CIRILO
DE JERUSALÉN
Sobre el Espíritu Santo, I
I
Introducción
Verdaderamente necesito la gracia espiritual para hablar del Espíritu Santo, aunque nunca estaré a la altura de la cuestión, pues es imposible. Intentaré, sin embargo, exponer con naturalidad lo que sacamos de ello en la Sagrada Escritura. En los evangelios se habla de un gran temor cuando Cristo dice abiertamente: "Al que diga una palabra contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro" (Mt 12,32). Y hay que temer seriamente que alguien, al hablar por ignorancia o por una mala entendida piedad, se gane la condenación. Cristo, juez de vivos y muertos, anunció que un hombre tal no obtendrá el perdón. Y si alguien le ofende, ¿qué esperanza le queda?
II
El Espíritu Santo, presente en el AT
Es necesario el don de la gracia de Jesucristo, tanto para que nosotros hablemos adecuadamente como para que vosotros oigáis con inteligencia. Pues la inteligencia penetrante no es necesaria sólo para los que hablan, sino también para los que oyen, de modo que no suceda que éstos oigan una cosa y torcidamente entiendan otra. Hablaremos, pues, nosotros del Espíritu Santo sólo lo que está escrito y, si algo no está escrito, que la curiosidad no nos ponga nerviosos. Es el mismo Espíritu Santo el que habló por las Escrituras. Él dijo de sí mismo lo que quiso o lo que pudiéramos nosotros entender. Así pues, digamos las cosas que fueron dichas por él, pues con lo que él no dijo no nos atreveremos.
III
El Espíritu Santo, igual en dignidad al Padre e Hijo
Hay un solo Espíritu Santo Paráclito. Y del mismo modo que hay un solo Dios Padre, y no hay un segundo Padre, y sólo un Hijo unigénito, que no tiene ningún otro hermano, así existe un solo Espíritu Santo, y no existe otro Espíritu Santo que sea igual en honor a él. Es, por tanto, el Espíritu Santo, la máxima potestad, realidad divina e inefable. Pues vive y es racional, santificador de todas las cosas que Dios ha hecho por Cristo. Él ilumina las almas de los justos. Él está también en los profetas y también está, en la Nueva Alianza, en los apóstoles. Ódiese a quienes tienen el atrevimiento de aislar la acción del Espíritu Santo. Pues hay un solo Dios Padre, Señor de la Antigua Alianza y de la Nueva Alianza. Y un solo Señor, Jesucristo, que profetizó en la antigua y ha venido en la nueva. Y un sólo Espíritu Santo que anunció por los profetas a Cristo y que, después que Cristo llegó, lo mostró.
IV
El Espíritu Santo, inseparable del Padre e Hijo
Que nadie separe la Antigua Alianza de la Nueva Alianza: que nadie diga que uno es allí el Espíritu, mientras que aquí lo es otro diferente, pues ofende así al mismo Espíritu Santo, a quien se tributa honor juntamente con el Padre y el Hijo y que queda, en el bautismo, incluido dentro de la Santa Trinidad. Pues el mismo Hijo unigénito de Dios dijo claramente a los apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Nuestra esperanza está puesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No anunciamos tres dioses. Callen, pues, los marcionitas, porque, juntamente con el Espíritu Santo, por medio de un único Hijo, predicamos un único Dios. La fe es indivisa y la piedad es inseparable. Ni separamos la Santísima Trinidad, como hacen algunos, ni hacemos, como Sabelio, una confusión. Sino que reconocemos piadosamente a un Padre único, que nos envió un Salvador, el Hijo, Reconocemos a un Hijo, único, que prometió que enviaría desde el Padre al Paráclito (Jn 15,26). Reconocemos al Espíritu Santo, que habló por los profetas y en Pentecostés descendió sobre los apóstoles en una especie de lenguas de fuego (Hch 2,3), en Jerusalén, en la iglesia de los apóstoles, la de arriba. Aquí tenemos toda clase de prerrogativas. Aquí Cristo y el Espíritu Santo descendieron de los cielos. Y era muy conveniente que, del mismo modo que las cosas que se refieren a Cristo y al lugar del Gólgota las decimos en el mismo Gólgota, así también hablásemos del Espíritu Santo en la iglesia de arriba. Pero puesto que el que allí descendió participa de la gloria del que aquí fue crucificado, por eso es en este lugar donde hablaremos del que allí bajó. El culto piadoso no admite separación.
