OPTATO DE MILEVI
Documentos de África

I
Actas del Concilio de Cirta, ca. 305

Cuando Diocleciano era cónsul por octava vez y Maximiniano por séptima, el 4 de marzo, después de que Segundo, obispo de Tigisis y primado, hubiera tomado posesión de su cargo en la casa de Urbano Donato, dijo:

—Veamos primero que todos estén debidamente calificados para actuar, y así podremos consagrar a un obispo.

Segundo dijo a Donato de Mascula:

—Se alega que usted ha sido culpable de traición.

Donato respondió:

—Tú sabes cómo Floro me buscó para hacerme ofrecer incienso, y Dios no me entregó en sus manos, hermano mío; pero ya que Dios me ha perdonado, así también tú déjame en sus manos.

Segundo le preguntó:

—¿Qué haremos entonces con los mártires? Han sido coronados porque no traicionaron.

Donato contestó:

—Envíame a Dios. Ante él rendiré cuentas.

Segundo le dijo:

—Ven a un lado.

Segundo le dijo a Marino, de las Aguas de Tibilis:

—Se alega que usted también fue culpable de traición.

Marino respondió:

—Le di los papeles a Polo. Mis códices están a salvo.

Segundo le dijo:

—Párate a un lado.

Segundo dijo a Donato de Calama:

—Se alega que usted fue culpable de traición.

Donato respondió:

—Les di tratados de medicina.

Segundo le dijo:

—Párate a un lado.

En otro lugar, Segundo dijo a Víctor de Rústica:

—Se dice que usted traicionó cuatro evangelios.

Víctor respondió:

—Valentín era el curador. Me obligó a arrojarlos al fuego. Sabía que estaban perdidos. Perdóname esta falta y Dios también me perdonará.

Segundo le dijo:

—Párate a un lado.

En otro lugar, Segundo dijo a Purpurio de Limata:

—Se dice que mataste en Milevi a los dos hijos de tu hermana.

Purpurio respondió:

—¿Crees que te tengo miedo, como a los demás? ¿Qué has hecho, a quienes el curador y los soldados obligaron a entregar las Escrituras? ¿Cómo te liberaron, a menos que entregaras algo u ordenaras que se entregara? Porque no te dejaron ir al azar. Sí, maté, y ahora pienso matar a quienes me atacan. Así que no me provoques a decir nada más. Sabes que no me meto en los asuntos de nadie.

Segundo el Menor dijo a su tío Segundo:

—¿Oyes lo que dice contra ti? Está dispuesto a irse y a provocar un cisma; y no solo él, sino también todos los que acusas. Sé que pretenden abandonarte y dictar sentencia contra ti. Entonces quedarás solo, un hereje. ¿Qué te importa entonces lo que haya hecho alguien? Él tiene que rendir cuentas a Dios.

Segundo dijo a Félix de Rotaria, a Nabor de Centurio y a Víctor de Garba:

—¿Qué pensáis?

Ellos respondieron:

—Tienen a Dios, a quien deberán rendir cuentas.

Segundo les dijo:

—Vosotros lo sabéis y Dios lo sabe. Sentaos.

Y todos respondieron:

—Gracias a Dios.

II
Informe del procónsul de África a Constantino, ca. 313

Mi deber me ha llevado, entre mis actos de insignificancia, a enviar la carta celestial de su majestad, tras recibirla y venerarla, a Ceciliano y a sus clérigos subordinados. Al mismo tiempo, les exhorté a que (ahora que la unidad se ha efectuado con el consentimiento general, puesto que gracias a la condescendencia de su majestad su libertad se veía completamente asegurada en todos los aspectos y la Iglesia Católica estaba protegida) se dedicaran al servicio de su santa ley y a las cosas de Dios con la debida reverencia. Pocos días después, se me acercaron ciertas personas, seguidas por una gran multitud del pueblo, quienes sostuvieron que debía oponerse a Ceciliano y me presentaron, en mi calidad de oficial, dos documentos, uno encuadernado en cuero y sellado, el otro, un libelo sin sellar, y exigieron con insistencia que los enviara a la sagrada y venerable Corte de su alteza. Mi pequeño señor ha tenido cuidado de hacer esto (preservando a Ceciliano en su puesto), y he remitido sus actas para que su majestad pueda determinarlo todo. He enviado los dos libelos, de los cuales el encuadernado en cuero lleva el sello "Libellus Ecclesiae Catholicae criminum Caecilia nitraditus a parte Maiovini". También el que no lleva sello, junto con el de cuero.

Dado el 15 de abril en Cartago, cuando Constantino Augusto era cónsul por tercera vez.

III
Carta de Constantino al papa Melquíades I, ca. 313

Constantino Augusto a Melquíades, obispo de Roma, y a Marco.

