CIRILO DE JERUSALÉN
Sobre Cristo Encarnado

I
El Hijo de Dios, hecho hombre

Como alumnos de la pureza y discípulos de la prudencia, celebremos con labios castos al Dios nacido de la Virgen. Quienes nos consideramos dignos de alimentarnos del Cordero racional, comamos de él tanto la cabeza como las patas, significando la divinidad mediante la cabeza y la humanidad mediante las patas. Los que escuchamos los evangelios, oigamos al teólogo Juan, que tras escribir "en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios" (Jn 1,1), añadió: "Y la Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). Tampoco se debe adorar a un simple hombre ni tampoco a sólo Dios sin hacer referencia a la humanidad. Pues si Cristo fuese Dios, como sucede en realidad, pero no hubiese asumido la naturaleza humana, no habríamos podido obtener, por nosotros, la salvación. Adóresele, por consiguiente, como Dios, pero créase también que se ha revestido de la naturaleza humana. Tampoco es aceptable que se le llame hombre dejando aparte la divinidad, ni es saludable separar la humanidad de la confesión de la divinidad. Reconozcamos la presencia del rey y del médico. Jesús es rey que aporta la salvación, ciñéndose con el lienzo de la humanidad y tras haber sanado lo que estaba enfermo. Como perfecto maestro de niños, se ha hecho niño con ellos "para enseñar a los simples la prudencia" (Prov 1,4). El pan del cielo ha descendido a la tierra para alimentar a los que tienen hambre.

II
Jesucristo, cumplidor de la promesa de encarnación

Los judíos rechazaron a Aquel que vino porque esperan que viniera con dureza. Ellos repudiaron a Cristo, pero acogieron, inducidos a error, a cualquier impostor que viniera. Así se hizo verdadera la palabra del Salvador: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís. Mas si otro viene en su propio nombre, a ése le recibís" (Jn 5,43). Sería estupendo hacer esta pregunta a los judíos: ¿Dice verdad o mentira el profeta Isaías, cuando señala que el Enmanuel nacerá de una virgen? (Is 7,14). No es de extrañar que lo acusen de mentiroso, pues es costumbre para ellos no sólo acusar a los profetas de mentir, sino también lapidarlos. Ahora bien, si el profeta dijo la verdad, señalad quién es el Enmanuel. Más todavía, señalad al que ha de venir, y al que esperáis. Decidme, ¿habrá de nacer de una virgen, o no? Si no naciera de una virgen, argüiríais al profeta de falsedad. Y si esperabais que ello sucediera en el futuro, ¿por qué lo rechazáis, cuando ya se ha cumplido?

III
Jesucristo, concebido como hombre

De su error serán sacados los judíos cuando lo permitan, y será glorificada la Iglesia de Dios, pues nosotros acogemos verdaderamente al Dios que es Palabra hecha hombre. Esto ha sucedido, y no por la voluntad de hombre y de mujer (como dicen los herejes), sino que se ha hecho hombre de una virgen y por el Espíritu Santo, como dice el evangelio. Y no en apariencia, sino en verdad. Me gustaría que os dierais cuenta de que ahora es el tiempo de transmitir la doctrina, que dice que Cristo ha recibido la naturaleza humana de una virgen. ¿Por qué? Porque el error de los herejes es múltiple, y niega de modo total que él hubiera nacido de una virgen. Otros herejes conceden la realidad de su nacimiento, pero no de una virgen sino de la unión de un hombre y una mujer. Otros dicen que no es el Mesías Dios quien se ha hecho hombre, sino un hombre deificado. Éstos se atrevien a decir que no una Palabra preexistente se hizo hombre, sino que fue coronado como Dios un hombre con méritos propios.

IV
Objeciones a la concepción humana de Jesucristo

Hermano, acuérdate de las cosas que ayer dije sobre la divinidad de Jesucristo, y cree que el Hijo unigénito de Dios es el que ha nacido de la Virgen. Cree al evangelista Juan cuando dice: "La Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros". Jesucristo es realmente la Palabra eterna, el engendrado del Padre antes de todos los siglos, aunque en el tiempo haya tomado carne por causa nuestra. Muchos están en contra de esto, y dicen: ¿Qué es lo que ha pasado tan grave para que Dios descendiese hasta lo humano? A esto puede decirse que "la palabra de Dios apareció en la tierra, y entre los hombres convivió" (Bar 3,38). Otro herejes nos plantean: ¿Es posible que una virgen dé a luz sin un hombre? Al encontrarnos, pues, en la presente batalla y en diversos frentes, se hace preciso que aniquilemos todo esto mediante la gracia de Cristo y los discursos que aquí ofrezco.

