ASTERIO DE AMASEA
Sobre el Autocontrol

I

Existe una concepción ficticia y falsa que prevalece entre los hombres, multiplicando las trasgresiones y disminuyendo el bien que cada uno de nosotros debe hacer. Esta falsa concepción consiste en creer esto: que todo lo que tenemos para disfrutar en esta vida lo poseemos como amos y señores. Debido a esta noción, los hombres luchan ferozmente por ello y lo protegen al máximo, como si fuera una posesión preciosa. Ahora bien, la verdad no es así, sino muy distinta, pues nada de lo que hemos recibido es nuestro, ni somos sus poseedores y señores absolutos, ni vivimos en esta vida como en una casa propia. Al contrario, los hombres somos peregrinos, extranjeros y errantes, y cuando menos lo esperamos somos llevados a donde no queremos ir. Además, cuando a Dios le parezca bien nos privará de esas riquezas. Por lo tanto, el disfrute de esta vida es perecedero, y muy susceptible a cambios. Quien hoy es glorioso, mañana es objeto de compasión y ayuda. Quien ahora es próspero y prospera en riquezas, de repente se encuentra pobre, sin siquiera pan para vivir. En este aspecto, nuestro Dios supera a los mortales, pues siempre es el mismo y posee vida, gloria y poder imperecederos.

II

Lucas nos presenta una parábola que, a modo de prefacio, describe al administrador de los bienes ajenos como gimiendo y angustiado, porque, siendo lujoso y extravagante, ha oído del dueño del dinero y las propiedades las palabras: "Da cuentas de tu administración y vete, porque no permitiré que administres más mis posesiones como si fueran tuyas". Esta no es la narración de algo que realmente ocurrió, sino una parábola que inculca la virtud moral. Sabed, pues, que cada uno de vosotros es administrador de lo ajeno. Despojaos por ello del orgullo de la autoridad, y revestios de la humildad y prudencia de todo administrador, responsable de sus actos. Esperad con temor a vuestro Señor, a quien deberéis rendir cuentas rigurosas. Sabed que sois peregrinos, que ha recibido privilegios de forma temporal y fugaz, respecto de las cosas que poseéis. Si tenéis dudas acerca de esto, observad lo que sucede y aprended de la experiencia, que es un maestro de fiar.

III

¿Posees una propiedad, ya sea heredada de tus padres, u obtenida mediante intercambio? Pues bien, recuerda y cuenta, si puedes, a todos los que la han ocupado antes que tú. Piensa también en el futuro, y cuántos la ocuparán después de ti. Y si no, dime a quién pertenece esa propiedad. ¿A los que la han tenido? ¿A los que la tienen ahora? ¿A los que la tendrán en el futuro? Si alguien los reuniera a todos, los propietarios serían más numerosos que los terrones. Si quieres saber cómo es exactamente nuestra vida, recuerda la vez que, viajando en verano, viste un árbol floreciente que se extendía tanto, en anchura y altura, como para servirte de refugio y hacerte sombra. ¿Te alegraste de estar bajo su sombra? Lo supongo, y también que allí permaneciste el mayor tiempo posible. Imagina que, cuando fue necesario continuar, justo en ese momento apareció otro caminante. En ese momento, tú tomaste tu equipaje, mientras él dejaba el suyo y se apropiaba de todas tus comodidades (el lecho de hojas, el fuego, la sombra del árbol, el agua que fluía). Él comenzó a reclinarse y descansar, mientras tú reanudabas tu caminata. Él también disfrutó de ese lugar, y luego lo abandonó. Así, ese árbol fue, en un solo día, el alojamiento temporal de quizás diez extraños. Sin embargo, lo que todos disfrutaron pertenecía a un solo dueño. De igual manera, la abundancia de la vida deleita y sustenta a muchos, mientras que pertenece sólo a Dios, quien tiene vida imperecedera e indestructible.

IV

¿Recuerdas la posada donde, de viaje, te alojaste? Tú no le aportaste a ella nada, mientras que ella te proporcionó muchas cosas (cama, mesa, copas, un plato y otros utensilios de todo tipo). No obstante, quizás antes de que usaras todo lo que deseabas, otro llegó jadeante y cubierto de polvo, y se quedó con ello. ¿De quién de los dos era aquello que ambos apetecíais? Por supuesto, de ninguno de los dos.

