CIRILO
DE JERUSALÉN
Sobre Cristo Resucitado
I
La resurrección, anuncio alegre
"Alégrate, Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis" (Is 66,10) pues Jesús ha resucitado. "Llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo", al conocer los crímenes y delitos de los judíos. ¿Por qué? Porque el que fue deshonrado por ellos en estos parajes ha sido devuelto de nuevo a la vida, y así como la conmemoración de la cruz aportó algo de tristeza, así la fausta noticia de la resurrección debe alegrar a los aquí presentes. "Has trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría" (Sal 30,12); "mi boca está repleta de tu alabanza y de tu gloria todo el día" (Sal 71,8), por causa del que, después de su resurrección, dijo: "Alegraos" (Mt 28,9). En los días pasados, hermanos, los que amáis a Cristo os quedasteis tristes cuando terminé mi discurso sobre la muerte y la sepultura, sin hacer mención de la resurrección, y el ánimo se quedó expectante. Por ello, tenéis que saber que, después de muerto, Cristo resucitó, y quedó "libre entre los muertos" y fue el libertador de los muertos. Así, el que ignominiosamente fue coronado con una corona de espinas, al resucitar se ciñó con la diadema de la victoria sobre la muerte.
II
La resurrección, modelo de cómo se procederá
De igual manera que expuse los testimonios relativos a la cruz, ahora mostraré los de la resurrección. Parto para ello de lo que dice el apóstol, al recordar que "fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras" (1Cor 15,4). Así pues, puesto que el apóstol nos remite a los testimonios de las Escrituras, lo mejor será examinar en qué se apoya la esperanza de nuestra salvación, y comprobar si las Escrituras nos hablan con precisión del tiempo de su resurrección (si tuvo lugar en verano, o en otoño, o después del invierno), y del lugar en que resucitó el Salvador, y cuál es el nombre que en los profetas se atribuye al lugar de la resurrección. O si las mujeres, que lo buscaban sin encontrarlo, se alegraron o no al encontrarlo de nuevo. De este modo, al leer los evangelios, sus narraciones no se considerarán como fábulas ni como poemas épicos, sino como profecías cumplidas.
III
La sepultura, prevista en en AT
Jesús fue sepultado, como oísteis abiertamente en la catequesis anterior y como profetizó Isaías, al decir: "Cuando ante la desgracia es arrebatado el Justo, él se va en paz" (Is 57,1-2). En efecto, la sepultura de Cristo pacificó el cielo y la tierra, acercando a los pecadores a Dios. Es lo que recuerdan las Escrituras, al decir que "del rostro de la iniquidad es arrebatado el justo" (Is 57,1) y "puso su sepultura entre los malvados" (Is 53,9). También es lo que recuerda la profecía de Jacob, cuando dijo: "Se recuesta, se echa cual león o cual leona, y ¿quién le hará alzarse?" (Gn 49,9). Y también es lo que relata el libro de Números, al decir que "se agacha, se acuesta como león o como leona, y ¿quién le hará levantar?" (Nm 24,9). A menudo oísteis también el salmo de David, que dice: "Tú me sumes en el polvo de la muerte" (Sal 22,16). Y también mencioné aquella profecía de Isaías, cuando dijo "reparad en la peña de donde fuisteis tallados" (Is 51,1), refiriéndonos al lugar.
IV
La
resurrección, prevista en el AT
Ahora, pues, relacionemos los testimonios de la Escritura sobre la resurrección. En primer lugar está el Salmo 12, que dice: "Por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahveh" (Sal 12,6). Como este testimonio es para algunos todavía dudoso, pues a menudo se levanta airado para tomar venganza de los enemigos (Sal 7,7), acercaos mejor al Salmo 16, que claramente dice: "Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio" (Sal 16,1), y: "Yo jamás derramaré sus libámenes de sangre, jamás tomaré sus nombres en mis labios" (Sal 16,4),, y: "Pongo a Yahveh ante mí sin cesar, porque él está a mi diestra y no vacilo" (Sal 16,8), y: "Por eso se me alegra el corazón, y mis entrañas retozan, y: "No has de abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa" (Sal 16,9-10). ¡Fijaos!, el salmo no dice "no dejarás a tu amigo ver la muerte" (pues en ese caso no habría muerto), sino "la corrupción", puesto que no permaneceré en la muerte. Finalmente, el Salmo 16 termina diciendo: "Me enseñarás el camino de la vida" (Sal 16,11). ¿Por qué? Porque claramente anuncia la vida después de la muerte. Veamos ahora al Salmo 30, cuando dice: "Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado, y no dejaste reírse de mí a mis enemigos" (Sal 30,1). ¿Qué ha sucedido? ¿Ha sido liberado de los enemigos, o ha sido soltado de los que le golpeaban? Lo dice con toda claridad: "Tú has sacado, Yahveh, mi alma del sheol" (Sal 30,4). Sobre todo, dice proféticamente "no dejarás" (Sal 16,9.10), hablando del futuro como cosa ya realizada. Es lo que sigue explicando el Salmo 30, al decir: "Has sacado mi alma, me has recobrado de entre los que bajan a la fosa" (Sal 30,4). ¿En qué tiempo sucederá esto? En éste mismo: "Por la tarde, visita de lágrimas; por la mañana, gritos de alborozo" (Sal 30,6). Por la tarde estaban de luto los discípulos, y por la mañana se alegraron de la resurrección.
