PEDRO DE ALEJANDRÍA
Cartas

I
Sobre la herejía de Melecio

Pedro, a los hermanos amados de la diócesis de Alejandría, y a los confirmados en la fe de Dios, paz en el Señor.

He descubierto que Melecio no actúa en modo alguno por el bien común, y que tampoco se contenta con la carta de los santísimos obispos y mártires, sino que, invadiendo mi parroquia, se ha arrogado tanto que intenta separar de mi autoridad a los sacerdotes y a los que yo he encomendado la visita a los necesitados. Dando prueba de su deseo de preeminencia, también ha ordenado a varios en la prisión para sí mismo. 

Ahora, pues, prestad atención a esto, y no os comuniquéis con él, hasta que yo me encuentre con él en compañía de algunos hombres sabios y discretos, y vea cuáles son los planes que he pensado. Adiós.

II
Sobre la divinidad de Cristo

Ciertamente, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Jn 1,17), de donde también por gracia somos salvos, conforme a la palabra del apóstol. Y esto no por nuestras obras, para que nadie se gloríe (Ef 2,8-9), sino por la voluntad de Dios, que quería que el Verbo se hiciera carne y se hallara en la condición de hombre (Flp 2,7).

Sin embargo, a pesar de hacerse hombre, no fue dejado el Verbo sin su divinidad. Siendo rico se hizo pobre (2Cor 8,9), pero no para separarse de su poder y gloria, sino para padecer la muerte por nosotros pecadores, el justo por los injustos, y así llevarnos a Dios. Siendo a la verdad muerto en la carne, fue vivificado en el Espíritu Santo.

El evangelista afirma esta verdad, cuando dice que "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1,14), desde el momento en que el ángel saludó a la virgen diciendo: "Salve, muy favorecida, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Cuando Gabriel dijo "el Señor está contigo" quiso decir "Dios, el Verbo, está contigo". Esto muestra que fue concebido en el seno materno y que se haría carne, como está escrito: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso también el Santo Ser que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).

Dios el Verbo se hizo hombre en ausencia de otro hombre, y sólo por la voluntad de Dios, que fácilmente realiza todo. Se hizo carne en el seno de la virgen, pero sin que fuera necesaria la intervención de un hombre. Porque más eficaz que un hombre fue el poder de Dios, que cubrió a la virgen con su sombra, junto con el Espíritu Santo que descendió sobre ella. Así que él era Dios por naturaleza.

III
Sobre la humanidad de Cristo

El evangelista dice con firmeza: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). De aquí aprendemos que el ángel, cuando saludó a la Virgen con las palabras "Salve, muy favorecida, el Señor está contigo" (Lc 1,28), quiso significar que "Dios el Verbo está contigo", y también mostrar que él surgiría de su seno y se haría carne, tal como está escrito: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).

Todos los signos que Jesús mostró en su vida, y los milagros que hizo, testifican de él que era el Dios encarnado. Ambas cosas, por lo tanto, quedan probadas juntas, que él era Dios por naturaleza, y que se hizo hombre por naturaleza.

IV
Sobre la condición del hombre

En otro momento, según el bienaventurado apóstol, os he dicho lo que se refiere a la divinidad y humanidad del segundo hombre del cielo. Mas ahora he creído necesario explicar lo que se refiere al primer hombre, que es de la tierra y terreno, para demostrar que fue creado al mismo tiempo uno y el mismo, aunque a veces se le designe separadamente como hombre exterior e interior.

Según la Palabra de salvación, el que hizo lo exterior hizo también lo interior, con una sola operación y al mismo tiempo. Hizo ambas cosas, en aquel día en que dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza", de donde es manifiesto que el hombre no fue formado con un cierto tipo preexistente por parte del Creador, sino por una conjunción del cuerpo a partir de la tierra, de igual manera que había formado antes a los demás animales dotados de vida. Eso sí, al hombre lo creó del polvo que Dios tomó de la tierra, y sólo a él le imprimió una energía vital por propia voluntad y operación de Dios.

Más adelante, el hombre se olvidó de que Dios observaba su mente y escuchaba la voz de su alma. Y se volvió conscientemente al pecado, diciéndose a sí mismo: Dios es misericordioso, y tendrá paciencia conmigo. Cuando el hombre recibió la herida del pecado, instantáneamente desistió de Dios, despreciando lo que antes había apreciado y agotando la paciencia de Dios. ¡Desdichado hombre!