CIRILO DE JERUSALÉN
Sobre Cristo Crucificado

I
La cruz, necesaria

En cualquier acción de Cristo se gloría la Iglesia Católica, aunque el colmo de estas glorias es la cruz. Pablo, con conocimiento del asunto, dice: "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gál 6,14). Sin duda, fue admirable que un ciego de nacimiento recuperase la visión en Siloé (Jn 9), mas ¿en qué afectaba esto a todos los ciegos del mundo? Grande fue, y más allá de toda naturaleza, que Lázaro, muerto de cuatro días, resucitara (Jn 11,39), mas ésta fue una gracia que a él sólo le alcanzó, y ¿qué tenía esto que ver con todos los que en todo el mundo están muertos por sus pecados? (Ef 2,1; Rm 3,23). Fue admirable que cinco panes diesen alimento, como si manase de cinco fuentes, a cinco mil hombres (Mt 14,21), mas ¿qué es esto en comparación con los que en todo el mundo se encuentran sometidos al hambre de la ignorancia? (Am 8,11). Fue admirable que una mujer fuese totalmente liberada tras haber estado atada por Satanás durante dieciocho años (Lc 13,10-13), mas todos estamos sujetos por las cadenas de nuestros pecados. En cambio, la corona (o incluso la gloria) de la cruz ilumina a los que están ciegos por la ignorancia, y libera a los que están sujetos por el pecado, y rescata a todos los hombres.

II
El Crucificado, rescatador del pecado

No os asombre, pues, que la cruz haya redimido el orbe entero, pues no era un simple hombre, sino el unigénito Hijo de Dios, el que moría por esta causa. Ciertamente, el pecado de un único hombre, Adán, pudo introducir la muerte en el mundo. Pero si por la caída de uno reinó la muerte en el mundo, ¿por qué no habrá de reinar mucho más la justicia de uno sólo? Y si en aquel momento, a causa del leño del que nuestros padres comieron, fueron expulsados del paraíso (Gn 3,22-24), ¿acaso los que crean no habrán de entrar ahora, por el leño de Jesús, mucho más fácilmente en el paraíso? Si el primer hombre, hecho de la tierra, trajo a todos la muerte, ¿acaso quien lo hizo de la tierra (Gn 2,7), siendo él mismo la vida (Jn 15,5), no le dará vida eterna? Si Pinjás, inflamado de celo, matando al autor del delito, aplacó la ira de Dios (Nm 25,7-11), Jesús, sin matar a nadie, sino entregándose a sí mismo como rescate (1Tm 2,6), ¿acaso no deshará la cólera contra los hombres (Rm 1,18)?

III
El Crucificado, salvador de los hombres

Que no os dé vergüenza, hermanos, la cruz del Salvador, sino gloriaos en ella, pues la palabra de la cruz es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para nosotros es salvación (1Cor 1,18-25). Es más, la cruz "es una necedad para los que se pierden, más para los que se salvan (para nosotros) es fuerza de Dios" (1Cor 1,18). Como se ha dicho, no se trataba de un simple hombre que moría en favor nuestro, sino de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre. En el Antiguo Testamento, el cordero muerto, según la enseñanza de Moisés, arrojaba lejos al exterminador. Ahora bien, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29), ¿acaso no liberará mucho más de los pecados? También la sangre de una oveja irracional mostraba la salud. ¿Y la sangre del Unigénito no traerá la salvación en una mayor medida? Si alguno no cree en la fuerza del crucificado, interrogue a los mismos demonios. Y si alguien no cree en las palabras, dé crédito a las cosas claras. Son muchos los que han sido crucificados en todo el orbe, pero ante ninguno de ellos sienten pavor los demonios. Ante Cristo, crucificado por nosotros, se aterrorizan los mismos demonios, cuando simplemente ven el signo de la cruz, y no el de otros crucificados muertos por sus propios pecados, sino el de Cristo por los de los demás. Él es "el que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño" (1Pe 2,22; Is 53,9). No era Pedro quien decía esto (lo que podría despertar la sospecha de que quisiera ser grato al maestro), sino que lo había dicho ya mucho antes Isaías, que no había estado corporalmente presente ante Jesús, pero en espíritu había previsto su venida en carne. Además, no sólo está el testimonio del profeta, sino que entre los testigos está el mismo Pilato, que sentenció sobre Jesús diciendo: "No he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusáis" (Lc 23,14). En efecto, cuando Pilato entregó a Jesús a los judíos, lavando sus manos, dijo: "Inocente soy de la sangre de este justo" (Mt 27,24). Hay también otro testigo de la inocencia de Jesús, el ladrón que estaba a su lado, y que increpaba a su compañero y decía: "Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho" (Lc 23,41).

IV
Jesucristo, crucificado realmente

Así pues, Jesús padeció realmente por todos los hombres. La cruz no es ninguna ficción, pues en ese caso también la redención sería algo fingido. La muerte no fue algo aparente, sino una realidad indiscutible. Si no fuese así, la salvación sería una fábula sin más. Si la muerte hubiese sido sólo aparente, tendrían razón quienes decían: "Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: A los tres días resucitaré" (Mt 27,63). La pasión fue, pues, real. Cristo fue verdaderamente crucificado, y no nos avergonzamos de ello. Fue crucificado y no lo negamos. Más bien, yo me glorío en ello cuando lo digo, y si lo niego, argüirá en mi contra el Gólgota que tenemos aquí tan próximo. Argüirá en contra mía el madero de la cruz, que a trozos pequeños ha sido distribuido desde ese lugar a todo el mundo. Confieso la cruz porque he conocido la resurrección, pues si Cristo no hubiese ido más allá de la cruz, tal vez no le habría confesado, y hubiese escondido la cruz juntamente con el maestro. Por ello, puesto que la resurrección ha seguido a la cruz, no me da vergüenza proclamarla.

V
Jesucristo, condenado sin pecado alguno

Fue crucificado, pues, el que, como todos, vivió en la carne. Pero no con pecados semejantes, pues no fue llevado a la muerte por la avidez de riquezas, y él era un maestro en la pobreza y en la renuncia a los bienes. No fue condenado por su pasión libidinosa, pues él que dijo claramente: "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón" (Mt 5,28). A nadie golpeó o hirió con soberbia, sino que a quien le golpeaba le mostró la otra mejilla (Mt 5,39). Y no despreciaba la ley, sino que la llevaba a su plenitud (Mt 5,17). No acusaba de falsedad a los profetas, pues él era el que había sido anunciado por ellos. No defraudaba en los pagos, pues curaba sin cobrar y gratuitamente. No pecó en modo alguno, ni de palabra, ni de obra, ni de pensamiento. "El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño, y al ser insultado no respondía con insultos, al padecer, no amenazaba" (1Pe 2,22-23; Is 53,9). Él no vino a la pasión forzado, sino por su propia voluntad, y a quien le dijo que tuviese compasión de sí mismo, le dijo aquello de: "Apártate de mí, Satanás" (Mt 16,23).

