ARNOBIO DE SICCA
Apología

LIBRO III

I

Todas estas acusaciones, que en realidad podrían calificarse de abuso, han sido refutadas hace tiempo con suficiente amplitud y exactitud por hombres distinguidos en este aspecto y dignos de haber aprendido la verdad; y ningún punto de ninguna investigación ha sido pasado por alto sin ser determinado de mil maneras y con los argumentos más sólidos. Por lo tanto, no es necesario detenerse más en esta parte del caso. Porque ni la religión cristiana es incapaz de subsistir aunque no encuentre defensores, ni se demostrará por ello que es verdadera si encuentra muchos que estén de acuerdo con ella y gana peso entre sus adeptos. Su propia fuerza le basta y se apoya en los cimientos de su propia verdad, sin perder su poder, aunque no haya nadie que la defienda, es más, aunque todas las voces la ataquen y se opongan a ella, y se unan con un rencor común para destruir toda la fe en ella.

II

Volvamos ahora al orden del que hace poco nos vimos obligados a apartarnos, para que no se diga que nuestra defensa, por haber estado demasiado interrumpida, ha dado a nuestros detractores motivo para triunfar en la fundamentación de su acusación. Pues ellos plantean estas preguntas: Si sois serios en cuanto a la religión, ¿por qué no servís y adoráis a los otros dioses con nosotros, o compartís vuestros ritos sagrados con vuestros compañeros y ponéis en igualdad de condiciones las ceremonias de las diferentes religiones? Podemos decir por ahora: Para intentar acercarnos a lo divino, nos basta la Deidad suprema (la Deidad, digo, que es suprema, la Deidad que es creadora y Señor del universo, que ordena y gobierna todas las cosas); en él servimos a todo lo que requiere nuestro servicio; en él adoramos a todo lo que debe ser adorado; veneramos lo que exige el homenaje de nuestra reverencia. Porque, como conocemos la fuente de lo divino, de donde se deriva la divinidad misma de todos los dioses, pensamos que es una tarea inútil acercarnos a cada uno personalmente, ya que no sabemos quiénes son ni los nombres con los que se les llama, y además somos incapaces de aprender, descubrir y establecer su número.

III

Así como en los reinos de la tierra no estamos obligados de ninguna manera a reverenciar expresamente a los que forman la familia real, así como a los soberanos, sino que el honor que les corresponde se encuentra implícito tácitamente en el homenaje que se rinde a los mismos reyes, exactamente de la misma manera, estos dioses, sean quienes sean, de cuya existencia atestiguas, si son una raza real y provienen del Gobernante supremo, aunque no les rindamos reverencia expresa, sin embargo, sentimos que son honrados en común con su Señor y participan de la reverencia que se le muestra. Ahora bien, debe recordarse que hemos hecho esta afirmación, con la única hipótesis de que es claro e innegable, que además del Gobernante y Señor mismo, todavía hay otros seres, que, cuando se disponen y organizan en orden, forman, por así decirlo, una especie de masa plebeya. Pero no intentéis señalarnos imágenes en lugar de dioses en vuestros templos y las imágenes que construís, pues también vosotros sabéis, pero no queréis y os negáis a admitirlo, que están formadas de arcilla de muy mal valor y son figuras infantiles hechas por mecánicos. Y cuando hablamos con vosotros sobre religión, os pedimos que demuestres esto: que hay otros dioses además de la Deidad suprema en naturaleza, poder, nombre, no como los vemos manifestados en imágenes, sino en una sustancia tal como podría suponerse apropiadamente que resida la perfección de tan gran dignidad.

IV

Pero no nos detendremos más en esta parte del tema, para no parecer deseosos de provocar conflictos muy violentos y entablar contiendas agitadoras. Sea, como afirmas, esa multitud de deidades, sea que haya innumerables familias de dioses; asentimos, estamos de acuerdo y no examinamos demasiado de cerca, ni en ninguna parte del tema atacamos las posiciones dudosas e inciertas que sostienes. Sin embargo, esto exigimos y te pedimos que nos digas, ¿de dónde has descubierto, o cómo has sabido, si existen estos dioses, que crees que están en el cielo y sirves, o algunos otros desconocidos por reputación y nombre? Porque puede ser que existan seres en los que no creas; y que aquellos de cuya existencia estás seguro, no se encuentren en ninguna parte del universo. Porque en ningún momento has sido llevado a lo alto de las estrellas del cielo, en ningún momento has visto el rostro y el semblante de cada uno; y luego estableciste aquí el culto de los mismos dioses, que recordabas que estaban allí, como si los hubieras conocido y visto. Pero esto, también, quisiéramos saber de ti, si han recibido estos nombres por los que los llamas, o si ellos mismos los asumieron en los días de la purificación. Si éstos son nombres divinos y celestiales, ¿quién os los ha comunicado? Pero si, por el contrario, vosotros les habéis dado estos nombres, ¿cómo podríais dar nombres a aquellos a quienes nunca habéis visto y cuyo carácter o circunstancias no conocéis en absoluto?

V

Supongamos que existen estos dioses, como tú quieres y crees, y estás persuadido de ello; que se les llame también con los nombres con los que la gente común supone que se conocen a los dioses menores. Pero, ¿de dónde has sabido quiénes componen la lista de dioses bajo estos nombres? ¿Han llegado a ser conocidos por otros algunos cuyos nombres tú no conocías? Pues no es fácil saber si su numeroso cuerpo está establecido y fijado en número, o si su multitud no puede resumirse y limitarse por los números de cualquier cómputo. Pues supongamos que reverencias a mil, o mejor dicho a cinco mil dioses; pero en el universo puede ser que haya cien mil; puede ser que haya incluso más que esto; más aún, como dijimos un poco antes, puede ser que no sea posible calcular el número de los dioses, o limitarlos por un número determinado. Entonces, o bien sois impíos los que servís a unos pocos dioses, pero descuidáis los deberes que debéis a los demás; o si pretendéis que vuestra ignorancia del resto debe ser perdonada, nos procuraréis también a nosotros un perdón similar, si de la misma manera nos negamos a adorar a aquellos de cuya existencia somos completamente ignorantes.

VI

Que nadie piense que estamos perversamente decididos a no someternos a las demás deidades, sean quienes sean. Porque elevamos nuestras mentes piadosas y extendemos nuestras manos en oración, y no rehusamos acercarnos a dondequiera que nos hayas convocado, con tal de que sepamos quiénes son esos seres divinos a quienes nos obligas a acercarnos, y con quiénes puede ser justo compartir la reverencia que mostramos al rey y príncipe que está sobre todas las cosas. Es Saturno, dice mi oponente, y Jano, Minerva, Juno, Apolo, Venus, Triptólemo, Hércules, Esculapio y todos los demás, a quienes la reverencia de la antigüedad dedicó magníficos templos en casi todas las ciudades. Quizá hubierais podido atraernos a la adoración de esas deidades que mencionáis, si no hubieseis sido vosotros mismos los primeros en inventar, con infames y perversas fantasías, historias sobre ellas que no sólo manchaban su honor, sino que, por la naturaleza que se les asignaba, demostraban que no existían en absoluto. Porque, en primer lugar, no podemos ser inducidos a creer esto: que esa naturaleza inmortal y suprema se haya dividido en sexos, y que haya algunos masculinos y otros femeninos. Pero este punto, en verdad, ha sido ampliamente tratado hace mucho tiempo por hombres de ardiente genio, tanto en latín como en griego; y Tulio, el más elocuente entre los romanos, sin temer la vejación de una acusación de impiedad, sobre todo, con mayor piedad, declaró (con valentía, firmeza y franqueza) lo que pensaba de tal fantasía; y si procedieseis a recibir de él opiniones escritas con verdadero discernimiento, en lugar de meras sentencias brillantes, este caso habría sido concluido; ni sería necesaria, por parte de nuestras débiles manos, una segunda defensa, como se suele decir.