V
El hombre, la más excelente de las criaturas

Preguntémonos, en primer lugar, por qué vino Jesús. Y no repares en mis razonamientos, a los que quizás podrían oponerse algunos sofismas. Más bien, acepta los testimonios de los profetas. Si no aprendes por las Escrituras lo referente a la Virgen, o al lugar, o al tiempo, o al modo, tampoco recibas testimonio de hombre alguno. Sobre mí podrá recaer alguna sospecha, pero sobre el que pronunció las profecías, hace mil años e incluso más tiempo, ¿quién puede tener reticencias, si está en su sano juicio? Por tanto, si buscas la causa de la venida de Cristo, acude simplemente al primer libro de la Escritura. En seis días hizo Dios el mundo, cuando dijo: "Resplandezca el sol con sus fulgores espléndidos". Todo fue hecho para que luciera en favor del hombre. Todos los animales fueron hechos para nuestro servicio, y las hierbas y los árboles fueron creados para que los utilizásemos. Son todas criaturas buenas, pero ninguna de ellas es imagen de Dios excepto únicamente el hombre. Una simple orden hizo el sol, mientras que el hombre fue formado por las manos de Dios, cuando dijo: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como nuestra semejanza" (Gn 1,26). Si se tributa honor a la imagen de madera de un rey terreno, ¿cuánto más deberá hacerse con la imagen de Dios? Pero ésta, la más excelsa de las criaturas de Dios, que estaba feliz en el paraíso, fue expulsada de allí por la envidia del diablo (Gn 3,23-24; Sab 2,24). Feliz se encontraba el enemigo al ver postrado a aquel a quien había envidiado. ¿Querrás tú acaso ser como ese enemigo que se alegraba? Éste no se había atrevido a acercarse al hombre a causa de su tuerza, pero sí que se atrevió a dirigirse a la mujer, por ser más débil y cuando todavía era virgen. Fue después de su salida del paraíso, en efecto, cuando "conoció el hombre a Eva, su mujer" (Gn 4,1).

VI
El hombre, no ajeno al pecado

Sus sucesores en la progenie humana fueron Caín y Abel, y Caín fue el primer homicida. Más tarde tuvo lugar el diluvio, a causa de la multiplicación de la maldad de los hombres. Y un fuego del cielo cayó sobre los habitantes de Sodoma a causa de su impiedad (Gn 19). En épocas posteriores, Dios eligió a Israel, pero también éste cayó en la perversión, y el pueblo elegido quedó herido de muerte. Moisés se encontraba en el monte ante Dios, y el pueblo, en lugar de a Dios, adoró a un becerro (Ex 32,1-6). Mientras que en la ley de Moisés se decía "no cometerás adulterio" (Ex 20,14), un hombre se atrevió a pecar entrando en un lugar de prostitución (Nm 25,1-9). Posteriormente a Moisés, fueron enviados profetas que cuidasen de Israel, mas cuando éstos traían la medicina, se lamentaban vencidos por la fuerza de la enfermedad, de tal manera que alguno de ellos clamaba: "¡Ay de mí, que ha desaparecido el fiel de la tierra, y no queda un justo entre los hombres!" (Miq 7,2), o: "Todos están descarriados, y pervertidos en masa. No hay quien haga el bien, ni uno siquiera" (Sa 14,3), y: "Tiene pleito Yahveh con los habitantes de esta tierra, pues no hay fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en esta tierra; sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre que sucede a sangre" (Os 4,1-2), y: "Sacrificaban sus hijos y sus hijas a los demonios" (Sal 106,37). En efecto, los hombres se ocupaban en las hechicerías sagradas y en la la vanidad de sus vergüenzas, y de ahí que el profeta gimiese diciendo: "Sobre ropas empeñadas se acuestan, junto a cualquier altar" (Am 2,8; Dt 24,12-13).

VII
Gravedad del pecado humano

Muy grande era la herida de la humanidad, y desde los pies hasta la cabeza, nada había íntegro en ella. No había lugar ni para una gasa, ni para aceite, ni para unas vendas. De ahí que, entre lamentos y fatigas, dijeran los profetas: "¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel?" (Sal 14,7), o:: "Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste, ya no volveremos a apartarnos de ti" (Sal 80,18-19). Otros profetas suplicaban diciendo: "Yahveh, inclina tus cielos y desciende" (Sal 144,5), y: "Las heridas de los hombres son más fuertes que nuestros remedios", y: "Han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas" (1Re 19,10). Es decir, venían a decirle a Dios: No es posible evitar el mal, y para evitarlo haces falta tú.

VIII
Dios planea venir a los hombres

El Señor escuchó las súplicas de los profetas, y no se desentendió de nuestra estirpe (en camino hacia la destrucción) y decidió enviar desde el cielo a su Hijo como médico. De hecho, así dice uno de los profetas: "Enseguida vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis" (Mal 3,1). Y esto mismo dice otro de ellos, por oráculo divino: "Vengo a reunir a todas las naciones y lenguas" (Is 66,18), y: "Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios, ahí viene el Señor Yahveh con poder" (Is 40,9-10). Por otra parte, el mismo Señor dice por boca de otro profeta: "He aquí que yo vengo a morar dentro de ti, oráculo de Yahveh. Muchas naciones se unirán a Yahveh aquel día" (Zac 2,14-15). No obstante, los israelitas rechazaron la salvación que les ofrecía Dios, y por eso él "vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). No obstante, él vino, como recuerda Isaías ("vengo a reunir a todas las naciones. Pondré en ellos señal"; Is 66,18-19) y David ("él inclinó los cielos y bajó, en un espeso nublado debajo de sus pies"; Sal 18,10). No obstante, el que bajó de los cielos permaneció ignorado de los hombres.

IX
Dios anuncia la llegada del Mesías

En otro momento, Salomón, oyendo a su padre David hablar de estas cosas, tras haber construido aquel templo admirable, y viendo de lejos al que tenía que venir a él, dice: "¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra?" (1Re 8,27). La respuesta de David, en un salmo dedicado a Salomón, era afirmativa: "Caerá como rocío sobre el vellón" (Sal 72,6). Rocío a causa de su origen celeste, y "sobre el vellón" por tratarse de la humanidad. Es decir, que el rocío cayó sobre el vellón silenciosamente, de modo semejante a como los magos, ignorantes del misterio de la natividad, dijeron: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?" (Mt 2,2), hasta que un Herodes turbado por Aquel que había nacido, indagó y se informó bien del "lugar donde había de nacer el mesías" (Mt 2,4).