VI
Jesucristo, dispuesto a la pasión

¿Quieres persuadirte más de que Cristo vino por voluntad propia a la pasión? Pues aquí tienes la respuesta: todos los demás, que ignoran su destino, mueren de mala gana, pero él predijo de su propia pasión cuando dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado" (Mt 26,2). ¿Sabes por qué él, que amaba a los hombres, no rehusó la muerte? Para esto mismo: para que el mundo no se perdiese por sus pecados. De ahí que Cristo dijese: "Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado y será crucificado" (Mt 20,18-19). ¿Deseas conocer claramente que la cruz de Jesús es gloriosa? Pues no me oigas a mí, sino a quien así lo dice. Era Judas quien lo entregaba, lleno de ingratitud hacia quien los había invitado. Se marchó pronto de la mesa tras beber el cáliz de la bendición, pero pasó de esta bebida de la salvación a derramar la sangre del justo, como recuerda la escritura: "El que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar" (Sal 41,10). Poco antes, sus manos recibían las bendiciones (o los trozos del pan bendecido), e inmediatamente después tramaba su muerte por el dinero pactado de la traición. Al ser cogido en ello, y al oír lo de "tú lo has dicho" (Mt 26,25), Judas salió de la cena, y entonces dijo Jesús: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" (Jn 12,23). ¿Ves cómo sabía Jesús que su propia cruz era gloria para él? Si Isaías, al ser aserrado, no cree que eso sea vergonzoso, Cristo, que muere por el mundo, ¿lo considerará un oprobio? No, sino todo lo contrario, pues "ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" (Jn 12,23), y no porque antes careciese de gloria, pues había sido glorificado "con la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese" (Jn 17,5; 17,24). Es más, desde la eternidad era glorificado Cristo como Dios, y ahora por la corona del sufrimiento. Cristo, pues, no perdió su vida sin que lo quisiese, ni fue muerto desprovisto de su fuerza, sino voluntariamente. Y si no, escucha lo que dice: "Tengo poder para dar la vida y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10,18), a forma de decir: Yo cedo ante los enemigos voluntariamente, pues, si no quisiera, no se realizaría. Cristo llegó a la pasión por su voluntad libre, alegrándose de la obra eximia y más todavía por la corona que habría de recibir: la salvación de los hombres. Al no avergonzarse ante la cruz, Jesús llevaba la salvación a todo el orbe. Y no era un hombre vil el que sufría, sino Dios hecho hombre, luchando por el premio a su obediencia.

VII
Jesucristo, modelo de sufriente

Los judíos están siempre en contra de todo, y siempre preparados para la contradicción y tardos para creer. Por eso decía el profeta: "Señor, ¿quién ha dado crédito a nuestra predicación?" (Is 53,1). Creen los persas, pero no creen los hebreos, como está Escrito: "Los que ningún anuncio recibieron de él, le verán, y los que nada oyeron, comprenderán" (Rm 15,21; Is 52,15). Pues bien, los judíos reflexionan sobre ello, rechazan aquello en lo que piensan y nos replican: ¿Es que acaso sufre Dios? ¿Y no hubo fuerzas humanas mayores que la misma fuerza del Señor? Volved a leer, pues, judíos, el libro de las Lamentaciones, en el que, quejándose de vosotros Jeremías, escribió en ellas cosas verdaderamente dignas de lamentar. En efecto, Jeremías vio vuestra perdición, y contempló vuestra caída, y se lamentó de la Jerusalén antigua, pues por la que ahora existe no habrá llantos. Aquella crucificó al Mesías, pero la presente lo adora. En concreto, en el libro de las Lamentaciones se dice que "nuestro aliento vital, Cristo el Señor, quedó preso en nuestra corrupción". ¿Acaso estoy usando expresiones imaginarias? El texto habla de Cristo el Señor, hecho prisionero por los hombres. ¿Qué sucederá entonces? Nos lo responde el propio profeta: "A su sombra viviremos, entre las naciones" (Lm 4,20), señalando que la gracia de la vida ya no estará en Israel, sino entre los gentiles.

VIII
Los testimonios de la pasión

Como los judíos nos contradicen de múltiples maneras, vamos a exponer algunos testimonios de la pasión. Todo lo que atañe a Cristo ha quedado escrito, y nada es ambiguo ni ha quedado nada sin consignar. Todo ha quedado escrito en los testimonios de los profetas, y no en tablas de piedra, sino claramente descrito por el Espíritu Santo. Así pues, cuando oyeres el relato evangélico sobre las acciones de Judas, ¿acaso no debes prestar atención a este testimonio? Oíste que el costado de Cristo fue atravesado por una lanza, así que ¿no deberás examinar que también eso está escrito? (Jn 19,24-37). Oíste que fue crucificado en el huerto, así que ¿no deberás comprobar que eso ha quedado escrito? (Jn 19,41). Oíste que fue vendido en treinta monedas de plata, así que ¿no escucharás al profeta que habló de ello (Mt 26,15; Zac 11,12b). Oíste que le fue dado a beber vinagre, así que aprende también dónde está esto escrito (Jn 19,29 y Sal 69,22). Oíste que el cuerpo fue sepultado dentro de una roca tapada con una piedra (Mt 27,60), así que ¿no aceptarás el testimonio del profeta sobre este asunto (Is 53,9)? Oíste que fue crucificado entre ladrones (Mt 27,38), así que ¿no debes enterarte también de si eso estaba escrito? Oíste que fue sepultado (Mt 27,59-60), así que ¿no deberás averiguar si en algún lugar se escribió acerca de su sepultura (Is 53,9)? Oíste que resucitó, así que ¿no deberás investigar si te engañamos con estas enseñanzas? No obstante, "mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría" (1Cor 2,4). Es decir, no se construyeron con artificios sofistas, sino que más bien los deshacen. No buscaron una guerra de palabras, sino que "predicamos a un Cristo crucificado" (1Cor 1,23), lo cual había sido predicado anteriormente por los profetas. Al acoger estos testimonios, hermanos, selladlos en el corazón, sobre todo los de mayor importancia. Entended mi argumentación, y tomaos el trabajo de averiguar lo demás. Que vuestra mano no esté tendida sólo para recibir, sino también para actuar (Eclo 4,31). Dios todo lo gratificará, y "si alguno de vosotros está a falta de sabiduría, que la pida a Dios, que da a todos generosamente" (St 1,5), y de él la recibirá. Él mismo, movido por vuestras súplicas, os concedrá creer.

IX
Sobre la traición de Judas

Busquemos, por consiguiente, los testimonios acerca de la pasión de Cristo. Hemos decidido no hacer una exposición puramente contemplativa de las Escrituras, sino más bien convencernos, mediante datos ciertos, de aquellos que creemos. Antes recibiste los testimonios acerca de la venida de Jesús. También está escrito que caminó sobre el mar ("por el mar iba tu camino"; Sal 77,20, y "holló la espalda del mar"; Job 9,8), y has recibido el testimonio de diversas curaciones. Comenzaré, pues, por el principio de la pasión. Judas fue traidor, llegó como adversario, y allí estuvo hablando de modo pacífico mientras maquinaba hostilidades. Dice de él el salmista: "Mis amigos y compañeros se apartan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan" (Sal 38,12), y: "Sus palabras, más suaves que el aceite, son espadas desnudas" (Sal 55,22). En el momento en que dijo "salve, rabbí" (Mt 26,49), Judas entregó al Maestro a la muerte, sin tener en cuenta la advertencia de quien decía: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?" (Lc 22,48), a forma de decirle: Acuérdate de tu nombre (pues Judas significa confesión) y rompe ese pacto por el que recibiste la plata. Como dice el salmo "Oh Dios de mi alabanza, no te quedes mudo. Boca de impío, boca de engaño, se abren contra mí. Me hablan con lengua de mentira, con palabras de odio me envuelven" (Sal 109,1-3). Cuando Judas llegó con algunos de los principales sacerdotes, por tanto, Jesús fue maniatado ante las puertas de la ciudad, como recuerda el salmo acerca del tiempo y del lugar: "Regresan a la tarde, aúllan como perros, rondan por la ciudad" (Sal 59,7.15).

