ARNOBIO DE SICCA
Apología
LIBRO VI
I
Habiendo mostrado brevemente cuán impías e infames son las opiniones que habéis formado sobre vuestros dioses, tenemos ahora que hablar de sus templos, sus imágenes también, y sacrificios, y de las otras cosas que están clavadas y estrechamente relacionadas con ellos. Porque aquí tenéis la costumbre de echar sobre nosotros una acusación muy grave de impiedad porque no construimos templos para las ceremonias de adoración, no erigimos estatuas e imágenes de ningún dios, no construimos altares, no ofrecemos la sangre de criaturas muertas en sacrificios, incienso, ni comida sacrificial y, finalmente, no traemos vino que fluye en libaciones de cuencos sagrados; lo cual, en verdad, descuidamos construir y hacer, no porque albergemos disposiciones impías y malvadas, o hayamos concebido algún sentimiento locamente desesperado de desprecio por los dioses, sino porque pensamos y creemos que ellos (si sólo son dioses verdaderos, y son llamados por este nombre exaltado) o bien desprecian tales honores, si ceden al desprecio, o bien los soportan con ira, si son provocados por sentimientos de rabia.
II
Para que sepáis cuáles son nuestros sentimientos y opiniones sobre esa raza, pensamos que ellos (si sólo son verdaderos dioses, para que se os pueda decir lo mismo hasta que os canséis de oírlo) deberían tener todas las virtudes en perfección, deberían ser sabios, rectos, venerables (si sólo no es un crimen que les amontonemos honores humanos), fuertes en excelencias dentro de sí mismos, y no deberían entregarse a apoyos externos, porque la integridad de su ininterrumpida felicidad se ha hecho perfecta; deberían estar libres de todas las pasiones agitadoras y perturbadoras; no deberían arder de ira, no deberían ser excitados por ningún deseo; no deberían enviar desgracias a nadie, no deberían encontrar un placer cruel en los males de los hombres; no deberían aterrorizar con portentos, no deberían mostrar prodigios para causar miedo; no deberían hacer responsables a los hombres ni hacerlos pasibles de ser castigados por los votos que deben, ni exigir sacrificios expiatorios con presagios amenazadores. No deben provocar pestes y enfermedades corrompiendo el aire, no deben quemar los frutos con sequías, no deben tomar parte en las matanzas de las guerras y la devastación de las ciudades, no deben desear el mal a uno y ser favorables al éxito de otro, sino que, como corresponde a los grandes espíritus, deben pesar todo en una balanza justa y mostrar bondad a todos con imparcialidad. Porque es propio de una raza mortal y de la debilidad humana obrar de otro modo, y las máximas y declaraciones de los sabios establecen claramente que quienes son tocados por la pasión viven una vida de sufrimiento y se debilitan por el dolor, y que no puede ser que no sea así que quienes se han entregado a sentimientos inquietantes estén sujetos a las leyes de la mortalidad. Ahora bien, siendo esto así, ¿cómo se puede suponer que despreciamos a los dioses, que decimos que no son dioses y no pueden relacionarse con los poderes del cielo, a menos que sean justos y dignos de la admiración que suscitan los grandes espíritus?
III
Según se nos dice, no les construimos templos ni adoramos sus imágenes, no sacrificamos víctimas, no ofrecemos incienso ni libaciones de vino. ¿Y qué mayor honor o dignidad podemos atribuirles que ponerlos en la misma posición que al Jefe y Señor del universo, a quien los dioses deben en común con nosotros el tener conciencia de que existen y tienen un ser vivo? Pues ¿ lo honramos con santuarios y construyendo templos? ¿Inmolamos víctimas en su honor? ¿Le damos las demás cosas, si tomarlas y derramarlas en libaciones no demuestra un cuidadoso respeto por la razón, sino una práctica mantenida meramente por la costumbre? Pues es una completa locura medir las mayores fuerzas según las propias necesidades y dar las cosas útiles a los dioses que dan todas las cosas, y pensar que esto es un honor, no un insulto. ¿Para qué servicio a los dioses o para qué necesidad decís que se han construido templos y pensáis que se deben construir de nuevo? ¿Resienten el frío del invierno o los abrasan los soles del verano? ¿Los cubren las tormentas de lluvia o los sacuden los torbellinos? ¿Corren peligro de ser atacados por enemigos o por fieras furiosas, de modo que es justo y conveniente encerrarlos en lugares seguros o protegerlos con una muralla de piedras? ¿Qué son estos templos? Si preguntáis por la debilidad humana, algo vasto y espacioso; si consideráis el poder de los dioses, pequeñas cuevas, por así decirlo, e incluso, para decirlo con más verdad, cavernas muy estrechas, diseñadas y diseñadas con un triste criterio. Ahora bien, si preguntas quién fue el primer fundador y constructor de estos templos, te mencionarán a Foroneo o al egipcio Merops o, como relata Varrón en su tratado De Admirandis, a Éaco, hijo de Júpiter. Aunque estos templos estén construidos con montones de mármol o resplandezcan con techos calados de oro, aunque brillen piedras preciosas y reluzcan como estrellas dispuestas a intervalos variables, todos estos objetos están hechos de tierra y de los residuos más bajos de materias aún más bajas. Porque ni siquiera, si los valoras más, se puede creer que los dioses se complacen en ellos o que no se niegan y desdeñan encerrarse y confinarse dentro de estas barreras. Éste, dice mi oponente, es el templo de Marte, éste el de Juno y de Venus, éste el de Venus, de Hércules, de Apolo, de Dis. ¿Qué es esto sino decir que ésta es la casa de Marte, ésta de Juno y Venus, que Apolo habita aquí, en ésta mora Hércules, en aquella Sumano? ¿No es, pues, la mayor afrenta retener a los dioses en moradas, darles pequeñas chozas, construir lugares cerrados y celdas, y pensar que les son necesarias las cosas que necesitan los hombres, los gatos, las hormigas y los lagartos, los temblorosos, los tímidos y los pequeños ratones?
