AMÓN DE NITRIA
Cartas

I
Sobre la salud y el cuerpo

Antes que nada, queridísimos hermanos, rezo por la salud espiritual de ustedes. Porque las cosas visibles son temporales, pero las cosas invisibles son eternas (2Cor 4,18). Ahora veo que su cuerpo es espiritual y está lleno de vida.

Ahora bien, si el cuerpo tiene vida, Dios le dará herencia y ser considerado como heredero de Dios. Dios le pagar la recompensa de todo su trabajo, porque se preocupó por preservar todo su fruto con vida, para ser contado como heredero de Dios. Ahora me alegro por ustedes y por su cuerpo, pues está lleno de vida.

En cambio, aquel cuyo cuerpo está muerto, no ser considerado como heredero de Dios. Más aún, Dios lo acusa cuando habla por el profeta, en estos términos: "¡Grita fuerte, no te detengas, alza tu voz como una trompeta! ¡Hazle conocer a mi pueblo sus pecados y a la casa de Jacob sus iniquidades! Me buscan día tras día y desean acercarse a Dios, diciendo: Hemos ayunado, y no lo viste. Hemos humillado nuestra alma y no te enteraste" (Is 58,1-3).

Esto es lo que él les responde: "En los días de su ayuno se les ha encontrado haciendo su propia voluntad, golpeando a los que están bajo su responsabilidad y maltratando a sus enemigos; ustedes ayunan para pleitear y pelear. ¡No es así como hoy ser oída su voz en lo alto! Este no es el ayuno que yo elegí, dice el Señor; ya puedes inclinar tu cuello como un asno y acostarte sobre el cilicio y las cenizas, pero no llames a esto un ayuno aceptable" (Is 58,3-5).

Éste es un cuerpo muerto, y por eso el Señor no los escucha cuando le rezan a Dios, sino que, al contrario, al contrario, los acusa. Además, respecto de estos, se dice en el evangelio: "Si la luz que está en ti es tinieblas, ¡cuantas tinieblas habrán!" (Mt 6,23). El profeta agrega severamente sobre ellos: "Toda su justicia es como el lienzo manchado de una mujer" (Is 64,6). Ahora, pues, es un cuerpo muerto.

Ustedes, queridísimos hermanos, no tienen nada en común con ese cuerpo muerto, sino que su cuerpo está lleno de vida. Rezo a Dios por ustedes, para que los custodie, que su cuerpo no cambie, sino antes bien que crezca con ustedes y aumente en gracia y alegría, en amor fraterno y amor por los pobres, en buenas costumbres y en todos los frutos de la justicia, hasta que salgan de esta vida y nos recibamos los unos a los otros en esa mansión donde no hay tristeza, ni mal pensamiento, ni enfermedad, ni tribulación, sino gozo y alegrías, gloria y luz eterna, paraíso y fruto que no pasa; y que lleguemos a las moradas de los ángeles y a la asamblea de los primogénitos, cuyos nombres están inscritos en los cielos (Hb 12,22-23), y a todas las promesas de las cuales no podemos hablar ahora.

Les he escrito estas cosas a causa del amor que les tengo, para que se fortalezca su corazón. Hay todavía muchas otras cosas que quisiera escribirles. Sin embargo, dale ocasión al sabio, y se hará más sabio (Prov 9,9). Que Dios les preserve de este mundo malvado, a fin de que estén sanos en el cuerpo, espíritu y alma; que él les dé la comprensión en todo (2Tm 2,7), para que estén libres del error de este tiempo.

Pórtense bien en el Señor, mis hermanos muy queridos. Todo cuerpo muerto le sobreviene al hombre a causa del amor de la vanagloria y de los placeres. 

II
Sobre la fuerza y la alegría

A los muy queridos en el Señor, ¡un saludo gozoso!

Si alguien ama al Señor con todo su corazón y con toda su alma (Dt 6,5; Mt 22,37), y permanece en el temor con toda su fuerza, el temor le engendrar las lágrimas, y las lágrimas le traerán la alegría. La alegría engendrar la fuerza y, por ella, el alma dar frutos en todo. Y Dios, viendo que su fruto es tan hermoso, lo recibe como un perfume agradable.

En todas estas cosas Dios se regocijará en ella (el alma) con sus ángeles, y le dará un guardián que la custodiará en todos sus caminos (Sal 90,11) para conducirla al lugar del reposo, de modo que Satanás no domine sobre ella. Porque cuando el diablo ve al guardián (es decir la fuerza que está alrededor del alma), huye y no se atreve a aproximarse al hombre, temiendo la fuerza que está alrededor de él. A causa de esto, muy amados en el Señor, ustedes, a quienes ama mi alma, yo sé que son amigos de Dios.

Adquieran esta fuerza, por tanto, para ustedes mismos, de modo que Satanás les tema y puedan obrar sabiamente en todas sus acciones. Así la dulzura de la gracia vendrá sobre ustedes y aumentar su fruto. Porque la dulzura de la gracia espiritual es más dulce que la miel y que el panal de miel (Sal 18,11), y pocos monjes y vírgenes han conocido esta gran dulzura de la gracia, excepto algunos pocos en ciertos lugares, porque no han recibido la fuerza divina. No han cultivado esa fuerza, y por eso el Señor no se las ha dado; pues a todos los que la cultivan, Dios se las da. Dios no hace acepción de personas (Hch 10,34), sino que él la da en todas las generaciones a quienes la cultivan.

Queridísimos, yo sé que ustedes son amigos de Dios, y que, desde el momento en que llegaron a este trabajo (la vida monástica), aman a Dios con todo su corazón, a causa de la sinceridad de sus corazones. Adquieran, entonces, esa fuerza divina, para que pasen toda su vida en la libertad, el gozo y la alegría, y para que la obra de Dios les resulte fácil. Esa fuerza que les es dada al hombre aquí abajo, les conducirá al reposo, hasta que haya sobrepasado todas las potencias del aire (Ef 2,2), puesto que hay en el aire potencias que obstaculizan el camino a los hombres y no quieren dejarlos que suban hacia Dios.

Por tanto, oremos a Dios insistentemente, para que esas potencias no nos impidan subir hacia Dios, pues en tanto que los justos tienen la fuerza divina con ellos, nadie puede obstaculizarlos.

