EUSEBIO DE CESAREA
Cartas
I
A Carpiano, sobre los cánones evangélicos
Eusebio a Carpiano, su amado hermano en el Señor: saludos.
Amonio de Alejandría, después de haber empleado toda la energía y el esfuerzo necesarios, nos deja un relato armonizado de los cuatro evangelios. Junto al Evangelio según Mateo, colocó las secciones correspondientes de los otros evangelios. Pero esto tuvo el resultado inevitable de arruinar el orden secuencial de los otros tres evangelios, en lo que se refiere a una lectura continua del texto.
Sin embargo, manteniendo completamente intacto tanto el cuerpo como la secuencia de los otros evangelios, para que puedas saber dónde escribió cada evangelista pasajes en los que fueron llevados por el amor a la verdad a hablar sobre las mismas cosas, elaboré un total de diez tablas según otro sistema, obteniendo los datos en bruto del trabajo del hombre mencionado anteriormente. Estas tablas se presentan para ti a continuación.
El primero de ellos enumera los números de referencia para cosas similares narradas en los cuatro evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan; el segundo en los tres, Mateo, Marcos y Lucas; el tercero en los tres, Mateo, Lucas y Juan; el cuarto en los tres, Mateo, Marcos y Juan; el quinto en los dos, Mateo y Lucas; el sexto en los dos, Mateo y Marcos; el séptimo en los dos, Mateo y Juan; el octavo en los dos, Marcos y Lucas; el noveno en los dos, Lucas y Juan; el décimo es para cosas únicas registradas en cada evangelio.
Ahora que he esbozado la estructura de las tablas que se exponen a continuación, explicaré cómo utilizarlas. En cada uno de los cuatro evangelios, se asignan números de referencia consecutivos a cada sección, comenzando por el primero, luego el segundo y el tercero, y así sucesivamente, procediendo a través de todo el evangelio hasta el final del libro. Cada número de referencia tiene un numeral escrito debajo en rojo que indica en cuál de las diez tablas se encuentra el número de referencia. Si el numeral rojo es I, el número de referencia está claramente en la primera tabla, y si es II, en la segunda, y así en secuencia hasta el numeral X.
Así pues, supongamos que en algún momento abres uno de los cuatro evangelios y deseas ir a un capítulo determinado para saber qué evangelios relatan cosas similares y encontrar en cada evangelio los pasajes relacionados en los que los evangelistas fueron llevados a hablar sobre las mismas cosas.
Utilizando el número de referencia asignado para la sección en la que estás interesado y buscándolo dentro de la tabla indicada por el número rojo debajo de ella, descubrirás inmediatamente, a partir de los títulos que encabezan la tabla, cuántos y cuáles evangelios relatan cosas similares. Si vas a los números de referencia de los otros evangelios que están en la misma fila que el número de referencia en la tabla en la que estás y los buscas en los pasajes relacionados de cada evangelio, encontrarás que se mencionan cosas similares.
II
Al pueblo de Cesarea, sobre el Concilio de Nicea
Eusebio al pueblo de Cesarea, mi amada diócesis en el Señor.
Lo que se trató en el gran Concilio reunido en Nicea en relación con la fe eclesiástica, probablemente lo habrás sabido, querido, por otras fuentes, pues los rumores suelen preceder al relato exacto de lo que se está haciendo. Pero para que en tales informes no se hayan tergiversado las circunstancias del caso, nos hemos visto obligados a transmitirte, primero, la fórmula de fe presentada por nosotros, y luego, la segunda, que los padres presentaron con algunas adiciones a nuestras palabras. Nuestro propio documento, pues, que fue leído en presencia de nuestro muy piadoso emperador, y declarado bueno e irreprochable, decía así:
Como lo hemos recibido de los obispos que nos precedieron, y en nuestras primeras catequesis, y cuando recibimos el santo Lavatorio, y como hemos aprendido de las divinas Escrituras, y como creímos y enseñamos en el presbiterio , y en el mismo episcopado, creyendo también en el tiempo presente, os informamos de nuestra fe, y es ésta:
"Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Verbo de Dios, Dios de Dios, Luz de Luz, Vida de Vida, Hijo Unigénito, primogénito de toda criatura, antes de todos los siglos, engendrado del Padre, por quien también fueron hechas todas las cosas; quien por nuestra salvación se hizo carne, y vivió entre los hombres, y sufrió, y resucitó al tercer día, y ascendió al Padre, y vendrá de nuevo en gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Y creemos también en un solo Espíritu Santo".
Creyendo que cada uno de estos es y existe, el Padre verdaderamente Padre, y el Hijo verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo verdaderamente Espíritu Santo, como también nuestro Señor, enviando a sus discípulos a la predicación, dijo: "Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Acerca de Quien confiadamente afirmamos que así creemos, y así pensamos, y así hemos creído en otro tiempo, y mantenemos esta fe hasta la muerte, anatematizando toda herejía impía. Que esto siempre hemos pensado de corazón y alma, desde el momento en que nos acordamos, y ahora pensamos y decimos en verdad, delante de Dios todopoderoso y nuestro Señor Jesucristo damos testimonio, pudiendo mostraros y convenceros con pruebas, que, incluso en tiempos pasados, tal ha sido nuestra creencia y predicación.