IV
Dice mi adversario que no es por eso que se les asignan templos a los dioses, como si quisiéramos protegerlos de las tormentas de lluvia, vientos, lluvias o rayos del sol, sino para poder verlos en persona y de cerca, acercarnos a ellos y hablarles, y comunicarles, cuando estén presentes, las expresiones de nuestros sentimientos reverentes. Porque si se los invoca bajo el cielo abierto y el dosel del éter, supongo que no oyen nada; y si no se les dirigen oraciones cerca, permanecerán sordos e inmóviles como si nada se dijera. Y sin embargo, creemos que cualquier dios, sea cual sea, si solo tuviera el poder de este nombre, debería escuchar lo que todos dicen desde todas las partes del mundo, exactamente como si estuvieran presentes; más aún, debería prever, sin esperar que se le diga, lo que cada uno concibe en sus pensamientos secretos y silenciosos. Y así como las estrellas, el sol y la luna, mientras vagan sobre la tierra, están siempre a la vista de todos los que los contemplan sin excepción, así también es conveniente que los oídos de los dioses no se cierren a ninguna lengua y estén siempre a su alcance, aunque las voces lleguen a ellos desde regiones muy distantes. Esto es lo que corresponde especialmente a los dioses: llenar todas las cosas con su poder, no estar parcialmente en cualquier lugar, sino en todas partes, no ir a cenar con los etíopes y regresar al cabo de doce días a sus propias moradas.
V
Si no es así, se pierde toda esperanza de ayuda y no se puede saber si los dioses os escuchan o no, si realizáis los ritos sagrados con las debidas ceremonias. Pues, para que quede claro, supongamos que hay un templo de alguna deidad en las Islas Canarias, otro de la misma deidad en la más remota Thyle, también entre los seres, entre los morenos garamantes y otros que no pueden conocerse entre sí por mares, montañas, bosques y los cuatro puntos cardinales del mundo. Si todos a la vez piden a la deidad con sacrificios lo que sus necesidades obligan a cada uno a pensar, ¿qué esperanza habrá para todos de obtener el beneficio, si el dios no oye el grito que se le envía por todas partes y si hay alguna distancia a la que no puedan llegar las palabras del suplicante de ayuda? En efecto, o bien no estará presente en ninguna parte, si a veces no está en ninguna parte, o bien estará sólo en un lugar, puesto que no puede prestar atención a todos y sin hacer distinciones. Y así sucede que, o bien el dios no ayuda en absoluto, si, estando ocupado en algo, no ha podido apresurarse a escuchar sus súplicas, o bien uno sólo se va con sus oraciones escuchadas, mientras que los demás no han hecho nada.
VI
¿Qué puedes decir sobre esto, que está atestiguado por los escritos de los autores, que muchos de estos templos que se han construido con cúpulas doradas y techos altos cubren huesos y cenizas, y son sepulcros de los muertos? ¿No es claro y manifiesto, o bien que adoráis a los muertos como dioses inmortales, o bien que se lanza una afrenta inexpiable contra las deidades, cuyos santuarios y templos se han construido sobre las tumbas de los muertos? Antíoco, en el libro IX de sus Historias, relata que Cécrope fue enterrado en el templo de Minerva, en Atenas; también se relata y declara que en el templo de la misma diosa, que está en la ciudadela de Larisa, fue enterrado Acrisio, y en el santuario de Polias, Erictonio; mientras que los hermanos Dairas e Immarnaco fueron enterrados en el recinto de Eleusin, que se encuentra cerca de la ciudad. ¿Qué dices de las hijas vírgenes de Coleo? ¿No se dice que están enterrados en el templo de Ceres en Eleusis? ¿ Y en el santuario de Diana, que se erigió en el templo de Apolo de Delos, no están enterrados Hiperoche y Laodice, que se dice que fueron traídos allí desde el país de los hiperbóreos? En la Didimaion de Mileto, Leandrio dice que Cleoco recibió los últimos honores del entierro. Zenón de Mindo relata abiertamente que el monumento de Leucofrine está en el santuario de Diana en Magesia. Bajo el altar de Apolo, que se ve en la ciudad de Telmeso, ¿no se declara invariablemente por escrito que yace enterrado el profeta Telmeso? Ptolomeo, el hijo de Agesarco, en el libro I de la Historia de Filópata que publicó, afirma, con autoridad literaria, que Ciniras, rey de Pafos, fue enterrado en el templo de Venus con toda su familia, es más, con todo su linaje. Sería una tarea interminable e ilimitada describir en qué santuarios se encuentran todos ellos en todo el mundo; ni es necesario un cuidado ansioso, aunque los egipcios fijaron una pena para cualquiera que hubiera revelado los lugares en los que Apis yacía escondido, así como aquellas poliandrias de Varro, con qué templos están cubiertos y qué masas pesadas han colocado sobre ellos.
VII
¿Por qué hablo de estas nimiedades? ¿Quién ignora que en el Capitolio del pueblo imperial se encuentra el sepulcro de Tolo Vulcentano? ¿Quién ignora que de debajo de sus cimientos se ha sacado rodando la cabeza de un hombre, enterrada hace poco tiempo, ya sola, sin las demás partes del cuerpo (algunos lo cuentan), ya con todos sus miembros? Si queréis que os lo expliquen con los testimonios de los autores, Samónico, Granio, Valeriano y Fabio os dirán de quién era hijo Aulo, de qué raza y nación, cómo el esclavo de su hermano le privó de la vida y de la luz, qué crimen cometió contra sus conciudadanos al no poder ser enterrado en su patria. También sabréis, aunque no quieran hacerlo público, qué se hizo con su cabeza cuando fue cortada, o en qué lugar fue encerrada y todo el asunto cuidadosamente ocultado, para que el presagio que los dioses habían atestiguado pudiera permanecer ininterrumpido, inalterable y seguro. Ahora bien, si bien era apropiado que esta historia fuera suprimida, ocultada y olvidada con el paso del tiempo, la composición del nombre la publicó y, mediante un testimonio del que no se pudo librar, hizo que permaneciera en las mentes de los hombres, junto con sus causas, mientras perduró; y el estado, que es el más grande de todos y adora a todas las deidades, no se avergonzó de dar un nombre al templo, bautizándolo con la cabeza de Olus Capitolium en lugar del nombre de Júpiter.
