EUSEBIO DE VERCELLI
Cartas

I
A sus feligreses de Vercelli

Hermanos muy amados, he tenido noticias de vosotros y he sabido que estáis bien, como era mi deseo. También he tenido la sensación de que, atravesando la gran distancia que nos separa, me encontraba entre vosotros, igual que sucedió con Habacuc, cuando fue llevado por un ángel a la presencia de Daniel.

Al recibir cada una de vuestras cartas, y al leer en ellas vuestras santas disposiciones de ánimo y vuestro amor, las lágrimas se mezclaban con mi gozo y refrenaban mi avidez de leer. Esta alternancia de sentimientos era necesaria, ya que, en su mutuo afán de adelantarse el uno al otro, contribuían a una más plena manifestación de la intensidad de mi amor. Así, ocupado un día tras otro en esta lectura, me imaginaba que estaba hablando con vosotros y me olvidaba de los sufrimientos pasados. Me sentía inundado de gozo al considerar vuestra fe, vuestro amor y los frutos que de ellos se derivan, a tal punto que, al sentirme tan feliz, era como si de repente no me hallara en el destierro, sino entre vosotros.

Hermanos muy amados, me alegro de vuestra fe, me alegro de la salvación que es consecuencia de esta fe, y me alegro del fruto que producís, el cual redunda en provecho no sólo de los que están entre vosotros sino también en los que viven lejos. Así como el agricultor se dedica al cultivo del árbol que da fruto, y que no está destinado a ser talado y echado al fuego, así también yo quiero y deseo emplearme, en cuerpo y alma, en vuestro servicio, con miras a vuestra salvación.

He tenido que escribir esta carta a duras penas y como he podido, rogando continuamente a Dios que sujetase por un tiempo a mis guardianes y me hiciese la merced de un diácono que, más que llevaros noticias de mis sufrimientos, os transmitiese una carta de ánimo, tal cual la he escrito.

Os ruego encarecidamente que pongáis todo vuestro empeño en mantener la integridad de la fe, en guardar la concordia, en dedicaros a la oración y en acordaros constantemente de mí. Que el Señor se digne dar la libertad a su Iglesia, que en todo el mundo trabaja esforzadamente, y que yo, que ahora estoy postergado, pueda ser por fin liberado, y alegrarme con vosotros.

Os pido y os ruego, por la misericordia de Dios, que cada uno de vosotros quiera ver en esta carta un saludo personal, ya que las circunstancias me impide escribiros a cada uno personalmente, como antes solía. Por ello, en esta carta me dirijo a todos vosotros, hermanos y santas hermanas, hijos e hijas, de cualquier sexo y edad, rogándoos que os conforméis con este saludo y me hagáis el favor de transmitirlo también a los que, aun estando ausentes, se dignan favorecerme con su afecto.

II
Al obispo de Elvira, Hispania

Eusebio, al señor y muy santo hermano, el obispo Gregorio, salud en el Señor.

Recibí tu sincera carta, por la que veo que, como digno obispo y sacerdote de Dios, te opusiste a Osio y a los que aceptaron en Rímini la comunión con Valentín y Ursacio. También veo que negaste tu asentimiento a los que ellos mismos habían condenado antes, por el conocido crimen de blasfemia.

De esta manera, tú conservaste la fe que defendieron los padres de Nicea. Te felicitamos por esto, y porque mantienes viva esta fe de Nicea. Cuenta con nuestra comunión, mientras te mantengas en la misma fe y en estos vivos deseos, y permanezcas apartado de los hipócritas.

Acusa a los trasgresores e increpa a los infieles en tus tratados, ya que sobresales por tus trabajos. No tengas temor al poder secular, sino sigue haciéndolo como has hecho hasta ahora, porque es más poderoso el que está en nosotros que el que está en este mundo.

Yo, tu compañero de sacerdocio, sufro el tercer destierro. Pero te digo lo que creo cierto: no tengas esperanza alguna en los arrianos. Pero no por su manera unánime de pensar (que no la tienen), sino por la protección que gozan del poder secular. Tú confía en la Escritura, sobre todo cuando dice: "Malditos sean los que tienen su esperanza en los hombres, pues nuestra fortaleza está en el Señor que hizo el cielo y la tierra".

Escríbenos qué fruto consigues corrigiendo a los malvados, cuántos hermanos conoces que permanecen firmes en la fe y a cuántos has vuelto al buen camino con tus amonestaciones.

Por mi parte, yo deseo continuar sufriendo estas penas, para que, según lo que dijo el Señor, pueda ser glorificado en el reino de los cielos. Te saludan todos los que están conmigo, principalmente los diáconos. Ellos te piden que saludes en nuestro nombre a todos los que se mantienen en comunión contigo.