He aquí como cultivarla, hasta que esa fuerza habite en el hombre: que desprecie todos los ultrajes y los honores humanos, que odie todas las ventajas de este mundo que se consideran como preciosas y todos los placeres del cuerpo, que purifique su corazón de todo pensamiento impuro y de toda la sabiduría vacua de este mundo, y que pida la fuerza día y noche, con lágrimas y ayuno. Y Dios, que es bueno, no tardar en dárselas, y cuando se las haya dado, ustedes pasarán todo el tiempo de su vida en el reposo y la facilidad; encontrarán libertad delante de Dios y él les concederá todas sus peticiones, como está escrito (Sal 36,4; Mt 21,22).

Hay muchas otras cosas que quisiera escribirles, pero esto poco les he escrito por causa del gran amor que tengo por ustedes. De todo corazón, pórtense bien en el Señor, honorables hermanos, amigos de Dios. 

III
Sobre la humildad

A los hermanos muy honrados en el Señor, ¡un alegre saludo!

Les escribo esta carta como a grandes amigos de Dios, que lo buscan de todo corazón. Es a ellos, en efecto, a quienes Dios escucha cuando oran, los bendice en todo y les concede todas las peticiones de su alma cuando lo invocan. Mas a quienes se aproximan a él, no de todo corazón, sino dudando y haciendo sus obras para ser glorificados por los hombres (Mt 6,2), a éstos Dios no les escucha sus peticiones, sino que se irrita contra sus obras, porque está escrito: "Dios dispersará los huesos de los que buscan agradar a los hombres" (Sal 52,6).

Ustedes ven cómo se irrita Dios contra las obras de ellos, y no les concede ninguna de sus peticiones. Al contrario, les resiste, pues no hacen sus obras con fe sino según el hombre. A causa de esto la fuerza divina no habita en ellos, están enfermos en todas las obras que realizan. A causa de esto no conocen la fuerza de la gracia, ni su facilidad ni su alegría, sino que su alma está entorpecida en todas sus obras como por un fardo.

Así son la mayoría de los monjes que no han recibido la fuerza de la gracia, de esa gracia que anima el alma, la dispone a la alegría y le da cada día el gozo que hace arder su corazón en Dios. Lo que hacen, lo hacen según el hombre, de modo que la gracia no ha venido sobre ellos. En efecto, la fuerza de Dios aborrece a aquel que obra para agradar a los hombres.

Por tanto, amadísimos, que amáis mi alma y cuyos frutos son tenidos en cuenta por Dios, combatan en todas sus obras el espíritu de vanagloria para vencerlo en todo. De modo que todo su cuerpo sea agradable y permanezca viviente junto al Creador, y que ustedes reciban la fuerza de la gracia, que sobrepasa todas estas cosas.

Estoy convencido, hermanos, que hacen todo lo que pueden por esto, resistiendo al espíritu de vanagloria y luchando siempre contra él. A causa de ello, su cuerpo tiene vida.

El espíritu malvado se presenta ante el hombre en toda obra de justicia que el hombre comienza, quiere corromper su fruto y hacerlo inútil, a fin de no permitir que los hombres hagan la obra de justicia según Dios. En efecto, este espíritu malo combate a quienes quieren ser fieles.

Si algunos son alabados por los hombres como fieles o como humildes o como misericordiosos, inmediatamente este espíritu malvado entabla una batalla contra ellos. Y ciertamente resulta vencedor, disuelve y destruye sus cuerpos, porque los incita a realizar sus acciones virtuosas con la preocupación de agradar a los hombres y así pierde sus cuerpos.

Mientras que los hombres crean que tienen algo, delante de Dios no tienen nada. Por causa de esto Dios no les otorga la fuerza, sino que los deja vacíos, puesto que no ha hallado sus cuerpos dispuestos para ser llenados, y los priva de la muy grande dulzura de la gracia.

Ustedes, queridísimos, luchen contra el espíritu de vanagloria y oren siempre, para vencerlo en todo; de forma que la gracia de Dios esté siempre con ustedes. Yo pediré a Dios que, en su bondad, les dé esta fuerza y esta gracia en todo tiempo, pues nada es más excelente que esto.

Si ven que el fervor divino se aleja y les abandona, pídanlo de nuevo y volver a ustedes. Pues ese fervor es como un fuego que cambia lo frío en su propia naturaleza. Si ven su corazón repentinamente adormecido en ciertos momentos, pongan su alma ante ustedes, sométanla al examen de un piadoso cuestionamiento y así, necesariamente, ella tendrá nuevamente calor y se inflamar en Dios. Porque también el profeta David, cuando vio su alma agobiada por el dolor habló de la siguiente manera: "Derramé mi alma sobre mí mismo" (Sal 41,6), me acordé de los días antiguos, medité sobre todas tus obras, extendí hacia ti mis manos. Mi alma, como tierra reseca, suspiró por ti (Sal 142,5-6). Así obró David cuando experimentó su corazón abrumado y frío, hasta que le devolvió el calor y recibió la dulzura de la gracia divina.

Noche y día velaba y suplicaba David. Hagan también ustedes esto, amadísimos, y crecerán y Dios les revelará sus grandes misterios.

Que el Señor les conserve irreprochables y sanos de alma, espíritu y cuerpo, hasta que les lleve a su propia morada con sus padres que han luchado bien y han concluido su carrera en Cristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos.

IV
Sobre el discernimiento

A los queridísimos hermanos en Cristo, ¡un alegre saludo!

Saben que les escribo como a hijos muy queridos, como a hijos de la promesa e hijos del Reino. Por eso me acuerdo de ustedes noche y día, para que Dios los guarde de todo mal y tengan siempre la solicitud por obtener de Dios que les otorgue el discernimiento y la visión de lo alto; a fin de aprender a discernir en todas las cosas la diferencia entre el bien y el mal. Porque está escrito: "El alimento sólido es para los perfectos, para aquellos cuyas facultades están ejercitadas por el hábito de discernir el bien y el mal" (Hb 5,14).

