CIRILO DE JERUSALÉN
Sobre Dios Hijo

I
Cristo, Hijo eterno de Dios

Con lo que ayer os dije se explica suficientemente, por nuestra parte, que esperamos en Jesucristo. Pero no hay que creer en Jesucristo en un modo simple y vulgar, ni hay que aceptarlo como a uno cualquiera de los muchos que, de modo abusivo, han sido llamados cristos (lit. ungidos) Ellos eran cristos como tipo e imagen, pero es éste el verdadero Cristo, que no fue escogido de entre los hombres ni promovido al sacerdocio, sino que recibió del Padre eterno la dignidad sacerdotal. Por eso, Cristo no fue uno más de los cualquiera cristos corrientes. Según la profesión de fe, nosotros creemos en "un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios".

II
Cristo, Hijo natural de Dios

Cuando oigas hablar del Hijo, no pienses en la adopción, sino en un Hijo por naturaleza, Hijo unigénito que no tiene ningún otro hermano. Por eso se le llama Unigénito, porque no tiene ningún hermano en la dignidad de la deidad y en la generación paterna. Pero no le llamamos Hijo de Dios por nuestro propio impulso, sino porque el Padre mismo le dio el nombre de Hijo, y ése es el verdadero el nombre que los padres ponen a los hijos.

III
Cristo, Hijo vivo de Dios

Nuestro Señor Jesucristo se revistió de la naturaleza humana, pero esto era desconocido de muchos. Cuando él, sabiendo que se ignoraba, lo quería enseñar, reuniendo a los discípulos les preguntó: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" (Mt 16,13). No buscaba una gloria efímera, sino que deseaba decirles la verdad, para que no sucediese que, estando ellos conviviendo con el Hijo unigénito de Dios, y Dios mismo, le despreciasen como a un simple hombre. Ellos le responden: "Unos, que Elías; otros, que Jeremías" (Mt 16,14). Y Jesús vino a decirles: Tienen excusa los que no lo saben, pero vosotros, que sois apóstoles y curáis leprosos en mi nombre, y expulsáis demonios y devolvéis a muertos a la vida, debéis saber quién es Aquel por quien realizáis esas maravillas. Cuando todos se mostraban reticentes (pues esta realidad excedía las fuerzas humanas), Pedro, príncipe de los apóstoles y supremo predicador de la Iglesia, no utilizó palabras propias ni razonamientos humanos, sino que, inundado de luz en su mente por el Padre, le dice: "Tú eres el Cristo" (Mt 16,16), añadiendo: "El Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). E inmediatamente se añade una declaración de bienaventuranza (superior a lo que el hombre puede captar), conformada con la afirmación de que ésa era una revelación procedente del Padre. Éstas fueron las palabras del Salvador: "Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17). Así pues, quien reconoce a nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, es hecho partícipe de la bienaventuranza; y quien niega al Hijo de Dios se hace infeliz y desgraciado.

IV
Cristo, Hijo único de Dios

Cuando a Cristo se le llama Hijo, no pienses que se trata de una exageración, sino que es hijo verdaderamente, por naturaleza y sin un comienzo. Él no ha pasado de la servidumbre a la adopción, sino que es Hijo engendrado desde toda la eternidad, mediante un proceso de generación inescrutable e inabarcable. De modo semejante, cuando oigas hablar de primogénito (Hb 1,6), no lo entiendas al modo humano, como los demás hombres que tienen hermanos. De hecho, en algún lugar está dicho: "Israel es mi hijo, mi primogénito" (Ex 4,22), y así como Rubén fue despojado de su honor de primogénito de Jacob (por haberse introducido en el lecho de su padres), también Israel crucificó al Hijo arrojándolo de la viña de Dios Padre (Mt 21,39). Otros pasajes de la Escritura dicen: "Hijos sois de Yahveh vuestro Dios" (Dt 14,1), y: "Yo dije: Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo" (Sal 82,6). Fijaos, la Escritura dice dije, y no "he engendrado", pues ellos recibieron por la voz y la palabra de Dios la adopción que no tenían. En cambio, el Mesías no pasó de ser una cosa para convertirse en otra, sino que desde un principio nació como Hijo del Padre, existiendo antes de cualquier comienzo y antes de los siglos. Él es Hijo del Padre, en todo semejante a su progenitor, eterno del Padre eterno, engendrado como vida de la vida, luz de luz, verdad de la verdad, sabiduría de la sabiduría, Rey de Rey, Dios de Dios, potestad de potestad.

