GREGORIO DE NACIANZO
Contra los Arrianos
I
¿Quienes sois vosotros, que reprocháis mi pobreza y os jactáis de vuestras riquezas? Sois quienes definís a la Iglesia por los números, y despreciáis al pequeño rebaño. Sois quienes medís la divinidad y pesáis a las personas en la balanza. Sois quienes honráis la arena y despreciáis las luminarias del cielo. Sois quienes atesoráis las piedras y pasáis por alto las perlas. Sois quienes ignoráis que la arena no es mucho más abundante que las estrellas, ni las piedras que las piedras brillantes, o que las primeras son más puras y preciosas que las segundas. ¿Estáis indignados conmigo? ¿Os armáis de nuevo? ¿me insultáis de nuevo? Pues bien, que retened vuestras amenazas por un momento, para que pueda yo hablar. No os insultaré, sino que os condenaré. No os amenazaré, sino que os reprocharé. No os golpearé, sino que os sanaré. ¿Esto también os parece un insulto, oh herejes? ¡Qué orgullo! ¿Acaso consideráis aquí a vuestro igual como vuestro esclavo? Si no es así, permitidme hablar abiertamente, porque incluso un hermano reprende a su hermano si ha sido defraudado por él.
II
¿Deseáis que os diga las palabras de Dios a Israel, terco y endurecido? Aquí están: "Oh pueblo mío, qué les he hecho, en qué los he perjudicado o en qué los he cansado" (Miq 6,3). Este lenguaje, en verdad, es más apropiado para vosotros que me insultáis. Es triste que busquemos oportunidades unos contra otros, y que, habiendo destruido nuestra comunión espiritual por la diversidad de opiniones, nos hayamos vuelto casi más inhumanos y salvajes entre nosotros que incluso los bárbaros que ahora nos combaten, unidos contra nosotros por la Trinidad que hemos separado; con la diferencia de que no somos extranjeros haciendo incursiones e incursiones contra extranjeros, ni naciones de diferente idioma, lo cual es un pequeño consuelo en la calamidad, sino que nos guerreamos unos a otros, y casi contra los de la misma familia. O si se prefiere, nosotros, los miembros del mismo cuerpo, nos consumimos y somos consumidos unos por otros. Y no es ésta, por mala que sea, la magnitud de nuestra calamidad, pues incluso consideramos nuestra disminución como una ganancia. Ya que nos encontramos en tal condición y regulamos nuestra fe según los tiempos, comparemos los tiempos entre nosotros: tú, tu emperador, y yo, mis soberanos; tú, Acab, y yo, Josías. Habladme de vuestra moderación, y yo proclamaré mi violencia. En realidad, la vuestra es proclamada por muchos libros y lenguas, y hasta creo que las épocas futuras aceptarán como una picota inmortal vuestras acciones.
III
¿Qué turba tumultuosa he liderado contra vosotros? ¿Qué soldados he armado? ¿Qué general hirviendo de rabia, y más salvaje que sus empleadores, y ni siquiera un cristiano, sino uno que ofrece su impiedad contra nosotros como su adoración privada a sus propios dioses? ¿A quién he asediado mientras estaba ocupado en oración y levantando sus manos a Dios? ¿Cuándo he puesto fin a la salmodia con trompetas? ¿O mezclé la sangre sacramental con sangre de masacre? ¿Qué suspiros espirituales he acallado con gritos de muerte, o lágrimas de penitencia con lágrimas de tragedia? ¿Qué Casa de oración he convertido en un lugar de sepultura? ¿Qué vasos litúrgicos que la multitud no puede tocar he entregado a las manos de los malvados, de un Nabuzaradán (2Re 25,11), jefe de los cocineros, o de un Belsasar, que usó malvadamente los vasos sagrados para sus festines (Dn 5,3), y luego pagó un castigo digno por su locura? Altares amados, como dice la Escritura, pero ahora profanados. ¿Y qué joven licencioso te ha insultado por nosotros con vergonzosas contorsiones? Oh precioso trono, sede y descanso de hombres preciosos, que has sido ocupado por una sucesión de piadosos sacerdotes, quienes desde tiempos antiguos han enseñado los divinos misterios, ¿qué pagano orador popular y lengua malvada te ha endosado para arremeter contra la fe cristiana? Oh modestia y majestad de las vírgenes, que no soportas las miradas ni siquiera de hombres virtuosos, ¿quién de nosotros te ha avergonzado y ultrajado exponiendo lo invisible, y mostrado a los ojos de los impíos un espectáculo lastimoso, digno del fuego de Sodoma? No digo nada de muertes más soportables que esta vergüenza.
