MACARIO EL VIEJO
Apocrítico
LIBRO IV
Cuando mi oponente griego hubo planteado muchos puntos, y nosotros, con mucho sudor, trabajo y fatiga, habíamos puesto en claro la oscuridad que había en ellos, el filósofo señaló claramente, por así decirlo, esta cuarta contienda, para la cual, incluso con tu ayuda, Teóstenes, apenas nos animamos. Pero ahora debo relatar qué argumento contenía.
A
Objeciones del filósofo
Cuando de nuevo se reunió una compañía no pequeña, sino grande y distinguida, como si su intención fuera deliberadamente dejarnos perplejos con la vista de tantas personas, comenzó el griego a destrozar el juicio apostólico, con acompañamiento de muchas risas, diciendo lo siguiente.
I
Objeción sobre: "La apariencia de este mundo pasa" (1Cor 7,31)
¿Qué quiere decir Pablo cuando dice que la apariencia del mundo pasa? ¿Y cómo es posible que los que tienen que ser como si no tuvieran, y los que se alegran como si no se alegraran? ¿Y cómo puede ser creíble lo que dicen las otras viejas? ¿Cómo es posible que el que tiene que ser como si no tuviera? ¿Y cómo es creíble que el que se alegra sea como si no se alegrara? ¿O cómo puede pasar la apariencia de este mundo? ¿Qué es lo que pasa y por qué pasa?
Porque si el Creador la hiciera pasar, incurriría en la acusación de mover y alterar lo que estaba firmemente fundado. Incluso si cambiara la apariencia por algo mejor, en esto nuevamente se lo condena por no haber realizado en el momento de la creación una apariencia adecuada y apropiada para el mundo, sino haberlo creado incompleto y carente de la mejor disposición.
En todo caso, ¿cómo se puede saber que el mundo se transformaría en algo bueno si llegara a su fin en el tiempo? ¿Y qué beneficio hay en que se cambie el orden de los fenómenos? Y si la condición del mundo visible es sombría y causa de dolor, también en esto el Creador oye el sonido de la protesta, quedando en silencio ante el sonido de las acusaciones razonables contra él, por haber ideado las partes de la tierra de manera penosa y violando la racionalidad de la naturaleza, y después arrepentido y decidido cambiar todo.
Tal vez Pablo con estas palabras enseña al que tiene a pensar como si no lo tuviera, en el sentido de que el Creador, teniendo el mundo, hace que su forma pase, como si no lo tuviera. Y dice que quien se alegra no se alegra, en el sentido de que el Creador no se complace cuando contempla la cosa bella y hermosa que ha creado, sino que, como se entristeció mucho por ello, formuló el plan de transferirla y alterarla. Así pues, pasemos por alto este dicho trivial con una risa suave.
II
Objeción sobre: "Los que vivimos seremos arrebatados a las nubes" (1Ts
4,15-17)
Consideremos otra sabia, asombrosa y perversa observación suya, en la que dice: "Nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, no iremos delante de los que durmieron hasta la venida del Señor, porque el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero; luego nosotros los que vivimos seremos arrebatados juntamente con ellos en una nube para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1Ts 4,15-17).
He aquí una cosa que se eleva en el aire y se eleva hasta el cielo, una mentira enorme y de largo alcance. Ésta, cuando se recita a las bestias sin entendimiento, hace que ellas mismas griten y croen con su estruendo en respuesta, cuando oyen que los hombres en la carne vuelan como pájaros en el aire o son llevados en una nube. En efecto, es una gran farsa esta jactancia, que los seres vivos, oprimidos por el peso de su volumen físico, adquieran la naturaleza de las aves aladas y atraviesen el aire como un mar, utilizando las nubes como carro. Incluso si tal cosa fuera posible, sería monstruosa y ajena a todo lo que es adecuado.
En efecto, la naturaleza, que creó todas las cosas, desde el principio designó lugares apropiados para las cosas que fueron creadas y ordenó que cada una tuviera su propia esfera, el mar para las criaturas acuáticas, la tierra para las de tierra firme, el aire para las criaturas aladas y la atmósfera superior para los cuerpos celestes. Si uno de estos fuera movido de su morada apropiada, desaparecería al llegar en un estado y una morada extraños.
Por ejemplo, si quisieras tomar un ser del agua y obligarlo a vivir en tierra firme, se destruiría fácilmente y moriría. Por otra parte, si arrojaras un animal terrestre de una especie seca al agua, se ahogaría. Y si se corta un pájaro del aire, no lo soportará, y si se quita un cuerpo celeste de la atmósfera superior, no lo soportará.
Mas la divina y activa Palabra de Dios no ha hecho esto ni lo hará jamás, aunque es capaz de cambiar la suerte de las cosas que llegan a existir. Porque él no hace ni propone nada según su propia capacidad, sino que conserva las cosas según la conveniencia y mantiene la ley del buen orden. Así, aunque pudiera hacer esto, no hace que la tierra sea navegable, ni hace que el mar sea arado o cultivado; ni usa su poder para convertir la virtud en maldad ni la maldad en virtud, ni adapta a un hombre para que se convierta en una criatura alada, ni coloca las estrellas abajo y la tierra arriba.
Por lo cual podemos declarar razonablemente que es una tontería decir que los hombres serán arrebatados alguna vez en el aire.
Sobre todo, la mentira de Pablo se hace muy evidente cuando dice: "Nosotros, los que vivimos". Porque han pasado 300 años desde que dijo esto, y nadie ha sido arrebatado en ningún lugar, ni de Pablo ni de ningún otro. Así que es tiempo de que esta palabra de Pablo se calle, porque ha sido desechada en la confusión.
III
Objeción sobre que el evangelio sea predicado en todo el mundo (Mt 24,14)
Debo mencionar también lo que nos dejó escrito Mateo, cuando en el espíritu de un esclavo que se ve obligado a doblarse en un molino, dijo: "El evangelio del reino será predicado en todo el mundo, y entonces vendrá el fin". Porque he aquí que cada parte del mundo habitado tiene experiencia del evangelio, y todos los confines y confines de la tierra lo poseen completo, y en ninguna parte hay un fin, ni nunca llegará. Así que ¡que esta palabra sea dicha sólo en un rincón!
IV
Objeción sobre la seguridad divina otorgada a Pedro y a Pablo, y el
martirio que éstos sufrieron
Veamos lo que se le dijo a Pablo: "El Señor le dijo a Pablo en una visión de noche: No temas, sino habla, porque yo estoy contigo, y nadie te atacará para hacerte mal" (Hch 18,9-10). Sin embargo, tan pronto como fue apresado en Roma, este buen hombre, que dijo que debemos juzgar a los ángeles, fue decapitado. Pedro, que recibió autoridad para apacentar los corderos, fue clavado en una cruz y empalado en ella.
Muchos otros, que sostenían opiniones como las de ellos, fueron quemados o condenados a muerte recibiendo algún tipo de castigo o maltrato. Esto no es digno de la voluntad de Dios, ni siquiera de un hombre piadoso, que una multitud de hombres sean castigados cruelmente por su relación con su propia gracia y fe, mientras que la resurrección y venida esperadas permanecen desconocidas.
V
Objeción sobre que muchos vendrían en su nombre, diciendo: "Yo soy el Cristo"
(Mt 24,4-5)
Hay otra frase dudosa que uno puede entender claramente, cuando Cristo dice: "Tened cuidado de que nadie os engañe, porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo Yo soy el Cristo, y engañarán a muchos". Mas he aquí que han pasado 300 años, y aún más, y no ha aparecido nadie de esa clase en ninguna parte. A menos que quieras citar a Apolonio de Tiana, un hombre adornado con toda la filosofía. Pero no encontrarás a otro. Sin embargo, no es de uno sino de muchos de los que dice que surgirán tales.
VI
Objeción sobre el día del juicio
Para citar algunos ejemplos de este tipo, citaré también lo que dice el Apocalipsis de Pedro, que introduce la afirmación de que el cielo será juzgado junto con la tierra: "La tierra presentará a todos los hombres a Dios en el día del juicio, y ella misma también será juzgada junto con el cielo que la contiene".
Nadie es tan ignorante o tan estúpido como para no saber que las cosas que se refieren a la tierra están sujetas a perturbaciones y no son naturalmente tales que conserven su orden, sino que son desiguales; mientras que las cosas del cielo tienen un orden que permanece perpetuamente igual y siempre sigue del mismo modo, y nunca sufre alteración, ni tampoco la sufrirá jamás, pues es la obra más exacta de Dios. Por lo tanto, es imposible que se deshagan las cosas que son dignas de un destino mejor, por estar fijadas por una ordenanza divina que no se puede tocar.
¿Y por qué se juzgará al cielo? ¿Se demostrará algún día que ha cometido algún pecado, aunque conserve el orden que desde el principio fue aprobado por Dios y permanezca siempre en la misma forma? A menos que alguien se dirija al Creador y calumnie al afirmar que el cielo es digno de juicio por haber permitido al juez pronunciar contra él portentos tan maravillosos y tan grandes.
VII
Objeción sobre el "cielo enrollado como un pergamino" (Is 34,4)
Otra frase bíblica vuelve a decir, llena de impiedad: "Todo el poder del cielo se disolverá, y el cielo se enrollará como un pergamino, y todas las estrellas caerán como hojas de vid o de higuera". Y se jacta de otra mentira portentosa y de una monstruosa charlatanería: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35). ¿Cómo podría alguien decir que las palabras de Jesús permanecerían si el cielo y la tierra ya no existieran?
Además, si Cristo hiciera esto y derribara el cielo, imitaría a los hombres más impíos, a los que destruyen a sus propios hijos. Porque el Hijo reconoce que Dios es Padre del cielo y de la tierra cuando dice: "Padre, Señor del cielo y de la tierra" (Mt 11,25). Juan Bautista, por ejemplo, magnifica el cielo y declara que los dones divinos de la gracia son enviados desde él, cuando dice: "No puede el hombre hacer nada, si no le es dado del cielo" (Jn 3,27). Y los profetas dicen que el cielo es la santa morada de Dios, con las palabras: "Mira desde tu santa morada, y bendice a tu pueblo Israel" (Dt 26,15).
