CIRILO
DE JERUSALÉN
Sobre Dios Uno
I
Glorificación
conjunta de Padre, Hijo y Espíritu Santo
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (2Cor 1,3), y bendito sea también su Hijo unigénito (Rm 9,5). Cada vez que se piensa en Dios, se piensa en el Padre, para celebrar de modo indiviso la glorificación del Padre y del Hijo juntamente con el Espíritu Santo. Pues no tiene una gloria el Padre y otra el Hijo, sino una única e idéntica, junto con el Espíritu Santo. Realmente, se trata del Hijo unigénito del Padre, de modo que, cuando es glorificado el Padre, comunica también al Hijo, juntamente con él, la gloria. Si la gloria del Hijo brota del honor del Padre, a su vez, al ser glorificado el Hijo, se honra con el máximo honor al Padre de tanta bondad.
II
Conocimiento de Dios
Si la mente entiende las cosas muy rápidamente, la lengua procede laboriosamente con las palabras y con el enunciado de proposiciones intermedias. También el ojo abarca de un golpe un numeroso coro de astros, mas cuando alguien quiere explicar cuál es el lucero de la mañana, y cuál el de la tarde o cuál cada uno de ellos, necesita de muchas palabras. Del mismo modo abarca el pensamiento, en un velocísimo instante, la tierra, el mar y todos los confines del mundo, mas lo que se expresa en un instante no se expresa más que con palabras muy amplias. Todo esto que acabo de exponer es un gran ejemplo, aunque todavía pobre y débil. En cuanto a Dios, de él no decimos lo que se debe, sino lo que cada uno conoce, y lo que la naturaleza humana percibe, y cuanto puede soportar nuestra debilidad. Por ello, no decimos qué es Dios, sino que inocentemente confesamos que nos falta un detallado conocimiento acerca de él. En lo que respecta a Dios, es gran ciencia confesar la ignorancias. Por tanto, "cantad conmigo al Señor, cantemos juntos a su nombre" (Sal 34,4), todos juntos, pues no basta que cante uno solo. Incluso aunque nos reunamos todos a la vez, tampoco basta para lo que hemos de hacer. Y no me refiero sólo a los que estáis aquí, pues incluso aunque estuviesen juntos todos los miembros de la Iglesia universal presente y futura, no serían suficientes para alabar al Pastor de acuerdo con su dignidad.
III
Conocimiento de Dios, desde la pequeñez humana
Grande y honorable era Abraham, pero grande para los hombres. Por eso, cuando se acercó a Dios, dijo ingenuamente confesando la verdad: "Soy tierra y ceniza" (Gn 18,27). No dijo tierra, callándose a continuación, para que no pareciese que se estaba refiriendo a algo grande, sino que añadió "y ceniza" para dar a entender algo con poca solidez y fácil de disolver. ¿Hay acaso algo más débil y endeble que la ceniza? Compara, por ejemplo, la ceniza con una casa, y la casa con una ciudad, la ciudad con una provincia, la provincia con el territorio de los romanos y el territorio de los romanos con el mundo entero y, por último, toda la tierra, con todos sus detalles, con el cielo que la envuelve en su regazo: en proporción al cielo, la tierra es como el centro de una rueda comparada con toda la extensión de ésta. Tal es la comparación entre la tierra y el cielo. Además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos son los que la Escritura denominó como cielos, pero ello no quiere decir que ése sea su número exacto. Aunque con tu inteligencia percibieses todos los cielos, ni siquiera ellos bastarían para alabar a Dios como él es, y tampoco aunque resonasen con mayor fuerza que el trueno. Si toda la grandeza de los cielos no es capaz de celebrar a Dios cuanto éste se merece, ¿podrán acaso "la tierra y la ceniza", lo más pequeño y exiguo de todas las cosas, entonar a Dios un himno digno de él? ¿Y hablar con dignidad del Dios que "está sentado sobre el orbe terrestre, cuyos habitantes son como saltamontes" (Is 40,22)?
IV
Conocimiento de Dios, desde la limitación natural
Quien intente hablar sobre lo referente a Dios, que exponga en primer lugar los límites de la tierra. Porque habitamos la tierra, pero desconocemos los límites de esta tierra, aunque ésta sea nuestro domicilio. Así pues, ¿cómo podrás entender a su autor debidamente en tu interior? Ves las estrellas, pero no a su autor. Enumera primeramente aquellas que puedes ver, y entonces conocerás al Invisible, al que "cuenta el número de las estrellas, y llama a cada una por su nombre" (Sal 147,4). El agua recientemente caída en unas fuertes lluvias nos puso perdidos. Pues bien, cuenta ahora las gotas caídas en esta ciudad. Y no ya en esta ciudad, sino las que cayeron en tu tejado durante una hora. No, no puedes, así que reconoce tu impotencia y el poder de Dios, el cual "atrae las gotas de agua" (Job 36,27), las que se derraman en todo el orbe y en todo tiempo. Obra de Dios es el sol, realmente algo grande, pero mínimo si se le compara con todo el cielo. Mira al sol, pues, y busca después, con más curiosidad, al Señor, como dice la Escritura: "No busques lo que es más profundo, ni investigues lo que es más fuerte que tú, sino limítate a conocer lo que se te ha mandado" (Ecl 3,22).