V
Herejías contra el Espíritu Santo
El propósito es, pues, decir algunas cosas sobre el Espíritu Santo. No, desde luego, exponer detalladamente su persona, pues es cosa imposible, sino señalar, acerca de él, diversas aberraciones de algunos para que no seamos, ignorándolas, arrastrados por ellas. También queremos delimitar los caminos del error para que avancemos por un camino real. Y si examinamos con cautela algo de lo que ha sido dicho por los herejes, caiga de nuevo sobre sus cabezas, pero permanezcamos inmunes, tanto nosotros los que hablamos como vosotros que escucháis.
VI
Herejía de Simón el Mago
Los impíos herejes afilaron también su lengua en contra del Espíritu Santo, atreviéndose a decir cosas infames, como escribió Ireneo en su libro Contra las Herejías. Algunos no temieron decir que ellos mismos eran el Espíritu Santo. El primero de los cuales es Simón, al que Hechos de los Apóstoles llama el Mago. Una vez expulsado, no dudó en enseñar tales cosas. Los llamados gnósticos son hombres impíos, y han dicho otras cosas en contra del Espíritu Santo, como también han hecho perversamente los valentinianos. El criminal Manes se atrevió a decir de sí mismo que era el Paráclito enviado por Cristo. Según los profetas o el Nuevo Testamento, ha habido quienes se imaginaban que unos y otros eran el Espíritu Santo. Su error (o más bien su blasfemia) son muy grandes. A tales hombres, por tanto, ódialos y huye de los que blasfeman contra el Espíritu Santo, para los cuales no hay remisión. ¿Cómo te vas a unir a los que carecen de toda esperanza, tú que ahora has de ser bautizado también en el Espíritu Santo? Si al que se une a un ladrón y realiza correrías con él se le somete a suplicio, ¿qué esperanza habrá de tener quien se enfrenta al Espíritu Santo?
VII
Herejías de los marcionitas
Téngase cuidado también con los marcionistas, que separaron del Nuevo Testamento las palabras del Antiguo Testamento. El primero de ellos fue Marción, hombre alejadísimo de Dios, que afirmó la existencia de tres dioses. Al ver insertados en el Nuevo Testamento los testimonios de los profetas acerca de Cristo, los suprimió para privar al Rey de estos testimonios. Ódiese a los que ya mencionados gnósticos, como a ellos les gusta llamarse, pero que están llenos de ignorancia. Hicieron sobre el Espíritu Santo afirmaciones que yo no tendría ahora el atrevimiento de recordar.
VIII
Herejías de los montanistas
Téngase cuidado con los de Frigia inferior, y Montano y sus dos profetisas, Maximila y Priscila. Pues Montano, fuera de sí y delirante (y no hubiera dicho lo que dijo si no hubiese estado loco), se abrevió a proclamarse a sí mismo como el Espíritu Santo. Hombre muy abyecto, baste decir, por respeto a las mujeres que aquí están, que estaba cubierto de toda impureza y lascivia. Habiendo ocupado Pepusa, un lugar muy pequeño de Frigia al que dio el falso nombre de Jerusalén, degollaba a los hijos pequeños de algunas mujeres despedazándolos en banquetes criminales. Por este motivo hasta tiempos recientes, en que la persecución se ha ido calmando, estábamos nosotros bajo sospecha de estos crímenes. La razón es que los montanistas, aunque falsamente, eran llamados con nuestro mismo nombre de cristianos. Como digo, se atrevió a llamarse a sí mismo Espíritu Santo, a pesar de rebosar impiedad y crueldad y estar sujeto a una imperdonable condena.
IX
Herejías de los maniqueos
A los anteriores herejes hay que añadir al muy impío Manes, el cual acumuló los vicios de todas las herejías. Siendo él mismo el más profundo abismo de perdición y reuniendo en sí los delirios de todos los herejes juntos, elaboró y propagó el más reciente de los errores. Se abrevió a decir también que él era el Paráclito que Cristo había prometido que enviaría. Y puesto que el Salvador, prometiéndolo, decía a los apóstoles: "Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49). ¿Qué, pues? ¿Acaso, cuando ya habían muerto hacía doscientos años, estaban esperando a Manes los apóstoles para ser revestidos de poder? ¿Quién tendrá la osadía de decir que no se llenaron ya del Espíritu Santo? Pues está escrito: "Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo?" (Hch 8,17). ¿Es que no sucedió esto antes de Manes, y muchos años antes de él, cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés?