V
El
lugar de la resurrección, según el AT
¿Quieres conocer también el lugar? Te lo explica el Cantar de Cantares, cuando dice: "Al nogueral había yo bajado" (Cant 6,11). Si vamos a los evangelios, veremos que éstos dicen que "en el lugar donde había sido crucificado había un huerto" (Jn 19,41). Gracias a la generosidad del emperador, hoy este lugar se encuentra magníficamente embellecido, pero antes era sólo un huerto del que sólo quedan sus vestigios y restos. Era, pues, un "huerto cerrado, fuente sellada" (Cant 4,12). ¿Por qué estaba cerrado? Por los judíos, porque cuando Cristo murió se dijeron: "Recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: A los tres días resucitaré. Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro" (Mt 27,63-64). Poco después, esos judíos "fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia" (Mt 27,66). Con todo, ¿cuál es esa "fuente sellada" (Cant 4,12) o la "fuente de los huertos, pozo de aguas vivas" (Cant 4,15)? Es el Salvador, del cual está escrito: "En ti está la fuente de la vida" (Sal 36,9).
VI
El momento de la resurrección, según el AT
¿Qué es lo que la Escritura dice a los discípulos, acerca de la persona de Cristo? Esto mismo: "Disponte, levántate de mañana, pues su racimo se ha podrido" (Sof 3,7). Se trata del racimo de los judíos, en el que no queda uva ni racimo de salvación, pues su viña ha sido arrancada. Y si no, mira cómo habla a los discípulos: "Prepárate, levántate temprano. Espera de mañana la resurrección", y: "Esperadme hasta el día de mi resurrección, como testimonio" (Sof 3,8). Ves también que el profeta previó el lugar del testimonio, que había de llamarse martyrion. Además, ¿por qué razón este lugar del Gólgota y de la resurrección no se llama iglesia como los demás, sino martyrion? Tal vez, a causa de lo que dijo el profeta: "El día de mi resurrección como testimonio".
VII
La resurrección, señal potente para los gentiles
¿Quién es el que resucita, y cuáles son sus signos? Lo explica con evidencia el mismo texto profético, cuando dice: "Convertiré entonces la lengua de los pueblos" (Sof 3,9), como quiera que, después de la resurrección, y tras el envío del Espíritu Santo, se dio el don de lenguas (Hch 2,4), para que "invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo" (Sof 3,9). ¿Y qué señal se añade, de que servirán al Señor "bajo un mismo yugo"? Ésta misma: "Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis suplicantes, mi dispersión, me traerán mi ofrenda" (Sof 3,10). Ves que eso está escrito en los Hechos de los Apóstoles, cuando el eunuco etíope llegó desde los confines de los ríos de Etiopía (Hch 8,27). Las Escrituras señalan, por tanto, el momento y las circunstancias, el tiempo y el lugar, y los signos que siguieron a la resurrección. Tened, pues, hermanos, una fe firme en la resurrección, y que nadie os aparte de confesar a Jesucristo resucitado de entre los muertos.
VIII
La resurrección, iluminadora del pueblo judío
Recibid también otro testimonio del Salmo 88, cuando es Cristo el que proféticamente dice: "Yahveh Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando día y noche" (Sal 88,2) y: "Soy como un hombre acabado: relegado entre los muertos" (Sal 88,5-6). ¡Fijaos!, no dice "soy un hombre acabado", sino "como un hombre acabado", mostrando que no ha sido crucificado porque le falten fuerzas, sino voluntariamente, ni le llegó la muerte por una debilidad involuntaria cuando "me echaste en lo profundo de la fosa" (Sal 88,7). ¿Cuál fue la señal de esto? Ésta misma: "Has alejado de mí a mis conocidos" (Sal 88,9). De hecho, de Cristo huyeron sus discípulos (Mt 26,56). Respecto a los judíos, ya ellos mismos habían replicado al Señor: "¿Acaso para los muertos haces maravillas?" (Sal 88,11), y: "Yo grito hacia ti, Yahveh, y de madrugada va a tu encuentro mi oración" (Sal 88,14). ¿Es que no veis, oh judíos, cómo también se aclaran para vosotros las circunstancias del tiempo, tanto de la pasión como de la resurrección de Jesús?
IX
El
lugar histórico de la resurrección
¿Desde qué lugar resucitó el Salvador? Lo explica el Cantar de Cantares, cuando dice: "Levántate, amada mía, hermosa mía y vente" (Cant 2,10), y: "En la grieta de la roca" (Cant 2,14). Como veis, la Escritura habla de la grieta de la roca, o entrada que entonces había antes de la puerta del sepulcro del Salvador, y que estaba excavada en la misma roca (como suele hacerse en las entradas de los sepulcros). Hoy ya no se puede ver, pues al colocar la actual ornamentación se suprimió aquel abrigo. Anteriormente a la actual estructura del monumento, de magnificencia regia, había una cavidad ante la roca. ¿Dónde está la roca en la que se encontraba esa cavidad? ¿Está tal vez en medio de la ciudad o próxima a las murallas y a los extremos? ¿O en las antiguas murallas o en los antemurales? Lo explica el Cantar de Cantares, cuando dice: "En la cavidad de la roca, junto al muro exterior" (Cant 2,14).