Considerando que varios documentos me han sido enviados por Anulino, el más ilustre procónsul de África, en los cuales se muestra que Ceciliano, obispo de Cartago, ha sido acusado por muchos motivos por algunos de sus compañeros obispos en África (ya que me parece una cosa muy grave que en aquellas provincias que la divina Providencia ha encomendado libremente a mi fidelidad, donde hay una vasta población, la multitud (por así decirlo dividida en dos) se encuentra deteriorándose, y los obispos, entre otros, están en desacuerdo) he resuelto que este Ceciliano con diez de los obispos que lo acusan y otros diez que él mismo pueda elegir para ayudar en su defensa, naveguen hacia Roma. Para que allí, en su presencia y en la de Reticio, Materno y Marino, sus compañeros obispos, a quienes he ordenado acudir a Roma con urgencia para este propósito, este caso se resuelva de la manera que ustedes saben que está de acuerdo con la santísima ley. Para que puedan obtener el máximo conocimiento de todo este asunto, he añadido copias de los documentos que me envió Anulino a mis cartas a sus compañeros obispos antes mencionados. Después de que los hayan examinado, su gracia considerará cuidadosamente de qué manera esta controversia puede investigarse con la mayor precisión y resolverse con justicia. Es tan grande mi reverencia por la santísima Iglesia Católica que no deseo en absoluto que se deje ningún cisma o disensión por su parte.

Mi muy estimado, que la divinidad del Dios altísimo le preserve por muchos años.

IV
Decreto de Constantino al procónsul de África, ca. 313

¡Salve, Anulino, muy estimado por mí!

Es mi deseo que las cosas que por derecho propio pertenecen a otros no solo permanezcan intactas, sino que, cuando sea necesario, sean restituidas, estimado Anulino. Por lo tanto, decretamos que, tan pronto como recibas esta carta, si alguna de las cosas que pertenecen a la Iglesia Católica de los cristianos, en las diversas ciudades u otros lugares, está en manos del decurión o de cualquier otro, deberás restituirla inmediatamente a sus iglesias. Pues hemos determinado que todo lo que estas mismas iglesias poseían anteriormente será restituido conforme a la justicia. Por lo tanto, cuando tu fidelidad haya comprendido que este decreto de nuestras órdenes es clarísimo, te apresurarás a asegurar que todo, ya sean jardines, casas o cualquier otra cosa que pertenezca a estas iglesias, les sea restituido lo antes posible, para que sepamos que has atendido y ejecutado con sumo cuidado este nuestro decreto.

Adiós, mi muy estimado y amado Anulino.

V
Carta de Constantino al procónsul de África, ca. 313

¡Salve, Anulino, muy estimado por mí!

A juzgar por los numerosos incidentes, es evidente que siempre que la religión, que protege la suprema reverencia debida a la divina majestad, ha sido despreciada, y los mayores peligros han acechado al estado. Considerando que esta religión, al ser debidamente aceptada y protegida, por la bondad de Dios ha otorgado la mayor prosperidad al nombre romano, y ha otorgado sus principales beneficios a todos los asuntos humanos, he decidido que aquellos hombres que, con la debida piedad y la cuidadosa observancia de esta ley, han dedicado su servicio al culto divino, reciban la recompensa por sus labores, oh estimado Anulino. Por tanto, es mi voluntad que aquellos hombres llamados clérigos, que dentro de la provincia confiada a su cuidado sirven a esta santísima religión en la Iglesia Católica, que preside Ceciliano, estén totalmente exentos de todo cargo público, para que, por error o desviación sacrílega, no se aparten del servicio debido a Dios altísimo, sino que sean libres de servir a su propia ley sin ninguna perturbación. Al mostrar suprema reverencia a Dios, la mancomunidad obtendrá el mayor beneficio.

¡Adiós, mi estimado y amado Anulino!

VI
Carta del Concilio de Arlés al papa Silvestre I, ca. 314

Al amadísimo papa Silvestre, Marino, Acratio, Natalio, Teodoro, Proterio, Vocio, Vero, Probato, Ceciliano, Faustino, Surgencio, Gregorio, Reticio, Ambitauso, Termacio, Merocles, Pardo, Adelfio, Hibernio, Fortunato, Aristasio, Lampadio, Vitalio, Materno, Liberio, Gregorio, Crescente, Aviciano, Dafno, Orantalio, Quintasio, Víctor, Epicteto, ¡salud eterna en el Señor!