VII

¿Por qué, en cambio, digo que se le piden sutilezas en la expresión y elegancia en el lenguaje, cuando sé que hay muchos que evitan y huyen de sus libros sobre este tema y no quieren oír sus opiniones, derribando sus prejuicios, y cuando oigo a otros murmurar con enojo y decir que el Senado debería decretar la destrucción de estos escritos por los que se mantiene la religión cristiana y se supera el peso de la antigüedad? Pero, en efecto, si estáis convencidos de que algo de lo que decís sobre vuestros dioses es indudable, señalad el error de Cicerón, refutad, rebatid sus palabras temerarias e impías y demostrad que lo son. Porque cuando queréis sustraer escritos y suprimir un libro que se ha dado a conocer al público, no estáis defendiendo a los dioses, sino temiendo la evidencia de la verdad.

VIII

Para que nadie insensato nos acuse falsamente de creer que Dios, a quien adoramos, es varón (por eso, cuando hablamos de él, usamos una palabra masculina), que entienda que no se expresa el sexo, sino su nombre y su significado según la costumbre y la manera en que solemos usar las palabras. Pues Dios no es masculino, sino que su nombre es de género masculino; pero en vuestras ceremonias no podéis decir lo mismo, pues en vuestras oraciones habéis tenido la costumbre de decir si sois dioses o diosas, y esta descripción incierta muestra, incluso por su oposición, que atribuís el sexo a los dioses. No podemos, pues, ser persuadidos a creer que lo divino está encarnado, pues los cuerpos necesariamente deben distinguirse por la diferencia de sexo, si son masculinos y femeninos. ¿Quién, por pequeña que sea su capacidad, no sabe que los sexos de diferente género han sido ordenados y formados por el Creador de las criaturas de la tierra, sólo para que, por el intercambio y la unión de los cuerpos, lo que es fugaz y transitorio pueda perdurar, renovándose y manteniéndose siempre?

IX

¿Qué diremos, pues? ¿Que los dioses engendran y son engendrados? ¿Y que, por tanto, han recibido órganos de generación para poder engendrar descendencia, y que, a medida que surge cada nueva raza, se produce una sustitución, que se produce regularmente, que compensa todo lo que había sido barrido por la edad precedente? Si, pues, es así, es decir, si los dioses de arriba engendran a otros dioses, y están sujetos a estas condiciones de sexo, y son inmortales, y no se desgastan por el frío de la edad, se sigue, como consecuencia, que el mundo debería estar lleno de dioses, y que los cielos innumerables no podrían contener su multitud, ya que ellos mismos están siempre engendrando, y la multitud incontable de sus descendientes, siempre en aumento, se aumenta por medio de su descendencia. O si, como es justo, los dioses no se degradan por estar sometidos a los impulsos sexuales, ¿qué causa o razón se señalará para que se distingan por aquellos miembros por los que los sexos suelen reconocerse mutuamente por sugerencia de sus propios deseos? Porque no es probable que los tengan sin un propósito, o que la naturaleza haya querido en ellos burlarse de su propia imprevisión, al proporcionarles miembros para los que no habrían de ser útiles. Porque así como las manos, los pies, los ojos y otros miembros que forman nuestro cuerpo han sido dispuestos para ciertos usos, cada uno para su propio fin, así también podemos creer que estos miembros han sido provistos para desempeñar su función; o debe confesarse que hay algo sin propósito en los cuerpos de los dioses, que ha sido hecho inútil y vanamente.

X

¿Qué decís, santos y puros guardianes de la religión? ¿Tienen los dioses sexos y están desfigurados por esas partes, cuyo solo mencionar sus nombres por labios modestos es vergonzoso? ¿Qué nos queda, pues, sino creer que ellos, como animales inmundos, se dejan llevar por pasiones violentas, se precipitan con deseos enloquecidos en abrazos mutuos y, finalmente, con cuerpos destrozados y arruinados, se debilitan por su sensualidad? Y como algunas cosas son peculiares del sexo femenino, debemos creer que también las diosas se someten a estas condiciones en el momento adecuado, conciben y quedan embarazadas con repugnancia, abortan, llevan el embarazo a término y, a veces, dan a luz prematuramente. ¡Oh divinidad pura, santa, libre e inmaculada de toda mancha deshonrosa! El alma anhela y arde por ver, en los grandes salones y palacios del cielo, a los dioses y diosas, con los cuerpos descubiertos y desnudos; a Ceres, de pechos generosos, amamantando a Yaco, como canta la musa de Lucrecio; a Príapo, del Helesponto, llevando entre las diosas, virgen y matrona, esas partes siempre preparadas para el encuentro. Anhela, digo, ver a las diosas embarazadas, diosas encintas, que, a medida que aumentan de tamaño, vacilan en sus pasos por la molestia de la carga que llevan consigo; otras, después de una larga demora, dando a luz y pidiendo la ayuda de la partera; otras, gritando mientras son atacadas por agudos dolores y dolorosos, atormentadas y, bajo todas estas influencias, implorando la ayuda de Juno Lucina. ¿No es mucho mejor insultar, vilipendiar y de otras maneras insultar a los dioses, que, con piadosas pretensiones, indignamente abrigar sobre ellos creencias tan monstruosas?

XI

¿Os atrevéis a acusarnos de ofender a los dioses, aunque, tras un examen, se descubre que el motivo de la ofensa está más claramente en nosotros mismos y que no es ocasionado por el insulto que pensáis? Pues si los dioses, como decís, se mueven por la ira y arden de rabia en sus mentes, ¿por qué no hemos de suponer que se toman a mal, incluso en el más alto grado, que les atribuyáis sexos, como han sido creados los perros y los cerdos, y que, como así creéis, se los represente así y se los exponga abiertamente de una manera vergonzosa? Siendo así, sois la causa de todos los males: guiáis a los dioses, los incitáis a acosar la tierra con todo tipo de males y a idear cada día toda clase de nuevas desgracias, para así vengarse, irritados por sufrir tantos agravios e insultos de vuestra parte. Por vuestros insultos y afrentas, digo, en parte en las viles historias, en parte en las vergonzosas creencias que vuestros teólogos, vuestros poetas, y vosotros mismos, celebráis en vergonzosas ceremonias, veréis que los asuntos de los hombres han sido arruinados y que los dioses han perdido el timón, si es que es por su cuidado que las fortunas de los hombres son dirigidas y ordenadas. Porque con nosotros, en verdad, no tienen por qué enojarse, pues a quienes ven y perciben no les hacen burla, como se dice, ni les rinden culto, y piensan, creen, mucho más dignamente que vosotros en cuanto a la dignidad de su nombre.