X
De
nuevo, el caso de Simón
¿Por qué se condenó a Simón el Mago? ¿No fue porque, acercándose a los apóstoles, les dijo: "Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos" (Hch 8,19). Pues no dijo: "Dadme a mí también una participación en el Espíritu Santo", sino poder, de modo que pudiese vender a otros algo que no se puede comprar y que él mismo no había conseguido. Ofreció dinero (Hch 8,18) a unos hombres que tenían el propósito de no poseer nada, a pesar de haber visto a quienes ofrecían las ganancias de las cosas vendidas poniéndolas a los pies de los apóstoles (Hch 4,34-35). Y no pensaba que quienes pisaban con sus pies las riquezas entregadas para alimentar a los pobres nunca pondrían un precio al poder del Espíritu Santo. ¿Y qué es lo que dijeron a Simón?: "Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero" (Hch 8,20), a forma de: Eres otro Judas, que esperaste vender la gracia del Espíritu. Si, por tanto, Simón, que quería conseguir el poder del Espíritu, es entregado a la perdición, ¿de cuánta impiedad no será reo Manes, que se jactó de ser él mismo el Espíritu Santo? Odiemos a los hombres dignos de odio. A los que Dios deja a un lado, dejémoslos. Con toda confianza, digamos también nosotros acerca de los herejes: "¿No odio, Yahveh, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti?" (Sal 139,21). Pues existe una enemistad laudable, según está escrito: "Enemistad pondré entre ti y la mujer, y ente tu linaje y su linaje" (Gn 2,15). En realidad, la amistad con la serpiente produce la enemistad con Dios y la muerte.
XI
El Espíritu, generador de vida
Sea suficiente lo dicho acerca de estos expulsados, y ahora volvamos a la Sagrada Escritura, y bebamos agua de nuestras vasijas y de la fuente de nuestros pozos (Prov 5,15). Bebamos del agua viva que "brota para la vida eterna" (Jn 4,14). "Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7,39). Observa lo que dice: "El que crea en mí" (no de un modo simplista y lánguido, sino), como dice la Escritura (con lo que te está remitiendo al Antiguo Testamento): "De su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7,38). No se trata de ríos perceptibles por los sentidos y que irrigan, en un sentido simple y vulgar, la tierra que contiene espinas y leños, sino de los que infunden luz a las almas: "Sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4,14). Es otra clase de agua, que vive y que brota: brota sobre los que son dignos de ella.
XII
El
Espíritu, generador de dones
¿Por qué ha dado el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque todas las cosas constan de agua, ya que el agua es la que hace las plantas y los animales; porque desde los cielos desciende el agua de las tormentas. Siempre cae del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia "a cada uno en particular, según su voluntad" (1Cor 12,11). Y del mismo modo que un árbol seco produce brotes al recibir agua, así también el alma pecadora, cuando por la conversión ha sido agraciada por el don del Espíritu Santo, produce los racimos del Espíritu Santo. Y aunque él es uno y único, obra sin embargo, por voluntad de Dios y en nombre de Cristo, efectos múltiples: se sirve de la lengua de uno para la sabiduría e ilustra la mente de otro con el don de profecía; a éste le concede el poder de expulsar demonios y a aquel el don de interpretar la Sagrada Escritura; de alguno fortalece la temperancia y a otro le enseña lo referente a la misericordia; a otros les enseña a ayunar o a soportar los ejercicios de la vida ascética; a otros, a despreciar las cosas del cuerpo, y hay a quien prepara para el martirio. Él es diverso en cada uno, pero nunca es distinto de sí mismo. Como está escrito, "a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad" (1Cor 12,7-11).
XIII
El término Espíritu Santo
Acerca del Espíritu Santo, con un nombre único y común, se han dicho muchas cosas diversas en la Sagrada Escritura. Con todo, puede temerse que alguien las confunda por ignorancia por no saber a qué espíritu se refiere lo que allí está escrito, es preciso señalar ciertas características seguras del Espíritu al que la Escritura llama Santo. Pues así como Aarón es llamado cristo y también David, Saúl y otros son llamados cristos, y sin embargo es único el verdadero Cristo, así también, una vez que se atribuye la denominación de espíritu a diversas realidades, es estupendo ver a quién se llama, por algún motivo peculiar, Espíritu Santo. Pues son muchas las cosas que se llaman espíritu, pues un ángel es llamado espíritu, se llama espíritu a nuestra alma y al viento que sopla se le llama espíritu. También una gran virtud es llamada espíritu y es denominada espíritu una acción impura. Incluso el demonio, el adversario, es llamado espíritu. Cuídate, pues, cuando oigas estas cosas, de que, por la semejanza de la denominación, no confundas una cosa con otra. De nuestra alma dice la Escritura que "su soplo exhala, y a su barro retorna", y que "modela el espíritu del hombre en su interior" (Zac 12,1). De los ángeles dicen los salmos que "hace a sus ángeles espíritus y llama de fuego a sus servidores". Del viento dicen los salmos que "tal el viento del Este que destroza los navíos de Tarsis" (Sal 48,8), y que "como el árbol es agitado por el viento en el bosque", y: "Fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra" (Sal 148,8). De la buena doctrina dice el Señor mismo: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida" (Jn 6,63). Es decir, son espirituales. No obstante, el Espíritu Santo no es algo que se exhala hablando con la lengua, sino alguien vivo, que nos concede hablar con sabiduría, siendo él mismo el que se expresa y habla.