Si el cielo, que es tan grande y de tanta importancia en el testimonio que se da de él, pasase, ¿cuál será el asiento que ocupará después Aquel que lo gobierna? Y si el elemento de la tierra perece, ¿cuál será el estrado de los pies de Aquel que se sienta allí, pues él dice: "El cielo es mi trono y la tierra es el estrado de mis pies". Esto es suficiente en cuanto a la desaparición del cielo y la tierra.
VIII
Objeción sobre las comparaciones del reino de los cielos (Mt 13,31-33.45-46)
Más fabulosa que ésta, y oscura como la noche, es la enseñanza contenida en las palabras: "El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza", y: "El reino de los cielos es semejante a la levadura", y: "Es semejante a un mercader que busca perlas preciosas".
Estas fantasías no proceden de hombres reales, ni siquiera de mujeres que confían en sueños. Porque cuando alguien tiene que dar un mensaje sobre asuntos grandes y divinos, está obligado a valerse de cosas comunes que pertenecen a los hombres para hacer claro su significado, pero no de cosas tan degradadas e ininteligibles como éstas.
Estas palabras, además de ser bajas e inadecuadas para tales asuntos, no tienen en sí mismas un significado inteligente ni claridad. Sin embargo, era conveniente que fueran muy claras, porque no fueron escritas para sabios ni entendidos, sino para niños.
IX
Objeción sobre revelar estas cosas a los niños (Mt 11,25)
Si fuera necesario decir lo contrario, ahí está Jesús, cuando dice: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los niños", y como está escrito en el Deuteronomio: "Lo oculto para el Señor nuestro Dios, y lo manifiesto para nosotros" (Dt 29,29), por eso las cosas que están escritas para los niños y los ignorantes deberían ser más claras y no estar envueltas en enigmas.
Si los misterios han sido escondidos a los sabios y revelados sin razón a los niños y a los que dan de mamar, es mejor desear la insensatez y la ignorancia, y ésta es la gran obra de la sabiduría de Aquel que vino a la tierra, ocultar los rayos del conocimiento a los sabios y revelarlos a los necios y a los niños.
X
Objeción sobre que los enfermos necesitan médico, y no los justos
(Mt 9,12)
Es justo examinar también otra cuestión de carácter mucho más razonable (y lo digo a modo de contraste): "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Cristo explica estas cosas a la multitud acerca de su propia venida a la tierra. Si, pues, fue por causa de los débiles, como él mismo dice, por lo que se enfrentó a los pecados, ¿no eran nuestros antepasados débiles y no estaban nuestros antepasados enfermos por el pecado.
Si los sanos no tienen necesidad de médico, y si Jesús no vino a llamar a los justos (sino a los pecadores), y si Pablo dice que "Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1Tm 1,15), y si sólo el extraviado es llamado, y sólo el enfermo es curado, y el injusto es llamado pero el justo no... se sigue que aquel que no fue llamado ni tuvo necesidad de la curación de los cristianos sería un justo que no se hubiera extraviado. Pues el que no tiene necesidad de curación es el que se aparta de la palabra que está entre los fieles, y cuanto más se aparta de ella, más justo y íntegro es y menos se extravía.
B
Respuestas del cristiano
Después de tanta jactancia y palabras terribles, los oídos de los que estaban allí presentes estaban llenos de miedo, y el entendimiento de nuestros testigos escogidos se contrajo. Nosotros, al percibir que el canon del Nuevo Testamento había sido pisoteado, nos sentimos afligidos en la mente y enfermos en el alma, y turbados en todos los sentidos corporales, de modo que casi dijimos: "Señor, sálvanos, que perecemos".
Rodeados por una gran tormenta de artimañas astutas, pero alentados por una ayuda invisible, nos mantuvimos frente al huracán que descendía sobre nosotros, haciendo del Espíritu Santo nuestro aliado contra su faz. Entonces, como hombres remando en un bote, comenzamos a hacer girar los remos de nuestra lengua y nos apresuramos a golpear la primera de las olas.
XI
Respuesta a la objeción sobre: "La apariencia de este mundo pasa" (1Cor 7,31)
En verdad, existe un fin para la nube de vuestra astuta imaginación, así como para la moda del mundo. La "moda del mundo" puede entenderse de muchas maneras. Por ejemplo, puede significar nuestra vida transitoria, o la variación corporal en las diferentes edades de los hombres. O de nuevo, como moda significa apariencia, puede usarse para referirse a la sombra de un hombre, que desaparece tan pronto como se pone el sol. Del mismo modo, "la moda del mundo" es una apariencia pasajera.
La "moda del mundo" se refiere también al engaño de las cosas humanas, sean honores, reinos o lo que se quiera. En un día un hombre puede pasar de un palacio a un calabozo, y en este sentido el que tiene y se regocija debe ser como el que no tiene (por supuesto, también hay cambios de tipo opuesto, como del estercolero al lujo).
Podemos encontrar ejemplos de tal desaparición en Creso, destronado por Ciro, y en Ciro, conquistado por Tomiris. O miremos a Babilonia, la capital de Asiria, antaño tan hermosa y de proporciones tan enormes, luego desolada por los persas y que ahora no conserva ni rastro de su antigua grandeza. O la nación macedonia, antaño todopoderosa, ahora absorbida por el Imperio Romano. Y es superfluo registrar cuántos gobernantes locales se han evaporado como el humo, o cuántas mujeres que eran reinas han perecido, o de cuántos hombres célebres se ha ido la gloria.
El cambio, en la "moda del mundo" se ve claramente en las estaciones. La primavera con toda su belleza da paso al verano abrasador. Pronto el tiempo de la fruta madura se apresura hacia el otoño, y luego llega el invierno, en el que ahora nos encontramos, para quitarnos nuestra alegría. Sí, todas las cosas cambian, así como el mar nunca mantiene una calma perpetua.
Si quieres demostrar que las cosas no cambian, debes demostrar también que son increadas, pues sólo lo que no tiene principio puede existir sin fin. Y si crees que las cosas humanas no pasan, ¡necesariamente las haces eternas! Incluso un escita incivilizado te diría la diferencia entre lo que es increado y duradero, y lo que es creado y pasa.
Por eso Pablo añadió con razón: "El que se alegra, no se alegre", porque el objeto de su alegría pronto pasa. Incluso el día y la noche son inciertos; el día puede ser luminoso o tormentoso, y no hay una hora fija en la que comience la noche, sino que a veces dura diez horas, a veces doce.
XII
Respuesta a la objeción sobre:"Los que vivimos seremos arrebatados a
las nubes" (1Ts 4,15-17)
Debemos actuar como seres racionales y buscar un significado místico en las palabras. Quiere decir que en la segunda venida de Cristo los piadosos serán arrebatados de la corrupción de esta vida. Así como el agua del mar es pesada, y sin embargo es arrastrada al aire en nubes, así el hombre será atraído por el poder angelical. Porque la nube, que a veces es alta y a veces cercana a la tierra, significa los ángeles, que tanto suben al cielo como descienden a la tierra en el curso de su servicio.
Para esto podemos referirnos a Abbakum, atraído por una nube desde Judea, y llevado y depositado sobre el pozo de Babilonia, o a los ángeles que Jacob vio ascender y descender. Los profetas también muestran que los ángeles son nubes, como cuando Isaías dice: "Mandaré a las nubes que no lluevan sobre la vid" (Is 15,6), indicando que los ángeles no hacen caer visiones sobre Israel. Nuevamente Daniel dice que Cristo vendrá "con las nubes del cielo" (Dn 7,13), mientras que Cristo dijo que vendría y todos los ángeles con él (Mt 25,31).
Los salmos hablan también de "nubes y tinieblas a su alrededor" (Sal 107,2), donde su tribunal es la severidad de la ley, que se unirá a la gracia del evangelio. También el evangelio dice: "Enviará a sus ángeles y reunirá a los elegidos de los cuatro vientos del cielo" (Mc 13,26-27).
Que el apóstol tenía por costumbre alegorizar de esta manera se puede ver en pasajes como: "La noche está muy avanzada, se acerca el día".
Al final del mundo, sonará la trompeta de las voces angelicales, que darán al hombre el poder de levantarse, así como los caballos de fuego, que en realidad eran ángeles, levantaron a Elías.
En cuanto a tu argumento de que cada cosa debe permanecer en su propio elemento, observa que las cosas creadas no se conservan permaneciendo en sí mismas, sino en algo diferente. No se puede conservar el fuego en el fuego, sino en el aire. Lo húmedo se conserva en lo seco, como el agua en un recipiente. Pues bien, lo mismo se aplica a las cosas ligeras y pesadas, al alma y al cuerpo.
Observemos además que las cosas son sólo lo que son en relación con algo más. Por ejemplo, no habría ninguna prueba para un hombre injusto si no hubiera justicia. Por lo tanto, no es extraño que los ángeles atraigan a los hombres de la misma manera que las nubes atraen el agua. Para la identificación de los hombres con el agua, véase lo que dice Isaías: "He aquí que muchas naciones son como agua" (Is 17,13).
No hay falsedad en que Pablo declare que "seremos arrebatados", aunque la resurrección no tuvo lugar en sus días, pues le gusta mucho identificar su propia humanidad con la de toda la raza.
XIII
Respuesta a la objeción sobre que el evangelio debe ser predicado en todo el mundo
(Mt 24,14)
El término fin puede emplearse en más de un sentido; por ejemplo, el fin de la guerra es la paz, y el fin de la ignorancia es el conocimiento. Así, el fin de la maldad es la piedad. Éste es exactamente el fin que se ha producido mediante la predicación del evangelio. De modo que aquellos que una vez en su ignorancia sirvieron a los templos de los ídolos, ahora, a la luz del conocimiento, sirven a Dios como templos del Espíritu Santo. Y por tanto, en este sentido, ha llegado un fin al lado trágico del mundo.