Unidos por el lazo común de la caridad y por la unidad que es el vínculo de nuestra madre, la Iglesia Católica, hemos sido traídos a la ciudad de Arlés por deseo del piadosísimo emperador, y te saludamos con la reverencia que te corresponde, gloriosísimo papa. Hemos padecido a hombres problemáticos, peligrosos para nuestra ley y tradición, hombres de mente indisciplinada, a quienes tanto la autoridad de nuestro Dios, que está con nosotros, como nuestra tradición y la regla de la verdad rechazan, porque no tienen razonabilidad en sus argumentos, ni moderación en sus acusaciones, ni su forma de demostrar fue acertada. Por lo tanto, por el juicio de Dios y de la madre Iglesia, que conoce y aprueba el suyo, han sido condenados o rechazados. Quisiéramos, amadísimo hermano, que hubieras considerado oportuno estar presente en este gran espectáculo. Creemos con seguridad que en ese caso se habría dictado una sentencia más severa contra ellos. Nuestra asamblea se habría regocijado con mayor alegría si hubieras juzgado junto con nosotros. Como no pudiste abandonar esa región donde los apóstoles se sientan a diario, y su sangre da testimonio incesante de la gloria de Dios, no nos pareció que, debido a tu ausencia, amadísimo hermano, debiéramos ocuparnos exclusivamente de los asuntos por los que habíamos sido convocados, sino que juzgamos que también debíamos deliberar sobre nuestros propios asuntos. Como los países de donde venimos son diferentes, ocurrirán diversos acontecimientos que creemos que debemos vigilar y regular. Por consiguiente, pensamos bien, en presencia del Espíritu Santo y sus ángeles, que, entre los diversos asuntos que nos ocurrieron a cada uno de nosotros, deberíamos emitir algunos decretos para proveer a la actual tranquilidad. También acordamos escribirte primero a ti, que gobiernas las diócesis mayores, para que, especialmente por ti, se difundieran a todos. Lo que hemos decidido, lo hemos adjuntado a este escrito de nuestra insignificancia. En primer lugar, nos vimos obligados a tratar un asunto que concernía la utilidad de nuestra vida. Ahora bien, puesto que uno murió y resucitó por muchos, la misma celebración debe ser observada con espíritu religioso por todos al mismo tiempo, para que no surjan divisiones ni disensiones en tan gran servicio de devoción. Por lo tanto, consideramos que la Pascua del Señor debe ser observada en todo el mundo el mismo día.

Respecto a quienes hayan sido ordenados clérigos en cualquier lugar, hemos decretado que permanezcan fijos en los mismos lugares. Respecto a quienes depongan las armas en tiempo de paz, hemos decretado que se les prohíba la comunión. Respecto a los agitadores errantes que pertenecen a los fieles, hemos decretado que, mientras continúen su agitación, se les prohíba la comunión. Respecto a los actores ambulantes, hemos decretado que, mientras actúen, se les prohibirá la comunión. Respecto a los herejes que estén agobiados por la enfermedad y deseen creer, hemos decretado que se les imponga la mano. Respecto a los magistrados que pertenecen a los fieles y son nombrados para un cargo, hemos determinado que, al ser promovidos, reciban cartas eclesiásticas de comunión, pero de tal manera que, dondequiera que residan, el obispo de ese lugar los tenga en cuenta, y si comienzan a actuar contra la disciplina, se les excluya de la comunión. Hemos decretado lo mismo respecto a quienes deseen ocupar cargos estatales. Respecto a los africanos, ya que usan su propia ley de rebautizar, hemos decretado que si algún hereje viene a la Iglesia, debe ser interrogado sobre el Credo. Si se descubre que ha sido bautizado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se le impondrán las manos y nada más. Si, al ser interrogado sobre el Credo, no da la Trinidad como respuesta, entonces que sea bautizado correctamente.