V

Así es nuestra vida, hermanos. Y si acaso, es aún más transitoria que las cosas que he mencionado. Me asombra cómo los hombres dicen "mi patrimonio" y "mi casa", apropiándose así, con una sola sílaba, de cosas que no les pertenecen, y aferrándose a cosas ajenas a través de dos letras engañosas. Así como en el escenario ningún actor tiene la exclusividad de un personaje, sino que cualquier actor puede asumirlo, así ocurre con la tierra y sus bienes materiales. Los hombres, uno tras otro, se los ponen y se los quitan como si fueran prendas. Y si no, decidme: ¿Hay algo más perdurable que un reino? Sin embargo, los palacios y las vestiduras reales han cubierto los cuerpos de muchos reyes sucesivos, y de igual modo también las coronas, los broches y los cinturones. Así pues, toda herencia es inestable, y toda propiedad es común a muchos, y todo pasa de los que se van a los que se quedan. Y si no, ¿de qué valen las posesiones de los magistrados, como el dosel, el carro de plata, la vara de oro? ¿Acaso no acompañan estas cosas siempre al magistrado, aunque nunca dura éste más de un breve período? Así como el féretro recibe ahora una forma, y ahora otra, así también las insignias del cargo pasan de un magistrado a otro. Por eso, también el apóstol nos ha hecho muchísimas llamadas de atención, que indican este pensamiento: "La apariencia de este mundo pasa", y: "Como no teniendo nada, y sin embargo poseyéndolo todo", y: "Que lo usan como si no abusaran de él". Todas estas palabras tienen un único propósito: que nos corresponde vivir como criaturas de un día, esperando la señal de nuestra partida.

VI

Para que veáis claramente que estáis sujetos a las leyes y ordenanzas del Señor, a las que os incumbe ajustaros estrictamente, aprended mediante la auto-observación que vuestras almas están completamente sujetas a los mandatos de la virtud, y no a vosotros. Lo que a vosotros os corresponde es actuar como mayordomos, tanto en palabra como de obra, y en cada movimiento de vuestra vida. Habéis recibido del Creador un organismo compuesto de muchos miembros corporales, y dotado de cinco sentidos para las necesidades de la vida. Pues bien, ni siquiera éstos son libres e independientes, sino que cada uno está sujeto a una ley que le ha sido dada, y es ejecuta por su cuenta. Y si no, contemplad la naturaleza. Contemplad al sol, iluminando todo el mundo. Contemplad la luna, brillando sobre la penumbra y el crepúsculo de la noche. Contemplad las estrellas, que tampoco nos dan por sí mismas una luz grande o independiente, sino que reflejan la belleza que reciben. Contemplad la tierra, peluda de plantas y hierbas. Contemplad el mar, cuando yace en perfecta calma, extendido como una llanura. La visión de estas cosas naturales nos beneficia y nos aporta luz. En cambio, lo que produce oscuridad no beneficia sino que perjudica. Perjudica al alma, y por eso nuestra conciencia nos alerta. Perjudica a los ojos, y por eso las propias personas las ocultan a la vista. ¿Por qué? Porque mejor es oscurecer el sentido de la vista que da entrada al mundo de las tinieblas. Por esta razón, el Señor nos dijo a través de Mateo: "Todo aquel que mira a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón", y: "Si tu ojo te hace caer, sácatelo". Respecto al sentido del oído, el que está pronto a escuchar lo que es correcto vivirá correctamente, y el que cierra su oído a lo que es malo no alojará el mal en su interior. Si algún compañero malvado, dispuesto a sembrar plaga y destrucción, se acerca con sus frascos de inmundicia, hay que huir de él como de una bestia venenosa. Respecto al sentido del gusto, hay que intentar que la lengua, junto con la boca, ejerza discreción. Que ambas se abstengan de lo prohibido (reproches, calumnias, acusaciones injustas, calumnias contra los hermanos, blasfemias contra Dios) y que ambas se atengan a lo bueno, pronunciando y aconsejando lo que es virtuoso y beneficioso, como recuerda el sagrado salmista: "Vigilaré mis caminos, para no pecar con mi lengua", y: "Con su lengua obran traicioneramente", y: "¿Por qué te glorías en el mal, oh hombre poderoso en la iniquidad? Todo el día tu lengua ha hablado injusticia; como navaja afilada has obrado engaño". En definitiva, que la lengua saboree lo provechoso. Respecto del sentido del olfato, que la nariz también ejerza discreción, no siempre oliendo lujos ostentosos ni dirigiendo la cabeza a los fragantes aromas de perfumes costosos. Contra tales prácticas arremete Isaías con vehemencia. Respecto al sentido del tacto, que la mano sea la que recuerde los mandamientos, para no tocar todo indiscriminadamente. Que dicha mano se extienda a la limosna, y no al saqueo. Que dicha mano guarde lo suyo, y no se apodere malvadamente de lo ajeno. Que dicha mano, en una visita benéfica, toque a los cuerpos débiles y afligidos, y no a los lujuriosos y dedicados a la fornicación.