X
Sobre las treinta monedas

Escuchad también algo, pues, acerca de las treinta monedas de plata. En la Escritura, dice el Señor de sí mismo: "Si os parece bien, dadme mi jornal; si no, dejadlo" (Zac 11,12), a forma de decir: A mí me debéis la gracia de la curación de los ciegos y de los cojos, y lo que recibo no es agradecimiento sino ultraje, no adoración sino injuria. ¿Veis cómo la Escritura conoció con antelación el futuro? Y si no, escucha esto: "Ellos pesaron mi jornal: treinta siclos de plata" (Zac 11,12). ¡Oh palabra profética de literal precisión! ¡Oh sabiduría inmensa y certera del Espíritu Santo! Pues no dijo diez ni veinte, sino expresa y exactamente treinta, como en realidad fueron. Di también, profeta, a dónde fue a parar esta paga, y si el que la recibió la retendrá o la habrá de devolver, y si después de devolverla, qué pasará con él. En efecto, dice el profeta: "Tomé los treinta siclos de plata y los eché en la casa de Yahveh, en el horno" (Zac 11,13), que es lo mismo que describe el evangelio, al decir: "Entonces Judas, acosado por el remordimiento tiró las monedas en el santuario, y después se retiró" (Mt 27,3.5).

XI
Sobre el campo del alfarero

Alguno me podría decir que el profeta dice "los eché en la casa de Yahveh, en el horno" (Zac 11,13), y que el evangelio dice "el Campo del Alfarero" (Mt 27,10). No obstante, atended a cómo ambas cosas son verdad. Los judíos, es decir, aquellos que entonces eran príncipes de los sacerdotes, al ver que Judas se arrepentía y exclamaba "pequé entregando sangre inocente" (Mt 27,4), le replican: "A nosotros ¿qué? Tu verás" (Mt 27,4). ¿Nada tiene que ver con vosotros, que lo crucificasteis? Que vea el que recibió y devolvió el dinero del crimen. ¿Y nada tendréis que ver quienes lo habéis hecho? Después de eso, los judíos dijeron entre sí: "No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre" (Mt 27,6). Vuestra boca os condena, oh judíos, puesto que el precio es abominable y abominable es también el crimen. Además, si cumplís la justicia crucificando a Cristo, ¿por qué no aceptáis el precio? Volviendo a la pregunta, ¿cómo es que no hay desacuerdo entre el Campo del Alfarero del evangelio y el horno del profeta? En realidad, no sólo disponen de horno quienes trabajan el oro, ni sólo quienes trabajan con monedas, sino que también los alfareros tienen un horno para el barro. Con él, los alfareros separan la tierra más fina y la más espesa, colando la que se utilizará para separarla de los guijarros. Escogiendo abundante material moldeable, los alfareros lo amasan, preparando así lo que se habrá de cocer. ¿De qué, pues, te asombras si el evangelio habla, con mayor claridad, del Campo del Alfarero, al tiempo que el profeta pronunció la palabra horno de modo enigmático, siendo así que las profecías se contienen a menudo en enigmas?

XII
Sobre el complot contra Jesús

"Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en casa del sumo sacerdote" (Lc 22,54). ¿Quieres saber y ver que también esto está escrito en las profecías? De ser así, escucha a Isaías, cuando dice: "¡Ay de aquellos que deliberaron depravadamente entre sí diciendo: Maniatemos al justo, porque nos resulta incómodo" (Is 3,9-10). Ciertamente, ¡ay de aquellos!, mas expliquemos esto. Isaías fue partido en dos, pero el pueblo recibió después la salud. Jeremías fue arrojado al lodo de la cisterna (Jer 38,6), pero así se curó la herida de los judíos (porque, al ser un pecado contra un hombre, era más leve). En su caso, los judíos no pecaron contra un hombre, sino contra Dios hecho hombre ("¡ay de ellos!"), diciendo: "Maniatemos al justo". Alguno me preguntará: ¿No podría haberse desatarse a sí mismo Jesús, si él había sido capaz de librar a Lázaro de las ataduras de una muerte de cuatro días (Jn 11,39), y de liberar a Pedro de las cadenas de hierro de la prisión (Hch 12,7)? De hecho, los ángeles se encontraban dispuestos a ello, diciendo: "Rompamos sus coyundas" (Sal 2,3). Efectivamente, así pudo haber sido, pero eso no sucedió porque Dios quiso sufrir, y dejarse ser conducido a juicio por los ancianos (Mt 26,57) para que en el futuro no puedan replicarle nada. De hecho, dice la Escritura que "Yahveh demandará en juicio a los ancianos de su pueblo y a sus jefes" (Is 3,14).

XIII
Sobre el juicio a Jesús

Al interrogar a Jesús el sumo sacerdote, éste se indigna al oír la verdad en boca de Jesús (Mt 26,62-63), y uno de los peores de sus servidores le da una bofetada. Aquel rostro, que en otro momento había resplandecido como el sol (Mt 17,2), soportó que unas manos inicuas lo quebrasen. Por su parte, otros se acercaban escupiendo al rostro de quien mediante la saliva había curado al ciego de nacimiento (Jn 9,6), recordando así la Escritura: "¿Así pagáis a Yahveh, pueblo insensato y necio?" (Dt 32,6). No es extraño, pues, que el profeta se asombre y diga: "¿Quién dio crédito a nuestra noticia?" (Is 53,1). Realmente, es algo increíble que Dios, el Hijo de Dios, y el brazo de Yahveh, estén expuestos a estas cosas, como recuerda la Escritura: "Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban" (Is 50,6). Pilato, una vez flagelado, lo entregó para ser crucificado (Mc 15,15), cumpliéndose también así la Escritura: "Ofrecí mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos" (Is 50,6). Es decir, Jesús vino a decir: Previendo que me habían de golpear, ni siquiera torcí la mejilla levemente. Con estos testimonios, queda claro que "el que ama su vida, la pierde" (Jn 12,25). Si Dios soportó sufrir estas cosas, fue para que nosotros no nos avergonzásemos de sufrir esas mismas cosas por su causa. Habéis visto ya, hermanos, cómo todas estas cosas habían sido ampliamente predichas por los profetas. Como ya os dije, muchos testimonios de la Escritura los paso por alto, a causa del poco tiempo disponible. Con todo, si alguien se anima a investigarlo todo cuidadosamente, verá que ninguna de las cosas referentes a Cristo quedará sin su correspondiente testimonio.