VIII
Hemos demostrado, pues, que los templos de los dioses inmortales se han erigido en vano o se han construido como consecuencia de opiniones insultantes que deshonraban a los dioses y menoscababan el poder que se creía que tenían en sus manos. Ahora tenemos que decir algo sobre las estatuas e imágenes que formáis con gran habilidad y cuidáis con religioso cuidado; si hay alguna credibilidad, no podemos decidir si lo hacéis con seriedad y con un propósito serio o si os entretenéis en sueños infantiles burlándoos de estas mismas cosas. Pues si estáis seguros de que los dioses que suponéis existen y que viven en las regiones más altas del cielo, ¿qué causa , qué razón hay para que construyáis esas imágenes, cuando tenéis seres verdaderos a los que podéis dirigir oraciones y a los que podéis pedir ayuda en circunstancias difíciles? Pero si, por el contrario, no creéis o, para hablar con moderación, dudáis, ¿qué razón hay, por favor, para crear y levantar imágenes de seres dudosos y para formar con vana imitación lo que no creéis que existe? ¿Acaso decís que bajo estas imágenes de deidades se os muestra su presencia, por así decirlo, y que, como no os ha sido dado ver a los dioses, se les adora de esta manera y se les pagan los deberes que se les deben? Quien dice y afirma esto no cree en la existencia de los dioses y queda demostrado que no cree en su propia religión, a quien es necesario ver lo que puede tener, no sea que lo que no se ve sea vana.
IX
Vosotros decís que los cristianos adoramos a los dioses por medio de imágenes. ¿Qué, pues? Sin ellas, ¿acaso los dioses no saben que se les adora y no piensan que vosotros les rendís honor? Por medio de caminos alternativos y de encargos a terceros, como se dice, reciben y aceptan vuestros servicios; y antes de que los que reciben ese servicio lo experimenten, ofrecéis sacrificios a las imágenes y, por así decirlo, les transmitís algunos restos a voluntad de otros. ¿Y qué mayor injusticia, mayor desgracia y mayor sufrimiento puede haber que reconocer a un dios y, sin embargo, suplicar a otro, esperar la ayuda de una deidad y rezar a una imagen sin sentir nada? ¿No es esto, os lo ruego, lo que dicen los proverbios populares: matar al herrero cuando se golpea al batanero y, cuando se pide consejo a un hombre, pedir a los asnos y a los cerdos su opinión sobre lo que se debe hacer?
X
¿De dónde sabéis si todas esas imágenes, que formáis y ponéis en el lugar de los dioses inmortales, reproducen y guardan semejanza con los dioses? Pues puede suceder que en el cielo uno tenga barba y que vosotros lo representéis con mejillas suaves; que otro sea de edad avanzada y al que deis la apariencia de un joven; que aquí sea rubio, de ojos azules, y en realidad los tenga grises; que tenga las fosas nasales dilatadas y que vosotros hagáis y forméis con una nariz alta. Pues no es justo llamar o nombrar a una imagen que no derive del rostro de los rasgos originales, que se pueden reconocer con claridad y certeza por cosas que son manifiestas. Pues mientras todos los hombres vemos que el sol es perfectamente redondo con nuestra vista, de lo cual no se puede dudar, le habéis dado los rasgos de un hombre y de cuerpos mortales. La luna está siempre en movimiento, y en su restauración cada mes se pone treinta caras: con vosotros, como líderes y diseñadores, que se representa como una mujer, y tiene un rostro, que pasa por mil estados diferentes, cambiando cada día. Entendemos que todos los vientos son sólo un flujo de aire impulsado e impelido de maneras mundanas en vuestras manos toman las formas de hombres llenando de aliento trompetas retorcidas por ráfagas de sus pechos. Entre las representaciones de vuestros dioses vemos que hay un rostro muy severo de un león untado con bermellón puro, y que se llama Frugifer. Si todas estas imágenes son semejanzas de los dioses de arriba, entonces debe decirse que habita en el cielo también un dios como la imagen que se ha hecho para representar su forma y apariencia; y, por supuesto, como aquí esa figura tuya, allí la deidad misma es una mera máscara y rostro, sin el resto del cuerpo, gruñendo con las mandíbulas abiertas de par en par, terrible, rojo como la sangre, agarrando una manzana con fuerza entre los dientes y, a veces, como hacen los perros cuando están cansados, sacando la lengua de su boca abierta. Pero si, en efecto, este no es el caso, como todos pensamos que no lo es, ¿qué sentido tiene, por favor, tanta audacia para crearte cualquier forma que te plazca y decir que es una imagen de un dios cuya existencia no puedes demostrar en absoluto?
XI
Os reís porque en la antigüedad los persas adoraban a los ríos, como se cuenta en los escritos que transmiten estas cosas a la memoria; los árabes a una piedra informe; los pueblos escitas a un sable; los tespios a una rama en lugar de Cinxia; los icarios a un tronco sin labrar en lugar de Diana; el pueblo de Pesino a un pedernal en lugar de la madre de los dioses; los romanos a una lanza en lugar de Marte, como indican las Musas de Varrón; y, antes de que conocieran el arte de la estatuaria, los samios a una tabla en lugar de Juno, como refiere Etio; y no os reís cuando, en lugar de los dioses inmortales, suplicáis a pequeñas imágenes de hombres y formas humanas; es más, suponéis incluso que estas pequeñas imágenes son dioses, y además de eso no creéis que nada tenga poder divino. ¡Qué decís, oh vosotros! ¿Tienen, pues, los dioses del cielo orejas, sienes, occipucio, columna vertebral, lomos, costados, jamones, nalgas, corvejones, tobillos y el resto de los demás miembros con que hemos sido formados, que también fueron mencionados en la primera parte de este libro un poco más extensamente y citados con mayor profusión de palabras? Ojalá fuera posible examinar los sentimientos y los rincones mismos de vuestra mente, en los que os movéis y entráis en las consideraciones más oscuras: descubriríamos que vosotros mismos sentís lo mismo que nosotros y no tenéis otras opiniones sobre la forma de las deidades. Pero ¿qué podemos hacer con los prejuicios obstinados? ¿Qué con los que nos amenazan con espadas e idean nuevos castigos contra nosotros? En vuestra rabia mantenéis una mala causa, y eso aunque sois perfectamente conscientes de ello; y lo que habéis hecho una vez sin razón, lo defendéis para que no parezca que alguna vez habéis estado en la ignorancia; y pensáis que es mejor no ser conquistado, que ceder e inclinarse ante la verdad reconocida.