Éstos han llegado a ser hijos del Reino y son contados en el rango de los hijos, de aquellos a quienes Dios les ha dado la visión de lo alto en todas sus obras, para que nadie los engañe, ni hombre ni demonio. Puesto que el fiel es cautivado por la imagen del bien, y así muchos son engañados, pues todavía no han recibido esa visión de lo alto. Por eso el bienaventurado Pablo, sabiendo que esta es la gran riqueza de los fieles, dijo: "Doblo las rodillas noche y día ante el Señor Jesucristo por ustedes, para que les otorgue una revelación con su conocimiento, que él ilumine los ojos de sus corazones, para que sepan cuál es la anchura y largura, la altura y profundidad, a fin de conocer la caridad de Cristo que supera todo conocimiento" (Ef 3,14-19).

Como el bienaventurado Pablo les amaba de todo corazón, él quería que toda la gran riqueza que conocía (es decir la visión de lo alto en Cristo) fuera dada a sus hijos queridos. Sabía, en efecto, que si se las daba, ya no se fatigarían más en ninguna cosa y no temerían nada, sino que la alegría de Dios estaría en ellos noche y día, que la obra de Dios les resultaría dulce en todo, más que la miel y que el panal de miel (Sal 18,11). También sabía que Dios estaría siempre con ellos para darles revelaciones y enseñarles grandes misterios, de los que no puedo hablar con la lengua.

Ahora, por tanto, mis amadísimos, puesto que ustedes me han sido dados como hijos, pido noche y día, con fe y lágrimas, que reciban el carisma de clarividencia, que todavía no han obtenido después que entraron en la vida ascética. Yo, el humilde, pido también por ustedes, a fin de que lleguen a ese progreso y a esa estatura, que no han alcanzado muchos monjes, sino sólo algunas almas amigas de Dios aquí y allá.

Si desean alcanzar esa perfección, no tomen la costumbre de recibir a un monje que lo es solamente de nombre y que se cuenta entre los negligentes, sino aléjenlo de ustedes. De lo contrario, no les permitirá progresar en Dios y extinguirá su fervor. Porque los corazones negligentes no tienen fervor, sino que siguen sus propias voluntades; y si vienen a ustedes, les hablan de las cosas de este mundo y por medio de esa conversación apagan su fervor y no les permiten progresar. Por eso está escrito: "No apaguen el Espíritu" (1Ts 5,19), ya que se apaga por las palabras vanas y las distracciones.

Cuando vean tales monjes, háganles el bien, pero escapen de ellos y no se relacionen con ellos, ya que son los que no les permiten a los hombres marchar en la vía de la perfección, en estos tiempos presentes.

Compórtense bien en el Señor, mis queridísimos, en el Espíritu de bondad. 

V
Sobre la paternidad espiritual

A los amadísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

Ustedes saben que el amor de Dios exige el amor del prójimo sin cesar. Ahora bien, el prójimo es aquel que ha sido llamado a la vocación celestial. El servidor de Dios está orando por el prójimo noche y día, como por sí mismo. Y puesto que ustedes también son mi prójimo, les recuerdo noche y día en mis oraciones, para que aumente su fe y adquieran una fuerza más grande.

Hago esto por ustedes, porque en Dios ustedes son considerados como hijos. Timoteo fue considerado como hijo por Pablo, y le escribía como sigue: "Te recuerdo noche y día en mis oraciones, y deseo verte. Me acuerdo de tus lágrimas y me lleno de gozo, porque me acuerdo de la fe sincera que tienes" (2Tm 1,3-5).

Al igual que Pablo hacía con Timoteo, queridísimos, también mi corazón desea verles, recordando sus gemidos y la pena de su corazón. Pero yo sé que también ustedes desean verme y que ello les es muy provechoso. Pablo, en efecto, decía: "Quiero ir a verles, a fin de darles alguna gracia espiritual que los consolide" (Rm 1,11).

Por ende, aunque están muy instruidos por el Espíritu Santo, si voy a visitarlos, les afirmaré mucho con la doctrina del mismo Espíritu, y les daré a conocer asimismo otras cosas que no puedo escribirles por carta.

Compórtense bien en el Señor, en el Espíritu de bondad. 

VI
Sobre la oración

A los amadísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

Noche y día rezo para que la fuerza de Dios crezca en ustedes y les revele los grandes misterios de la divinidad, de los que no puedo hablar con la lengua, porque son grandes, no son de este mundo, y se revelan sólo a quienes tienen el corazón purificado de toda mancha y de toda vanidad de este mundo, a quienes han tomado su cruz y que junto con esto se odian a sí mismos, y han sido obedientes a Dios en todo.

En éstos habita la divinidad, y ella alimenta su alma. En efecto, al igual que los árboles no crecen si no los alcanza la fuerza del agua, del mismo modo el alma no puede crecer si no recibe la alegría celestial. Y entre quienes la reciben, hay algunos a los cuales Dios les revela los misterios celestiales, les muestra su lugar, mientras ellos todavía están en el cuerpo y les concede todas sus peticiones.

He aquí, pues, cuál es mi oración noche y día: que ustedes lleguen a ese grado, y que conozcan la infinita riqueza de Cristo (Ef 3,8), pues son poco numerosos los que han sido hechos perfectos. Éstos son aquellos para los cuales han sido preparados los tronos, a fin de que se sienten con Jesús para juzgar a los hombres. Porque en cada generación se encuentran hombres llegados a esa medida, para juzgar cada uno a su generación.

Esto es lo que pido incesantemente para ustedes en virtud del amor que les tengo. El bienaventurado Pablo decía a los que amaba: "Quiero darles no sólo el evangelio de Cristo, sino también mi vida, porque me han llegado a ser muy queridos" (1Ts 2,8). Les envié a mi hijo, hasta que Dios me conceda a mí también llegar corporalmente hasta ustedes, para que les ayude a progresar aún más. Pues cuando los padres reciben hijos, Dios está en medio de ellos de ambos lados.

Permanezcan en paz y compórtense bien en el Señor. 

VII
Sobre el carisma monástico

A los amadísimos en el Señor, que tienen parte en el reino de los cielos.

Del mismo modo que ustedes buscan a Dios imitando a su padre, creo que recibirán también las mismas promesas, porque ustedes han sido contados en el número de sus hijos. Pues los hijos heredan la bendición de los padres, imitando su celo. Por eso el bienaventurado Jacob imitando en todo la piedad de sus padres, recibió de ellos la bendición; y cuando fue bendecido por los padres, inmediatamente vio la escala levantada y a los ángeles subiendo y bajando (Gn 22,1-12).

