OPTATO DE MILEVI
Proceso de Aptunga

Actas de la Vindicación de Félix, obispo de Aptunga (el consagrador de Ceciliano, obispo de Cartago) ante Eliano, procónsul de África, en Cartago, durante el consulado de Volusiano y Auniano.

En la ciudad de Autumna, el duoviro Galieno dijo:

—Ya que estás aquí presente, Ceciliano, escucha la carta de mi señor, el muy honorable Elio Paulino, diputado interino del prefecto, en la que, según la carta que nos dirigió, se ha dignado ordenar que tú, el secretario que empleaste durante tu administración y el notario hagan una declaración. Pero, dado que el notario de entonces ha fallecido, deberás traer contigo todas las actas de tu administración, de conformidad con lo dispuesto en la carta de mi señor, y deberás ir con tu secretario a Cartago. El curador está presente. En su presencia te pedimos que respondas a esto.

Ceciliano dijo:

—En cuanto me entregaste la carta del muy honorable Elio Paulino, diputado interino del prefecto, envié de inmediato a mi secretario Micio para que viniera a traerme las actas que se redactaron entonces, y todavía las está buscando. Pues ha pasado bastante tiempo desde que ocupé el cargo de duoviro. Fue hace once años. Así que, en cuanto las encuentre, obedeceré una orden de tan alta dignidad.

El duoviro Galieno dijo:

—Te conviene obedecer el mandato, pues ves que es sagrado.

Ceciliano dijo:

—Tengo la debida devoción a un mando de tan gran dignidad.

Cuando poco tiempo después llegó también el secretario Micio, el duoviro Fuscio dijo:

—¿Tú también, Micio, has oído que tienes que ir con Ceciliano a la oficina del muy honorable diputado y llevar contigo los documentos de aquella época? ¿Qué tienes que decir al respecto?

Micio respondió:

—El magistrado, cuando terminó su año de mandato, se llevó consigo todas sus actas a casa, para ver si la tablilla de cera se podía encontrar entre ellas.

Mientras buscaba, el duoviro Quinto Sisena dijo:

—Ha contestado conforme a lo que el tribunal ya sabe.

Aproniano dijo:

—Si el magistrado retiró todas sus actas, ¿de dónde podemos obtener las actas que se hicieron o se reunieron en un momento de tanta importancia?

Dicho esto, el procónsul Eliano dijo:

—Tanto mis preguntas como las respuestas de las diversas personas están contenidas en las actas.

Agesilao dijo:

—Además, hay otras cartas necesarias para comprender este asunto. Es importante leerlas.

El procónsul Eliano dijo:

—Léelas ante Ceciliano, para que sepa si él las dictó.

Agesilao leyó en voz alta el capítulo:

"Durante el consulado de Volusiano y Aniano, el día 19 de agosto, en un pleito ante Aurelio Dídimo Espereto, sacerdote del poderoso Júpiter, duovir de la magnífica colonia de los cartagineses, Máximo dijo: Hablo en nombre de los ancianos del pueblo cristiano de la ley católica. El caso debe presentarse ante los emperadores supremos contra Ceciliano y Félix, quienes se esfuerzan al máximo por atacar la supremacía de dicha ley. Se están buscando las pruebas de los cargos contra ellos en este asunto. Cuando se proclamó la persecución contra los cristianos, y cuando se les exigió ofrecer sacrificios o traicionar cualquier escritura que tuvieran para ser quemada, Félix, entonces obispo de Autumna, había dado su consentimiento para que Galacio entregara las Escrituras para que fueran entregadas al fuego. En ese tiempo Alfio Ceciliano, a quien podéis observar aquí presente, era magistrado, y puesto que entonces era su deber ver que, de acuerdo con el mandato proconsular, todos debían sacrificar, y que, de acuerdo con la ley imperial, debían entregar todas las Escrituras que pudieran poseer, le pido, ya que él está aquí y veis que es un hombre anciano y no puede ir a la corte imperial, que haga su declaración en las actas sobre si dio (como se afirma en las actas) una carta de acuerdo con un acuerdo que ya había hecho, y sobre si las declaraciones que ha hecho en la carta son verdaderas, para que las acciones y la veracidad de estas personas puedan ser expuestas en el juicio ante el emperador".

El duoviro Esperecio dijo a Ceciliano, que estaba presente:

—¿Oís lo que dicen las declaraciones en las actas?