V
Conocimiento de Dios, revelado por el propio Dios
Alguno dirá: ¿Acaso no está escrito que "los ángeles ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,10). Sí, los ángeles ven a Dios, pero no como él es, sino en cuanto pueden captarlo. De hecho, el mismo Jesús es quien dice: "No que nadie haya visto al Padre, excepto el que ha venido de Dios; éste ve al Padre" (Jn 6,46). Lo ven los ángeles en cuanto son capaces, y también, en cuanto pueden, los arcángeles, y también los tronos y las dominaciones, a quienes son los primeros inferiores en dignidad. En realidad, sólo el Espíritu Santo puede, juntamente con el Hijo, ver a Dios como es, pues él "lo escruta todo y lo conoce todo, hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2,10). En cambio, el Hijo unigénito conoció al Padre a una con el Espíritu Santo, pues dice: "Al Padre no lo conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Él sí que ve a Dios como es debido, y lo revela con el Espíritu Santo, y por el Espíritu Santo, a cada uno según su capacidad. Por otra parte, de la divina eternidad participa también, juntamente con el Espíritu Santo, el Hijo, "desde toda la eternidad" (2Tm 1,9). Él fue engendrado sin esfuerzo y conoció al Padre, conociendo el engendrador al engendrado. En cuanto a los ángeles, siendo limitado su conocimiento (pues es el Unigénito el que, según su capacidad, les revela a Dios juntamente con el Espíritu Santo), que ningún hombre se avergüence de confesar su ignorancia. Ahora estoy yo hablando, y cualquier otro lo hará en su momento, pero no podemos expresar con palabras cómo sucede todo esto. En efecto, ¿cómo podría yo explicar a Aquel que nos dio el poder de hablar? Yo tengo un alma, pero no puedo aclarar sus características, así que ¿cómo podré yo explicar a Aquel que me concedió el alma?
VI
Las propiedades de Dios
Para nuestra piedad nos basta una sola cosa: saber que tenemos a Dios, el Dios único, el Dios que existe desde la eternidad, sin variación alguna en sí mismo, ingénito, más fuerte que ningún otro y a quien nadie expulsa de su reino. A él se le designa con múltiples nombres, pero él todo lo puede y permanece invariable en su sustancia. Y no porque se le llame bueno, justo y omnipotente, o "Dios de los ejércitos", es por ello variable y diverso, sino que, siendo uno y el mismo, realiza innumerables operaciones divinas. Él no tiene más de alguna parte y menos de otra, sino que en todas las cosas es semejante a sí mismo. No es grande sólo en la bondad, ni inferior en la sabiduría, sino que es semejante en sabiduría y bondad. Tampoco es que en parte vea y en parte esté privado de visión, sino que todo lo ve, todo lo oye y todo lo entiende. No es que, como nosotros, comprenda en parte las cosas y en parte las ignore. Este modo de hablar es blasfemo, e indigno de la personalidad divina. Él conoce previamente lo que existe, es santo y ejerce su poder sobre todo. Él es mejor, mayor y más sabio que todas las cosas, y no se le puede señalar principio, ni forma, ni figura. Como dice Juan, "no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro" (Jn 5,37). Y como dice Moisés, "tened mucho cuidado de vosotros mismos, puesto que no visteis figura alguna" (Dt 4,15). Si la mente no puede imaginar algo que se le parezca, ¿podrá acaso penetrar en lo propio de su persona?
VII
Los errores
acerca de Dios
Muchos se imaginaron muchas cosas, pero todos erraron. Algunos pensaron que el fuego era Dios (Sb 13,2), otros que Dios era como un hombre alado (por aquello que está escrito: "Escóndeme a la sombra de tus alas"; Sal 17,8), pero todos ellos se han olvidado que Jesucristo, refiriéndose a sí mismo, clama de modo idéntico a Jerusalén: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo sus alas, y no has querido!" (Mt 23,37). Al indicar con las alas el poder de alguien que protege, los anteriores autores pensaron, en un malentendido, y cayendo en los hábitos humanos, valorar al modo humano al que es inescrutable. Otros no dudaron en señalarle siete ojos, por aquello que está escrito: "Los siete ojos del Señor, mirando sobre toda la tierra" (Zac 4,10). Pero si los siete ojos le estuviesen puestos alrededor de manera diferente, Dios vería las cosas en parte, pero no totalmente. Decir esto de él sería blasfemo e insultante, y por ello se ha de creer que Dios es perfecto en todo, según aquella palabra del Salvador: "Vuestro padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Dios es perfecto en el ver, perfecto en su poder, perfecto en su grandeza, perfecto en su conocimiento previo, perfecto en la bondad, perfecto en la justicia, perfecto en la benignidad: no limitado a un lugar, sino autor de los lugares; existente en todos los lugares, pero no circunscrito a ninguno. Es lo que recuerda la Escritura, cuando dice: "Los cielos son mi trono, y la tierra el estrado de mis pies" (Is 66,1; Hch 7,49). Su poder llega hasta las regiones inferiores de la tierra.