XIV
Sobre Pilato y Herodes

Maniatado llegó Cristo de Caifás hasta Pilato. ¿Acaso no estaba también esto previamente escrito? Sobre todo en Oseas, cuando dice: "Atándolo, lo llevaron como presente al rey Jarim" (Os 10,7). Alguno de vosotros me argüirá que Pilato no era rey, así que ¿cómo puede ser profecía que lo llevaran atado ante el rey Jarim"? Si ese tal sigue leyendo el evangelio, verá que "al oír Pilato que Jesús era de Galilea, le remitió a Herodes". Herodes era entonces el rey de Judá, y casualmente se encontraba en Jerusalén (Lc 23,7). Con esto, queda probada la aplicada diligencia del profeta (que habla de un reo entregado como presente), pues el evangelio dice que Jesús fue enviado como regalo, porque "aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados" (Lc 23,12). Fue oportuno, por tanto, que el que había de llevar paz a la tierra, y pacificar el cielo, pacificase en primer lugar a quienes le condenaban, como recuerda la Escritura: "Reconcilia los corazones de los príncipes de la tierra" (Job 12,24).

XV
Sobre el pueblo judío

Aceptó Cristo, por tanto, ser llevado por los soldados, y que diesen vueltas a su alrededor mientras Pilato estaba "sentado en el tribunal" (Mt 27,19). Así, el que desde siempre había estado sentado a la derecha del Padre, en este momento permanece en pie mientras era juzgado. El pueblo había sido por él liberado de Egipto, y de otros tanto lugares, más ahora vociferaba contra él diciendo: "¡Crucificalo, crucificalo!" (Jn 19,6). Ante esto, el profeta exclama estupefacto: "¿Contra quién abrís la boca y sacáis la lengua?" (Is 57,4). Y el mismo Señor mismo relata en los profetas: "Se ha portado conmigo mi heredad como un león en la selva, que me acosaba con sus voces" (Jer 12,8), a forma de decir. No la expulsé yo, sino que ellos me expulsaron a mí. Por eso he abandonado mi casa".

XVI
Sobre la actitud de Jesús

Mientras era juzgado, Jesús callaba, de modo que Pilato estaba padeciendo y decía: "¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos atestiguan contra ti?" (Mt 26,62). Pilato dijo esto, pero no porque conociera al que estaba siendo juzgado, sino porque temía qué significado tendría para él el sueño de su mujer (Mt 27,19). Mientras tanto, Jesús callaba, recordando lo que dice el salmista: "Soy como hombre que no oye, ni tiene réplica en sus labios" (Sal 38,15), y: "Como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca" (Sal 38,14; Is 53,7). También esto lo has oído, si recuerdas.

XVII
Sobre los soldados romanos

Los soldados que había a su alrededor se burlaban de Jesús, y el Señor era para ellos objeto de escarnio y de mofa, como recuerda la Escritura: "Me ven y menean su cabeza" (Sal 109,25). Se vislumbra aquí la imagen del Reino, pues aunque se burlan, también doblan su rodilla (Mt 27,29). En efecto, unos soldados lo clavan a la cruz, pero antes le colocaron un manto de púrpura (Mt 27,28) y una corona sobre su cabeza. ¿De qué es, pues una corona, sino de realeza y de reino? No obstante, la corona era de espinas? (Mt 27,29). En definitiva, Jesús fue proclamado rey de todo por los soldados, y coronado por todos los soldados, como recuerda el Cantar de los Cantares: "Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó su madre" (Cant 3,11). Aquella corona era un misterio, pues suponía la destrucción de los pecados y la absolución de la sentencia de condenación.

XVIII
Sobre la maldición de la higuera

Adán recibió la condena de Dios, cuando le dijo: "Maldito sea el suelo por tu causa. Espinas y abrojos te producirá" (Gn 3,17.18). Por eso tomó sobre sí Jesús las espinas, para deshacer la maldición. Y por eso fue sepultado en tierra, para que la tierra que había sido maldecida recibiese bendición en lugar de maldición. En el momento del primer pecado, se ciñeron unas hojas de higuera (Gn 3,7). Por eso Jesús puso fin a los signos con una higuera, y cuando tuvo que marchar a la pasión, hirió a la higuera con una maldición (Mt 24,32). No se refirió a toda higuera, sino a aquella sola diciendo en imagen: "¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!" (Mc 11,14). Es decir, que quede deshecha la condena. En la época en que las higueras se revisten de hojas es precisamente cuando no hay alimentos, así que ¿quién ignora que en tiempo de invierno la higuera no da frutos, sino que sólo tiene hojas? ¿Es que Jesús ignoraba lo que todos sabían? No, sino que sabía de qué iba, y por eso vino buscando, sin desconocer que no encontraría nada y extendiendo su maldición sólo a las hojas.

XIX
Sobre los desprecios judíos

Una vez que nos hemos acercado a las cosas del paraíso, admiremos la verdad de sus prefiguraciones. En el paraíso se produjo la caída, y en el huerto la salvación. Del árbol vino el pecado, pero hasta el árbol llegó el pecado. A la tarde, cuando el Señor iba caminando, buscaron escondite (Gn 3,8), y es por la tarde cuando el ladrón fue introducido por el Señor en el paraíso (Lc 23,43). Alguno me dirá: A ver si me puedes mostrar por los profetas el leño de la cruz, pues no asentiré si no me muestras un testimonio profético. Pues bien, escucha a Jeremías y convéncete: "Yo que estaba como cordero manso llevado al matadero" (Jer 11,19). Y lee, además, esta pregunta que hace Jesús: "¿No sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado?" (Mt 26,2). ¿Era acaso él quien lo ignoraba? Como dice por boca de Jeremías, "yo estaba como cordero manso llevado al matadero" (Jer 11,19). O como dice el propio Juan Bautista, "he aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). ¿Acaso él, que conoce los pensamientos, ignoraba los acontecimientos? Por supuesto que no, como profetizó en boca de Jeremías al decir: "Contra mí tramaban maquinaciones, diciendo: Queremos poner madera en su pan" (Jer 11,19). Si Dios os considera dignos, más tarde conoceréis que su cuerpo mostraba, según el evangelio, la figura del pan. Así pues, los judíos maquinaron contra él, diciendo: "Venid, pongamos madera en su pan, borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mentarse". Oh judíos, la vida no se destruye, así que ¿por qué os fatigáis con un trabajo inútil? Vuestro proyecto es vano, y "¡sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol!" (Sal 72,17). Y sobre que la vida estaba colgada en el madero, lo dice Moisés, al lamentarse y decir: "Tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, y ni de tu vida te sentirás seguro" (Dt 28,66). Como dijo Isaías, "¿quién dio crédito a nuestra noticia?" (Is 53,1).