X
Llegada al mundo del Mesías

¿Y quién es el que vino? Lo dice David, en lo que sigue: "Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad" (Sal 72,5). Es lo que dice, a su vez, otro de los profetas: "¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey, justo él y victorioso" (Zac 9,9). Muchos son los reyes, luego ¿a quién te refieres, profeta? Y si no, danos una señal que no tengan los otros reyes. Si te refieres a un rey vestido de púrpura, ya hay otros que tienen este privilegio en el vestido. Si se trata de que está rodeado de una escolta de soldados, o que va sentado en carros dorados, también estos distintivos los tienen otros, así que danos un signo propio de este rey cuya venida anuncias. He aquí la respuesta del profeta: "He aquí que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna" (Zac 9,9). Es decir, no venido entre carros, sino en una asna. He aquí la señal única y singular de este Rey que llega. En efecto, Jesús es el único entre los reyes que, montando un asna que todavía no había llevado ninguna carga, entró en Jerusalén entre aclamaciones reales. ¿Y qué hizo este rey al llegar? Esto mismo, según explica el mismo profeta: "En la sangre de la alianza sacaste a los prisioneros, del lago que no tenía agua" (Zac 11,11).

XI
El Mesías, judío

Era verosímil, desde luego, que Jesús fuese sentado en un pollino, mas veamos ahora otro signo acerca de Aquel que vino como rey. No un signo que esté lejos de la ciudad (no sea que no nos demos cuenta), sino un signo muy visible a los ojos para que, incluso estando en la ciudad, lo veamos aquí mismo. A esto responde el profeta, diciendo: "Sus pies se plantarán, aquel día, en el Monte de los Olivos, el que está enfrente de Jerusalén, al oriente" (Zac 14,4). ¿Acaso hay alguien que no vea este lugar, aun estando dentro de la ciudad?

XII
El Mesías, prodigioso

Tenemos ya dos signos, pero veamos uno tercero, sobre lo que hizo el Señor cuando vino. Lo explica otro profeta: "Mirad que vuestro Dios viene vengador. Él es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo" (Is 35,4-6). No obstante, ¿quieres decir, profeta, que ha de venir el Señor realizando signos como nunca se habían hecho antes? (Jn 15,24). ¿Es esa la otra forma en que tú dices que él se ha manifestado? Efectivamente, responde el profeta, "el Señor entra en el juicio de los ancianos, de su pueblo y de sus jefes" (Is 3,14). Éste es el signo principal: que el Señor es juzgado y tiene que soportarlo, por sus siervos y los ancianos.

XIII
Los judíos, asustados ante el Mesías

Al leer esto los judíos, no se dan cuenta de lo que leen, o los oídos de su corazón se han cerrado para no oír. Por su parte, nosotros creemos que Jesucristo "vino en la carne y se hizo hombre", y que, de haberlo hecho de otro modo, no lo hubiéramos podido percibir. Al no poder nosotros ver a Dios como él es, ni gozar de él, él se hizo lo que nosotros somos, para que tuviésemos así la capacidad de disfrutarlo. En efecto, si no tenemos capacidad para ver perfectamente el sol, que fue hecho el cuarto día, ¿podremos ver a Dios, su autor? El Señor descendió en el fuego sobre el monte Sinaí, pero el pueblo no soportaba verlo, sino que dijeron a Moisés: "Habla tú con nosotros, que podremos entenderte, pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos" (Ex 20,19). Por otra parte: "¿qué hombre ha oído como nosotros la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y ha sobrevivido?" (Dt 5,2). Pues si oyes la voz de Dios, él está llamando a la muerte, y si te das cuenta de que es Dios mismo, ¿cómo no habrá de atraer él la muerte? ¿De qué te asombras si el mismo Moisés dijo: "Espantado estoy y temblando" (Hb 12,31)?

XIV
Dios se hace hombre, para ser mejor aceptado

¿Qué querrías, pues? ¿Que aquel que vino para la salvación se convierta para nosotros en causa de muerte, porque no podíamos soportar su presencia? ¿No será mejor que él adapte su gracia a nuestra capacidad? Daniel no soportaba la presencia del ángel, y tú ¿soportarías la visión directa de los ángeles del Señor? Cuando se apareció Gabriel, cayó al suelo Daniel (Dn 10,9). ¿Cómo era y cuál era el aspecto del que se aparecía? Éste mismo: "Su rostro era como el aspecto del relámpago, sus ojos como antorchas de fuego" (no dice "como horno de fuego"), y "el son de sus palabras como el ruido de una multitud" (Dn 10,6), pero no como el de "doce legiones de ángeles" (Mt 26,53). Sin embargo, el profeta se postró en tierra, y el ángel, acercándose a él, le dijo: "No temas, Daniel", ponte en pie y levanta tu ánimo, que "fueron oídas tus palabras" (Dn 10,12). Daniel dice que "me levanté temeroso". Sin embargo, no le respondió hasta que una mano le tocó (Dn 10,10). Cuando el que se le estaba apareciendo se dejó ver "como un hombre", entonces comenzó Daniel a hablar. ¿Y qué es lo que dijo? Esto mismo: "Señor, al verte a ti, se han revuelto mis entrañas. No habrá en mí fortaleza, pues tu hálito no se quedó en mí". Si la visión del ángel arrebató al profeta su voz y su fuerza, ¿permitiría un respiro la aparición del mismo Dios? Como dice la Escritura, hasta que Daniel no lo vio "con aspecto de hombre", no tuvo lugar una nueva creación. Por tanto, una vez demostrada por experiencia nuestra debilidad, el Señor mismo asumió lo que era preciso en bien del hombre. En efecto, el hombre estaba deseoso de oír hablar a alguien semejante a él. Y de esa naturaleza de similares cualidades se revistó el Salvador, para que así los hombres fuesen enseñados con mayor facilidad.