XII

Hasta aquí el tema del sexo. Ahora, pasemos a la apariencia y las formas con las que creéis que se han representado a los dioses de arriba, con las que, en efecto, los modeláis y los colocáis en sus moradas más espléndidas, vuestros templos. Y que nadie aquí nos traiga contra nosotros fábulas judías y de la secta de los saduceos, como si nosotros también atribuyéramos formas a la Deidad; pues esto se supone que lo enseñan en sus escritos y lo afirman como si fuera con seguridad y autoridad. Pues estas historias o bien no nos conciernen y no tienen nada en común con nosotros, o si las compartimos, como creéis, debéis buscar maestros de mayor sabiduría, a través de los cuales podáis aprender a superar mejor los dichos oscuros y recónditos de esos escritos. Nuestra opinión sobre este asunto es la siguiente: que toda la naturaleza divina, puesto que no comenzó a existir en ningún momento ni llegará jamás a un fin de vida, está desprovista de rasgos corporales y no tiene nada parecido a las formas con las que la terminación de los diversos miembros suele completar la unión de las partes. Porque todo lo que es de este carácter, lo creemos mortal y perecedero; no creemos que pueda durar eternamente lo que un fin inevitable encierra, aunque los límites que lo encierren sean los más remotos.

XIII

Pero no basta con limitar a los dioses por las formas: los restringís incluso a la figura humana y, con menos decencia aún, los encerráis en cuerpos terrenales. ¿Qué diremos entonces? ¿Que los dioses tienen una cabeza modelada con una simetría perfecta, unida firmemente por tendones a la espalda y al pecho, y que, para permitir la necesaria curvatura del cuello, está sostenida por combinaciones de vértebras y por una base ósea? Pero si creemos que esto es verdad, se sigue que también tienen orejas, perforadas por curvas torcidas; globos oculares giratorios, sombreados por los bordes de las cejas; una nariz, colocada como un canal, a través del cual pueden pasar fácilmente los fluidos de desecho y una corriente de aire; dientes para masticar los alimentos, de tres clases, adaptados a tres servicios; manos para realizar su trabajo, moviéndose fácilmente por medio de articulaciones, dedos y codos flexibles; pies para sostener sus cuerpos, regular sus pasos e impulsar los primeros movimientos al caminar. Pero si los dioses llevan estas cosas que se ven, es apropiado que lleven también aquellas que la piel oculta bajo el marco de las costillas y las membranas que encierran las vísceras: las tráqueas, los estómagos, los bazos, los pulmones, las vejigas, los hígados, los intestinos largamente entrelazados y las venas de sangre púrpura, unidas a los conductos aéreos, que recorren todas las vísceras.

XIV

¿Están, pues, los cuerpos divinos libres de estas deformidades? Y puesto que no comen alimentos de hombres, ¿debemos creer que, como los niños, carecen de dientes y, al no tener órganos internos, como si fueran vejigas hinchadas, carecen de fuerza, debido a la hueca estructura de sus cuerpos hinchados? Además, si es así, hay que ver si los dioses son todos iguales o se distinguen por una diferencia en el contorno de sus formas. Pues si todos y cada uno tienen una misma semejanza de forma, no hay nada ridículo en creer que se equivocan y se engañan al reconocerse entre sí. Pero si, por el contrario, se distinguen por sus rostros, debemos, en consecuencia, entender que estas diferencias han sido implantadas sin otra razón que para que cada uno pueda reconocerse individualmente por las peculiaridades de las diferentes marcas. Por lo tanto, deberíamos decir que algunos tienen cabezas grandes, cejas prominentes, cejas anchas, labios gruesos; que otros tienen el mentón largo, lunares y la nariz alta; que éstos tienen las ventanas de la nariz dilatadas, aquéllos son respingados; algunos regordetes por una hinchazón de sus mandíbulas o un crecimiento de sus mejillas, enanos, altos, de tamaño mediano, delgados, lisos, gordos; algunos con cabello crespo y rizado, otros afeitados, con cabezas calvas y lisas. Ahora bien, vuestros talleres muestran y señalan que nuestras opiniones no son falsas, ya que, cuando formáis y modeláis dioses, representáis a algunos con el pelo largo, a otros lisos y desnudos, tan viejos, como jóvenes, como niños, morenos, de ojos grises, amarillos, semidesnudos, desnudos; o, para que el frío no los moleste, cubiertos con prendas sueltas arrojadas sobre ellos.

XV

¿Acaso hay alguien que tenga un poco de sentido común que los dioses tienen pelos y vellos en el cuerpo? ¿Que entre ellos se distingue la edad? ¿Y que van vestidos con vestidos y prendas de diversas formas y se protegen del calor y del frío? Pero si alguien cree esto, debe aceptar también como verdad que algunos dioses son bataneros, otros barberos; unos para limpiar las vestiduras sagradas, otros para afinar sus mechones cuando están enmarañados por una espesa mata de pelo. ¿No es realmente degradante, sumamente impío e insultante atribuir a los dioses los rasgos de un animal frágil y moribundo? ¿Acaso no es esto realmente degradante, sumamente impío e insultante? ¿Atribuirles esos miembros que ninguna persona modesta se atrevería a contar, describir o representar en su propia imaginación sin estremecerse por la excesiva indecencia? ¿Es éste el desprecio que tenéis, ésta la orgullosa sabiduría con la que nos despreciáis como ignorantes y creéis que todo el conocimiento de la religión es vuestro? Vosotros os burláis de los misterios de los egipcios, porque ellos injertaron formas de animales mudos sobre sus causas divinas, y porque adoran estas mismas imágenes con mucho incienso, y cualquier otra cosa que se use en tales ritos. Vosotros mismos adoráis imágenes de hombres, como si fueran dioses poderosos, y no os avergonzáis de darles el rostro de una criatura terrenal, de culpar a otros por su necedad equivocada, y de ser descubiertos en un error igualmente vicioso.

XVI

Quizás digas que los dioses tienen otras formas y que les has dado la apariencia de hombres sólo por honor y por amor a la forma, lo cual es mucho más insultante que haber caído en un error por ignorancia. Pues si confesaras que has atribuido a las formas divinas lo que habías supuesto y creído, tu error, que proviene del prejuicio, no sería tan censurable. Pero ahora, cuando crees una cosa y fabricas otra, deshonras a aquellos a quienes atribuyes lo que confiesas que no les pertenece y muestras tu impiedad al adorar lo que fabricas, no lo que crees que es realmente y que es en verdad. Si los asnos, los perros y los cerdos tuvieran alguna sabiduría y habilidad humanas y quisieran honrarnos con algún tipo de culto y mostrarnos respeto dedicándonos estatuas, ¿con qué furor nos inflamarían, qué tempestad de pasiones provocarían si quisieran que nuestras imágenes llevaran y asumieran la forma de sus propios cuerpos? ¿Cómo, repito, nos llenarían de furia y excitarían nuestras pasiones si al fundador de Roma, Rómulo, se le pusiera cara de asno, al venerado Pompilio, cara de perro, si bajo la imagen de un cerdo se escribiera el nombre de Catón o de Marco Cicerón? Entonces, ¿creéis que vuestra estupidez no es objeto de burla por parte de vuestros dioses, si es que se ríen de algo? ¿O puesto que creéis que pueden enfurecerse, creéis que no están excitados, enloquecidos de furia, y que no quieren vengarse de tan grandes agravios e insultos, y arrojaros sobre vosotros los castigos que habitualmente dicta el pesar y que son ideados por el odio más acérrimo? ¡Cuánto mejor hubiera sido darles formas de elefantes, panteras o tigres, toros y caballos! Pues ¿qué hay de bello en el hombre, qué hay de admirable o de hermoso, sino aquello que, según ha afirmado algún poeta, posee en común con el mono?

