EFRÉN
DE NÍSIBE
Carta a los Ascetas
I
Mi
bienamado en el Señor, cuando te aprestes a dar alguna respuesta, has de poner
en tu boca, antes que cualquier otra cosa, la humildad, pues bien sabes que por
ella todo el poder del enemigo se reduce a nada. Tú conoces la bondad de tu
Maestro, a quien blasfemaron, y cómo él se hizo humilde y obediente incluso
hasta la muerte. Hijo mío, trabaja por ti mismo para establecer la humildad en
tu boca, en tu corazón, y en tu cuello, pues hay un mandamiento que la inculca.
Recuerda a David, que se jactaba por su humildad y dijo: "Porque me humillo
a mí mismo, el Señor me ha liberado, y en él he sido bendecido". Hijo mío,
arráigate en la humildad y harás que las virtudes de Dios te acompañen. Y si
es que permaneces en un estado de humildad, ninguna pasión, cualquiera que sea,
tendrá poder para acercarse a ti.
II
No hay medida para la belleza del hombre que es humilde. No hay pasión,
cualquiera que sea, capaz de acercársele al hombre que es humilde, y no hay
medida para su belleza. El hombre humilde es un sacrificio de Dios. El corazón
de Dios y de sus ángeles descansan en aquel que es humilde. Más aún, cuando
los ángeles lo glorifiquen, hay una razón para él que le ha logrado todas las
virtudes, pero para aquel que se ha revestido de la humildad no será necesaria
ninguna razón, aparte de que se ha hecho humilde.
III
Hijo mío, éstas son las virtudes de la humildad. Hijo mío, conserva la paz,
porque está escrito que "aquél que es sabio, en ese momento conservará la
paz". Mantén la paz hasta que te hagan alguna pregunta. Y cuando te
pregunten, habla, y usa palabras humildes, y compórtate de manera humilde. No
seas puro lamento. Si la pregunta es muy grande para ti, siéntate. Nunca hables
mientras que otros hablan palabras de desprecio, contente, y no olvides que tus
pensamientos deben ser: "No los he escuchado". A todas las palabras
valiosas, préstales tu más ferviente atención, porque está escrito "Si
tú eres uno que actúa la palabra y no uno que la escucha, te engañas a ti
mismo, hijo mío, en el Señor". Te doy mandamientos desde el principio,
guárdalos desde tu juventud. Y atiende la recomendación del apóstol Pablo: "Desde
el tiempo en que eras un niño conocías la Santa Escritura, que tiene el poder
para salvarte".
IV
Aprende la regla entera de los preceptos de la profesión del monje, y hazte
querido en todos tus trabajos. Si tú, que eres joven, vas al desierto a tomar
un lugar, y te estableces en uno que es muy grande para ti, y Dios está allí,
no dejes el lugar en tu descontento para irte a otro. Deja que el desierto en
que te has establecido te sea suficiente, y no vayas a hacer que él se moleste,
porque está escrito que "no es una pequeña cosa, en contra tuya, el provocar a
los hombres a la ira".
V
En el desierto en el que estás mantén esta manera de actuar, y no huyas de un
lugar a otro. No vayas a llorar a la morada de nadie por causa de lo que crees,
ni tampoco por los deseos de tu estómago. No estés en compañía del hombre
agitado y problemático, y asegúrate de continuar con tu vida silenciosa, y no
estés en la boca de los hermanos. Te suplico, mi amado en el Señor, que dejes
que tu meta principal sea aprender. Si escuchas con atención, eso te dará paz,
porque está escrito que "el provecho de la instrucción no es la
plata". Cuídate del hábito de desobedecer. Que la
palabra de Saúl no se realice en ti y en su generación, porque Dios es más fácilmente
persuadido por la obediencia que por el sacrificio.
VI
En
las reglas del monje se dice que debes comer con los hermanos, así que no levantes la cabeza hasta que no hayas terminado de comer. Come con
la vestimenta con que te dejas ver en público. Si ocurre que eres el último en
ser servido, no digas "tráelo aquí, donde está sentado uno más grande
que tú". Cuando desees tomar de la botella de agua, no dejes que tu
garganta haga bulla como la de un hombre común. Cuando estás sentado en medio
de los hermanos y tengas flema, no la escupas en medio de ellos, apártate a
cierta distancia y escúpela allí.
VII
Cuando estés durmiendo en cualquier lugar con los hermanos, no permitas que
persona alguna se les acerque a menos de un codo de distancia. Si el trabajo es
de carácter tranquilo no te duermas sobre una estera, más bien dóblala,
porque eres un hombre joven. No duermas estirado, ni tampoco sobre tu espalda,
para que no te molesten los sueños.
