GREGORIO DE NACIANZO
Sobre el Bautismo

DISCURSO II

I

Ayer celebramos con gran solemnidad el ilustre Día de las Luces, pues era apropiado celebrar nuestra salvación, mucho más que por bodas, cumpleaños, onomásticas, inauguraciones de casas, inscripciones de hijos, aniversarios y todas las demás festividades que los hombres celebran por sus amigos terrenales. En cuanto al día de hoy, hablaré brevemente sobre el bautismo y los beneficios que nos reporta. Mi discurso de ayer lo trató superficialmente, en parte porque el tiempo nos apremiaba, y en parte porque el sermón debía evitar la monotonía. Además, un sermón demasiado extenso es tan perjudicial para los oídos como el exceso de comida para el cuerpo. Merecerá la pena que os concentréis en lo que diga, y recibáis mi discurso sobre un tema tan importante no de forma superficial, sino con la mente preparada, ya que conocer el poder de este sacramento es en sí mismo una iluminación.

II

La palabra de Dios reconoce tres nacimientos para nosotros: el nacimiento natural, el del bautismo y el de la resurrección. De estos, el primero es de noche (servil e implica pasión), el segundo es de día (destructor de la pasión, cortando todo el velo derivado del nacimiento y conduciendo a una vida superior), y el tercero es más terrible y breve, pues reúne en un instante a toda la humanidad para comparecer ante su Creador y rendir cuentas de su servicio y conducta aquí (ya sea que haya seguido la carne o que se haya elevado con el espíritu y adorado la gracia de su nueva creación). Mi Señor Jesucristo ha demostrado que honró todos estos nacimientos en su propia persona. El primero, por esa primera y vivificante inhalación (Gn 2,7). El segundo, por su encarnación y el bautismo con el que él mismo fue bautizado. Y el tercero, por la resurrección, de la cual él fue la primicia. En efecto, Cristo se hizo el primogénito (Rm 8,29) entre muchos hermanos, y también se hizo el primogénito de entre los muertos (Col 1,18).

III

Sobre los nacimientos primero y tercero no tenemos que hablar en esta ocasión. Hablemos del segundo, que ahora nos es necesario y que da nombre a la Fiesta de las Luces. La iluminación es el esplendor de las almas, la conversión de la vida, la pregunta planteada a la conciencia divina. Es la ayuda a nuestra debilidad, la renuncia a la carne, el seguimiento del Espíritu, la comunión de la Palabra, la mejora de la criatura, la superación del pecado, la participación de la luz, la disolución de las tinieblas. Es la conducción hacia Dios, la muerte con Cristo, el perfeccionamiento de la mente, el baluarte de la fe, la llave del Reino de los Cielos, el cambio de vida, la eliminación de la esclavitud, la liberación de las cadenas, la remodelación de todo el hombre. ¿Para qué entrar en más detalles? La iluminación es el mayor y más magnífico de los dones de Dios. Porque así como hablamos del Santo de los santos y del Cantar de los Cantares como más amplios y más excelentes que otros, así también a esto se le llama iluminación, por ser más santo que cualquier otra iluminación que poseemos.

IV

Así como Cristo, el dador, es llamado con muchos nombres diversos, así también es este don, ya sea por la excesiva alegría de su naturaleza (como quienes son muy aficionados a algo se complacen en usar su nombre), o porque la gran variedad de sus beneficios ha reaccionado para nosotros sobre sus nombres. Lo llamamos don, gracia, bautismo, unción, iluminación, vestidura de la inmortalidad, lavatorio de la regeneración, sello y todo lo que es honorable. Don, porque se nos da a cambio de nada de nuestra parte. Gracia, porque se confiere incluso a los deudores. Bautismo, porque el pecado es enterrado con él en el agua. Unción, como sacerdotal y real, porque tales eran los que fueron ungidos. Iluminación, por su esplendor. Vestidura, porque oculta nuestra vergüenza. Lavatorio, porque nos lava. Sello porque nos preserva, y es además la indicación del dominio. En ella se regocijan los cielos; es glorificada por los ángeles por su esplendor similar. Es la imagen de la dicha celestial. Anhelamos cantar sus alabanzas, pero no podemos hacerlo dignamente.

V

Dios es luz (1Jn 1,5), el más alto, el inaccesible, el inefable, que no puede ser concebido en la mente ni expresado con los labios (1Tm 6,16), que da vida a toda criatura racional (Jn 1,9). Él es en el mundo del pensamiento, lo que el sol es en el mundo de los sentidos. Lo es presentándose a nuestras mentes en la proporción en que somos purificados, y amado en la proporción en que se presenta a nuestra mente, y concebido en la proporción en que lo amamos. Lo es contemplándose y comprendiéndose a sí mismo, y derramándose sobre lo que es externo a él. En efecto, Cristo es esa primera luz que se contempla en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuya riqueza es su unidad de naturaleza, y el único salto de su brillo. Una segunda luz es el ángel, una especie de efusión o comunicación de esa primera luz, que obtiene su iluminación de su inclinación y obediencia a la misma; y no sé si su iluminación se distribuye según el orden de su estado, o si su orden se debe a las respectivas medidas de su iluminación. Una tercera luz es el hombre, una luz visible para los objetos externos. En efecto, al hombre se le llama luz por la facultad del habla que tenemos, y por asemejarnos a Dios y acercamos a él más que otras criaturas. También reconozco yo una cuarta luz, por la cual la oscuridad primigenia fue disipada o penetrada. Fue la luz de toda la creación visible, que todo lo llamó a la existencia e irradia todo el universo, la órbita de las estrellas y todos los faros celestiales.

VI

La luz también fue el mandamiento primogénito dado al hombre primogénito (porque el mandamiento de la ley es una lámpara y una luz (Prov 6,23), y porque "tus juicios son una luz sobre la tierra"). No obstante, la oscuridad envidiosa se coló y obró maldad. Una luz típica y proporcionada a los que eran sus sujetos fue la ley escrita, alumbrando la verdad y el sacramento de la gran luz, porque el rostro de Moisés fue hecho glorioso por ella (Ex 34,30). Para mencionar más luces, fue luz lo que apareció del fuego a Moisés, cuando quemó la zarza de hecho, pero no la consumió, para mostrar su naturaleza y declarar el poder que estaba en ella. Fue luz eso que estaba en la columna de fuego que guió a Israel y domó el desierto (Ex 13,21). Fue luz lo que llevó a Elías en el carro de fuego (2Re 2,11), y sin embargo no lo quemó como lo llevó. Fue luz lo que brilló alrededor de los pastores (Lc 2,9) cuando la luz eterna se mezcló con la temporal. Fue luz lo que mostró la belleza de la estrella que fue delante de Belén para guiar el camino de los reyes magos (Mt 2,9), y para ser la escolta de la luz que está sobre nosotros, cuando él vino entre nosotros. Luz era esa deidad que fue mostrada en el monte a los discípulos, y demasiado fuerte para sus ojos. Luz fue esa visión que brilló sobre Pablo (Hch 9,3), y al herir sus ojos sanó la oscuridad de su alma. La luz es también el brillo del cielo para aquellos que han sido purificados aquí, cuando los justos brillarán como el sol (Mt 13,43), y Dios estará en medio de ellos (Sb 3,7), dioses y reyes, decidiendo y distinguiendo los rangos de la bienaventuranza del cielo. La luz del bautismo, junto a estas otras luces en un sentido especial, es la iluminación del sacramento del que os estoy hablando, porque contiene un grande y maravilloso misterio de nuestra salvación.

VII

Puesto que la absoluta impecabilidad pertenece a Dios y a la naturaleza primera y no compuesta (pues la simplicidad es pacífica y no está sujeta a disensión), me atrevo a decir que también pertenece a la naturaleza angélica. O al menos, afirmaría que esa naturaleza es casi impecable, debido a su cercanía a Dios. No obstante el pecado es humano y pertenece a lo compuesto en la tierra (pues la composición es el principio de la separación). Por lo tanto, el Maestro no creyó correcto dejar a su criatura desatendida ni descuidar el peligro de separación de sí mismo. En efecto, así como él dio existencia a lo que no existía, así él dio nueva creación a lo que existía. Fue una creación más divina y más alta que la primera, que es para aquellos que están comenzando la vida un sello, y para aquellos que son más maduros en edad a la vez un don y una restauración de la imagen que había caído por el pecado. Lo hizo para que no podamos, volviéndonos peores por la desesperación, y siendo siempre llevados hacia lo que es más malo, caer por completo del bien y de la virtud, por el desaliento. Lo hizo para que, habiendo caído en una profundidad de mal, no pudiéramos despreciarlo. Lo hizo para que, como aquellos que en el transcurso de un largo viaje hacen un breve descanso del trabajo en una posada, así nosotros fuéramos capaces de completar el resto del camino frescos y llenos de valor. Tal es la gracia y el poder del bautismo. No una arrolladora del mundo como antaño, sino una purificación de los pecados de cada individuo, y una limpieza completa de todas las magulladuras y manchas del pecado.

VIII

Puesto que somos de doble naturaleza (es decir, de cuerpo y alma, una parte es visible y la otra invisible), la purificación también es doble, por el agua y el espíritu; uno recibido visiblemente en el cuerpo, el otro concurriendo con él invisiblemente y aparte del cuerpo; uno típico, el otro real y purificador de las profundidades. Esto, que viene en ayuda de nuestro primer nacimiento, nos hace nuevos en vez de viejos, y semejantes a Dios en vez de lo que ahora somos, rehaciéndonos sin fuego y creándonos de nuevo sin desintegrarnos. En resumen, la virtud del bautismo debe entenderse como un pacto con Dios para una segunda vida y una conversación más pura. De hecho, todos debemos temer esto profundamente y vigilar nuestras propias almas, cada uno de nosotros, con sumo cuidado, para no convertirnos en mentirosos con respecto a esta profesión. Si Dios es llamado como mediador para ratificar las profesiones humanas, ¡cuán grande es el peligro si se nos encuentra trasgresores del pacto que hemos hecho con Dios mismo! Sobre todo, si se nos encuentra culpables ante la Verdad misma de esa mentira, además de nuestras otras trasgresiones. Y más, cuando no hay una segunda regeneración, o recreación, o restauración a nuestro estado anterior, aunque la busquemos con todas nuestras fuerzas, y con muchos suspiros y lágrimas, por la cual se cicatriza (con gran dificultad en mi opinión, aunque todos creemos que puede cicatrizar). Sin embargo, si pudiéramos borrar incluso las cicatrices, yo me alegraría (ya que yo también necesito misericordia), porque es mejor no necesitar una segunda limpieza, sino detenerse en la primera. Esto no requiere trabajo, y es de igual precio para esclavos, para amos, para pobres, para ricos, para humildes, para exaltados, para gentiles, para sencillos, para deudores, para aquellos que están libres de deudas; como la respiración del aire, y el derramamiento de la luz, y los cambios de las estaciones, y la vista de la creación, ese gran deleite que todos compartimos por igual, y la distribución igualitaria de la fe.

