CIRILO
DE JERUSALÉN
Sobre el Bautismo, II
I
Camino hacia el bautismo
"¡Aclamad cielos, y exulta, tierra!" (Is 49,13), sobre todo por aquellos a los que habrá que asperger con el hisopo y serán purificados con el hisopo intelectual, por la fuerza de Aquel que en su pasión aceptó el hisopo y la caña (Jn 19,29). Alégrense las potencias de los cielos, y prepárense las almas que habrán de ser desposadas por el divino esposo, como esa voz del que grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor" (Is 40,3; Mt 3,3). No se trata de algo sin importancia, ni de la unión ordinaria y temerosa de los cuerpos, sino del Espíritu que todo lo escruta según la fe, haciendo las delicias de cada cual. Los desposorios y los acuerdos humanos no siempre se hacen con el debido juicio, pues un esposo se inclina siempre con mayor rapidez hacia donde parece haber riquezas o prestancia de la figura. Aquí, por el contrario, no se mira a la hermosura de los cuerpos, sino a si existe una conciencia experta en apercibir al alma. No se atiende a las riquezas de la condenación, sino a las que ha preparado la piedad.
II
Estar
bien dispuestos
Hijos de la justicia, dirigid vuestro modo de obrar a Juan, que exhorta diciendo: "Rectificad el camino del Señor" (Dn 1,23). Quitad todos los impedimentos y tropiezos para encaminaros derechos a la vida eterna. Por la fe sincera del alma, preparaos unos vasos limpios para recibir al Espíritu Santo. Comenzad a lavar vuestros vestidos mediante la conversión, para que, llamados al tálamo del Esposo, seáis hallados limpios. El Esposo llama a todos sin distinción, y tiene preparada una gracia abundante. Todos son reunidos por la llamada en voz alta de quienes hacen el anuncio, y él discierne quiénes entran en esta boda que ya estaba prefigurada. Que no suceda, pues, que alguno de los que dieron el nombre oiga aquello de: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" (Mt 22,12). Al contrario, ojalá se os conceda a todos vosotros oír: "Bien, siervo bueno y fiel. En lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor" (Mt 25,21). Hasta ahora os quedabais fuera de la puerta, mas ahora podréis decir todos: "El rey me ha introducido en sus mansiones" (Cant 1,3), y: "Exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación y con la túnica de la alegría. Me ha puesto, como un esposo, una diadema, como la novia se adorna con sus aderezos" (Is 61,10). Que el alma de todos vosotros sea encontrada "sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27). Habéis sido llamados a recibir el perdón de los pecados, así que, cuando la gracia se os conceda, que no haya nada condenable en vuestra conciencia que se oponga al bautismo.
III
Estar bien preparados
El bautismo es una gran cosa, hermanos, y a él debéis acercaros con singular cuidado. Póngase cada uno de vosotros ante Dios, en presencia de las miríadas de los muchos ejércitos de los ángeles. El Espíritu Santo sellará vuestras almas, pues habréis de ser seleccionados para la milicia del gran rey. Preparaos, pues, y estad dispuestos, mas no revestidos de blanquísimos vestidos materiales, sino de un alma penetrada por la piedad. No os acerquéis a este lavatorio como si fuera pura y simplemente agua, sino por atención a la gracia del Espíritu Santo, que se otorga conjuntamente con el agua. Los dones que se ofrecen en los altares de los gentiles, al no ser otra cosa que lo que son por naturaleza, quedan contaminados por la invocación de los ídolos. En nuestro caso, el agua, al invocarse sobre ella al Espíritu Santo, a Cristo y al Padre, adquiere la fuerza de la santidad.