Alfio Ceciliano contestó:

—Había ido a Zama con Saturnino a comprar ropa de lino, y al llegar, los mismos cristianos me mandaron a preguntar al pretorio: "¿Te ha llegado la ordenanza del emperador?". Respondí: "No, pero ya he visto copias, iglesias destruidas y Escrituras quemadas en Zama y Furni. Así que, si tenéis alguna escritura, traedla, para que se cumpla la orden del emperador". Entonces mandaron a la casa del obispo Félix a sacar las Escrituras de allí para que fueran quemadas según el decreto del emperador. Galacio nos acompañó al lugar donde solían celebrar sus oraciones. Sacamos la cátedra y las cartas de saludo, y después todo fue quemado según el decreto del emperador. Y cuando mandamos a la casa del obispo Félix, los funcionarios públicos nos informaron que no estaba allí. Y cuando más tarde llegó Ingencio, secretario de Augencio, con quien yo era edil, le dicté a aquel colega la carta que escribí a este obispo Félix.

Ceciliano dijo:

—Está aquí. Muéstrenle esta carta para que la reconozca.

El duoviro Esperecio dijo:

—Es el indicado.

Máximo dijo:

—Puesto que ha reconocido su propia carta, la leeré y pediré que se inserte íntegramente en las actas.

Y la leyó en voz alta:

"Ceciliano a su padre Félix, salud. Ya que Ingencio se ha acercado a mi colega, su amigo Augencio, y le ha preguntado si, de acuerdo con la orden del emperador, se quemó alguna escritura de tu ley durante el año en que fui edil. Mi amigo Galacio, cristiano, presentó públicamente cartas de saludo desde la basílica. Te deseo buena salud. Ésta es la prueba de que los cristianos y el dueño del pretorio habían escrito para implorar mi misericordia: dijiste: Toma la llave y llévate también los libros que encuentres sobre la cátedra y los códices que haya sobre la piedra. Pero te ruego que los funcionarios no se lleven el aceite ni el trigo. Y te dije: ¿Acaso no sabes que donde se encuentran las Escrituras, la casa misma es derribada? Y dijiste: ¿Qué haremos entonces? Y te dije: Que uno de los tuyos las lleve al patio donde haces tus oraciones, y que las coloquen allí. Y yo iré con los funcionarios y las recogeré. Y todos fuimos allí y nos llevamos todo según el mandato del emperador".

Máximo dijo:

—Dado que la lectura de su carta, que él reconoció haber enviado, ha sido incluida en las Actas, pedimos que sus palabras permanezcan en las actas.

Dijo entonces el duovir Esperencio:

—Lo que has dicho ha quedado escrito.

Agesilao dijo:

—En cuanto a la presente carta que ha reconocido, dice que la última parte que acaba de leer es una falsificación.

Ceciliano dijo:

—Mi señor, dicté hasta el punto donde encontramos las palabras: "Mi querido padre, te deseo buena salud".

Aproniano dijo:

—Siempre ha sido así que quienes se han negado a adherirse a la Iglesia Católica han actuado de forma traicionera, aterrorizando, fingiendo, con inclinaciones antirreligiosas. Pues cuando Paulino era viceprefecto aquí, un hombre sin cargo oficial fue sobornado para que actuara como mensajero, para que se acercara a quienes pertenecían a la unidad católica, y los atrapara y aterrorizara. Y ahora la conspiración ha sido descubierta. Se inventó una historia mentirosa contra el santísimo obispo Félix, para que pareciera que había traicionado y quemado las Escrituras. De hecho, fue Ingencio (ya que toda su línea de conducta se oponía a la santidad y religión de Ceciliano) quien fue sobornado para que presentara una carta que pretendía ser del obispo Félix al duoviro Ceciliano, y simulara ante él que había sido comisionado por Félix. Que nos dé las mismas palabras con las que se inventó esta historia.

El procónsul Eliano dijo:

—Cuéntanos.

Aproniano dijo:

—Ingencio le habló así a Ceciliano:] "Dile a mi amigo Ceciliano que recibí de alguien once preciosos códices divinos, y que como ahora me exige que se los devuelva, di que tú los quemaste en tu año de mandato, de modo que no necesito devolvérselos". Por esta razón, Ingencio debe ser interrogado sobre cómo se fabricaron y fabricaron estos planes, sobre cómo se esforzó por inducir a su señor a mentir para infamar a Félix. Que nos diga quién lo envió, pero si esta conspiración contra el buen nombre de Félix, con la que podría perjudicar el carácter episcopal de Ceciliano desde su inicio. Porque hay una persona que fue enviada por el otro bando como embajador a través de Mauritania y Numidia.

En presencia de Ingencio, el procónsul Eliano dijo:

—¿A instancias de quién te comprometiste a hacer estas cosas que se presentan contra ti?

Ingencio preguntó:

—¿Dónde?