IV
¿Qué fieras he soltado sobre los cuerpos de los santos (como quienes han prostituido la naturaleza humana) bajo una sola acusación: la de no consentir su impiedad; o nos hemos contaminado al comulgar con ellas, algo que evitamos como el veneno de una serpiente, no porque dañe el cuerpo, sino porque ennegrece las profundidades del alma? ¿Contra quién he hecho una acusación criminal por enterrar a los muertos, a quienes las mismas fieras reverenciaban? ¡Qué acusación, digna de otro teatro y de otras fieras! ¿Qué carne envejecida de obispo he cardado con garfios en presencia de vuestros discípulos, impotentes para ayudaros a salvaros con lágrimas, colgados con Cristo, venciendo mediante el sufrimiento y rociando al pueblo con su preciosa sangre, y finalmente llevados a la muerte, para ser crucificados, sepultados y glorificados con Cristo (con Cristo, quien conquistó el mundo con tales víctimas y sacrificios)? ¿Qué sacerdotes han dividido esos elementos opuestos, fuego y agua, alzando un extraño faro sobre el mar, y prendieron fuego junto con el barco en el que se hicieron a la mar? ¿Quiénes, para ocultar la mayor parte de nuestras penas con un velo de silencio, han sido acusados de inhumanidad por los mismos magistrados que les concedieron tal favor? Pues aunque obedecieran a las lujurias de esos hombres, detestaban la crueldad de su propósito. Uno era oportunismo, el otro, cálculo; uno provenía de la ilegalidad del emperador, el otro de la conciencia de las leyes por las que debían juzgar.
V
Hablando de cosas antiguas, pues también pertenecen a la misma fraternidad, ¿a quiénes, vivos o muertos, les he cortado las manos para presentar una acusación mentirosa contra los santos y para triunfar sobre la fe con fanfarronería? ¿A quiénes he contado como beneficios los exiliados, sin reverenciar ni siquiera los sagrados colegios de filósofos sagrados, de donde buscaba a sus suplicantes? Más bien, lo contrario es cierto, pues he considerado mártires a quienes provocaron ira por la verdad. ¿A quien acusáis de libertinaje? ¿Es que he traído yo prostitutas cuando eran casi descarnadas y exangües? ¿A qué fieles he exiliado de su país y entregado a manos de hombres sin ley, para que los mantuvieran como bestias salvajes en habitaciones sin luz, y (pues esta es la parte más triste de la tragedia) los dejara separados unos de otros para soportar las penurias del hambre y la sed, con comida dosificada para ellos, que debían recibir por estrechos agujeros, para que ni siquiera se les permitiera ver a sus compañeros de miseria? ¿Y quiénes eran los que sufrieron así? Éstos mismos: hombres de quienes el mundo no era digno (Hb 11,38). ¿Es así como honráis vosotros la fe? ¿Es este vuestro trato bondadoso con ella? No conocéis la mayor parte de estas cosas, debido a la cantidad de estos hechos y al placer de la acción. Pero quien sufre tiene mejor memoria. Ha habido incluso algunos de entre vosotros que han sido más crueles que los tiempos mismos, como jabalíes arrojados contra una cerca. Exijo vuestra víctima de ayer, la del anciano semejante a Abraham a quien, a su regreso del exilio, saludasteis con piedras en pleno día y en plena ciudad. Por mi parte, yo excusaba incluso a vuestros asesinos ante el peligro. En alguna parte de la Escritura, Dios dice: "¿Cómo podré perdonaros por esto?" (Jer 5,7). ¿Cuál de estas cosas alabaré? O mejor dicho, ¿por cuál os pondré una corona?