IV
Renacer
en el cuerpo y el alma, por el agua y el Espíritu
Al estar el hombre compuesto de alma y cuerpo, la purificación es doble: incorpórea (para la parte no corporal) y corporal (para el cuerpo). Pues a la vez que el agua limpia al cuerpo, así el Espíritu sella el alma, para que, asperjados con el corazón a través del Espíritu, y lavados por el agua, también con el cuerpo tengamos acceso a Dios. Él descenderá al agua, así que no te fijes en la pobreza del elemento material, sino en la eficacia de la salvación. Sin ambas cosas no puedes recibir la salvación. No soy yo quien lo dice, sino el señor Jesucristo, que es quien tiene la potestad sobre este asunto, pues él dice: "El que no nazca de nuevo, del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5). Tampoco posee perfectamente la gracia quien es bautizado con agua, pero no recibe el Espíritu Santo. Incluso si alguien, estando instruido en las obras de las virtudes, no recibe el sello a través del agua, tampoco entrará en el reino de los cielos. Esta afirmación parece atrevida, pero no es mía, pues es Jesús quien la ha pronunciado. Cornelio era un hombre justo, tenido por digno de contemplar a los ángeles, y adecuadamente había hecho llegar hasta Dios sus súplicas y sus limosnas. Pedro vino hasta él y fue derramado el Espíritu sobre él y sobre los que creían, y éstos empezaron a hablar en lenguas y profetizar (Hch 10,34). Sin embargo, después de esta gracia del Espíritu, "mandó Pedro que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo" (Hch 10,48), para que, una vez regenerada ya el alma por la fe, también el cuerpo recibiese la gracia a través del agua.
V
La
salvación a través del agua, en Israel
Si alguien desea saber por qué razón se da la gracia a través del agua, y no por algún otro elemento, lo averiguará examinando las Escrituras. Ciertamente es gran cosa el agua, el más hermoso de los cuatro elementos fundamentales del mundo. De hecho, la tierra ha brotado de las aguas, y antes de ser formada "el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2). Principio del mundo es el agua, y principio de los evangelios es el Jordán. La liberación de Israel del faraón tuvo lugar a través del mar, así como la liberación de los pecados la obtiene el mundo por el lavatorio del agua en la palabra de Dios (Ef 5,26). Donde quiera que se establece una alianza entre quienes sea, allí interviene el agua. Fue después de un diluvio cuando se sancionó la alianza con Noé (Gn 9,9). La alianza con Israel se abordó desde el monte Sinaí, con lana escarlata e hisopo (Hb 9,19; 24,6-8). Elías fue tomado cuando se acercó al Jordán, y penetró en el cielo transportado en un torbellino (2Re 2,7,11). Primero se lava el sumo sacerdote, y después se ofrece el incienso. Y hasta Aarón fue lavado antes de ser hecho sumo sacerdote (Lv 8,6), pues ¿cómo oraría por los demás el que antes no hubiese sido purificado por el agua? Símbolo del bautismo era también, por otro lado, la pila colocada en el tabernáculo.
VI
La
figura de Juan el Bautista
El bautismo es el fin de la Antigua Alianza y el comienzo de la Nueva Alianza, y en ese paso fue clave la figura de Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (Mt 11,11) y el último de los profetas, pues "todos los profetas, lo mismo que la ley, profetizaron hasta Juan" (Mt 11,13). Por otra parte, él mismo fue el comienzo de las realidades evangélicas, pues cuando se dice "comienzo del evangelio de Jesucristo" (Mc 1,1), también se dice que "apareció Juan bautizando en el desierto" (Mc 1,4). Aunque recuerdes a Elías el Tesbita, el que fue tomado al cielo, él tampoco él es mayor que Juan. También fue transportado Henoc, y tampoco es mayor que Juan. Moisés es mayor legislador y todos los profetas son admirables, pero no son mayores que Juan. No es mi intención hacer comparaciones entre profetas, pero tanto de aquellos como de nosotros dijo el Señor Jesús: "No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan" (Mt 11,11), y no se refiere a nacidos de vírgenes, sino de mujeres. Si la comparación se hace entre consiervos y el siervo mayor, mucho mayor es la superioridad y la gracia del hijo frente a los siervos. ¿Ves a qué gran hombre eligió Dios como dador de esta gracia? Fue alguien que nada poseía, que era amante de la soledad, que no aborrecía el trato con los hombres, que comía langostas, que dejaba volar su alma (Is 40,30-31), que saciaba su hambre con miel, que hablaba palabras sabias y más dulces que la miel. Iba vestido con pelo de camello, mientras daba en sí mismo ejemplo de vida ascética. Cuando era gestado en el seno de su madre, fue santificado por el Espíritu Santo (Lc 1,15), del mismo modo que fue santificado Jeremías (Jer 1,5). No obstante, Juan fue ya profeta antes de salir del útero, y sólo él saltó de gozo en el interior del útero (Lc 1,44). Al no ver con los ojos del cuerpo, Juan reconoció en el Espíritu a su Señor. Puesto que era grande la gracia del bautismo, grande tenía que ser también su autor.