El procónsul Eliano dijo:

—Como finges no entender lo que te preguntan, te lo diré con más claridad. ¿Quién te envió ante el magistrado Ceciliano?

Ingencio contestó:

—Nadie me envió.

El procónsul Eliano le siguió preguntando:

—¿Cómo fue, entonces, que fuiste a ver al magistrado Ceciliano?

Ingencio contestó:

—Cuando llegamos y se estaba juzgando el caso de Mauro, obispo de Utica, quien compró su obispado, Félix, obispo de Autumna, llegó a la ciudad a predicar y dijo: "Que nadie se comunique con él, pues es culpable de fraude". Yo, por otro lado, le dije: "Que nadie se comunique contigo, como tampoco con él, porque eres un traidor". Estaba afligido por el caso de Mauro, mi huésped, pues me había comunicado con él cuando estaba fuera, pues escapé de la persecución. De allí, fui al país del propio Félix y llevé conmigo a tres ancianos para que vieran si en verdad había sido un traidor o no.

Aproniano intervino diciendo:

—No es así. Fue a ver a Ceciliano. Pregúntale a Ceciliano.

El procónsul Eliano preguntó a Ceciliano:

—¿Cómo fue que Ingencio llegó hasta ti?

Ceciliano respondió:

—Vino a verme a casa. Estaba cenando con los obreros. Entró y se quedó en la puerta, y preguntó: "¿Dónde está Ceciliano?",. Yo respondí: "Aquí". Le pregunté: "¿Qué pasa? ¿Está bien?". "Todo", dijo. Le respondí: "Si no eres demasiado orgulloso para cenar, ven a cenar". Me dijo: "Vuelvo". Vino solo. Empezó a decirme que quería que investigara el asunto y preguntara si las Escrituras habían sido quemadas el año en que fui duovir. Le dije: "Me molestas. Eres un hombre sobornado. Vete. Aléjate de mí". Y lo rechacé. Vino una segunda vez, acompañado de mi colega, con quien había sido edil. Mi colega me dijo: "Félix, nuestro obispo, envió a este hombre aquí para que le dieras una carta, porque ha recibido códices preciosos y no está dispuesto a devolverlos. Escríbele que fueron quemados el año en que eras duovir". Y yo pregunté: "¿Es esta la fe de los cristianos?".

Ingencio intervino diciendo:

—Mi señor, que también se llame a Augencio, pues yo también he desempeñado un cargo honorable. Si escucháis esta historia se acabará todo con mi honor.

El procónsul Eliano dijo a Ingencio:

—Se le condena por otro motivo.

Y ordenó a un oficial:

—Desnudadlo y atadlo.

Cuando estuvo preparado, el procónsul Eliano ordenó:

—Que sea sacado.

Mientras lo llevaban al potro de tortura, el procónsul Eliano preguntó a Ceciliano:

—¿Bajo qué circunstancias acudió Ingencio a ti?

Ceciliano respondió:

—Nuestro amigo Félix me envió aquí para que le escribieras que hay un hombre abandonado, dueño de unos códices valiosísimos que tiene en su poder, y no está dispuesto a devolverlos. Él me dijo que, para que no se los reclamaran, escribiera que fueron quemados. Yo le pregunté: "¿Es esta la fe de un cristiano?". Entonces comencé a reprenderlo. Pero mi colega dijo: "Escribe allí a nuestro amigo Félix". Y así dicté la carta que tienes ante ti, hasta el punto que te he indicado.

El procónsul Eliano le dijo:

—Escucha sin temor la lectura de tu carta. Observa hasta dónde llegaste dictando.

Agesilao comenzó a leer:

"Te deseo, mi querido padre, buena salud por muchos años".

El procónsul Eliano preguntó a Ceciliano:

—¿Has dictado hasta aquí?

Éste respondió:

—En cuanto a esto, sí. El resto es una falsificación.

Agesilao siguió leyendo en voz alta el resto de la carta:

sta es la prueba de que los cristianos y el dueño del pretorio me habían escrito para implorar mi clemencia, y de que tú habías dicho: Toma la llave y llévate también todos los libros que encuentres sobre la cátedra y todos los códices que haya sobre la piedra. Pero te ruego que los funcionarios no se lleven el aceite ni el trigo. Yo te dije: ¿No sabes que donde se encuentran las Escrituras, la casa misma es derribada? Y dijiste: ¿Qué haremos entonces? Yo te dije: Que uno de los tuyos las lleve a los salones donde rezan, y que las coloquen allí. Yo iré con los funcionarios y me las llevaré. Fuimos allí, y nos llevamos todo como habíamos acordado, y lo quemamos según la orden del emperador".