X
El momento histórico de la resurrección
¿En qué época resucitó el Salvador? ¿En la estación de verano o en otra? También el Cantar de Cantares, muy próximo a lo que se acaba de citar, dice: "Mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de la poda ha llegado" (Cant 2,11-12). ¿En qué época esta tierra se llena de flores, y se podan las viñas? Efectivamente, cuando llega el mes Xántico, e inmediatamente viene la primavera. Hoy en día, esa época cae el mes 1 del calendario hebreo, y en él se celebra la fiesta de la Pascua. Ésta fue la época de la creación, cuando dijo Dios: "Produzca la tierra vegetación, y hierbas que den semillas, y árboles frutales que den fruto de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra" (Gn 1,11). En este tiempo, como ves, germina ya toda clase de hierba. Del mismo modo, ésta fue también la época en que Dios creó al hombre, cuando dijo: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra" (Gn 1,26). Realmente, lo que aquel hombre recibió fue la imagen y semejanza de Dios, aunque el pecado la oscureció y entenebreció. Por eso, en el mismo momento en que sufrió esta pérdida, tuvo también lugar la reparación. Después de ser creado el hombre, fue expulsado del paraíso (por su desobediencia), mas en el mismo momento el que creyó fue introducido en él (por la obediencia). La salvación fue a la vez que la caída. Así pues, cuando "aparecen las flores, el tiempo de la poda ha llegado" (Cant 2,12).
XI
Sobre el cuerpo embalsamado y resucitado
El lugar de la sepultura era un huerto, y en él había plantada una vid. En efecto, ya Cristo había dicho "yo soy la vid" (Jn 15,1), colocada en la tierra por causa de Adán. Por éste, la tierra estaba condenada a producir espinas y abrojos, y por Aquel se alzó la vid verdadera y se cumplió lo dicho: "La verdad brotará de la tierra, y de los cielos se asomará la justicia" (Sal 85,12). ¿Y que decir del que está sepultado en el huerto? Esto mismo: "He tomado mi mirra con mi bálsamo" (Cant 5,1), y: "Mirra y áloe, con los mejores bálsamos" (Cant 4,14). Según la Escritura, éstos son los símbolos de la sepultura, y según el evangelio "las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado" (Lc 24,1), así como "fue también Nicodemo, con una mezcla de mirra y áloe" (Jn 19,39). Según la Escritura, se alude a que "he comido mi pan con mi miel" (Cant 5,1 LXX), significando lo amargo la pasión y lo dulce la resurrección. Sobre el cuerpo que, embalsamado, fue resucitado, nos dicen los evangelio que "vuelto a la vida, entró por unas puertas que estaban cerradas (Jn 20,19), y que "los discípulos se resistían a creer, pues creían ver un espíritu" (Lc 24,37). No obstante, él les dijo: "Palpadme y ved" (Lc 24,39; 37-41), y: "Meted los dedos en el agujero de los clavos", como exigía Tomás (Jn 20,24-29). como ellos no acabasen de creerlo, a causa de la alegría y del asombro, Jesús les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?". Ellos le ofrecieron "un pez asado" (Lc 24,41-42). Ahí se ve cómo se ha cumplido lo que se profetizó: "He comido mi pan con mi miel".
XII
Sobre las mujeres, vigilantes y testigos
Antes de entrar Jesús por las puertas cerradas, lo estaban buscando aquellas mujeres dotadas de una fortaleza viril. Llegaron aquellas bienaventuradas al sepulcro, y buscaban al que ya había resucitado (Mt 28,1-6). Las lágrimas les brotaban de los ojos, cuando en realidad era ya momento de alegrarse y de cantar a coro por el resucitado. Vino María buscándolo, como está en el evangelio (Jn 20,1) y no lo encontró. Después lo oyó (de boca de los ángeles), y finalmente lo vio (a él personalmente; Jn 20,11-18). ¿Acaso no constaban ya estas cosas por escrito? Y si no, vayamos al Cantar de Cantares, cuando dice: "En mi lecho he buscado al amor de mi alma". ¿En qué momento? En éste mismo: "En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma". María, dice, llegó "cuando todavía estaba oscuro" (Jn 20,1). No obstante, la profecía dice "lo busqué y no lo hallé" (Cant 3,1), que es lo mismo que exclama María, cuando dice: "No se dónde lo han puesto" (Jn 20,13). Los ángeles deshicieron esta ignorancia sobre el Resucitado, diciendo: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24,5). Es decir, que no resucitó él solo, sino llevando consigo a otros muertos. En referencia a la Magdalena, dice bellamente el Cantar de Cantares: "¿Habéis visto al amor de mi alma? Apenas habíamos pasado (es decir, a los dos ángeles), cuando encontré al amor de mi alma. Lo aprehendí y no lo soltaré" (Cant 3,3-4).