VII
La
predicación de Juan el Bautista
Juan bautizaba en el Jordán, y toda Jerusalén se acercaba hasta él gozando de las primicias de sus bautismos. Fue en Jerusalén, pues, donde tuvieron comienzo todos los bienes, así que sabed vosotros, jerosolimitanos, cómo los que se acercaban se dejaban bautizar por él: "Confesando sus pecados" (Mt 3,6). Primeramente mostraban sus heridas, y después Juan aplicaba la medicina, confiriendo a los que creían el rescate del fuego eterno. Si quieres que se te demuestre que el bautismo de Juan libraba de la amenaza del fuego, óyele a él mismo: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que os amenaza?" (Mt 3,7). No seas, pues, víbora. Y si has sido alguna vez raza de víbora, despójate de tu primitiva condición pecadora. Si una serpiente, al sentir la angustia del envejecimiento, cambia su piel y, renovándose, se rejuvenece con un nuevo cuerpo, también tu debes entrar por la puerta estrecha (Mt 7,13-14) mediante el ayuno que te libra de la perdición. Despójate del hombre viejo con sus obras (Col 3,9) y di aquello del Cantar de los Cantares: "Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo?". Tal vez haya entre vosotros algún simulador al acecho, que esté simulando piedad sin creer de corazón, imitando así la hipocresía de Simón el Mago. Ese tal no viene hasta aquí para recibir la gracia, sino para husmear qué se le va a dar. Pues bien, que escuche también ése a Juan: "Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Mt 3,10). Suprime, pues, la simulación, pues el juez es inexorable.
VIII
Dar
frutos de conversión
¿Qué es, pues, lo que hay que hacer? ¿Cuáles son los frutos de la penitencia? Éstos mismos: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene" (Lc 3,11), y "el que tenga para comer, que haga lo mismo". ¿Deseas disfrutar de la gracia del Espíritu Santo, y no te consideras digno de los que son pobres en alimentos sensibles? ¿Quieres las cosas grandes y no te comunicas en las pequeñas? Aunque hayas sido publicado, y te hayas dado a la fornicación, ten esperanza en la salvación, pues "los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al reino de Dios" (Mt 21,31). De ello es testigo también Pablo cuando dice: "Ni los impuros, ni los idólatras... heredarán el reino de Dios". Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados y santificados (1Cor 6,9-11). Como véis, Pablo no dice "algunos habéis sido", sino "esto habéis sido". Se puede perdonar el pecado cometido por ignorancia, pero será condenando quien persevere en el mal.
IX
El bautismo "en Espíritu Santo y fuego"
Para una mayor alabanza del bautismo, tengo que referirme ya al mismo Hijo de Dios, pues de los hombres no puedo decir ya nada más. Grande es realmente Juan, pero no si se le compara al Señor. Fuerte es su palabra, pero no en comparación con la palabra del Verbo. ¿Qué es un ilustre portavoz en comparación al rey? Bueno es quien bautiza en agua, pero ¿qué es en comparación con quien bautiza en Espíritu Santo y fuego? (Mt 3,11). En Espíritu Santo y fuego bautizó el Salvador a los apóstoles, cuando "de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban". En ese momento, "se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y posaron sobre cada uno de ellos, y quedaron todos llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,2-4).