VI
Ya que vuestros antecedentes son tales, me alegraría que también me contarais mis crímenes, para que pueda enmendar mi vida o quedar avergonzado. Mi mayor deseo es ser hallado libre de toda injusticia. Si esto no es posible, al menos me convertiré de mi crimen, pues esta es la segunda mejor porción del prudente. Mas si, como el hombre justo, no me acuso a mí mismo en primera instancia (Prov 18,17), de cualquier manera recibiré con gusto la curación de otro. Tu ciudad, me decís, no es una ciudad en absoluto, sino sólo una aldea árida sin belleza y con pocos habitantes. Mi buenos amigos, ésta es mi desgracia, más que mi culpa (si es que es una desgracia). Si es contra mi voluntad, debo ser compadecido por mi mala suerte, si se me permite decirlo así. Pero si es porque voluntariamente soy un filósofo, ¿dónde está el crimen? ¿Acaso alguien insultaría a un delfín por no ser un animal terrestre, o a un buey por no ser acuático, o a una lamprea por ser anfibia? Nosotros, continuáis diciendo vosotros, tenemos murallas, teatros, hipódromos, palacios, y hermosos y grandes pórticos, y esa obra maravillosa: el río subterráneo y el río elevado, y la espléndida y admirada columna, y el mercado abarrotado, y un pueblo inquieto, y un famoso senado de hombres de alta cuna.
VII
¿Por qué no mencionáis también la conveniencia del emplazamiento, y lo que podría llamarse contienda entre la tierra y el mar por quién posee la ciudad y quién adorna nuestra ciudad real con todas sus bondades? Éste es, entonces, mi crimen: que mientras vosotros sois grandes y espléndidos, nosotros somos pequeños y venimos de un lugar pequeño. ¿Debemos morir por no haber construido una ciudad, ni construido murallas a su alrededor, ni tener hipódromo ni estadio, ni presumir de la belleza y el esplendor de nuestros baños, ni de la riqueza de sus mármoles, cuadros y bordados dorados de todo tipo, que casi rivalizan con la naturaleza? No hemos delimitado aún el mar para nosotros, ni hemos mezclado las estaciones, como por supuesto habéis hecho vosotros, los nuevos Creadores, para que podamos vivir de la manera más placentera y segura. Si queréis, añadid otras acusaciones, vosotros que decís "mía es la plata y mío es el oro" (Ag 2,8). Nosotros no valoramos demasiado las riquezas, pues si aumentan, nuestra ley nos prohíbe poner el corazón en ellas, ni calculamos los ingresos anuales y diarios. Ni rivalizamos entre nosotros llenando nuestras mesas con encantamientos para nuestro estómago insensible. Tampoco estimamos en alto aquellas cosas que, después de consumirlas, tienen el mismo valor, o mejor dicho, inutilidad, y son rechazadas. Vivimos con tanta sencillez y al día, que apenas nos diferenciamos de las bestias cuyo sustento es sin aparatos ni artificial.
VIII
¿También criticáis la desaliño de mi vestimenta y la falta de elegancia en mi rostro? Pues éstos son los puntos por los que veo que os enorgullecen algunas personas insignificantes. ¿Me dejaréis tranquilo y no os burlaréis de ella, como hicieron los niños en Eliseo? No mencionaré lo que siguió. ¿Y omitiréis de vuestras acusaciones mi falta de educación y lo que te parece la tosquedad y rusticidad de mi elocución? ¿Y dónde pondréis el hecho de que no soy un charlatán, ni un bufón popular, ni un gran cazador del mercado, ni dado a charlar y chismear con cualquier persona sobre todo tipo de temas, hasta el punto de hacer incluso la conversación penosa; ni un frecuentador de Zeuxipo, esa nueva Jerusalén; ni alguien que pasea de casa en casa halagando y atiborrándose. La mayor parte del tiempo quedándome en casa, desanimado y con el rostro melancólico, asociándome discretamente conmigo mismo. ¿Cómo es que me perdonáis todo esto, y no me culpáis? ¡Qué dulces y amables sois!
IX
Yo soy anticuado y filósofo, tanto como para creer que un cielo es común a todos, y que también lo es la revolución del sol y la luna, y el orden y la disposición de las estrellas, y que todos tienen en común una parte y un beneficio iguales en el día y la noche, y también el cambio de estaciones, las lluvias, los frutos y el poder vivificante del aire, y que los ríos que fluyen son una riqueza común y abundante para todos, y que una y la misma es la Tierra, la madre y la tumba, de la que fuimos llevados (y a la que regresaremos, sin que nadie tenga mayor parte que otro). Además, por encima de esto, tengo en común la razón, la ley, los profetas, los mismos sufrimientos de Cristo, por los cuales todos, sin excepción, fuimos creados de nuevo, quienes participamos del mismo Adán, y fuimos extraviados por la serpiente y muertos por el pecado, y somos salvados por el Adán celestial y devueltos por el árbol de la vergüenza al árbol de la vida, del cual habíamos caído.