XIII
Sobre las mujeres, anunciadoras
Después de la visión de los ángeles, fue Jesús el que se anunció a sí mismo. Como dice el evangelio, "en esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Dios os guarde! Y ellas, acercándose, se asieron a sus pies" (Mt 28,9). Lo asieron para que se cumpliese aquello de "lo aprehendí y no lo soltaré" (Cant 3,4). Las mujeres eran de cuerpo débil, pero de ánimo viril, y en ellas "las aguas no apagaron el amor, ni los ríos lo anegaron" (Cant 8,7). ¿Qué amor? Éste mismo: el que no apagaron las aguas. ¿Qué no apagaron las aguas? Esto mismo: al que estaba muerto. Es decir, que las mujeres nunca habían apagado completamente la esperanza de la resurrección. De hecho, el ángel les dijo: "No temáis" (Mt 28,5), y no porque hubiese soldados, sino para que no apagasen su esperanza, porque "el amor perfecto expulsa el temor" (1Jn 4,18). Tras lo cual, el ángel les dice: "Ahora iros, y decidlo enseguida a sus discípulos" (Mt 28,7). Ellas "partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo" (Mt 28,8). ¿No os recuerda esto a lo que está escrito? Sobre todo, en el Salmo 2, donde se dice, tras enunciar la pasión del Señor: "Servid a Yahveh con temor, y regocijaos en estremecimiento ante él" (Sal 2,11). E decir, regocijaos porque ha resucitado, y "en estremecimiento" por causa del terremoto, y del ángel que apareció con el fulgor de un relámpago.
XIV
Sobre el sepulcro, sellado y vigilado
Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos sellaron el sepulcro, tras advertírselo a Pilato. Pero las mujeres vieron al Resucitado. De ahí que Isaías, que conocía la futilidad de los sumos sacerdotes y la fortaleza fe de las mujeres, profetizase: "Mujeres, que venís de la visión, daos prisa, pues no hay un pueblo que tenga inteligencia" (Is 27,11). Efectivamente, los sumos sacerdotes estaban desprovistos de inteligencia, y las mujeres mirando con sus mismos ojos. Cuando los soldados comunicaron a los sacerdotes todo lo que había sucedido (Mt 28,11), éstos les advirtieron: "Decid que sus discípulos vinieron de noche, y lo robaron mientras nosotros dormíamos" (Mt 28,13). Correctamente, esto fue lo que predijo también Isaías, hablando como por ellos: "Habladnos cosas halagüeñas, contemplad ilusiones" (Is 30,11). Cuando ya se supo la noticia de la resurrección, los sacerdotes sacaron de los donativos grandes cantidades de dinero, sobornaron a los soldados (Mt 28,15) y les dijeron "Si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos, y os evitaremos complicación" (Mt 28,14). De hecho, ¿cómo es que, al salir Pedro de la cárcel, fueron condenados sus guardianes (Hch 12,19), mientras que no sufrieron castigo los que custodiaban a Jesús? En definitiva, los soldados sabían la verdad, y los judíos compraron a esos soldados, y con ello trataron de ocultar la verdad. No obstante, la verdad salió a la luz, pues sólo unos pocos judíos creyeron la fábula inventada al caso por los sumos sacerdotes (Mt 28,15), y la verdad la creyó el orbe entero. Los que ocultaron la verdad quedaron sepultados en el olvido, pero los que la acogieron aparecieron a la luz pública movidos por la fuerza del Salvador. Éste no sólo se alzó de entre los muertos, sino que llevó consigo también a otros muertos, de cuya persona dice claramente el profeta Oseas: "Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir, y en su presencia viviremos" (Os 6,2).
XV
Sobre los apóstoles, judíos miedosos
Al no convencer las Sagradas Escrituras a los judíos, que no obedecen, y al contradecir ellos mismos la resurrección de Jesús, lo mejor sería hablarles así: ¿Por qué, mientras afirmáis que Eliseo y Elías han resucitado muertos (2Re 4,20; 1Re 17,17-24), os obcecáis en contra de la resurrección de nuestro Salvador? ¿O es que a los que actualmente vivimos no nos valen los testigos de entonces? Buscad vosotros mismos, pues, testigos de aquella época. Si lo de aquella época está escrito, también esto está escrito. ¿Por qué aceptáis una de las cosas y rechazáis la otra? ¿Porque eran hebreos los que escribieron de Elías y Eliseo? Pues bien, también son hebreos los que han escrito sobre Jesucristo. ¿Que no han escrito en lengua hebrea? Pues bien, el judío Mateo sí que escribió en lengua hebrea, y el predicador Pablo era "hebreo e hijo de hebreos" (Flp 3,5), y los doce apóstoles eran todos hebreos, y los quince obispos siguientes de Jerusalén han sido también, en sucesión ininterrumpida, todos hebreos. ¿Por qué razón, pues, mientras admitís lo vuestro, creéis que se ha de rechazar lo nuestro?