Al ser expuesta públicamente esta fe por nosotros, no se presentó lugar a contradicción; pero nuestro muy piadoso emperador, antes que nadie, testificó que comprendía afirmaciones muy ortodoxas. Confesó además que tales eran sus propios sentimientos, y aconsejó a todos los presentes que se pusieran de acuerdo con ella, que suscribieran sus artículos y que los aprobaran, con la inserción de una sola palabra, Uno en esencia, que además interpretó como no en el sentido de las afecciones de los cuerpos, ni como si el Hijo subsistiera del Padre en forma de división o separación alguna; porque la naturaleza inmaterial, intelectual e incorporal no podía ser objeto de ninguna afección corpórea, sino que nos correspondía concebir tales cosas de una manera divina e inefable. Y tales fueron las observaciones teológicas de nuestro muy sabio y muy religioso emperador; pero ellos, con vistas a la adición de Uno en esencia, redactaron la siguiente fórmula:
"Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado del Padre, unigénito. Es decir, de la esencia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, Uno en esencia con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, así las que hay en los cielos como las que hay en la tierra; el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y viene a juzgar a vivos y muertos. Y en el Espíritu Santo".
A los que dicen "una vez no era", y "antes de su generación no era", y "surgió de la nada", o a los que pretenden que el Hijo de Dios es "de otra subsistencia o esencia", o creado, o alterable, o mutable, la Iglesia Católica los anatematiza.
Cuando nos dictaron esta fórmula, no dejamos pasar la pregunta sin preguntar en qué sentido introducían la frase "esencia del Padre" y "uno en esencia con el Padre". En consecuencia, se hicieron preguntas y explicaciones, y el significado de las palabras fue sometido al escrutinio de la razón. Y ellos profesaron que el término esencia indicaba que el Hijo era, en verdad, del Padre, pero sin ser como si fuera una parte de él. Y con esta comprensión, pensamos que era bueno asentir al sentido de esa doctrina religiosa, que enseñaba, como lo hacía, que el Hijo era del Padre, pero no una parte de su esencia. Por esta razón, nosotros mismos asentimos al sentido, sin rechazar incluso la frase "uno en esencia", siendo la paz el objetivo que nos propusimos y la firmeza en la visión ortodoxa.
De la misma manera, admitimos también engendrado, no hecho, pues el Concilio alegó que hecho era un apelativo común a las demás criaturas que llegaron a existir por medio del Hijo, con quien el Hijo no tenía semejanza. Por lo cual, dicen, él no fue una obra semejante a las cosas que por medio de él llegaron a existir, sino que fue de una esencia que es demasiado alta para el nivel de cualquier obra; y que los oráculos divinos enseñan que fue generado por el Padre, siendo el modo de generación inescrutable e incalculable para toda naturaleza originada.
Por lo tanto, también, si se examina, hay motivos para decir que el Hijo es uno en esencia con el Padre; no en la forma de los cuerpos, ni como los seres mortales, porque no lo es por división de esencia , ni por separación, ni por ninguna afección, ni alteración, ni cambio de la esencia y potencia del Padre (ya que de todo esto es ajena la naturaleza inoriginal del Padre), sino porque uno en esencia con el Padre sugiere que el Hijo de Dios no tiene semejanza con las criaturas originadas, sino que solo a su Padre que lo engendró se asimila en todos los sentidos, y que no es de otra subsistencia y esencia que la del Padre. A este término, interpretado de esta manera, nos pareció bien asentir, ya que sabíamos que incluso entre los antiguos, algunos obispos y escritores doctos e ilustres usaron el término uno en esencia en su enseñanza teológica sobre el Padre y el Hijo.
Esto es lo que se ha dicho sobre la fe que se ha publicado, a la que todos asentimos, no sin preguntar, sino según los sentidos específicos, mencionados ante el mismo religiosísimo emperador y justificados por las consideraciones antes mencionadas. Y en cuanto al anatema que ellos publicaron al final de la fe, no nos dolió, porque prohibía usar palabras que no están en la Escritura, de donde proviene casi toda la confusión y desorden de la Iglesia. Desde entonces, ninguna Escritura divinamente inspirada ha usado las frases, de la nada, y una vez que él no existió, y las demás que siguen, no parecía haber motivo para usarlas o enseñarlas; a lo que también asentimos como una buena decisión, ya que hasta entonces no había sido nuestra costumbre usar estos términos.
Además, anatematizar "antes de su generación no existía" no parecía absurdo, puesto que todos confiesan que el Hijo de Dios existía antes de la generación según la carne.
Más aún, nuestro muy religioso Emperador demostró en aquel tiempo, en un discurso, que él estaba en el ser según su divina generación, que es anterior a todos los siglos, pues incluso antes de ser generado en energía, estaba en virtud con el Padre ingeneradamente, siendo el Padre siempre Padre, como Rey siempre y Salvador siempre, siendo todas las cosas en virtud, y estando siempre en los mismos respectos y del mismo modo.
Esto nos hemos visto obligados a transmitirte, amado, para demostrarte la deliberación de nuestra investigación y asentimiento, y cuán razonablemente resistimos hasta el último minuto mientras nos ofendieron declaraciones que diferían de las nuestras, pero aceptamos sin oposición lo que ya no nos dolía, tan pronto como, al examinar sinceramente el sentido de las palabras, nos pareció que coincidían con lo que nosotros mismos hemos profesado en la fe que ya hemos publicado.