IX

Es extraño sustituir un remedio indoloro por uno más doloroso; desechar la gracia de la misericordia y contraer una deuda de castigo; y medir nuestra enmienda contra el pecado. En efecto, ¿cuántas lágrimas debemos derramar para que igualen la fuente del bautismo? ¿Y quién nos garantizará que la muerte esperará nuestra cura, y que el tribunal no nos citará mientras aún seamos deudores y necesitemos el fuego del otro mundo? Tú quizás, como buen y compasivo labrador, suplicarás al Maestro que aún perdone la higuera (Lc 13,8) y que no la corte todavía, aunque se le acuse de no dar fruto; sino que te permita esparcir estiércol a su alrededor en forma de lágrimas, suspiros, invocaciones, dormir en el suelo, vigilias, mortificaciones del alma y del cuerpo, y corrección mediante la confesión y una vida de humillación. En cambio, es incierto si el Maestro la perdonará, pues estorba el terreno para que otro pida misericordia, y se deteriora por la paciencia mostrada a este. Seamos, pues, sepultados con Cristo por el bautismo, para que también resucitemos con él. Descendamos con él, para que también seamos exaltados con él; ascendamos con él, para que también seamos glorificados juntos.

X

Si después del bautismo el Perseguidor de la luz te asalta (pues él asaltó incluso a la palabra de Dios a través del velo, la luz oculta a través de lo que fue manifestado), tienes los medios para vencerlo. No temas el conflicto, sino defiéndete con el agua. Defiéndete con el Espíritu, por el cual todos los dardos de fuego del maligno serán apagados (Ef 6,16). Defiéndete por ese Espíritu que rasgó las montañas (1Re 19,11) y que es agua que apaga el fuego. Si el Maligno te asalta por tu necesidad (como ya se atrevió a asaltar a Cristo), y te pide que las piedras se conviertan en pan, no ignores sus artimañas (2Cor 2,11) y enséñale lo que no ha aprendido. Defiéndete con la Palabra de Vida, quien es el pan enviado del cielo y da vida al mundo (Jn 6,33). Si conspira contra ti con vanagloria (como hizo contra Cristo, cuando lo condujo a la cima del templo y le dijo "échate abajo" como prueba de su divinidad), no te dejes llevar por la euforia. Si te dejas llevar por esto, el Malvado no se detendrá aquí, porque es insaciable y se aferra a todo. Él te adulará con bellas pretensiones, pero terminará en el mal, porque así es como lucha. Sí, él es un ladrón, y experto en las Escrituras. Por un lado, conocía lo que estaba escrito acerca del pan, y por otro sabía lo que estaba escrito acerca de los ángeles, cuando dijo: "Él mandará a sus ángeles acerca de ti, y ellos te llevarán en sus manos". Oh vil sofista, ¿cómo fue que suprimiste las palabras que siguen, pues las conozco bien, incluso si las pasas por alto en silencio? Te haré caminar sobre áspides y basiliscos, y yo pisotearé serpientes y escorpiones, protegido por la Trinidad. Si lucha contra ti ese Malvado, hasta la caída por avaricia, o mostrándote todos los reinos en un instante, y en un abrir y cerrar de ojos como si le pertenecieran, y exige tu adoración, despídelo como a un mendigo y dile confiando en tu sello: Soy la imagen de Dios, y aún no he sido arrojado de la gloria celestial (como tú por tu orgullo), sino que me he revestido de Cristo, y he sido transformado en Cristo por el bautismo. Si le dices esto, el Perseguidor partirá, derrotado y avergonzado por esto. Lo hará como lo hizo con Cristo, la primera luz, y como lo hará con aquellos que son iluminados por Cristo. Tales bendiciones otorga el bautismo a quienes lo comprenden, tal es el rico festín que proporciona a quienes tienen hambre recta.

XI

Bauticémonos, pues, para obtener la victoria, y participemos de las aguas purificadoras, más purificadoras que el hisopo, más puras que la sangre legal, más sagradas que las cenizas de la novilla rociadas sobre los impuros (Hb 10,4), que proporcionan una limpieza temporal del cuerpo, pero no una completa eliminación del pecado. Si hoy somos purificados, ¿por qué necesitaríamos más purificación? Bauticémonos hoy, para no sufrir violencia mañana. No pospongamos la bendición como si fuera una ofensa, ni esperemos a ser más malvados para recibir más perdón. No nos convirtamos en vendedores y traficantes de Cristo, para no sobrecargarnos más de lo que podemos soportar, para no hundirnos con todos y naufragar en el don, y perderlo todo por esperar demasiado. Mientras aún domines tus pensamientos, corre hacia el don. Ve a él mientras no estés aún enfermo de cuerpo ni de mente, ni lo parezcas a los que están contigo (aunque en realidad estés sano de mente). Ve a él mientras tu bien no esté aún en poder de otros, pero tú mismo seas todavía dueño de él. Ve a él mientras tu lengua no sea tartamuda ni esté reseca, o (para no decir más) privada del poder de pronunciar las palabras sacramentales. Ve a él mientras todavía puedas ser hecho uno de los fieles, no conjeturalmente sino confesadamente. Ve a él mientras todavía puedas recibir no piedad sino felicitaciones. Ve a él mientras el don todavía sea claro para ti, y no haya duda al respecto. Ve a él mientras la gracia pueda alcanzar la profundidad de tu alma, y no sea meramente tu cuerpo el que se lave para el entierro. Ve a él antes de que las lágrimas te rodeen anunciando tu fallecimiento (y quizás incluso estas restringidas por tu bien) y tu esposa e hijos retrasen tu partida y estén escuchando tus últimas palabras. Ve a él antes de que el médico sea incapaz de ayudarte, y te dé sólo horas de vida (horas que no le corresponden dar) y equilibre tu salvación con un gesto de su cabeza, y diserte eruditamente sobre tu enfermedad después de que hayas muerto, o haga sus cargos más pesados con retiros, o insinúe desesperación. Ve a él antes de que haya una lucha entre el hombre que quiere bautizarte y el hombre que busca tu dinero, el uno luchando para que recibas tu viático, el otro para que él pueda ser inscrito en tu testamento como heredero.

XII

¿Por qué esperar a que la fiebre te traiga esta bendición y rechazarla de Dios? ¿Por qué la obtendrás por el paso del tiempo y no por la razón? ¿Por qué se la deberás a un amigo conspirador y no a un deseo salvador? ¿Por qué la recibirás por la fuerza y no por libre voluntad; por necesidad en lugar de por libertad? ¿Por qué debes oír de tu muerte por otro, en lugar de pensar en ella como algo ya presente? ¿Por qué buscas medicinas que no harán ningún bien, o el sudor de la crisis, cuando el sudor de la muerte quizás te azota? Cúrate antes de tu extremo. Ten piedad de ti mismo, el único verdadero sanador de tu enfermedad. Aplícate la medicina realmente salvadora. Mientras aún navegas con una brisa favorable, teme el naufragio, y correrás menos peligro de él, si haces uso de tu terror como ayuda. Date la ocasión de celebrar el don con banquete, no con luto. Deja que el talento sea cultivado, no enterrado en la tierra. Que transcurra un tiempo entre la gracia y la muerte, para que no sólo se borre la cuenta de los pecados, sino que se escriba algo mejor en su lugar; para que obtengas no sólo el don, sino también la recompensa; para que no sólo escapes del fuego, sino que también heredes la gloria que se otorga al cultivar el don. Porque para los hombres de alma pequeña es gran cosa escapar del tormento; pero los hombres de alma grande también aspiran a alcanzar la recompensa.

XIII

Conozco tres clases entre los salvados: los esclavos, los jornaleros y los hijos. Si eres esclavo, teme el látigo; si eres jornalero, busca solo tu salario; si eres un hijo, reverencia a tu padre y obra lo que es bueno, porque es bueno obedecer a un padre y, aunque no recibas recompensa alguna, esto en sí mismo es una recompensa: complacer a tu Padre. Cuidemos, pues, de no despreciar estas cosas. Qué absurdo sería aferrarse al dinero y desperdiciar la salud, y ser pródigo en la limpieza del cuerpo, pero economizar en la limpieza del alma. Qué absurdo sería buscar la libertad de la esclavitud terrenal, pero no preocuparse por la libertad celestial. Qué absurdo sería esforzarse por tener una casa y un vestido espléndidos, pero nunca pensar en cómo uno mismo puede llegar a ser realmente muy valioso. Qué absurdo sería ser celoso por hacer el bien a los demás, sin ningún deseo de hacérselo a uno mismo. Si el bien pudiera comprarse, no escatimarías dinero. En cambio, si la misericordia está a tus pies, la desprecias por su bajeza. Todo momento es propicio para tu ablución, pues cualquier momento puede ser tu muerte. Con Pablo, te grito a viva voz: "Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de salvación" (2Cor 6,2). Ese ahora no se refiere a un tiempo específico, sino a cada momento presente. Y de nuevo te digo: "Despertad, vosotros que dormís, y Cristo os dará la luz" (Ef 5,14), disipando las tinieblas del pecado, porque como dice Isaías, "en la noche la esperanza es mala, y es más provechoso ser recibido en la mañana".