XII
Por estas causas se ha seguido también, con vuestra connivencia, que la caprichosa fantasía de los artistas haya encontrado pleno campo para representar los cuerpos de los dioses y darles formas que hasta los más severos podrían reír. Así, Amón es representado y representado todavía hoy con cuernos de carnero; Saturno con su hoz torcida, como un guardián de los campos y podador de ramas demasiado frondosas; el hijo de Maya con un gorro de viaje de ala ancha, como si se dispusiera a emprender el camino y evitara los rayos del sol y el polvo; Líber con sus tiernos miembros y con un cuerpo de mujer perfectamente libre y fluido; Venus desnuda y sin ropa, como si dijeras que ella exhibe públicamente y vende a todos los que vienen la belleza de su cuerpo prostituido; Vulcano con su gorro y su martillo, pero con la mano derecha libre y con el vestido ceñido como un obrero que se prepara para su trabajo. El dios de Delos, con púa y lira, gesticulando como un tañedor de cítara o un actor a punto de cantar; el rey del mar con su tridente, como si tuviera que luchar en un combate de gladiadores; y no se puede encontrar ninguna figura de ninguna deidad que no tenga ciertas características otorgadas por la generosidad de sus creadores. Mira, si un rey ingenioso y astuto quitara al sol de su lugar ante la puerta y lo trasladara al de Mercurio, y de nuevo se llevara a Mercurio y lo hiciera emigrar al santuario del Sol (pues a ambos los has hecho imberbes y de rostros lisos) y le dieras a este los rayos de luz para colocarle un pequeño gorro en la cabeza al sol, ¿cómo serías capaz de distinguir entre ellos, si éste es el sol o aquel Mercurio, ya que el vestido, no el aspecto peculiar del rostro, suele indicarte a los dioses? Si, después de haberlos transportado de la misma manera, le quitara los cuernos de Iris a Júpiter desnudo y los colocara sobre los templos de Marte, y despojara a Marte de sus armas y, por otra parte, las colocara en Hamón, ¿qué diferencia podría haber entre ellos, ya que el que había sido Júpiter puede ser considerado también Marte y el que había sido mayors puede asumir la apariencia de Júpiter Hamón? Hasta tal punto hay desenfreno en la creación de esas imágenes y la consagración de nombres, como si fueran peculiares de ellos, ya que, si se les quita la vestimenta, se pone fin a los medios de reconocer a cada uno, se puede creer que Dios es Dios, puede parecer que uno es el otro, es más, ¡pueden considerarse ambos a la vez!
XIII
¿Por qué me río de las hoces y tridentes que se han dado a los dioses? ¿Por qué de los cuernos, martillos y gorros, cuando sé que ciertas imágenes tienen la forma de ciertos hombres y los rasgos de famosas cortesanas? ¿Quién no sabe que los atenienses formaron a Hermas a semejanza de Alcibíades? ¿Quién no sabe, si leyera de nuevo a Posidipo, que Praxíteles, haciendo gala de su máxima habilidad, modeló el rostro de la Venus de Cnidio siguiendo el modelo de la cortesana Gratina, a la que el desdichado hombre amaba desesperadamente? ¿Es ésta la única Venus a la que se le ha dado belleza tomada del rostro de una prostituta? Friné, la famosa nativa de Tespia, como cuentan los que han escrito sobre los asuntos de Tespia, cuando estaba en la cima de su belleza. Se dice que la belleza y el vigor juvenil han sido el modelo de todas las Venus que se tienen en estima, ya sea en las ciudades de Grecia o aquí, adonde ha llegado el anhelo y el deseo vehemente de tales figuras. Por lo tanto, todos los artistas que vivieron en ese tiempo, y a quienes la verdad dio la mayor capacidad para representar semejanzas, rivalizaron en transferir con todo esmero y celo el perfil de una prostituta a las imágenes de la Citerea. Los hermosos pensamientos de los artistas estaban llenos de fuego; y se esforzaban cada uno por superar al otro con rivalidad emuladora, no para que Venus se volviera más augusta, sino para que Friné pudiera representar a Venus. Y así se llegó a esto, que se ofrecieron honores sagrados a las cortesanas en lugar de a los dioses inmortales, y un sistema de culto desdichado fue extraviado por la fabricación de estatuas. El famoso y distinguido estatuillero Fidias, después de haber levantado con gran esfuerzo la figura de Júpiter Olímpico, inscribió en el dedo del dios Pantarces la palabra hermoso (éste era, además, el nombre de un muchacho al que amaba con lujuria), y no lo movió ningún temor ni ningún temor religioso a llamar al dios con el nombre de una prostituta, sino más bien a consagrar la divinidad y la imagen de Júpiter a un libertino. ¡Hasta tal punto hay libertinaje y sentimiento infantil en crear esas pequeñas imágenes, adorándolas como dioses, amontonando sobre ellas las virtudes divinas, cuando vemos que los mismos artistas se divierten en modelarlas y erigirlas como monumentos de sus propias lujurias! ¿Por qué, si se pregunta, Fidias vaciló en divertirse y ser libertino cuando sabía queque, poco antes, el mismo Júpiter que él había hecho era oro, piedras y marfil, informe, separado, confuso, y que era él mismo quien reunió todo esto y lo unió fuertemente, que su apariencia les había sido dada por él mismo en la imitación de miembros que había tallado; y, lo que es más que todo, que era su propio don gratuito, que Júpiter había sido producido y era adorado entre los hombres?