X
También me engañó la Ramá de Samuel, aquella pequeña patria del gran hombre. Estol no deshonró al profeta (pues no provenía tanto de sí misma como de él), ni le impidió ser entregado a Dios antes de nacer, ni pronunciar oráculos ni prever el futuro, sino también ungir reyes y sacerdotes, y juzgar a los hombres de ciudades ilustres. También oí hablar de Saúl, que mientras buscaba los asnos de su padre encontró un reino. E incluso el propio David fue sacado de los rebaños para ser pastor de Israel. ¿Y qué hay de Amós? ¿No se le confió el don de la profecía mientras era cabrero y sicómoro? ¿Cómo es que he pasado por alto a José, que era esclavo y proveedor de grano para Egipto, y padre de muchos millares de personas que fueron prometidas antes a Abraham ? Sí, y fui engañado por el Carmelo de Elías, quien recibió el carro de fuego; y por la piel de oveja de Eliseo, que tenía más poder que una tela de seda o que el oro forjado en las prendas. Fui engañado por el desierto de Juan, que albergaba a los más grandes entre los nacidos de mujer, con esa ropa, esa comida, ese cinturón que conocemos. Me aventuré aún más allá de estos, y encontré a Dios mismo como el patrón de mi rusticidad. Me alinearé con Belén, y compartiré la ignominia del pesebre (pues ya que por esta razón rehúsan honrar a Dios, no es de extrañar que por la misma razón también desprecien a su heraldo). También os presentaré a los pescadores y a los pobres a quienes se predica el evangelio, como preferidos antes que a muchos ricos. ¿Dejaréis alguna vez de enorgulleceros de vuestras ciudades? ¿Reverenciaréis alguna vez a ese desierto que abomináis y despreciáis? No digo que el oro tenga su origen en la arena, ni que las piedras translúcidas sean producto y don de las rocas. Pero sí digo que, si a éstas opusiese todo lo que hay de deshonroso en las ciudades, quizás no sería de buen provecho que emplease mi libertad de palabra.
XI
Quizás haya alguien muy circunscrito y de mente carnal que me diga: Nuestro heraldo es un extraño y un forastero. ¿Qué hay de los apóstoles? ¿No eran extraños a las muchas naciones y ciudades entre las que estaban divididos, para que el evangelio tuviera libre curso en todas partes, para que nada perdiera la iluminación de la triple luz, o fuera ignorado por la verdad; sino para que la noche de la ignorancia se disolviera para aquellos que estaban sentados en tinieblas y sombra de muerte? Habéis oído las palabras de Pablo, para que pudiéramos ir a los gentiles, y ellos a la circuncisión (Gál 2,9). Sea que Judea sea el hogar de Pedro; ¿qué tiene en común Pablo con los gentiles, Lucas con Acaya, Andrés con Epiro, Juan con Efeso, Tomás con la India, Marcos con Italia, o el resto, para no entrar en detalles, con aquellos a quienes fueron? Así que, o los culpáis a ellos (y me disculpáis), o bien demostráis que vosotros, los embajadores del verdadero evangelio, estáis insultando por nimiedades. No obstante, ya que he discutido con vosotros de forma superficial estos asuntos, ahora procederé a considerarlos desde una perspectiva más amplia y filosófica.
XII
Amigos míos, todo aquel de espíritu elevado tiene una patria: la Jerusalén celestial, en la que atesoramos nuestra ciudadanía. Todos tenemos una familia (si miráis lo que está aquí bajo el polvo, o si miras más arriba, en esa inhalación de la que somos partícipes, y que se nos ordenó conservar), con la que debemos comparecer ante nuestro Juez para dar cuenta de nuestra nobleza celestial y de la imagen divina. Es noble, por tanto, quien ha guardado todo esto mediante la virtud y el consentimiento a su Arquetipo. Por otro lado, todo aquel que se ha mezclado con el mal y se ha revestido de otra forma, la de la serpiente, es innoble. Esas patrias y familias terrenales son los juguetes de esta nuestra vida y escenario temporales. ¿Por qué? Porque nuestra patria es lo que cada uno haya ocupado primero (ya sea como tirano o en desgracia), y en esto todos somos igualmente extranjeros y peregrinos, por mucho que juguemos con los nombres. Se considera noble la familia que es rica desde tiempos pasados o que ha ascendido recientemente; y de linaje innoble el de padres pobres, ya sea por desgracia o por falta de ambición. En efecto, ¿cómo puede darse desde arriba una nobleza que en un momento comienza y en otro termina; y que no se da a unos, sino que se otorga a otros mediante patentes? Así pienso al respecto. Por tanto, os dejo a vosotros el enorgulleceros de tumbas y mitos. Yo, en la medida de lo posible, me esforzaré por purificarme de vuestros engaños y conservar, si es posible, mi nobleza (o de lo contrario, recuperarla).