XVI
La
resurrección, el mayor signo de Dios
Me dirá alguno que es imposible resucitar muertos. Pues bien, Eliseo obró una y otra vez resurrecciones, tanto estando en vida (2Re 4,20) como después de muerto (2Re 13,21). Si creemos que un cadáver arrojado al suelo resucitó al contacto con Eliseo, que yacía allí muerto ¿no resucitó Cristo de entre los muertos? Además, cuando resucitó aquel que estaba muerto, al tocar a Eliseo, el que lo hizo alzarse permaneció muerto. Por nuestra parte, el muerto del que nosotros hablamos resucitó, y resucitaron otros muchos muertos que ni siquiera le habían tocado, como bien recuerda el evangelio: "Muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos" (Mt 27,52-53). Eliseo hizo ciertamente resucitar a un muerto, pero no consiguió dominar el orbe. Elías resucitó a un muerto, pero los demonios no se sometieron en nombre de Elías. Sin embargo, nosotros celebramos a quien es Señor de ellos, no ensalzando lo nuestro a costa de empequeñecer aquello (pues también aquello es nuestro) sino conciliando la fe en lo nuestro con las cosas de ellos.
XVII
La resurrección, algo ya preanunciado por Dios
Algunos dicen insistentemente que un muerto fue sustituido por un vivo. Pues bien, que nos muestren esos tales que es posible que resucite un muerto de tres días y que sea llamado de nuevo a la vida un hombre que esté ya tres días sepultado. Si buscamos una tal prueba, nos la suministra el Señor Jesús en los evangelios, al decir: "De la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches" (Mt 12,40; Jon 2,1). Cuando indagamos con cuidado la historia de Jonás, es grande la semejanza con lo nuestro. Jesús fue enviado a predicar la conversión, y también Jonás (Jon 1,2) fue enviado a lo mismo. Éste, al no saber el futuro, huye, y aquél, en cambio, accede a anunciar la penitencia de salvación. Jonás dormía en la nave, y lo hacía profundamente (Jon 1,5) mientras el mar estaba encrespado por la tempestad. Por su parte, cuando Jesús se encontraba durmiendo, se encrespó el mar por determinados designios (Mt 8,24-25), para que después se reconociese el poder del que estaba durmiendo (Jon 8,27). Aquellos le decían a Jonás: "¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos" (Jon 1,6). Aquí, los discípulos le dicen al Señor: "Señor, sálvanos" (Mt 8,25). Allí decían "invoca a tu Dios", y aquí dicen "sálvanos". Aquél dice "agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará" (Jn 1,12), y éste "increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza" (Mt 8,26). Aquél fue a parar al vientre de la ballena (Jon 2,1), y éste descendió por su propia voluntad al lugar donde la muerte tragaba a los hombres. Descendió voluntariamente para que la muerte vomitase a aquellos que se había tragado, según aquello que está escrito: "De la garra del sheol los libraré, de la muerte los rescataré" (Os 13,14).
XVIII
El descenso de Cristo a los infiernos
Llegados a esta parte del discurso, consideremos si es más difícil que un hombre sepultado salga del suelo. ¿O acaso no se deshace y se corrompe un hombre en el vientre de un cetáceo, tragado en las vísceras cálidas de un ser vivo? ¿Quién ignora que es tanto el calor que hay en el vientre que deshace incluso los huesos que se devoran? Jonás, tras habitar tres días y otras tantas noches en el vientre de la ballena, ¿no estaría corrompido y deshecho? Siendo idéntica la naturaleza de todos los hombres, y no pudiendo vivir sin respirar el aire, ¿cómo pudo vivir tres días sin él? A esto, los judíos responden diciendo: Juntamente con Jonás, cuando se agitaba en el sheol, descendió el poder de Dios, y así dio Dios vida a su siervo, otorgándole su poder. ¿Y no podía Dios darse ese poder a sí mismo? Si aquello era creíble, también esto lo es. Y si esto no se puede creer, tampoco aquello. A mí, ambas cosas me parecen igualmente creíbles. Creo que Jonás fue protegido, pues "para Dios todo es posible" (Mt 19,26). Y también creo que Cristo resucitó de entre los muertos. Tengo múltiples testimonios de esta realidad, tanto de las Sagradas Escrituras como del mismo Resucitado, todos válidos hasta el día de hoy. El que descendió a los infiernos no volvió solo, sino acompañado de muchos, pues descendió a la muerte y muchos cuerpos de los santos que habían muerto fueron resucitados por él (Mt 27,52).
XIX
En
el abismo, victoria de Cristo sobre la muerte
Cuando Cristo descendió a los infiernos, la muerte quedó aterrorizada, al ver que descendía al infierno alguien distinto que no estaba sujeto por las cadenas de este lugar (Hch 2,24). ¿Por qué razón, oh guardianes del infierno, os llenasteis de pavor al verlo? (Job 38,17). ¿Os invadió un temor descarado? ¿Huyó la muerte, y esa fuga delataba su temor? En efecto, a ella acudieron los santos profetas, y Moisés el legislador, y Abraham, Isaac y Jacob, y David, Samuel e Isaías. E incluso Juan el Bautista, que había dicho y testificado: "¿Eres tu el que ha de venir, o debemos esperar a otro?" (Mt 11,3). Todos ellos habían sido tragados por la muerte, mas una mano salvadora los redimió. De ahí que fuese unánime la alabanza entre los justos, al grito de: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1Cor 15,55), porque el Autor de la victoria nos ha liberado.