XV
El Hijo se hace carne, para salvar al hombre

Con todo, hay también otra razón: que Cristo vino para ser bautizado, y santificar así el bautismo. Vino para obrar milagros, andando sobre las aguas del mar (Mt 14,25), pero ya antes de su venida en carne, "lo vio el mar y huyó, retrocedió el Jordán" (Sal 114,3). El Señor asumió un cuerpo que se sostenía en el mar y al que el Jordán acogió con temor. Y esto es una razón. Pero hay otra más, pues por medio de la virgen Eva apareció la muerte. Era oportuno, pues, que por medio de otra virgen, o más bien proviniendo de una virgen, brotase la vida, para que, como a aquella la engañó la serpiente, a ésta Gabriel le trajese la buena noticia. Los hombres, al abandonar a Dios, fabricaron imágenes de forma humana. Y puesto que se adoraba engañosamente como Dios a una ficción de apariencia humana, Dios se hizo verdaderamente hombre para deshacer el engaño. El diablo usaba contra nosotros del instrumento de la carne, como bien advierte Pablo dice: "Advierto otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza" (Rm 7,23). Así que, con las mismas armas con que el diablo nos combatía, con esas mismas armas Dios decidió salvados. El Señor tomó de nosotros lo que es semejante a nosotros, para llevar la salvación a la naturaleza humana. Asumió nuestra semejanza para conceder una mayor gracia a lo que se encontraba en situación deficiente, y para que la naturaleza humana pecadora se hiciese partícipe de Dios. "Donde abundó pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20), recordaba Pablo, así que convenía que el Señor padeciera por nosotros. El diablo no se habría atrevido a acercarse a él si lo hubiese conocido, pues "de haberla conocido, hubieran crucificado al Señor de la gloria" (1Cor 2,8). Por tanto, el cuerpo fue arrojado a la muerte para que, cuando el dragón creía que él lo devoraría, en realidad vomitaría incluso a los que ya había devorado. Como ya predijo el profeta, Dios "consumirá a la muerte definitivamente" y "enjugará las lágrimas de todos los rostros" (Is 25,8).

XVI
Jesucristo, cumplidor de las promesas

Así pues, ¿acaso Cristo se hizo hombre en vano? ¿Son nuestras enseñanzas fruto de la charlatanería y falacias del ingenio humano? ¿Es que no son las Sagradas Escrituras nuestra salvación? ¿Es que no lo son las predicciones de los profetas? Se me ha encomendado que este depósito lo guarde inmóvil y que nadie te mueva de él, así que cree que Dios se ha hecho hombre. Realmente se demostró que fue posible que él se hiciese hombre. Si los judíos rechazaron creer más allá de su propia fe, pongámonos nosotros de acuerdo con ellos en esto: ¿Qué anunciamos de nuevo cuando decimos que Dios se ha hecho hombre, si vosotros mismos decís que Abraham dio hospedaje al Señor (Gn 18,3)? ¿Predicamos de modo insolente a Dios, cuándo Jacob dice: "He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva" (Gn 32,31)? El mismo Señor que comió con Abraham (Gn 18,8) es el que comió con nosotros. ¿Qué decimos, pues, de inusual? Tenemos también dos testigos, que en el monte Sinaí estuvieron junto al Señor: Moisés estuvo en la hendidura de la roca (Ex 33,21-23) y Elías en la entrada de la cueva (1Re 19,9). Ambos estuvieron presentes cuando Cristo se transfiguró en el monte Tabor, y señalaban a los discípulos la partida que él habría de realizar en Jerusalén (Lc 9,30-31). La encarnación fue posible, como anteriormente se demostró. Sobran ahora más demostraciones, que pueden dejarse a la curiosidad de los estudiosos.

XVII
Jesucristo, nacido en Israel

Por lo demás, os había prometido que en mis palabras os daría cuenta del lugar y del tiempo de la venida del Salvador. Por ello, y para no terminar reo de una falsa promesa, y para dejaros lo suficientemente protegidos como candidatos de la Iglesia, indaguemos el tiempo en que vino el Salvador, puesto que su venida está aún reciente, aunque alguien lo niegue. Además, "ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre" (Hb 13,8). Moisés dice proféticamente: "Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti" (Dt 18,18). Dejemos de momento el "como yo", que se explicará en su lugar, mas ¿cuándo llegó Aquel profeta tan esperado? Acude a las cosas que Moisés escribió, o investiga la profecía de Jacob a Judá: "A ti, Judá, te alabarán tus hermanos" (Gn 49,8), y: "No se irá de Judá el báculo, ni el bastón de mando de entre tus piernas, hasta que se le traiga el tributo y le rindan homenaje las naciones" (Gn 49,10). Un signo de la venida de Cristo fue que los judíos perdieron su independencia. En efecto, si no hubieran estado en aquella época sometidos a los romanos, Cristo no habría venido. Si hubieran tenido un príncipe del linaje de Judá y de David, tampoco habría venido el esperado. Siento reparo incluso en mencionar sus propias instituciones, y lo que se refiere a los patriarcas y a su linaje (temas que dejo gustosamente a quienes los conocen), mas el que viene lo hizo como "el deseado de las naciones". ¿Qué señal trae consigo? Lo dice inmediatamente la Escritura: "Ata a la vid su borriquillo". Te das cuenta de que se trata del pollino del que ya Zacarías habló elocuentemente (Zac 9,9).