VII

Hasta ahora he mostrado que no somos nosotros nuestros propios amos, sino los administradores de nuestros cuerpos y almas, bajo las leyes y ordenanzas, y como siervos y súbditos, del Legislador. Si los miembros de nuestro cuerpo no están libres de autoridad, sino regulados por la voluntad del Señor, ¿qué se debe decir a quienes creen poseer, sin rendir cuentas, oro, plata, tierras y todo lo demás? Yo les diría esto mismo: ¡Oh, hombre, nada te pertenece, eres un súbdito, lo tuyo pertenece a tu Señor! En efecto, un súbdito no tiene nada en propiedad, y administra lo que no es suyo.

VIII

Desnudos fuisteis traídos a esta vida, hermanos. Lo que tenéis lo habéis recibido por la dispensación de vuestro Señor, ya sea que lo hayáis heredado de un padre (pues Dios así lo ha dispuesto, estableciendo que los padres transmitan sus bienes a sus hijos), o que hayáis adquirido riqueza por matrimonio (pues el matrimonio y sus relaciones, son ordenadas por Dios, o por otros medios en cooperación con Dios).

IX

Como veis, es evidente que habéis recibido cosas que no son vuestras. Observemos ahora con más detalle qué es lo que os incumbe, y qué tipo de control debéis tener sobre ellas. Para empezar, yo os diría las palabras del Señor: "Alimentad al hambriento, vestid al desnudo, sanad al afligido, dad posada al marginado de las esquinas de las calles". Es decir, no os preocupéis por vosotros mismos, ni os detengáis a considerar cómo viviréis mañana. Si hacéis estas cosas, la Escritura dice que seréis honrados por el Legislador. Si no atendéis el mandato, seréis severamente castigados. Estas cosas, hermanos, no pueden ser hechas por personas irresponsables, o por gente que vive independientemente. Al contrario, estos numerosos y repetidos mandatos sólo pueden ser hechas por personas estrictamente gobernadas, sujetas al autocontrol y rígidamente responsables de su conducta. Si vivís en la propia negligencia, ¿cómo vais a saber cuidar a los demás? De hacerlo así, los mataréis en la desgracia, los enseñaréis a competir en superficialidades, les enseñaréis a gastar el dinero en vanidades, emularéis a los aduladores pródigos, arrastraréis tras ellos hordas de parásitos desafortunados. Si vosotros despilfarráis vuestra riqueza en gladiadores y en fieras, y apostáis en la cría de caballos sin importar el gasto, y gastáis vuestra abundancia en malabaristas, actores y personas igualmente inútiles, ¿no os va a ser imposible atender luego a los pobres y menesterosos? ¿No estaréis más bien rayando la bancarrota? En el extremo opuesto, si retenéis resueltamente vuestro dinero, y os negáis a desprendernos incluso de unos pocos óbolos, ¿no os estaréis haciendo insensibles a los innumerables dolores de los demás, y con ellos al castigo ardiente, por vuestra tacañería?. La prodigalidad se anticipa a la petición, abre todas las puertas, prodiga la riqueza a los de afuera. Esta no es una mentalidad de gobernantes ni de sirvientes, sino de los que saben auto-controlarse y cumplir lo que pide su señor. Las personas no están destinadas a las lujurias juveniles ni a las desenfrenadas juergas de adultos, sino al fin para el que han sido creadas.