VIII
Dios, fuente y origen de toda la realidad
Dios es el único que está presente en todas partes, viendo todo, comprendiendo todo, construyéndolo todo por medio de Cristo (pues "todo se hizo por él, y sin él nada se hizo de cuanto existe"; Jn 1,3; Col 1,15). Él es la fuente máxima e indeficiente de todo bien, río de beneficios, luz eterna que brilla sin cesar, fuerza insuperable destinada a nuestras debilidades, de quien ni siquiera podemos oír su nombre. Dice Job: "¿Pretendes alcanzar las honduras de Dios, llegar hasta la perfección del Omnipotente?" (Job 11,7). Si ni sus obras grandes y pequeñas pueden abarcarse, ¿podrá acaso abarcarse al que todo lo hizo? "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios ha preparado para los que le aman" (Is 64,3; 1Cor 2,9). Si lo que Dios ha preparado supera la capacidad de nuestros pensamientos, ¿podremos acaso abarcar en nuestro ánimo a quien lo preparó? "¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e irrastreables sus caminos!", dice el apóstol (Rm 11,33). Y si sus juicios y sus caminos no pueden comprenderse, ¿por ventura se le comprenderá a él mismo?
IX
Idolatría a lo que no es Dios
Siendo Dios tan grande, e incluso siendo tan inmenso el Dios bueno y grande, no se arredra el hombre al decir a una piedra esculpida por él: "Tú eres mi dios" (Is 44,17). ¡Gran ceguera, que desde tanta majestad cayó en tan gran indignidad y vileza! Árbol que Dios hizo, crecido con las lluvias y que luego, quemado por el fuego, se convierte en ceniza; y a esto, digo, le llaman dios, mientras se desprecia al Dios verdadero. Ha florecido la perversidad de la idolatría. Incluso el gato, el perro y el lobo han sido adorados como si fuesen Dios. Y también el león, devorador de los hombres, ha sido adorado en lugar del Dios que tanto los ama. También han sido adorados la serpiente y el dragón, émulos de Aquel que nos arrojó del paraíso, mientras el que creó el paraíso ha sido despreciado. Incluso (vergüenza da decirlo, pero lo diré) algunos han adorado a la cebolla. El vino ha sido dado para alegrar el corazón del hombre (Sal 104,15). Pues bien, en lugar de Dios se adora a Baco. El trigo lo hizo Dios cuando dijo: "Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra" (Gn 1,11), con la intención de que el pan fortaleciese el corazón del hombre. ¿Por qué, pues, se ha adorado a Ceres? También el fuego se enciende hasta hoy mediante el choque de dos piedras. ¿Por qué, pues, se considera a Vulcano creador del fuego?
X
Politeísmo a los falsos dioses
¿De dónde viene el error de los griegos de admitir una pluralidad de dioses? Dios es incorpóreo. ¿De dónde, pues, se imputan estupros y adulterios a los que ellos llaman dioses? No menciono las transmutaciones de Júpiter en un cisne, y me ruborizo al referirme a las transformaciones en oro, pues los ungidos son indignos de Dios. Por convicto de adulterio se ha tenido al dios de los griegos, e incluso también cuentan de él numerosos asesinatos, descalabros y fulminaciones. ¿Ves en qué ha ido a parar tanta majestad? ¿No fue real el motivo por el que descendió del cielo el Hijo de Dios, para sanar tanta herida? ¿Fue acaso en vano la venida del Hijo para conocer al Padre? Sabes ya, por tanto, qué es lo que movió al Hijo único para descender desde la diestra del Padre: que se despreciaba al Padre, y hubo que enmendar el error por medio del Hijo. Así, fue conveniente que él, por quien todo fue hecho, ofreciese todas las cosas al Señor de todo. Él había que curar la herida, pues ¿qué podía ser más grave que esta enfermedad, por la que se daba culto a una piedra como si fuese Dios?