XIV

Siembra en buena temporada, recoge y abre tus graneros cuando sea el momento oportuno. Planta a tiempo, corta los racimos cuando estén maduros, zarpa con valentía en primavera y vuelve a la costa al principio del invierno, cuando el mar empiece a rugir. Que haya también para ti tiempo de guerra y tiempo de paz; tiempo de casarte y tiempo de abstenerte; tiempo de amistad y tiempo de discordia, si es necesario. En resumen, que en tu vida haya tiempo para todo, si sigues el consejo de Salomón. En cuanto a la obra de tu salvación, esto es algo en lo que debes estar ocupado en todo momento, pues cada momento puede ser para ti el definitivo. Si siempre pasas por alto el hoy y esperas el mañana, por tus pequeñas postergaciones serás engañado sin saberlo por el Maligno, como suele ser. Dame a mí el presente, dice el diablo, y a Dios el futuro; para mí tu juventud, y para Dios la vejez; para mí tus placeres, y para él tu inutilidad. ¡Cuán grande es el peligro que te rodea, cuántos son los infortunios inesperados! Podrá ser que una guerra que te ha agotado, o un terremoto que te ha arrollado, o el mar que te ha tragado, o una fiera que te ha arrebatado, o una enfermedad que te ha matado, o una migaja que se ha ido por mal camino, o una borrachera demasiado entregada, o un viento que te ha derribado, o un caballo que se ha escapado contigo, o una droga que conspira maliciosamente contra ti (o que quizás se ha descubierto que es perjudicial cuando se supone que es saludable), o un juez inhumano, o un verdugo inexorable, o cualquiera de las cosas que hacen que el cambio sea más rápido y más allá del poder de la ayuda humana.

XV

Si te fortificas de antemano con el sello del bautismo, y te aseguras para el futuro con la mejor y más poderosa de todas las ayudas, siendo marcado en cuerpo y alma con la unción, como Israel lo fue en la antigüedad con la sangre y la unción del primogénito por la noche que lo protegía (Ex 12,22), ¿qué te puede suceder entonces, y qué se habrá obrado para ti? Escucha los Proverbios, que dicen: "Si te sientas, no tendrás miedo, y si duermes tu sueño será dulce" (Prov 3,24). Y escucha a David dándote la buena noticia: "No temerás el terror nocturno, ni la desgracia, ni el demonio del mediodía". Esto, incluso mientras vivas, contribuirá en gran medida a tu sensación de seguridad (pues una oveja sellada no se deja atrapar fácilmente, pero la que no está marcada es presa fácil de los ladrones), y a tu muerte recibirás un sudario afortunado, más precioso que el oro, más magnífico que un sepulcro, más reverente que libaciones estériles, más oportuno que las primicias maduras, que los muertos otorgan a los muertos, haciendo de la costumbre una ley. Es más, si todo te abandona (Lc 9,60), o te es arrebatado violentamente todo (dinero, posesiones, tronos, distinciones y todo lo que pertenece a esta agitación temprana), aun así podrás entregar tu vida en seguridad, sin haber sufrido ninguna pérdida de las ayudas que Dios te dio para la salvación.

XVI

¿Temes destruir el don y, por lo tanto, pospones tu purificación porque no puedes tenerla una segunda vez? ¿Qué? ¿No temerías el peligro en tiempos de persecución y perder lo más preciado que tienes: Cristo? ¿Evitarías entonces, por esta razón, hacerte cristiano? ¡Ni lo pienses! Tal temor no es para un hombre cuerdo; tal argumento demuestra locura. ¡Oh, precaución imprudente, si se me permite! ¡Oh, truco del Maligno! En verdad, él es oscuridad y finge ser luz; y cuando ya no puede prevalecer en la guerra abierta, tiende trampas en secreto y da consejos, aparentemente buenos, en realidad malos, si al menos con algún truco puede prevalecer, y no encontramos escapatoria a sus maquinaciones. Esto es claramente lo que pretende el Maligno, porque al ser incapaz de persuadirte a despreciar el bautismo, te inflige una seguridad ficticia de no sufrir aquello que temes, ni destruir el don, ni fallar en él por completo. Este es el carácter del diablo, que nunca cesará mientras nos vea avanzando hacia el cielo del que él ha caído. Por tanto, oh hombre de Dios, reconoce las maquinaciones de tu adversario. La batalla es contra quien tiene, y se trata de los intereses más importantes. No tomes a tu enemigo como tu consejero, no desprecies ser llamado fiel. Mientras seas catecúmeno, no estás más que en el pórtico de la religión. Tras eso, debes entrar, cruzar el atrio, observar las cosas santas, mirar dentro del lugar santísimo y estar en compañía de la Trinidad. Grandes son los intereses por los que luchas, grande también la estabilidad que necesitas. Protégete con el escudo de la fe. Él te teme si luchas armado con esta arma, y por eso te despojará del don para poder vencerte más fácilmente, desarmado e indefenso. Ataca todas las épocas y todas las formas de vida; debe ser repelido por todos.

XVII

¿Eres joven? Enfréntate a tus pasiones, sé parte de la alianza en el ejército de Dios, lucha con valentía contra Goliat (1Sm 17,32). Toma tus miles o tus miríadas, y disfruta de tu madurez, pero no permitas que tu juventud se marchite, siendo asesinada por la imperfección de tu fe. ¿Eres viejo y estás cerca de la necesidad predestinada? Aprovecha los pocos días que te quedan. Confía la purificación a tu vejez. ¿Por qué temes las pasiones juveniles en la vejez profunda y en tu último aliento? ¿O esperarás ser lavado hasta la muerte, y no tanto objeto de compasión como de aversión? ¿Lamentas los restos del placer, estando tú mismo en los restos de la vida? Es vergonzoso haber pasado la flor de la edad, pero no tu maldad; sino estar aún envuelto en ella, o al menos parecerlo retrasando tu purificación. ¿Tienes un bebé? No dejes que el pecado se le presente, sino que sea santificado desde su infancia; desde su más tierna edad, que sea consagrado por el Espíritu. ¿Temes al sello por la debilidad de tu naturaleza? ¡Oh, qué madre tan pequeña de alma, y qué poca fe! Ana, incluso antes de que Samuel naciera, lo prometió a Dios (1Sm 1,10), y después de su nacimiento lo consagró de inmediato y lo crió con el hábito sacerdotal, sin temer nada de la naturaleza humana, sino confiando en Dios. No necesitas amuletos ni conjuros, con los que también interviene el diablo, robando la adoración a Dios para sí mismo en las mentes de hombres vanidosos. Dale a tu hijo la Trinidad, esa gran y noble guardia.

XVIII

¿Estás viviendo en virginidad? Sé sellado por esta purificación, y haz que este sea el partícipe y compañero de tu vida. Deja que esto dirija tu vida, tus palabras, cada miembro, cada movimiento, cada sentido. Hónralo, para que te honre, y dé a tu cabeza una corona de gracias, y con una corona de delicias te proteja (Eclo 32,3). ¿Estás ligado por el matrimonio? Sé ligado también por el sello, y haz que more contigo como guardián de tu continencia, más seguro que cualquier número de eunucos o porteros. ¿Aún no estás casado con la carne? No temas esta consagración, pues eres puro incluso después del matrimonio. Yo correré el riesgo de eso, y me uniré a ti en matrimonio, y vestiré a la novia. No deshonramos el matrimonio porque damos un honor mayor a la virginidad. Imita a Cristo, el novio puro, ya que él obró un milagro en una boda y honra el matrimonio con su presencia (Jn 2,1-11). Tú sólo haz que el matrimonio sea puro y sin mezcla de lujurias sucias. Sólo esto te pido: que recibas seguridad del don, y des al don la oblación de la castidad a su debido tiempo, cuando llegue el tiempo señalado de la oración, y aquello que es más precioso que los negocios. Haz esto de común acuerdo y aprobación. Nosotros no mandamos, ni exhortamos, sino que queremos recibir algo de vosotros para vuestro propio beneficio, y la seguridad común de ambos. En una palabra, no hay estado de vida, ni ocupación, para la que el bautismo no sea provechoso. Tú que eres un hombre libre, sé refrenado por él; tú que estás en esclavitud, sé hecho de igual rango; tú que estás en dolor, recibe consuelo. Que los alegres sean disciplinados, que los pobres reciban riquezas que no se pueden quitar, que los ricos sean capacitados para ser buenos administradores de sus posesiones. No jugad trucos ni conspirad contra vuestra propia salvación, porque aunque podamos engañar a otros, no podemos engañarnos a nosotros mismos. Jugar contra uno mismo es muy peligroso y tonto.

XIX

Tienes que vivir en medio de los asuntos públicos, y estás manchado por ellos, así que sería terrible desperdiciar esta misericordia divina. La respuesta es simple. Huye, si puedes, incluso del foro, junto con la buena compañía, haciéndote alas de águila (o de paloma), pues ¿qué tienes que ver con el césar o las cosas del césar? Sobre todo, descansa donde no hay pecado, ni ennegrecimiento, ni serpiente mordedora en el camino que obstaculice tus pasos piadosos. Arranca tu alma del mundo, huye de Sodoma, huye del fuego y sigue adelante sin volver atrás, no sea que seas fijado como una columna de sal (Gn 19,26). Escapa a la montaña, para que no seas destruido con la llanura. Si ya estás atado y constreñido por la cadena de la necesidad, razona así contigo mismo (o mejor, déjame razonar así contigo). Es mejor tanto alcanzar el bien como mantener la purificación. Si es imposible hacer ambas cosas, sin duda es mejor mancharse un poco con los asuntos públicos que desmerecer por completo la gracia, así como es mejor sufrir un castigo leve del padre o del amo que ser expulsado, y ser un poco maltratado que quedar en total oscuridad. Es tarea de los sabios elegir en los bienes lo mayor y más perfecto, y en los males lo menor y más leve. Por lo tanto, no temas demasiado la purificación. Nuestro éxito siempre se juzga en comparación con nuestro lugar en la vida, por nuestro Juez justo y misericordioso, y a menudo quien está en la vida pública, y ha tenido poco éxito, ha tenido una recompensa mayor que quien en el disfrute de la libertad no ha triunfado completamente. También creo que es más maravilloso avanzar un poco con grilletes, que correr sin ningún peso; o estar un poco salpicado al caminar por el barro que estar completamente limpio cuando el camino está limpio. Para darte una prueba de lo que he dicho, la ramera Rajab fue justificada por una sola cosa (su hospitalidad), aunque no recibió elogio alguno por el resto de su conducta, y el publicano fue exaltado por una cosa (su humildad), aunque no recibió testimonio de ninguna otra cosa. De este modo, puedes aprender a no desesperar fácilmente en cuanto a ti mismo.