V
Sobre la "generación de Jesucristo"

Cuando oigas que el evangelio dice "libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1,1), entiende esto en lo referente a la carne. Realmente, Cristo es hijo de David para siempre, pero es Hijo de Dios antes de todos los siglos y sin un principio. De esta forma, él asumió lo que no tenía, pero no perdió lo que tenía desde la eternidad, como engendrado del Padre. Cristo tiene, así, dos padres: David, según la carne, y Dios Padre, según la divinidad. Aquello que tiene de David está sometido al tiempo, puede constatarse y es un linaje que se puede detallar, pero lo que procede de la divinidad no está sometido al tiempo ni al espacio, ni tiene una ascendencia de la que se pueda dar cuenta. De hecho, la Escritura dice: "De su ascendencia, ¿quién se preocupa?". Dios es espíritu, y lo que es espíritu se engendra espiritualmente, de modo incorpóreo sin que pueda rastrearse linaje alguno. El mismo Hijo dice del Padre: "Él me ha dicho: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). Ese hoy no expresa algo reciente, sino eterno. Es un hoy sin tiempo, antes de todos los siglos, como recuerda la Escritura: "Desde el seno, antes de la aurora, te he engendrado" (Sal 110,3).

VI
Sobre el "nombre del Hijo"

Cree, por tanto, en Jesucristo Hijo de Dios vivo, Hijo unigénito, según lo que dice el evangelio: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16), y: "El que cree en él no es juzgado" (1Jn 3,18), sino que "ha pasado de la muerte a la vida" (1Jn 3,14). En cambio, "el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él" (Jn 3,36), porque "no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3,18). De él daba testimonio Juan diciendo: "Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Con temor ante él decían los demonios: "¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo" (Mc 5,7; Lc 4,34).

VII
El Hijo, engendrado por el Padre

Por consiguiente, el Hijo de Dios lo es por naturaleza y no por adopción, como engendrado por el Padre. El que ama al que le engendró ama también a quien él ha engendrado, y quien desprecia al engendrado por él transmite su afrenta a su progenitor. Cuando oigas decir que Dios engendra, no andes pensando en la generación corporal, ni pienses en una reproducción que entraña corrupción, no sea que vayas a caer en la impiedad. "Dios es espíritu" (Jn 4,24) y su generación es espiritual. Los cuerpos, por su parte, engendran cuerpos, y en la generación corporal debe haber un transcurso de tiempo. Sin embargo, en la generación del Hijo desde el Padre no hay ningún intervalo temporal. Además, cuando se engendra algo, es engendrado como realidad imperfecta. Sin embargo, el Hijo de Dios ha sido engendrado de modo perfecto. Existiendo en la actualidad, él existe desde el principio, y nació sin un comienzo. De este modo nacemos nosotros, pasando después de la ignorancia infantil al uso de razón. Imperfecto es, oh hombre, tu nacimiento, aunque se produzca un crecimiento mediante sucesivos añadidos. Mas en el caso de Cristo, no pienses nada semejante, ni te venga a la mente debilidad alguna del progenitor, como si dijeses: Engendró a alguien imperfecto que, pasando el tiempo, logró la perfección. De hacerlo así, sl progenitor lo acusarías de debilidad, al decir que lo que después fue concedido (por el transcurso del tiempo) no se había dado desde el principio.

VIII
El Hijo, engendrado a imagen del Padre

No creas, por tanto, que se trata de una generación humana, ni semejante a cómo Abraham engendró a Isaac. En efecto, Abraham no engendró a Isaac porque quisiese, sino porque alguien distinto a él se lo concedió. Cuando es Dios y Padre el que engendra, no hay en ello ignorancia ni tampoco deliberación, y por eso es una impiedad grandísima decir que no sabía lo que engendraba. Decir también que estaba sopesando las circunstancias, y que luego comenzó a ser Padre, es también una impiedad de la misma categoría, pues no es que Dios existiese primeramente sin hijos, y que después, en un momento determinado, llegase a ser Padre, sino que siempre ha tenido al Hijo. Lo engendró, mas no al modo como los hombres generan a los hombres, sino como lo conoció únicamente él, el que lo engendró antes de todos los siglos como Dios verdadero.