VII
Carta de Constantino al vicario de África, ca. 314

Desde que supe que muchas personas en nuestro dominio de África habían comenzado a separarse con furia y se habían lanzado acusaciones infundadas contra la observancia de la santísima ley católica, consideré conveniente, para resolver esta disputa, que Ceciliano, obispo de Cartago, contra quien todos me habían interpuesto peticiones con frecuencia, fuera a la ciudad de Roma, y que también comparecieran algunos de quienes habían considerado oportuno presentar ciertas acusaciones contra él. También ordené a algunos obispos de las Galias que se trasladaran a nuestra ciudad de Roma, antes mencionada, para que, por su integridad y loable conducta, junto con siete obispos de la misma comunión, el obispo de la ciudad de Roma y sus asesores, prestaran la debida atención a las cuestiones planteadas. Me informaron, mediante las actas escritas de su reunión, de todo lo que se había hecho en su presencia, afirmando también de palabra que su juicio se basaba en la equidad y declarando que no Ceciliano, sino los que presentaron cargos contra él, eran culpables, de modo que, después de emitir su juicio, prohibieron a este último regresar a África. Como consecuencia de todo esto, una vez esperé que, de acuerdo con el probable desenlace de los acontecimientos, se hubiera dado un final apropiado a todas las sediciones y contiendas de todo tipo que habían surgido repentinamente por la otra parte. Después de haber leído tus cartas, que habías considerado tu deber enviar a Nicasio y al resto, sobre el astuto pretexto de estos hombres, reconocí claramente que ellos no pondrían ante sus ojos ni consideraciones de su propia salvación, ni (lo que es más importante) la reverencia que se debe a Dios todopoderoso, pues persisten en una línea de acción que no sólo conduce a su vergüenza y deshonra, sino que también da una oportunidad de detracción a aquellos que son conocidos por desviar sus mentes del cumplimiento de la santísima ley católica. Escribo esto porque (y esto es algo que conviene que sepan) algunos de estos hombres han afirmado que el Ceciliano antes mencionado no se considera digno del culto de nuestra santísima religión. En respuesta a mi réplica de que se jactaban vanamente (ya que el asunto había sido resuelto en la ciudad de Roma por hombres competentes del más alto carácter, que eran obispos), creyeron oportuno replicar con persistente obstinación que no se había escuchado todo el caso, sino que estos obispos se habían encerrado en algún lugar y habían emitido el fallo que les convenía. Dado que percibí que estos numerosos e importantes asuntos se estaban retrasando pertinazmente por discusiones, de modo que parecía que no se podría acabar con ellos sin que Ceciliano y tres de los que están haciendo un cisma contra él vengan a la ciudad de Arlés, para el juicio de los que se oponen a Ceciliano y están obligados a aceptarlo como obispo, he considerado bien imponer a tu cuidado que dispongas, tan pronto como recibas esta carta mía, que el Ceciliano antes mencionado con algunos de los que él mismo elija, y también algunos de las provincias de Bizacio, Trípoli, Numidia y Mauritania, y cada una de las provincias (estos deben traer un cierto número de su clero que ellos elijan), y también algunos de los que han hecho un cisma contra Ceciliano (proporcionándose transporte público a través de África y Mauritania) viajarán desde allí por un corto trayecto a España. De la misma manera, otorgarás a cada obispo en España un único derecho de traslado, para que todos puedan llegar al lugar antes mencionado, antes del 1 de agosto. Además, te complacerás en comunicarles sin demora que es su deber, antes de partir, prever la disciplina adecuada en su ausencia, para que no surja ninguna sedición ni contienda entre las partes en disputa, algo que sería la mayor desgracia. En cuanto al resto, después de que el asunto se haya investigado a fondo, que se dé por concluido. Porque cuando todos se hayan reunido, aquellos asuntos que ahora se sabe que son objeto de controversia deberían, con razón, recibir una oportuna conclusión, y quedar inmediatamente terminados y arreglados. Confieso a su señoría, ya que sé muy bien que tú también eres adorador del Dios Altísimo, que no considero en absoluto justo que se me oculten contiendas y altercados de este tipo, por los cuales, quizás, Dios pueda actuar no solo contra la raza humana, sino también contra mí mismo (a cuyo cuidado, por su decreto celestial, ha confiado la dirección de todos los asuntos humanos), y en su ira puede disponer de algo distinto a lo que hasta ahora. Entonces podré permanecer verdadera y plenamente sin ansiedad, y podré siempre esperar cosas prósperas y excelentes de la bondad siempre disponible del Dios todopoderoso, cuando sepa que todos, unidos en fraternal concordia, adoran al Dios santísimo con el culto de la religión católica, que le es debido.

VIII
Carta de Constantino a los obispos de África, ca. 314

Constantino Augusto, a sus queridos hermanos, los obispos católicos, salud.

La eterna, venerable e incomprensible bondad de nuestro Dios no permite en absoluto que la debilidad humana deambule demasiado tiempo en la oscuridad. Ni permite que la perversa voluntad de algunos llegue al extremo de no darles de nuevo, con su espléndida luz, un camino de salvación, abriendo el camino para que se conviertan a la ley de la justicia. He experimentado esto con muchos ejemplos. También puedo describirlo con mis propios ojos. Porque en mí, en el pasado, había cosas que distaba mucho de ser correctas, y no creía que el poder de Dios viera nada de lo que guardaba en lo más profundo de mi corazón. Sin duda, esto debería haberme traído una justa retribución, cargada de todos los males. Pero Dios todopoderoso, que se sienta en la atalaya del cielo, me ha concedido dones que no merecía. En verdad, las cosas que por su bondad celestial me ha concedido, su siervo, son incontables. Por ello, oh santísimos obispos de Cristo Salvador, mis queridos hermanos, me regocijo. Sí, me regocijo de manera especial de que finalmente, tras una investigación imparcial, hayan llamado a una mejor esperanza y fortuna a aquellos a quienes la maldad del diablo, con su persuasión miserable, parecía haber apartado de la nobilísima luz de la ley católica. ¡Oh, Providencia verdaderamente triunfante de Cristo Salvador, que vienes al rescate de quienes, ya alejándose de la verdad, y en cierta manera alzándose contra ella, se habían unido a los gentiles! Si incluso ahora consienten con fe pura en obedecer la santísima ley, podrán comprender la gran provisión que la voluntad de Dios ha dispuesto para ellos. Esto, mis santísimos hermanos, esperaba que se encontrara incluso en aquellos en quienes se ha engendrado la mayor dureza de corazón. Pero vuestro recto juicio no les ha servido de nada, ni el Dios misericordioso ha entrado en sus disposiciones. En verdad, no inmerecidamente la misericordia de Cristo se ha apartado de aquellos hombres, en quienes es tan claro como el sol del mediodía que son de tal carácter que se les ve privados incluso del cuidado del cielo, pues una locura tan grande aún los mantiene cautivos, y con increíble arrogancia se convencen de cosas que no pueden ser legítimamente dichas ni escuchadas, apartándose del recto juicio dado, del cual, como he aprendido por la provisión del cielo, apelan a mi juicio. ¡Oh, qué fuerza tiene la maldad que aún persiste en sus corazones!