XX

Alguno me dirá: ¿Qué ganaré si, preocupado por el bautismo, me he privado de los placeres de la vida, cuando podía dar rienda suelta al placer y así obtener la gracia? Pues los obreros de la viña que más tiempo trabajaron no ganaron nada con ello, y se les dio el mismo salario a los últimos. Me has librado de un problema, quien quiera que digas esto, porque al final, con mucha dificultad, has revelado el secreto de tu demora. Aunque no puedo aplaudir tu ingenuidad, sí aplaudo tu confesión. Acércate y escucha la interpretación de la parábola, para que no te perjudique la Escritura por falta de información. En primer lugar, no se trata del bautismo, sino de quienes creen en diferentes momentos y entran en la buena viña de la Iglesia. En segundo lugar, desde el día y la hora en que cada uno creyó, desde ese día y hora está obligado a trabajar. De hecho, aunque los que entraron primero contribuyeron más a la medida del trabajo, no contribuyeron más a la medida del propósito. Es más, quizás incluso se les debía más a los últimos con respecto a esto, aunque la afirmación pueda parecer paradójica. ¿Por qué? Porque la causa de su entrada posterior fue su posterior llamada a la obra de la viña. En todos los demás aspectos, veamos cuán diferentes son los primeros de los últimos. Los primeros no creyeron ni entraron hasta que acordaron su salario, y los últimos se ofrecieron a hacer el trabajo sin un acuerdo, lo cual es una prueba de mayor fe. También se descubrió que los primeros eran de naturaleza envidiosa y murmuradora, y esta acusación no se descubrió en los últimos. A los primeros, lo que se les dio fue un salario, aunque eran personas indignas; a los últimos se les dio un regalo gratuito. Los primeros fueron condenados por necedad, y con razón privados de la mayor recompensa. Veamos, pues, qué les habría sucedido si se hubieran retrasado, pues el salario era, evidentemente, el mismo. ¿Cómo pueden entonces culpar al empleador de injusto debido a su igualdad? Porque todas estas cosas quitan el mérito de su trabajo desde el principio, aunque ellos fueran los primeros en trabajar. Por tanto, resulta que la distribución del salario igual fue justa, si se mide la buena voluntad contra el trabajo.

XXI

Suponiendo que la parábola esboce el poder de la fuente según tu interpretación, ¿qué te impediría, si entraste primero y soportaste el calor, evitar la envidia del último, para que por esta misma bondad pudieras obtener más y recibir la recompensa, no como gracia, sino como deuda? Además, los obreros que reciben el salario son los que han entrado, no los que se han perdido la viña; este último es probablemente tu caso. Así que, si fuera cierto que obtendrías el don, aunque tengas esa mentalidad y maliciosamente retengas parte del trabajo, se te podría perdonar por refugiarte en tales argumentos y desear obtener ganancias ilícitas a costa de la bondad del amo; aunque puedo asegurarte que el mero hecho de poder trabajar es una mayor recompensa para quien no sea del todo un charlatán. Pero ya que existe el riesgo de que quedéis totalmente excluidos de la viña por vuestro regateo, y de perder el capital por deteneros a recoger pequeñas ganancias, dejaos persuadir por mis palabras a abandonar las falsas interpretaciones y contradicciones, y a acercaros sin discutir a recibir el don, no sea que seáis arrebatados antes de realizar vuestras esperanzas, y descubráis que fue para vuestra propia pérdida que ideasteis estos sofismas.

XXII

Alguno me dirá: ¿No es Dios misericordioso, y puesto que conoce nuestros pensamientos y escudriña nuestros deseos, no aceptará el deseo del bautismo en lugar del bautismo? Estás hablando con enigmas si lo que quieres decir es que, gracias a la misericordia de Dios, el ignorante es iluminado ante él; y quien sólo desea alcanzarlo, pero se abstiene de hacer lo que pertenece al reino, está en el reino de los cielos. Sin embargo, expresaré con valentía mi opinión sobre estos asuntos; y creo que todos los demás hombres sensatos se pondrán de mi lado. De quienes recibieron el don, algunos estaban completamente alejados de Dios y de la salvación, adictos a todo tipo de pecado y deseosos de ser malos. Otros eran semi-viciosos, y se encontraban en una especie de estado mediocre entre el bien y el mal. Otros, aunque hacían el mal, no aprobaban sus propias acciones, así como quienes tienen fiebre no se complacen con su propia enfermedad. Y otros, incluso antes de ser iluminados, eran dignos de elogio; en parte por su naturaleza y en parte por el cuidado con que se prepararon para el bautismo. Éstos, tras su iniciación, se volvieron evidentemente mejores y menos propensos a caer; en un caso, con miras a procurar el bien, y en el otro, para preservarlo. Y entre éstos, quienes cedieron a algún mal son mejores que quienes fueron completamente malos. Aún mejores que quienes cedieron un poco, son aquellos que fueron más celosos y abrieron su barbecho antes del bautismo. Éstos tienen la ventaja sobre los demás de haber trabajado ya, pues la fuente no elimina las buenas obras como sí lo hace con los pecados. Y aún mejores que éstos son quienes también cultivan el don y se pulen hasta alcanzar la máxima belleza posible.

XXIII

Entre quienes no reciben el don, algunos son completamente animales o bestias, según sean necios o malvados. Y esto, creo, debe añadirse a sus otros pecados, porque no sienten ninguna reverencia por este don, sino que lo consideran un mero regalo (al que se debe consentir si se les da, y si no, al que se debe descuidar). Otros conocen y honran el don, pero lo postergan; algunos por pereza, otros por avaricia. Otros no están en condiciones de recibirlo, quizás debido a su infancia o a alguna circunstancia completamente involuntaria que les impide recibirlo, incluso si lo desean. Así como en el caso anterior encontramos mucha diferencia, también en este caso. Quienes lo desprecian por completo son peores que quienes lo descuidan por avaricia o descuido. Éstos son peores que quienes han perdido el don por ignorancia o tiranía, pues la tiranía no es más que un error involuntario. Creo que los primeros tendrán que sufrir castigo, tanto por todos sus pecados como por su desprecio del bautismo. Creo que los segundos también tendrán que sufrir, pero menos, porque no fue tanto por maldad como por necedad que forjaron su fracaso. Creo que los terceros no serán ni glorificados ni castigados por el Juez justo, como personas no selladas y sin embargo no malvadas, sino que han sufrido en lugar de haber obrado mal. ¿Por qué? Porque no todo el que no es lo suficientemente malo como para ser castigado es lo suficientemente bueno como para ser honrado, así como no todo el que no es lo suficientemente bueno como para ser honrado es lo suficientemente malo como para ser castigado. Esto lo veo desde este punto de vista. Si juzgas al hombre con disposición asesina sólo por su voluntad, aparte del acto de asesinato, entonces puedes considerar bautizado a quien desea el bautismo sin recibirlo. Pero si no puedes hacer lo uno, ¿cómo puedes hacer lo otro? No lo veo. O si lo prefieres, lo diremos así: Si el deseo tiene el mismo poder que el bautismo, juzga de la misma manera respecto a la gloria, y ¡conténtate con anhelarla!, como si eso mismo fuera gloria. Y si no, ¿qué daño te haría no alcanzar la gloria?, pues la has deseado.

XXIV

Ya que habéis oído estas palabras, acercaos a ellas y sed iluminados, y vuestros rostros no se avergonzarán por haber perdido la gracia. Recibid, pues, la iluminación a su debido tiempo, para que la oscuridad no os persiga, ni os atrape, ni os separe de la iluminación. Llegará la noche en que nadie podrá obrar (Jn 12,35) después de nuestra partida. Una es la voz de David, y otra la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Considerad cómo Salomón os reprende a vosotros, los demasiado ociosos o apáticos, diciendo: "¿Hasta cuándo dormirás, oh perezoso?" (Prov 6,9). ¿Cuándo despertarás de tu sueño? Os apoyáis en esto o aquello, y fingís diciendo: Estoy esperando la Epifanía, prefiero la Pascua, esperaré Pentecostés. Es mejor ser bautizado con Cristo, para resucitar con Cristo en el día de su resurrección (Mt 24,50) para honrar la manifestación del Espíritu. ¿Y entonces qué? Esto mismo: que el fin llegará repentinamente, en un día inesperado y en una hora que desconoces, y entonces tendrás como compañera la falta de gracia, y morirás de hambre en medio de todas esas riquezas de bondad. Esto sucederá porque habrás cosechado el fruto opuesto del camino opuesto, y una cosecha por diligencia y el refrigerio de la fuente, como el ciervo sediento que corre apresurado al manantial y sacia el trabajo de su raza con agua. Esto sucederá por no estar, como Ismael, seco por falta de agua, o como dice la fábula, castigado por la sed en medio de un manantial. Es triste dejar pasar el día de mercado y luego buscar trabajo. Es triste dejar pasar el maná y luego anhelar comida. Es triste tomar un consejo demasiado tarde y darse cuenta de la pérdida sólo cuando es imposible repararla. Es decir, después de nuestra partida, y del amargo final de las acciones de la vida de cada hombre, y del castigo de los pecadores, y la gloria de los purificados. Por tanto, no tardes en llegar a la gracia, sino apresúrate, no sea que el ladrón te adelante, o que el adúltero te pase de largo, o que el insaciable se sacie antes que tú, o que el asesino se apodere primero de la bendición, o que el publicano o el fornicador, o cualquiera de estos violentos, se apropien del Reino de los Cielos por la fuerza (Mt 11,12), porque éste sufre violencia voluntariamente y es tiranizado por la bondad.