Ahora bien, desde el momento en que algunos son bendecidos por sus padres, y ven las fuerzas divinas, nada los puede turbar. El mismo Pablo, cuando vio esas mismas fuerzas divinas, devino inconmovible y gritó diciendo: "¿Quién me separar del amor de Cristo? ¿La espada, el hambre, la desnudez? Pero ni los ángeles ni los principados ni las potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarme del amor de Dios?" (Rm 8,35-39).

Ahora, pues, mis amadísimos, pidamos sin cesar noche y día que las bendiciones de nuestros padres y las mías lleguen a ustedes; y así las fuerzas de los ángeles permanezcan con ustedes, para que transcurran el resto de sus días en toda alegría del corazón.

Si alguno llega a ese grado, la alegría de Dios estar siempre con él, y entonces hará todo sin fatiga. Porque está escrito: "La luz de los justos nunca se apaga, pero la luz de los impíos se extinguir" (Prov 13,9). Yo pido también que en todo lugar que yo vaya, también ustedes vengan, y hago esto a causa de la obediencia de ustedes.

Cuando el Señor vio la obediencia de sus discípulos, oró al Padre por ellos diciendo: "Que allí donde yo esté, también estén éstos, porque escucharon mis palabras" (Jn 17,24). Y nuevamente pide que ellos sean preservados del Maligno (Jn 17,15), hasta que lleguen al lugar del reposo. Yo también rezo y le pido al mismo Señor, que ustedes sean preservados del Maligno hasta su llegada al lugar del reposo de Dios, y que obtengan la bendición. En efecto, Jacob, después de la escala, vio cara a cara el campo de los ángeles (Gn 28,12), tras lo cual luchó contra el ángel y le venció (Gn 32,24-29). Dios le hizo esto para bendecirlo aún más.

Que Dios, a quien sirvo desde mi juventud, les bendiga aún más, y ustedes, mis amadísimos, se porten bien. 

VIII
Sobre la herencia espiritual

A los amadísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

Les escribo como a hijos muy amados, porque los padres carnales aman más a los hijos que se les parecen. Yo también los veo así, pues ustedes progresan imitándome. Y pido a Dios que lo que él me ha dado, a mí, su padre, igualmente se les dé a ustedes. Rezo para que les pueda transmitir los otros misterios que no me es posible escribirles por carta. Sean fuertes en la paz de la misericordia del Padre, de modo que el carisma que recibieron sus padres, también lo reciban ustedes.

Si desean recibir este carisma o herencia, entréguense al trabajo corporal y al trabajo del corazón, dirijan sus pensamientos hacia el cielo noche y día, pidan de todo corazón el Espíritu de fuego, y se les dará. Porque ese mismo Espíritu estuvo con Elías el Tesbita, con Eliseo y los otros profetas. Pero velen para que no se introduzcan pensamientos de duda en sus corazones, diciendo: "¿Quién puede recibirlo?". No les permitan entrar en ustedes, sino que pidan con recta intención, y recibirán.

Yo mismo, vuestro padre, rezo por ustedes, para que reciban el Espíritu, porque sé que renunciaron a sus vidas para recibirlo. Quien lo cultiva de generación en generación, lo recibir, y este Espíritu habita en los de corazón recto. Yo les aseguro que ustedes buscan a Dios con un corazón recto.

Cuando reciban ese Espíritu, él les revelará todos los misterios celestiales, y muchas cosas que no puedo escribir sobre el papel. Entonces estarán libres de todo temor, una alegría celestial les rodeará, y se sentirán como si ya hubieran sido llevados al reino de los cielos, estando todavía en el cuerpo. Ya no tendrán necesidad de orar por ustedes mismos, sino solamente por el prójimo. Porque Moisés, después que recibió el Espíritu oró por el pueblo, diciendo: "Si tú los destruyes, bórrame del libro de los vivos" (Ex 32,32). ¿Ven esta preocupación que tenían los padres de orar por los otros, cuando habían llegado a ese grado? Muchos otros llegaron también a ese grado, y rezaron por los demás.

Sobre todo esto no puedo escribirles ahora, pero ustedes son sabios y lo comprenderán todo. Cuando les visite les hablaré más completamente sobre el Espíritu de fuego, y sobre cómo se debe alcanzar. También les mostraré todas las riquezas que ahora no puedo confiar al papel.

Pórtense bien en ese Espíritu de fuego, progresen y afírmense de día en día. 

IX
Sobre la perseverancia en la vocación

A los amadísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

Sé que están sufriendo penas en el corazón, porque han caído en la tentación. Mas si la soportan con valor, alcanzarán la alegría. Pues si no soportan ninguna tentación, visible u oculta, no podrán progresar más allá de la medida que han alcanzado.

Todos los santos, en efecto, cuando pidieron un aumento de fe, se encontraron frente a las tentaciones. Y desde el momento en que recibieron una bendición de Dios, una tentación les fue agregada por los enemigos, para privarlos de la bendición con que Dios lo había gratificado. Los demonios, al ver que el alma bendecida hacía progresos, la combatían, en secreto o bien abiertamente.

Cuando Jacob fue bendecido por su padre, inmediatamente le sobrevino la tentación de Esaú (Gn 27,41). El diablo, en efecto, excitó su corazón contra Jacob, y deseaba borrar su bendición. Mas no pudo prevalecer contra el justo, pues está escrito: "El Señor no dejar el cetro del pecador sobre el lote de los justos" (Sal 124,3). Por tanto, Jacob no perdió la bendición que había recibido, sino que ella creció con él de día en día.

Esfuércense también ustedes por vencer la tentación, porque quienes reciben una bendición necesariamente deben soportar las tentaciones. Yo mismo, vuestro padre, he soportado grandes tentaciones, en secreto y abiertamente, pero me sometí a la voluntad de Dios, tuve paciencia, supliqué a Dios y él me salvó.

Que también ustedes, mis amadísimos, que ya han recibido la bendición del Señor, reciban igualmente las tentaciones y sopórtenlas hasta que las hayan superado. Obtendrán así un gran progreso y un crecimiento de todas sus virtudes; y se les dar una gran alegría celestial que todavía no conocen.

El remedio para superar las tentaciones es no caer en la negligencia y orar a Dios, dándole gracias de todo corazón, teniendo una gran paciencia en todo, de esta forma las tentaciones se alejar n de ustedes. Abraham fue tentado de ese modo, y apareció como más agradable. Por tal motivo está escrito: "Las pruebas de los justos son numerosas, pero el Señor los librar de todas" (Sal 33,20). Santiago, así mismo, dice: "Si alguno de ustedes sufre, que ore" (St 5,13). ¡Vean como todos los santos invocan a Dios en las tentaciones!