XX
Sobre el leño de la cruz

La señal de la cruz fue ilustrada por Moisés cuando crucificó a la serpiente, para que quien hubiera sido mordido por una de ellas viviera al mirar a la serpiente de bronce. Es decir, por creer en la salvación (Nm 21,4-9). Pues bien, si la serpiente de bronce crucificada concedía la salvación, ¿no otorgará la salvación el Hijo de Dios clavado a la cruz? En tiempos de Noé, por un arca de madera se conservó la vida (Gn 7,23), y cuando Moisés extendió su vara sobre el mar, éste se retiró por reverencia hacia el que lo tocaba (Ex 14,16-21). Pues bien, si Moisés tanto pudo con su cayado, ¿será ineficaz la cruz del Salvador? Dejo a un lado, en honor a la brevedad, otras muchas figuras. Sin embargo, Moisés volvió dulce el agua en su momento (Ex 15,25), y del costado de Cristo brotó el agua, en el madero de la cruz (Jn 19,34).

XXI
Sobre el agua y sangre del costado

El primero de los signos de Moisés fue el agua y la sangre, y éste fue el último de los signos de Jesús. En primer lugar, Moisés transformó el río en sangre (Ex 7,20) y Jesús, por último, hizo brotar desde el costado agua con sangre. Quizás a causa de las dos voces, de una parte la de quien le juzgaba, y de otra la de quienes cruelmente gritaban. O quizás, por causa de los que creyeran o de los incrédulos. Mientras Pilato decía "es inocente", otros vociferaban: "Su sangre sobre nosotros" (Mt 27,24.25). Ambas cosas brotaron de su costado: el agua (en referencia al juez) y la sangre (teniendo en cuenta a los que gritaban), o bien la sangre para los judíos y el agua para los cristianos, o para aquellos la condenación (por la sangre derramada) y para nosotros la salvación (por el agua derramada9. Nada ha sucedido en vano, y todo nos ha sido transmitido por los intérpretes de la Escritura, nuestros padres. Otra explicación del asunto puede ser que en los evangelios se habla de una doble fuerza del bautismo de salvación: a través del agua (que se concede a los que son iluminados) y a través de la sangre (la de los mártires, en tiempo de persecución). En definitiva, brotaron del costado del Salvador sangre y agua, y eso confirma la gracia de la confesión hecha por Cristo tanto en el bautismo como en épocas de martirio. Con todo, también hay otra causa de aquello del costado, y es ésta: Principio y cabeza del pecado fue la mujer, que fue formada de un costado. Pero una vez que vino Jesús, para otorgar el perdón a la vez a hombres y mujeres, el costado fue traspasado en las mujeres con el fin de deshacer el pecado.

XXII
La cruz, fuente de gloria

Si alguien profundiza más, encontrará también otras causas sobre el agua y sangre del costado de Cristo, aunque baste lo dicho tanto por la escasez de tiempo como por no cansar vuestros oídos. No obstante, nunca se debe experimentar cansancio a la hora de oír los triunfos del Señor, sobre todo en este Gólgota tres veces santo, que algunos sólo oyen y nosotros vemos y tocamos. Que nadie se canse, y con la misma cruz de Cristo tome las armas contra los adversarios. Haced de la fe en la cruz, hermanos, el estandarte contra los contradictores. Cuando tengáis que discutir sobre la cruz contra los que no creen, haced antes con la mano la señal de la cruz, y callará el enemigo. No os avergoncéis de confesar la cruz, pues en ella se glorían los ángeles diciendo: "Sé que buscáis a Jesús, el crucificado" (Mt 28,5). ¿Es que acaso no podías, oh ángel, decir: "Sé a quien buscáis, a mi Señor"?. Pues no, sino que añade: "Lo he conocido crucificado". La cruz es, pues, triunfo, y no ignominia.

XXIII
El Crucificado, fuente de salvación

Volvamos ahora a lo que queríamos mostrar por los profetas. El Señor fue crucificado, y habéis recibido los pertinentes testimonios. Así que observad este lugar del Gólgota y asentid con él, sin jamás negarlo en época de persecución. Que la cruz no sea para vosotros alegría sólo en tiempo de paz, sino tened la misma fe en época de persecución, para que no ocurra que sois amigos de Jesús en tiempo de paz y enemigos en tiempo de dificultades. A continuación recibiréis el perdón de los pecados, y las gracias generosas del regalo espiritual del Rey. Cuando estalle la guerra, combatid esforzadamente por vuestro rey Jesús, que nada había pecado y ha sido crucificado por vosotros. ¿Te dejarás crucificar por Aquel que por ti fue clavado a la cruz? No eres tú quien da la gracia, pues primero la recibiste tú. Lo que tú haces es devolverla, pagando la deuda al que en el Gólgota fue crucificado por ti. Volviendo a las explicaciones, Gólgota significa "lugar de la calavera" (Jn 19,17). ¿Y quiénes pusieron a aquel lugar el nombre de Gólgota, en el que Cristo cabeza padeció la cruz? Lo explica el apóstol, cuando dice: "Él es imagen de Dios invisible" (Col 1,15) y: "Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia" (Col 1,18) y: "La cabeza de todo varón es Cristo" (1Cor 11,3) y: "Es la cabeza de todo principado y de toda potestad" (Col 2,10). La cabeza padeció en el "lugar de la calavera". ¡Oh nombre grande y lleno de sentido profético! Pues casi el nombre mismo te advierte como diciendo: No te fijes en el crucificado como un simple hombre, pues es "cabeza de todo principado y toda potestad". Es decir, es "cabeza de toda potestad" el que ha sido clavado a la cruz y tiene al Padre por cabeza, pues "la cabeza del hombre es Cristo, y la cabeza de Cristo es Dios" (1Cor 11,3).

XXIV
La pasión de Cristo, profetizada

Cristo fue, pues, crucificado por nosotros. El juicio se celebró de noche y en un ambiente frío, motivo por el que encendieron unas brasas (Jn 18,18). Fue crucificado a la hora tercia (Mc 15,25), y desde la hora sexta hubo tinieblas hasta nona (Mt 27,45), y de nuevo hubo luz desde la hora nona. ¿Acaso también estas cosas están escritas? Busquemos, y veamos que Zacarías dice: "Aquel día no habrá ya luz, sino frío y hielo. Un día único será, conocido sólo de Yahveh" (Zac 14,6-7). ¿Qué pasa? ¿No conoció acaso otros días? Sí, pero "éste es el día que hizo Yahveh" (Sal 118,24), el de la paciencia del Señor, el "conocido sólo de Yahveh", en el que "no habrá día y luego noche" (Zac 14,7). ¿Cuál es el enigma que narra el profeta? Éste mismo: que aquel día no consta de día y noche. ¿Cómo lo llamaremos? El evangelio lo interpreta con su narración, al decir que "no habrá día", pues el sol no brilló, como acostumbra, de Oriente a Occidente, sino que desde la hora sexta hasta la hora nona hubo tinieblas a mitad del día. Hubo, pues, tinieblas de por medio. Pero Dios había llamado a las tinieblas noche. Por tanto, no había distinción entre día y noche, y ni la luz era total (de modo que se llamase día) ni podía llamarse noche porque todo fuese tinieblas, sino que el sol brilló después de nona. Esto lo anunció el profeta, al decir queo "no habrá día y luego noche" (Zac 14,7) y "a la hora de la tarde habrá luz" (Zac 14,7). ¿Te das cuenta de lo acertado de la palabra de los profetas, y de la verdad de las cosas predichas?