XXV

Toma mi consejo, amigo mío, y sé lento para hacer el mal y rápido para tu salvación, porque la prontitud para el mal y la tardanza para el bien son igualmente malas. Si te invitan a una fiesta, no te apresures a ir; si a la apostasía, salta; si una compañía de malhechores te dice "ven con nosotros", y comparte nuestra culpa de sangre, y esconde injustamente en la tierra a un hombre justo (Prov 1,11), no les prestes ni siquiera tus oídos. Así obtendrás dos grandes ganancias: le darás a conocer al otro su pecado, y te librarás de la mala compañía. Si David el Grande te dice "ven y regocijémonos en el Señor", u otro profeta te dice "ven y subamos al monte del Señor" (Miq 4,2), o nuestro Salvador mismo te dice "venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt 11,28), no nos resistamos ni nos demoremos. Seamos como Pedro y Juan, y apresurémonos (Jn 20,3) como ellos al sepulcro y a la resurrección, así nosotros a la fuente; corriendo juntos, compitiendo unos contra otros, esforzándonos por ser los primeros en obtener esta bendición. Y no digas "vete y vuelve, que mañana volveré" (Prov 3,28) y seré bautizado, cuando puedas tener la bendición hoy. No digas "tendré conmigo a mi padre, madre, hermanos, esposa, hijos, amigos y a todos los que valoro, y entonces seré salvo", pues aún no es el momento oportuno para que ellos brille. Si lo dices, hay razón para temer que compartas tu dolor con quienes esperabas compartir tu alegría. Si estarán contigo, bien, pero no los esperes, porque es vil decir "¿dónde está mi ofrenda para mi bautismo, y dónde está mi manto bautismal, con el que me haré resplandeciente, y dónde está lo que se necesita para el entretenimiento de mis bautizadores, para que también con esto pueda ser digno de atención?". Como ves, todas estas cosas son necesarias, y por ello la gracia se verá disminuida. No te desanimes, así, con las cosas grandes, ni te permitas pensar tan vilmente. El sacramento es mayor que el entorno visible. Ofrécete, vístete de Cristo, deléitate con tu conducta y regocíjate de ser tratado con este cariño, porque Dios, que concede estos grandes dones, se regocija así. Nada es grande a los ojos de Dios, y lo que los pobres pueden dar, él hace que no sea superado por lo que pueden aportar los ricos. En otros asuntos hay distinción entre pobres y ricos, y aquí el más dispuesto es más rico.

XXVI

Que nada te impida seguir adelante ni te desvíe de tu preparación. Mientras tu deseo aún sea vehemente, aférrate a lo que deseas. Mientras el hierro esté caliente, deja que se temple con el agua fría, no sea que suceda algo en el intervalo que ponga fin a tu deseo. Yo soy Felipe, y sé tú el eunuco de Candaces que dice: "Mira, aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?" (Hch 8,36). Aprovecha la oportunidad, regocíjate mucho en la bendición y, habiendo hablado, sé bautizado. Habiendo sido bautizado, serás salvo, y aunque seas un cuerpo etíope, emblanquecerás tu alma. No digas "un obispo me bautizará" (porque sea metropolitano) o "me bautizará el de Jerusalén" (porque la gracia no viene de un lugar, sino del Espíritu), porque sería algo triste para mi nobleza ser insultada al ser bautizada por un hombre sin familia. No digas "no me importa un simple sacerdote, si es célibe, religioso y de vida angelical", porque sería triste para mí ser contaminado incluso en el momento de mi purificación. No pidas credenciales al predicador ni al bautizador. Porque otro es su juez (1Sm 16,7), y el examinador de lo que no puedes ver. Porque el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón. Para ti, que cada uno sea digno de confianza para la purificación, así que solo él es uno de los que han sido aprobados, no de los que están abiertamente condenados, y no un extraño a la Iglesia. No juzgues a tus jueces, tú que necesitas sanación; y no hagas distinciones sutiles sobre el rango de quienes te purificarán, ni critiques a tus padres espirituales. Uno puede ser superior o inferior a otro, pero todos son superiores a ti. Míralo de esta manera. Uno puede ser de oro, otro de hierro, pero ambos son anillos y tienen grabada en ellos la misma imagen real. Así, cuando imprimen la cera, ¿qué diferencia hay entre el sello de uno y el del otro? Ninguna. Detecta el material en la cera, si eres tan astuto. Dime cuál es la impresión del anillo de hierro y cuál la del de oro. ¿Y cómo llegan a ser uno? La diferencia está en el material, no en el sello. Así pues, cualquiera puede ser tu bautizador, y aunque uno pueda superar a otro en su vida, la gracia del bautismo es la misma, y cualquiera puede ser tu consagrador si está formado en la misma fe.

XXVII

No desdeñes ser bautizado con un pobre, si eres rico; o si eres noble, con uno de baja cuna; o si eres amo, con quien hasta el momento es tu esclavo. Ni siquiera así te humillarás como Cristo, en quien te bautizas hoy, quien por ti tomó forma de esclavo. Desde el día de tu nuevo nacimiento, todas las viejas marcas fueron borradas, y Cristo fue puesto sobre todos en una sola forma. No desdeñes confesar tus pecados, sabiendo cómo bautizaba Juan, para que por la vergüenza presente puedas escapar de la vergüenza futura (pues esto también es parte del castigo futuro). Demuestra que realmente odias el pecado exhibiéndolo abiertamente y triunfando sobre él como digno de desprecio. No rechaces la medicina del exorcismo, ni la rechaces por su duración. Esto también es una piedra de toque de tu correcta disposición para la gracia. ¿Qué trabajo tienes que hacer comparado con el de la reina de Etiopía (1Re 10,1), quien se levantó y vino desde lo más remoto de la tierra para ver la sabiduría de Salomón? Además, he aquí que uno mayor que Salomón está aquí (Mt 12,42), a juicio de aquellos que razonan con madurez. No dudes ni ante la longitud del viaje, ni ante la distancia por mar, ni ante el fuego, ni ante ningún otro, pequeño o grande, de los obstáculos para que puedas alcanzar el don. Si sin ningún trabajo ni problema puedes obtener lo que deseas, ¡qué locura es posponer el don! ¡Oh, todos los sedientos, venid a las aguas! (Is 55,1), y el que no tiene dinero, que venga a comprar vino y leche, sin dinero y sin precio. ¡Oh prontitud de su misericordia! ¡Oh facilidad del pacto! Esta bendición puede ser comprada por ti simplemente por desearla. Él acepta el deseo mismo como un gran precio, el tiene sed de ser sediento, el da de beber a todos los que desean beber, él considera una bondad que se le pida, él es generoso y generoso, él da con más gusto que otros (Hch 20,35). No seamos condenados por la frivolidad al pedir poco, ni por lo que no es digno del dador. Bienaventurado aquel a quien Jesús pide de beber, como hizo con aquella samaritana, y ofrece una fuente de agua que salta para vida eterna (Jn 4,7). Bienaventurado el que siembra junto a todas las aguas y sobre toda alma, para que mañana sea arada y regada, lo que hoy pisan el buey y el asno, mientras está seco y sin agua (Is 32,20), y oprimido por la irracionalidad. Bienaventurado quien, aunque sea un valle de juncos, recibe el riego de la casa del Señor, porque se le hace fructífero en lugar de juncal, y produce lo que es para el alimento del hombre, no lo áspero e improductivo. Por esto debemos ser muy cuidadosos para no perder la gracia.

XXVIII

En el caso de quienes piden el bautismo, me dirán algunos: ¿Qué dices de quienes aún son niños y no son conscientes de la pérdida ni de la gracia? ¿Debemos bautizarlos también? Ciertamente, si algún peligro acecha, porque es mejor que se santifiquen inconscientemente que que se vayan sin ser sellados ni iniciados. Prueba de ello se encuentra en la circuncisión al octavo día, que era una especie de sello simbólico y se confería a los niños antes de que tuvieran uso de razón. Y lo mismo ocurre con la unción de los postes de las puertas (Ex 12,22), que preservaba a los primogénitos, aunque se aplicaba a seres sin conciencia. Respecto a los demás, les aconsejo esperar hasta el final del tercer año, o un poco más o menos, cuando puedan escuchar y responder algo sobre el sacramento. ¿Para qué? Para que, aunque no lo entiendan perfectamente, al menos conozcan los lineamientos, y entonces puedan ser santificados en alma y cuerpo con el gran sacramento de nuestra consagración, y en ese momento empiecen a ser responsables de sus vidas (cuando la razón ha madurado) y aprendan el misterio de la vida (porque de los pecados de ignorancia debido a su tierna edad no tienen que dar cuenta). Con esto, lo que quiero decir es que hay que estar en todos los aspectos fortificados por la fuente bautismal (debido a los asaltos repentinos de peligro que nos suceden) y ser más fuertes que nuestros ayudadores.

XXIX

Algunos me dirán: Cristo era Dios y tenía treinta años cuando fue bautizado (Lc 3,23), y ¿nos pides que apresuremos nuestro bautismo? Has resuelto la dificultad al decir que era Dios. En efecto, él era una purificación absoluta, y no necesitaba purificación. No obstante, por ti fue purificado, así como por ti se revistió de carne. Tampoco había peligro para él en posponer el bautismo, pues él tenía la ordenación de su propia pasión como de su propio nacimiento. En tu caso, el peligro es para no pocos intereses, si partieras después de un nacimiento solo a la corrupción, y sin ser revestido de incorrupción. Hay otro punto adicional que debo considerar: que ese momento particular del bautismo fue una necesidad para él, pero tu caso no es el mismo. Cristo se manifestó a los treinta años después de su nacimiento, y no antes. Primero, para que no pareciera ostentoso, lo cual es propio de las mentes vulgares. Y segundo, porque esa era prueba la virtud a fondo, y el momento propicio para enseñar. Puesto que era necesario que él sufriera la pasión que salva al mundo, era necesario también que todo lo perteneciente a la pasión encajara en ella (la manifestación, el bautismo, el testimonio del cielo, la proclamación, la concurrencia de la multitud, los milagros), y que fueran como un solo cuerpo, no desgarrado ni separado por intervalos. De ese bautismo y de esa proclamación surgió ese terremoto de gente reunida, como así llama la Escritura a ese tiempo (Mt 21,10), y de la multitud surgió la manifestación de las señales y los milagros que conducen al evangelio. De éstos surgieron los celos, y de éstos el odio, y del odio la circunstancia de la conspiración contra él, y la traición. De éstos surgió la cruz y los demás acontecimientos por los cuales se efectuó nuestra salvación. Tales son las razones en el caso de Cristo, hasta donde podemos comprenderlas, y hasta quizás se pueda encontrar otra razón más secreta.

XXX

Hermano, ¿qué necesidad hay de que, siguiendo los ejemplos que están muy por encima de ti, hagas algo tan imprudente para ti mismo? Sobre todo porque hay muchos detalles de la historia del evangelio que son bastante diferentes a lo que sucede hoy en día, y sus tiempos no se corresponden con los actuales. Por ejemplo, Cristo ayunó un poco antes de su tentación, y nosotros antes de Pascua. En cuanto a los días de ayuno pasa lo mismo, y la diferencia con aquellos tiempos no es pequeña. Él se armó con ellos contra la tentación, y para nosotros este ayuno simboliza morir con Cristo, y es una purificación en preparación para la festividad. Él ayunó absolutamente durante cuarenta días porque él era Dios, y nosotros medimos nuestro ayuno por nuestro poder (aunque algunos son llevados por el celo a apresurarse más allá de sus fuerzas). Él dio el sacramento de la Pascua a sus discípulos en un aposento alto, después de la cena, y un día antes de su sufrimiento, y nosotros lo celebramos en casas de oración, antes de la comida, y después de su resurrección. Él resucitó al tercer día, y nuestra resurrección no ocurrirá hasta después de mucho tiempo. Los asuntos que tienen que ver con él no se separan abruptamente de nosotros, ni se unen a los que nos conciernen en el tiempo; sino que nos fueron transmitidos solo para servir de modelo de lo que debemos hacer, y luego evitaron cuidadosamente una semejanza completa y exacta.