También está escrito: "Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados por encima de sus fuerzas" (1Cor 10,13); Dios, por ende, actúa en ustedes a causa de la rectitud de sus corazones. Si él no les amara, no les enviaría tentaciones, pues está escrito: "El Señor corrige al que ama; golpea al hijo que le es grato" (Prov 3,12; Hb 12,6).

Son los justos, pues, quienes se benefician con las tentaciones, puesto que los que no son tentados tampoco son hijos legítimos; usan el hábito monacal, pero niegan su poder. Antonio, en efecto, nos ha dicho que "nadie puede entrar en el reino de Dios sin haber sido tentado". Y el bienaventurado Pedro escribe en su carta: "En esto ahora se alegrarán, ustedes que han tenido que soportar diversas tentaciones, para que su fe puesta a prueba sea hallada más preciosa que el oro perecedero probado por el fuego" (1Pe 1,6-7). Se dice también que los árboles agitados por los vientos echan mejores raíces y crecen más; así sucede con los justos. En esto, pues, y en todo lo demás, obedezcan a sus maestros para progresar.

Ustedes saben que, al comienzo, el Espíritu Santo les da la alegría en la obra espiritual, porque ve que sus corazones son puros. Y cuando el Espíritu les ha dado la alegría y la dulzura, entonces se va y los abandona. Es su signo, y hace esto con toda alma que busca a Dios, al comienzo. Se va y abandona a todo hombre, para saber si lo buscan o no.

Algunos, cuando el Espíritu Santo se va y les abandona, se quedan inmóviles, permanecen en el abatimiento y no oran a Dios para que les quite ese peso, y les envíe la alegría y la dulzura que habían conocido. Por su negligencia y su voluntad propia, se hacen extraños a la dulzura de Dios. Por eso llegan a ser carnales; usan el hábito, pero reniegan de su poder (2Tm 3,5). Estos tales son ciegos en su vida, y no conocen la obra de Dios.

Si algunos perciben un peso desacostumbrado, y contrario a la alegría precedente, que oren a Dios con lágrimas y ayunos. Entonces Dios, en su bondad, y si ve que sus corazones son rectos, que le rezan de todo corazón y que reniegan de sus voluntades propias, les dará una alegría más grande que la anterior, y les fortificará aún más. Tal es el signo que realiza el Espíritu Santo, con toda alma que busca a Dios.

Después de haber escrito esta carta, me acordé de una palabra que me impulsó a escribirles sobre las tentaciones que se le presentan al alma del hombre, y que hacen descender de los cielos a los abismos del hades. He aquí porque el profeta clama y dice: "Tú has sacado mi alma de las profundidades del hades" (Sal 85,13).

Cuando el alma sube del hades, por el tiempo que ella acompaña al Espíritu de Dios, las tentaciones le vienen de todas partes. Mas cuando ha superado las tentaciones, llega a ser clarividente y recibe una nueva belleza. Así, cuando el profeta debía ser llevado al cielo, llegando al primer cielo, se asombró de su resplandor. Al arribar al segundo, se admiró al punto de decir: "Pensé que la luz del primer cielo es oscuridad", y así para cada cielo de los cielos. El alma de los justos perfectos avanza y progresa hasta subir al cielo de los cielos. Si llega allí, ha superado todas las tentaciones, y ahora hay un hombre sobre la tierra que ha llegado a ese grado.

Yo les escribo, mis amadísimos, para que se fortalezcan, y aprendan que las tentaciones no causan daño a los fieles sino aprovechamiento. Y para que sepan que, sin la venida de las tentaciones al alma, ella no puede subir a la morada de su Creador.

X
Sobre las tentaciones

A los amadísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

El Espíritu sopla donde quiere (Jn 3,8). Sopla sobre las almas puras y rectas, y si ellas le obedecen, les da, al comienzo, el temor y el fervor. Cuando ha sembrado esto en ellas, les hace odiar todas las cosas de este mundo, ya sea el oro, la plata, los adornos; ya sea padre, madre, esposa o hijo. Y le hace dulce al hombre la obra de Dios, más que la miel y que el panal de miel (Sal 18,10), ya sea que se trate del trabajo del ayuno, de las vigilias, de la soledad o de la limosna. Todo lo que es de Dios le parece dulce, y él le enseña todo (Jn 14,26).

Cuando él le ha enseñado todo, entonces le concede al hombre ser tentado. A partir de ese momento, todo lo que antes era dulce para él, se le hace pesado. Por eso muchos, cuando son tentados, permanecen en el abatimiento y se hacen carnales. Son aquellos de los que dice el apóstol: "Ustedes comenzaron por el espíritu y ahora terminan por la carne; sufrieron todo aquello en vano" (Gál 3,3-4).

Si el hombre resiste a Satán en la primera tentación, y le vence, Dios le otorga un fervor estable, tranquilo y sin turbación. Porque el primer fervor es agitado e inestable, mientras que el segundo fervor es mejor. Éste engendra la visión de las cosas espirituales, y nos hace recorrer un largo camino con una paciencia imperturbable. Al igual que un barco con un buen viento es impulsado fuertemente por sus dos remos, y recorre una gran distancia, de modo que los marineros están alegres y descansan, así el segundo fervor concede el reposo ampliamente.

Hijos míos amadísimos, adquieran este segundo fervor, para estar firmes en todo. Porque el fervor divino extirpa todas las pasiones que provienen de las seducciones, destruye la vetustez del hombre viejo y hace que el hombre llegue a ser templo de Dios, como está escrito: "Yo habitaré y caminaré en ellos" (2Cor 6,16).

Si quieren que el fervor que se ha alejado vuelva a ustedes, he aquí lo que el hombre debe hacer: que haga un pacto con Dios, y que diga ante él: Perdóname lo que hice por negligencia, ya no seré más desobediente. Y que ese hombre no camine más a su antojo, para satisfacer su voluntad propia corporal o espiritualmente, sino que sus pensamientos estén vigilantes delante de Dios noche y día, y que llore a toda hora frente a Dios afligiéndose, reprendiéndose y diciendo: ¿Cómo has sido tan negligente hasta el presente y estéril todos los días? Que se acuerde de todos los suplicios y del reino eterno, reprendiéndose y diciendo: ¡Dios te ha gratificado con todo ese honor y tú eres negligente! ¡Te ha sometido el mundo entero y tú eres negligente! Cuando alguien se acusa así noche y día, y a toda hora, el fervor de Dios vuelve a ese hombre, y el segundo fervor es mejor que el primero.