XVII

Si no os conformáis con nuestra opinión, ¿podéis indicarnos vosotros mismos cuál es la forma de la divinidad? Si queréis oír la verdad, o bien la Divinidad no tiene forma, o bien si está encarnada en una, no sabemos cuál es. Además, no nos parece una vergüenza ignorar lo que nunca hemos visto, ni tampoco nos impide refutar las opiniones de los demás, porque sobre esto no tenemos una opinión propia que presentar. Pues, así como si se dice que la tierra está hecha de vidrio, plata, hierro o de arcilla quebradiza, no podemos dudar en afirmar que esto es falso, aunque no sepamos de qué está hecha; así también, cuando se habla de la forma de Dios, demostramos que no es la que vosotros decís, aunque seamos todavía menos capaces de explicar cuál es.

XVIII

¿Qué, pues, dirá alguien? ¿Acaso Dios no oye? ¿Acaso no habla? ¿Acaso no ve lo que se le presenta? ¿Acaso no tiene vista? Puede hacerlo a su manera, pero no a la nuestra. Pero en un asunto tan importante no podemos conocer la verdad en absoluto ni llegar a ella por medio de especulaciones, pues éstas son, como es evidente, en nuestro caso infundadas, engañosas y como sueños vanos. Pues si dijéramos que Dios ve de la misma manera que nosotros, se sigue que debe entenderse que tiene párpados colocados como cubiertas sobre las pupilas de los ojos, que los cierra, guiña, ve por rayos o imágenes o, como sucede con todos los ojos, no puede ver nada en absoluto sin la presencia de otra luz. Lo mismo debemos decir de la audición, la forma del habla y la pronunciación de las palabras. Si oye por medio de los oídos, también debemos decir que los tiene, penetrados por senderos tortuosos, a través de los cuales puede colarse el sonido, que lleva el significado de la conversación; o si sus palabras salen de una boca, que tiene labios y dientes, por cuyo contacto y variado movimiento su lengua emite sonidos claramente.

XIX

Si quieres escuchar nuestras conclusiones, entonces aprende que estamos tan lejos de atribuir forma corporal a la Deidad, que tememos atribuir a un ser tan grande incluso gracias mentales, y las mismas excelencias por las que a pocos se les ha permitido distinguirse con dificultad. Porque ¿quién dirá que Dios es valiente, firme, bueno, sabio? ¿Quién dirá que es íntegro, que es templado, incluso que tiene conocimiento, entendimiento, previsión? ¿Que dirige hacia fines morales fijos las acciones que determina? Estas cosas son buenas en el hombre y, al ser opuestas a los vicios, han merecido la gran reputación que han ganado. Pero ¿quién es tan tonto, tan insensato, como para decir que Dios es grande por las excelencias meramente humanas? ¿O que está por encima de todo en la grandeza de su nombre, porque no se deshonra con el vicio? Todo lo que digas, todo lo que imagines acerca de Dios en tu pensamiento no expresado, pasa y se corrompe en un sentido humano, y no tiene su propio significado, porque se dice con las palabras que usamos, y que son adecuadas sólo para los asuntos humanos. Hay una sola cosa de la que el hombre puede estar seguro con respecto a la naturaleza de Dios: saber y percibir que nada puede ser revelado en lenguaje humano acerca de Dios.

XX

Esta es la primera afrenta que vosotros, nobles abogados de la verdad y piadosos escritores, ofrecéis a vuestros dioses. ¿Y qué es lo siguiente? Que nos representáis a los dioses, unos como artífices, otros como médicos, otros como trabajadores de la lana, como marineros, como tañedores de arpa y flauta, como cazadores, como pastores y, por si fuera poco, como campesinos. Y aquel dios, dice, es músico, y éste sabe adivinar, pues los otros dioses no pueden ni saben predecir lo que sucederá, debido a su falta de habilidad y a su ignorancia del futuro. Uno está instruido en las artes de la obstetricia, otro en la ciencia de la medicina. ¿Acaso cada uno es poderoso en su propio departamento y no puede ayudar, si se le pide, en lo que pertenece a otro? Éste es elocuente en el habla y listo para unir las palabras, mientras que los otros son estúpidos y no pueden decir nada hábilmente si tienen que hablar.

XXI

¿Qué razón hay, qué necesidad inevitable, qué ocasión para que los dioses conozcan y estén familiarizados con estas artesanías como si fueran máquinas sin valor? Pues ¿se cantan canciones y se toca música en el cielo, para que las nueve hermanas combinen y armonicen graciosamente las pausas y los ritmos de los tonos? ¿Hay en las montañas de las estrellas bosques, selvas, arboledas, para que Diana pueda ser estimada muy poderosa en expediciones de caza? ¿Ignoran los dioses el futuro inmediato? ¿Y viven y pasan el tiempo según las suertes que les asigna el destino, para que el hijo inspirado de Latona explique y declare lo que le depara el día siguiente o la hora siguiente? ¿Está él mismo inspirado por otro dios, y es impulsado y estimulado por el poder de una divinidad mayor, de modo que pueda decirse y considerarse con razón que está divinamente inspirado? ¿Son los dioses propensos a ser atacados por enfermedades? ¿Hay algo con que puedan ser heridas y heridas, para que, cuando haya necesidad, el de Epidauro venga en su ayuda? ¿Trabajan, dan a luz, para que Juno alivie y Lucina acorte los terribles dolores del parto? ¿Se dedican a la agricultura o se ocupan de los deberes de la guerra, para que Vulcano, el señor del fuego, les forje espadas o forje sus rústicos instrumentos? ¿Necesitan estar cubiertas con vestidos, para que la doncella Tritona, con hermosa habilidad, hile, teja telas para ellas y les haga túnicas adecuadas para la temporada, ya sea de triple sarga o de tela de seda? ¿Presentan acusaciones y las refutan, para que el descendiente de Atlas pueda llevarse el premio de la elocuencia, alcanzado con la práctica asidua?

XXII

Te equivocas, dice mi oponente, y te engañas, pues los dioses no son artífices, sino que sugieren estas artes a los hombres ingeniosos y enseñan a los mortales lo que deben saber, para que su modo de vida sea más civilizado. Pero quien da alguna instrucción a un ignorante y reacio, y se esfuerza por hacerlo inteligentemente experto en algún tipo de trabajo, debe conocer primero lo que le pide al otro que practique. Porque nadie puede ser capaz de enseñar una ciencia sin conocer las reglas de lo que enseña y haber comprendido su método al máximo. Los dioses son, pues, los primeros artífices, ya sea porque infunden conocimiento en las mentes de los hombres, como decís vosotros mismos, o porque, siendo inmortales e ingénitos, superan a toda la raza de la tierra en su longitud de vida. Ésta es, pues, la cuestión: No habiendo ocasión para estas artes entre los dioses, ni sus necesidades ni la naturaleza requiriendo en ellos ingenio o habilidad mecánica, ¿por qué deberías decir que son hábiles, unos en un oficio, otros en otro, y que los individuos son preeminentemente expertos en departamentos particulares en los que se distinguen por su conocimiento de las diversas ramas de la ciencia?

