CIRILO DE JERUSALÉN
Sobre los Dogmas

I
Los dogmas, necesarios para evitar la desorientación

El vicio imita a la virtud y la cizaña pretende pasar por trigo, porque en aspecto es ciertamente semejante al trigo. No obstante, los entendidos la distinguen por el gusto. De hecho, también el diablo se transforma en ángel de luz (2Cor 11,14), y no para volver a donde estuvo (pues su corazón es inflexible como un yunque, sin posibilidad de un nuevo arrepentimiento) sino para envolver en la niebla de la ceguera, y en el pestilente estado de la incredulidad, a quienes llevan una vida semejante a la de los ángeles. Muchos van como lobos vestidos de oveja, pero con uñas y dientes de otra clase. Estos lobos, vestidos de piel suave, y disfrazándose con tal aspecto ante los sencillos, arrojan por sus dientes el mortal veneno de la impiedad. Por eso nos es necesaria la gracia para observar con mirada vigilante y aguda, no sea que, comiendo cizaña en lugar de trigo, caigamos en el vicio por ignorancia. O no sea que, creyendo que es oveja quien es lobo, nos convirtamos en su presa. O no sea que, tomándolo por un ángel bienhechor, cuando es en realidad el diablo artífice de la ruina, seamos devorados por él. ¿Por qué? Porque él "está rondando como león rugiente, buscando a quien devorar", como dice la Escritura (1Pe 5,8). Por eso hace la Iglesia sus advertencias, y por eso se imparte esta enseñanza, y por ese motivo se establecen estas lecturas.

II
Los dogmas, necesarios para adquirir creencias correctas

La piedad consta de dos cosas: los sagrados dogmas y las buenas obras. Por ello, ni es agradable a Dios la doctrina sin buenas acciones, ni Dios acepta las obras separadas de la doctrina. ¿Qué utilidad tiene el recto sentir acerca de Dios, en efecto, si se fornica deshonestamente? Y a la inversa, ¿de qué sirve obrar con pudor, si luego se blasfema impíamente? Por consiguiente, es de gran valor el conocimiento que se puede obtener de los dogmas. Para ello es necesario tener una mente vigilante, pues los hay quienes obtienen su botín por medio de la filosofía y vanas falacias (Col 2,8). En efecto, los gentiles seducen sobre las diversas realidades mediante un hablar suave, pues "miel destilan los labios de la meretriz" (Prov 5,3). De igual manera, quienes provienen de la circuncisión engañan a quienes se les acercan a ellos, con falsas interpretaciones de la Sagrada Escritura (Tt 1,10-11) y envejeciendo en la ignorancia de la realidad (2Tm 3,7). Los herejes, por su parte, engañan a los humildes mediante la blandura de su lenguaje y la suavidad en el decir (Rm 16,18), entrelazando con el dulce nombre de Cristo los dardos envenenados de los decretos impíos. De todos ellos, a la vez, dice el Señor: "Mirad que nadie os lleve a engaño" (Mt 24,4). Por ello la Iglesia define la doctrina de la fe, y hace exposiciones de la misma.

III
Los dogmas, explicados con claridad

Antes de transmitiros aquello que pertenece a la fe, creo que haré bien enunciando en un breve compendio los temas fundamentales de las verdades necesarias, no sea que por las muchas cosas que hay que decir, o por la misma duración de toda la Cuaresma, pierdan la memoria del conjunto quienes entre vosotros tengan una mente más sencilla. Enumeraré las verdades fundamentales por capítulos, dejando para más adelante lo que se ha de tratar más ampliamente. Llévenlo con paciencia los que tienen hábitos mentales más perfectos, y unos sentidos más ejercitados en la distinción entre el bien y el mal, pues oirán un exordio muy simple y una introducción suave, para que a la vez obtengan provecho aquellos que necesitan de la catequesis y quienes ya tienen ciencia se alegren de recuperar en su memoria lo que ya sabían.

A
Sobre Dios

IV
Características de Dios

A modo de fundamento, establézcase firmemente en vuestra alma la verdad acerca de Dios. A saber, que Dios es solamente uno, no engendrado por otro, y sin nadie que vaya a sucederle, que no tuvo principio ni tendrá nunca fin, y que es él mismo bueno y justo. Si alguna vez oyes a un hereje que diga que hay algún otro que sea bueno o justo, dándote cuenta al punto de la herejía, reconoce el dardo envenenado. Algunos se atrevieron, mediante un discurso malévolo, a dividir al Dios único, y unos dijeron que el autor y dueño del alma es otro que el de los cuerpos, enseñándolo necia e impíamente. En efecto, ¿cómo es posible que un único hombre sea siervo de dos señores, si dice el Señor en el evangelio que "nadie puede servir a dos señores" (Mt 6,24)? Por consiguiente, sólo hay un Dios, autor a la vez de las almas y los cuerpos. Uno solo es, pues, el creador del cielo y de la tierra, hacedor de los ángeles y de los arcángeles, artífice de las múltiples realidades, Padre desde la eternidad de su único Hijo Jesucristo (nuestro Señor), por quien hizo todo (Jn 1,3) lo visible y lo invisible (Col 1,16).

V
Cualidades de Dios

El Padre de nuestro Señor Jesucristo no está circunscrito a un lugar ni es menor que el cielo, pero los cielos son obra de sus dedos (Sal 8,4) y toda la tierra se contiene en su puños. Él está, a la vez, en el interior y fuera de todas las cosas. No creas que el sol le supera en luminosidad o que es igual a él, pues él creó al sol y, sin comparación, es mucho mayor y luminoso. Él tiene conocimiento previo de las cosas futuras, y es más potente que todas ellas. Todo lo sabe, y todo lo hace según su voluntad. No está sujeto a la sucesión de las cosas, ni a lo que marcan los astros, al azar o a la necesidad del hado. Es perfecto en todas las cosas, y posee por igual toda clase de virtud. Ni disminuye ni se agranda, sino que se mantiene siempre igual y del mismo modo. Él ha preparado un castigo para los pecadores y una corona para los justos.

VI
Errores sobre Dios

Muchos se han apartado, de modos diversos, del único Dios. Algunos hicieron Dios al sol, para permanecer sin Dios durante la noche. Otros hicieron Dios a la luna, para no tener Dios durante el día. Otros hicieron Dios a otras partes del mundo. Algunos hicieron Dios a las artes, y otros a los alimentos o a sus pasiones. Unos enfermaron por el amor de las mujeres, otros consagraron a Venus una imagen solemnemente colocada, y otros se arrojaron, bajo su imagen, a los más bajos vicios y afectos del alma. Hubo quienes, atónitos ante el fulgor del oro, juzgaron que éste y otros materiales eran dioses. Por todo ello, si alguno graba bien en su interior la doctrina de que Dios es el principio único, y cree en él de corazón, impedirá el atropello y el ímpetu de los vicios de la idolatría y el error de los herejes. Por tanto, pon por la fe este primer dogma en tu alma.

B
Sobre Jesucristo

VII
Características de Jesús

Cree también en el solo y único Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, Dios engendrado de Dios, engendrado como vida de la vida, como luz de luz, semejante en todo al Padre. Él no comenzó a existir en el tiempo, sino que fue engendrado desde la eternidad, antes de todos los siglos y antes de todo lo que se pueda pensar. Él es la sabiduría, el poder de Dios y la justicia en persona, y está sentado a la derecha del Padre antes de todos los siglos. No fue coronado por Dios, como algunos pensaron después de su pasión, ni se sentó a su derecha como premio a su paciencia. En realidad, tiene la dignidad regia desde el comienzo de su existencia (es decir, desde toda la eternidad). Siendo Dios, en sabiduría y potestad se sienta junto al Padre, y reina juntamente con el Padre y lo gobierna todo con él. Nada absolutamente le falta de la dignidad divina, y tiene un conocimiento perfecto de Aquel por quien ha sido engendrado, así como él es conocido por quien le engendró (Jn 10,15). Para decirlo en resumen, recuérdese lo escrito en los evangelios: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mt 11,27).

VIII
Cualidades de Jesús

No separes al Hijo del Padre, ni creas, al relacionarlos, en una filio-paternidad como mezcla de uno y otro. Cree, en cambio, que Cristo es el Hijo unigénito de Dios, y la Palabra de Dios antes de todos los siglos. Pero no como esa palabra que, una vez pronunciada, se pierde en el aire, o como esas palabras que carecen de consistencia sólida y propia. Él es la Palabra de la Creación, creador de quienes se sirven de la palabra y de la razón. Es la Palabra que escucha al Padre y que habla él mismo. Si Dios lo permite, hablaremos de estas cosas en su momento, pues de momento estoy enumerando tan sólo los temas introductorios de la fe.

IX
La concepción virginal de Jesús

Cree que el unigénito Hijo de Dios descendió del cielo a la tierra a causa de nuestros pecados, asumiendo nuestra humanidad con las mismas debilidades a las que nosotros estamos sometidos. Cree que nació de una santa Virgen, por obra del Espíritu Santo. Cristo asumió esta humanidad de forma real, y no según una apariencia o mediante algún tipo de ficción, sino de modo verdadero. No lo hizo a través de una virgen (como arrastrado a lo largo de un canal), sino encarnándose verdaderamente desde ella y hasta siendo alimentado por la leche de ella, y más tarde comiendo y bebiendo como nosotros. Si la asunción de la naturaleza humana fue un fantasma (y un engaño visual), también la salvación habría sido un engaño. No obstante, doble era Cristo: hombre en lo que podía verse, y Dios en lo que quedaba oculto. En cuanto hombre, comía verdaderamente como nosotros (pues experimentaba estados corporales semejantes a los nuestros), y en cuanto Dios, alimentaba con cinco panes a cinco mil hombres (Mt 14,17-21). En cuanto hombre, murió verdaderamente, y en cuanto Dios llamó a la vida a un muerto ya de cuatro días (Jn 11,39-44) o caminó tranquilamente sobre las aguas.

X
La crucifixión de Jesús

Cristo fue verdaderamente crucificado por nuestros pecados. Y si quieres negarlo, te convencerá este conocido lugar, este dichoso Gólgota en el que estamos congregados, por causa del que fue clavado en la cruz, pues "todo el orbe está lleno de los pedazos en que ha sido cortado el leño de la cruz". Cristo no fue crucificado por sus pecados, sino para que fuésemos liberados de los nuestros propios. Fue despreciado por los hombres, golpeado como hombre con bofetadas (Mt 26,27). mas la creación lo reconoció como Dios y, al ver el sol a Dios en tanta ignominia, se ocultó temeroso al no poder soportar el espectáculo (Lc 23,45).

XI
La sepultura de Jesús

A Cristo se le colocó, como hombre, en un monumento en la roca (Mt 27,60), mas las piedras, al temblar, se resquebrajaron (Mt 27,51). Tras lo cual, él descendió al sheol, para rescatar allí a los justos. ¿Querías acaso, te pregunto, que los vivos gozasen de la gracia de Dios, sin ser muchos de ellos santos? ¿O que no consiguiesen la libertad quienes estaban prisioneros largo tiempo desde Adán? El profeta Isaías anunció con voz excelsa muchas cosas acerca de él. ¿No querías, pues, que el rey los liberase, descendiendo con su anuncio? Allí estaban David, Samuel y todos los profetas. E incluso el mismo Juan, el que le había preguntado por sus enviados: "¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?" (Mt 11,3). ¿No deseabas que, descendiendo, liberase a esos hombres?

XII
La resurrección de Jesús

No obstante, quien había descendido a los infiernos, subió de nuevo. Y Jesús, que había sido sepultado, resucitó verdaderamente al tercer día. Si alguna vez te sientes vejado por los judíos, replícales recordándoles que Jonás salió de la ballena al cabo de tres días (Jon 2,1,11; Mt 12,40). Además, si un muerto recobró la vida al contacto con los huesos de Eliseo (2Re 13,21), ¿no habrá de ser resucitado con mucha más facilidad el Creador de los hombres? Por tanto, realmente resucitó Jesucristo. Vuelto a la vida, él se dejó ver de nuevo por los discípulos, y los 12 apóstoles fueron testigos de la resurrección (Hch 2,32; 3,15; 1Cor 15,5), dando testimonio de la resurrección no sólo con sus palabras, sino llegando hasta los suplicios y la muerte con la esperanza de una verdadera resurrección. Ciertamente, "por declaración de dos o tres testigos será firme una causa", según la Escritura (Dt 19,15; Mt 18,16). Y siendo doce los que testificaron acerca de la resurrección de Cristo, ¿sigues todavía sin creer en ella?

XIII
La ascensión de Jesús

Una vez que Jesús terminó el curso de sus sufrimientos, y liberó a los hombres de sus pecados, ascendió en una nube (Hch 1,9) a los cielos, junto a los ángeles que estaban junto a él y los apóstoles que contemplaban. Si alguien desconfía de lo que decimos, que crea en esto: los reyes mueren, y pierden la vida y su poder, mas Cristo es hoy en día adorado por todo el orbe. Anunciamos a un crucificado y tiemblan los demonios, y muchos han sido en las diversas épocas clavados a una cruz. Si eso es así, ¿acaso hizo huir al demonio la invocación de algún otro crucificado que no fuese él?

XIV
La coronación de Jesús en el cielo

Los cristianos no nos avergonzamos de la cruz de Cristo, y si tú ves a alguien que la esconda, haz tú con ella la señal en tu frente para que los demonios, viendo el signo regio, huyan lejos aterrados. Haz este signo al comer y al beber, cuando te sientes, te acuestes y te levantes, al hablar y cuando estés andando. En una palabra, en toda circunstancia, pues aquel que aquí fue crucificado, está ahora arriba en los cielos. Si, después de crucificado y sepultado, se hubiese quedado en el sepulcro, tal vez habría que ruborizarse, mas el que fue clavado en el Gólgota a una cruz, desde la tumba mirando al Oriente (en el Monte de los Olivos; Zac 14,4) ascendió en el monte al cielo (Lc 24,50-51; Hch 1,12). Descendiendo de la tierra a los infiernos, y vuelto de allí hasta nosotros, Cristo retornó desde nosotros de nuevo al cielo, aclamándole el Padre y diciendo: "Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies" (Sal 110,1).

XV
El juicio final de Jesucristo

Este Jesucristo que ascendió vendrá de nuevo del cielo, no de la tierra. He dicho "no de la tierra", pues de la tierra sí habrán de venir en aquel tiempo muchos anticristos (1Jn 2,18). De hecho, como veis, muchos han comenzado a decir: "Yo soy el Cristo" (Mt 24,5). Después de esto, habrá de venir la "abominación de la desolación" (Mt 24,15; Dn 9,27; 11,31; 12,11), usurpando para sí en falso el nombre de Cristo. Tú, en cambio, no esperes que el verdadero Cristo, Hijo unigénito de Dios, tenga que venir de la tierra, sino de los cielos, y habrá de ser visto por todos con el máximo fulgor y el máximo resplandor, rodeado de una escolta de ángeles, para juzgar a vivos y muertos. Así obtendrá el reino celeste, sempiterno y carente de todo fin. Ten certeza de todo esto, y sé cauto cuando muchos digan que se acerca el final del reino de Cristo.

C
Sobre el Espíritu Santo

XVI
Características del Espíritu Santo

Cree también en el Espíritu Santo, y piensa de él lo que has aceptado del Padre y del Hijo, y no según los que enseñan cosas erróneas sobre él. Aprende que este Espíritu Santo es uno, indiviso y omnipotente, y que al realizar muchas cosas no se divide. Él conoce los misterios y todo lo escruta, hasta las profundidades de Dios. Él descendió sobre el Señor Jesucristo en forma de paloma (Lc 3,22), había estado actuante en la ley y los profetas, y ahora sella tu alma con ocasión del bautismo. Su santidad es necesaria por toda la naturaleza racional, así como también necesitan de él los tronos y las dominaciones, los principados y las potestades. Si alguien se atreviere a blasfemar contra él, no será perdonado ni en este mundo ni en el venidero (Mc 3,29). Juntamente con el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo posee el honor y la gloria de la divinidad. Así pues, sólo hay un Dios (Padre de Cristo), y un solo Señor Jesucristo (Hijo único de Dios) y un solo Espíritu Santo (que todo lo santifica y deifica, y que habló en la ley y los profetas, en la antigua y en la nueva alianza).

XVII
El Espíritu Santo, inspirador de la Escritura

Ten siempre esta señal en tu mente, pues a ella se le está anunciando todo esto de modo sumario. Si Dios lo permite, todo lo explicaremos más ampliamente, según nuestras fuerzas, demostrándolo según las Escrituras. Acerca de los divinos y santos misterios de la fe, no debe transmitirse nada sin las Sagradas Escrituras, ni deben aducirse de modo temerario cosas simplemente probables, ni apoyadas en argumentos construidos con palabras artificiosas. No creas, pues, que voy a proceder de este modo, sino probando por las Escrituras lo que te anuncio. Esta fe, a la cual debemos nuestra salvación, no recibe su fuerza de los comentarios y las disputas, sino de la demostración por medio de la Sagrada Escritura.

D
Sobre el alma humana

XVIII
El alma, creada por Dios

Tras el conocimiento de esta venerable, gloriosa y santísima fe, debes conocerte también a ti mismo y preguntarte: ¿Quién eres tú? Como hombre, tú has sido hecho compuesto de alma y cuerpo y, según se ha dicho poco antes, el mismo Dios es autor de tu alma y de tu cuerpo. Debes saber también que tienes un alma libre que es obra maestra de Dios, hecha a imagen de su creador. Este alma es inmortal (por causa de Dios, que le confiere la inmortalidad), y un ser vivo dotado de razón y libre de la corrupción (por causa de quien le otorgó todo ello), con capacidad de hacer lo que desee. Así, tú no pecas por la posición de los astros cuando naciste, ni te ves enredado en la fornicación de modo fatal, ni tampoco (según deliran algunos) te fuerza la conjunción de los astros a caer en la lascivia contra tu voluntad. ¿Por qué, al no querer reconocer tus propios males, atribuyes tu culpa a los astros inocentes? Y no me hables de los astrólogos, pues dice de ellos la Escritura: "Que vengan ahora y que te salven, los que hacen la carta del cielo", y: "Helos ahí como briznas de paja, que serán consumidos por el fuego, sin poder escapar de los brazos de las llamas" (Is 47,13).

XIX
El alma, libre y responsable

Aprende también esto: que antes de que el alma viniese a este mundo, no cometió pecado. Es decir, que habiendo venido inocentes, ahora pecamos voluntariamente. No pienses que estoy interpretando mal aquello de "hago lo que no quiero" (Rm 7,16), sino recuerda aquello otro: "Si vosotros queréis, y sois dóciles, comeréis los bienes de la tierra, mas si no queréis y os rebeláis, seréis devorados por la espada" (Is 1,19-20) y esto otro: "Como ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros al servicio de la justicia para la santidad" (Rm 6,19). Acuérdate también de lo que dice la Escritura: "Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios" (Rm 1,28) y que "lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto" (Rm 1,19) y aquello otro de que "han cerrado sus ojos" (Mt 13,15; Is 6,9-10). Acuérdate de Dios cuando nos corrige y dice: "Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima, así que ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?" (Jer 2,21).

XX
Inmortalidad del alma

El alma es inmortal, y en esto son semejantes todas las almas, tanto de los hombres como de las mujeres. Sólo son diferentes los miembros de los cuerpos. No existe una clase de almas pecadoras por naturaleza y otras que actúen debidamente, pues todas actúan según su voluntad y el albedrío de cada una. Por otra parte, no hay diversidad en la sustancia de las almas, sino que ésta es semejante en todas ellas. En fin, me doy cuenta de que he dicho muchas cosas y que se nos está pasando el tiempo. Mas ¿qué deberá anteponerse a la salvación? ¿No serás capaz de esforzarte un poco para obtener fuerzas frente a los herejes? ¿Y no quieres conocer los desvíos del camino para no caer, por imprudencia, en el precipicio? Quienes estas cosas te enseñan, que no piensan obtener la más mínima ganancia con que tú las aprendas. Tú, que eres el que las aprendes, ¿no deberás acoger de buen grado la multitud de cosas que se dicen?

XXI
Condenación del alma

El alma es libre y dueña de sí misma. Ciertamente, el diablo puede sugerir, pero no puede forzarla a actuar privándola de la voluntad. Cuando viene a ti el pensamiento de la fornicación, si quieres lo admites, pero no si lo rechazas. Si tuvieras necesariamente que fornicar, ¿por qué motivo habría preparado Dios la gehena? Y si por naturaleza haces lo recto, y no libremente, ¿con qué fin habría dispuesto Dios premios inefables? Mansa es la oveja, pero nunca ha sido coronada por su mansedumbre, puesto que esa mansedumbre no le viene por determinación de su voluntad, sino por su modo de ser.

E
Sobre el cuerpo humano

XXII
El cuerpo, creado por Dios

Ya has oído, querido, bastantes cosas acerca del alma, así que, si puedes, escucha ahora también acerca del cuerpo. No pienses lo que algunos dicen de que el cuerpo no lo ha hecho Dios, y creen que el alma habita en él como en un recipiente que le es ajeno, inclinándose por tal motivo a la práctica de la fornicación. ¿Qué es lo que ellos recriminan al cuerpo admirable? ¿Qué es lo que le falta de decencia y armonía? ¿Qué es lo que carece de estética en su estructura? ¿No deberán caer en la cuenta tanto de la espléndida configuración de los ojos como de la posición oblicua de los oídos, para poder oír sin dificultad, o del olfato capaz de distinguir olores o también los aromas suaves, o en la doble capacidad de la lengua para gustar de las cosas y poder hablar, sin olvidar la capacidad pulmonar para respirar el aire sin cesar? ¿Quién dio al corazón su movimiento continuo? ¿Quién anudó los nervios a los huesos de modo tan sabio? ¿Quién asignó una parte del alimento a la reparación de las fuerzas de la naturaleza, destinando otra a la defecación, haciendo cubrir pudorosamente las partes menos nobles? ¿Quién es el que hizo que la débil naturaleza humana pudiese perpetuarse mediante una sencilla unión?

XXIII
El cuerpo, templo del Espíritu Santo

No me digas que el cuerpo es causa del pecado, pues si el cuerpo es la causa del pecado, ¿por qué no pecan los muertos? Coloca una espada a la derecha de un hombre que haya muerto hace poco, porque él no matará a nadie. Ya pueden desfilar, ante un joven recientemente muerto, toda clase de hermosuras, que no experimentará ninguna lascivia. ¿Por qué? Porque el cuerpo no peca por sí mismo, sino que es el alma quien peca por medio del cuerpo. El cuerpo es como el instrumento del alma, como si fuese su vestido y abrigo. El cuerpo se hace inmundo si es el alma la que lo mueve a la inmundicia, mas si se une a un alma santa, se convierte en templo del Espíritu Santo. No digo esto yo, sino el apóstol Pablo cuando dice: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros?" (1Cor 6,19). Respeta tu cuerpo, por tanto, como templo del Espíritu Santo. No manches tu carne con la fornicación, ni ensucies este vestido tuyo hermosísimo. Si lo ensuciaste, lávalo cuanto antes por la penitencia, mientras todavía hay tiempo.

XXIV
La vida de castidad

En lo referente a la castidad, pongan atención sobre todo el orden de los monjes y de las vírgenes, que viven en el mundo una vida semejante a la de los ángeles. Y escuche también todo el pueblo de la Iglesia. Grande es, hermanos, la corona que os está preparada, así que no cambiéis tan gran dignidad por un placer mezquino. Y si no, oíd al apóstol cuando dice: "Que no haya ningún fornicario o impío como Esaú, que por una comida vendió su primogenitura" (Hb 23,26). Escrito está en los libros evangélicos tu nombre, a causa del propósito de pureza, así que cuida que después no se tenga que borrar, a causa de la torpeza cometida.

XXV
La vida matrimonial

Tampoco debes, si cumples perfectamente el deber de la castidad, engreírte frente a los que, unidos en matrimonio, siguen un inferior estado de vida. Como dice el apóstol, "tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado" (Hb 13,4). Además, aunque tú vivas íntegramente la castidad, ¿acaso no has nacido de padres casados? No porque poseas oro desprecies la plata, sino aporta esperanza plena a los que viven legítimamente en matrimonio, puesto que no viven licenciosamente su unión en la pasión y el desenfreno, sino de acuerdo con lo que debe ser, concediéndose a veces tiempos para dedicarse a la oración (1Cor 7,5). Estos tales ofrecen sus cuerpos puros, juntamente con su vestimenta, en las asambleas de la Iglesia, y contrajeron nupcias no para disfrutar de las pasiones, sino por la procreación de los hijos.

XXVI
Otras opciones de vida

No hay que reprobar, defendiendo un matrimonio único, a quienes se deciden por las segundas nupcias. ¿Por qué? Porque aunque la continencia es cosa hermosa y admirable, tampoco hay que ignorar la debilidad de la carne, lo cual se puede remediar con un segundo matrimonio. A este respecto, el apóstol dice: "A los débiles y a las viudas, bien les está quedarse como yo. Mas si no pueden contenerse, que se casen, porque mejor es casarse que abrasarse" (1Cor 7,8-9). Deséchese todo lo demás (la fornicación, el adulterio y toda clase de lascivia), y consérvese el cuerpo puro para el Señor, para que también el Señor respete el cuerpo. Nútrasele al cuerpo con alimentos para vivir, y dénsele los cuidados adecuados, pero no para que se entregue a los placeres.

XXVII
La ascesis y el ayuno

Estas deben ser vuestras normas sobre los alimentos. Hay muchos que tienen problemas con esa cuestión, y mientras unos se manejan sin problemas con lo sacrificado a los ídolos, otros se abstienen por razones de práctica ascética, y condenan a quienes las comen. De ser esto último cierto, estarían manchando su alma aunque no manchen sus cuerpos (1Cor 8,7), al ignorar las causas válidas para comer o abstenerse. Ayunamos de vino y nos abstenemos de carnes, mas no porque por motivos religiosos los aborrezcamos, sino en la expectativa de la gratuidad, de modo que, despreciando lo sensible, gocemos del banquete espiritual y verdadero. De este modo, sembrando ahora en lágrimas, recogeremos la cosecha de la alegría en el mundo venidero (Sal 126,5-6). No desprecies, por tanto, a los que comen, pues toman alimento por la debilidad de sus cuerpos. Tampoco reprendas a los que toman un poco de vino por su estómago y sus frecuentes enfermedades, ni los condenes como pecadores. Tampoco odies las carnes, como esos tales que conoció el apóstol y que, según éste, prohibían el matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó (1Tm 4,3). Por consiguiente, si tú te abstienes de estas cosas, no lo hagas como si fuese abominable, pues si así fuese no obtendrías la gracia. Más bien, abstente de ellas, aun sabiendo que son buenas, por algo mucho más auténtico y mejor.

XXVIII
La prudencia social

Evita totalmente comer lo que fue ofrecido a los ídolos, y no porque lo diga yo, sino porque de tales alimentos se preocuparon los mismos apóstoles y el mismo Santiago, obispo de esta Iglesia. A este respecto, los apóstoles y presbíteros escribieron una epístola a todos los gentiles, con la finalidad de que se abstuviesen de lo inmolado, así como de la sangre y de lo ahogado (Hch 15,20). ¿Por qué? Porque muchos hombres de fiera índole, que viven como perros, lamen la sangre como bestias salvajes y se hinchan de animales ahogados. En cambio, tú eres siervo de Cristo, y por ello has de observar esto cuando comas, para hacerlo piadosa y religiosamente. Con esto basta, acerca de los alimentos.