Si tomamos el significado ordinario de fin, podemos decir: primero, que ya está cerca de las puertas; y segundo, que el evangelio aún no ha sido predicado en todas partes.
Siete razas de los indios que viven en el desierto del sudeste no lo han recibido. Ni tampoco los etíopes macrobianos, que viven en el suroeste, en la desembocadura del océano. Estos pueden ser descritos como "que tienen leyes que prohíben que nadie haga daño ni sea agraviado por otro, que beben leche y comen carne, que viven alrededor de 150 años y nunca enferman ni se debilitan hasta el fin".
En Occidente, por su parte, están los mauros y los que viven más allá del gran río norteño Ister, que se nutre de 35 arroyos y, llevando innumerables barcos mercantes en su corriente ancha y constante, cierra el país de los escitas, donde viven 12 tribus de bárbaros nómadas, de cuyo estado salvaje nos habla Herodoto y de sus malas costumbres derivadas de sus antepasados. Pero el evangelio debe "ser predicado para testimonio a todas las naciones" antes de que llegue el fin.
Cuando todos los hombres lo hayan oído, entonces será grande el castigo de quienes lo rechacen. Y así Dios, en su misericordia, retrasa la revolución del tiempo que trae el fin. Esto lo hace sin alterar realmente su voluntad. Incluso la mente humana puede ahora convertir un triángulo en un cuadrado y un cuadrado en un triángulo sin alterar el tamaño.
Por lo tanto, Dios puede, sin cambiar la suma total del tiempo, hacer que un día sea mil años y mil años un día. Así que no debemos encontrar ninguna dificultad en esta prolongación del tiempo. Es para nosotros y para nuestro beneficio que el fin aún no haya llegado.
XIV
Respuesta a la objeción sobre la seguridad divina otorgada a Pedro y a Pablo y
el martirio de éstos
En cada caso, el martirio llegó después de que la lucha de la vida había terminado y la gran obra de traer almas a Cristo en muchos países se había cumplido.
Este fin de su vida significó una mayor fama. El honor más alto es para los soldados que defienden su patria contra el enemigo hasta la muerte. Así, después de haber reunido a los fieles de todo el mundo en el ejército de Cristo y haber detenido la fiereza del enemigo contra los demás, ganaron una corona inmarcesible y animaron a muchos a ganarla también. Una muerte violenta fue un sello sobre su vida y demostró la grandeza de su celo.
Durante su trabajo, tanto Pedro como Pablo fueron muchas veces protegidos por su Señor de las conspiraciones de los judíos, pero cuando las semillas de su fe habían arraigado, les concedió la gloria final del martirio. Al tratar así a sus soldados, Dios actuó como un general sabio, porque muchos eran hostiles y podrían haber atribuido sus obras a la magia si hubieran muerto de una muerte ordinaria o hubieran desaparecido de los tribunales. Vencer los tormentos resistiendo hasta el fin fue su mejor respuesta a estos.
Algunos críticos mezquinos están dispuestos a encontrar faltas en los santos en ambos casos. Si se les protege de la muerte, afirmarán que nunca habrían perseverado hasta el fin. Si la enfrentan hasta el fin, dirán que eso demuestra que no son realmente hombres justos. Y así, Dios, en su amor por sus santos, a veces los rescata de la muerte, como en el caso de Daniel y los tres niños, y a veces les permite dar testimonio con su muerte de que no son cobardes ni hipócritas, como en el caso de Pedro y Pablo.
XV
Respuesta a la objeción sobre que muchos vendrían en su nombre, diciendo:
"Yo soy el Cristo" (Mt 24,4-5)
Hablas así sólo por ignorancia. Puedo hablarte de muchos hombres que, en nombre de Cristo, engañaron a muchos y, finalmente, se engañaron a sí mismos para su ruina.
Entre esos embaucadores, te hablaré de Manes de Persia, que imitaba el nombre de Cristo y corrompió con su error muchas satrapías y muchos países de Oriente, y hasta el día de hoy contamina el mundo arrastrándose por él con su semilla nociva. Y de Montano de Frigia, que llevando este nombre, llevó una vida ascética y antinatural en nombre del Señor, revelándose como la morada de un demonio funesto y alimentándose de su error por toda la tierra de Misia hasta la de Asia. Y era tan grande el poder del demonio oculto que se escondía en él, que casi manchó todo el mundo con el veneno de su error.
¿Y por qué debería hablaros de Cerinto y Simón, o Marción o Bardesanes, o Droserio o Dositeo de Cilicia o de otros innumerables cuyo número me estremezco al contar? Todos ellos y los que los han imitado, apropiándose del nombre de cristianos, han cometido un error indecible en el mundo y han tomado innumerables despojos y cautivos. Además, como estos son anticristos o contrarios a Dios, sus seguidores ya no quieren llevar el nombre de cristianos, sino que les gusta que se les llame, por el nombre de sus líderes, maniqueos, montanistas, marcionistas, droserianos y dositeos.
¿Ves ya los ejércitos funestos de muchos anticristos terriblemente inflamados contra Cristo y los cristianos, y luego dices que nada de lo que el Salvador profetizó ha sucedido? ¿Ves el despliegue armado de los contrarios a Dios y luego desestimas la predicción del Salvador? No es correcto hacerlo, sino más bien asentir a lo que él dijo. Hasta aquí esta objeción.
XVI
Respuesta a las objeciones sobre la desaparición del cielo y de la tierra
Es evidente que la desaparición del cielo y de la tierra no se debe a culpa de ellos, y es igualmente evidente que debe aceptarse como un hecho bíblico. Porque incluso si pasamos por alto el Apocalipsis de Pedro, llegamos a la misma conclusión por los otros dos pasajes. En el primero, por Isaías, cuando dice que "los cielos se enrollarán como un pergamino, y todas las estrellas caerán, como las hojas caen de una vid, y como las hojas caen de una higuera" (Is 34,4). Y en el segundo, por Mateo, cuando dice que "el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24,35).
Todo lo demás fue creado no para sí mismo, sino para el hombre. Sólo el hombre fue creado para sí mismo, para glorificar la sabiduría de Aquel que lo creó. No es que esta glorificación aumente la gloria de Dios, como tampoco el hecho de que el hombre se caliente aumenta el calor del fuego. Así, pues, el hombre no da nada nuevo a Dios, sino que se hace parte de Dios por su unión con la divinidad.
Así pues, el mundo era como una gran casa hecha para que el hombre viviera en ella. Pero pronto dejó de ser lo que el Creador le había hecho, y en la más completa necedad cayó y se corrompió respecto de las cosas divinas. Por eso, Dios decidió enviarlo a otro lugar mediante la muerte, para que, después de separarse de la carne que lo cubría, pudiera volver a llevarla a la incorruptibilidad.
Así pues, cuando el dueño fue apartado de la casa, ésta tuvo que sufrir lo que no le había sido destinado. Así como es justo que el cuidador de una viña deje su tienda allí solamente hasta que se recoja el fruto, y entonces se despida de su tienda y también de la belleza de la viña, así también la belleza del cielo y de la tierra debe perderse tan pronto como la esencia racional del hombre, que habita en el mundo como en una tienda, se vaya a su propio lugar designado, cuando el fruto de la justicia haya sido recogido en todas partes.
Así pues, el esplendor del mundo no servirá ya de nada cuando el hombre desaparezca. Sin embargo, así como el hombre pasará por la muerte a un estado mejor e incorruptible, lo mismo ocurrirá con el mundo entero. Será como un vaso de plata estropeado, que el artesano funde y luego hace uno nuevo y mejor. Pasa, pero el Logos de él permanece con el artesano. Así también Cristo dice que su Logos permanecerá cuando el cielo y la tierra hayan pasado. Por tanto, todas las cosas creadas tendrán de esta manera un segundo y mejor comienzo.
Hay un profundo significado en las palabras del profeta "como caen las hojas de la vid o de la higuera". La caída de las hojas parece el fin de la vida del árbol, pero en realidad es el avance hacia algo mejor. Su propósito al elegir estos dos árboles en particular puede ser porque, debido a un cuidado cuidadoso, sólo pierden sus hojas una vez (un tipo del cuidado de Dios por su universo), o porque, al hablar de la desaparición del mundo a causa del pecado del hombre, es apropiado mencionar la higuera, que fue la primera señal de la caída de Adán, en el delantal que hizo; y la vid, que marcó la vergüenza de Noé.
Hay también un sentido místico en las palabras "el cielo será enrollado como un pergamino", pues el libro celestial de la vida terrena de Cristo estaba ahora cerrado para los discípulos y sólo se abrirá de nuevo cuando el hombre se libere de la decadencia de esta vida.
Preguntas dónde estará el trono de Dios cuando su trono y su estrado hayan pasado. Las palabras del profeta en realidad tenían como objetivo hacernos comprender la grandeza de Aquel cuya relación con el gran universo era tal. No sugieren que Dios se verá afectado por el cambio de estas cosas. De hecho, hay muchos pasajes en los salmos (Sal 2,25-27) que prueban que el trono de Dios es para siempre, y ciertamente él tenía una morada antes de que se crearan los cielos y la tierra. El salmista los compara con un vestido viejo enrollado y cambiado; tal es en verdad la obra del lavador celestial.
Otra alegoría subyace a estas palabras. "Cielo y tierra" pueden significar al hombre, en su doble naturaleza. Su alma es el trono de Dios el Verbo, y su cuerpo, que Cristo tomó, es el estrado de sus pies. A este misterio se refiere el Bautista en sus palabras sobre la correa de su calzado (Mc 1,7), y el salmista cuando dice: "Postraos ante el estrado de sus pies, porque él es santo" (Sal 108,5).
Aunque el Verbo dijo que moraría en los hombres y andaría en ellos (2Cor 6,16; Lv 26,11-12), sin embargo, los hombres han pecado de tal manera que han caído como estrellas, y ya no son aptos para ser su morada. En consecuencia, debe haber un nuevo comienzo, "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Is 65,17).