XIII
Es por estas razones que yo, que soy pequeño y de un país sin reputación, he llegado a vosotros, y no por mi propia voluntad ni auto-enviado (como muchos de vosotros, que ahora os apoderáis de los puestos principales), sino porque fui invitado y obligado por la llamada del Espíritu Santo. Si es de otra manera, que siga luchando aquí en vano y no libre a nadie de su error, pero que logren su deseo quienes buscan la esterilidad de mi alma si miento. Desde que he llegado, y quizás con un poder no desdeñable (si se me permite jactarme un poco de mi insensatez), ¿a quién de los insaciables he copiado? ¿Qué he emulado de oportunismo, aunque tengo tales ejemplos, incluso sin los cuales es difícil y raro no ser malo? ¿Sobre qué iglesias o propiedades he disputado con ustedes; aunque vosotros tenéis más que suficiente de ambas, y los demás demasiado poco? ¿Qué edicto imperial he rechazado y emulado? ¿A qué gobernantes he adulado contra vosotros? ¿De quién he denunciado la audacia? ¿Y qué se ha hecho contra mí desde el otro bando? Señor, no les tomes en cuenta este pecado (dije entonces, pues recordé oportunamente las palabras de Esteban; Hch 7,59), y así lo oro ahora. "Si nos injurian, bendecimos; si nos blasfeman, nos retiramos" (1Cor 4,12).
XIV
Si hago mal en esto, que al ser tiranizado lo soporte, pues también he soportado ser tiranizado por otros, y agradezco que mi moderación me haya atraído la acusación de los locos. Considerando esto así, con consideraciones mucho más elevadas que las vuestras, ¡qué insignificantes son estas pruebas de escupitajos y azotes que Cristo, por quien y con cuya ayuda enfrentamos estos peligros, soportó! Vuestras calumnias no las considero, en conjunto, dignas de la corona de espinas que robó a nuestro conquistador la suya, por cuya causa también sé que soy coronado por la dureza de la vida. No las considero dignas de la caña con la que se destruyó el Imperio podrido, ni de la hiel y vinagre con los que fuimos curados del amargo sabor, ni de la dulzura que mostró en su pasión. ¿Fui traicionado con un beso? Reprendí con un beso, pero no herí. Reproché, sí, pero si por celo corté la oreja a Malco, se la restituí. Y si alguien huyó envuelto en una sábana (Mc 14,51), lo defendí. Y si pedí el fuego de Sodoma sobre mis captores, no lo derramé. Y si agarré a un ladrón colgado en la cruz por su crimen, lo llevé al paraíso por su bondad. Que todos los actos a los hombres sean amorosos, hermanos, como lo fueron todos los sufrimientos de Cristo, a los cuales no podríamos añadir nada mayor que éste: que cuando Dios murió por nosotros, nosotros nos negamos a perdonar incluso las ofensas más pequeñas de nuestros semejantes.