XXXI

Si me escuchas, hermano, despedirás todos esos argumentos, y aceptarás esta bendición con entusiasmo, comenzando a luchar en un doble conflicto: primero, prepararte para el bautismo purificándote; y segundo, preservar el don bautismal. Es igual de difícil obtener una bendición que no tenemos que conservarla una vez obtenida, pues a menudo lo que el celo ha adquirido, la pereza lo ha destruido; y lo que la vacilación ha perdido, la diligencia lo ha recuperado. Una gran ayuda para alcanzar lo que deseas son las vigilias, los ayunos, dormir en el suelo, las oraciones, las lágrimas, la compasión y la limosna a los necesitados. Que éstas sean tu agradecimiento por lo que has recibido, y al mismo tiempo tu protección. Tienes el beneficio de recordarte muchos mandamientos, así que no los quebrantes. ¿Se acerca un pobre? Recuerda lo pobre que fuiste y lo rico que te hiciste. Si alguien necesitado de pan o de bebida, o tal vez otro Lázaro, es arrojado a tu puerta, respeta la mesa sacramental a la que te has acercado, y el pan del que has participado, y la copa en la que has comulgado y ha sido consagrada por los sufrimientos de Cristo. Si un extraño cae a tus pies, sin hogar y extranjero, acoge en él a Aquel que por tu bien fue un extraño, y estuvo entre los suyos (Jn 1,11), y vino a morar en ti por su gracia, y te atrajo hacia la morada celestial. Sé como Zaqueo, que ayer era un publicano y hoy es de alma generosa. Ofrece todo a la venida de Cristo, para que aunque pequeño en estatura corporal puedas mostrarte grande, contemplando noblemente a Cristo. Si un hombre enfermo o herido yace ante ti, respeta tu propia salud y las heridas de las que Cristo te libró. Si ves a alguien desnudo, vístelo, en honor a tu propia vestidura de incorrupción, que es Cristo, porque "todos los que fueron bautizados en Cristo se han revestido de Cristo" (Gál 3,27). Si encuentras a un deudor cayendo a tus pies, rompe todo documento, sea justo o injusto. Recuerda los diez mil talentos que Cristo te perdonó, y no seas un exigente con una deuda menor. ¿De quién? De tu consiervo, a quien el Maestro perdonó mucho más. De lo contrario, tendrás que dar satisfacción a su misericordia, que no imitarías ni tomarías como tu copia.

XXXII

Que el lavacro bautismal no sea sólo para tu cuerpo, sino también para la imagen de Dios en ti. Y no sólo para limpiar tus pecados, sino también para corregir tu temperamento. Y no sólo para limpiar la vieja inmundicia, sino para purificar la fuente. Que no sólo te impulse a una adquisición honorable, sino que también te enseñe a perder la posesión con honor (o lo que es más fácil, a restituir lo que has adquirido injustamente). ¿De qué sirve que tu pecado te haya sido perdonado, si la pérdida que has infligido no se le repara a quien has perjudicado? Dos pecados pesan en tu conciencia: el de haber obtenido una ganancia deshonesta, y el de haber retenido las ganancias. Recibiste perdón por uno, pero con respecto al otro sigues en pecado, pues aún posees lo que pertenece a otro. Tu pecado no ha sido erradicado, sino sólo dividido por el tiempo transcurrido. Parte de esto se perpetró antes de tu bautismo, pero parte permanece después. En efecto, el bautismo conlleva el perdón de los pecados pasados (no de los presentes), y su purificación no debe ser manipulada, sino genuinamente grabada en ti. Debes ser completamente brillante, y no simplemente coloreado; debes recibir el don, y no de un mero encubrimiento de tus pecados, sino de su purificación. Respecto a "bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas", esto se logra mediante la purificación completa. Respecto a "bienaventurados aquellos cuyos pecados están ocultos", esto pertenece a quienes aún no han sanado en lo más profundo de su alma. Respecto a "bienaventurado el hombre a quien el Señor no imputará pecado", ésta es una tercera clase de pecadores, cuyas acciones no son dignas de elogio, pero son inocentes de intención.

XXXIII

Ayer eras un alma cananea, hermano, doblegada por el pecado, mas hoy has sido enderezada por la Palabra. No te doblegues de nuevo ni te condenes a la tierra, como si el diablo te hubiera atado con un collar de madera, ni adquieras una curvatura incurable. Ayer te secabas (Mt 9,20) por una hemorragia abundante, pues derramabas pecado carmesí. Hoy, en cambio, has vuelto a florecer, pues has tocado la orla de Cristo y tu flujo se ha detenido. Te ruego que cuides de la purificación, no sea que vuelvas a sufrir una hemorragia y no puedas aferrarte a Cristo para robar la salvación, porque a Cristo no le gusta que le roben a menudo, aunque es muy misericordioso. Ayer estabas tirado en una cama, exhausto y paralizado, y no tenías a nadie que te metiera en el estanque cuando se agitaba el agua. Hoy tienes a Aquel que es en una persona hombre y Dios (o mejor dicho, Dios y hombre). Fuiste levantado de tu lecho, o mejor dicho, tomaste tu lecho y reconociste públicamente el beneficio. No vuelvas a ser arrojado a tu lecho por el pecado, en el malvado descanso de un cuerpo paralizado por sus placeres. Como ahora estás, así camina, consciente del mandato que dice: "Estás sano, pero no peques más para que no te suceda algo peor", sobre todo si demuestras ser malo después de la bendición que has recibido. Has oído la gran voz que dice: "Lázaro, sal fuera" (Jn 11,43), mientras yacías en el sepulcro. Y no después de cuatro días, sino después de muchos días. Fuiste liberado de las ataduras de tus vendas, así que no vuelvas a morir, ni vivas con los que moran en los sepulcros (Mc 5,3), ni te ates con las ataduras de tus propios pecados, porque no resucitarás del sepulcro hasta la resurrección última y universal (la cual no traerá toda obra a juicio para ser sanada, sino para ser juzgada, y para dar cuenta de todo lo que para bien o para mal ha atesorado).

XXXIV

Si estabas lleno de lepra (ese mal informe), pero te despojaste de la materia maligna y recibiste de nuevo la imagen intacta, muéstrame tu purificación, para que yo pueda reconocer cuánto más preciosa es que la legal. No te alinees con los nueve hombres ingratos, sino imita al décimo (el samaritano, que era de mejor ánimo que los demás). Asegúrate de no volver a reventar con úlceras malignas, y que la indisposición de tu cuerpo sea difícil de sanar. Ayer la mezquindad y la avaricia marchitaban tu mano, así que hoy deja que la liberalidad y la bondad la extiendan. Es una noble cura para una mano débil dispersar, dar a los pobres, derramar lo que poseemos en abundancia, hasta llegar al fondo. Y quizás esto te dé alimento, como a la viuda de Sarepta, y especialmente si por casualidad estás alimentando a un Elías. Si ayer eras sordo y mudo, deja que hoy la Palabra resuene en tus oídos (Mc 7,32), y mantén ahí a Aquel que ha resonado. No cierres tus oídos a la instrucción del Señor ni a su consejo, como la víbora a los hechizos. Si eres ciego y no tienes iluminación, ilumina tus ojos para que no duermas en la muerte. En la luz de Dios, ve la luz, y en el Espíritu de Dios sé iluminado por el Hijo, esa luz triple e indivisa. Si recibes toda la Palabra, traerás con ella sobre tu propia alma todos los poderes sanadores de Cristo, con los que cada uno de estos individuos fue sanado. No ignores la medida de la gracia. No dejes que el enemigo, mientras duermes, siembre maliciosamente cizaña (Mt 13,25), porque por tu purificación te has convertido en objeto de enemistad para el Maligno. Respecto a esto, no vuelvas a ser objeto de compasión por el pecado. Mientras te regocijas y te enalteces por la bendición, no vuelvas a caer por orgullo. Sé diligente en tu purificación, estableciendo ascensiones en tu corazón, y guarda con toda diligencia la remisión que has recibido como don. Si bien la remisión viene de Dios, que su preservación provenga de ti mismo.

XXXV

¿Cómo será esto? Recuerda siempre la parábola de Lucas (Lc 11,24), y así te ayudarás mejor y más perfectamente. El espíritu inmundo y maligno ha salido de ti, perseguido por el bautismo. No obstante, ese Maligno no se someterá a la expulsión, ni se resignará a estar sin hogar ni hogar, pues él recorre lugares áridos, secos de la corriente divina, y allí desea morar. Él vaga buscando descanso, mas no lo encuentra. Cuando se topa con almas bautizadas, cuyos pecados la fuente ha lavado, él teme al agua y se ahoga con la purificación, como la legión en el mar (Mc 5,13), y de nuevo regresa a la casa de donde salió. Este Maligno es desvergonzado, es contencioso, asalta de nuevo, lo intenta de nuevo. Si descubre que Cristo ha fijado su morada allí, y ha llenado el lugar que había dejado vacante, se ve obligado a retroceder, se aleja sin éxito y se convierte en objeto de compasión en su estado errante. Mas si encuentra en ti un lugar barrido y adornado, y vacío y ocioso, igualmente dispuesto a acoger esto o aquello que lo ocupe primero, se lanza a ti, y se establece allí con un séquito más numeroso. De suceder eso, "el último estado es peor que el primero", pues entonces había esperanza de enmienda y seguridad, mas ahora el mal prolifera y arrastra al pecado al huir del bien, y la posesión es más segura para quien mora allí.