XIV
El
Espíritu, sugerente y maestro
¿Queréis daros cuenta de cómo crea palabras y habla? Felipe, por revelación de un ángel, bajó por el camino que llevaba hasta Gaza, cuando llegaba el eunuco. Y dijo el Espíritu a Felipe: "Acércate y ponte junto a ese carro" (Hch 8,29). ¿Ves cómo el Espíritu habla al que le oye? Y Ezequiel dice así: "El espíritu de Yahveh irrumpió en mí y me dijo: Así dice Yahveh" (Ez 11,5). Por otra parte, "dijo el Espíritu Santo" a los apóstoles, que estaban en Antioquía: "Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado" (Hch 13,2). Ves al Espíritu que está vivo, que segrega y que llama, y que envía con poder. Y Pablo dice: "Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones" (Hch 20,23). Él es el que santifica a la Iglesia, su auxiliador y su maestro, el Espíritu Santo maestro, del que dijo el Salvador: "Os lo enseñará todo", y no dijo sólo "os lo enseñará", sino también "os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Pues no son unas las enseñanzas de Cristo y otras las del Espíritu Santo, sino claramente las mismas. De las cosas que habían de suceder dio Pablo testimonio con anterioridad, para que, mediante un conocimiento previo, el ánimo se sintiese más firme. Y estas cosas se os han dicho por aquella sentencia: "Las palabras que os he dicho son espíritu" (Jn 6,63), de modo que no pienses que el Espíritu Santo es sólo algo que nosotros decimos, sino doctrina sólida.
XV
El
diablo, espíritu del mal
Con la palabra espíritu se denomina también al pecado, como ya dijimos, pero por otra razón contraria. Es decir, según se dice que "con un espíritu de fornicación se extraviaron" (Os 4,12). También se le llama "espíritu inmundo" al demonio, pero con ese adjetivo de inmundo. Pues a cada espíritu se le da un añadido, que designa una característica propia. Si se dice espíritu al alma humana, se le añade "del hombre" (1Cor 2,11). Si se dice acerca del viento, se habla de "viento de borrasca" (Sal 107,25). Cuando designa al pecado, dice "espíritu de fornicación". Si se refiere al demonio, le llama "espíritu inmundo", para que sepamos de qué se habla particularmente en ese caso y no creas que se está hablando del Espíritu Santo. ¡Ni hablar! Pues este nombre de espíritu es nombre general y común, y lo que no tiene un cuerpo espeso y denso es llamado, de un modo genérico, espíritu. Pero puesto que los demonios no poseen tales son llamados espíritus. Pero hay espíritus muy diversos. Pues el demonio impuro, cuando se introduce en el alma del hombre (y Dios libre de este mal a todas las almas tanto de los que están aquí como de los ausentes), llega como un lobo tragando sangre y dispuesto a devorar lanzándose contra la oveja. Es una llegada muy cruel, y muy grave para el que la sufre. La mente se oscurece con una densa niebla. Es un ataque injusto de alguien que invade una propiedad ajena, pues se esfuerza en abusar, haciendo violencia (Mc 9,17-18), de un cuerpo ajeno sirviéndose de él como si fuese propio. Hace caer a quien se mantiene en pie, emparentado como está con aquel que cayó del cielo (Lc 10,18); enreda la lengua y retuerce los labios; en lugar de palabras, arroja espuma. El hombre se sume en tinieblas y, cuando el ojo está abierto, el alma no ve nada a través de él. Lleno de miseria, el hombre se convulsiona lleno de temor ante la muerte. Realmente los demonios son enemigos de los hombres y los maltratan suciamente y sin misericordia.