XVII
Respuesta a las objeciones sobre el grano de mostaza (Mt 13,31),
y sobre revelar estas cosas a los niños (Mt 11,25)
Las cosas grandes se comparan con las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Esto es precisamente lo que hacen los filósofos, pues para tener una idea de nuestra enorme tierra en su relación con el cielo, la comparan con un simple punto, un grano de mijo. Y hasta el cielo mismo fue abarcado por Arato de Cilicia en algo tan débil como un pequeño círculo.
¿Por qué, entonces, no habría de comparar Cristo de manera similar el reino de los cielos con la levadura? Porque es la pequeña levadura la que se adapta a grandes cantidades de harina para la alimentación del hombre, y así es como el reino afecta a la sociedad humana. La mujer que tomó la harina es obviamente la creación, y las "tres medidas" de ella son o bien presente, pasado o futuro; el cuerpo, el alma y el espíritu del hombre; o bien las tres dimensiones.
Así también sucede con el "grano de mostaza", el cual es caliente y picante, útil tanto para limpiar como para sazonar los alimentos, y también de sorprendente crecimiento. El reino tiene su contraparte en todo esto, pues limpia del mal, calienta el entendimiento y, cuando se siembra en el mundo, eleva a los hombres a la santidad. Por eso Cristo eligió, no un grano sagrado como los griegos, sino un grano de mostaza, para mostrar el poder limpiador del reino.
La perla también es elegida para mostrar su preciosidad. La perla tiene una morada acuosa al principio, lo que sugiere la humilde morada de la divinidad en la carne. Luego la perla celestial brinda su brillo celestial a todos los que la obtienen mediante sus buenas obras.
Los dichos eran, pues, muy claros y estaban dirigidos a aquellos que eran niños en la maldad y no en el conocimiento de los misterios. Cristo cerró sus doctrinas celestiales contra la sabiduría de este mundo.
XVIII
Respuesta a la objeción sobre que los enfermos necesitan médico, y no los justos
(Mt 9,12)
Es evidente que, al dividir a enfermos y sanos, justos y pecadores, Cristo se refiere a las dos clases de seres racionales. Los sanos y los justos son los ángeles, cuya naturaleza pura e incorruptible no requiere ninguna llamada al arrepentimiento. Los enfermos y los pecadores son la raza de los hombres, cuya gloria fue al principio igual a la de los ángeles, pero cayeron en la enfermedad del pecado.
El Verbo, compasivo, descendió para llamarlos y sanarlos, como vemos en sus palabras: "Mira, has sido sanado; no peques más" (Jn 5,14). En realidad, se mezcló con ellos y con su vida, para atraerlos hacia lo alto, de modo que pudiera regocijarse tanto por los que están en la tierra como por los que están en el cielo.
Su llamada comenzó desde el momento en que el hombre cayó, con el grito: "Adán, ¿dónde estás?", y se extendió a Caín, Enoc, Noé, Abraham, Moisés y los profetas. Los ángeles ya estaban cerca de él, por lo que no había necesidad de llamarlos, pero él llamó a los hombres, que habían caído muy lejos. Si los hombres hubieran obedecido los primeros mandatos de Dios, el Creador no se habría convertido en médico y no habría bajado a llamarlos de la desobediencia. En realidad, tuvo que gritar a uno: "¿Qué has hecho?" (Gn 3,9), y a otro: "Sal de tu tierra" (Gn 12,1), llamándolos a ser como él.
Es un error suponer, por tanto, que Dios sólo llamó a los hombres durante su vida terrenal. Si así fuera, habría dicho "no estoy aquí ahora para llamar a los justos", mas el tiempo aoristo "he venido" deja su venida bastante indefinida, de modo que se extiende desde Adán y los patriarcas en adelante.
Si algunos han rechazado el llamado, la culpa es de su propia elección. El sol celestial es como el terrenal, cuyo brillo es para todos, y sin embargo algunos que están ebrios permanecen en la oscuridad.
Ahora estemos en paz, a menos que tengas alguna otra causa de perplejidad que presentar.
C
Más objeciones del filósofo
XIX
Objeción sobre: "Fuisteis lavados y santificados" (1Cor 6,11)
El griego, como si se hubiera despertado de algún estado de desapego de la tierra, dirigió contra nosotros un dicho de Homero, hablando así con no poca risa: Con razón Homero ordenó a los griegos varoniles que guardaran silencio, como se les había enseñado; publicó por todas partes el sentimiento vacilante de Héctor, dirigiéndose a los griegos en lenguaje mesurado, diciendo: Deteneos, argivos; no golpeéis, jóvenes aqueos; porque Héctor de la pluma ondulante está decidido a decir una palabra. Así también ahora todos nos sentamos aquí en silencio; porque el intérprete de las doctrinas cristianas nos promete y seguramente afirma que desentrañará los pasajes oscuros de las Escrituras.
Di, pues, cristiano, qué quiere decir el apóstol cuando dice: "Eso erais algunos de vosotros" (pues eso es evidentemente algo vil), y: "Fuisteis lavados y santificados, y justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Cor 6,11). Porque nos sorprendemos y verdaderamente nos quedamos perplejos ante tales cosas, si un hombre, una vez lavado de tantas impurezas y contaminaciones, se muestra puro, y si con limpiarse las manchas de tanta debilidad en su vida (fornicación, adulterio, embriaguez, robo, vicios contra la naturaleza, envenenamientos y un sinnúmero de cosas bajas y repugnantes), y con sólo ser bautizado e invocar el nombre de Cristo, se libera de ellas y se deshace de toda su culpa, como una serpiente se deshace de su piel vieja.
¿Quién no se atrevería a cometer malas acciones, algunas dignas de mención y otras no, y a hacer cosas que no se pueden decir ni tolerar con palabras, sabiendo que recibirá perdón de tantas acciones criminales sólo creyendo y siendo bautizado, y con la esperanza de que después recibirá el perdón de Aquel que está a punto de juzgar a vivos y muertos?
Estas cosas inclinan al hombre que las escucha a cometer pecado, y en cada caso particular se le enseña a practicar lo que es ilícito. Estas cosas tienen el poder de anular la enseñanza de la ley y hacer que la justicia misma no sirva de nada contra los injustos. Introducen en el mundo una forma de sociedad sin ley y enseñan a los hombres a no tener miedo de la impiedad; cuando uno deja de lado un montón de incontables malas acciones simplemente siendo bautizado. Tal es, pues, la fanfarronería de este dicho.
XX
Objeción sobre la monarquía de Dios
Examinemos a fondo el principio único del único Dios y el principio múltiple de los que son adorados como dioses. Ni siquiera sabéis explicar la doctrina del principio único. En efecto, el monarca no es el que está solo en su existencia, sino el que está solo en su gobierno. Es evidente que gobierna sobre sus congéneres, hombres como él, como el emperador Adriano fue monarca, no porque existiera solo, ni porque gobernara bueyes y ovejas (sobre los que gobiernan los pastores), sino porque gobernaba sobre hombres de su misma raza y de la misma naturaleza.
Del mismo modo, Dios no sería propiamente llamado monarca si no gobernara sobre otros dioses, pues esto sería propio de su divina grandeza y de su celestial y abundante honor.
XXI
Objeción sobre los ángeles inmortales (Mt 22,29-30) y el dedo de Dios,
con el que escribió en las tablas de piedra (Ex 31,18)
Si dices que ante Dios están los ángeles, que no están sujetos a sentimientos ni a la muerte, y que son inmortales por naturaleza, a los que nosotros llamamos dioses, porque están cerca de la divinidad, ¿por qué discutimos sobre un nombre? ¿Y hemos de considerarlo sólo como una diferencia de nomenclatura? Pues aquella que los griegos llaman Atenea, los romanos la llaman Minerva, y los egipcios, sirios y tracios la llaman con algún otro nombre. Mas supongo que nada en la invocación de la diosa se altera o se pierde por la diferencia de los nombres.
Por tanto, no hay gran diferencia entre que uno los llame dioses o ángeles, ya que su naturaleza divina da testimonio de ellos, como cuando dice Jesús: "Erráis e ignoráis las Escrituras y el poder de Dios, porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en matrimonio, sino que serán como los ángeles en el cielo" (Mt 22,29-30).
En definitiva, Jesús confiesa que los ángeles tienen parte en la naturaleza divina, luego quienes hacen un objeto adecuado de reverencia para los dioses no piensan que el dios esté en la madera, o en la piedra o el bronce con que está hecha la imagen, ni piensan que si se corta alguna parte de la estatua, se resta poder al dios.
En efecto, las imágenes de seres vivientes y los templos fueron erigidos por los antiguos para el recuerdo, a fin de que quienes se acercaran a ellos pudieran llegar al conocimiento del dios cuando se fueran; o para que, al observar un tiempo especial y purificarse en general, pudieran hacer uso de oraciones y súplicas, pidiéndoles las cosas de las que cada uno tiene necesidad.
En efecto, si un hombre hace una imagen de un amigo, por supuesto no piensa que el amigo esté en ella, o que los miembros de su cuerpo estén incluidos en las diversas partes de la representación; sino que se muestra honor hacia el amigo por medio de la imagen. Pero en el caso de los sacrificios que se ofrecen a los dioses, no son tanto un motivo de honor para ellos como una prueba de la inclinación de los adoradores a mostrar que no carecen de sentido de gratitud.
Es razonable que la forma de las estatuas sea la de un hombre, ya que se considera al hombre como el más hermoso de los seres vivientes y una imagen de Dios. Y es posible obtener esta doctrina de otro dicho, que afirma positivamente que Dios tiene dedos con los que escribe, diciendo: "Dio a Moisés las dos tablas que fueron escritas por el dedo de Dios" (Ex 31,18). Además, también los cristianos, imitando la construcción de los templos, construyen casas muy grandes, en las que entran juntos a orar, aunque nada les impide hacerlo en sus propias casas, ya que el Señor se oye en todas partes.
