los que antes fueron rechazados por Arrio, como Segundo de Pentápolis y el clero que fue condenado en Alejandría; y les escriben en Alejandría. Pero lo que es más asombroso, han hecho que nosotros y nuestros amigos seamos perseguidos, aunque el muy religioso emperador Constantino nos envió de regreso en paz a nuestro país y a nuestra Iglesia, y mostró su preocupación por la armonía del pueblo. Pero ahora han hecho que las iglesias sean entregadas a estos hombres, probando así a todos que por su causa toda la conspiración contra nosotros y el resto se ha llevado a cabo desde el principio.
XX
Los arrianos utilizan, en vano, palabras moderadas
Ahora bien, si se comportan de esta manera, ¿cómo pueden atribuirse el mérito de lo que escriben? Si las opiniones que han puesto por escrito hubieran sido ortodoxas, habrían eliminado de su lista de libros la Talia de Arrio y habrían rechazado a los vástagos de la herejía (es decir, a los discípulos de Arrio y a los cómplices de su impiedad y de su castigo). Pero como no renuncian a ellos, es evidente para todos que sus sentimientos no son ortodoxos, aunque los escriban más de diez mil veces. Por lo tanto, nos corresponde estar atentos para que no se transmita algún engaño bajo el manto de sus frases y se alejen de la verdadera fe. Y si se atreven a promover las opiniones de Arrio, cuando ven que avanzan por un camino próspero, no nos queda más que usar gran audacia en la palabra, recordando las predicciones del apóstol, que escribió para advertirnos de tales herejías, y que nos corresponde repetir. Porque sabemos que, como está escrito: "En los últimos tiempos algunos se apartarán de la sana fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios que se apartan de la verdad"; y "todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo padecerán persecución. Pero los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados". Pero nada de esto prevalecerá sobre nosotros, ni nos separará del amor de Cristo (Rm 8,35), aunque los herejes nos amenacen con la muerte. Porque somos cristianos, no arrianos; ¡ojalá ellos también, que han escrito estas cosas, no hubieran abrazado las doctrinas de Arrio! Sí, hermanos, ahora es necesaria tal valentía en la palabra; porque no hemos recibido "el espíritu de esclavitud para volver a temer" (Rm 8,15), sino que Dios nos ha llamado "a la libertad" (Gál 5,13). Y sería verdaderamente vergonzoso para nosotros, muy vergonzoso, si, a causa de Arrio o de aquellos que abrazan y defienden sus sentimientos, destruyéramos la fe que hemos recibido de nuestro Salvador a través de sus apóstoles. Ya muchos en estas partes, percibiendo la astucia de estos escritores, están dispuestos incluso a derramar sangre para oponerse a sus artimañas, especialmente desde que han oído hablar de vuestra firmeza. Y viendo que la refutación de la herejía ha salido de vosotros, y ha sido sacada de su escondite, como una serpiente de su agujero, el niño que Herodes intentó destruirlo, pero la verdad vive en vosotros y la fe prospera entre vosotros.
XXI
Hacer de la fe una postura equivalente al martirio
Por lo cual os exhorto a que, teniendo en vuestras manos la confesión que fue formulada por los padres en Nicea, y defendiéndola con gran celo y confianza en el Señor, seáis ejemplos para los hermanos en todas partes, y mostradles que ahora tenemos una lucha ante nosotros en apoyo de la verdad contra la herejía, y que las artimañas del enemigo son diversas. Porque la prueba de un mártir no consiste solamente en negarse a quemar incienso a los ídolos; sino que negarse a negar la fe es también un testimonio ilustre de una buena conciencia. Y no sólo los que se desviaron hacia los ídolos fueron condenados como extranjeros, sino también los que traicionaron la verdad. Así, Judas fue degradado del oficio apostólico, no porque sacrificara a los ídolos, sino porque demostró ser un traidor. E Himeneo y Alejandro se apartaron no por entregarse al servicio de los ídolos, sino porque "naufragaron en lo que respecta a la fe" (1Tm 1,19). Por otra parte, el patriarca Abraham recibió la corona, no porque sufrió la muerte, sino porque fue fiel a Dios; y los otros santos de los que habla Pablo, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David y Samuel, y los demás, no fueron hechos perfectos por el derramamiento de su sangre, sino por la fe fueron justificados; y hasta el día de hoy son objeto de nuestra admiración, por estar dispuestos incluso a sufrir la muerte por la piedad hacia el Señor. Y si se puede añadir un ejemplo de nuestro propio país, sabéis cómo el bienaventurado Alejandro luchó hasta la muerte contra esta herejía, y qué grandes aflicciones y trabajos, siendo anciano como era, soportó, hasta que en extrema edad también fue reunido con sus padres. ¡Y cuántos más han soportado grandes trabajos, en sus enseñanzas contra esta impiedad, y ahora disfrutan en Cristo la gloriosa recompensa de su confesión! Por tanto, nosotros también, considerando que esta lucha es por todo nuestro ser, y que ahora tenemos ante nosotros la elección de negar o preservar la fe, hagamos también nuestro mayor cuidado y objetivo el proteger lo que hemos recibido, tomando como nuestra instrucción la confesión redactada en Nicea, y alejémonos de las novedades, y enseñemos a nuestro pueblo a no prestar atención a los espíritus engañadores (1Tm 4,1), sino a apartarse por completo de la impiedad del arriano loco, y de la coalición que los melecios han hecho con ellos.