XXV
La muerte de Cristo, profetizada

¿Queréis saber exactamente la hora en que el sol se oscureció, y si fue a la hora quinta, octava o décima? Díselo claramente, oh profeta, a los judíos incrédulos: ¿Cuándo se ocultó el sol? Nos contesta el profeta Amós, con estas palabras: "Sucederá aquel día que yo haré ponerse el sol a mediodía,, y en plena luz del día cubriré la tierra de tinieblas" (Am 8,9). ¿Cuál es esta distribución del tiempo, oh profeta, y cuál es el día? Estos mismos: "Trocaré en duelo vuestra fiesta" (Am 8,10). De hecho, esto estaba sucediendo en la fiesta de los Azimos y en la fiesta de la Pascua (Mc 14,1). ¿Y cómo será ese día? Lo explica el mismo profeta: "Lo haré como duelo de hijo único, y su final como día de amargura" (Am 8,10). En ese día, en el de los ázimos, las mujeres se lamentaban y lloraban (Lc 23,27), mientras los apóstoles se ocultaron y estaban deshechos de dolor. Admirable es, pues, la profecía.

XXVI
Sobre el manto y la túnica

Alguno me dirá que le dé otro signo. ¿Qué otra nota hay característica de todo esto? Cuando Jesús iba a ser crucificado, se servía de una túnica y de un manto, pero los soldados se repartieron el manto (tras dividirlo en cuatro partes), mientras que la túnica no la rasgaron (porque para nada hubiera servido partida en trozos) sino que los soldados se la echaron a suertes entre ellos (Jn 19,23-24). Se reparten a trozos el manto y echan a suertes la túnica al completo. ¿No estaba también eso escrito? Según los afanosos salmistas de la Iglesia, que imitan a los ejércitos angélicos, y celebran a Dios con alabanzas continuas, estos pasajes del Gólgota sí que merecían ser salmodiados, y por eso dijeron: "Repártense entre sí mis vestiduras, y se sortean mi túnica" (Sal 22,19). Aquel sorteo fue el sorteo de los soldados.

XXVII
Sobre la capa purpúrea

Cuando estaba siendo juzgado por Pilato, Jesús estaba vestido de rojo, mas lo cubrieron con un manto de color púrpura (Mt 27,28). ¿También está escrito esto? Isaías se hace la misma pregunta, al decir: "¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo?" (Is 63,1), como queriendo decir: ¿Quién es éste que es vestido de púrpura para avergonzarlo? (pues a eso suena bosrá entre los hebreos). ¿Y por qué está "de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero" (Is 63,2)? Y acaba por contestarla él mismo, diciendo: "Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde, que sigue un camino equivocado en pos de sus pensamientos" (Is 65,2).

XXVIII
La viña del mundo, salvada para siempre

Jesús extendió sus manos en la cruz para abarcar los confines del mundo, desde este lugar central de la tierra que está aquí, en el Gólgota. Y no es palabra mía, sino del profeta que dijo: "Autor de salvación en medio de la tierra" (Sal 74,12). Jesús extendió sus manos humanas, con las cuales había creado y dado consistencia al cielo (Sal 33,60). Sus manos habían sido fijadas con clavos, clavando así al leño los pecados de la humanidad, para en dicho madero muriesen de una vez por todas, y de allí resucitase la justicia. De esta manera, "como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la vida" (Rm 5,12-21), por un hombre que, siendo el Salvador, padeció voluntariamente la muerte (pues tenía "poder para dar la vida y poder para recobrarla de nuevo"; Jn 10,18).

XXIX
La viña de Israel, muerta para siempre

Más adelante, Jesús dijo: "Tengo sed" (Jn 19,28). Lo dijo él, que de una áspera roca les dio agua (Ex 17,1-7) y exigió los frutos de la viña que plantó (Jer 2,21; Is 5,2). ¿De qué viña? Por su origen, la de los santos patriarcas, más por defecto, la de los homicidas sodomitas. Por eso le dieron al Señor "vinagre empapado en una esponja, puesta en una caña" (Jn 19,29). Se cumple así aquello de "su viña es viña de Sodoma, y plantación de Gomorra" (Dt 32,32), y: "Veneno me han dado por comida, y en mi sed me han abrevado con vinagre" (Sal 69,22). ¡Veis la perspicacia de la predicción profética? ¿Y cómo fue la hiel que pusieron en su boca? Lo explica el evangelio: "Le dieron vino con mirra" (Mc 15,23). Es decir, mirra con sabor a hiel, y un poco amarga. ¿Así pagaron al Señor? ¿Es esto lo que ofreció su viña al Señor? Sí, y por eso se quejaba justamente Isaías, diciendo: "Una viña tenía mi amigo en un fértil otero" (Is 5,1), en la que "esperó que diese uvas" (Is 5,2), hasta que "cuando creyó obtener vino, recibió espinas". Ya veis la corona con la que hemos sido redimidos. ¿Y qué es lo que hará el dueño de la viña? Lo contesta Isaías: "A las nubes prohibiré llover sobre ella" (Is 5,6). Es decir, ya no tendrá nubes, ya no tendrá profetas, pues será en la Iglesia donde volverá a haber profetas, como dice Pablo: "En cuanto a los profetas, hablen dos o tres, y los demás juzguen" (1Cor 14,29), y: "Cristo dio a uno el ser apóstoles; a otros, profetas" (Ef 4,11). Fue el caso del profeta Agabo, que se ató de manos y pies (Hch 21,10-11).

XXX
Sobre los dos ladrones

Sobre los ladrones que fueron crucificados con Jesús (Lc 23,32) se ha dicho: "Con los rebeldes fue contado" (Is 53,12). en efecto, uno y otro fueron al principio inicuos. Uno de ellos dejó de serlo, pero el otro despreció las leyes hasta el final, sin humillarse para su salvación y sin dejar de blasfemar estando clavado de manos y pies a la muerte. Los judíos movían sus cabezas injuriando al Crucificado, y con ello cumpliendo lo que estaba escrito. "Me ven y menean su cabeza" (Sal 109,25; Mt 27,39; Lc 23,39-43). De él se burlaba también el blasfemo ladrón, y eso que el buen ladrón le increpaba para que se callase, al tiempo que decía: "Jesús, acuérdate de mí" (Lc 23,42), a forma de decir: Señor, déjalo, pues están ciegos los ojos de su mente, y piensa sólo en mí, que soy tu compañero de camino. Tras lo cual, exclamó: "Señor, acuérdate de mí". ¡Observad!, el buen ladrón no dice "acuérdate de mí" ahora, sino "cuando vengas en tu reino" (Lc 23,42).