XX
El ascenso de los abismos, preanunciado en el AT
Jonás fue figura de nuestro Salvador cuando, orando desde el vientre del cetáceo, dijo: "Desde mi angustia clamé a Yahveh y él me respondió; desde el seno del sheol grité, y tu oíste mi voz" (Jon 2,3). En efecto, Jonás estaba en el interior de la ballena, y eso que él dice que estaba en el sheol (lit. infierno). Por tanto, Jonás fue una figura de Cristo, el cual también, en su momento, hubo de descender a los infiernos. Poco después, hablando proféticamente y con toda claridad acerca de la persona de Cristo, dice jonás: "A las raíces de los montes descendí" (Jon 2,7). ¿De qué montes hablas, Jonás, si estás en el vientre de la ballena? De este mismo: de un monte de piedra, cuyas raíces (sepulcros) están excavadas en piedra. En efecto, cuando Jonás se encontraba en el mar, dice "descendí a la tierra" (Jon 2,7), al igual que Cristo descendió hasta las entrañas de la tierra (Mt 12,39-40). Previó también Jonás el fraude de los judíos (induciendo a los soldados a mentir y a decir "que lo robaron"; Mt 28,13), sobre todo cuando dijo: "Observando cosas vanas y falsas, abandonan la misericordia para con ellos" (Jon 2,9). De hecho, vino quien se compadecía de ellos, y fue crucificado y resucitó tras haber dado el don de su preciosa sangre en favor de judíos y gentiles. Los judíos, sin embargo, dicen "decid que lo robaron", haciendo así observancia de cosas vanas y de falsedades. De su resurrección, dice también Isaías que "Dios sacó de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, en la sangre de una alianza eterna" (Is 63,11). Añadió lo de grande para que no fuese contado entre los pastores de la categoría inferior.
XXI
Las
apariciones del Resucitado
Con todos estos datos proféticos, despiértese en nosotros la fe, y caigan los que caen por su infidelidad y sus capricho. Vosotros, en cambio, manteneos firmes sobre la roca de la fe en la resurrección, y que ningún hereje tos arrastre nunca a infamar la resurrección. Hasta el día de hoy, los maniqueos dicen que la resurrección del Salvador fue simulada y no verdadera, sin hacer caso a ese apóstol Pablo que escribe: "Nacido del linaje de David según la carne" (Rm 1,3), y: "Por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1,4), y: "No digas en tu corazón ¿quién subirá al cielo? para hacer bajar a Cristo, o ¿quien bajará al abismo? para hacer subir a Cristo de entre los muertos" (Rm 10,6-7), y: "Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos" (2Tm 2,8), y: "Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe, y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó" (1Cor 15,14-15), y: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron" (1Cor 15,20), y: "Se apareció a Cefas y luego a los doce" (1Cor 15,5). Si no aceptáis, oh maniqueos, la fe de uno sólo, ahí tenéis doce testigos. Y si no, a otros quinientos más, pues "después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez" (1Cor 15,6). Si a aquellos doce tampoco les creían, que hagan caso a estos quinientos. Y si no, a otro más, pues "después se apareció a Santiago" (1Cor 15,7), primer obispo de esta parroquia. Si este obispo tan importante vio a Jesucristo resucitado, no reneguéis de la fe, hermanos, pues sois sus hijos. Y si decís, oh maniqueos, que Santiago dio testimonio por ser pariente de Cristo, tenéis a otro testigo más, pues "en último término se me apareció también a mí" (1Cor 15,8). Es decir, ese antiguo enemigo llamado Pablo. ¿Cómo poner en duda el testimonio de uno que había sido su enemigo, y ahora lo anuncia? Porque él mismo lo explica: "Antes fui perseguidor, y ahora anuncio la resurrección" (1Tm 1,13).
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XXII
Los testigos de la resurrección
Muchos fueron los testigos de la resurrección del Salvador. Era la noche y había luna llena, la decimosexta noche. La roca del sepulcro que acogió a Cristo y la piedra que resistió en su cara a los judíos: esa piedra vio al Señor, la piedra que fue removida de su sitio (Mt 28,2), ella da testimonio de la resurrección estando allí tirada hasta el día de hoy. Los ángeles de Dios, allí presentes, dieron testimonio de la resurrección del Unigénito (Lc 24,4). Pedro y Juan, Tomás y todos los demás apóstoles, algunos de los cuales corrieron hasta el sepulcro (Jn 20,4) y vieron los lienzos de la sepultura en los que había estado envuelto y que habían quedado allí después de la resurrección (Jn 20,6-7). Otros tocaron sus manos y sus pies y contemplaron las señales de los clavos (Jn 20,27). Y todos recibieron a la vez el soplo del Salvador y la potestad de perdonar los pecados en virtud del Espíritu Santo (Jn 20,22-23). Las mujeres que se asieron a sus pies observaron la magnitud del terremoto y el fulgor del ángel que allí estaba (Mt 28,2-5), así como los lienzos que le envolvían y que, al resucitar, abandonó allí. Son testigos también los soldados y el dinero que se les dio (Mt 28,15), el lugar, que todavía puede verse, y el santo edificio de esta Iglesia, edificada, por amor a Cristo, por el emperador Constantino, de feliz memoria, y que, como ves, está tan embellecida.