IX
El Hijo, semejante al Padre 

Al ser Dios, pues, verdadero Padre, él engendró un Hijo, Dios verdadero, semejante a él. Y no como los maestros tienen discípulos, ni tampoco al modo como Pablo dice a algunos: "He sido yo quien, por el evangelio, os engendró en Cristo Jesús" (1Cor 4,15). ¿Por qué? Porque quien no era hijo por naturaleza, ha llegado a serlo como discípulo. En el caso de Cristo, se trata de un Hijo por naturaleza, de un verdadero Hijo. Vosotros, los que vais a ser iluminados, seréis hechos ahora hijos de Dios, pero lo seréis hechos en adopción y por gracia, según lo que está escrito: "A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Ellos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios" (Jn 1,12-13). Ciertamente, nosotros nacemos del agua y del Espíritu (Jn 3,5), pero no fue así como Cristo nació del Padre. Recuérdese que, en el momento del bautismo, la voz dijo "éste es mi hijo" (Mt 3,17; 17,5), y no "éste ha sido hecho ahora Hijo mío". Al decir "éste es mi Hijo", declaraba que ya era Hijo antes de realizarse el bautismo.

X
El Hijo, palabra del Padre

El Padre no engendró al Hijo a la manera que la mente genera en los hombres la palabra, pues en nosotros la mente es algo subsistente, mas la palabra que se pronuncia se pierde en el aire. Cristo no nació como una palabra que se pronuncia, sino como Palabra subsistente y viva, no proferida y difundida con los labios, sino engendrada desde el Padre eterno de modo inefable y con una sólida subsistencia. Como recuerda el evangelio, "en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). Se trata de una Palabra que entiende la voluntad del Padre, de una Palabra que todo lo construye según su beneplácito, de una Palabra que baja y asciende (Ef 4,10), de una Palabra que, cuando se profiere, no baja y sube al pronunciarla, sino que se expresa diciendo: "Yo hablo lo que he visto donde mi Padre" (Jn 8,38). Se trata de una Palabra llena de autoridad, que ejerce su dominio sobre todas las cosas, pues "el Padre ha entregado todo al Hijo" (Jn 13,3; Mt 11,27).

XI
La generación del Hijo, misteriosa

Al Hijo lo engendró el Padre, pero no como alguno lo entendió, sino como él solo sabe. Es decir, que no nos abrevemos a explicar cómo lo engendró, y que lo único que podemos decir es cómo no fue dicha generación. Es cierto que el Hijo procede del Padre, aunque también lo es toda la naturaleza engendrada o creada, como recuerda la Escritura: "Pregunta a la tierra y te lo dirá" (Job 12,8). Aunque interrogues a todas la cosas que hay sobre la tierra, no te lo podrán decir, pues el globo terráqueo no puede explicar quién es su modelador ni su Artífice. Y no sólo la tierra lo ignora, sino que también el sol lo desconoce, pues el sol fue creado el cuarto día sin saber qué había sido creado en los tres días anteriores, y quien desconoció lo que se hizo en los tres días anteriores a él, no puede evidentemente decir quien fue el autor. Tampoco lo dirá el cielo, pues éste fue puesto por Cristo, por voluntad del Padre, como si fuese una humareda. Tampoco los cielos de los cielos, ni las aguas que están sobre los cielos, serán quienes te lo cuenten. ¿Por qué, pues, te lamentas, oh hombre, de no saber lo que los mismos cielos ignoran? Y no son sólo los cielos los que ignoran esta generación, sino que incluso no lo saben las criaturas angélicas. Si alguien (suponiendo que fuese posible) subiese al primer cielo y, al observar el lugar de los ángeles que allí habitan, acercándose, preguntase cómo Dios engendró a su Hijo, tal vez le responderían: Más arriba los hay mayores y más altos que nosotros. Pregúntales a ellos. Sube hasta el segundo y tercer cielo, y alcanza si puedes los tronos y dominaciones, y también los principados y las potestades. Si alguien llegara hasta allí (lo que es imposible), renunciaría a describirlos, puesto que ni siquiera los habría explorado.