X
El
martirio, bautismo de fuego
Si alguno no recibe el bautismo, no obtiene la salvación. De esta máxima sólo se exceptúan los mártires, los cuales, incluso sin el agua, reciben el Reino. ¿Por qué? Porque el que salvó al mundo mediante la cruz dejó brotar "sangre y agua" de su costado traspasado (Jn 19,34), para que unos, en tiempos de paz, fuesen bautizados con el agua, mientras otros, en épocas de persecución, fuesen bautizados con su propia sangre. De hecho, también el Salvador dio al martirio el nombre de bautismo, al decir: "¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" (Mc 10,38). Realmente, los mártires confiesan a Cristo, convertidos en "espectáculo para el mundo, ángeles y hombres" (1Cor 4,9).
XI
El
bautismo de Jesús
Jesús santificó el bautismo cuando él fue bautizado. Si el Hijo de Dios se hizo bautizar, ¿quién podrá despreciar el bautismo sin faltar a la piedad? En efecto, no fue bautizado Jesús para recibir el perdón de los pecados (pues estaba libre del pecado), sino para otorgar la gracia y la dignidad divina a quienes se bautizan. Así, "como los hijos participan de la sangre y de la carne, participó él también de las mismas" (Hb 2,14), para que, hechos partícipes de su presencia corporal, también tuviésemos parte en su gracia. Para eso se hizo bautizar Jesús, para que nosotros consiguiéramos la comunión en la misma realidad, junto con el honor de la salvación. Según el libro de Job, había una bestia en las aguas capaz de engullir el Jordán con su boca (Job 40,15-24). Al tener que ser machacadas las cabezas del dragón (Sal 74,14), descendiendo Jesús al agua, ató al fuerte (Mt 12,29) para que recibiésemos el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones (Lc 10,19). Muy pequeña era la bestia, pero horrenda. Ningún barco de pesca podría llevar siquiera una escama de su cola, y la perdición le precedía, infectando con su contagio a los que se encontraban con ella. Apareció la vida para frenar a la muerte, y para que pudiésemos decir, tras conseguir la salvación: "¿Dónde esta, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1Cor 15,55). Por el bautismo, pues, es destruido el aguijón de la muerte.
XII
El descenso y ascenso bautismal
Tú descenderás al agua llevando los pecados, pero el alma quedará sellada por la invocación de la gracia, y ello te librará de ser absorbido por la bestia salvaje. Descenderás muerto en tus pecados, pero ascenderás vivificado en la justicia (Rm 6,11). Si serás injertado en una muerte semejante a la del Salvador, también serás considerado digno de su resurrección (Rm 6,5), pues él murió tomando sobre sí todos los pecados del mundo para aniquilar el pecado y resucitarte en la justicia. También tú, descendiendo al agua, y sepultado en cierto modo en ella como él estuvo en el sepulcro, serás resucitado caminando en novedad de vida.
XIII
La gracia bautismal
Cuando Dios te haya concedido aquella gracia, te hará posible luchar contra las potestades contrarias, así como él, después del bautismo, fue tentado durante 40 días. Él pudo haber salido vencedor en mucho menos tiempo, pero quiso hacer las cosas ordenada y sucesivamente. También tú, antes del bautismo, temías encontrarte con tus adversarios, mas cuando recibiste la gracia, confiaste en las armas de la justicia, y ahora luchas y, si quieres, anuncias el evangelio.