El bienaventurado David, cuando ve llegar el abatimiento, dice: "Me acordé de los años eternos, medité y recordé los días de eternidad, medité sobre todas tus obras, medité sobre las obras de tus manos. Levanté mis manos hacia ti. Mi alma tiene sed de ti como tierra reseca" (Sal 76,6; 142,5-6). E Isaías también dice: "Cuando hayas gemido de nuevo, entonces ser s salvado y volver s a ser como eras" (Is 30,15). 

XI
Sobre la voluntad de Dios y la estabilidad

A los queridísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

Ustedes saben que, cuando la vida del hombre cambia, y él comienza una nueva vida agradable a Dios y superior a la anterior, también cambia su nombre. En efecto, cuando nuestros santos padres avanzaban en la perfección, su nombre también fue cambiado por un nombre nuevo, escrito sobre las tablas del cielo. Cuando Sara progresó, se le dijo: "No te llamarás más Sarai, sino Sara" (Gn 17,15), y Abram fue llamado Abraham; Isac, Isaac; Jacob, Israel; Saulo, Pablo; Simón, Cefas... pues sus vidas fueron cambiadas y llegaron a ser más perfectos que antes.

También ustedes han crecido en Dios, y por es necesario que sus nombre sean cambiados a causa de su progreso según Dios.

Amadísimos en el Señor, yo busco tanto el provecho de ustedes como el propio, porque ustedes me han sido dados por hijos según Dios. Pero me he enterado que la tentación les presiona, y temo que ella provenga de su falta.

Oí decir que algunos quieren dejar su lugar, y me he entristecido, a pesar que hacía mucho tiempo que no me sentía atrapado por la tristeza. Si deciden dejar su lugar, no harán ningún progreso, pues no es ésa la voluntad de Dios. Si hacen esto y parten por su propia decisión, Dios no les ayudará ni saldrá con ustedes, y temo que caeremos en una multitud de males. Si seguimos nuestra voluntad propia, Dios no nos enviará su fuerza, que hace prosperar todos los caminos de los hombres.

En efecto, si un hombre hace algo pensando que eso agrada a Dios, en tanto que se mezcla su voluntad, Dios no le ayuda, y el corazón del hombre se encuentra triste y sin fuerza en todo lo que emprende.

Los fieles se equivocan, y se dejan cautivar por la ilusión del progreso espiritual. Al principio, Eva no fue engañada, sino por el pretexto del bien y del progreso. En efecto, habiendo oído "ustedes serán como dioses" (Gn 3,5), no discernió la voz del que le hablaba, trasgredió el mandamiento de Dios y no solamente no recibió el bien, sino que cayó bajo la maldición.

Salomón dice en los Proverbios: "Hay caminos que les parecen buenos a los hombres, y conducen a las profundidades del hades" (Prov 14,12). Dice esto de quienes no comprenden la voluntad de Dios, sino que siguen su propia voluntad.

Los que siguen su voluntad propia, y no comprenden la voluntad de Dios, reciben de Satanás, al comienzo, un fervor semejante a la alegría, pero que no es alegría; y luego trae tristeza y vergüenza. En cambio, el que sigue la voluntad de Dios experimenta al principio una gran pena, y al final encuentra reposo y alegría.

Por tanto, no hagan nada, hasta que yo vaya a verles, para hablar con ustedes.

Hay tres voluntades que acompañan constantemente al hombre, pero pocos monjes las conocen, a excepción de los que han llegado a ser perfectos. De ellos dice el apóstol: "El alimento sólido es para los perfectos, para aquellos que por la práctica tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal" (Hb 5,14). ¿Cuáles son esas tres voluntades? Una es aquella sugerida por el enemigo; otra es la que brota en el corazón del hombre; y la tercera es la que siembra Dios en el hombre. De estas tres, Dios solamente acepta la suya.

Examínense, pues, a sí mismos. ¿Cuál de estas tres les empuja a dejar su lugar?

Que esos tales no se vayan, antes que yo les visite. Porque yo conozco la voluntad de Dios en este asunto mejor que ustedes. Es difícil, en efecto, conocer la voluntad de Dios en todo momento. Pues si el hombre no renuncia a todas sus voluntades y no se somete a sus padres según el Espíritu, no puede comprender la voluntad de Dios. Incluso aunque la comprendiera, le faltaría la fuerza para cumplirla.

Es una gran cosa conocer la voluntad de Dios, pero es más grande cumplirla. Jacob tenía esas fuerzas porque obedecía a sus padres. Cuando ellos le dijeron "vete a Mesopotamia, junto a Labán" (Gn 27,43; 28,2),  Jacob obedeció con prontitud, aunque no deseaba alejarse de sus padres. Y como obedeció, heredó la bendición de sus padres.

A mí, vuestro padre, si no hubiera obedecido primero a mis padres espirituales, Dios no me habría revelado su voluntad. En efecto, está escrito: "La bendición de los padres afianza la casa de los hijos" (Sb 3,11). Yo soporté muchos trabajos en el desierto y en la montaña, pidiendo a Dios noche y día, hasta que Dios me reveló su voluntad. Así que ahora deben escucharme ustedes, para que obtengan reposo y progreso.

He sabido que ustedes dicen: "Nuestro padre no conoce nuestra pena", y: "Jacob huyó de Esaú". Pero nosotros sabemos que él no huyó, sino que fue enviado por sus padres. Imiten, pues, a Jacob y esperen a que su padre les envíe, y les bendiga cuando partan, para que Dios les haga prosperar.

Pórtense bien en el Señor, queridísimos. 

XII
Sobre la soledad

A los amadísimos en el Señor, ¡un alegre saludo!