XXIII

Quizás digas que los dioses no son artífices, sino que presiden estas artes y las supervisan; más aún, que bajo su cuidado se han colocado todas las cosas que manejamos y dirigimos, y que su providencia se encarga de su feliz y afortunado resultado. Ahora bien, esto parecería decirse con justicia y con cierta probabilidad, si todo lo que hacemos, hacemos o intentamos en los asuntos humanos se desarrollase como deseamos y nos propusimos. Pero como cada día sucede lo contrario y los resultados de las acciones no corresponden al propósito de la voluntad, es trivial decir que hemos puesto como guardianes a dioses inventados por nuestra supersticiosa fantasía, no comprendidos con certeza segura. Portuno da al navegante perfecta seguridad para atravesar los mares; pero ¿por qué el mar embravecido ha arrojado tantos naufragios cruelmente destrozados? Conso sugiere a nuestras mentes rutas seguras y útiles; ¿Y por qué un cambio inesperado siempre produce resultados distintos de los esperados? Pales e Inuo son los guardianes de los rebaños y manadas; ¿por qué no se preocupan, con pereza dañina, de evitar que los rebaños en sus pastos de verano padezcan enfermedades crueles, infecciosas y destructoras? La ramera Flora, venerada en juegos lascivos, se ocupa de que los campos florezcan; ¿y por qué los brotes y las plantas tiernas son mordidos y destruidos diariamente por las heladas más dañinas? Juno preside los partos y ayuda a las madres que están de parto; ¿y por qué mil madres son asesinadas cada día en agonías asesinas? El fuego está bajo el cuidado de Vulcano, y su fuente está bajo su control; ¿y por qué, muy a menudo, permite que los templos y partes de las ciudades se conviertan en cenizas devoradas por las llamas? Los adivinos reciben el conocimiento de su arte del dios pítico (Apolo), y ¿por qué tan a menudo da y ofrece éste respuestas equívocas, dudosas, impregnadas de oscuridad y oscuridad? Esculapio preside los deberes y las artes de la medicina; ¿por qué no pueden los hombres recuperar la salud y la solidez del cuerpo en más clases de enfermedades y dolencias? Mientras que, por el contrario, empeoran bajo las manos del médico. Mercurio se ocupa de los combates y preside los combates de boxeo y lucha; ¿por qué no hace invencibles a todos los que están a su cargo? ¿Por qué, cuando se le asigna un cargo, permite que algunos obtengan la victoria, mientras que permite que otros sean ridiculizados por su vergonzosa debilidad?

XXIV

Nadie, dice mi adversario, suplica a las deidades tutelares, y por eso ellas les niegan sus favores y ayuda habituales. ¿Acaso los dioses no pueden hacer el bien si no reciben incienso y ofrendas consagradas? ¿Y acaso abandonan y renuncian a sus puestos si no ven sus altares ungidos con sangre de ganado? Y yo pensaba que la bondad de los dioses era voluntaria y que los dones inesperados de la benevolencia fluían de ellos sin que los pidieran. ¿Acaso se le pide al Rey del universo mediante alguna libación o sacrificio que conceda a las razas de los hombres todas las comodidades de la vida? ¿Acaso la Deidad no imparte el calor fertilizante del sol, y la estación de la noche, los vientos, las lluvias, los frutos, a todos por igual, a los buenos y a los malos, a los injustos y a los justos, a los libres y a los esclavos, a los pobres y a los ricos? Porque esto es propio del Dios verdadero y poderoso, mostrar bondad, sin que nadie se la pida, a los que están cansados y débiles, y siempre rodeados de miserias de diversas clases. Porque conceder vuestras oraciones en la ofrenda de sacrificios, no es llevar ayuda a quienes la piden, sino vender las riquezas de su beneficencia. Nosotros los hombres nos desentendemos y somos necios en un asunto tan grande; y, olvidando lo que es Dios y la majestad de su nombre, asociamos a las deidades tutelares toda la mezquindad o bajeza que nuestra credulidad mórbida puede inventar.

XXV

Unxia, dice mi oponente, preside la unción de los postes de las puertas; Cinxia, el desprendimiento de la zona; las veneradísimas Victa y Potua se ocupan de comer y beber. ¡Oh rara y admirable interpretación de los poderes divinos! ¿No tendrían nombres los dioses si las novias no untaran con ungüento grasiento los postes de las puertas de sus maridos; si los maridos, cuando ahora se acercan ansiosamente, no desataran el cinturón de la doncella; si los hombres no comieran ni bebieran? Además, no satisfechos con haber sometido y envuelto a los dioses en cuidados tan indecorosos, también les atribuís disposiciones feroces, crueles, salvajes, que siempre se alegran de los males y la destrucción de la humanidad.

XXVI

No mencionaremos aquí a Laverna, diosa de los ladrones, o a las belonas, discordias y furias, ladronas, y pasaremos en completo silencio por alto a las deidades poco propicias que has creado. Presentaremos al mismo Marte y a la hermosa madre de los deseos; a uno de los cuales le encomendáis guerras, y a otro amor y deseo apasionado. Mi oponente dice que Marte tiene poder sobre las guerras, ya sea para sofocar las que están furiosas, o para reavivarlas cuando se interrumpen y encenderlas en tiempo de paz. Porque si él afirma la locura de la guerra, ¿por qué las guerras se desatan todos los días? Pero si él es su autor, entonces diremos que el dios, para satisfacer su propia inclinación, involucra al mundo entero en la lucha, siembra las semillas de la discordia y la discordia entre pueblos lejanos, reúne a tantos miles de hombres de diferentes partes y rápidamente llena el campo de cadáveres; hace correr sangre por los ríos, barre los imperios más firmemente fundados, reduce a polvo las ciudades, despoja a los libres de su libertad y los hace esclavos; se regocija en las luchas civiles, en la muerte sangrienta de los hermanos que mueren en el conflicto y, en fin, en la terrible y mortífera contienda de los hijos con sus padres.

XXVII

Podemos aplicar este mismo argumento a Venus de la misma manera. Pues si, como sostienes y crees, ella llena las mentes de los hombres con pensamientos lujuriosos, debe sostenerse en consecuencia que cualquier desgracia y fechoría que surja de tal locura debe atribuirse a la instigación de Venus. ¿Es, entonces, bajo la compulsión de la diosa que incluso los nobles con demasiada frecuencia traicionan su propia reputación en manos de prostitutas sin valor? ¿Es que los sólidos vínculos del matrimonio se rompen? ¿Es que las relaciones cercanas arden con lujuria incestuosa ? ¿Es que las madres se encienden locamente sus pasiones hacia sus hijos? ¿Es que los padres vuelven hacia sí los deseos de sus hijas? ¿Es que los ancianos, avergonzando sus cabellos grises, suspiran con el ardor de la juventud por la satisfacción de los deseos sucios? ¿Es que los hombres sabios y valientes, perdiendo en la afeminación la fuerza de su hombría, desatienden las órdenes de la constancia? ¿Es que la soga se retuerce alrededor de sus cuellos? ¿Que se encienden piras ardientes y que en distintos lugares los hombres, saltando voluntariamente, se arrojan de cabeza desde precipicios muy altos y enormes?