XIV
Quisiera pronunciar aquí, como si todas las naciones de la tierra estuvieran presentes, un solo discurso, y verter en los oídos de todas ellas palabras que deberían oírse en común: ¿Por qué, oh hombres, os expresáis vuestra voluntad de engañaros y de engañaros a vosotros mismos con vuestra ceguera voluntaria? Disipad ahora las tinieblas y, volviendo a la luz de la mente, observad más de cerca y ved qué es lo que está sucediendo, si tan sólo conserváis vuestro derecho y no estáis fuera del alcance de la razón y de la prudencia que se os ha dado. Esas imágenes que os llenan de terror y que adoráis postrados en el suelo en todos los templos, son huesos, piedras, bronce, plata, oro, arcilla, madera extraída de un árbol o cola mezclada con yeso. Después de haber sido amontonados, tal vez, de adornos de prostituta o de adornos de mujer, de huesos de camello o de dientes de bestias indias, de ollas y jarros pequeños, de candelabros y lámparas, o de otros recipientes menos limpios, y después de haber sido fundidos, se moldearon en estas formas y salieron en las formas que ves, cocidas en hornos de alfareros, producidas por yunques y martillos, raspadas con las herramientas del platero y limadas con limas comunes, hendidas y talladas con sierras, con barrenas, con hachas, excavadas y ahuecadas con el giro de barrenas y alisadas con cepillos. ¿No es esto, entonces, un error? ¿No es, para hablar con precisión, una locura creer en un dios que tú mismo has hecho con cuidado, arrodillarte temblando en súplica ante lo que ha sido formado por ti, y mientras sabes y estás seguro de que es el producto del trabajo de tus manos, postrarte sobre tu rostro, pedir ayuda suplicante y, en la adversidad y en tiempos de angustia, pedirle que te socorra con su favor divino y lleno de gracia?
XV
Si alguien os pusiera delante cobre en masa, sin formar ningún mundo artístico , masas de plata en bruto, oro sin forma, madera, piedras y huesos, con todos los demás materiales de los que suelen estar hechas las estatuas e imágenes de las deidades; más aún, si alguien os pusiera delante los rostros de dioses maltratados, imágenes fundidas y rotas, y os ordenara que matéis víctimas en pedazos y fragmentos, y que rindáis honores sagrados y divinos a masas sin forma, os pedimos que nos digáis si haríais esto o si os negaríais a obedecer. Quizá diréis: ¿Por qué? Porque no hay hombre tan estúpido y ciego que clasifique entre los dioses la plata, el cobre, el oro, el yeso, el marfil, la arcilla de alfarero, y diga que estas mismas cosas tienen y poseen en sí mismas el poder divino. ¿Qué razón hay, entonces, para que todos estos cuerpos carezcan del poder de la deidad y del rango de los celestiales si permanecen intactos y sin forjar, sino que se conviertan inmediatamente en dioses y sean clasificados y contados entre los habitantes del cielo si reciben las formas de los hombres, orejas, narices, mejillas, labios, ojos y cejas? ¿Acaso la forma añade algo nuevo a estos cuerpos, de modo que por esta adición te veas obligado a creer que algo divino y majestuoso se ha unido a ellos? ¿Convierte el cobre en oro u obliga a la cerámica sin valor a convertirse en plata? ¿Hace que las cosas que hace poco no sentían, vivan y respiren? Si tenían alguna propiedad natural antes, todas ellas las conservan cuando se acumulan en las formas corporales de las estatuas. ¡Qué estupidez es (pues me niego a llamarla ceguera) suponer que la naturaleza de las cosas cambia según el tipo de forma en que se las fuerza a adoptar, y que ésta recibe divinidad de la apariencia que se le da, cuando en su cuerpo original era inerte, irracional e inamovible por los sentimientos!
XVI
Vosotros, hombres, seres racionales y dotados del don de la sabiduría y de la discreción, sin tener en cuenta ni olvidar cuál es la sustancia y el origen de las imágenes, os hundís ante piezas de barro cocido, adoráis platos de cobre, mendigáis de los dientes de los elefantes salud, magistraturas, soberanías, poder, victorias, adquisiciones, ganancias, cosechas muy buenas y cosechas muy ricas; y, aunque es evidente que habláis a cosas insensatas, creéis que os escuchan y os ponéis en desgracia por vuestra propia voluntad, engañándoos a vosotros mismos de manera vana y crédula. ¡Oh, si pudierais entrar en alguna estatua! ¡Ojalá pudierais separar y descomponer en partes a esos Júpiter olímpico y capitolino, y contemplar todas esas partes solas y por sí mismas que forman el conjunto de sus cuerpos! Veréis en seguida que esos dioses vuestros, a los que la suavidad de su exterior da un aspecto majestuoso con su brillo seductor, no son más que un armazón de láminas flexibles, partículas informe unidas entre sí; que se les impide caer en la ruina y el temor a la destrucción mediante colas de milano, abrazaderas y tirantes; y que en medio de todos los huecos y en los puntos de unión se introduce plomo, lo que causa un retraso útil para su conservación. Veréis, digo, en seguida que tienen caras sin el resto de la cabeza, manos imperfectas sin brazos, vientres y costados divididos por la mitad, pies incompletos y, lo que es más ridículo, que han sido ensamblados sin uniformidad en la construcción de sus cuerpos, siendo en una parte de madera y en la otra de piedra. Ahora bien, si estas cosas no pudieran verse mediante la habilidad con la que se mantienen ocultas a la vista, al menos incluso las que están a la vista de todos deberían haberos enseñado y aleccionado que no estáis haciendo nada y que prestáis vuestros servicios en vano a cosas muertas. ¿No veis, en este caso, que estas imágenes, que parecen respirar, cuyos pies y rodillas tocáis y manipuláis cuando rezáis, a veces se desmoronan por la constante caída de la lluvia, a veces pierden la firme unión de sus partes por la descomposición y la putrefacción, cómo se ennegrecen, fumigadas y descoloridas por el vapor de los sacrificios y por el humo, cómo con el continuo descuido pierden su posición y apariencia, y se corroen por el óxido? En este caso, digo, ¿no veis que tritones, musarañas, ratones y cucarachas, que huyen de la luz, construyen sus nidos y viven bajo las partes huecas de estas estatuas?¿Que recogen con cuidado toda clase de suciedad y otras cosas adecuadas a sus necesidades, pan duro y medio roído, huesos arrastrados allí en vista de la probable escasez, trapos, plumón y trozos de papel para ablandar sus nidos y mantener calientes a sus crías? ¿No ves a veces sobre la cara de una imagen telarañas y redes traicioneras tejidas por arañas, para que puedan enredar en ellas a las moscas zumbadoras e imprudentes mientras vuelan? ¿No ves, finalmente, que las golondrinas llenas de suciedad, volando dentro de las cúpulas mismas de los templos, se revuelven y ensucian ora los rostros, ora las bocas de las deidades, las barbas, los ojos, las narices y todas las demás partes en las que caen sus excrementos? Sonrojaos, pues, aunque sea tarde, y aceptad los métodos y puntos de vista verdaderos de las criaturas mudas, y dejad que éstas os enseñen que no hay nada divino en las imágenes, en las que no temen ni tienen escrúpulos en arrojar cosas inmundas obedeciendo a las leyes de su ser y guiados por sus instintos infalibles.