Hermanos míos muy queridos, ustedes saben que, después de la trasgresión de un mandamiento, el alma no puede conocer a Dios, si no se aleja de los hombres y de toda distracción. De no ser así, ella podrá ver el ataque de los enemigos contra ella. Cuando el enemigo luche contra ella, y triunfe en sus ataques una y otra vez, el Espíritu de Dios vendrá a ella y cambiará toda su pena en alegría y exultación. Mas si de nuevo es vencida en el combate, entonces le vendrán tristezas, disgustos y muchas otras aflicciones varias.

Por eso, los santos padres vivieron como solitarios, en lugares desiertos. Así hicieron Elías el Tesbita, Juan Bautista y los otros padres.

No crean que fue, cuando se hallaban en medio de los hombres, cuando los justos progresaron en la virtud, sino que esto sucedió cuando ellos habitaron en una gran soledad, pues en ella consiguieron que la fuerza de Dios habitara en ellos.

Después, Dios los envió en medio de los hombres, cuando ya poseían las virtudes, para servir a la edificación de los hombres y curar sus enfermedades, pues ellos fueron los médicos de las almas y pudieron curar sus enfermedades. Por esto, arrancados de la soledad, fueron enviados a los hombres, cuando todas sus propias enfermedades estuvieron curadas.

Es imposible, en efecto, que Dios mande a alguien a servir a la edificación de los hombres, si todavía está enfermo. Los que salen antes de ser perfectos, salen por su propia voluntad, y no por la voluntad de Dios. Y Dios dice de esos tales: "Yo no los envié, pero ellos corrieron" (Jer 23,21). A causa de esto, no pueden ni custodiarse a sí mismos, ni servir a la edificación de otra alma.

Por el contrario, los que son enviados por Dios no quieren abandonar la soledad, pues saben que es gracias a ella que han adquirido la fuerza divina. Mas para no desobedecer a su Creador, salen para servir a la edificación de los demás, imitando al Señor, que el Padre envió del cielo para que curase todas las debilidades y enfermedades de los hombres.

Está escrito que "tomó nuestras debilidades y cargó nuestras enfermedades" (Is 53,4). He aquí por qué todos los santos que van a los hombres, para curarlos, imitan al Creador en todo, para llegar a ser dignos de convertirse en hijos adoptivos de Dios y para vivir, también ellos, como el Padre y el Hijo, por los siglos de los siglos.

Amadísimos, les he mostrado la fuerza de la soledad, y cómo ella cura en todos los aspectos y cómo le es grata a Dios. Por eso les escribí que fueran fuertes en lo que emprendieran. Sépanlo bien: fue por la soledad por lo que progresaron los santos, y la fuerza divina habitó en ellos, dándoles a conocer los misterios celestiales y la facultad para expulsar toda la vetustez de este mundo. Quien les escribe también llegó a esa meta por el mismo camino.

Muchos son los monjes de nuestro tiempo que no han sido capaces de perseverar en la soledad, porque no pudieron vencer su voluntad. Por eso viven siempre entre los hombres, no siendo capaces de renunciar, de huir de la compañía de los hombres y de emprender el combate. Abandonando la soledad, se conforman con consolarse con sus prójimos por toda su vida. A causa de esto, no alcanzan la dulzura divina, ni la fuerza divina habita en ellos. Porque cuando esa fuerza se les presenta, los encuentra buscando su felicidad en el mundo presente y en las pasiones del alma y del cuerpo. Y no puede descender sobre ellos. El amor del dinero, la vanagloria, todas las otras enfermedades y distracciones del alma, impiden que la fuerza divina descienda sobre ellos.

La mayoría no han podido progresar en esto, porque han permanecido en medio de los hombres y no han logrado, a causa de esto, vencer todas sus voluntades. No han querido vencerse a sí mismos, al extremo de huir de las distracciones causadas por los hombres, sino que permanecen distraídos unos con otros. Por eso no han conocido la dulzura de Dios, y no han sido juzgados dignos de que su fuerza habite en ellos, y les dé el carácter celestial. Así, la fuerza de Dios no habita en ellos, pues están acaparados por las cosas de este mundo, entregados a las pasiones del alma, a las glorias humanas y a las voluntades del hombre viejor.

Ustedes, hermanos míos queridos, fortifíquense en todo lo que hacen. Porque quienes abandonan la soledad no pueden vencer sus voluntades, ni imponerse en el combate que se entabla contra su adversario. A causa de esto, la fuerza de Dios no habita en ellos, pues ésta no mora en los que sirven a sus pasiones.

Ustedes vencieron las pasiones, y la fuerza de Dios vendrá, por sí misma, a ustedes. Pórtense bien en el Espíritu Santo. 

XIII
Sobre la penitencia

Queridísimos en el Señor, les saludo en el Espíritu de dulzura, que es pacífico y perfuma las almas de los justos. Este Espíritu viene sólo a las almas totalmente purificadas de su vetustez, porque es santo y no puede entrar en un alma impura (Sb 1,4-5).

Nuestro Señor dio su Espíritu Santo a los apóstoles únicamente después que ellos se purificaron. Por eso él les dijo: "Si me voy, les enviaré el consolador, el Espíritu de verdad, y él les dar a conocer todas las cosas" (Jn 16,7.13).

Este Espíritu, desde Abel y Henoc hasta hoy, se da a las almas de los justos que están totalmente purificadas. Mas el que llega a las otras almas no es ése, sino el Espíritu de penitencia, para llamarlas a todas y purificarlas de su impureza. Cuando las ha purificado totalmente, las entrega al Espíritu Santo, para que él difunda sin cesar sobre ellas un perfume suave, como lo dijo Leví: "¿Quién ha conocido el perfume del Espíritu sino aquellos en los cuales él habita?". Son pocos los favorecidos con el Espíritu de penitencia, y el Espíritu de verdad, de generación en generación, apenas habita en algunas pocas almas.

Al igual que una perla preciosa no se encuentra en todas las casas, sino únicamente, y a veces, en los palacios reales, así también este Espíritu no se encuentra sino en las almas de los justos que han llegado a ser perfectos. Desde el instante en que Leví fue gratificado con él, ofreció una gran acción de gracias a Dios y dijo: "Te canto, Señor, porque me has regalado el Espíritu que tú das a tus siervos". Y todos los justos a los cuales fue enviado, ofrecieron a Dios grandes acciones de gracias.