XXVIII

¿Puede alguien, que haya aceptado los primeros principios de la razón, ser capaz de deshonrar la inmutable naturaleza de la Deidad con una moral tan vil? ¿Atribuir a los dioses una naturaleza como la que la bondad humana ha apaciguado y moderado con frecuencia en las bestias del campo? ¿Cómo, pregunto, puede decirse que los dioses están lejos de todo sentimiento de pasión? ¿Que son gentiles, amantes de la paz, mansos? ¿Que en la plenitud de su excelencia alcanzan la cima de la perfección y también la más alta sabiduría? O ¿por qué debemos pedirles que nos alejen de las desgracias y las calamidades, si descubrimos que ellos mismos son los autores de todos los males que nos acosan diariamente? Llámennos impíos tanto como quieran, despreciadores de la religión o ateos, nunca nos harán creer en dioses del amor y de la guerra , que hay dioses para sembrar discordia y perturbar el espíritu con los aguijones de las furias. Porque o bien son dioses en verdad, y no hacen lo que has contado; o bien, si hacen lo que dices, sin duda no son dioses en absoluto.

XXIX

Todavía podríamos recibir de vosotros estos pensamientos, llenos de perversas falsedades, si no fuera porque vosotros mismos, al exponer tantas cosas sobre los dioses tan contradictorias y mutuamente destructivas, nos obligáis a no aceptar. Pues cuando os esforzáis individualmente por superaros mutuamente en reputación de conocimientos más recónditos, derribáis a los mismos dioses en los que creéis y los sustituís por otros que evidentemente no existen ; y diferentes hombres dan opiniones diferentes sobre los mismos temas, y escribís que son infinitos los que siempre han recibido el consentimiento general como personas individuales. Comencemos, pues, con el padre Jano, a quien algunos de vosotros habéis declarado que es el mundo, otros el año, algunos el sol. Pero si creemos que esto es verdad, se sigue como consecuencia que debe entenderse que nunca existió Jano, quien, según dicen, habiendo nacido de Celo y Hécate, reinó primero en Italia, fundó la ciudad del Janículo, fue el padre de Fortes, el yerno de Vulturno, el esposo de Juturna; y con esto borras el nombre del dios al que en todas las oraciones le das el primer lugar, y que crees que te procurará una audiencia de los dioses. Pero, además, si Jano es el año, tampoco puede ser un dios. Porque, ¿quién no sabe que el año es un espacio fijo de tiempo y que no hay nada divino en lo que se forma por la duración de los meses y el transcurso de los días? Ahora bien, este mismo argumento puede, de manera similar, aplicarse a Saturno. Porque si con este título se entiende el tiempo, como piensan los expositores de las ideas griegas, de modo que se considere a Cronos, que es chronos, no existe tal deidad como Saturno. ¿Quién, en efecto, sería tan insensato como para afirmar que el tiempo es un dios, cuando no es más que un cierto espacio medido en la interminable sucesión de la eternidad? De este modo, también se eliminaría del rango de los inmortales a aquella deidad que los hombres de la antigüedad declararon y transmitieron a su posteridad como nacida del padre Coelo, el progenitor de los dii magni (lit. dioses mayores), el plantador de la vid, el portador de la podadera.

XXX

¿Qué diremos del propio Júpiter, a quien los sabios han afirmado repetidamente que es el sol, que conduce un carro alado, seguido por una multitud de deidades, algunas de las cuales, el éter, que arde con poderosas llamas y consume fuego que no se puede apagar? Ahora bien, si esto es claro y cierto, entonces, según tú, no existe ningún Júpiter en absoluto; el cual, nacido de Saturno su padre y de Ops su madre, se dice que se ocultó en territorio cretense para poder escapar de la ira de su padre. Pero ahora bien, ¿acaso un modo de pensar similar no elimina a Juno de la lista de dioses? Pues si ella es el aire, como has estado bromeando y diciendo repitiendo en orden inverso las sílabas del nombre griego, no se encontrará ninguna hermana y esposa del todopoderoso Júpiter, ni Fluonia, ni Pomona, ni Osipagina, ni Februtis, Populonia, Cinxia, Caprotina; y así, la invención de ese nombre, difundida con una creencia frecuente pero vana, resultará completamente inútil.

XXXI

Aristóteles, hombre de gran inteligencia y distinguido por su erudición, como dice Granio, demuestra con argumentos plausibles que Minerva es la luna y lo prueba con la autoridad de los sabios. Otros han dicho que esta misma diosa es la profundidad del éter y la máxima altura; algunos han sostenido que es la memoria, de donde proviene incluso su nombre, Minerva, como si fuera una diosa de la memoria. Pero si esto se cree, se sigue que no hay hija de Mens, ni hija de Victoria, ni descubridor del olivo, nacido de la cabeza de Júpiter, ni diosa experta en el conocimiento de las artes y en diferentes ramas del saber. Neptuno, dicen, recibió su nombre y título porque cubre la tierra con agua. Entonces, si por el uso de este nombre se entiende el agua esparcida, no hay dios Neptuno en absoluto; y así es apartado y alejado de nosotros, el hermano pleno de Plutón y Júpiter, armado con el tridente de hierro, señor de los peces, grandes y pequeños, rey de las profundidades del mar, y sacudidor de la tierra temblorosa.

XXXII

También se ha nombrado a Mercurio como si fuera una especie de intermediario; y como la conversación se desarrolla entre dos hablantes y se intercambia entre ellos, se ha producido lo que se expresa con este nombre. Si esto es así, Mercurio no es el nombre de un dios, sino el de una palabra y de un discurso intercambiados por dos personas; y de esta manera se borra y aniquila al célebre cilenio portador del caduceo, nacido en la fría cima de la montaña, inventor de palabras y nombres, el dios que preside los mercados, el intercambio de bienes y las relaciones comerciales. Algunos de vosotros habéis dicho que la tierra es la gran Madre, porque proporciona alimento a todos los seres vivos; otros declaran que la misma tierra es Ceres, porque produce cosechas de frutos útiles; mientras que algunos sostienen que es Vesta, porque es la única en el universo que está en reposo, mientras que sus otros miembros, por su constitución, están siempre en movimiento. Ahora bien, si esto se propone y se mantiene sobre bases seguras, de la misma manera, según tu interpretación, no existen tres deidades: ni Ceres ni Vesta deben contarse en el número de los dioses; ni, en fin, ni la madre de los dioses, a quien Nigidio cree que estuvo casada con Saturno, puede ser declarada correctamente diosa, si de hecho todos estos son nombres de la única tierra, y solo ella es significada por estos títulos.