XVII
Dice mi oponente que me equivoco, porque no considero que ni el cobre, ni el oro, ni la plata, ni esos otros materiales de los que se hacen las estatuas, sean en sí mismos dioses y deidades sagradas; sino que en ellos adoramos y veneramos a aquellos a quienes su dedicación como sagrados introduce y hace morar en estatuas hechas por artesanos. No es vicioso ni despreciable el razonamiento por el cual cualquiera, el torpe, y también el más inteligente, puede creer que los dioses, abandonando sus sedes propias (es decir, el cielo), no retroceden y evitan entrar en las moradas terrenas; más aún, que impulsados por el rito de la dedicación, se unen a las imágenes. ¿Entonces, tus dioses habitan en yeso y en figuras de barro? ¿No son, más bien, los dioses las mentes, espíritus y almas de figuras de barro y de yeso? Y para que las cosas más insignificantes puedan llegar a ser mayores, ¿se dejan encerrar, ocultar y confinar en una morada oscura? En primer lugar, queremos y pedimos que nos digas esto: ¿lo hacen contra su voluntad, es decir, entran en las imágenes como moradas, arrastrados hasta ellas por el rito de la dedicación, o están listos y dispuestos? ¿Y no los llamas por ninguna consideración de necesidad? ¿Lo hacen de mala gana? ¿Y cómo es posible que se les obligue a someterse a cualquier necesidad sin que se menoscabe su dignidad? ¿Con un asentimiento inmediato? ¿Y qué buscan los dioses en las figuras de barro para que prefieran estas cárceles a sus asientos estrellados, para que, habiéndoseles atado a ellas, ennoblezcan la cerámica y las demás sustancias de las que están hechas las imágenes?
XVIII
¿Qué, pues? ¿Los dioses permanecen siempre en tales cuerpos y no se van a ningún sitio, aunque los llamen los acontecimientos más importantes? ¿O tienen libertad de paso cuando quieren, para ir a cualquier parte y dejar sus propios asientos e imágenes? Si se ven obligados a permanecer, ¿qué puede ser más desdichado que si están sujetos de esta manera a sus pedestales con ganchos y ataduras de plomo? Pero si admitimos que prefieren estas imágenes al cielo y a los asientos estelares, han perdido su poder divino. Pero si, por el contrario, cuando quieren, vuelan y tienen plena libertad de dejar las estatuas vacías, las imágenes dejarán de ser dioses en algún momento y será dudoso cuándo se deban ofrecer sacrificios, cuándo es justo y apropiado no hacerlo. A menudo vemos que los artistas hacen estas imágenes unas veces pequeñas y las reducen al tamaño de la mano, otras las elevan a una altura inmensa y las construyen hasta un tamaño maravilloso. De esta manera, se sigue que debemos entender que los dioses se contraen en pequeñas estatuillas y se comprimen hasta convertirse en un cuerpo extraño; o también, que se extienden hasta una gran longitud y se extienden hasta la inmensidad en imágenes de gran volumen. Por lo tanto, si esto es así, también debería decirse que los dioses están sentados en las estatuas sentadas y de pie en las de pie, que corren en las que se extienden hacia adelante para correr, que lanzan dardos en las representadas como si las lanzaran, que se ajustan y se adaptan a sus rostros y se hacen como las otras características del cuerpo formado por el artista.
XIX
¿Los dioses habitan en imágenes, cada una completamente en una, o dividida en partes y en miembros? Pues no es posible que haya un dios a la vez en varias imágenes, ni que esté dividido en partes por ser cortado. Pues supongamos que hay diez mil imágenes de Vulcano en todo el mundo: ¿es posible, como dije, que a la vez haya una deidad en todas las diez mil? No lo creo. ¿Preguntas por qué? Porque las cosas que son naturalmente únicas y únicas no pueden convertirse en muchas mientras se mantenga la integridad de su simplicidad. Y tampoco pueden llegar a serlo si los dioses tienen formas de hombres, como declara tu creencia; pues o una mano separada de la cabeza, o un pie separado del cuerpo, no pueden manifestar la perfección del todo, o debe decirse que las partes pueden ser lo mismo que el todo, mientras que el todo no puede existir a menos que haya sido hecho reuniendo sus partes. Además, si se dice que en todas las estatuas está la misma deidad, se pierde toda razón y solidez para la verdad, si se supone que con un solo diezmo puede permanecer uno en todas ellas; o se debe decir que cada uno de los dioses se divide a sí mismo de sí mismo, de modo que es a la vez él mismo y otro, sin distinción alguna, sino que él mismo es el mismo que otro. Pero como la naturaleza rechaza, desdeña y desprecia esto, hay que decir y confesar que hay Vulcanos sin número, si decidimos que él existe y está en todas las imágenes; o no estará en ninguna, porque la naturaleza le impide dividirse entre varios.