XVIII
Jesucristo, nacido durante el Imperio Romano

Alguno me pide que dé otro testimonio acerca de la época. Pues bien, aquí está, cuando el propio Padre dijo: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7), y: "Con cetro de hierro los quebrantarás" (Sal 2,9). Dije ya en otra ocasión que se llama "vara de hierro" al Imperio Romano. En lo que queda de él, podemos reflexionar a propósito de Daniel, que al describir e interpretar a Nabucodonosor la imagen de la estatua, le explica también toda la visión de la misma (Dn 2,27-45; 46-49) y le anuncia que la piedra, que se ha desprendido del monte "sin intervención de mano alguna" (Dn 3,34), dominará sobre todo el orbe. Habla también Daniel con toda claridad de este modo: "En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo" (Dn 3,44).

XIX
La época de Jesucristo

No obstante, busquemos una exposición todavía más clara sobre la época de su venida. De hecho, al hombre se le induce difícilmente a creer (no cree en lo que se le dice) si no logra abiertamente un cálculo exacto de años. ¿Cuáles son, pues, las circunstancias de la época, y la época misma? Éstas mismas: cuando ya no había reyes oriundos de Judá, y empezó a reinar el extranjero Herodes. De hecho, el ángel que habló a Daniel le dijo: "Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un príncipe mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas" (Dn 9,25). Sesenta y nueve semanas de años son 483 años. Afirma Daniel, por consiguiente, que 483 años después de la reconstrucción de Jerusalén, y cuando ya no haya jefes propios, vendrá entonces un rey extranjero en cuya época nacerá el Mesías. Darío el Medo edificó Jerusalén en el año 6 de su reinado (Esd 6,15), en el año 1 de la LXVI Olimpíada griega. Entre los griegos se llama olimpíada a los juegos que suelen hacerse cada 4 años. Ello era a causa del día que se consigue cada 4 años, sumando los restos de horas que cada año deja sobrantes el movimiento solar. Herodes era rey en el año 4 de la CLXXXVI Olimpíada. Por tanto, desde la LXVI Olimpíada hasta la CLXXXVI Olimpiada van 120 olimpíadas, y estas 120 olimpíadas hacen un total de 480 años. Los otros 3 años que faltan, necesarios para completar el número de semanas de Daniel, caben en el intervalo que hay entre el año 1 y el año 4 olímpico. Por consiguiente, ya tienes una demostración a partir de la Escritura, que dice que el tiempo desde la orden de reconstrucción de Jerusalén, hasta Cristo, es de 69 semanas (Dn 9,25). Aquí tienes esta demostración del momento, aunque no faltan otras interpretaciones de las profecías sobre las semanas de años en Daniel.

XX
La tierra de Jesucristo

Ahora, escuchad el lugar de la promesa. Lo dice Miqueas, cuando escribe: "Y tú, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño" (Miq 5,1). Por lo que respecta a los lugares, siendo de Jerusalén como sois, ya sabéis lo que está escrito en el salmo: "Mirad: hemos oído de ella que está en Efratá, la hemos encontrado en los Campos del Bosque" (Sal 132,6). Hasta hace pocos años, el Campo del Bosque se trataba de un lugar poblado de árboles. Por otro lado, has oído a Habacuc, que dice al Señor: "En medio de los años hazla revivir, en medio de los años dala a conocer" (Hab 3,2). ¿Y cuál será, oh profeta, el signo de que el Señor viene? Éste mismo: "En medio de dos vidas lo conocerás". Con esto alude claramente al Señor, cuando vino en la carne (por nacimiento) y cuando vino a otra nueva vida (por resurrección). Mas ¿de qué parte de la región de Jerusalén ha de venir? ¿Del oriente o del ocaso, del aquilón o del sur? Lo responde el profeta con toda claridad, cuando dice: "Viene Dios de Temán" (por Temán se entiende el Sur) y "el Santo del monte Farán, con sombras y nubes". Esto es exactamente lo que había dicho el salmista, cuando exclamó: "¡Lo hemos encontrado en los Campos del Bosque!" (Sal 132,6).

XXI
La familia de Jesucristo

Tras ver de dónde vino, preguntémonos ahora de quién vino y cómo vino. Es lo que nos enseña Isaías: "He aquí que una virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel" (Is 7,14). Los judíos, que desde antiguo suelen rechazar la verdad, argumentan contra esto y dicen que no está escrito virgen, sino muchacha. Aunque yo le conceda esto, encuentro que la verdad se encuentra si me contestan a esto: si una virgen es violada y grita pidiendo auxilio, ¿lo hace después o antes de ser violada? Por consiguiente, si en algún lugar dice la Escritura que "la joven prometida gritó sin que hubiera nadie que la socorriera" (Dt 32,27), ¿acaso no se dice esto de una muchacha que es virgen? Y para que conozcas con más claridad que las vírgenes en la Sagrada Escritura también son llamadas muchachas, escucha el libro de los Reyes acerca de Abisag la Sunamita, cuando dice: "La joven era extraordinariamente bella" (1Re 1,4). Como ya se sabe, ésta fue la virgen que fue elegida y llevada hasta David (1Re 1,3).