XXXIII

Para no caer en la prolijidad, dejamos aquí de lado a Vulcano, al que todos vosotros, con una sola voz, declaráis ser el fuego. Pasamos por alto a Venus, llamada así porque la lujuria acosa a todos, y a Proserpina, llamada así porque las plantas van abriéndose paso poco a poco hacia la luz; en estas dos deidades suprimís a su vez tres. La primera es el nombre de un elemento y no significa una fuerza viviente; la segunda, el de un deseo común a todos los seres vivos; mientras que la tercera se refiere a las semillas que surgen de la tierra y a los movimientos ascendentes de las cosechas en crecimiento. ¡Cómo! Cuando sostenéis que Baco, Apolo y el sol son una sola deidad, aumentada en número por el uso de tres nombres, ¿no se reduce el número de los dioses y se desmorona su alardeada reputación por vuestras opiniones? Pues si es verdad que el sol es también Baco y Apolo, en consecuencia no puede haber en el universo Apolo ni Baco; y así, por vosotros mismos, el hijo de Sémele y el dios pitio (Apolo) son borrachos y dejados de lado: uno, el dador de alegría ebria, el otro, el destructor de los ratones de Esmintia.

XXXIV

Algunos de vuestros sabios, que no hablan sólo porque les gusta el humor, sostienen que Diana, Ceres y la luna no son más que una única deidad unida en tres partes, y que no hay tres personas distintas, como hay tres nombres diferentes, y que en todos ellos se invoca a la luna y que los demás son una serie de apellidos añadidos a su nombre. Pero si esto es cierto, si esto es cierto y los hechos del caso lo demuestran, de nuevo Ceres es sólo un nombre vacío y Diana; y así la discusión llega a este punto: nos inducís y aconsejáis creer que aquella a quien afirmáis que es la descubridora de los frutos de la tierra no existe, y que Apolo se ha visto privado de su hermana, a la que un día el cazador cornudo miró mientras se lavaba las impurezas de sus miembros en un estanque y pagó el precio de su curiosidad.

XXXV

Los hombres dignos de ser recordados en el estudio de la filosofía, que han sido elevados por tus alabanzas a su más alto lugar, declaran, con encomiable seriedad, como su conclusión, que toda la masa del mundo, por cuyos pliegues todos estamos rodeados, cubiertos y sostenidos, es un animal dotado de sabiduría y razón. Pero si esta opinión es verdadera, segura y cierta, también dejarán de ser dioses inmediatamente aquellos que tú erigiste hace poco en sus partes sin cambiar de nombre. Porque así como un hombre, mientras su cuerpo permanece entero, no puede dividirse en muchos hombres; ni muchos hombres, mientras continúan siendo distintos y separados entre sí, pueden fundirse en un individuo sensible; así, si el mundo es un solo animal, y se mueve por el impulso de una mente, tampoco puede dispersarse en varias deidades; ni, si los dioses son partes de él, pueden reunirse y transformarse en una criatura viviente, con unidad de sentimiento en todas sus partes. La luna, el sol, la tierra, el éter, las estrellas, son miembros y partes del mundo; pero si son partes y miembros, ciertamente no son criaturas vivientes; porque en ninguna cosa pueden las partes ser lo mismo que el todo es, o pensar y sentir por sí mismas, porque esto no puede efectuarse por sus propias acciones, sin la participación de la criatura entera. Y una vez establecido y establecido esto, todo el asunto vuelve a esto, ni el sol, ni la luna, ni el éter, Tello y el resto, son dioses. Porque son partes del mundo, no nombres propios de deidades; y así se produce que, al perturbar y confundir todas las cosas divinas, el mundo se establece como el único dios en el universo, mientras que todo el resto se descarta, y esto como si hubiera sido establecido en vano, inútilmente y sin ninguna realidad.

XXXVI

Si quisiéramos subvertir la creencia en vuestros dioses de tantas maneras y con tantos argumentos, nadie dudaría de que, locos de rabia y furia, pediríais para nosotros la hoguera, las bestias y las espadas, con las demás clases de tormentos con las que habitualmente apaciguáis vuestra sed en su intenso anhelo de nuestra sangre. Pero mientras vosotros mismos desecháis casi toda la raza de las deidades con una pretensión de astucia y sabiduría, no dudáis en afirmar que, por nuestra causa, los hombres sufren males a manos de los dioses; aunque, en realidad, si es cierto que existen en alguna parte y arden de ira y rabia, no puede haber mejor razón para que se enojen con vosotros que el hecho de que neguéis su existencia y digáis que no se encuentran en ninguna parte del universo.

XXXVII

Mnaseas nos dice que las musas son hijas de Tello y Coelo; otros afirman que son hijas de Júpiter y de su esposa Mens; algunos dicen que eran vírgenes, otros que eran matronas. Ahora queremos tocar brevemente los puntos en los que se os muestra, a partir de la diferencia de vuestras opiniones, que hacéis afirmaciones diferentes sobre la misma cosa. Éforo, entonces, dice que son tres en número. Mnaseas, a quien hemos mencionado, que son cuatro. Mirtilo propone siete. Crates afirma que son ocho. Finalmente Hesíodo, enriqueciendo el cielo y las estrellas con dioses, propone nueve nombres. Si no nos equivocamos, esta falta de acuerdo es característica de quienes ignoran por completo la verdad y no surge del estado real de las cosas, pues si se conociera claramente su número, la voz de todos sería la misma y el acuerdo de todos tendería y resultaría en la misma conclusión.

XXXVIII

¿Cómo, pues, podéis dar a la religión todo su poder, si encubrís el error de los dioses mismos? ¿O nos convocáis a su solemne culto, mientras que no nos dais ninguna información concreta sobre cómo concebir a las deidades mismas? Pues, para no hacer caso de los otros autores, o bien el primero suprime y destruye seis musas divinas, si es que son nueve, o bien el último añade seis que no existen a las tres que realmente existen, de modo que no se puede saber ni entender qué hay que añadir o quitar, y en la celebración de los ritos religiosos corremos el peligro de adorar lo que no existe o de pasar por alto lo que, tal vez, exista. Pisón cree que los novensiles son nueve dioses, erigidos entre los sabinos en Trebia. Granio cree que son las musas, con lo que está de acuerdo con Elio. Varrón enseña que son nueve, porque, en cualquier acción, ese número siempre se considera el más poderoso y el mayor. Cornificio, que velan por la renovación de las cosas, porque, por su cuidado, todas las cosas se renuevan de nuevo en fuerza y perduran. Manilio, que son los nueve dioses a quienes solo Júpiter dio poder para manejar su trueno. Cincio declara que son deidades traídas de fuera, llamadas así por su misma novedad, porque los romanos tenían la costumbre de introducir a veces individualmente en sus familias los ritos de las ciudades conquistadas, mientras que algunos los consagraban públicamente. Y para que, por su gran número, o por ignorancia, no se pasara por alto a ningún dios, todos eran invocados por igual breve y compendiosamente bajo un solo nombre: novensiles.