XII
La generación del Hijo, inenarrable

Siempre me he asombrado de la curiosidad de algunos que, opinando temerariamente sobre cuestiones religiosas, caen en la impiedad. Esos tales piensan que los tronos y las dominaciones, y los principados y potestades, están sin descubrir, y así intentan averiguar al Creador con mayores curiosidades. Dime tú, pues, que eres tan atrevido: ¿Qué diferencia hay entre trono y dominación? Y si no, dime qué es un principado y una potestad, o qué es un poder y un ángel. Plantea tu curiosidad al Creador, pues "todo se hizo por él" (Jn 1,3), pero no quieras interrogar a los tronos y dominaciones, o quizás es que, más bien, no puedes. Por tanto, "¿quién hay que conozca hasta la profundidades de Dios, sino el Espíritu Santo?" (1Cor 2,10-11). Porque fue él el que habló en las Escrituras, y ni siquiera el mismo Espíritu Santo habló en las Escrituras de la generación del Hijo por el Padre. ¿Por qué tratas de indagar tan afanosamente, por tanto, lo que ni el mismo Espíritu Santo describió en las Escrituras? Y si ignoras lo que ha quedado escrito, ¿podrás indagar las cosas que no se han escrito? Muchas son las cuestiones de que trata la Escritura, y si lo escrito no podemos abarcarlo, ¿por qué fatigar nuestro ánimo con lo que no está escrito? Nos es suficiente con saber que Dios engendró a un único Hijo.

XIII
La generación del Hijo, revelada por Dios

No te dé vergüenza confesar tu ignorancia, por tanto, pues en ella tienes algo en común con los ángeles. Sólo quien engendró conoce a quien engendró y cómo lo engendró, y el que por él ha sido engendrado conoce a su progenitor. El santo Espíritu de Dios da testimonio en la Escritura de que el engendrado es Dios, y que en él no hubo un comienzo. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre que está en él? Del mismo modo, "nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Cor 2,11). Porque "como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5,26), para que todos "honren al Hijo como honran al Padre" (Jn 5,23) y para que, "como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere" (Jn 5,21). Según esto, ni el que engendra queda disminuido en nada, ni el engendrado carece de cosa alguna. Es por seguridad nuestra por lo que estas cosas se han repetido con frecuencia, así que yo os las repito: Ni quien engendró tiene padre, ni el engendrado tiene hermano, ni el engendrador se convirtió en hijo, ni el engendrado llegó a ser padre. De un solo Padre ha sido engendrado un Hijo único. No se trata de dos ingénitos ni de dos unigénitos, sino que sólo hay un Padre ingénito (ingénito es el que no tiene Padre) y hay sólo un Hijo, engendrado eternamente por el Padre. Es decir, engendrado antes de los siglos, y no en el tiempo; engendrado tal cual es ahora, y sin experimentar crecimiento.

XIV
La generación del Hijo, auténtica y real

Creemos, por consiguiente, en el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre como Dios verdadero. En efecto, el Dios verdadero no engendró un dios falso, como ya se ha dicho. Ni engendró tras haber deliberado consigo mismo, sino que lo hizo desde la eternidad de un modo mucho más rápido que nuestras palabras y pensamiento. Nosotros, cuando hablamos en el tiempo, empleamos tiempo, mas cuando se habla del poder divino, el acto de engendrar está fuera del tiempo. Como se ha dicho muy a menudo, no es que el Padre llevara al Hijo de la no existencia al ser, ni al que no era lo recibira en adopción; sino que el Padre, que existía desde la eternidad, engendró eterna e inenarrablemente a su Hijo único, sin ningún otro hermano de por medio. Tampoco se trata de dos principios, sino que el Padre es cabeza del Hijo, y el principio único. Así pues, el Padre engendró al Hijo como Dios verdadero, llamado Enmanuel o "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