XXIII
Otros
testimonios sobre la resurrección
También la que fue resucitada en su nombre, Tabita, es testigo de la resurrección (Hch 9,40). Pues, ¿quién dejará de creer en la resurrección de Cristo, cuando su mismo nombre hizo resucitar a muertos? También el mar, como ya oíste, es testigo de la resurrección de Jesús. Testigos son la captura de los peces, las brasas encendidas y las viandas preparadas (Jn 21,6.9). También da testimonio Pedro, que antes le había negado tres veces, pero después le confesó otras tres veces, recibiendo el encargo de apacentar las ovejas espirituales (Jn 21,15-17). Hasta el día de hoy existe el Monte de los Olivos, que muestra a los ojos de los fieles quién es el que ascendió sobre la nube y que es la puerta de la ascensión a los cielos. En Belén había descendido de los cielos, pero ascendió a los cielos desde el monte de los Olivos. Desde allí vino hasta los hombres para entablar su combate y es aquí donde es coronado tras su lucha. Tienes, pues, numerosos testigos, tienes este mismo lugar de la resurrección y tienes el lugar de la ascensión, situado, desde nuestra posición, al Oriente. Tienes como testigos a los ángeles que allí testificaron y a la nube que se elevó, y también a los discípulos que desde allí bajaron (Hch 1,9.12).
XXIV
La ascensión de Cristo al cielo
El ordenamiento de la doctrina de la fe ya nos advertía de que habláramos también sobre la ascensión, pero la gracia de Dios dispuso las cosas de manera que ayer, que era domingo, oyeses, en la medida de nuestras fuerzas, hablar de esto. Fue porque, por gracia de Dios, las lecturas de la reunión litúrgica contenían lo referente a la ascensión de nuestro Salvador a los cielos. Lo que dijimos fue de cara a todas las personas y por causa de la multitud de fieles reunidos. Sobre todo, ayer hablamos de esto pensando en ti. Queremos ver ahora si atendiste a lo que se dijo. Pues sabes que la fe enseña que creas en aquel que "resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre". Creo que recordarás lo que expusimos, aunque, sin demasiada insistencia, te haré memoria de lo que dijimos. Acuérdate de que en los salmos está escrito claramente: "Sube Dios entre aclamaciones" (Sal 47,6). Las potestades divinas clamaban unas a otras: "Puertas, levantad vuestros dinteles" (Sal 24,7). Téngase en la mente el otro salmo: "Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos" (Sal 68,19). Y acuérdate del profeta, que dice: "El que edifica en los cielos sus aletas moradas" (Am 9,6). Y todas las demás cosas que ayer se dijeron a causa de las contradicciones de los judíos.
XXV
Precedentes de la ascensión en el AT
Hay quienes se oponen, juzgándola imposible, a la ascensión del Salvador. Pues bien, que esos tales se acuerden de lo que se dice de la traslación de Habacuc (Dn 14,33-39). Pues si Habacuc fue transportado por el ángel cogiéndolo por los pelos de la cabeza, mucho más el Señor de los profetas y de los ángeles, subiendo en una nube desde el Monte de los Olivos, pudo preparar su ida a los cielos y por su propio poder. Retén también en tu mente otras cosas semejantes, teniendo en cuenta que la grandeza es del Señor, que hace tales maravillas: aquellos eran llevados y éste es el que "todo lo sostiene" (Hb 1,3). Recuerdas que Henoc fue trasladado (Gn 5,24), pera Jesús ascendió. Recuerda las cosas que ayer se dijeron de Elías: que Elías fue tomado en un carro de fuego (2Re 2,11), pero el carro de Cristo fueron "los carros de Dios, por millares de miríadas". Y que Elías fue tomado al este del Jordán (2Re 2,11.14-15) mientras que Cristo ascendió al este del torrente Cedrón; que aquél ascendió "como hacia el cielo" (2Re 2, 11) pero Jesús lo hizo "al cielo"; y que el primero había dicho a su discípulo que le daría dos partes de su espíritu, pero Cristo ha concedido a sus discípulos una participación tan grande en la gracia del Espíritu Santo que no lo posean sólo para ellos, sino que también por la imposición de las manos lo otorguen a los que creen en él (Hch 8,14-17).
XXVI
La ascensión, gloria supereminente
Cuando hayas luchado contra los judíos, y los hayas vencido con estas comparaciones, acércate entonces a la supereminente gloria del Salvador: mientras ellos son siervos, él es Hijo de Dios. Verás cuánto sobresale él al pensar que el siervo de Cristo fue llevado hasta el tercer cielo. Pues si Elías llegó hasta el primer cielo y Pablo hasta el tercero (2Cor 12,2), es evidente que este último consiguió una mayor dignidad. No te avergüences de tus apóstoles. No son menos dignos que Moisés ni inferiores a los profetas, sino que son buenos con los buenos y mejores que los buenos. Pues Elías fue verdaderamente tomado al cielo, pero Pedro tiene las llaves del reino de los cielos después de oír aquello: "Todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). Elías fue llevado al cielo, pero Pablo al cielo y al paraíso (era bueno que los discípulos de Jesús recibiesen una gracia más abundante): "Oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar" (2Cor 12,4). Pero Pablo descendió de nuevo, y no porque fuese indigno de habitar en el tercer cielo, sino (tras recibir unos dones que superan la condición humana) abandonando aquel honor y tras anunciar a Cristo, para sufrir la muerte por él y conseguir la corona del martirio. El resto de esta argumentación, que ayer sostuve en la asamblea dominical, lo he pasado ahora por alto, pues para unos oyentes con inteligencia basta esta sola mención.