XXXIX

Hay quienes afirman que con este nombre se designa a los que de hombres se hicieron dioses, como Hércules, Rómulo, Eculapio, Líber, Eneas. Todos ellos, como es evidente, son opiniones diferentes, y no puede ser, por la naturaleza de las cosas, que los que difieren en opinión puedan ser considerados maestros de una sola verdad. Pues si la opinión de Pisón es verdadera, Elio y Granio dicen lo que es falso; si lo que dicen es cierto, Varrón, con toda su habilidad, se equivoca, sustituyendo las cosas más frívolas y vanas por las que realmente existen. Si se les llama novensiles porque son nueve, se muestra que Cornificio tropieza, quien, al darles un poder y una fuerza que no son los suyos, los convierte en los supervisores divinos de la renovación. Pero si Cornificio tiene razón en su creencia, se demuestra que Cincio no es sabio, quien relaciona con el poder de los dii novensiles a los dioses de las ciudades conquistadas. Pero si son los que Cincio afirma que son, se encontrará que Manilio dice mentiras, pues entiende por tal a los que ejercen el trueno de otro. Pero si lo que dice Manilio es cierto y cierto, se equivocan por completo quienes suponen que los elevados a los honores divinos y los mortales deificados reciben ese nombre por la novedad de su rango. Pero si los novensiles son aquellos que han merecido ser elevados a las estrellas después de pasar por la vida de los hombres, no hay ningún novensiles en absoluto. Pues, como esclavos, soldados, amos, no son nombres de personas comprendidas bajo ellos, sino de oficiales, grados y deberes, así también, cuando decimos que novensiles es el nombre de dioses que por sus virtudes se han convertido en dioses de ser hombres, es claro y evidente que no se señala a ninguna persona en particular, sino que la novedad misma se nombra con el título de novensiles.

XL

Nigidio enseñó que los penates eran Neptuno y Apolo, quienes, en un tiempo, en términos fijos, rodearon a Ilión con murallas. Él mismo, a su vez, en su libro decimosexto, siguiendo la enseñanza etrusca, muestra que hay cuatro clases de penates; y que uno de ellos pertenece a Júpiter, otro a Neptuno, el tercero a las sombras inferiores, el cuarto a los hombres mortales, haciendo una afirmación ininteligible. El propio Cesio, también siguiendo esta enseñanza, piensa que son Fortuna y Ceres, el genio Jovialis y Pales, pero no la deidad femenina comúnmente aceptada, sino algún asistente masculino y administrador de Júpiter. Varrón piensa que son los dioses de los que hablamos que están dentro y en los rincones más recónditos del cielo, y que no se conocen ni su número ni sus nombres. Los etruscos dicen que estos son los consentes y los cómplices, y los nombran así porque surgen y caen juntos, seis de ellos son hombres y otros tantos son mujeres, con nombres desconocidos y disposiciones despiadadas, pero son considerados los consejeros y príncipes de Júpiter supremo. Hubo también quienes dijeron que Júpiter, Juno y Minerva eran los penates, sin los cuales no podemos vivir ni ser sabios, y por los cuales somos gobernados internamente en la razón, la pasión y el pensamiento. Como ves, incluso aquí, nada se dice con armonía, nada se establece con el consentimiento de todos, ni hay nada confiable en lo que la mente pueda apoyarse, acercándose por conjeturas muy cerca de la verdad. Porque sus opiniones son tan dudosas, y una suposición tan desacreditada por otra, que o bien no hay verdad en todas ellas, o si es expresada por alguien, no es reconocida entre tantas afirmaciones diferentes.

XLI

Si se considera oportuno, podemos hablar brevemente de los lares, a quienes la mayoría considera dioses de las calles y los caminos, porque los griegos llaman a las calles laurae. En diferentes partes de sus escritos, Nigidio habla de ellos, ya como guardianes de casas y viviendas; ya como los curetes, de quienes se dice que en otro tiempo ocultaron, con el sonido de los címbalos, los gritos infantiles de Júpiter; ya como los cinco digiti samothracii, que, según nos dicen los griegos, se llamaban idoei dactili. Varrón, con la misma vacilación, dice en una ocasión que son los manes, y por eso la madre de los lares se llamó Mania; en otra ocasión, de nuevo, sostiene que son dioses del aire y se los llama héroes; en otra, siguiendo la opinión de los antiguos, dice que los lares son fantasmas, como una especie de demonio tutelar, espíritus de hombres muertos.

XLII

Es una tarea enorme e interminable examinar cada especie por separado y demostrar, incluso a partir de vuestros libros religiosos, que no creéis ni creéis que exista ningún dios sobre el que no hayáis presentado afirmaciones dudosas e incoherentes, expresando mil creencias diferentes. Pero, para ser breve y evitar la prolijidad, basta con haber dicho lo que se ha dicho. Además, es demasiado problemático reunir muchas cosas en una sola, ya que se hace manifiesto y evidente de diferentes maneras que vaciláis y no decís nada con certeza sobre las cosas que afirmáis. Pero tal vez digáis: Aunque no tengamos conocimiento personal de los lares, novensiles y penates, aun así, el mismo acuerdo de nuestros autores prueba su existencia y que tal raza ocupa el lugar de los dioses celestiales. ¿Y cómo se puede saber si existe algún dios, si se desconoce por completo lo que es? ¿O de qué sirve incluso pedir beneficios, si no se establece y determina a quién se debe invocar en cada investigación? Porque todo aquel que busca obtener respuesta de alguna deidad, necesariamente debe saber a quién suplica, a quién invoca, a quién pide ayuda para los asuntos y ocasiones de la vida humana; especialmente cuando vosotros mismos declaráis que no todos los dioses tienen todo el poder, y que la ira y el enojo de cada uno se apaciguan con diferentes ritos.

XLIII

Si esta deidad exige un negro y otra un blanco; si hay que ofrecer sacrificios a uno con velo y a otro con la cabeza descubierta; a uno se le consulta sobre matrimonios y al otro se alivian las aflicciones, ¿no puede tener alguna importancia que uno u otro sean novensills, ya que la ignorancia de los hechos y la confusión de las personas desagradan a los dioses y conducen necesariamente a la contracción de la culpa? Pues supongamos que yo mismo, para evitar algún inconveniente y peligro, hago súplicas a cualquiera de estas deidades, diciendo: Estén presentes, estén cerca, divinos penates, tú Apolo y tú, oh Neptuno, y con tu divina clemencia aleja todos estos males que me molestan, me preocupan y me atormentan. ¿Habrá alguna esperanza de recibir ayuda de ellos, si Ceres, Pales, Fortuna o el genio Jovialis, no Neptuno y Apolo, son los penates? O si yo invocara a los curetes en lugar de los lares, a quienes algunos de vuestros escritores sostienen que son los digiti samothracii, ¿cómo podría gozar de su ayuda y favor, si no les he dado sus propios nombres y he dado a los otros nombres que no son los suyos? Así pues, nuestro interés exige que conozcamos correctamente a los dioses y no dudemos ni dudemos del poder ni del nombre de cada uno, no sea que, si se los invoca con ritos y títulos que no son los suyos, se cierren de inmediato sus oídos a nuestras oraciones y nos hagan envolver en una culpa que no puede ser perdonada.

XLIV

Si estáis seguros de que en los altos palacios del cielo habitan las numerosas deidades que decís, debéis basaros en una sola proposición y no destruir, divididos por opiniones diferentes e incoherentes, la creencia en las mismas cosas que queréis establecer. Si hay un Jano, que sea Jano; si hay un Baco, que sea Baco; si hay un Sumano, que sea Sumano; porque esto es confiar, esto es sostener, estar establecido en el conocimiento de algo comprobado, no decir, a la manera de los ciegos y errantes, que las novensiles son las musas, en verdad son los dioses trebianos, más aún, su número es nueve (o mejor dicho, son los protectores de las ciudades que han sido derribadas); y poner en peligro asuntos tan importantes que, aunque se eliminen algunos y se pongan otros en su lugar, bien puede dudarse de todos ellos si es que existen en algún lugar.