XV
La generación del Hijo, revelada a Israel

¿Quieres darte cuenta de que el Hijo que nació del Padre era Dios, y después se hizo hombre? Y si no, escucha al profeta: "Éste es nuestro Dios, y ningún otro es comparable a él. Él descubrió el camino entero de la ciencia, y se lo enseñó a su siervo Jacob, y a Israel su amado. Después apareció ella en la tierra, y entre los hombres convivió" (Bar 3,36-38). ¿Crees que Dios, después de la ley de Moisés, no se ha hecho hombre? Pues bien, acoge este otro testimonio sobre la divinidad de Cristo, que acabo de leer: "Tu trono, oh Dios, para siempre jamás" (Sal 45,7). A propósito de estos pasajes, que no se piense que, con su venida en carne, llegó Cristo, como desarrollándose, a la cima de la divinidad. De creerse así, volved a leer lo que dice la Escritura: "Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría, más que a tus compañeros". ¿No ves acaso que el Mesías Dios ha sido ungido por Dios Padre?

XVI
El Hijo, uno con el Padre

¿Quieres que se te ofrezca un tercer testimonio sobre la divinidad de Cristo? Oye a Isaías, que dice: "Los productos de Egipto, el comercio de Kus, vendrán a ti y tuyos serán"; y: "Ante ti se postrarán y te suplicarán", y: "Sólo en ti hay Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses. De cierto que tú eres un Dios oculto, el Dios de Israel, salvador" (Is 45,14-15). Ves, por tanto, que Dios Hijo tiene en sí mismo a Dios Padre, y que sólo le falta decir lo que dijo en los evangelios: "Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí" (Jn 14,11). Mas fíjate, porque no dice "yo soy el Padre", sino "yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Y a su vez, no dijo "yo y el Padre soy uno", sino "yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30), para que ni los separemos a uno del otro, ni hagamos mezcla de Padre e Hijo. Ambos son uno, porque es una la dignidad de la divinidad, puesto que es Dios quien engendró a Dios. Son uno por la prerrogativa del reino, pues no es que en unas cosas reine el Padre y en otras el Hijo, como si éste, a semejanza de Absalón, se alzase contra el Padre. En realidad, el Hijo reina sobre las mismas cosas sobre las que reina el Padre. Son uno también porque no hay disonancia alguna o separación, pues no son unos los deseos del Padre y otros los del Hijo. Son uno porque no son unas las obras de Cristo y otras las del Padre. El ordenamiento de todas las cosas en Dios, pues, es unitario, ya que el Padre ha actuado a través del Hijo, pues "él habló y así fue; él ordenó y fueron creados" (Sal 148,5). El que dice, dice a quien oye; y quien manda, manda a quien está presente.

XVII
El Hijo, distinto del Padre

El Hijo es, por tanto, verdadero Dios, y tiene en sí mismo al Padre. Mas no se transforma en el Padre, ni tampoco se hizo hombre el Padre. Tampoco padeció por nosotros el Padre, sino que el Padre envió al que padeció por nosotros. Tampoco digamos nunca que había un tiempo en el cual no existía el Hijo. Ni tampoco, creyendo honrar al Hijo, le llamemos a éste Padre. Ni tampoco, pensando tributar honor al Padre, creamos que el Hijo es una de las cosas creadas. Más bien, que el Padre único sea adorado a través del Hijo único, sin que se distribuya la adoración. Predíquese un Hijo único, sentado a la derecha del Padre antes de los siglos, que no ha recibido en el tiempo esto de sentarse con el Padre tras el sufrimiento, ni como resultado de una evolución, sino por posesión eterna.