XXII
Objeción sobre la encarnación del Verbo
Incluso suponiendo que alguno de los griegos fuera tan frívolo como para pensar que los dioses habitan dentro de las estatuas, su idea sería mucho más pura que la del hombre que cree que lo Divino entró en el vientre de la Virgen María y se convirtió en su hijo no nacido, antes de nacer y ser envuelto a su debido tiempo, porque es un lugar lleno de sangre y hiel, y cosas aún más indecorosas.
XXIII
Objeción sobre: "No blasfemarás contra Dios" (Ex 22,28)
También podría daros pruebas de ese nombre insidioso de "dioses" de la ley, cuando grita y amonesta al oyente con gran reverencia: "No insultarás a los dioses, ni hablarás mal del príncipe de tu pueblo". Porque no nos habla de otros dioses que los que ya están dentro de nuestro alcance, por lo que sabemos por las palabras: "No te encargues de los dioses" (Jer 7,6), y: "Si vais y adoráis a otros dioses" (Dt 12,28).
Como se ve, no son los hombres, sino los dioses, los que son respetados por nosotros. Y es a ellos a los que se refiere no sólo Moisés, sino también su sucesor Josué, cuando dice al pueblo: "Ahora pues, temedle y servidle sólo a él, y quitad de en medio a los dioses a los que sirvieron vuestros padres" (Jos 24,14).
Además, no fue a propósito de los hombres, sino de los seres incorpóreos, a los que Pablo dijo: "Aunque haya algunos que se llamen dioses, ya en la tierra, ya en el cielo, para nosotros no hay más que un solo Dios y Padre, de quien proceden todas las cosas" (1Cor 8,5).
Por eso, los cristianos cometéis un gran error al pensar que Dios se enoja si se llama dios a otro y obtiene el mismo título que él. Pues ni siquiera los gobernantes se oponen a que sus súbditos les den ese título, ni los amos a sus esclavos. Y no es justo pensar que Dios es más mezquino que los hombres. Basta, pues, de hablar de que los dioses existen y deben recibir honor.
XXIV
Objeción sobre la resurrección de la carne
Volvamos a tratar la cuestión de la resurrección de los muertos. ¿Por qué, en efecto, Dios ha obrado así y ha alterado de esta manera tan aleatoria la sucesión de acontecimientos que hasta ahora se han mantenido, y por la que ha dispuesto que las razas se conserven y no se destruyan, a pesar de que desde el principio ha establecido estas leyes y ha dispuesto las cosas de esta manera? Porque las cosas que una vez fueron determinadas por Dios y conservadas a través de tantos siglos, deben ser eternas y no deben ser condenadas por Aquel que las ha obrado y destruidas como si hubieran sido hechas por un simple hombre y dispuestas como cosas mortales por un mortal.
Por todo ello, es ridículo que, destruida toda la totalidad, siga la resurrección y que él resucite, ¿digamos?, al hombre que murió tres años antes de la resurrección, y junto con él a Príamo y a Néstor, que murieron mil años antes, y a otros que vivieron antes que ellos desde el comienzo del género humano. Y si alguien está dispuesto a comprender esto, encontrará que la cuestión de la resurrección es una tontería. Porque muchos han perecido en el mar, y sus cuerpos han sido consumidos por los peces, mientras que muchos han sido comidos por las fieras y las aves.
¿Cómo es posible, entonces, que sus cuerpos se levanten? Vamos, pues, y pongamos a prueba esta afirmación tan ligera. Tomemos un ejemplo. Un hombre naufragó, los salmonetes devoraron su cuerpo; luego estos fueron capturados y comidos por unos pescadores, que fueron muertos y devorados por perros; cuando los perros murieron, los cuervos y los buitres se dieron un festín con ellos y los consumieron por completo. ¿Cómo, entonces, se reconstruirá el cuerpo del náufrago, ya que fue absorbido por tantas criaturas? Además, supongamos que otro cuerpo haya sido consumido por el fuego, y otro haya llegado finalmente a los gusanos, ¿cómo es posible que vuelva a la esencia que estaba allí desde el principio?
Me dirás que Dios puede hacer eso, pero no es verdad. No todo es posible para él. No puede hacer que Homero no se haya convertido en poeta, ni que Troya no haya sido tomada. Tampoco puede hacer que dos veces dos, que es el número cuatro, se cuente como cien, aunque esto le parezca bueno. Dios no puede jamás hacerse malo, aunque lo quiera, ni podría pecar, siendo bueno por naturaleza. Si, por tanto, no puede pecar ni hacerse malo, no le sucede por debilidad.
En el caso de quienes tienen disposición y aptitud para una determinada cosa y luego se ven impedidos de hacerla, es evidente que es por su debilidad por lo que se ven impedidos. Pero Dios es bueno por naturaleza y no se ve impedido de ser malo. Sin embargo, aunque no se le impida ser malo, no puede hacerse malo.
Y por favor, considera otro punto. ¡Qué irracional sería que el Creador se quedara de pie y viera cómo se derrite el cielo, aunque nadie haya concebido jamás nada más maravilloso que su belleza, y cómo caen las estrellas y cómo perece la tierra! Sin embargo, resucitaría los cuerpos podridos y corruptos de los hombres, algunos de ellos pertenecientes a hombres admirables, mas otros sin encanto ni simetría antes de morir, y que ofrecen un espectáculo de lo más desagradable.
Además, aunque pudiera hacerlos resucitar con facilidad en una forma hermosa, sería imposible que la tierra albergara a todos los que han muerto desde el principio del mundo, si resucitaran de nuevo.
D
Más respuestas del cristiano
XXV
Respuesta a la objeción sobre: "Fuisteis lavados y santificados" (1Cor
6,11)
El griego, al introducir en sus preguntas un lenguaje tan terrible, parecía burlarse de nosotros y arrojarnos a la confusión de la perplejidad. Pero nosotros, implorando fervientemente en nuestro corazón la ayuda de Aquel que revela las cosas profundas de las tinieblas y hace claro el conocimiento del hombre con su enseñanza, afrontamos a su debido tiempo cada uno de los argumentos que había presentado.
Me dirijo a su grupo, pues, de esta manera: ¡Qué grandes temas y cuán poderosamente oscuros son en la forma en que los has presentado ante nosotros! Pero acepta la respuesta clara a ellos, ya que es Cristo quien te trae esta interpretación por medio nuestro. Escucha, pues, primero el primer punto, y el segundo expresado en el segundo discurso, luego el tercero igualmente, y el cuarto y el quinto, y nuevamente la sexta pregunta en discusión, junto con la séptima.
Por tanto, debemos hablar en primer lugar de las palabras del apóstol : "Esto erais algunos, mas fuisteis lavados, santificados y justificados, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios".
Si la criatura pecadora es a veces compadecida y perdonada libremente por su Creador, es sólo lo que vemos en las cosas humanas. La ley puede decidir que un malhechor debe ser castigado, pero el rey cuya ley es puede anularlo con su gracia perdonadora, aunque el hombre no lo merezca. A menudo se ha concedido un indulto de la muerte de esta manera. Tal gracia no se ajusta a la letra de la ley, porque, si así fuera, no sería gracia.
Hay ya muchas cosas que la gracia de Dios nos da que no hemos merecido, como la luz del sol. Con razón, pues, da a los pecadores la libertad de su pecado, como un padre que se compadece de sus hijos. Pero su acción se hace brillar como un don de la gracia, para que no se atribuya a sus propias acciones. La ley no participa del don de la gracia de su Maestro, sino que castiga el pecado; y el Señor no se rebaja al nivel de la ley, sino que simplemente lo perdona.
Un ejemplo de todo esto es el que acaba de ocurrir. No es un hecho de hace mucho tiempo, pues sucedió ayer mismo: algunos criminales evidentes, al suplicar al rey durante su marcha real, obtuvieron la revocación de su sentencia y fueron absueltos sin castigo alguno, mientras que otros, que no se acercaron a él, fueron condenados, a pesar de su evidente inocencia en los crímenes cometidos. ¿Por qué, pues, se ha de censurar al apóstol por lo que dice a los que han sido lavados y liberados de la pena que les correspondía bajo la ley?
Nótese que a las palabras "fuisteis lavados" añade "en el nombre del Señor". Así como una firma tiene peso en el ejército o en el tribunal si está escrita por el rey, y no si está escrita por un hombre, así también el agua sólo tiene poder para limpiar de la mancha del mal cuando ha sido marcada con el nombre de Cristo.
La invocación del Salvador Jesús, que se realiza místicamente sobre el agua, hace que ésta deje de ser un agua común y corriente, y la convierte en un agua especial y con una potencia indescriptible para lavar no sólo lo que se manifiesta en el cuerpo visible, sino también lo que está oculto en la conciencia. Es capaz de proporcionar a la razón armas como un ejército y de llenar de vida al hombre que se lava en ella, de modo que ya no tema la amenaza de la ley, que pendía sobre las cabezas de los que estaban sujetos a ella. En efecto, se refugia en el mismo Maestro de la ley y recibe de él toda la armadura de la gracia, y así puede atravesar el frente de batalla de las pasiones.
Ved, pues, la defensa y la formación que sigue, ved el destello de luz que da la enseñanza del apóstol. No dice inmediatamente "habéis sido santificados", sino que pone primero "habéis sido lavados", pues primero el hombre es lavado y después purificado (es decir, santificado). Así como la sosa, al ser mezclada con agua, limpia la suciedad, así también el nombre de Cristo, al ser envuelto en las aguas, limpia de su caída a quien se acerca a ellas y lo revela resplandeciente con la luz de la gracia. Más adelante, después de la santificación, completa su justificación, cuando toda obra injusta ha sido desechada.