XX
Si está claro para vosotros que los dioses viven y que los habitantes del cielo habitan en las partes interiores de las imágenes, ¿por qué las guardáis, protegéis y mantenéis encerradas bajo las llaves más fuertes y bajo cierres de gran tamaño, bajo barras de hierro, cerrojos y otras cosas similares, y las defendéis con mil hombres y mil mujeres para que las guarden, para que por casualidad no entre algún ladrón o salteador nocturno? ¿Por qué alimentáis a los perros en los capitolios? ¿Por qué dais de comer y alimentar a los gansos? Más bien, si estáis seguros de que los dioses están allí y de que no se apartan de sus figuras e imágenes a ningún lugar, dejad que ellos se cuiden a sí mismos, dejad que sus santuarios estén siempre abiertos y sin llave; y si alguien se lleva algo en secreto con un fraude temerario, dejad que muestren el poder de la divinidad y sometan a los ladrones sacrílegos a los castigos adecuados en el momento de su robo y mala acción. Porque es indecoroso y subversivo de su poder y majestad confiar la guarda de las deidades más altas al cuidado de los perros, y cuando se busca algún medio de asustar a los ladrones para mantenerlos alejados, no pedirlo a los mismos dioses, sino ponerlo y colocarlo en el cacareo de los gansos.
XXI
Dicen que Antíoco de Cícico tomó de su santuario una estatua de Júpiter hecha de oro de diez codos de altura y puso en su lugar otra hecha de cobre recubierta de delgadas láminas de oro. Si los dioses están presentes y habitan en sus propias imágenes, ¿en qué asuntos, en qué cuidados se había enredado Júpiter para que no pudiera castigar el agravio que se le había hecho y vengar su sustitución por un metal más vil? Cuando el célebre Dionisio (el más joven) despojó a Júpiter de su vestidura de oro y le puso en su lugar una de lana y, al burlarse de él con bromas, dijo que lo que le quitaba era frío en las heladas del invierno, que esto era cálido, que aquello era incómodo en verano, que esto, a su vez, era aireado en tiempo caluroso, ¿dónde estaba el rey del mundo que no demostrara su presencia con alguna acción terrible y llamara a la sobriedad al bufón jocoso con amargos tormentos? ¿Por qué he de decir que se burló de la dignidad de Esculapio? Pues cuando Dionisio le estaba quitando su barba, muy abundante y de gran espesor filosófico, dijo que no era justo que un hijo nacido de Apolo, un padre lampiño y sin barba, y muy parecido a un niño, tuviera una barba tal que no se supiera quién de ellos era el padre, cuál el hijo, o mejor dicho, si eran de la misma raza y familia. Ahora bien, cuando se estaban haciendo todas estas cosas y el ladrón hablaba con impía burla, si la deidad estaba oculta en la estatua consagrada a su nombre y majestad, ¿por qué no castigó con justa y merecida venganza la afrenta de despojarle de la barba y desfigurar su rostro, y con esto demostrar que él mismo estaba presente y que vigilaba sus templos e imágenes sin cesar?
XXII
Tal vez digas que los dioses no se preocupan por estas pérdidas y no creen que haya motivo suficiente para que vengan y castiguen a los ofensores por su impío sacrilegio. Entonces, si es así, tampoco quieren tener estas imágenes, que permiten que sean arrancadas y arrancadas con impunidad; más bien, nos dicen claramente que desprecian estas estatuas, en las que no se preocupan de mostrar que fueron despreciados, tomando venganza alguna. Filóstefano cuenta en su Cipriaca que Pigmalión, rey de Chipre, amó como mujer una imagen de Venus, que los chipriotas consideraban santa y venerable desde tiempos antiguos, porque su mente, espíritu, la luz de su razón y su juicio estaban oscurecidos. Y que, en su locura, como si estuviera tratando con su esposa, había elevado a la deidad a su lecho, para unirse con ella en abrazos y cara a cara, y hacer otras cosas vanas, llevado por una imaginación tontamente lujuriosa. Del mismo modo, Posidipo, en el libro que menciona haber sido escrito Sobre Cnido y sobre sus asuntos, cuenta que un joven, de noble nacimiento (pero oculta su nombre), llevado por el amor a la Venus por la que Cnido es famoso, se unió también en lujuria amorosa a la imagen de la misma deidad, se tendió en el lecho genial y disfrutó de los placeres que se siguen. De nuevo, preguntemos de la misma manera: Si los poderes de los dioses superiores se esconden en el cobre y en las otras sustancias de las que se han formado imágenes, ¿dónde estaban en el mundo una Venus y otra para alejar de ellos la lujuria lasciva de los jóvenes y castigar su contacto impío con terribles sufrimientos? O siendo las diosas gentiles y de disposiciones más tranquilas, ¿qué hubiera sido de ellas calmar las furiosas alegrías de los hombres desdichados y devolver sus mentes locas a la cordura?
XXIII
Tal vez, como dices, las diosas se complacían más en estos insultos lascivos y lujuriosos, y no pensaban que se debía tomar una acción que exigiera venganza, que apaciguaba sus mentes y que ellas sabían que era sugerida a los deseos humanos por ellas mismas. Pero si las diosas, las Venus, dotadas de disposiciones más bien tranquilas, consideraron que se debía mostrar favor a las desgracias de los jóvenes cegados, cuando las llamas voraces consumieron tantas veces el Capitolio y destruyeron al mismo Júpiter Capitolino con su esposa y su hija, ¿dónde estaba el Tronador en ese momento para evitar ese fuego calamitoso y preservar de la destrucción sus bienes, a él mismo y a toda su familia ? ¿Dónde estaba la reina Juno cuando un violento incendio destruyó su famoso santuario y a su sacerdotisa Xrisis en Argos? ¿Dónde el egipcio Serapis, cuando por una catástrofe similar su templo se derrumbó, ardiendo en cenizas, con todos los misterios, e Isis? ¿Dónde está Liber Eleuterio, cuando su templo cayó en Atenas? ¿Dónde está Diana, cuando el suyo cayó en Éfeso? ¿Dónde está Júpiter de Dodona, cuando el suyo cayó en Dodona? ¿Dónde está, en fin, el profético Apolo, cuando fue saqueado e incendiado por piratas y ladrones, de modo que de tantas libras de oro, que había acumulado durante siglos sin número, no tuvo ni un escrúpulo en mostrarlas ni siquiera a las golondrinas que se construían bajo sus cuevas, como dice Varrón en sus Saturae Menipeoe? Sería una tarea interminable escribir qué santuarios han sido destruidos en todo el mundo por terremotos y tempestades; qué han sido incendiados por enemigos, reyes y tiranos; qué han sido despojados por los mismos supervisores y sacerdotes, aunque hayan apartado de ellos las sospechas; en fin, qué han robado los ladrones y canachenos, abriéndolos, aunque fuera por medios desconocidos; los templos de los dioses, que, en efecto, permanecerían a salvo y no estarían expuestos a ningún infortunio si los dioses estuvieran presentes para defenderlos o tuvieran algún cuidado de sus templos, como se dice. Pero ahora, como están vacíos y no hay moradores que los protejan, la fortuna tiene poder sobre ellos y están expuestos a todos los accidentes, lo mismo que todas las demás cosas que no tienen vida.