XXVII
Jesucristo, a la diestra del Padre
Acuérdate de las cosas que muchas veces he dicho sobre el Hijo sentado a la derecha del Padre. Es lo que se contiene en la secuencia de las afirmaciones de la fe: "Ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre". No nos preguntemos tanto por la razón de este estar sentado, pues supera nuestra inteligencia. Ni nos apoyemos en aquellos que perversamente sostienen que, después de la cruz, la resurrección y la vuelta a los cielos, entonces comenzó el Hijo a estar sentado a la derecha del Padre. Pues sentarse no fue para él una adquisición, sino que está sentado junto al Padre por aquello que es. El profeta Isaías, al contemplar este trono antes de la venida en carne del Salvador, afirma: "Vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado" (Is 6,1). Pues al Padre "nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18; 1Tm 6,16). A quien el profeta vio entonces era el Hijo. Y el salmista dice: "Desde el principio tu trono está fijado, desde siempre existes tú" (Sal 93,2). Como hay muchos testimonios de todo esto (el trono es evidentemente eterno) baste, por lo avanzado de la hora, con lo dicho.
XXVIII
Jesucristo, en el trono de Dios
Intentaré resumiros algunas de las cosas dichas sobre este tema de que el Hijo está sentado a la derecha del Padre. El Salmo 110 dice abiertamente: "Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies" (Sal 110,1). Cuando el Salvador confirma esto en los evangelios, señala que David no dijo estas cosas por sí mismo, sino que lo dijo por inspiración del Espíritu de Dios. Lo dice Jesús con estas palabras: "¿Cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor, cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra" (Mt 22,43-44). Y en los Hechos de los Apóstoles, el día de Pentecostés, estando en pie Pedro con los once, y hablando a los israelitas, recuerda con las mismas palabras este testimonio del Salmo 110 (Hch 2,34).
XXIX
Jesucristo, rey eterno del universo
Hay que traer también a la memoria algunos otros testimonios semejantes sobre el estar sentado el Hijo a la derecha del Padre. En el evangelio de Mateo está escrito: "Os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre" (Mt 26,64). El apóstol Pedro escribe cosas acordes con esto, al mencionar "por medio de la resurrección de Jesucristo, que, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios" (1Pe 3,21,22). Y el apóstol Pablo escribe a los romanos diciendo: "Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la derecha de Dios" (Rm 8,34). Y, escribiendo a los efesios, se expresa de este modo: "Conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos" (Ef 1,19-20), además de lo que sigue. A los colosenses les instruía de este modo: "Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios". Y en la Carta a los Hebreos dice: "Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Hb 1,3). Y por otra parte, ¿a qué ángel dijo alguna vez: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies" (Hb 1,13; Sal 110,1)? Además: "Él, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un sólo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies" (Hb 10,12-13). Y de nuevo: "Fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios" (Hb 12,2)
XXX
Jesucristo, asistiendo a los cristianos
Aunque hay otros muchísimos testimonios acerca de que el Unigénito está sentado a la derecha de Dios, estos nos son suficientes en este momento. Pero repetimos de nuevo la advertencias de que no ha conseguido esta prerrogativa de "estar sentado" tras su venida en la carne, sino que antes de todos los siglos el Hijo unigénito de Dios, nuestro Señor Jesucristo, posee desde la eternidad este trono a la derecha del Padre. Y el mismo Dios de todas las cosas, Padre de Cristo, y nuestro Señor Jesucristo, que descendió y ascendió (Ef 4,10) y está sentado junto al Padre, guarden vuestras almas; conserven inconmovible e inmutable vuestra esperanza en aquel que resucitó; que os levanten de vuestros pecados ya muertos hasta su don celestial; os hagan dignos de que seáis "arrebatados en nubes al encuentro del Señor en los aires" (1Ts 4,17) en el tiempo oportuno. Y mientras llega el tiempo de su segunda y gloriosa venida, inscriba los nombres de todos vosotros en el libro de los vivos sin que nunca borre después lo escrito una vez (son borrados los nombres de muchos que caen) (Ap 3,5; Sal 69,29). Os conceda a todos vosotros creer en el que resucitó, y esperar al que bajó y de nuevo volverá sentado en lo alto (pero no vendrá de la tierra: protégete a ti mismo, oh hombre, de los impostores que habrán de sobrevenir). Él está aquí junto a nosotros, fortaleciendo las actitudes de cada uno y la firmeza de su fe. Pues no debes pensar que lo que ahora no está presente en carne está por ello ausente en espíritu (Col 2,5). Está aquí en medio oyendo lo que se dice de él y viendo lo que piensas en tu interior, escrutando corazones y entrañas (Sal 7,11; Ap 2,23). Los que ahora estén preparados acérquense al bautismo, y todos vosotros presentaos al Padre en el Espíritu Santo y decid: "Aquí estamos yo y los hijos que Dios me ha dado" (Is 8,18; Hb 2,13).