XXII
La profecía de Isaías, sobre una virgen y un hijo futuro

Los judíos replican que lo que se dijo a Ajaz (sobre el Enmanuel) se refería a Ezequías. Pues bien, leamos de nuevo la Escritura, que dice así: "Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del sheol o en lo más alto" (Is 7,11). Por lo visto, debió tratarse de un signo que causara admiración y fuese indiscutible, como había sido el signo del agua sacada de la roca (Ex 17,6) o que el mar se abriese (Ex 14,21), o que retrocediese el sol (2Re 20,11) y otras cosas semejantes. Como los judíos piden esto, lo que yo voy a decir es una evidencia supina, en contra de los judíos. Isaías hablaba de todo esto cuando era rey Ajaz (que lo fue durante 16 años), período en el que tuvo lugar este oráculo profético. La contradicción de los judíos la refuta su sucesor, el rey Ezequías (hijo de Ajaz), que tenía 25 años al acceder al trono (2Re 18,2). Mas puesto que la profecía fue hecha en el período de los 16 años, esto tuvo lugar al menos 9 años después de que naciera Ezequías de Ajaz. No puede ser, por tanto, que la profecía se refiera a un nacimiento futuro ("dará a luz"), y al mismo tiempo a un nacimiento que ya se había producido, incluso antes de que su padre Ajaz comenzase a reinar. Además, Isaías no dice que una virgen estuvo encinta, sino que lo estará.

XXIII
Jesucristo, del linaje de David

Hemos visto ya con claridad que Cristo nació de una virgen. Ahora bien, queda por explicar cómo fue esta virginidad. Lo dice la propia Escritura: "Juró Yahveh a David, y no se arrepentirá: El fruto de tu seno asentaré en tu trono" (Sal 132,11), y: "Estableceré su estirpe para siempre, y su trono como los días de los cielos" (Sal 89,30), y: "He jurado por mi santidad: A David no he de mentir. Su estirpe durará por siempre, y su trono como el sol ante mí, por siempre se mantendrá como la luna, testigo fiel en el cielo" (Sal 89,36-38). Veis, pues, que la profecía habla del Mesías y no de Salomón, pues el trono de éste no permaneció "como el sol". Si alguien estuviese en desacuerdo con esto, porque Cristo no se sentó en el "trono de madera" de David, recordémosle esta sentencia: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos" (Mt 23,2). No se refiere la Escritura a una cátedra de madera, sino a la autoridad doctrinal. No busques tampoco el trono de David en uno de madera, sino en la potestad regia. Como testigos de esto, acepta a los niños que aclamaban: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mt 21,9). O a los ciegos, que también dicen: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9,27). O al ángel Gabriel, que anuncia con claridad a María: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). O al apóstol Pablo, cuando dice: "Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi evangelio" (2Tm 2,8), y: "Nacido del linaje de David según la carne" (Rm 1,3). Acoge, por tanto, al que ha nacido de David, de acuerdo con la profecía: "Aquel día, la raíz de Jesé estará enhiesta para estandarte de pueblos, y los gentiles la buscarán" (Is 11,10).

XXIV
El linaje de David, futuro y eterno

Los judíos se enfurecen fuertemente por estas cosas, pero también esto lo había previsto Isaías, al decir: "Serán para la quema, pasto del fuego. Porque un hijo nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,4-5). Date cuenta que, según esto, Cristo era primeramente era Hijo (de Dios), y que luego "nos ha sido dado". Poco más abajo, también dirá Isaías que "su paz no tendrá fin" (Is 9,6). Los romanos terminarán su reinado por sí mismos, pero el reino del Hijo de Dios no tendrá ningún final. Tuvieron su final los persas y los medos, pero no lo tendrá el reinado del Hijo de Dios. Como dice Isaías, "sobre el trono de David, y sobre su reino, lo consolidaré" (Is 9,6).

XXV
Jesucristo, nacido por parto virginal

De David surgió, pues, la Virgen María, y de la Virgen María Jesucristo. Convenía, pues, que Aquel que es purísimo y maestro de la pureza, surgiese de un tálamo puro. Además, si todo el que sigue a Jesús se abstiene de mujeres, ¿cómo iba a nacer Jesús de un hombre y una mujer? Sí, tú "del vientre me sacaste", se dice en los salmos, y "me diste a los pechos de mi madre" (Sal 22,10). Sobre todo, pon atención a "del vientre me sacaste", pues con ello se significa que Cristo salió y nació del útero y de la carne de una virgen, mas sin obra de varón, y de una manera distinta a la de aquellos que nacen según la ley nupcial.

XXVI
Jesucristo, nacido de carne virginal

No teme asumir Jesús, por tanto, la carne de unos miembros de los que él es el artífice, mas ¿quién es el que nos dice esto? Lo explica Jeremías, cuando escuchó al Señor que le decía: "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado" (Jer 1,5). Si Dios tocaba sus miembros sin avergonzarse de ello, ¿se avergonzará de crear, a causa de sí mismo, esta santa carne que es el manto de su divinidad? Es Dios quien, en el útero, y hasta el día de hoy, da forma a los fetos humanos, de acuerdo con lo escrito en Job: "¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios" (Job 10,10). Nada hay abominable, por tanto, en la hechura del hombre, mientras no sea por la mancha del adulterio y la lascivia. El que hizo a Adán hizo también a Eva, y con las manos divinas fueron hechos tanto el hombre como la mujer. Ninguno de los miembros del cuerpo fue hecho desde un principio abominable. Callen, pues, todos los herejes que acusan a los cuerpos y a quien los hizo. Nosotros, en cambio, recordaremos la sentencia de Pablo: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros?" (1Cor 6,19). Además, el profeta predijo acerca de la persona de Jesús: "Mi carne es de ellos" (Os 9,12). Y en otro lugar, está escrito: "Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz" (Miq 5,2). ¿Y cuál será el signo de ésta? Éste mismo: "Dará a luz, y el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel". ¿Y cuáles son las arras nupciales de la Virgen, la santa esposa? Éstas mismas: "Te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh" (Os 2,22). Isabel, hablando de lo mismo, dijo algo semejante: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas, de parte del Señor!" (Lc 1,45).