XXIV
Los defensores de las imágenes suelen decir que los antiguos sabían bien que las imágenes no tienen naturaleza divina y que no tienen sentido, pero las formaron con provecho y sabiduría, por amor a la multitud ingobernable e ignorante, que es la mayoría en las naciones y en los estados, para que, al presentarse ante ellos una especie de apariencia de deidades, por temor a que se sacudieran su naturaleza grosera y, suponiendo que estaban actuando en presencia de los dioses, abandonaran sus acciones impías y, cambiando sus costumbres, aprendieran a comportarse como hombres; y que se buscaban para ellas formas augustas de oro y plata, sin otra razón que creer que en su esplendor residía algún poder que no sólo deslumbraba los ojos, sino que incluso infundía terror en el alma misma ante su majestuoso brillo resplandeciente. Ahora bien, esto quizá parezca dicho con alguna razón, si, después de que se fundaron los templos de los dioses y se erigieron sus imágenes, no hubo ningún malvado en el mundo, ninguna villanía en absoluto, si la justicia, la paz, la buena fe poseyeran los corazones de los hombres, y nadie en la tierra fuera llamado culpable o inocente, siendo todos ignorantes de las malas acciones. Pero ahora, cuando, por el contrario, todas las cosas están llenas de hombres malvados, el nombre de la inocencia casi ha perecido y a cada momento, a cada segundo, salen a la luz en miríadas acciones malas, hasta ahora inauditas, de la maldad de los malhechores, ¿cómo es correcto decir que se han erigido imágenes con el propósito de infundir terror en la multitud, mientras que, además de innumerables formas de crimen y maldad, vemos que incluso los templos mismos son atacados por tiranos, por reyes, por ladrones y por ladrones nocturnos, y que estos mismos dioses que la antigüedad creó y consagró para causar terror, son llevados a las cuevas de los ladrones, a pesar incluso del terrible esplendor del oro?
XXV
¿Qué grandeza hay, si se mira la verdad sin prejuicios, en estas imágenes de que hablan, para que los hombres de antaño tuvieran motivos para esperar y pensar que, al contemplarlas, los vicios de los hombres podrían ser dominados y sus costumbres y malos caminos puestos bajo control? Por ejemplo, la hoz de la siega, que fue asignada a Saturno, ¿era para inspirar temor a los mortales, para que estuvieran dispuestos a vivir en paz y a abandonar sus inclinaciones maliciosas? Jano, con su doble rostro, o esa llave con púas por la que se le ha distinguido; Júpiter, con capa y barba, y sosteniendo en su mano derecha un trozo de madera en forma de rayo; el cesto de Juno, o la doncella que se esconde bajo el casco de un soldado; la madre de los dioses, con su pandero; las Musas, con sus flautas y salterios; Mercurio, el matador alado de Argos; Esculapio, con su bastón; Ceres, con sus enormes pechos, o la copa balanceándose en la mano derecha de Liber; Mulciber, con su vestido de obrero; o Fortuna, con su cuerno lleno de manzanas, higos o frutas otoñales; Diana, con los muslos medio cubiertos, o Venus desnuda, excitando el deseo lujurioso; Anubis, con su cara de perro; o Príapo, de menor importancia que sus propios genitales: ¿se esperaba que estos infundieran miedo a los hombres?
XXVI
¡Oh, terribles formas de terror y terribles pesadillas, por las que el género humano debía quedar aturdido para siempre, sin intentar nada en su absoluto asombro y abstenerse de toda acción malvada y vergonzosa! ¡Pequeñas hoces, llaves, gorros, trozos de madera, sandalias aladas, bastones, pequeños panderos, flautas, salterios, pechos salientes y de gran tamaño, pequeñas copas para beber, tenazas y cuernos llenos de frutas, cuerpos desnudos de mujeres y enormes veretra expuestos abiertamente! ¿No habría sido mejor bailar y cantar, en lugar de llamarlo gravedad y pretender ser serio, relatar algo tan insípido y tan tonto, que los antiguos formaban imágenes para reprimir las malas acciones y despertar el temor de los malvados e impíos? ¿Acaso los hombres de aquella época y de aquel tiempo estaban tan faltos de razón y de buen sentido que se veían apartados de las malas acciones, como si fueran niños, por la brutalidad sobrenatural de las máscaras, de las muecas y de los espantajos? ¿Y cómo ha cambiado esto tan completamente, que aunque en vuestros estados hay tantos templos llenos de imágenes de todos los dioses, no se puede resistir a la multitud de criminales ni siquiera con tantas leyes y castigos tan terribles, y su audacia no puede ser vencida por ningún medio, y las malas acciones, repetidas una y otra vez, se multiplican cuanto más se intenta con leyes y juicios severos disminuir el número de las acciones crueles y sofocarlas mediante el control dado por medio de los castigos? Pero si las imágenes causaran algún temor a los hombres, cesarían las leyes y no se establecerían tantos tipos de torturas contra la osadía de los culpables; pero ahora, como se ha probado y establecido que el supuesto terror que se dice que emana de las imágenes es en realidad vano, se ha recurrido a las ordenanzas de las leyes, por las cuales podría haber un temor al castigo que se fijaría con toda seguridad también en las mentes de los hombres, y se establecería una condena; a lo que también deben estas mismas imágenes el que todavía se mantengan seguras y protegidas por el hecho de que se les rinda algún respeto.