VIII
Cuando estés caminando con los hermanos, manténte siempre a alguna distancia
de ellos, pues cuando caminas con un hermano haces que tu corazón esté ocioso.
Si estás usando sandalias en tus pies, y el que camina contigo no tiene, quítatelas
y camina como él, porque está escrito: "Sufre".
IX
Haz el trabajo del predicador. Hazlo diligentemente mientras estás en tu
habitación. No comas cuando el sol está resplandeciendo. No enciendas una
fogata para ti solo o te volverás un ostentoso. Cuando sea necesario
calentarte, llama a algún pobre y miserable que esté en el desierto
contigo, y mándalo en tu lugar y dile: "No pude comer
mi pan solo".
X
Si estás en una montaña, o en un lugar donde haya un hermano enfermo, visítalo
dos veces al día: en la mañana, antes de que comiences a trabajar con tus
manos y en la tarde. Porque está escrito, amado mío en el Señor, que "estuve
enfermo y me visitasteis". Cuando un hermano muera en la montaña donde tú
estás, no te sientes en la celda en la que escuches la noticia, sino
anda y siéntate con él y llora sobre él, porque está escrito: "Llora al
hombre fallecido, y camina con él hasta que haya sido enterrado". Éste es el último servicio que uno puede realizar por su hermano. Saluda su
cuerpo con compasión, diciendo: "Acuérdate de mí ante el Señor".
XI
Hijo mío, haz todo lo posible por observar las cosas que he escrito para ti,
pues ellas son las reglas del oficio del monje. Deja que la muerte se acerque a
ti de día y de noche, porque tú sabes que ése que tú conoces es el que te
hablará, diciéndote: "Yo nunca lo he puesto en mi corazón. Mis pies están
en el umbral, viviré hasta que haya cruzado el umbral de la puerta". Hijo
mío, pon toda tu mente ante Dios en todo momento y no dejes que todos estos
inestables pensamientos te saquen del camino. Ten siempre a la vista los
castigos que vendrán. Mientras estés en tu habitación hazte a ti mismo
parecido a Dios.
XII
Si un hermano viene a ti, regocíjate con
él y salúdalo. Prepara agua para sus pies (¡no olvides esto1) y que él rece.
Saluda sus manos y sus pies, y no le molestes preguntándole de dónde viene, porque
está escrito que "algunos han recibido ángeles en su morada,
sin saberlo". Créele a aquél que ha venido a ti inclusive como le
creerías a Dios. Si él es un hombre más virtuoso que tú, le dirás:
"Que tu favor esté sobre mí", y: "Te considero mi
maestro". Guarda tu comida y come con él. Y si estás bajo compromiso de
ayuno, quiébralo, porque está escrito que "siempre me he mostrado
gozoso de acompañar al hombre que quería caminar". Debes regocijarte con
él, y estar contento. Haz lo más que puedas para que te bendiga tres veces,
para que la bendición del ángel que entró con él caiga sobre ti.
XIII
Como exige la misma
fe de la Iglesia Católica, no te permitas retroceder en
ella, ni te pongas por ti mismo fuera de ella. Creemos en un solo Dios, el Padre
todopoderoso, y su Hijo único, Jesucristo, nuestro Señor, por quien se hizo el
universo, y en el Espíritu Santo (es decir, en la Santísima Trinidad, que es
la divinidad completa). Él es Dios, él estaba en Dios, él es la luz que viene
de la Luz, él es el Señor que viene del Señor. Él fue engendrado, no creado.
Fue engendrado como hombre. Él no es una cosa creada, es Dios. Fue engendrado
por la santísima Virgen María, la mujer que llevó a Dios en su seno. Él tomó
la carne del hombre por nuestro bien, él bajó a la tierra, y desde ella se
elevó. Se escogió predicadores, a los santos apóstoles, cuyas voces, de
acuerdo a lo que está escrito, han sido escuchadas en toda la tierra (Sal 18,4). Fue crucificado. Fue atravesado con una
lanza, y de allí vino nuestra
salvación, agua y sangre (es decir, el bautismo y la eucaristía), pues
aquel que no ha recibido la sangre no ha sido bautizado.
XIV
Haz esto, hijo mío. Mantén esta fe, y el Dios de la paz estará contigo, y te salvará, y te librará, y estarás en paz el resto de tus días. La salvación está en el Señor, hijo querido, y solamente en él. Acuérdate de mí, mi bienamado en el Señor. Hazlo por Jesús, el Cristo, nuestro Señor, a quien le pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos.