CIRILO DE JERUSALÉN
Sobre el Bautismo, I

I
Dios os aguarda en su milicia

Hermanos, sois ya discípulos de la Nueva Alianza, y partícipes de los misterios de Cristo, ahora por vocación y dentro de poco como don. Por ello, haceos con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, para que se alegren los moradores del cielo. Si, como dice el evangelio, "habrá alegría por un solo pecador que se convierte", ¿cuánto más no moverá a la alegría a los habitantes del cielo la salvación de tantas almas? Habiendo entrado por un camino ancho y hermoso, recorred cautelosamente la senda de la piedad. El unigénito Hijo de Dios está plenamente dispuesto para vuestra redención, y señala: "Venid todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Los que lleváis el pernicioso vestido de vuestras ofensas, y estáis oprimidos por las cadenas de vuestros pecados, escuchad la voz del profeta que dice: "Lavaos, purificaos, quitad de delante de mis ojos las maldades de vuestra alma". De hacerlo, se oirá el clamor del coro de los ángeles, exclamando: "Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado". Los que habéis encendido hace poco las lámparas de la fe, sostenedlas en las manos sin que se apaguen, para que aquel que en otro tiempo abrió por la fe el paraíso al ladrón, en este santísimo monte Gólgota os conceda también a vosotros cantar el cántico nupcial.

II
Paso del hombre viejo al hombre nuevo

Si alguno es todavía esclavo del pecado, prepárese mediante la fe para la regeneración liberadora de la adopción filial. Una vez abandonada la funesta servidumbre de los pecados, y una vez dedicado al dulce servicio del Señor, será juzgado digno de disfrutar la herencia del reino celestial. Desvestíos por medio de la confesión del hombre viejo, que se corrompe por las concupiscencias del error. Y revestiros del hombre nuevo, que se renueva por el conocimiento de aquel que le creó. Recibid por la fe las arras del Espíritu, para que podáis ser recibidos en las moradas eternas. Acercaos a recibir el sello espiritual, para que podáis ser reconocidos favorablemente por vuestro dueño. Seréis contados en la santa y fiel grey de Cristo, a fin de que, como en otro tiempo fuisteis separados a su derecha, ahora consigáis la vida eterna que se os ha preparado. Quienes sufren todavía la aspereza de su pecados (como la de una piel con vello), se quedarán en pie a la izquierda, puesto que todavía no han tenido acceso a la gracia de Dios (que se da por medio de Cristo en el lavatorio de la regeneración). No me refiero a la regeneración de los cuerpos, sino al nuevo nacimiento del alma por el Espíritu. Pues los cuerpos son engendrados por padres visibles, pero las almas vuelven a nacer de nuevo por la fe, ya que "el Espíritu sopla donde quiere" (Jn 3,8). Si se te considera digno, te será licito oír: "Bien, siervo bueno y fiel" (Mt 25,21), y tu conciencia te podrá acusar en absoluto de simulación.

III
Paso del hombre nuevo al hombre santo

Si alguno cree que podrá tentar a la gracia de Dios, se engaña a sí mismo e ignora la fuerza de las cosas. Que ese tal tenga un ánimo sincero y libre de engaño, y que sepa que será juzgado por Aquel que escruta los corazones y entrañas (Sal 7,10; Jer 11,20). Quienes hacen alistamientos de soldados, examinan la edad y los cuerpos. Así, cuando Dios hace un alistamiento de las almas, examina las voluntades, y si alguien vive en la hipocresía, lo rechaza por inadecuado para una verdadera milicia. En cambio, si lo encuentra digno, le otorga su gracia de manera muy rápida. Él no da lo santo a los perros (Mt 7,6), sino que, cuando ve una conciencia honesta, le confiere el sello saludable y admirable, temido por los demonios y reconocible por los ángeles. Al recibir ese sello, los demonios huyen expulsados, y los ángeles lo abrazan por un parentesco familiar. Por consiguiente, quienes reciben aquel sello espiritual y saludable, es necesario que se esfuercen personalmente, del mismo modo que se esfuerzan quienes se sirven de una pluma para escribir, o de una flecha para combatir. Que pidan la gracia necesaria, y se esfuercen en la creencia.