¡Cuántas veces los he aplastado ya por mí en una respuesta que, con sus descaradas aproximaciones, se han atraído merecidamente! Seguramente, si hubieran tenido esto presente, nunca se habrían atrevido a apelar. Piden juicio de mí, quien también espero el juicio de Cristo. Pues bien, declaro (y es cierto) que el juicio de los obispos debe considerarse como si el Señor mismo estuviera juzgando. Pues no les es lícito pensar ni juzgar de otra manera, excepto como les ha enseñado la enseñanza de Cristo. ¿Por qué entonces, como he dicho con verdad, los hombres malvados buscan los servicios del diablo? Buscan cosas mundanas, abandonando las celestiales. ¡Oh, qué loca osadía la de su ira! Han apelado, como se hace en los pleitos de los paganos. Los paganos suelen evadir a veces los tribunales inferiores, donde se puede obtener justicia rápidamente y, mediante la autoridad de tribunales superiores, recurrir a una apelación. ¿Qué hay de aquellos que evaden la ley y rechazan el juicio del cielo, y han creído oportuno pedir el mío? ¿Piensan así de Cristo el Salvador? He aquí, ahora son traidores. He aquí, sin necesidad de un examen contencioso, por propia voluntad han traicionado sus malas acciones. ¿Cómo pueden ellos, que se han lanzado salvajemente sobre Dios mismo, sentir como deberían sentir los hombres?

Mis queridos hermanos, aunque esta maldad se ha descubierto en ellos, vosotros, que seguís el camino del Señor Salvador, tened paciencia y dadles la opción de elegir lo que consideréis correcto. Si veis que perseveran en el mismo camino, que sigan su camino y regresen a sus sedes. Y recordadme, para que nuestro Salvador siempre tenga misericordia de mí. He ordenado a mis hombres que traigan a estos malvados engañadores de la religión a mi corte para que puedan vivir allí y allí examinen por sí mismos qué es peor que la muerte. También he enviado una carta al respecto al prefecto, mi virrey en África, instándole a que, siempre que encuentre algún caso de esta locura, envíe a los culpables de inmediato a mi corte, para que, bajo la gran influencia de nuestro Dios, no sigan cometiendo actos que provoquen la mayor ira de la Providencia celestial.

Que Dios todopoderoso os mantenga a salvo, mis queridos hermanos, a través de los siglos, en respuesta a mis oraciones y a las vuestras.

IX
Carta de Constantino al procónsul de África, ca. 315

Los emperadores Constantino Máximo y Valerio Licinio, césares de Probiano, al procónsul de África.

Tu predecesor Eliano, mientras desempeñaba las funciones de aquel dignísimo hombre, Vero, nuestro vicario, debido a su mala salud, consideró oportuno (y con razón), entre otros asuntos, investigar y resolver el asunto (es decir, las acusaciones) presentadas por envidia contra Ceciliano, obispo de la Iglesia Católica. Tras conseguir la presencia de Superio, el centurión, Ceciliano, magistrado de Aptunga, Saturnino, antiguo curador, Calidio, el joven curador, y Solón, funcionario público de dicha ciudad, les concedió una audiencia imparcial. De modo que, cuando se alegó como objeción contra Ceciliano el haber sido elevado al episcopado por Félix, acusado de traición y quema de las divinas Escrituras, se demostró la inocencia de Félix. Finalmente, cuando Máximo acusó a Ingencio, decurión de Ziqua, de haber falsificado una carta de Ceciliano, ex-duoviro, sabemos por las Actas de los Procedimientos que este Ingencio fue preparado para la tortura, y solo se salvó gracias a su declaración de ser decurión de Ziqua. Por lo tanto, es mi voluntad que envíes a este Ingencio, con la escolta adecuada, a mi tribunal de Constantino augusto, para que quede bien claro, en presencia y oídos de quienes están involucrados en este asunto, y que desde hace tiempo me han estado apelando incesantemente, que no tiene sentido que muestren su malicia contra el obispo Ceciliano y se hayan complacido en agitarse contra él con violencia. Así cesarán estas disputas, como es justo, y el pueblo podrá, sin disensión alguna, servir a su religión con la reverencia que le corresponde.