XXIX
El pudor y el recato

Lleva un vestido sencillo, y no como ornato sino para cubrirte lo necesario, y no para deleitarte con molicie sino para calentarte en invierno y cubrir pudorosamente tu cuerpo. No caigas en la complicación innecesaria del vestido, con el pretexto de que te has de cubrir, o en cualquier otra necedad.

F
Sobre la resurrección de los muertos

XXX
La resurrección, presente en la naturaleza

Usa tu cuerpo moderadamente, sabiendo que habrás de ser resucitado de entre los muertos para ser juzgado precisamente con ese cuerpo. Si te viniere cualquier pensamiento de desconfianza, como si ello no pudiese suceder, juzga por otras cosas tuyas que tampoco parecen reales. Y piensa dónde estarías hace 100 años o más. Si partiste de ser una realidad tan pequeña y vil, ¿cómo es que has llegado a tal desarrollo, con tal armonía de tu figura externa? El que hizo que existiera lo que no existía anteriormente, ¿acaso no podrá resucitar a lo que ya fue y murió? El que cada año, en favor nuestro, levanta el trigo muerto y podrido, ¿acaso tendrá dificultad en resucitarnos a nosotros mismos, por quienes él mismo resucitó? Ves cómo los árboles se mantienen durante todo el invierno sin fruto y sin hojas. Pues bien, todos ellos, pasado el invierno, recobran la vida, tras haber estado secos. ¿No seremos nosotros, mucho más y mucho más fácilmente, llamados de nuevo a la vida? La vara de Moisés se transformó, por voluntad de Dios, en algo muy diferente de ella misma (es decir, en una serpiente), así que ¿no podrá, pues, el hombre caído en la muerte, ser restituido a sí mismo?

XXXI
Los hombres, también llamados a la resurrección

No hagas caso de los que dicen que no resucita este cuerpo, pues sí que resucitará. Testigo de ello es Isaías cuando dice: "Resucitarán los muertos, y se levantarán los que están en los sepulcros" (Is 26,19). E incluso Daniel, cuando dice: "Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna y otros para el oprobio y horror eterno" (Dn 12,2). Por lo demás, la resurrección sucederá para todos los hombres, pero no para todos igual. Todos recibiremos cuerpos eternos, pero no todos iguales. Los justos lo recibirán para unirse eternamente al coro de los ángeles, y los pecadores para sufrir eternamente las penas por sus pecados.

XXXII
El bautismo, sello divino de la vida eterna

El Señor, por su bondad para con los hombres, les concedió a éstos la conversión del bautismo, para que, arrojando la mayor parte del peso de los pecados, e incluso todo el lastre (Hb 12,1), por la obtención del sello por medio del Espíritu Santo lleguemos a ser herederos de la vida eterna. No obstante, ya antes hablamos suficientemente acerca del bautismo, así que pasemos ahora a los temas de instrucción que quedan.

G
Sobre las Sagradas Escrituras

XXXIII
La inspiración bíblica

Todo esto nos lo enseñan las Escrituras de la Antigua Alianza y de la Nueva Alianza, inspiradas por Dios. Uno mismo es el Dios de ambas alianzas, que en la antigua preanunció que Cristo se manifestaría en la nueva y que nos condujo por la ley y los profetas como pedagogo hasta Cristo. En efecto, dice Pablo que "antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley" (Gál 3,23), y: "La ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo". Si alguna vez oyes a alguno de los herejes denigrando la ley o los profetas, replícale con aquella palabra saludable que dice: "No vino Jesús a abolir la ley, sino a cumplirla". Aprende también de la Iglesia, con afán, cuáles son los libros del Antiguo Testamento y cuáles del Nuevo Testamento, y hazme el favor de no leer ninguno de los apócrifos. Si no estás al tanto de lo que todo el mundo conoce y confiesa, ¿por qué perder lastimosamente el tiempo con cuestiones dudosas y controvertidas? Lee las Sagradas Escrituras, incluidos los 22 libros del Antiguo Testamento que tradujeron los 72 intérpretes.