X

Si deseáis ver a un mayordomo administrando con temor y sabia discreción lo que se le ha encomendado, oh oyentes, abrid el libro de David y buscad esas palabras donde uno, indagando sobre el tiempo señalado de su fin, le dice a Dios: "Señor, hazme saber mi fin y cuántos días me quedan, para que sepa lo que me falta". En estas palabras, hermanos, tenéis vuestra cara ante un espejo. Tenéis la actitud del que ora, del que tiene mucho, del que prevé lo que está por venir, del que espera un juicio, del que se preocupa por el tiempo señalado, del que intenta que su partida no lo encuentre desprevenido. Procurad vosotros también, pues, saber contar cuántos días os quedan, para poder cumplir celosamente vuestra tarea antes de que venga el Señor.

XI

Si comparamos cuidadosamente lo que experimenta el moribundo, y lo que soporta el hombre expulsado de su mayordomía, descubriremos que el fin de cada uno de nosotros es como el de un mayordomo. El moribundo cede el control de sus asuntos a otros, igual que el mayordomo cede sus llaves. Este último cede al ser expulsado de una propiedad, y el primero al ser expulsado del mundo. Cuando el mayordomo, profundamente afligido, se retira de sus propias labores (viñedos, jardines, casas), ¿qué creéis que experimenta, entonces, el moribundo? ¿No lamenta sus posesiones? ¿No contempla con lástima su casa mientras, contra su voluntad, es arrancado de ella y obligado, a pesar de sus apegos, a alejarse de sus tesoros y almacenes? ¿Y cómo se sentirá cuando llegue al lugar señalado y escuche las palabras: "Rinde cuentas de tu mayordomía, muestra cómo has obedecido los mandamientos, cómo has tratado a tus consiervos, ya sea con propiedad y bondad o, por el contrario, con gravedad y tiranía, golpeando, castigando y reteniendo las limosnas que dicta la misericordia"? Entonces, si logra mostrar su bondad al amo, demostrando que ha sido un siervo fiel, le irá bien. Pero si no puede mostrarle su bondad, le quedarán no sólo los azotes con varas, ni la prisión oscura ni los grilletes de hierro, sino el fuego inextinguible y la oscuridad eterna (jamás iluminada por un rayo de luz) y el crujir de dientes, como claramente nos enseña el evangelio. Si creéis realmente que nunca vais a ser expulsados de vuestras posesiones, porque no pensáis morir, disfrutad del mundo, disfrutad con todos los sentidos, dejad que el placer sea desenfrenado. Mas si estas cosas han de terminar, y no hemos de disfrutarlas por mucho tiempo, temed vuestra partida y vivid la vida como una peregrinación hacia el Señor. No os dejéis llevar por los acontecimientos, como prisioneros por deudas, sino vivid como hombres libres, con una conciencia que os apruebe y un informe de conducta que no sea condenado por el Señor.

XII

Aquel hombre rico de la parábola, cuya tierra rindió abundantemente, era un malvado administrador de la vida terrenal, pues en la abundancia de sus frutos no se proponía nada útil, sino que, engrosando los deseos del vientre, y los vastos bolsillos de la codicia, lo concibió todo para su propio disfrute, diciendo: "Derribaré mis graneros y los construiré mayores, y me diré a mí mismo: Tienes muchos bienes guardados; descansa, come, bebe y diviértete". Mientras este hombre aún hablaba, el ángel de la muerte se puso a su lado y lo sacó de la tierra. Un terrible compañero de esclavitud había venido para arrancarlo de su mayordomía, mas ¿qué provecho había en su plan, sino la satisfacción de sus deseos egoístas? Esto ha sido vívidamente descrito por nuestro Señor, para nuestra advertencia.