X
Carta de Constantino a los donatistas, ca. 315

Hace unos días decidí que, de acuerdo con tu petición, regresarías a África para que allí el caso que crees que pesa contra Ceciliano fuera juzgado por amigos míos que yo había elegido y se llegara a una conclusión adecuada. Sin embargo, tras reflexionar largamente y darle la debida vuelta al asunto, consideré que era mejor (ya que sé que algunos de tu grupo están llenos de turbulencia y se niegan obstinadamente a aceptar el juicio correcto y la declaración de la verdad completa, y que por esta razón, si el caso se juzgase en África, se resolvería, no como corresponde ni como exige la verdad, sino que, debido a tu excesiva obstinación, podría fácilmente resultar algo que desagradaría a Dios en el cielo y perjudicaría enormemente mi buena reputación, que deseo conservar siempre intacta) que Ceciliano viniera aquí, como se acordó inicialmente. Así pues, como ya he dicho, he decidido, y creo que, de acuerdo con mi carta, llegará pronto. Pero le prometo que si en su presencia prueba algo en su contra, incluso con respecto a una sola acusación o acto ilícito, lo consideraré como si todas sus acusaciones estuvieran probadas.

¡Que Dios todopoderoso nos conceda seguridad perpetua!

XI
Carta de los delegados imperiales al vicario de África, ca. 315

Los obispos Luciano, Capito, Fidencio, Nasucio y Mamario, sacerdotes, que por divino precepto del Señor Constantino máximo, el invicto, siempre augusto, fueron a las Galias con otros hombres de su ley. Por eso fueron ordenados por su majestad que se retirasen a sus casas. También nosotros, hermano mío, en cumplimiento del mandato de la eternidad de nuestro clemente Señor, hemos ordenado para ellos un servicio de caballos de posta, con provisiones adecuadas, hasta el puerto de Arlés, de donde puedan zarpar para África, hecho que es deseable que vuestra atención conozca por esta nuestra carta.

Oramos, hermano mío, para que la mejor de las fortunas te acompañe siempre. Dado en Tréveris el 28 de abril por Hilario, el magistrado.

XII
Carta del emperador Constantino al vicario de África, ca. 316

Los últimos despachos de su señoría me han informado de cómo Menalio, un hombre dominado por la locura hace mucho tiempo, y los demás que se han apartado de la verdad de Dios y se han entregado a un error vergonzoso, perseveran en su camino. Me dices en tu carta, mi amado hermano, que has obedecido mi orden respecto a los sediciosos, conforme a sus merecimientos, y has frenado el tumulto que preparaban. Y ahora que estaban planeando actos malvados se ha hecho evidente por el hecho de que, cuando decidí investigar a fondo entre ellos y Ceciliano sobre las diversas acusaciones que presentaban contra él, hicieron todo lo posible por retirarse de mi presencia huyendo. Con este acto tan vergonzoso, reconocieron que se apresuraban a volver a las cosas que ambos habían hecho antes y que ahora persisten en hacer. Ya que es cierto que nadie saca jamás una ventaja pura de sus propias faltas, aun cuando el castigo pueda demorarse un poco, he pensado bien en ordenar a su señoría que, mientras tanto, los deje en paz, y comprenda que debemos contemporizar con ellos.

Después de leer esta carta, debes dejar claro tanto a Ceciliano como a ellos que, cuando por la divina Bondad llegue a África, les dejaré muy claro a todos, tanto a Ceciliano como a quienes actúan en su contra, mediante la lectura de un juicio perfectamente claro, qué tipo de adoración debe rendirse al Dios supremo y qué tipo de servicio le complace. Además, mediante un examen diligente, me familiarizaré plenamente con las cosas que actualmente algunos creen poder mantener ocultas mediante las seducciones de sus mentes ignorantes, y las sacaré a la luz. A esas mismas personas que ahora incitan al pueblo a una guerra tal que provoca que el Dios supremo no sea adorado con la veneración que le corresponde, las destruiré y las haré pedazos. Y puesto que es suficientemente claro que nadie puede esperar obtener los honores de un mártir con esa clase de martirio que se ve como extraña a la verdad de la religión, y es completamente impropia, sin demora haré que aquellos hombres que yo determine que han actuado contra lo que es correcto y contra la religión misma, y que descubra que han sido culpables de violencia en su culto, sufran la destrucción que han merecido por su locura y obstinación imprudente.