XVIII
El Hijo, inseparable del Padre

"El que ve al Hijo, ve al Padre", pues el Hijo es en todo es semejante a quien lo engendró, como vida de vida, luz de luz, poder de poder, Dios de Dios. En nada son diferentes las características de la divinidad en el Hijo, y quien ha sido considerado digno de ver la divinidad del Hijo ha sido llevado con ello a gozar del Padre. Este modo de hablar no es mío, sino del Hijo unigénito cuando dijo: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9). Para decirlo más compendiosamente, debemos evitar tanto separar como confundir. Es decir, no digas nunca que el Hijo es ajeno al Padre, ni aceptes a quienes dicen que el Padre es a veces Padre y a veces Hijo. Estas afirmaciones son extrañas e impías, no pertenecen al testimonio de la Iglesia, y son erróneas, pues el Padre permaneció tal aunque hubiese engendrado al Hijo sin sufrir él mismo transformación. Engendró a la Sabiduría (1Cor 1,24), pero él no fue despojado de ella. Engendró la fuerza, mas sin perder con ello su energía. Engendrando a Dios, no fue despojado de su divinidad, ni nada perdió, ni nada quedó disminuido o transformado. A su vez, el engendrado no carece de nada, sino que es igual de perfecto que el que le engendró. Dios es quien engendró, y Dios es el que ha sido engendrado. Él es Dios de todas las cosas, y a él se le puede llamar sin miedo alguno Padre, como el propio Cristo hizo al decir: "Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20,17).

XIX
El Hijo, engendrado paternalmente

Para que no creas que la paternidad de Dios fue igual tanto para el Hijo como para las demás criaturas, en las frases que siguen hizo Cristo una distinción. En efecto, no dijo Cristo "subo a nuestro Padre" (de modo que se dedujese una comunidad de las criaturas con el Unigénito), sino que dijo "a mi Padre y vuestro Padre". Es decir, mío por naturaleza y vuestro por adopción. Por si no fuera eso suficiente, en otra ocasión volvió a decir: "A mi Dios y a vuestro Dios". Es decir, Padre mío como Unigénito natural, y vuestro como criaturas creadas. Por consiguiente, el Hijo de Dios es verdadero Dios, engendrado de modo inefable antes de todos los siglos. Que esto se os grabe bien en vuestra mente. Ciertamente, creed que Dios tiene un Hijo, pero no tengáis mayor curiosidad en el cómo, pues si lo indagáis no encontraréis respuesta y os volveréis locos. No os ensalcéis tampoco a vosotros mismos, no sea que caigáis. Entregaos simplemente a la meditación de lo que se os confía. Decid tan sólo la realidad conocida: que el Padre lo engendró, y el Hijo fue el engendrado. Si no podéis abarcar la naturaleza del que engendra, no escrutéis impacientemente sobre el engendrado.

XX
El Hijo, engendrado naturalmente

Para la piedad, te basta saber que dijimos que Dios tiene un Hijo único, un Hijo engendrado por naturaleza, que no comenzó a existir cuando nació en Belén, sino antes de todos los siglos. Escucha, al efecto, lo que dice el profeta Miqueas: "Y tú, Belén de Efratá, la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquél que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño" (Miq 5,1). No pongas tu atención, por tanto, en aquél que entonces nació en Belén, sino adora al que desde la eternidad ha sido engendrado por el Padre. No toleres a quien diga que el Hijo comenzó a existir en algún momento del tiempo, sino defiende que el Padre es principio sin tiempo, y su Hijo atemporal, inabarcable, y sin principio. En suma, reconoce que el Padre es fuente del río de la justicia, del Unigénito, a quien engendró como el sólo sabe. ¿Quieres saber que nuestro Señor Jesucristo es también rey eterno? Escúchalo otra vez, cuando él mismo dice: "Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró" (Jn 8,56). Al endurecerse los judíos ante esto, Jesús les dijo algo todavía más duro: "Antes de que Abraham existiera, yo soy" (Jn 8,58). Y a su vez, dijo al Padre: "Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese" (Jn 17,5). Claramente lo dijo Jesucristo: "Antes que el mundo fuese, yo tenía gloria junto a ti", y: "Me has amado antes de la creación del mundo" (Jn 17,24).