XI
Herejías acerca de Dios
No sólo entre los gentiles logra el diablo estas victorias, sino también entre muchos que engañosamente se llaman cristianos, mal llamados así porque se han atrevido a enajenar impíamente a Dios de sus criaturas. Me refiero a los herejes, de infausto nombre y hombres alejadísimos de Dios, que simulando amar a Cristo, en realidad le siguen odiando. En efecto, quien profiere insultos contra el Padre de Cristo, es enemigo de Cristo. Estos herejes se atrevieron a atribuir a Dios dos divinidades, una buena y otra mala. ¡Qué gran ceguera!, pues si se trata de divinidad, ha de ser sin duda buena, y si no es buena, ¿por qué se le llama divinidad? Lo propio de Dios es la bondad, luego una de las dos divinidades sobra, pues lo propio de Dios es la benignidad, la beneficencia y la omnipotencia. Si le llaman Dios, que junto a la denominación añadan también lo que es propio de él y su modo de obrar. Y si le despojan de su modo de actuar, que no le den entonces una calificación sin sentido.
XII
Más herejías acerca de Dios
No han temido los herejes hablar de dos dioses, fuentes respectivamente del bien y del mal, y ambos no engendrados. Pero si ambos son no engendrados, y ambos son iguales e igualmente potentes, ¿cómo puede la luz suprimir las tinieblas? ¿Son acaso alguna vez las dos cosas juntas, o por separado? Por eso no pueden serlo a la vez, pues "¿qué unión hay entre la luz y las tinieblas?", dice el apóstol. Y si están a mucha distancia entre sí, cada uno ocupa su lugar, mas si viven en lugares separados, es evidente que nosotros nos movemos en el territorio del Dios único. A ese Dios único es al que nosotros adoramos. Puede, pues, concluirse, que sólo a un Dios hay que adorar, el Todopoderoso. Así pues, si él es el único poderoso, ¿de dónde ha surgido el mal contra su voluntad? ¿Y cómo, si él no quiere, se introduce el mal? Pues si, sabiéndolo, no puede impedirlo, podría ser acusado de impotente. Y si puede y no lo impide, podría ser acusado de traidor. ¡Insensatos herejes!, el mal es ajeno a Dios, y no es que él a veces sea bueno y a veces sea malo. Simplemente, el mal es ajeno a Dios.
XIII
Más herejías acerca de Dios
La Iglesia denuncia estas herejías, y lo hace incluso abajándose hasta el fango. Lo hace para que tú no te enlodes con él, y ella recibe las heridas para que tú no te lastimes. Debe bastarte con esto: guárdate de experimentarlo. Cuando Dios truena, todos temblamos, menos aquellos que salen con gritos blasfemos. Si Dios lanza rayos, todos nos echamos al suelo, pero ellos lanzan improperios contra el cielo. Jesús dice de su Padre que "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45). Ellos, en cambio, afirman que las tormentas se originan de las pasiones amatorias, atreviéndose a decir que hay en el cielo una virgen bella con un joven hermoso.
XIV
Dios
nos libre del error
Dios nos guarde de semejantes errores. Y os pague por vuestra enemistad con el dragón, para que, cuando los herejes estén al acecho de vuestro talón, vosotros les aplastéis su cabeza (Gn 3,15). Acordaos de lo que se os dice. ¿Qué acuerdo puede haber de nuestras cosas con las suyas? ¿Cómo pueden compararse luz y tinieblas, o la seriedad y la santidad de la Iglesia con las execrables instituciones de los maniqueos? Aquí hay orden, disciplina, seriedad, castidad. Aquí es malo mirar a una mujer para satisfacer la pasión. Aquí el matrimonio es algo muy santo, y aquí hay aceptación de la continencia (quiero decir, la viudedad) y la dignidad de la virginidad compite con los ángeles. Aquí se reciben los alimentos con acción de gracias, aquí existe un ánimo agradecido hacia el autor de todas las cosas. Aquí se adora al Padre de Cristo, aquí se enseña la reverencia y el temor a quien envía la lluvia. Al Dios que truena y brilla, nosotros le tributaremos gloria y honor.
XV
La
Iglesia mantendrá la verdad
Querido hermano, estás agregado a las ovejas, así que huye de los lobos y no te apartes de la Iglesia. Odia a quienes pusieron en duda todo esto, y no te fíes incautamente de ellos si no es tras un larguísimo tiempo de penitencia. Se te ha transmitido la verdad del señorío del Dios único, así que distingue las explicaciones como se pueden distinguir las hierbas. Sé un "buen administrador, quedándote con lo bueno y absteniéndote de todo género de mal" (1Ts 5,21-22). Y si alguna vez has caído en esto, odia el error una vez reconocido. Te será un camino de salvación si expulsas el vómito. Te será un camino de salvación si lo aborreces en tu interior, si te apartas de estas cosas con los labios y el corazón, si adoras al Padre de Cristo (Dios de la ley y los profetas) y si reconoces que él es bueno y justo el Dios uno e idéntico. Él os conserva a todos estables en la fe, protegiéndoos de toda caída y de toda ofensa.