Que sepan también con certeza qué deben hacer para obtener plena credibilidad después de haber invocado su propia salvación, ya que voy a investigar con la mayor diligencia los asuntos que conciernen no solo al pueblo, sino también a los clérigos que ocupan los primeros puestos, y emitiré un juicio de acuerdo con lo que más claramente favorezca la verdad y la religión. También les haré ver qué culto y qué clase de culto debe rendirse a la divinidad, pues de ninguna manera creo poder escapar de la mayor culpa si no es negándome a cerrar los ojos ante lo que es malvado. ¿Qué puedo hacer más acorde con mi práctica constante y el oficio de príncipe que, después de haber ahuyentado los errores y destruido todas las opiniones temerarias, lograr que todos los hombres muestren verdadera religión y sencillez en concordia, y rindan a Dios todopoderoso el culto que le corresponde?

XIII
Carta de Constantino a los obispos de África, ca. 321

Constantino Augusto a todos los obispos de África y al pueblo de la Iglesia Católica.

Sabéis muy bien que, como exige la fe, y en la medida en que la prudencia lo permita, y en la medida en que una intención unánime pueda prevalecer, he procurado con todos los esfuerzos de mi bondadoso gobierno asegurar que, de acuerdo con las prescripciones de nuestra ley, la paz de la santísima Hermandad, cuya gracia el Dios supremo ha derramado en los corazones de sus siervos, se preserve segura mediante la completa concordia. Dado que las disposiciones que hemos tomado no han logrado dominar la obstinada violencia del crimen, arraigada en el corazón de ciertos hombres (aunque pocos), y dado que aún se muestra cierta tolerancia hacia esta maldad suya, de modo que no tolerarían bajo ningún concepto que se les arrebatara un lugar del que se enorgullecían de haber pecado, debemos procurar que, como todo este mal afecta a unos pocos, sea, por la misericordia de Dios todopoderoso, mitigado para el pueblo. Debemos esperar un remedio de esa fuente a la que se dirigen todos los buenos deseos y acciones. Hasta que la medicina celestial se manifieste, debemos moderar nuestros designios para actuar con paciencia, y todo lo que en su insolencia intenten o lleven a cabo, de acuerdo con su habitual desenfreno, todo esto debemos soportarlo con la fuerza que proviene de la tranquilidad. De ninguna manera permitamos que el mal se repita en maldad, pues es propio de un necio aferrarse a la venganza que debemos dejar en manos de Dios, sobre todo porque nuestra fe debe llevarnos a confiar en que todo lo que soportemos de la locura de hombres de esta clase nos servirá ante Dios para la gracia del martirio. ¿Qué es vencer en este mundo en el nombre de Dios, sino soportar con corazón inquebrantable la brutalidad de los hombres que acosan al pueblo de la ley de la paz? Si os entregáis lealmente a este asunto, rápidamente lograréis que, por el favor de Dios en lo alto, estos hombres, que se están convirtiendo en los abanderados de esta lucha tan miserable, lleguen todos a reconocer, a medida que sus leyes o costumbres caen en decadencia, que no deben, por la persuasión de unos pocos, entregarse a perecer en la muerte eterna, cuando podrían, por la gracia del arrepentimiento, ser sanados nuevamente, habiendo corregido sus errores, para la vida eterna.

Que os vaya bien, por vuestra oración común, para siempre, por el favor de Dios, queridos hermanos.

XIV
Carta de Constantino a los obispos de Numidia, ca. 330

Constantino, vencedor supremo y emperador siempre triunfante, a Zenucio, Galico, Victorino, Esperancio, Januario, Félix, Crescente, Poncio, Victor, Babertio y Donato, obispos.