XIV
Los compromisos bautismales
Jesucristo era Hijo de Dios. Sin embargo, no evangelizó antes de recibir el bautismo. Así pues, si el mismo Señor administraba los momentos con un escrupuloso orden, ¿acaso podemos nosotros, que somos sus siervos, atrevernos a algo fuera de ese orden? Jesús comenzó su predicación cuando "descendió sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma" (Lc 3,22). No quiere decir que Jesús fuese el primero en verlo (pues lo conocía antes de que apareciese en forma corporal). Lo importante era que lo viese Juan, y de ahí que diga: "Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es" (Jn 1,33). También sobre ti, si tienes una piedad sincera, descenderá el Espíritu Santo, y la voz del Padre descenderá desde lo alto sobre ti. Por supuesto, no diciendo "éste es mi Hijo" (Mt 3,17), sino "éste ha sido hecho ahora hijo mío", pues sólo de Jesús se puede decir que "en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). Así pues, el Verbo existe "desde siempre", y tú vas a empezarlo a hacer "hecho ahora", puesto que no vas a ser hijo de Dios por naturaleza sino por adopción. Jesucristo sí es Hijo de Dios por naturaleza y desde toda la eternidad, y tú adquirirás ahora esa gracia como un don.
XV
La conversión, necesaria para el bautismo
Prepara, pues, el receptáculo de tu alma, para que seas hecho hijo de Dios, y heredero de Dios, y coheredero de Cristo (Rm 8,17). Lo conseguirás si te preparas para lograrlo, acercándote por la fe, consiguiendo una firme convicción y dejando a un lado el hombre viejo. Se te perdonará todo el mal que hayas hecho, como la fornicación, el adulterio o cualquier otra clase de maledicencia. ¿Hay algún pecado mayor que haber crucificado a Cristo? Pues bien, también eso lo expía el bautismo. De hecho, al acercase Pedro a aquellos 3.000 que habían crucificado al Señor, y después de predicarles, éstos le preguntaron: "¿Que hemos de hacer?" (Hch 2,37). Como respuesta, Pedro les dice: "Matasteis al jefe que lleva a la vida" (Hch 3,15), como diciendo: ¿Qué empaste se puede colocar en la herida? ¿Cómo se limpiará tanta suciedad? ¿Cuál será la salvación para tanta perdición? Tras lo cual, les dijo: "Convertíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados. Así recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). ¡Oh inenarrable clemencia de Dios! Ellos no esperaban salvación alguna, y por Pedro les vino la gracia y el don del Espíritu Santo. Ya veis, pues, qué poder tiene el bautismo. Si alguno de vosotros crucificó a Cristo con palabras blasfemas, o si alguno por ignorancia lo negó ante los hombres, o si alguno hizo que se maltratase la verdad, que ese tal se convierta y tenga esperanza, pues la gracia permanece activa.
XVI
La nueva vida bautismal
"Confía, Jerusalén: el Señor suprimirá tus pecados" (Sof 3,14-15). "El Señor limpiará la inmundicia de sus hijos e hijas, con viento justiciero y viento abrasador" (Is 4,4). "Derramará sobre vosotros agua pura, y seréis purificados de todo vuestro pecado" (Ez 36,25). "Llegarán hasta vosotros los coros angélicos y dirán: ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado?" (Cant 8,5). El alma que antes era esclava cuenta ahora al Señor como su amado. Y éste, al recibirla, le dice: "¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Tus dientes, un rebaño de ovejas de esquileo" (Cant 4,1,2), como confesión que ha brotado del dictado de la conciencia. Y también le dice: "Todos los partos serán dobles" (Cant 4,2), porque se trata de una doble gracia (la del agua y el Espíritu) y una doble alianza (la antigua y la nueva). Haga Dios que todos vosotros, realizando este ayuno y teniendo bien en cuenta lo que se dice, "fructificando en toda obra buena" (Col 1,10), manteniéndoos en pie ante el Esposo (con corazón irreprensible) y consiguiendo el perdón de los pecados (de parte de Dios).