XXXI
Sobre el buen ladrón

¿Qué energía, oh ladrón, te iluminó? ¿Quién te enseñó a adorar al que había sido ultrajado y crucificado contigo? ¡Oh luz eterna, que ilumina a los que yacen en tinieblas (Lc 1,79)! El buen ladrón oyó de Jesús, desde luego, la palabra confía. Y no porque sus obras debieran ser la base de tu confianza, sino porque allí había un Rey dispuesto a agraciarle. La petición del ladrón se hizo sobre algo muy lejano (la segunda venida de Cristo), pero la gracia le llegó muy rápidamente, cuando Jesús le dijo: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). ¿Cuánto de rápida fue esta salvación? Así de rápida: en cuanto "has oído mi voz y no has endurecido tu corazón" (Sal 94,8). Es decir, con la misma prontitud con que Cristo pronunció sentencia contra Adán, y con la misma con que le perdonó. Es decir, con la misma que dijo "el día que comieres de él, morirás sin remedio" (Gn 2,17) y con la que el ladrón ha entregado sus oídos a la fe. Por un árbol cayó Adán y fue expulsado del paraíso, y por un árbol el ladrón se restituyó y fue introducido en el paraíso. ¡Observad!, porque no dijo Jesús "hoy partirás al", sino "hoy estarás en", y no dijo tú mismo, sino conmigo, para no ser rechazado, según lo predicho por la Escritura que dijo: "No temas a la espada de fuego, pues ella es la que teme al Señor" (Gn 3,24). ¡Oh gracia inmensa e inefable! No ha entrado todavía Abraham el creyente, y ya entra el ladrón arrepentido. Todavía no han entrado Moisés y los profetas, pero sí entra un ladrón. Antes que vosotros, se admiró de esto Pablo diciendo: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Los que han soportado el calor (Mt 20,12) todavía no han entrado, pero sí ha entrado el que llegó a la hora undécima (Mt 20,6). Que nadie murmure, pues, contra el dueño, pues él es el que dice: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?" (Mt 20,13.15). en efecto, el ladrón sí quiso empezar a hacer obras justas, pero la muerte se lo impidió, y tan sólo las hizo en deseo. De ahí la preciosa frase del ladrón: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu reino" (Lc 23,42).

XXXII
Jesucristo, sacerdote definitivo y eterno

Acerca de este huerto, ya cité a la esposa del Cantar de los Cantares, diciéndole estas cosas: "Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia" (Cant 5,1). De hecho, donde fue crucificado había un huerto (Jn 19,41). ¿Qué deducís de ahí? Esto mismo: que "he tomado mi mirra con mi bálsamo" (Cant 5,1), lo cual se cumple cuando Jesús bebe vino mirrado y vinagre (Jn 19,29) y, después de tomarlos, dice: "Todo está cumplido" (Jn 19,30). El misterio ha llegado a su plenitud. Se ha cumplido lo que estaba escrito. Los pecados han sido disueltos. Es decir, "ha llegado Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre" (es decir, no de este mundo). Este sumo sacerdote "penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna", pues "si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de vaca, santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuanto más la sangre de Cristo!" (Hb 9,11-14). Por ello, hermanos, "tenemos plena seguridad para entrar en el santuario ,en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo de su propia carne" (Hb 10,19-20). Y ya que la carne, su propio velo, fue afectada por el deshonor, por eso el velo del templo, que era figura del futuro, se rasgó, según está escrito: "En esto, el velo del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo" (Mt 27,51). Con esta entrega sacerdotal de Jesús, nada absolutamente quedó del templo antiguo, como el mismo Señor había profetizado: "Se os va a dejar desierta vuestra casa" (Mt 23,38).

XXXIII
Jesucristo, entregado al Padre

Estas cosas las soportó el Salvador, "pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1,20). Los hombres, en efecto, éramos enemigos de Dios por el pecado, y Dios decidió primeramente que el hombre muriese. Llegada la hora de la verdad, pues, era necesaria una de estas dos cosas: o bien que Dios hiciese perecer a todos (y no quedase humanidad) o bien que mejorase la sentencia dictada (y que se salvasen los que se arrepintieran). Observa, sin embargo, la sabiduría de Dios, que guardó tanto la firmeza de la sentencia como la eficacia de la bondad. Cristo, "sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia" (1Pe 2,24; Is 53,12; 2Cor 5,21; Rm 6,11.18). De esta manera, no era uno más el que por nosotros moría, ni una oveja de las que se ven, ni simplemente un ángel, sino que era Dios hecho hombre, como recuerda el evangelista: "No pecamos tanto como sobresalió por su justicia Aquel que por nosotros entregó su vida, que la entregó cuando quiso y la recobró de nuevo cuando quiso" (Jn 10,18). ¿Quieres saber cómo no entregó su vida coaccionado o forzadamente, y que no entregó su espíritu contra su voluntad? De esta manera: en que se dirigió al Padre diciendo: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23,46; Sal 31,6). Entonces, "dicho esto, expiró".

XXXIV
Sobre la muerte y sepultura

Nada más morir Cristo se eclipsó el sol (Lc 23,44) a causa del "sol de justicia" (Mal 3,20), "las rocas se hendieron" (Mt 27,51) a causa de la roca inteligibles, "se abrieron los sepulcros" (Mt 27,52) y "los muertos resucitaron" (Mt 27,52). Y todo ello por causa de Aquel que estaba libre entre los muertos, y estaba liberando a los "cautivos de la fosa en la que no hay agua" (Zac 9,11). No os avergoncéis, pues, hermanos, del Crucificado, sino decid con confianza: "Eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba", y "Con sus cardenales hemos sido curados" (Is 53,4.5), y: "Por las rebeldías de su pueblo ha sido herido", y: "Puso su sepultura entre los malvados, y con los ricos su tumba" (Is 53,8-9). Por todo eso, es por lo que Pablo dice claramente: "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras" (1Cor 15,3-4).

XXXV
Sobre el sepulcro excavado en roca

Alguno me dirá que quiere conocer claramente dónde fue sepultado, y se preguntará: ¿Se construyó acaso un sepulcro? ¿Destaca del suelo como las sepulturas regias? ¿Se ha hecho un monumento con piedras adosadas unas a otras? ¿Qué se le puso encima? Hacednos, profetas, la descripción del sepulcro, y decidnos dónde fue colocado el cuerpo y dónde lo habremos de buscar. Efectivamente, ellos nos responden, y nos dicen: "Reparad en la peña de donde fuisteis tallados, y en la cavidad de pozo de donde fuisteis excavados" (Is 51,1). Y si no, leed los evangelios, cuando dicen: "En un sepulcro excavado en la roca" (Lc 23,53), y "en un sepulcro que estaba excavado en roca" (Mc 15,46). ¿Y qué más? ¿Cuál es la puerta del monumento? Nos lo responde otro profeta, cuando dice: "Sofocaron mi vida en una fosa, y echaron piedras sobre mí" (Lm 3,53). ¿Y qué piedra fue la que pusieron en la puerta? Ésta misma: la "piedra angular, elegida, preciosa" (1Pe 2,6), la "piedra de escándalo" para los judíos (1Pe 2,8) y de salvación para los que creen. Así pues, el árbol de la vida está plantado en la tierra, para que ésta, que había estado maldita, consiguiese la bendición y fuesen liberados los muertos.