XXI
El Hijo, con señorío propio

Creamos, por consiguiente, en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, que nació del Padre como Dios verdadero antes de todos los siglos, y por el cual "todo se hizo" (Jn 1,3). En efecto, "los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, todo fue creado por él" (Col 1,16), y ninguna de las cosas creadas está sustraída a su poder. Enmudezca toda herejía que hable de diversos agentes y autores del mundo, conténgase la lengua que azota con blasfemias a Cristo Hijo de Dios, callen quienes dicen que el sol es el Cristo (pues él no es este sol brillante, sino el artífice del sol), enmudezcan quienes dicen que el mundo es obra de los ángeles (pues pretenden invadir lo que es prerrogativa del Hijo único). Tanto las cosas visibles como invisibles, los tronos y dominaciones (Col 1,16), y "todo cuanto tiene nombre", todo ha sido hecho por Cristo. El Hijo reina sobre las cosas que él mismo ha creado, y no cogiendo los despojos de otros sino ejerciendo su señorío sobre sus propias obras, como dijo el evangelista Juan: "Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1,3). Todo ha sido hecho por él, actuando el Padre a través del Hijo.

XXII
El Hijo, con poder autónomo

Querría aducir un ejemplo de lo que se dice, aunque sea un ejemplo débil, pues ¿cuál de las cosas visibles puede ser un ejemplo idóneo de la invisible potestad divina? Adúzcase, por poner el caso, a un rey que tiene un hijo que también es rey (junto con él), y que deseando fundar una ciudad, pone ante su hijo una maqueta de la ciudad que quiere construir. El hijo, con la maqueta, llevará a término el proyecto del padre. Pues bien, del mismo modo, cuando el Padre quiso hacer todas las cosas, encomendó al Hijo el hacerlas. Y el Hijo, en obediencia al Padre, perseveró incólume en la voluntad del Padre. De esta forma, el Hijo tiene el dominio sobre las cosas que ha hecho, y no queda rebajado ni el dominio del Padre (sobre las cosas que ha hecho el Hijo) ni el dominio del Hijo (sobre las cosas planificadas por el Padre). Por el Hijo unigénito engendrado fue hecho todo, sin excluir nada de su actividad creadora.

XXIII
El Hijo, con poder creador

Volviendo a la confesión de fe, concluyamos ya estas palabras. Todo lo hizo Cristo (los ángeles, los arcángeles, las dominaciones y los tronos), y no porque el Padre careciese del poder suficiente para crear por sí mismo, sino porque quiso que el Hijo reinase sobre las cosas que él había planificado, dejando en sus manos el ordenamiento de las cosas que habían de ser creadas. De hecho, el propio Unigénito dice en el evangelio, tributando honor a su Padre: "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. Lo que hace él, eso también hace igualmente el Hijo" (Jn 5,19), y: "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo" (Jn 5,17). No existe contradicción, pues, entre las actuaciones de ambos, pues el propio Cristo dice que "todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío" (Jn 17,10). Esto puede conocerse con claridad, tanto desde el Antiguo Testamento como desde el Nuevo Testamento. En definitiva, el que dice "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26) se estaba dirigiendo a alguien (hagamos) que estaba a todas luces presente. Quien más claramente habla en este sentido es el salmista, cuando dice: "Él lo dijo, y existió; él lo mandó, y fueron creados", como si el Padre dijese y el Hijo ejecutase sus deseos. Y también el mismo Job, en un sentido más místico: "Él sólo desplegó los cielos, y holló la espalda del mar" (Job 9,8), como queriendo decir que quien estaba allí, caminando sobre el mar, era el que anteriormente había hecho los cielos. Por su parte, el Señor dice: "¿Fuiste tú quien tomó la tierra como barro e hiciste un ser viviente a quien, dotado de la facultad de hablar, lo pusiste sobre la tierra?" (Job 38,14), y: "¿Se te han mostrado las puertas de la muerte? ¿Has visto las puertas del país de la sombra?" (Job 38,17). Con ello declara Job que, el que por su bondad descendió a los infiernos, es quien desde el principio hizo al hombre del barro.

XXIV
Jesucristo, Hijo unigénito del Padre

Cristo es, por consiguiente, Hijo unigénito de Dios y autor del mundo, pues "en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él" (Jn 1,10). Y al mundo vino, pues "él vino a su casa" (Jn 1,11), como nos enseña el evangelio. Cristo es, por tanto, y en unión con el Padre, autor de las cosas que se ven y de las que no se ven, pues "en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades. Todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,16-17). Incluso si te refieres a los siglos, el autor de éstos, en obediencia al Padre, es también Jesucristo, pues "en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo y por quien hizo los mundos" (Hb 1,2).