XXXIV
La canonicidad bíblica

Después que murió Alejandro, rey de los macedonios, éste dividido su reino en 4 principados: Babilonia, Macedonia, Asia y Egipto. Uno de los que reinaron en Egipto (Ptolomeo Filadelto), príncipe estudiosísimo de las letras, hacía acopio de libros de cualesquiera lugares. Oyó hablar a su bibliotecario (Demetrio Falereo) las Escrituras judías, y como por la fuerza no pudo obtener dichos libros, pensó ganarse a uno de sus poseedores por los regalos y la amistad. Sabiendo que lo que se da contra la voluntad propia queda frecuentemente corrompido por el engaño, mientras que lo que se enseña de modo espontáneo se regala con toda sinceridad, envió Ptolomeo al entonces sumo sacerdote de Jerusalén (Eleazar) numerosos presentes para adornar el Templo de Jerusalén, haciendo venir a él a 6 hombres por cada una de las 12 tribus de Israel. Después, con la finalidad de comprobar si los libros estaban o o no inspirados por Dios, y buscando que los intérpretes enviados no se pusiesen de acuerdo entre sí, los hizo colocar a cada uno de ellos en estancias propias del Faro de Alejandría, ordenando a cada uno traducir toda la Escritura. Terminaron el trabajo en el lapso de 72 días, y el rey reunió todas las versiones, elaboradas en lugares separados y sin contacto entre los autores, comprobando que coincidían completamente no sólo en cuanto al sentido, sino en los términos mismos. La obra, pues, no era una creación verbal ni artificio de humanos sofismas, sino una versión de las Sagradas Escrituras, dictadas por el Espíritu Santo y con la inspiración de ese mismo Espíritu.

XXXV
El Antiguo Testamento

Lee, pues, los 22 libros del Antiguo Testamento, pero no quieras saber nada de los apócrifos. Medita y estudia sólo aquellos, que son los que en la Iglesia leemos con confianza cierta. Mucho más prudentes y piadosos que tú eran los apóstoles, así como los antiguos obispos de la Iglesia que nos los transmitieron. Por tanto, tú que eres hijo de la Iglesia, no conculques sus leyes. Medita en serio los 22 libros del Antiguo Testamento, cuyos nombres esfuérzate en grabártelos de memoria tal como te los diré ahora. Los 5 primeros son los libros de la ley de Moisés, y se llaman: Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Después viene el libro de Josué y el de los Jueces (el libro VII, el cual se considera conjuntamente con el de Rut). De los restantes libros históricos, el 1º y 2º de Reyes se consideran uno entre los hebreos, y lo mismo sucede con el 3º y el 4º de Reyes. De modo semejante sucede entre ellos con el 1º y el 2º de los Paralipómenos (o 1º y 2º de Crónicas), a los que consideran un único libro, y también con los 2 libros de Esdras (que son contados por ellos como uno). El de Ester es el libro XII. Éstos son los libros históricos. Otros 5 libros están escritos en verso, y se llaman: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los cantares (que es el libro XVII). A éstos le siguen los 5 libros proféticos, uno de los 12 profetas, la Epístola, más los libros de Ezequiel y Daniel (el libro XXII del Antiguo Testamento).

XXXVI
El Nuevo Testamento

Los evangelios del Nuevo Testamento son sólo 4 evangelios, pues los demás son apócrifos y perjudiciales. A este respecto, los maniqueos escribieron un Evangelio de Tomás que, revestido del buen olor de la denominación de evangelio, corrompió las almas de la gente más sencilla. Acepta también los Hechos de los Apóstoles y las 7 epístolas católicas (de Santiago, Pedro, Juan y Judas). Por fin, lee y aprende lo que sirve a todos de señal, y es obra última de los discípulos: las 14 epístolas de Pablo. Todo lo demás déjese fuera, en un segundo plano. Todo aquello que no se lee en las iglesias, tampoco lo leas privadamente, como ya te dije.

XXXVII
La Escritura, enemiga de los herejes y astrólogos

Huye de toda maquinación diabólica, y no creas al dragón caído, que por propia voluntad mudó en otra su naturaleza buena. Él es capaz de persuadir a quienes consienten en ello, pero no puede quitar a nadie su libertad. Tampoco hagas caso de las predicciones de los astrólogos, ni a quienes observan las aves, como tampoco escuches a cualquiera, ni a las imaginativas adivinaciones de los griegos. A los filtros mágicos, los encantamientos y las perniciosas evocaciones de los muertos, ni siquiera les prestes oído. Apártate de toda clase de intemperancia, y no te des a la gula ni ames la voluptuosidad. Manténte por encima de toda avaricia y usura. No asistas a los espectáculos de los gentiles. No utilices nunca amuletos, en caso de enfermedad. No frecuentes ninguna taberna puerca o sórdida. Tampoco practiques la religiosidad samaritana o judía, pues para algo superior te liberó Jesucristo. Manténte alejado de toda observancia del sábado, y no consideres puros o limpios a alimentos que de por sí son indiferentes. Sobre todo, odia todas las reuniones de los herejes infractores. Pon todos los medios para favorecer tu alma con los ayunos, las limosnas y las lecturas de los oráculos divinos. A través de la temperancia y la guarda de los sagrados dogmas, goza de la única salvación, la cual se otorga por el bautismo. Así, adscrito por Dios Padre al ejército celestial, merecerás también la corona del cielo.