XXXVI
La cruz, una señal fuerte

Que no nos agarrote, hermanos, la vergüenza de confesar a un crucificado. Al contrario, haced con los dedos en la frente la seña de la cruz, como gesto de confianza y en todo momento, tanto cuando comemos como cuando bebemos, tanto en las entradas como salidas, tanto antes de acostarnos como al dormir y al levantarnos, tanto caminando como estando quietos. Es ésta una gran protección, que no cuesta esfuerzo, que nos atrae la gracia de Dios y que espanta a los demonios. Haced continuamente esa señal, que ella "exhibió públicamente, incorporándoos a su cortejo triunfal" (Col 2,15). Cuando los demás vean esa cruz, recordarán en su mente la imagen del Crucificado. Y cuando la vean los demonios, temblarán y recordarán a Aquel que machacó las cabezas del dragón (Sal 74,14). Porque sea gratuito, no desprecies este signo, y a través de él venera a nuestro bienhechor.

XXXVII
La cruz, una realidad histórica

Si alguna vez intervenís en una discusión, y os quedáis sin argumentos, que vuestra fe permanezca inconmovible, porque con la enseñanza que habéis recibido podréis reducir al silencio a los judíos (por medio de los profetas) y a los griegos (partiendo de sus propias fábulas). Éstos últimos adoran a los que han muerto por un rayo, porque dicen que el rayo no suele caer al azar. Pues bien, si ellos no sienten vergüenza de adorar a los que un rayo ha partido, ¿te avergonzarás tú, que has sido amado de Dios y eres hijo suyo, de adorar al que ha sido crucificado por ti? Y si ellos no tienen vergüenza a la hora de divulgar los vicios de sus dioses, ¿la vas a tener tú, que divulgas las virtudes del Altísimo? Respecto a los judíos, tápese la boca a todos los herejes, y apártese a quien dijere que la cruz es sólo una apariencia. Odia a los que digan que Cristo fue crucificado de modo fingido, pues eso supondría decir que la salvación fue fingida y una especie de juego. Además, si la cruz fuese una fantasía, también lo sería la resurrección. Y si Cristo no resucitó estaríamos todavía en nuestros pecados (1Cor 15,17). y si la cruz fuese sólo imaginaria, también lo sería la ascensión, y también la segunda venida, y todo carecería de consistencia.

XXXVIII
La cruz, necesaria en los cristianos

Así pues, hermanos, aceptad la cruz como un cimiento firme, y construid sobre ella el resto de la fe. No reneguéis del Crucificado, pues si reniegas de él, son muchos los que te acusarán. El primero que argüirá contra vosotros será el traidor Judas. ¿Por qué él? Porque fue el primero que lo entregó, al saber que había sido condenado a muerte por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos (Mt 27,3). Lo atestiguan las treinta monedas de plata (Mt 26,15). Lo atestigua Getsemaní, el lugar donde se realizó la traición (Mt 26,47) y en el cual oraban de noche los que estuvieron allí. Lo atestigua la luna que lucía de noche. Lo atestiguan el día y el sol que se eclipsó, pues no podía soportar el crimen de los traidores. Os acusará el fuego alrededor del cual se estaba calentando Pedro (Jn 18,18). Si niegas la cruz, te esperará un fuego eterno. Os hablo de duras realidades, para que no tengas más tarde que experimentar la dureza. Acordaos de las espadas que caen sobre él en Getsemaní, para que no sufráis vosotros la espada eterna. os acusará la casa de Caifás, que, aun asolada, muestra hoy todavía el poder de quien en ella fue juzgado. El mismo Caifás se alzará contra vosotros el día del juicio. se levantará también el siervo que dio una bofetada a Jesús (Jn 18,22), y también los que le maniataron y le condujeron. Contra vosotros se alzarán a la vez Herodes y Pilato, hablando más o menos de este modo: ¿Por qué negáis a quien fue traído calumniosamente hasta nosotros y de quien honradamente no pudimos decir que hubiera pecado? (Lc 23,14-15). Yo, Pilato, entonces me lavé las manos (Mt 27,24). Estarán en pie contra vosotros los mismos falsos testigos (Mt 26,60) y los soldados que se pusieron su manto color púrpura y le colocaron la corona de espinas (Jn 19,2) y lo crucificaron en el Gólgota (Jn 19,16-18) sorteándose su túnica (Jn 19,24). Os acusará Simón de Cirene, que llevó la cruz de Jesús (Lc 23,26).

XXXIX
Sobre los testigos de la pasión

Desde los astros os acusará el sol que se eclipsó (Lc 23,44). De las cosas terrenas, os acusará el vino con mirra (Mc 15,23), la caña, el hisopo y la esponja (Mt 27,48). De entre los árboles, os acusará el leño de la cruz. Y también los soldados que, como dije, le clavaron los clavos y echaron a suertes su ropa (Mt 27,35); el soldado que abrió su costado con la lanza (Jn 19,34) y las mujeres que allí estuvieron (Mt 27,55). Igualmente, el velo del templo que entonces se rasgó (Mt 27,51), y el Pretorio (Mt 27,27), en virtud del cual fue clavado Jesús a la cruz, que actualmente es un lugar solitario. También este Gólgota santo y elevado, que se ve desde aquí y que muestra hasta el día de hoy cómo a causa de Cristo se quebraron las piedras en aquel momento (Mt 27,51). Próximo está también el sepulcro en el que fue colocado, además de la piedra puesta a la entrada (Mt 27,60), que hasta el día de hoy está caída junto al sepulcro. Igualmente los ángeles que entonces allí estuvieron (Jn 20,12), las mujeres que le adoraron tras la resurrección (Mt 28,9). Pedro y Juan, que corrieron hasta el monumento (Jn 20,3-4), y Tomás, que introdujo la mano en su costado y puso sus dedos en las señales de los clavos (Jn 20,27). Tomás hizo esto diligentemente por nosotros: lo que tú, que no estabas allí, habías de buscar, lo encontró él, que se encontraba allí por un más alto designio de Dios.

XL
La cruz, poderosa frente a todos los poderes

Tenéis como testigos de la cruz a los doce apóstoles, a toda la tierra y al mundo de los hombres que creen en el Crucificado. El hecho mismo de que vosotros estéis aquí debe persuadiros del poder del Crucificado. Pues, ¿quién es el que os trajo a esta asamblea? ¿Qué soldados? ¿Con qué cadenas os trajeron? ¿Qué sentencia judicial os instó a ello? Es el triunfo salvador de Jesús, la cruz, la que atrajo a todos hasta aquí. Es esto lo que redujo a los persas a servidumbre y lo que amansó a los escitas. Es esto lo que dio a los egipcios el conocimiento de Dios en lugar de los ídolos en forma de perros y gatos y de otros múltiples errores. Es esto lo que hasta el día de hoy cura las enfermedades, pone en fuga a los demonios y deshace las imposturas de los filtros mágicos y los encantamientos.

XLI
La cruz, fuente de esperanza

La cruz aparecerá en su momento, con Jesús, en el cielo (Mt 24,30). Delante irá el trofeo del Rey, para que los judíos, viendo al que traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,10) y reconociendo por la cruz al que afrentaron con la ignominia, se deshagan en lamentos. Se alzarán unas tribus contra otras y se lamentarán, pero ya no tendrán tiempo para la penitencia. Nosotros, sin embargo, nos gloriaremos vitoreando a la cruz y regocijándonos en ella, adorando al Señor, que fue enviado y crucificado por nosotros, adorando también a Dios Padre, por quien fue enviado, juntamente con el Espíritu Santo.