Máximo intervino diciendo:

—Puesto que también se ha incluido en las actas el propósito de esta carta, que él mismo dijo haber reconocido y enviado, pedimos que esto se incluya en sus actas.

Esperancio le dijo:

—Lo que has dicho ha sido escrito.

Ceciliano intervino diciendo:

—El resto es una falsificación, desde ese punto. Mi carta es hasta donde decía: "Adiós, mi querido padre".

El procónsul Eliano le preguntó:

—¿Quién dices que añadió algo a la carta?

Ceciliano contestó:

—Ingencio.

El procónsul Eliano dijo a Ceciliano:

—Tu declaración está recogida en las actas.

Tras lo cual, dijo a Ingencio:

—Seréis torturados para impedir que digáis mentiras.

Ingencio le dijo:

—He pecado. Añadí algo a esta carta, por mi dolor a causa de Mauro, mi huésped.

El procónsul Eliano decretó:

—Constantino Máximo, siempre augusto, y Licinio, césares, se dignan mostrar tal favor a los cristianos que no desean que su disciplina se corrompa. Al contrario, están decididos a que esta religión sea observada y respetada. No te hagas ilusiones, pues, pensando que, por decirme que eres adorador de Dios, no puedes ser torturado. Serás torturado para que no digas mentiras, algo que se considera ajeno a los cristianos. Di, pues, la verdad con franqueza para que no seas torturado.

Ingencio dijo:

—Ya he confesado sin tortura.

Aproniano intervino diciendo:

—Pregúntale con qué autoridad, con qué astucia, con qué locura recorrió todos los distritos de Mauritania y también de Numidia, y con qué medios promovió la sedición contra la Iglesia Católica.

El procónsul Eliano preguntó a Ingencio:

—¿Has estado en Numidia?

Él respondió:

—No, mi Señor. Que lo demuestre quien pueda.

El procónsul Eliano le dijo:

—¿Y en Mauritania?

Él respondió:

—Estuve allí por asuntos comerciales.

Aproniano intervino diciendo:

—En esto miente, mi Señor, pues es imposible viajar a Mauritania, salvo a través de Numidia. Ahora dice que estuvo en Mauritania, pero no en Numidia.

El procónsul Eliano preguntó a Ingencio:

—¿Cual es tu rango?

Ingencio respondió:

—Soy un decurión de los ziquenses.

El procónsul Eliano ordenó al oficial:

—Bájalo.

Cuando lo hubieron bajado, el procónsul Eliano le dijo a Ceciliano:

—Has dado falso testimonio.

Ceciliano respondió:

—No es así, mi señor. Ordene la presencia del que escribió la carta. Es su amigo, y él le dirá hasta qué punto la dicté.

El procónsul Eliano le preguntó:

—¿A quién deseáis tener aquí?

Ceciliano contestó:

—A Augencio, con quien fui edil. Sólo con el testimonio del propio Augencio, quien escribió la carta, puedo probar mi caso. Él puede decirte hasta qué punto le dicté.

El procónsul Eliano le preguntó:

—¿Es entonces seguro que la carta es una falsificación?

Ceciliano respondió:

—Es cierto, mi señor. No miento en mi sangre.

El procónsul Eliano dijo:

—Dado que ocupaste el cargo de duovir en tu país, debemos dar crédito a tus palabras.

Aproniano intervino diciendo:

—No es nada nuevo que actúen así. Han añadido lo que han querido a las leyes. Es una treta suya.

El procónsul Eliano sentenció:

—Mediante el testimonio de Ceciliano, quien nos dice que las actas han sido falsificadas y que se han añadido muchas adiciones a su carta, se ha aclarado el propósito de Ingencio al hacer estas cosas. Por lo tanto, que sea encarcelado, pues lo requeriremos para un interrogatorio más estricto. Además, es evidente que Félix, el santo obispo, ha sido absuelto del cargo de quemar las Sagradas Escrituras, ya que nadie ha podido probar nada en su contra que demuestre que entregó o quemó las Sagradas Escrituras. A través de todas las pruebas, se ha aclarado en los interrogatorios que no descubrió, corrompió ni quemó ninguna Sagrada Escritura. Las actas demuestran que Félix, el santo obispo, no estuvo presente cuando se hicieron estas cosas, ni tuvo conocimiento de ellas, ni ordenó nada por el estilo.

Agesilao le preguntó:

—¿Qué manda vuestra señoría que se haga con estos testigos que vinieron a declarar ante vuestra señoría?

El procónsul Eliano ordenó:

—Dejémosles volver a sus casas.