Es ciertamente voluntad del Dios supremo, autor de este mundo y Padre por cuya bondad disfrutamos de la vida, y contemplamos el cielo y nos regocijamos en la compañía de nuestros semejantes, que toda la raza humana concuerde y se una en una cierta unión afectuosa, como si se tratara de un abrazo mutuo. Por ello, no cabe duda que las herejías y el cisma provienen del diablo, cabeza de la maldad. No cabe duda que todo lo que hacen los herejes lo hacen por incitación de dicha herejía, quien se ha apoderado de sus sentidos, mentes y pensamientos, y los ha sometido a su poder, y los domina en todos los aspectos. ¿Y qué bien puede hacer un hombre demente, incrédulo, irreligioso, profano, opuesto a Dios, enemigo de la santa Iglesia, que (alejándose de Dios, el Santo, el Verdadero, el Justo, el Supremo y Señor de todo, de Aquel que nos dio la vida y nos preservó en este mundo, habiéndonos dado aliento para la vida que disfrutamos y que deseamos que tengamos, lo que es suyo (y que ha hecho todas las cosas perfectas por su voluntad) corre por el sendero descendente hacia el lado del diablo? Pero, puesto que el alma que una vez ha sido poseída por el Maligno (pues necesariamente debe hacer las obras de su maestro) hace cosas que se oponen a la equidad y la justicia, se sigue que quienes han sido poseídos por el diablo se entregan a su falsedad y maldad. Además, no es de extrañar que los malvados se aparten de los buenos, pues así lo dice con acierto el proverbio: "Como rebaño se juntan los iguales". Es inevitable que quienes han sido manchados por la maldad de una mente impía se aparten de nuestra comunidad, pues como dice la Escritura, "el malvado saca cosas malas de un tesoro malvado, pero el bueno saca el bien del bien". Mas dado que (como he dicho) los herejes y cismáticos, abandonando el bien y siguiendo el mal, hacen lo que desagrada a Dios, se aferran al diablo, que es su padre, con la mayor rectitud y sabiduría ha actuado vuestra gravedad, de acuerdo con los santos preceptos de la fe, absteniéndose de luchar contra su perversidad y dándoles el uso de lo que reclaman para sí, aunque no tienen derecho a ello ni les pertenece, no sea que (tan grande es su perversa y desvergonzada perversidad), incluso provoquen tumultos e inciten a hombres como ellos en sus reuniones multitudinarias, y así se produzca un estado de sedición que no se pueda apaciguar. Pues su propósito criminal siempre les exige hacer las obras del diablo. Por lo tanto, dado que los obispos de Dios los vencen, junto con su propio padre. Que quienes adoran al Dios supremo, con paciencia, obtengan gloria, pero que estos otros reciban condenación y castigos condignos. De hecho, que el juicio del Dios supremo se haga más imponente, y parezca más justo por esto: Él los soporta con calma, y su paciencia condena todas las acciones que han cometido, tolerándolas por un tiempo, pues Dios ha declarado que es el vengador de todos. Así, cuando la venganza está reservada a Dios, el enemigo es castigado con mayor severidad. He sido informado de que ustedes, siervos de Dios, han hecho esto voluntariamente, y me regocijo de que no exijan castigo para los impíos y malvados, los sacrílegos y profanos, los pérfidos e irreligiosos, para quienes desagradan a Dios y son enemigos de la Iglesia, sino que pidan perdón. Esto es conocer a Dios verdadera y profundamente, esto es andar en el camino de sus mandamientos, esto es creer con alegría, esto es pensar con verdad, esto es entender que cuando los enemigos de la Iglesia son perdonados en este mundo, el castigo mayor está reservado contra ellos para el más allá.

He sabido, por la carta de vuestra sabiduría y dignidad, que los herejes o cismáticos, con su habitual maldad, decidieron apoderarse de las basílicas pertenecientes a la Iglesia Católica, cuya construcción yo había ordenado en la ciudad de Constantino, y que, aunque habían sido advertidos repetidamente, tanto por nosotros como por nuestros jueces, a nuestra orden, de que entregaran lo que no les pertenecía, se han negado a hacerlo. Sin embargo, vosotros, imitando la paciencia del Dios altísimo, con serenidad, cedéis a su maldad lo que es vuestro y solicitáis a cambio otro terreno para vosotros (a saber, la aduana). Acogí con agrado esta petición vuestra, como es mi costumbre, y envié de inmediato una carta al contador, ordenándole que se encargara de que nuestra Aduana pasara, con todos sus derechos, a propiedad de la Iglesia Católica. Os la he entregado con prontitud y he ordenado que os sea entregada de inmediato. También he ordenado la construcción de una basílica en ese lugar a expensas del Imperio, y he ordenado que se escriban cartas al cónsul de Numidia, instándole a prestar asistencia a Su Santidad en todo lo concerniente a la construcción de esta Iglesia. Así mismo, he decretado, de acuerdo con mi Ley Estatutaria, que los lectores y subdiáconos de la Iglesia Católica, y cualesquiera otros que, por orden de los arriba mencionados, hayan sido convocados por su idoneidad para cargos públicos o para el decurionado, queden exentos de toda obligación pública; asimismo, hemos dispuesto que quienes hayan sido convocados por instigación de herejes queden inmediatamente exentos de deberes desagradables. Por lo demás, he ordenado que se observe la ley que he promulgado sobre los eclesiásticos católicos. Todo esto se ha escrito detalladamente, como atestigua esta carta, para que sea conocido por su paciencia. ¡Oh, si los herejes o cismáticos finalmente se aseguraran su propia salvación y, tras haber disipado la oscuridad de sus ojos, los abrieran a la visión de la verdadera luz, y se apartaran del diablo y, aunque fuera tarde, acudieran a Dios, quien es uno y verdadero, juez de toda la humanidad! Mas como es evidente que persisten en su malicia y desean morir en sus crímenes, mi advertencia y la anterior y cuidadosa exhortación les bastan. Si hubieran estado dispuestos a obedecer nuestros mandatos, se habrían librado de todo mal. Hermanos míos, sigamos con lo nuestro, caminemos por el camino de los mandamientos, guardemos con buenas acciones los preceptos divinos, liberemos nuestra vida de errores y, con la ayuda de la misericordia de Dios, encaminémosla por el buen camino.

Dado el 5 de febrero en Sárdica.