XV
¿No veis que esto es del todo correcto? Ya lo he discutido con vosotros a menudo. Vosotros tenéis casas, pero nosotros al Morador de la casa. Vosotros tenéis los templos, pero nosotros a Dios, como templos vivientes del Dios viviente. Vosotros tenéis sacrificios vivos, pero nosotros holocaustos razonables y sacrificios perfectos. Sí, nosotros somos dioses e hijos de Dios, mediante la adoración de la Trinidad. Vosotros tenéis al pueblo, y nosotros a los ángeles. Vosotros tenéis audacia temeraria, y nosotros la fe. Vosotros tenéis las amenazas, y nosotros la oración. Vosotros tenéis el golpe, y nosotros la perseverancia. Vosotros tenéis el oro y la plata, y nosotros la palabra pura. Vosotros os habéis construido casas espaciosas y grandes aposentos, y nosotros una casa con celdas y ventanas perforadas (Jer 22,14). No obstante, esto no es aún lo más alto de mi fe, sino los cielos a los que voy siendo llevado. ¿Es el mío un rebaño pequeño? Pero no se está dejando llevar por un precipicio. ¿Es el mío un redil estrecho? Pero es inaccesible para los lobos; no puede entrar un ladrón, ni escalarlo ladrones ni extraños. Aún lo veré, lo sé bien, más amplio. Y a muchos de los que ahora son lobos, debo contarlos entre mis ovejas, y quizás incluso entre los pastores. Esta es la buena nueva que me trae el buen Pastor, por quien doy mi vida por las ovejas. Yo no temo por el pequeño rebaño, porque se ve a simple vista. Yo conozco a mis ovejas, y soy conocido por las mías. Tales son los que conocen a Dios y son conocidos por Dios. Mis ovejas escuchan mi voz, la que he escuchado de los oráculos de Dios, la que me han enseñado los santos padres, la que he enseñado por igual en todas las ocasiones, no conformándome con la fortuna, y la que nunca dejaré de enseñar; en la que nací y en la que partiré.
XVI
A éstos los llamo yo por su nombre (pues no son anónimos como las estrellas que están numeradas y tienen nombre), y ellos me siguen, pues yo los crío junto a las aguas del reposo y ellos me siguen porque les gusta escucharme. No obstante, a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él, porque tienen la costumbre de distinguir la voz propia de la de los extraños. Huirán de Valentín con su división del uno en dos, negándose a creer que el Creador sea otro que el bien. Huirán de la profundidad y el silencio, y de los míticos eones, que son verdaderamente dignos de la profundidad y el silencio. Huirán del dios de Marción, compuesto de elementos y números; del espíritu maligno y femenino de Montano; de la materia y la oscuridad de Manes; de la jactancia y la verbosa presunción de pureza de Novato; del análisis y la confusión de Sabelio (y si se me permite la expresión, de su absorción, contrayendo los tres en uno, en lugar de definir el uno en tres personalidades); de la diferencia de naturalezas enseñada por Arrio y sus seguidores (y su nuevo judaísmo, que limita la divinidad al Ingénito); de Fotino, el Cristo terrenal, quien tuvo su origen en María. Pero adoran al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, una sola divinidad; Dios Padre, Dios Hijo y (no te enfades) Dios Espíritu Santo, una sola naturaleza en tres personalidades, intelectual, perfecta, autoexistente, numéricamente separada, pero no separada en la divinidad.
XVII
Que estas palabras me reclamen hoy en día, y que el resto me las reclame quien quiera más adelante. El Padre no soportará ser privado del Hijo, ni el Hijo del Espíritu Santo. Esto les sucede a los seres creados, porque lo creado no es Dios. Tampoco soportaré ser privado de mi consagración, que dice "un Señor, una fe, un bautismo". Si esto se cancela, ¿de quién recibiré un segundo? ¿Qué decís vosotros, los que destruís el bautismo o lo repetís? ¿Puede un hombre ser espiritual sin el Espíritu? ¿Tiene parte en el Espíritu quien no honra al Espíritu? ¿Puede honrar a Aquel que es bautizado en criatura y consiervo? No es así, a pesar de toda vuestra charlatanería. No te engañaré, oh Padre sin origen, ni a ti, oh Verbo unigénito, ni a ti, oh Espíritu Santo. Yo sé a quién he confesado, y a quién he renunciado, y a quién me he unido. No me permitiré, después de haber enseñado las palabras a los fieles, aprender ahora de los infieles, ni confesar la verdad y luego cubrirme de falsedad, ni bajar a la consagración y regresar aún menos santificado, habiendo sido ¿Espíritu Santo? Muy bien, esto es perfecto. ¿Se trataba simplemente de estos, o de algún nombre común de ellos? ¿Y cuál es el nombre común? Éste es: Dios. En este nombre común, hermanos herejes, creed, prosperad, reinad y pasad de aquí a la dicha del cielo. Ésta es, a mi parecer, la comprensión más clara de todas, y a la cual todos podemos llegar en el mismo Cristo nuestro Dios, a quien sean la gloria y el poder, con el Padre inoriginado y el Espíritu vivificante.