XXVII
Objeciones sobre el parto virginal

En esta cuestión, nos perturban tanto los griegos como los judíos, diciendo que fue imposible que el Mesías naciese de una virgen. Tapemos, en primer lugar, la boca a los griegos y sus fábulas. Quienes sostenéis que unas piedras que se arrojan pueden transformarse en hombres, ¿cómo decís que es imposible que una virgen dé a luz? Quienes fabuláis que una hija nació de un cerebro, ¿afirmáis que un hijo no puede salir del útero de una virgen? Quienes afirmáis que Baco salió del muslo de Júpiter, como si fuese un útero preñado, ¿cómo es que rechazáis nuestra verdad? Lo que digo es indigno del presente auditorio, pero lo digo para que rechacéis a los griegos, que con sus fábulas se desmienten a sí mismos.

XXVIII
Ejemplos de partos imposibles

A los que provienen de la circuncisión, arguméntales así: ¿Qué es más difícil, que una anciana estéril dé a luz o que lo haga una virgen que está en la flor de la edad? Sara era estéril y, ya sin la regla (Gn 11,30; 18,11), dio a luz fuera de su capacidad natural (Gn 21,2). Por consiguiente, si es posible que una estéril engendre de un modo no natural, también, más allá de la naturaleza, puede una virgen ser madre. Así pues, o bien rechazas ambas cosas, o las admites las dos, pues el mismo Dios es el que hizo aquello y esto. No te atreverás a decir que aquello es posible para Dios, y esto es imposible. ¿Y qué hay, por ejemplo, de natural en que la mano de un hombre cambie de aspecto en el espacio de una hora, pero luego vuelva a recobrarlo? ¿Cómo es, pues, que la mano de Moisés se volvió blanca como la nieve, y volvió instantáneamente a su estado anterior (Ex 4,6-7)? Los judíos dicen: Es Dios quien ha operado el cambio. Pues bien, si Dios puede esto, ¿no puede también lo otro? Además, aquel signo iba destinado a los egipcios (Ex 4,8-9), y éste ha sido dado al mundo entero. ¿Qué trabajo es más difícil, oh judíos, que una virgen dé a luz, o que una vara se convierta en un ser vivo? Porque en tiempos de Moisés, una vara rígida tomó aspecto de serpiente que causaba miedo al mismo Moisés. De modo que, el que antes sostenía la vara, huía después de ella como de un dragón, pues realmente lo era. En realidad, la gente huía de pavor, pero no por aquello que sostenía, sino por el que había provocado el cambio. Si, pues, de la vara salían unos ojos que podían ver, ¿no puede nacer, si Dios quiere, un niño de un útero virginal? Y no menciono ahora que la vara de Aarón produjo en una sola noche (Nm 17,23) lo que otros árboles producen en el espacio de muchos años, pues ¿quién ignora que una vara desprovista de corteza, aunque se la plante en medio de un río, no germinará jamás? Con todo, Dios no está al servicio de los árboles, sino que es autor de la naturaleza. Y una vara sin frutos, seca y sin corteza floreció, germinó y dio nueces como fruto (Nm 17,23). Así pues, Aquel que concedió a la vara de Moisés (prototipo del sacerdocio antiguo, tan sólo figura del actual) fruto más allá de su capacidad, ¿no habría de conceder el parto a una virgen en razón del verdadero sumo sacerdote?

XXIX
Ejemplos de nacimientos milagrosos

Todos estos ejemplos son muy notables. Sin embargo, los judíos los discuten, y no asienten a estos ejemplos de la vara si no se les convence mediante partos admirables del mismo género y no naturales. Preguntadles, pues, de este modo: ¿De quién nació Eva, al principio? ¿Qué madre la hizo, si carecía de ella? La Escritura dice que fue hecha de la costilla de Adán (Gn 2,22), mas si Eva fue hecha de la costilla del hombre, sin necesitar una madre, ¿no podría nacer un niño del vientre de una virgen sin concurso de varón? Las mujeres están sometidas al hombre para procrear. Pues bien, Eva nació de Adán, y no fue concebida por una madre, sino que salió de un hombre como si él la hubiese dado a luz. Hermanos, la deuda de esta gracia la devolvió María cuando, por la fuerza de Dios, y no por un hombre sino por sí sola, concibió intacta y por el poder del Espíritu Santo.

XXX
La misma existencia del hombre, un milagro

Con todo, hay otro ejemplo mucho mejor. Aunque parezca asombroso que unos cuerpos se generan de otros, sin embargo, esto es posible. Y más asombroso es que el hombre se haga del polvo de la tierra. Y todavía es más admirable que de una masa de lodo aparezcan los párpados y la luz de los ojos, y que de un poco de barro nazcan la solidez de los huesos, la suavidad de los pulmones y las diversas clases de miembros. Todo esto es admirable. Y que un barro que ha cobrado vida recorra el mundo por cualquier lugar, y edifique, y enseñe y hable, y realice trabajos fabriles, y haga tareas de gobierno, todo ello es digno de admiración. Por tanto, judíos ignorantes, ¿de dónde ha salido Adán? ¿Acaso no ha moldeado Dios su figura admirable tomando polvo de la tierra? ¿Qué, pues? Si el lodo se transforma en ojo, ¿no engendrará una virgen a un hijo? Lo que al juicio humano parece más imposible se convierte, sin embargo, en realidad. ¿Y no habrá de realizarse lo que por sí mismo es posible?