Ese Espíritu es la perla de la que habla el evangelio, comprada por aquel que vendió todos sus bienes (Mt 13,46). Es el tesoro escondido en un campo, que un hombre encontró y por el que se alegró mucho (Mt 13,44). A las almas en las que habita, él les revela grandes misterios, y para ellos la noche es como el día. He aquí que les he dado a conocer la acción de ese Espíritu.

Quiero que sepan que, desde el día en que les dejé, Dios me hizo prosperar en todas las cosas, hasta que llegué a mi lugar. Cuando estoy en mi soledad, él hace mi camino más próspero aún y me ayuda, ya sea secretamente, ya sea abiertamente. Hubiera deseado que ustedes estuvieran cerca mío, a causa de las revelaciones que me fueron dadas, porque cada día concede nuevas revelaciones.

Mas ahora mi deseo es que sepan cuál es la tentación. Ustedes saben que la tentación no le sobreviene al hombre si no ha recibido el Espíritu. Cuando ha recibido el Espíritu, es entregado al diablo para ser tentado. Mas ¿quién lo entrega, sino el Espíritu de Dios? Porque es imposible para el diablo tentar a un fiel, si Dios no se lo entrega.

En efecto, nuestro Señor, al tomar carne, devino un ejemplo para nosotros en todo. Cuando fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma (Mt 3,16), y de inmediato lo condujo al desierto para ser tentado (Mt 4,1), cuando el diablo no podía nada contra él. Por la fuerza del Espíritu, después de las tentaciones, le es agregada a los santos otra grandeza y una fuerza más grande.

Es necesario que ustedes conozcan mi tentación, que me ha hecho semejante a nuestro Señor. Cuando él descendió del cielo, vio un aire diferente, tenebroso. Y de nuevo, cuando iba a descender al hades, vio un aire más denso y dijo: "Ahora mi alma está turbada" (Jn 12,27). Igualmente yo, de modo parecido, soporté recientemente esta tentación, la cual me turbó por todas partes. Sin embargo, yo alabé a Dios, a quien sirvo con todo mi corazón desde mi juventud, y a quien obedezco, ya sea en el honor, ya sea en la humillación. Él me sacó de ese aire tenebroso y me restableció en la primera altura, y pienso que esa tentación es la última.

Cuando el bienaventurado José soportó su última tentación en la prisión (Gn 29,20), fue más afligido que por todas las otras tentaciones. Pero después de la prisión, que es la imagen del hades, él recibió todos los honores, y llegó a ser rey (Gn 41,40). Desde entonces, la tentación no lo probó más.

Les he dado a conocer en qué tentaciones me encontré, y cómo estoy ahora. Mas después de haber escrito esta carta me acordé de la palabra escrita en Ezequiel, que presenta la imagen de las almas que han llegado a ser perfectas.

Ezequiel, en efecto, vio un ser viviente sobre el río Chobar, que tenía cuatro rostros, cuatro pies y cuatro alas. Un rostro de querubín, uno de hombre, uno de águila y uno de toro (Ez 1,1-10). El rostro de querubín es el Espíritu de Dios, reposando en un alma y disponiéndola a alabar con una voz dulce y bella. Y cuando él quiere, desciende y edifica a los hombres, y toma entonces el rostro de hombre. El de toro, lo adquiere cuando el alma fiel está en el combate, pues en él el Espíritu de Dios le auxilia y le da la fuerza de un toro, para que ella pueda cornear al diablo. El de águila, lo adquiere cuando el alma del hombre se eleva en las alturas, y el Espíritu Santo viene a ella para que vuele más alto, enseñándole a permanecer en las alturas y a estar cerca de Dios.

Les he dado a conocer pocas cosas sobre este ser. Pero si oran, y yo les visito, entraré en Betel, que es la casa de Dios (Gn 28,19), y cumpliré los votos (Sal 65,13) que prometieron mis labios. Entonces les hablaré más claramente sobre este ser. En efecto, Betel quiere decir la casa de Dios (Gn 28,19). Dios combate, entonces, por la casa sobre la que se invoca su nombre. Y fue Ezequiel quien vio ese ser viviente.

Saluden a todos aquellos que han sido asociados al trabajo y a los sudores de sus padres en la tentación, como Juan lo dice en otro lugar: "Dios es glorificado por el sudor del alma". Así, por la semilla de sudor que siembra, el alma es asociada a Dios. Y aquellos son asociados también a su cosecha, pues está escrito: "Si sufrimos con él, viviremos con él" (Rm 8,17). El Señor también dijo a sus discípulos: "Ustedes padecieron conmigo en mis tentaciones, estableceré con ustedes un contrato real, al igual que el Padre me prometió que se sentarían a mi mesa" (Lc 22,29).

Queridos hermanos, vean que, quienes comparten los trabajos, también comparten el reposo, y el que participa en la humillación, igualmente participa en el honor. Está escrito, en efecto, en los padres: "Un buen hijo hereda el derecho de primogenitura y las bendiciones paternas". Pues bien, así sucede con lo que nosotros sembramos. Son los sembrados de Dios, y los buenos hijos, quienes heredan el derecho de primogenitura y nuestras bendiciones. Cuando esté lejos, en mi lugar, la llegada de los frutos me recordará estos sembrados.

Pero tú, como un buen maestro, exhórtalos con cuidado. ¡Quiera Dios que abandones esta morada dejando una buena cosecha! Porque sabemos que eres un padre bueno y un educador excelente. Sin embargo, te recuerdo que es por causa de esta cosecha que Dios te ha dejado en esta morada.

Pórtate bien en el Señor, y en el Espíritu dulce y pacífico que habita las almas de los justos. 

XIV
Sobre la justicia

He aquí la carta que os ha escrito vuestro padre. Ésta es la herencia de los padres justos, que legan en herencia a sus hijos.

Los padres según la carne dejan en herencia a sus hijos el oro y la plata, mas los que son justos dejan esto otro a sus hijos: la justicia. Los patriarcas eran muy ricos en oro y plata, mas ya próximos a la muerte no recibieron ninguna orden sino ésta: que respetaran la justicia, para que ella permaneciera por siempre.

El oro y la plata son corruptibles (1Pe 1,18), y pertenecen a la miserable tienda de este tiempo tan breve. Pero la justicia pertenece a la morada de lo alto, y le queda al hombre para siempre. La herencia que os dan vuestros padres es la justicia.

Pórtense bien el Señor, y en la buena voluntad de la justicia que Dios les da día tras día, hasta su salida de aquí abajo.