IV
Paso del catecumenado a los frutos de la fe

No has recibido, hermano, armas corruptibles, sino espirituales. Serás introducido en un paraíso racional, recibiendo un nuevo nombre que antes no tenías (Ap 2,7). Antes eras catecúmeno, mas ahora serás llamado fiel, y serás trasplantado a buenos olivares desde un olivo silvestre a un buen olivo (Rm 11,24), desde los pecados a la justicia, desde la suciedad a la pureza. Has sido hecho partícipe de una vid santa, así que, si permaneces en la miel, crecerás como un sarmiento fructífero. Mas si no permaneces, serás consumido por el fuego. Así pues, produzcamos fruto dignamente, y que no nos suceda lo mismo que a aquella vid infructuosa que, al llegar Jesús, la maldijo por su esterilidad (Mt 21,10). Que todos puedan, en cambio, pronunciar estas palabras: "Yo, como verde olivo en la casa de Dios, confío en el amor de Dios para siempre jamás" (Sal 52,10). No se trata de un olivo sensible, sino inteligible, portador de la luz. Lo propio de él es plantar y regar (1Cor 3,6), pero a ti te corresponde aportar el fruto. Por ello, no desprecies la gracia de Dios, sino guárdala piadosamente cuando la recibas.

V
Reconocer los pecados, y cambiar de vida

El tiempo presente es tiempo de confesión, hermano, así que confiesa todo lo que hiciste, de palabra o de obra, tanto de noche como de día. Reconócelo en el tiempo aceptable, y recibe el tesoro celestial en el día de la salvación (2Cor 6,12). Entra con interés en los exorcismos. Sé asiduo a las catequesis, y graba en tu memoria lo que allí se diga, pues no se hablará sólo para que lo oigas, sino para que selles mediante la fe lo escuchado. Suprime de tu pensamiento toda preocupación humana, pues se trata de una carrera con tu propia alma. Abandona completamente lo que es del mundo, pues éste ofrece sólo cosas pequeñas, mientras ¡qué grandes son los dones del Señor! Abandona lo que tienes delante, y ten fe en lo que ha de venir. Durante años has vivido inútilmente en la órbita del mundo, y ¿no te dedicarás durante cuarenta días a la oración por tu alma? "Rendíos y reconoced que yo soy Dios", dice la Escritura (Sal 46,11), así que deja ya de hablar cosas inútiles, y de murmurar, y de escuchar con agrado a quien murmura. Manifiéstate más bien pronto y dispuesto a la súplica. Muestra, por la práctica de una vida más austera, la fortaleza y los nervios de tu alma. Limpia tu copa (Mt 23,26), para que quepa en ella una gracia más abundante. Recuerda que el perdón de los pecados se da a todos por igual, pero la comunión del Espíritu Santo se concede según la medida de la fe de cada uno (Rm 12,6). Si poco trabajas, recibirás poco; si haces mucho, mucha será tu paga. Corres para ti mismo, así que mira tu propia conveniencia.

VI
Perdonar a los demás, y asistir fielmente a las asambleas

Si tienes algo contra alguien, perdónale. Vas a recibir el perdón de los pecados, así que es necesario que también tú perdones a quien pecó contra ti. De otro modo, ¿cómo te atreverías a decirle al Señor "perdona mis pecados", cuando tú ni siquiera perdonas a quien es consiervo tuyo (Mt 18,23-35)? Manifiesta interés en las sinaxis, y no sólo ahora (cuando los miembros del clero te exigen ese interés) sino también una vez que hayas recibido la gracia. Si ello es bueno y laudable antes de que la recibas, ¿dejará de ser bueno después de que se haya otorgado? Si antes de que estuvieses injertado había que regarte y cuidarte con esmero, ¿no era esto mucho mejor una vez plantado? Sostén el combate por tu propia alma, sobre todo en estos días. Alimenta tu alma con la lectura espiritual, pues un banquete espiritual te ha preparado el Señor, y di con el salmista: "El Señor es mi pastor, nada me faltará. Él me ha colocado en la tienda, en el aprisco. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma" (Sal 23,1-3). Con ello se alegrarán a la vez los ángeles y el mismo Cristo, el gran sumo sacerdote, viendo confirmado el propósito de tu voluntad, ofreciéndose él por ti y diciendo al Padre: "Henos aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado" (Is 8,18; Hb 2,13). Él os custodiará a todos vosotros, como agradables a él.