XXXI
La virginidad de María, testificada por ella

Hagamos memoria, hermanos, de estas glorias, y usémoslas como armas arrojadizas. Y no sigamos a los que enseñan heréticamente una venida de Cristo sólo en apariencia o discutible. Rechacemos también a quienes dicen que el nacimiento del Salvador tuvo lugar de un hombre y una mujer, de José y de María, basándose en aquello que está escrito: "Tomó consigo a su mujer" (Mt 1,24). Recordemos a Jacob, que, antes de tomar a Raquel, dijo a Labán: "Dame a mi mujer" (Gn 29,21). Como aquélla, antes de sancionar las nupcias, ya era llamada esposa de Jacob por haber quedado prometida con él, así también María fue llamada esposa de José a causa del desposorio. Y si no, observa el modo cuidadoso de hablar del evangelio, al decir: "Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José" (Lc 1,26). A su vez, cuando se habla del empadronamiento y de que José subió para empadronarse, ¿qué dice la Escritura? Esto mismo: "Subió también José, desde Galilea, para empadronarse con María, su desposada mujer, que estaba encinta" (Lc 2,4.5). Aunque estaba embarazada, no dijo simplemente "su mujer", sino su "mujer desposada". Como dice Pablo, "Dios envió a su Hijo nacido de una mujer" (Gál 4,4), y no nacido de un hombre y una mujer. En este caso, de una virgen. Que a una virgen se le llame sin mas mujer es algo que ya antes mostramos. De una virgen nació quien hizo las almas vírgenes.

XXXII
La virginidad de María, testificada por otros

Te asombras de lo que ha sucedido, pero también estaba asombrada la misma María que lo engendró, pues a Gabriel le dice: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?". El ángel le responde: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,34). En definitiva, se trata de una concepción pura e incontaminada, pues donde sopla el Espíritu Santo desaparece toda mancha. El nacimiento virginal del Unigénito en la carne está exento de impureza. Y si los herejes están en contra de esta verdad, les convencerá que "el poder del Altísimo" cubrió a la Virgen "con su sombra" (Lc 1,35). Y si no, ella misma se enfrentará con ellos el día del juicio, con el rostro vuelto hacia Gabriel. Será también para ellos motivo de confusión el lugar del pesebre que acogió al Señor (Lc 2,7), y aportarán su testimonio los pastores que recibieron la fausta noticia (Lc 2,10), y también el ejército de los ángeles que alababan, celebraban y decían: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace" (Lc 2,14). Así mismo, dará testimonio contra ellos el templo al que fue llevado a los cuarenta días (Lc 2,22) para "ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones" (Lc 2,24). Testificarán igualmente Simeón, que entonces "le tomó en brazos" (Lc 2,28), y la profetisa Ana, que allí estaba (Lc 2,36). Fue y es verdadero hombre el que nació de la Virgen.

XXXIII
Elogio de la virginidad

Ante el testimonio de Dios, juntamente con el del Espíritu Santo, están las propias palabras de Cristo: "¿Por qué queréis matarme (Jn 7,19), a mí, que soy un hombre que os ha dicho la verdad?" (Jn 8,46). Ante esto, que enmudezcan los herejes que están en contra de su humanidad, y que olvidan que el propio Cristo dijo: "Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo" (Lc 24,39). Sea adorado el Señor nacido de la Virgen, y conozcan las vírgenes el honor y la corona de su propia institución. También el orden de los monjes reconozca la gloria de la pureza, pues con ella no nos vemos privados de la dignidad de la integridad. Cristo cumplió el tiempo de 9 meses en el vientre de la Virgen, pero el Señor fue hombre durante 33 años, de modo que si una virgen se gloría por un tiempo de 9 meses, mucho más podemos gloriarnos nosotros por una multitud de años.

XXXIV
Dignidad de la virginidad

Corramos todos, por la gracia de Dios, la carrera de la castidad, "los jóvenes y las doncellas, los ancianos junto con los niños" (Sal 148,12), no siguiendo la lascivia, sino alabando el nombre de Cristo. No ignoremos la gloria de la pureza, pues se trata de una superioridad angélica y de una tarea que va más allá del hombre. Respetemos los cuerpos, que en su momento lucirán como el sol. No manchemos con las bajas pasiones un cuerpo tan digno. El pecado es algo pequeño, cuyo placer dura tan sólo un tiempo muy limitado, mientras su oprobio se prolonga por una eternidad de años. Los que siguen la pureza son ángeles que caminan por la tierra. Las vírgenes tienen parte con María Virgen. Elimínese todo adorno llamativo, toda mirada peligrosa y cualquier vestido y perfume que arrastren a las bajas pasiones. En cuanto a todos, el perfume sea la oración, el olor de las buenas obras y la santificación de los cuerpos, para que el Señor que nació de la Virgen diga de nosotros que somos hombres que han guardado su integridad y mujeres que han recibido la corona. Entonces, el Señor dirá: "Estableceré mi morada en medio de vosotros. Me pasearé en medio de vosotros, y seré para vosotros Dios, y vosotros seréis para mí un pueblo" (Lv 26,11.12; 2Cor 6,16; Ap 21,3; Ez 36,28; Jer 31,31-34).