XXXVI

Te recordaré de nuevo las iluminaciones, y que yo recitaré felizmente de las Sagradas Escrituras, pues ¿qué es más dulce que la luz para quienes han probado la luz? Son éstas: "Los deslumbraré con mis palabras", y: "Ha surgido una luz para los justos, y su compañera es la alegría gozosa", y: "La luz de los justos es eterna" (Prov 13,9); y: "Tú estás brillando maravillosamente desde los montes eternos". Pienso en los poderes angélicos que ayudan en nuestros esfuerzos por el bien, y recuerdo las palabras de David que dicen: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién entonces temeré?". Así pues, pide que la luz y la verdad puedan ser enviadas para él, dando gracias por tener una parte en ella (en que la luz de Dios está marcada sobre él). Es decir, que las señales de la iluminación dada estén impresas en él y reconocidas. Evitemos sólo una luz: la que es fruto del fuego nefasto. No caminemos a la luz de nuestro fuego (Is 50,11), ni de la llama que hemos encendido. ¿Por qué? Porque conozco un fuego purificador que Cristo vino a enviar a la tierra (Lc 12,49), y a él mismo se le llama fuego. Este fuego quita todo lo material y los malos hábitos, y desea encenderlo con toda rapidez, y anhela la rapidez para hacernos el bien, ya que nos da incluso brasas para ayudarnos. Conozco también un fuego que no es purificador, sino vengador: el fuego de Sodoma (Gn 19,24), que él derrama sobre todos los pecadores, mezclado con azufre y tormentas, o el que está preparado para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41), o el que procede del rostro del Señor y quemará a sus enemigos a su alrededor. Incluso conozco otro fuego aún más temible que estos: el fuego inextinguible, que está rodeado por el gusano que no muere, sino que es eterno para los malvados. Todos estos fuegos pertenecen al poder destructor. Por lo que se ve, algunos podrían preferir, incluso en este lugar, tener una visión más misericordiosa de este fuego, digna de Aquel que castiga.

XXXVII

Así como conozco dos clases de fuego, también conozco dos clases de luz. Una es la luz de nuestro poder gobernante, que dirige nuestros pasos según la voluntad de Dios. La otra luz es engañosa y entrometida, totalmente contraria a la luz verdadera, aunque finge ser esa luz para engañarnos con su apariencia. Esta última luz es realmente oscuridad, pero tiene la apariencia de mediodía, o de suprema perfección de la luz, como se lee en ese pasaje sobre aquellos que huyen continuamente en la oscuridad hacia el mediodía (Is 16,3), o de quienes se han visto arruinados por el lujo de lo que ellos consideraron luz brillante. En efecto, ¿qué dice David? Esto mismo: "La noche me rodeaba y yo no lo sabía", pues pensaba que su lujo era iluminación. Pus bien, así son ellos, y en esta condición. Encendamos, pues, para nosotros mismos, la luz del conocimiento. Esto se hará sembrando para la justicia y cosechando el fruto de la vida, pues la acción es la patrona de la contemplación, para que entre otras cosas aprendamos también qué es la luz verdadera y qué es la falsa. Seamos salvos de caer, sin darnos cuenta en el mal disfrazado de bien. Seamos luz, como dijo la gran Luz a los discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). Seamos luces en el mundo, sosteniendo la palabra de vida (Flp 2,15-16). Es decir, seamos un poder vivificador para otros. Aferrémonos a la deidad, y a la primera y más brillante Luz. Caminemos hacia él brillando, antes de que nuestros pies tropiecen con montañas oscuras y hostiles (Jer 42,16). Mientras es de día, andemos honestamente como de día, y no en disturbios o borracheras, ni en lujurias o desenfrenos (Rm 13,13), que son las deshonestidades de la noche.

XXXVIII

Hermanos, purifiquemos cada miembro, purifiquemos cada sentido, que nada en nosotros sea imperfecto ni de nuestra primera infancia, no dejemos nada sin iluminar. Iluminemos nuestros ojos (Prov 4,25) para que podamos mirar de frente y no llevar en nosotros ningún ídolo profano por medio de una mirada curiosa y atenta, porque aunque no adoremos la lujuria, nuestra alma estaría contaminada. Si hay una viga o una paja (Mt 7,2), eliminémosla, para que podamos ver también las de los demás. Iluminemos nuestros oídos. Seamos iluminados en nuestra lengua, para que podamos escuchar lo que el Señor Dios hablará, y para que él nos haga oír su misericordia en la mañana, y para que se nos haga oír de gozo y alegría, hablados a oídos piadosos, para que no seamos una espada afilada, ni una navaja afilada, ni hagamos bajo nuestra lengua trabajo y esfuerzo, sino que podamos hablar la sabiduría de Dios en un misterio, incluso la sabiduría oculta (1Cor 2,7), reverenciando las lenguas de fuego (Hch 2,3). Seamos sanados también en el olor, para que no seamos afeminados; y seamos rociados con polvo en lugar de perfumes dulces (Is 3,34), pero podamos oler el ungüento que fue derramado por nosotros (Cant 1,3), recibiéndolo espiritualmente; y así formados y transformados por él, para que de nosotros también se pueda oler un olor dulce. Limpiemos nuestro tacto, nuestro gusto, nuestra garganta, no tocándolos con suavidad, ni deleitándonos en cosas suaves, sino tratándolos como es digno de él, la Palabra que se hizo carne por nosotros; y siguiendo hasta aquí el ejemplo de Tomás (Jn 20,28), no mimándolos con delicadezas y salsas, esos hermanos de un mimo más funesto, sino gustando y aprendiendo que el Señor es bueno, con el gusto mejor y perdurable; y no por un corto tiempo refrescando ese polvo funesto e ingrato, que deja pasar y no retiene lo que se le da; sino deleitándolo con palabras que son más dulces que la miel.

XXXIX

Además de lo dicho, es bueno tener la cabeza limpia (que es el taller de los sentidos), asiéndonos firmemente a la cabeza de Cristo (Ef 4,16), de la cual todo el cuerpo está perfectamente unido y compactado. También es bueno derribar ese pecado nuestro que que se exaltó a sí mismo, por encima de nuestra mejor parte. Es bueno también que el hombro sea santificado y purificado, para que pueda tomar la cruz de Cristo (lo que no todos pueden hacer fácilmente). Es bueno que las manos y los pies sean consagrados. Las manos, para que en todo lugar sean levantadas santas (1Tm 2,8), y para que se aferren a la disciplina de Cristo, y para que el Señor no se enoje en ningún momento, y para que la Palabra gane credibilidad por la acción, como fue el caso con lo que fue dado por mano de un profeta (Ag 1,1). Los pies, para que no se apresuren a derramar sangre ni a caer en el mal, sino que estén dispuestos a correr al evangelio y al premio (Flp 3,14) del supremo llamamiento, y a recibir a Cristo que los lava y purifica. Si también hay una purificación del vientre, que recibe y digiere el alimento de la Palabra, sería bueno también purificarlo, para no convertirlo en un dios por el lujo y la comida perecedera (Jn 6,27), sino más bien haciéndolo más sobrio para que reciba la palabra de Dios y se aflija por los pecados de Israel (Jer 4,19). También el corazón y las entrañas son dignos de honor, pues el propio David ora para que Dios cree en él un corazón limpio y un espíritu recto en su interior; refiriéndose a la mente y sus pensamientos.

XL

¿Y qué hay de los lomos, o riendas, que no debemos pasarlos por alto? Que la purificación se apodere de ellos también. Que nuestros lomos estén ceñidos y controlados por la continencia, como la ley ordenó al antiguo Israel al participar de la Pascua (Ex 12,11). Porque nadie sale de Egipto puro, ni escapa del destructor, excepto quien ha disciplinado a estos. Que nuestras riendas sean cambiadas por esa buena conversión por la cual transfieren todos los afectos a Dios, para que puedan decir: "Señor, todo mi deseo está delante de ti, y el día del hombre no he deseado" (Job 17,16). Debes ser, hermano, un hombre de deseos (Dn 10,11), sobre todo de los deseos del espíritu. Así destruirías al dragón que lleva la mayor parte de su fuerza sobre su ombligo y sus lomos (Job 39,16), matando el poder que le viene de estos. No te sorprendas de que yo dé un honor más abundante a nuestras partes indecorosas (1Cor 12,23), mortificándolas y haciéndolas castas por mi palabra, y enfrentándome a la carne. Demos a Dios todos nuestros miembros que están sobre la tierra (Col 3,5). Consagremos todos nuestros miembros, mas no el lóbulo del hígado, ni la grasa de los riñones, sino completos, para que seamos holocaustos razonables (Rm 12,1) y sacrificios perfectos. No hagamos sólo la espaldilla o el pecho una porción, para que el sacerdote se los lleve (Lv 7,34), sino entreguémonos completos, para que podamos recibir un ser completamente nuevo. Esto es lo que recibiremos completamente, si previamente nos hemos entregamos a Dios por completo, y hemos ofrecemos como sacrificio nuestra propia salvación.

XLI

Además de todo esto, y ante todo, te ruego que guardes el buen depósito, por el cual vivo y obro, y que deseo tener como compañero de mi partida; con el cual soporto todo lo que es tan angustioso, y desprecio todos los deleites; la confesión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Esto te encomiendo hoy; con esto te bautizaré y te haré crecer. Esto te doy para que lo compartas y lo defiendas toda tu vida, la única deidad y poder, que se encuentra en los tres en unidad, y que comprende a los tres por separado, no desiguales, en sustancias o naturalezas, ni aumentados ni disminuidos por superioridades o inferioridades; iguales en todo aspecto, en todo aspecto lo mismo; así como la belleza y la grandeza de los cielos es una; la conjunción infinita de tres infinitos unos. Cada Dios porque él se considera en sí mismo, el Padre en el Hijo, el Hijo en el Espíritu Santo y el Espíritu en el Padre, siendo los tres un Dios cuando se contemplan juntos. Cada Dios porque es consustancial, y un solo Dios debido a la monarquía. Tan pronto como concibo al uno, soy iluminado por el esplendor de los tres; tan pronto como los distingo, soy transportado de vuelta al uno. Cuando pienso en cualquiera de los tres, lo considero el todo, y mis ojos se llenan, y la mayor parte de lo que pienso se me escapa. No puedo comprender la grandeza de ese uno como para atribuir una grandeza mayor a los demás. Cuando contemplo a los tres juntos, sólo veo una antorcha, y no puedo dividir ni medir la luz indivisa.