Esto no sucede a los que están en estado de salvación de otra manera que "en el nombre del Señor y del Espíritu de Dios". De una manera inspirada y totalmente apropiada, estableció el dogma de que la gracia es suministrada a los fieles desde la Trinidad, cuando dijo que era en el nombre del Señor y del Espíritu, y no sólo del Espíritu, sino del Espíritu de Dios. Porque él nombra así la divinidad de los tres, al decir, no "en los nombres", sino "en el nombre". Porque hay un solo nombre de Dios tanto en el Padre como en el Hijo y en el Espíritu Santo, y Dios es uno en tres personas, y así se le llama. El Padre no recibe al creyente sin el Hijo, ni el Hijo lleva a nadie al Padre sin el Espíritu.
Por tanto, he aquí el sentido místico en que dijo "vosotros fuisteis lavados, santificados y justificados", en que el hombre, a quien Jesús ha lavado, es santificado por el Espíritu, y el Padre justifica a aquel a quien el Espíritu ha santificado.
Esto no es porque Cristo al lavarlo no pueda santificarlo, ni porque el Espíritu al santificar no tenga poder para justificar, ni porque el Padre al justificar sea demasiado débil para lavar o santificar a quien él quiera. Porque el Padre es suficiente para lavar y santificar y justificar todas las cosas, y lo mismo el Hijo y el Espíritu Santo. Mas es conveniente que el Hijo, como Hijo, adopte a los hombres como hijos, y que el Espíritu Santo, como Espíritu, los santifique, y que el Padre justifique al que recibe la santificación, para que el nombre de las tres personas pueda ser conocido en una sola esencia.
El apóstol fue instruido en esta opinión por el evangelio, donde dice: "Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Y por eso acoge en la fuente del bautismo el nombre de la Trinidad, diciendo: "Fuisteis lavados, santificados y justificados, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios".
Si los hombres usan alguna vez el don como una oportunidad para pecar, no es culpa de Aquel que da la gracia, como tampoco es culpa de aquel que ofrece una cena, si los invitados se emborrachan. Hablas de hombres que después continúan en sus malos caminos; pero si lo hacen, se privan de las bendiciones que su bautismo les ha traído, y no reciben ninguna piedad, sino que se causan daño a sí mismos por su mismo trato del don.
XXVI
Respuesta a la objeción sobre la monarquía de Dios
Como has tomado una imagen para expresar el gobierno de un Dios sobre muchos, el primer punto en mi respuesta debe ser la cuestión de la semejanza en el nombre. Así pues, te digo: es completamente erróneo suponer que, porque las cosas tienen el mismo nombre, deben ser idénticas en realidad.
Por ejemplo, el nombre de caliente se da tanto al fuego como al hombre que se calienta con él, pero es sólo el fuego el que lo es por naturaleza. El que se ha calentado también es caliente, pero sólo relativamente. Así, sólo Dios es Dios absolutamente, y los demás sólo lo son relativamente, aunque el término Dios pueda darse a "muchos dioses y muchos señores".
Por tanto, Dios no gobierna por tener el mismo nombre que otros dioses, ni como uno de ellos, sino como Dios supremo, y muy distinto de todos ellos. Él es increado, y ellos son criaturas, a quienes él ha hecho, y es así como él gobierna sobre ellos. No les niega el nombre de Dios si simplemente obtienen su divinidad de la proximidad a él. Es lo que sucede a cuantos se alejan de él, y caen en la oscuridad.
El caso de Adriano no es un paralelo, pues como hombre no puede ser amo de sus semejantes (que son como él), sino que sólo tiene el poder añadido de tirano. Pero el gobierno de Dios no es tiránico sobre los que son como él, sino un gobierno amoroso sobre sus inferiores.
Podemos compararlo con el sol, que da luz y belleza a las cosas hasta que ellas mismas brillan, y sin embargo no recibe nada a cambio. De la misma manera, Dios hace que los ángeles brillen con una divinidad reflejada, aunque no tengan parte en su deidad real.
Así pues, lo correcto es adorar a Aquel que es Dios de manera absoluta. Adorar a alguien que es Dios de manera relativa es un error tan grande como esperar obtener calor y luz de un hierro al rojo vivo en lugar de hacerlo del fuego mismo, pues el metal pronto recuperará su propia naturaleza. Tal es el caso del hombre que adora a un ángel o a cualquier otro ser espiritual que no sea el único Dios verdadero.
Así como el sol da luz a todos (y no pierde a nadie), y así como el maestro imparte su enseñanza (y retiene su sabiduría), así también Dios da todas las cosas (y no le falta nada), y también salió poder de Cristo para sanar a los enfermos. Sin embargo, dicho poder permaneció dentro de él.
XXVII
Respuesta a la objeción sobre los ángeles inmortales (Mt 22,29-30),
y el dedo de Dios, con el que escribió en las tablas de piedra (Ex 31,18)
Expondré en su justa medida la proposición concerniente a los ángeles y su inmortalidad, y cómo en el reino de los cielos "no se casan ni se dan en matrimonio, sino que son como ángeles en el cielo". Cristo, queriendo mostrar la bienaventuranza de aquellos a quienes se les ha concedido morar en el lugar celestial, y la desgracia de aquellos que viven en medio de la corrupción de la tierra, y han recibido su condición a través del crecimiento inmundo de la carne, siendo engendrados y engendrando y partiendo rápidamente como hojas, transmite el siguiente significado: Aquellos que han sido considerados dignos de entrar en una vida que no conoce destrucción, emprenden un camino que es digno de reyes, y es como el de los ángeles. Están libres de la unión física, ya no experimentan la muerte, ni siquiera el nacimiento, y están separados de los abrazos y vínculos terrenales.
Esto lo dijo para que todo hombre bien dispuesto, al oír hablar de una existencia racional en el cielo, que está asociada al Verbo de la inmortalidad, pudiera adaptar su vida a la imitación de ellos, y en sus obras actuara celosamente para merecerlos, absteniéndose del matrimonio y huyendo de los símbolos de la corrupción. Y al final atravesaría la puerta de la muerte y se elevaría, liberado de los pesos terrenos, al salón de los bienaventurados, es decir, de los ángeles.
Mas no los representa formando imágenes de ellos, como tú mismo declaras, ni habla con lo que es una sombra y se regocija en lo que su imaginación ha creado, asociándose con cosas sin alma y materiales como si estuvieran dotadas de vida, deleitándose en visiones muertas de formas, llevando su súplica a una cosa muda que ha moldeado, decidiendo que lo divino se esconde en la piedra y la madera, imaginando que la materia que no puede ser retenida en absoluto, está retenida por el bronce y el hierro, y representando en una visión muerta y sin ningún sentido que está atrapando lo que no puede ser atrapado.
Además, si bien es cierto que los ángeles a veces se han aparecido en forma humana, no eran en realidad lo que aparecían, sino que lo que eran era invisible. Y si alguien hace una imagen o una representación en bronce, no hace lo que realmente es ni encierra en ella su naturaleza.
En cuanto a que Dios es tan material como para tener dedos, la Escritura no quiere decir que él pueda dividirse en miembros y partes de un cuerpo. Esto no se refiere a su naturaleza, sino que se habla de él así para que los hombres puedan entender. Suponer que Dios tiene dedos materiales y otras partes porque el hombre debe concebirlo así, no es más cierto que decir que es un león real lo que un hombre ha visto cuando lo ha contemplado en un sueño.
De manera similar, los ángeles que se aparecieron a Abraham no tenían realmente la forma y el comportamiento humanos que parecían tener, como lo prueba suficientemente la forma en que consumieron la comida que se les ofreció. Por eso Abraham no hizo ninguna imagen de ellos, excepto en las tablas de su mente.
XXVIII
Respuesta a la objeción sobre la encarnación del Verbo
Si os parece mucho mejor que el Divino se complaciera en habitar en una estatua, y no en encarnarse en María a causa de la humillación de tal experiencia, escuchad más atentamente el misterio de la doctrina de que el Verbo todopoderoso y creador, aunque es grande y poderoso y está muy alejado de los sentimientos, no ha temido enfrentarse a todas las cosas que son causa de vergüenza entre nosotros. Porque él es insensible en el sentido de que no se avergüenza de nacer como los hombres que están sujetos a los sentimientos. Es incontaminado en el sentido de que no recibe corrupción por la maldad. Por eso el Verbo se hizo carne, no rebajándose a la enfermedad o humillación de la carne, sino llevando las cosas de la carne a su propia inmortalidad.
Así como el sol, cuando desciende a la humedad, no percibe la humedad y no se encuentra embarrado, sino que seca la humedad del barro, apartando totalmente el agua de sí mismo y sin que sus rayos le afecten, así también Dios, el Verbo, que es el Sol del mundo de la mente, aunque desciende a la carne, no saca de ella ninguna enfermedad y no se encuentra ni vencido por sus pasiones ni cayendo a causa de la debilidad de su naturaleza mala, sino que, al contrario, sacándola de sus lugares resbaladizos y sacándola de sus desgracias, la colocó en una bienaventuranza divina que le fue asignada, dándole calor cuando se estaba desgastando y manteniéndola unida cuando se estaba disolviendo por sus pecados.
El resultado fue hacerla irresistible e invencible y capaz de vencer los asaltos de sus defectos, de modo que la carne pudiera conservar su naturaleza y, sin embargo, rechazar la acusación que esa naturaleza implica, conservando sus límites y, sin embargo, rechazando la confusión que esos límites causan. Por eso, no llevó a cabo el cumplimiento de la dispensación en ninguna otra cosa, sino en la carne. Y no lo hizo en una carne de ninguna clase especial, sino en carne humana, y además en la de una virgen. Esto fue para mostrar que fue de la tierra virgen de donde tomó la carne y la hizo en el principio, como morada de la mente, la razón y el alma, y de la misma manera, ahora preparó un templo para sí mismo a partir de una doncella y virgen, sin necesidad de la mano y el arte del hombre.