XIII

¿Qué nos enseña la experiencia? ¿Acaso los acontecimientos de cada día no proclaman con fuerza la verdad de la parábola? ¿No vemos al hombre sano al mediodía, y muerto antes que aparezca el lucero vespertino? ¿No vemos al hombre fuerte al anochecer, e inerte para recibir los rayos del alba? ¿Y a otro que parte de esta vida mientras come? ¿Y quién es tan necio como para no percibir a simple vista que, a diario, uno tras otro son apartados de su mayordomía? El buen y fiel mayordomo, cuya conciencia aprueba su propia administración, comparte la opinión de Pablo. Aunque nadie le instó a ello, Pablo se apresuró a ir a su Maestro, y por propia voluntad renunció a su mayordomía y dijo: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?", y: "Para mí es bueno partir y estar con Cristo". Quien tiene una mentalidad terrenal, y es realmente afín a los terrones, ante el cambio que le sobreviene profiere lamentaciones como las del hombre de la parábola: "¿Qué haré, ahora que mi Señor me quita la mayordomía? No puedo cavar, mendigar me da vergüenza". ¡Esta es la lamentación de un hombre ocioso y amante de los placeres, que llora su partida y lamenta perder los placeres sensuales de la carne! ¡Aquí está la prueba de que estuvo absorto en sus bienes, y fue incapaz de cumplir el trabajo señalado por llevar una vida ociosa y apática! De hecho, si hubiera estado acostumbrado al trabajo, no habría dudado en ponerse a cavar.

XIV

Tras el traslado al mundo eterno, ya no hay lugar para una nueva oportunidad. Por lo tanto, que ninguno de ellos diga "no puedo cavar", porque aunque lo quisiera no podría. A esta vida pertenece la obediencia a los mandamientos, y a la vida venidera la recompensa. Así que, si no has hecho nada aquí, será inútil que pienses en cavar, pues habrás dejado atrás las viñas. Tampoco te beneficiará en absoluto suplicar. Tenemos un ejemplo notable de esto en la parábola de las vírgenes insensatas, que se demoraron por falta de aceite y, sin pudor, lo pidieron a las prudentes. ¿Qué ocurrió? Esto mismo: que no recibieron ayuda, y partieron a la otra vida sin éxito. La narración muestra que, al llegar el novio, nadie puede usar el aceite de otro (es decir, la rectitud de otro) para su propio beneficio. ¿Por qué? Porque cada uno está vestido con su propia conducta (como con una prenda, ya sea espléndida o miserable) y con la capa de un mendigo. Esta prenda (es decir, esta vida) no es posible quitársela, ni cambiarla por otra, ni adornarla con el préstamo de otro, sino que cada uno permanece tal como es en realidad, ya sea pobre en buenas obras o rico en ellas.

XV

¿Os habéis fijado en la remisión de deudas que el mayordomo injusto ideó? La ideó para, a través de sus consiervos, obtener alivio ante las dificultades de su caída. No es fácil explicar esto, pero a mí se me ocurre lo siguiente. Todos los que trabajan en una mayordomía, al dar lo ajeno también trabajan para su propio beneficio (tomando por lo ajeno lo que pertenece al Señor). Por tanto, cuando alguien anticipa su fin, y su partida al otro mundo, lo que tiende es a aligerar la carga de sus pecados a través de las buenas obras, ya sea cancelando las obligaciones de los deudores, o abasteciendo a los pobres con abundancia, o acercándose a los amigos del Juez (por lo menos, para que no informen de nada suyo negativo). Pues bien, esto es lo que nos quiere decir el Señor con este final de la parábola: que sepamos auto-controlarnos. Y que si no lo hemos hecho hasta ahora, que lo hagamos ya o cuanto antes, sobre todo antes de nuestra partida y citación ante el Juez. Sin este auto-control, y buena administración de la tarea encomendada por Dios, no hay salvación. Con ellos, hasta el último momento es posible. Así como se dijo que la sangre de Abel "clamaba a Dios", de igual manera se dirá que una buena acción testifica siempre a favor de los hombres.