XLII

¿Temes hablar de generación por temor a atribuir algo de pasión al Dios impasible? Yo, por otro lado, temo hablar de creación, por temor a destruir a Dios con el insulto y la falsa división, ya sea separando al Hijo del Padre, o del Hijo la Sustancia del Espíritu. Porque está involucrada esta paradoja, que no sólo una vida creada es impuesta a la deidad por aquellos que miden mal la deidad; sino que incluso esta vida creada está dividida contra sí misma. Porque como estas bajas mentes terrenales someten al Hijo al Padre, así también el rango del Espíritu es inferior al del Hijo, hasta que tanto Dios como la vida creada son insultados por la nueva teología. No, amigos míos, no hay nada servil en la Trinidad, nada creado, nada accidental, como he oído decir a uno de los sabios. "Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo", dice el apóstol (Gál 1,10). Y si yo adorara a una criatura, o fuera bautizado en una criatura, no sería divino ni habría cambiado mi primer nacimiento. ¿Qué diré a quienes adoran a Astarté o a Quemos, la abominación de los sidonios, o la semejanza de una estrella (Am 5,26)? Esto mismo: un dios un poco superior a ellos para estos idólatras, pero aun así una criatura y una obra de arte, cuando yo mismo o bien no adoro a dos de aquellos en cuyo nombre unido soy bautizado, o bien adoro a mis consiervos, pues son consiervos, aunque un poco más arriba en la escala; pues deben existir diferencias entre los consiervos.

XLIII

Quisiera llamar al Padre el mayor, porque de él fluyen tanto la igualdad como el ser de los iguales (esto será concedido en todos los casos), pero temo usar la palabra origen, no sea que lo convierta en el origen de los inferiores, y así lo insulte con precedencias de honor. En efecto, la degradación de quienes provienen de él no es gloria para la fuente. Además, veo con recelo tu deseo insaciable, por temor a que te aferres a la palabra mayor y dividas la naturaleza, usándola en todos los sentidos, cuando no se aplica a la naturaleza, sino sólo al origen. Pues en las personas consustanciales no hay nada mayor ni menor en cuanto a sustancia. Honraría al Hijo como Hijo antes que al Espíritu, pero el bautismo, que me consagra por medio del Espíritu, no lo permite. ¿Pero temes ser reprochado por triteísmo? ¿Tomas posesión de este bien, la unidad en los tres, y me dejas librar la batalla? Permíteme ser el constructor del barco, y usa tú el barco; o si otro es el constructor del barco, tómame como el arquitecto de la casa, y vive en ella con seguridad, aunque no hayas gastado ningún trabajo en ella. No tendrás un viaje menos próspero, ni una habitación menos segura que yo que los construí, porque tú no has trabajado en ellos. Mira cuán grande es mi indulgencia; mira la bondad del Espíritu; la guerra será mía, tuyo el logro; estaré bajo fuego, y tú vivirás en paz; pero únete a tu defensor en oración, y dame tu mano por la fe. "Tengo tres piedras que lanzaré con la honda al filisteo" (1Sm 17,49), y "tengo tres inspiraciones contra el hijo del sareptán" (1Re 17,21), con las que vivificaré a los muertos, y "tengo tres inundaciones contra los haces de leña con los que consagraré el sacrificio con agua", levantando el fuego más inesperado y derribando a los profetas de la vergüenza por el poder del sacramento.

XLIV

¿Qué necesidad tengo de más palabras? Es tiempo de enseñar, no de controversias. Bautízate en esta fe, hermano. Si tu corazón está escrito de otra manera que la que exige mi enseñanza, ven y cambia la escritura, pues no soy yo un calígrafo inexperto en estas verdades. Escribo lo que está escrito en mi propio corazón, y enseño lo que he aprendido y he guardado desde el principio hasta el día de hoy. Mío es el riesgo, mía también sea la recompensa de ser el director de tu alma y consagrarte por el bautismo. Si ya estás bien dispuesto y marcado con la buena inscripción, asegúrate de guardar lo que está escrito y permanecer inmutable en un tiempo cambiante respecto a algo inmutable. Sigue el ejemplo de Pilato en el mejor sentido, y tú que estás bien escrito, imita a quien escribió mal y dile a quienes quieran persuadirte de lo contrario: "Lo escrito, escrito está" (Jn 19,22). En verdad, me avergonzaría si, mientras lo que estaba mal permaneciera inflexible, lo que es correcto se desviara tan fácilmente; mientras que nosotros deberíamos inclinarnos fácilmente a lo que es mejor desde lo que es peor, pero inamovibles de lo mejor a lo peor. Si es así, y según esta enseñanza, que vienes al bautismo, he aquí que no refrenaré mis labios, he aquí que presto mis manos al Espíritu; apresuremos tu salvación. El Espíritu está ansioso, el consagrador está listo, el don está preparado. Pero si todavía te detienes y no recibes la perfección de la deidad, ve y busca a alguien más que te bautice, o más bien que te ahogue: no tengo tiempo para cortar la deidad y hacerte morir en el momento de tu regeneración, para que no tengas ni el don ni la esperanza de la gracia, sino que en tan poco tiempo hagas naufragar tu salvación. Porque cualquier cosa que sustraigas de la deidad de los tres, habrás derribado el todo y destruido tu propio ser hecho perfecto.

XLV

Quizás aún no se haya formado en tu alma ninguna escritura, buena o mala; y deseas que hoy seamos escritos en ti y formados por nosotros hasta la perfección. Entremos en la nube. Dame las tablas de tu corazón; seré tu Moisés, aunque sea atrevido decirlo; escribiré en ellas con el dedo de Dios un nuevo Decálogo (Ex 38,28). Escribiré en ellas un método más breve de salvación. Y si hay alguna bestia hereje o irracional, que permanezca abajo, o correrá el riesgo de ser apedreada por la palabra de la verdad. Te bautizaré y te haré discípulo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y estos tres tienen un nombre común: Dios. Y sabrás, tanto por las apariencias (Mt 28,19) como por las palabras, que rechazas toda impiedad y estás unido a toda la deidad. Cree que todo lo que hay en el mundo, tanto lo visible como lo invisible, fue creado de la nada por Dios, y está gobernado por la providencia de su Creador, y recibirá un cambio a un estado mejor. Cree que el mal no tiene sustancia ni reino, ni sin origen, ni autoexistente, ni creado por Dios; sino que es obra nuestra, y del maligno, y nos sobrevino por nuestra negligencia, pero no por nuestro Creador. Cree que el Hijo de Dios, el Verbo eterno, que fue engendrado del Padre antes de todos los tiempos y sin cuerpo, fue en estos últimos días por tu bien hecho Hijo del hombre, nacido de la Virgen María de manera inefable e inmaculada (pues nada puede mancharse donde está Dios, y por lo cual viene la salvación), en su propia persona a la vez hombre entero y Dios perfecto, por el bien de todo el que sufre, para que él pueda otorgar la salvación a todo tu ser, habiendo destruido toda la condenación de tus pecados: impasible en su deidad, pasible en lo que él asumió. Tan hombre por ti como tú eres hecho Dios por él. Cree que por nosotros, pecadores, fue llevado a la muerte. Fue crucificado y sepultado, hasta el punto de experimentar la muerte; y que resucitó al tercer día y ascendió al cielo para llevarte con él a quienes yacías en el suelo; y que vendrá de nuevo con su gloriosa presencia para juzgar a vivos y muertos; ya no carnal, ni sin cuerpo, según las leyes que solo él conoce de un cuerpo más divino, para que pueda ser visto por quienes lo traspasaron (Ap 1,7) y, por otro lado, podemos permanecer como Dios sin carnalidad. Recibamos además la resurrección, el juicio y la recompensa según la justa escala de Dios; y creamos que esto será luz para aquellos cuya mente está purificada (es decir, Dios visto y conocido) proporcional a su grado de pureza, lo cual llamamos el Reino de los Cielos; pero para quienes sufren de ceguera en su facultad gobernante, oscuridad, es decir, alejamiento de Dios, proporcional a su ceguera aquí. Luego, en décimo lugar, trabajemos lo que es bueno sobre este fundamento del dogma; porque "la fe sin obras está muerta" (St 2,17), así como las obras sin fe. Esto es todo lo que se puede divulgar del sacramento, y eso no está prohibido al oído de muchos. El resto lo aprenderás dentro de la Iglesia por la gracia de la Santísima Trinidad; y esos asuntos los guardarás en tu interior, sellados y seguros.

XLVI

Una cosa más os predico: la posición en la que os encontraréis después de vuestro bautismo, ante el gran santuario o anticipo de la gloria futura. La salmodia con la que seréis recibidos es un preludio a la salmodia del cielo. Las lámparas que encenderéis son un sacramento de la iluminación con la que allí encontraréis al Esposo y a las almas radiantes y vírgenes, con las lámparas de la fe alumbrando (no dormidas por negligencia, ni extrañas a Aquel que esperaban llegar inesperadamente; ni tampoco sin aceite, ni desprovistas de buenas obras, para que no fuesen expulsadas del tálamo nupcial). En efecto, tan lamentable puede ser el caso contrario, cuando Cristo venga y exija la reunión, y los prudentes lo encuentren con su luz resplandeciente y su alimento abundante, y los demás busquen aceite demasiado tarde. Él vendrá con presteza, y los primeros entrarán con él, y los segundos quedarán fuera. Se quedarán fuera por haber malgastado el tiempo en preparativos, y llorarán desconsoladamente cuando, demasiado tarde, comprendan el castigo de su pereza, o cuando ya no puedan entrar en la cámara de la novia a pesar de todas sus súplicas (pues la han cerrado contra sí mismos por su pecado), siguiendo el ejemplo de quienes se perdieron el banquete de bodas con el que el buen Padre agasajó al buen Esposo (uno, por una esposa recién casada; otro, por un campo recién comprado; otro, por una yunta de bueyes; y todos ellos perdiendo por poco lo mucho). En aquel banquete de bodas no habrá desdeñosos, ni perezosos, ni quienes visten harapos sucios y no llevan el vestido nupcial (aunque se hubiesen creído dignos de llevar la túnica brillante allá, y se hubiesen entrometido en secreto, engañándose con vanas esperanzas). Y entonces ¿qué? Cuando hayamos entrado, el Esposo nos enseñará y conversará con las almas que lo acompañaron. Creo que conversará con ellas enseñándoles cosas más perfectas y puras. Que todos, maestros y discípulos, tengamos parte de ello, en el mismo Cristo Jesús.