Por favor, ¿cuál es el más precioso de los dos: la tierra o una virgen? ¿El hombre o el barro? Sin duda, el hombre es superior al barro, y la virgen más preciosa que la tierra. Si, por lo tanto, Dios no se avergüenza de tomar tierra de la tierra, sino que trabaja en material fangoso y forma al hombre a partir de él, ¿cómo se demorará en tomar al hombre del hombre o cómo vacilará en usar carne de una virgen? ¿No dejará a un lado toda demora y dilación, y se apoderará de ese compuesto que es más precioso que la tierra, y hará de él una imagen que lleve su divinidad, en el nacimiento del Unigénito? Es morando en esta imagen que él sacude al mundo con la belleza de Su virtud e ilumina a todos con la gracia de Su don.
Prometeo, cuya historia es bien conocida entre vosotros, modela al hombre, y no hay en ello vergüenza alguna. Zeus, en cambio, hace de Atenea una mujer que cobró vida, y vosotros aprobáis el mito y magnificáis el hecho, sin ver en ello nada de vergonzoso ni considerarlo una desgracia, y sin investigar la cuestión de las partes ocultas. Sin embargo, si realmente hay alguna vergüenza en ello, es mucho más vergonzoso modelar partes y ocultarlas con ciertos revestimientos, que atravesarlas en aras de la administración y de la palabra que trae provecho.
Quien construye un edificio y luego se da la vuelta y se niega a vivir en él, se acusa a sí mismo y es un juez implacable de sí mismo, porque no consideró que hubiera ninguna cuestión de vergüenza al construirlo. No obstante, una vez terminada la obra, calumnia el resultado de su propio trabajo, juzgando que la obra en la que ha prodigado su cuidado no es digna de habitar.
Así, pues, la deidad, al crear al hombre, incurre en la acusación de injusticia, si se avergüenza de habitar en él y se niega a tomar su parte de él. Pues, al hacerlo, ha hecho que la obra de su propio esfuerzo no tenga ningún valor en absoluto y ha calumniado toda su propia sabiduría al ignorarla, porque hizo una representación de su propia gloria y luego decidió que era vergonzoso habitar en ella.
XXIX
Respuesta a la objeción sobre: "No blasfemarás contra Dios"
(Ex 22,28)
Ante el miedo de sostener semejante opinión, lo que hay que confesar es que Dios tomó nuestra carne, y no pensar que él habita en estatuas. Tampoco hay que llamar dioses a los cuatro elementos, ni deificar a los astros, aunque el nombre de su movimiento lo sugiera. Es el auriga y no los caballos el que recibe la corona de la victoria, y el honor debe ser todo para Dios que guía los astros. Aunque las estatuas realmente hablen, no hay que rendirles honor. Las palabras de Moisés "no insultarás a Dios" van dirigidas a los hombres, no a los dioses.
Lo que quiere decir la Escritura es que se puede llamar dioses a aquellos a quienes ha llegado la palabra de Dios, así como se llama cálidos a aquellos a quienes el fuego ha calentado. Es sólo la locura de los hombres la que ha imaginado a Dios en imágenes. Moisés no se refiere a los dioses sobrenaturales en este sentido, porque nadie insultaría inútilmente a un dios así, que no tuviera conciencia por la que percibir su abuso.
La deidad no se ve interferida por hombres que llevan su nombre, de la misma manera que un hombre sería interferido por un perro que fuera llamado como él. Llamar a cosas malas dioses no le hace daño a Dios mismo, es sólo burlarse del nombre. Dios no se enoja por eso, pero sólo trae daño a quienes lo hacen.
XXX
Respuesta a la objeción sobre la resurrección de la carne
No hay duda de que la resurrección es un tema trascendental, así que hablaré con sencillez y no con palabras floridas que puedan engañar, como una moneda de baja calidad bañada en oro.
En primer lugar, conviene considerar lo siguiente: ¿lo creado ha surgido de lo que ya existía o no? Si ha surgido de lo que ya existía, no habría sentido atribuirle un principio. Pero si hay que atribuirle un principio, la razón es bien clara: ha surgido de la nada. Pero si Dios le ha dado existencia a partir de la nada, ¿qué clase de esencia ha concedido a lo que antes no la tenía? Pues quien ha creado lo que no existía, con mayor razón conservará lo que surgió, incluso cuando se disuelva, y lo considerará digno de que se le añada una conclusión mejor.
En efecto, es propio de una naturaleza ingénita cambiar para mejor la existencia de las cosas engendradas, renovar las que ha creado en el tiempo, borrar con la gracia las que estaban manchadas con el veneno de la maldad y considerar que las cosas que se habían agotado son dignas de un segundo comienzo y de una especie de renovación. El mundo, al recibir una forma y un manto mejores, no pierde su ser, sino que, por el contrario, se alegra de estar revestido de una belleza más hermosa que la que tenía antes.
Sólo a la divinidad le conviene permanecer en un estado de igualdad, pero a la creación le conviene que sufra cambios y alteraciones. Por eso, la vida y el orden presentes son nuestra guía, que nos conduce como niños a la futura asamblea de la inmortalidad y nos prepara para afrontar la gloria que nos llevará a lo alto. En efecto, nuestra vida presente es como un útero que contiene a un niño, pues mantiene todo el ser de las cosas en la oscuridad, en el olvido de la ignorancia, donde la luz no penetra. Todo lo que está creciendo debe surgir de la época presente como de la membrana que lo retiene en el útero, y debe recibir un segundo modo de vida en la luz del lugar de residencia que es inviolable.
Quisierais pensar que la corrupción continúa sin fin, que nace en la inmundicia y muere en la inmundicia, que engendra y es engendrada y se cubre de olvido, que el mal florece y la calamidad aumenta, que se derrite por la necesidad y se debilita por la pobreza, sufriendo mal de día y durmiendo de noche, comiendo en el lujo y luego de nuevo en la amargura agobiado por la saciedad, y sufriendo en la escasez; un estado a la vez de esclavitud y de dominio, el rico de pie y el pobre acostado, el viejo cayendo y el joven levantándose, los pechos de las mujeres creciendo y el niño recibiendo el pecho, el dolor siendo traído por el cuidado y la enfermedad por el trabajo, la vida del campo odiada y la vida de la ciudad bienvenida, la igualdad siendo evitada y lo que es desigual siendo buscado, la naturaleza de las cosas perturbada por mucha anomalía, abatida en invierno y ardiendo en verano, iluminada por las flores de la primavera en su estación, y nutrida por los frutos del otoño, cavando la tierra y trabajando sus terrones, haciendo de la existencia una tragedia y de la vida una comedia.
Respecto que la odiosa envoltura de estas cosas nunca desaparezca, ni siquiera tarde en el tiempo, ni desaparezca su oscura túnica; que el alma nunca se libre de la tierra inhumana; que el lamento nunca se calle. Y que la violencia de los tiranos nunca muera. Y que el trabajo de los que gimen nunca se alivie, ni las lágrimas de los dolientes sean consoladas. Y que las virtudes de los que se han dominado a sí mismos nunca brillen, ni la jactancia de los orgullosos se apague; que las acciones de los injustos nunca sean castigadas, ni se vea el éxito de los justos. Y que no haya juicio de la astucia de la charlatanería ni honor para la inocencia de los sinceros. Y que la tierra nunca se libere de las contaminaciones, ni el mar tenga descanso de la navegación. Y que el mundo no gire como una rueda y conserve su esencia mientras cambia su forma; que todo en el mundo entero no reciba una renovación aparte de las cosas que lo trascienden, ni reciba una genuina novedad de vida; que el orden de las cosas nunca se deshaga de su desorden, ni descarte la indecencia que ahora tiene, sino que conserve su triste ropaje más allá de los límites del tiempo, y se agote aún más por sus calamidades.
Así, lo que parece que ha sido arrojado sobre el mundo como una ruina y una destrucción total, en realidad es el principio de la inmortalidad y el punto de partida de la salvación. En efecto, un segundo embellecimiento de la vida hará que ésta sea un éxito, cuando la naturaleza racional reciba por segunda vez en la resurrección la palabra de un comienzo que será indisoluble.
Es por causa del hombre, por tanto, que todo sufre un cambio, ya que también fue por causa de él que al principio fue considerado digno de un comienzo. El hombre fue creado por sí mismo, no por causa de ningún otro ser, pero el cielo y la tierra y las cosas que pertenecen a ellos fueron creados por causa del hombre, y cuando éste recibe un cambio y una alteración, todo debe ser cambiado y aniquilado junto con él.
Pensemos en un arquitecto que, al principio, construye una casa y, cuando ésta se ha debilitado con el tiempo y se ha derrumbado, la vuelve a levantar y la considera digna de una mejor ejecución y belleza, sin preocuparse de qué piedra se colocó primero al principio, cuál fue la segunda o la tercera en la construcción, sino que la erige colocando las últimas piedras entre las primeras y las primeras entre las últimas, y las intermedias al azar, sin alterar en lo más mínimo el plan de la construcción ni hacer que se considere que la disposición de su obra es incorrecta, sino que, al aplicarle los adornos adecuados y decorar la forma de su apariencia, recibe abundantes elogios por su habilidad.
De la misma manera, Dios se convirtió en el creador de seres racionales, como un arquitecto que hace una casa, y creó al hombre en el principio y lo construyó como la morada sagrada del poder divino, compuesto de muchas razas afines como piedras. Y después de haber sido creado por muchos siglos y estaciones, y haber caído por muchas experiencias de pecados, y al final estar completamente deshecho y destruido, él lo resucitará de nuevo, y reunirá la naturaleza con hábil entendimiento y sabia autoridad, y reunirá las cosas que han sido dispersadas, no permitiendo que ninguna de las cosas que han caído perezca; y, aunque coloca a los primeros entre los últimos en su disposición, y trae a los que están al final al primer rango de mérito, no perturbará en absoluto lo que ha hecho, sino que concederá esa presentación de la resurrección que sea adecuada a cada uno.