XXII
Los arrianos también se coaligan con los melecianos
En efecto, ya veis que, aunque antes estaban en desacuerdo entre sí, ahora, como Herodes y Poncio, se han puesto de acuerdo para blasfemar contra nuestro Señor Jesucristo. Y por ello merecen verdaderamente el odio de todo el mundo, porque antes estaban enemistados entre sí por razones privadas, pero ahora se han hecho amigos y se han unido en su hostilidad hacia la verdad y su impiedad hacia Dios. Más aún, están dispuestos a hacer o sufrir cualquier cosa, por contraria a sus principios, con tal de conseguir sus propios fines; los melecianos, por su preeminencia y su loco amor al dinero, y los locos arrianos, por su propia impiedad. Y así, por esta coalición, pueden ayudarse mutuamente en sus maliciosos designios, mientras que los melecianos se revisten de la impiedad de los arrianos, y los arrianos, por su propia maldad, concurren a su bajeza, de modo que, mezclando así sus respectivos crímenes, como la copa de Babilonia (Ap 18,6), pueden llevar a cabo sus complots contra los adoradores ortodoxos de nuestro Señor Jesucristo. La maldad y la falsedad de los melecianos eran, de hecho, evidentes incluso antes de esto para todos los hombres; así también la impiedad y la herejía impía de los arrianos han sido conocidas por todos y en todas partes desde hace mucho tiempo; porque el período de su existencia no ha sido corto. Los primeros se volvieron cismáticos hace 35 años, y hace 36 años que los segundos fueron declarados herejes, y fueron expulsados de la Iglesia por el juicio de todo el concilio ecuménico. Pero con sus actuales procedimientos han demostrado al fin, incluso a aquellos que parecen abiertamente favorecerlos, que han llevado a cabo sus planes contra mí y el resto de los obispos ortodoxos desde el principio únicamente con el fin de promover su propia herejía impía. Porque observen, lo que hace mucho tiempo fue el gran objetivo de Eusebio y sus compañeros ahora se está logrando. Han hecho que las iglesias sean arrebatadas de nuestras manos, han desterrado a su antojo a los obispos y presbíteros que se negaron a comunicarse con ellos; y a las personas que se apartaron de ellos las han excluido de las iglesias, que han entregado en manos de los arrianos que fueron condenados hace tanto tiempo, para que con la ayuda de la hipocresía de los melecianos puedan sin temor derramar en ellos su lenguaje impío, y preparar, según piensan, el camino del engaño para el Anticristo, que sembró entre ellos las semillas de esta herejía.
XXIII
Palabras de ánimo, en la lucha contra el arrianismo
Pero que sueñen e imaginen cosas vanas. Sabemos que cuando nuestro amable emperador se entere de ello, pondrá fin a su maldad, y no continuarán mucho tiempo, sino que según las palabras de la Escritura, "los corazones de los impíos desfallecerán pronto". Pero nosotros, como está escrito, "revistámonos de las palabras de la Sagrada Escritura", y resistámoslos como apóstatas que quieren establecer el fanatismo en la casa del Señor. Y no temamos la muerte del cuerpo, ni emulemos sus caminos; antes bien, que la palabra de la verdad sea preferible a todas las cosas. También a nosotros, como todos sabéis, Eusebio y sus compañeros nos exigieron anteriormente que nos vistiéramos con su impiedad o que esperáramos su hostilidad; pero no quisimos comprometernos con ellos, sino que preferimos ser perseguidos por ellos, que imitar la conducta de Judas. Y ciertamente han hecho lo que amenazaron; Porque, a la manera de Jezabel, contrataron a los traidores melecianos para que los ayudaran, sabiendo cómo estos últimos resistieron al bendito mártir Pedro, y después de él al gran Aquilas, y luego a Alejandro, de bendita memoria, para que, como expertos en tales asuntos, los melecianos pudieran también alegar contra nosotros lo que se les sugiriera, mientras que Eusebio y sus compañeros les dieron una oportunidad para perseguirme y buscar matarme. Porque esto es lo que anhelan; y continúan hasta el día de hoy deseando derramar mi sangre. Pero de estas cosas no tengo cuidado; porque sé y estoy persuadido de que aquellos que perseveren recibirán una recompensa de nuestro Salvador; y que también ustedes, si perseveran como lo hicieron los padres, y se muestran ejemplos para el pueblo, y derriban estos extraños y ajenos planes de hombres impíos, podrán gloriarse y decir: "Hemos guardado la fe" (2Tm 4,7), y: "Recibiréis la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman" (St 1,12). Y Dios me conceda que también yo, junto con vosotros, heredemos las promesas que fueron dadas, no solo a Pablo, sino también a todos los que han amado la venida de nuestro Señor y Salvador, y Dios, y rey universal Jesucristo.