Aunque, como tú mismo dices, Príamo o Néstor murieran hace mil años, mientras que otro muriese tres días antes de la resurrección, ninguno de ellos, cuando resucite, experimentará ni dolor ni gozo, sino que cada uno recibirá lo que le conviene según sus propias obras, y no tendrá ni reproche ni alabanza por la disposición de la resurrección, ni por su rapidez ni por su tardanza, sino que se alegrará o reprochará su propia manera de vivir. Porque Dios considera mil años como un breve día (2Pe 3,8), y si lo considera oportuno, el breve espacio se convierte en la extensión de incontables siglos. Por eso, estas son palabras de gente mezquina, cuando dicen: "Si resucita al que murió tres días antes de la misma manera que al que murió mil años antes, comete una gran injusticia".
En la antigüedad, los hombres vivían quinientos años o más, y el hombre que moría poco antes de la resurrección puede haber tenido una vida miserable y no haber llegado a los treinta. Sin duda, es conforme a un plan divino que los primeros durmieran más tiempo y los segundos recibieran consuelo más rápido.
En cuanto a tu objeción infantil basada en el náufrago que fue devorado por los peces y ellos por los hombres, los hombres por los perros y los perros por los buitres, haciendo imposible que tenga lugar su resurrección, tus palabras son como las de un hombre que sueña en estado de ebriedad.
Me sugieres que el que hace el fuego no tendría el poder de obrar como el fuego para producir la resurrección. En efecto, cuando hay plata y oro en la tierra, o plomo y estaño, bronce y hierro, como si estuvieran escondidos en algún lugar, el fuego, quemando la tierra y calentando la materia, saca la plata y el oro, de modo que los separa, sin permitir que perezca nada de su esencia, a menos que haya algo terroso en ellos en alguna parte que admita destrucción.
Si el poder del fuego es tan fuerte y tiene un efecto tan drástico que saca materia pura de alguna otra materia, y conserva la esencia de cada una intacta, aunque el oro haya caído en innumerables cavidades, y se haya disuelto en infinitos fragmentos y se haya esparcido en el fango o la arcilla, en montones de tierra o de estiércol. Y si el fuego, cuando se aplica a todo, preserva el oro y expulsa la sustancia de las partes que son destructibles... ¿qué diremos de Aquel que ordenó la naturaleza del fuego?
¿No tendría dicho ser el poder, sin ningún esfuerzo, de cambiar al hombre, su tesoro racional más precioso que el oro, que está contenido en materias de diversa clase, y de poner ante él sanos y salvos a los que han perecido en la tierra o en el mar, en los ríos o en los lagos, a los que han sido devorados por las fieras o por los pájaros, a los que se han disuelto en un polvo fino e inconmensurable? ¿Será menos eficaz que el fuego? ¿Será impotente ante los argumentos que habéis aducido?
En cuanto a la extraña fantasía que se te ha ocurrido de que Dios no puede hacer todas las cosas, piensas darle forma plausible por medio de tus argumentos, pero en realidad es como un apoyo sin fundamento y no se sostiene. ¿Cómo te demostraremos que Dios tiene poder para hacer todas las cosas? ¿Será por la esencia divina misma o por el sentido de la idoneidad? ¿O comprobaremos la cuestión desde ambos puntos de vista y te explicaremos primero, si así lo deseas, el significado de la cuestión en cuestión según se juzga desde la naturaleza inviolable misma?
Por ejemplo, si Dios es capaz de hacer que lo que ha sido hecho no sea hecho, lo creado necesariamente se transforma en lo increado. Pero si aceptamos esto, se sigue que podemos argumentar que hay dos cosas increadas; o mejor aún, nada es creado, pero el todo es increado.
De este razonamiento se desprenden muchas cosas fabulosas, porque de esta manera incluso lo increado será creado. Pero cuando lo increado se incluye en el grupo de lo creado, el argumento sobre lo creado no se sostiene, pues ¿quién será el creador de lo creado si lo increado no existe?
En relación con esto, se plantea la cuestión de si Dios, que es increado, puede hacerse crear. Como algunos dicen que es imposible que lo increado se convierta en creado, él no puede hacerlo. Y como es justo, concederá justicia vengando a los oprimidos. Porque si no hiciera esto, su poder no sería más que negligencia y locura, pues haría todas las cosas y las penetraría con una ley de creación, y luego las despreciaría, sin dar honor a lo que acogió la virtud en esta vida ni juicio a lo que prestó atención a la maldad durante el curso de la existencia; sino que permitiría que lo bueno y lo opuesto se sumieran en el olvido por igual, sin coronar la virtud como virtud ni poner al descubierto la maldad, sino simplemente permitiendo que la naturaleza humana se moviera en silencio, como si no existiera, y sin investigar ni la maldad en ella ni la virtud.
Una creencia como ésta no se ajusta a la divina providencia, ni tampoco a la naturaleza inmortal. Por el contrario, es completamente diferente, y completamente extraño y ajeno a la actitud de Aquel que es inviolable y está muy alejado de ella, que Dios no se preocupe de las cosas de su propia creación, que se quede mirando la destrucción de la teoría de su obra creadora y que no preste atención cuando los hombres se pierdan en la oscuridad.
Por todo ello, concluyo que él resucitará todas las cosas y les concederá una segunda existencia. Él juzgará al mundo por las cosas en las que ha pecado, perdonando a quienes han creído en él sinceramente y castigando a quienes no estuvieron dispuestos a recibirlo ni reverenciar el misterio de su aparición. Todos los potros que están marcados con la letra y la marca del rey son considerados dignos de un establo real y un pesebre; y aunque sean débiles de cuerpo e ineficaces en fuerza y lentos en la carrera, y aunque no sean como los demás en condición, sin embargo, debido a lo que está marcado en ellos, son preciosos y honorables.
Todos los que no tienen la marca real, aunque puedan ser ágiles y rápidos e imposibles de alcanzar, y aunque sean de buena ascendencia de carreras y de alto renombre, son expulsados de los establos reales (y esta ilustración no es un mito o la narración de un narrador de cuentos, sino un registro genuino y una relación verdadera de hechos conocidos).
De la misma manera, todos los que fueron sellados con el signo de la salvación, los que grabaron el nombre del Todopoderoso en la tabla de su alma, todos los que juzgaron que su confesión hacia Dios era más potente que sus propios pecados, estos escaparon del peligro del juicio venidero y navegaron sin daño más allá de lo que se puede llamar Caribdis, contemplando con el ojo de la fe la luz común de su salvación y la abundante redención de Aquel que vino a la tierra.
Como el hombre que se ha puesto una coraza fuerte y gruesa que no se puede soltar de sus hombros, no es herido en la guerra y no es tomado prisionero cuando los terrores lo rodean, así también el hombre que se ha revestido de la confesión de Aquel que es más poderoso que él, no tiene miedo de la amenaza del juicio universal. Y así como el fuego no consume lo que se llama inviolable, ni quema la espada, sino que la abrillanta y la templa, así también los que están sumergidos en el nombre inviolable nunca serán afectados por el fuego ni por el juicio, los cuales huirán ante el nombre que es invocado sobre ellos.
Si un hombre tiene un ojo que puede ver, el sol lo llena de abundante luz cuando está abierto, pero cuando el ojo está cerrado lo somete a la oscuridad. El sol por sí mismo no hace nada malo ni daña su visión; pero el hombre que posee la vista ha atraído su propio castigo. No es perjudicado por los rayos del sol, sino que se ha creado la oscuridad de las cosas en las que podría haber demostrado que cooperaba con la luz, al recibir una prueba de luz al ver el sol y al tener una prueba de oscuridad al no verlo, siendo él mismo en ambos casos su propio árbitro y juez.
El que cree en Dios y confía en él puede ser llamado, por tanto, luz divina del entendimiento, pues en Dios evita la oscuridad de la ignorancia y la falta de conocimiento, y es nutrido por el resplandor de las doctrinas celestiales, y es consciente de antemano de la salvación por la contemplación de lo divino, y tiene en su propia posesión el remedio de la salvación.
Mas el hombre que está incapacitado por la ceguera de la incredulidad voluntaria y, apartándose del resplandor de la luz en la que todos pueden participar, se mueve en la oscuridad como un ser que nada en las profundidades del mar, sin mostrar cumplimiento de las buenas obras de la virtud, no recibe ninguna alabanza aunque sea sabio sin la luz. Y aunque coopere con los que están cerca de él, no recibe ninguna dignidad. E incluso si hace lo que es justo pero no toma la luz como prueba y juez, sus trabajos están sujetos a censura, y no escapa a la acusación. Y aunque su alma esté ejercitada en la rectitud natural, odiando el saqueo y absteniéndose del robo, no violando los derechos matrimoniales ajenos, no despreciando ni insultando a su prójimo, sino luchando por su patria, soportando males por sus parientes y mostrando toda clase de excelencias en sus obras, no está santificado y todo lo hace en vano, ya que no acepta el señorío de Aquel que no perece, como juez de todo lo que hace.
Por último, mi buen amigo, dime: ¿quién coronará o premiará la moderación del hombre que se domina a sí mismo? ¿Quién honrará con un salario al soldado que ha realizado un acto de valor? ¿Quién juzgará digno de premios al hombre que ha competido en los juegos ? ¿No es su carrera, considerada en sí misma, un asunto de censura? ¿No es el éxito del hombre que ha hecho su servicio militar inútil sin su general? ¿No es la lucha de quien tiene el dominio de sí mismo algo digno de lástima sin quien lo corone? ¿No es inútil el tributo de los súbditos sin un rey? Así también, el resultado de toda clase de justicia queda despojado de la recompensa del bien, si no se hace en nombre y para honra del Creador.
Por otra parte, todo aquel que cree que hay Uno que es poderoso para contemplar y juzgar sus acciones y actividades, aunque esté lleno de culpa y sea siervo de prácticas impías, y aunque se haya propuesto ser seguidor de acciones abominables, al llevar el examen de sus propias acciones ante los ojos del Creador (así como el enfermo revela las afecciones de su cuerpo a un médico comprensivo), se libera de todo dolor y angustia, y se libra de las innumerables heridas de sus trasgresiones. Porque el Salvador es capaz de salvar lo que está perdido.