XVI
El Espíritu, fuente de fuerza e iluminación
Todo lo anterior no tiene nada que ver con el Espíritu Santo. ¡Lejos de vosotros este pensamiento! Pues, al contrario, aquí estamos en el terreno del bien y de la salvación. En primer lugar, su venida tiene lugar en la mansedumbre y con suavidad, y se le percibe con esa suavidad y con fragancia, pues su yugo es muy ligero. Avisan de su llegada los rayos brillantes de luz y de ciencia. Viene con los sentimientos de una auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar y a iluminar la mente: en primer lugar, la de aquel que le acoge y, después, sus obras y las de los demás. Y del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol, de repente recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espíritu Santo: se ilumina su ánimo y, colocándose más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Postrado su cuerpo en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo. Como Isaías, ve "al Señor sentado en un trono excelso y elevado" (Is 6,1). Contempla, como Ezequiel, al que "estaba sobre la cabeza de los querubines" (Ez 10,1). Ve, como Daniel, a "miles de millares" y "miríadas de miríadas" (Dn 7,10). Siendo como hombre poca cosa, ve el principio y el fin del mundo, y discierne el transcurso de los tiempos y la sucesión de los reyes. Y no es que esto lo haya aprendido, pero es un verdadero proveedor de luz. Un hombre puede ser encerrado entre paredes, pero la fuerza de su conocimiento se extiende ampliamente hasta contemplar incluso lo que otros hacen.
XVII
El Espíritu, escudriñador de lo oculto
Pedro no estaba presente cuando Ananías y Safira vendieron sus posesiones. Pero estaba presente por el Espíritu, y dijo: "¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo?" (Hch 5,3). No era acusador ni tampoco testigo. ¿De dónde había llegado a conocer el hecho? "¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto?" (Hch 5,4). Un hombre iletrado, Pedro, supo por la gracia del Espíritu lo que ni siquiera los mismos sabios de los griegos habían llegado a conocer. Un ejemplo semejante tienes también en Eliseo. cuando había curado gratis la lepra de Naamán, Guejazí se cobró una paga, cobrándose el valor de un trabajo de otro, y colocó el dinero recibido de Naamán en un lugar oscuro (2Re 5,20). Pero las tinieblas no son oscuras para los santos (Sal 139,12). Pues, después de vuelto, le pregunta Eliseo (así como Pedro: "Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?" (Hch 5,8): "¿De dónde vienes, Guejazí?»" (2Re 5,25). Y no lo decía porque no lo supiese, sino deplorándolo. Has venido de las tinieblas y te irás en tinieblas. Has vendido la curación de un leproso y la herencia de la lepra te acompañará (2Re 5,27). "Yo he cumplido", dice el mandato de quien me dijo: "Gratis lo recibisteis; dadlo gratis" (Mt 10,8). Pero tú has vendido la gracia; recibe el salario de tu venta. ¿Y qué le dice Eliseo? Esto mismo: "¿No iba contigo mi corazón?" (2Re 5,26). Yo estaba limitado por mi propio cuerpo, pero el espíritu que Dios me dio veía incluso las cosas lejanas y me mostraba con claridad las cosas que sucedían en otras partes. Ves de qué modo no sólo suprime la ignorancia, sino que incluso da conocimiento infuso, y ves cómo el Espíritu Santo ilumina las almas.
XVIII
El Espíritu, presente en los justos
Hace mil años que vivió Isaías. Contempló a Sión como una pobre tienda de campaña. Sin embargo, la ciudad todavía estaba en pie embellecida por gran cantidad de plazas públicas y revestida de su dignidad. Está dicho, no obstante: "Sión será un campo que se ara" (Miq 3,12), preanunciando lo que se ha realizado en nuestros días. Observa la exactitud de la profecía, pues dice: "Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada" (Is 1,8). Y realmente está este lugar ahora lleno de pepinares. ¿Acaso no ves cómo el Espíritu Santo ilumina a los santos? Que la semejanza de la denominación no te arrastre a otras cosas. Mantén en cambio, lo que es exactamente la verdad.
XIX
El
Espíritu, amigo de la castidad y pobreza
El Espíritu, protector y auxiliador de la Iglesia
Si en alguna ocasión, cuando estés descansando, te vienen pensamientos acerca de la castidad o la virginidad, es él quien te esta instruyendo. ¿No sucede con frecuencia que una joven, ya dispuesta para la consumación del matrimonio, no accede porque él le sugiere la virginidad? ¿Es que no ocurre con mucha frecuencia que un hombre conspicuo en la vida pública desprecia las riquezas y la dignidad instruido por el Espíritu Santo? ¿O que muchas veces un joven, viendo una figura grácil cierra los ojos para no ver y escapar de la deshonra? ¿Por qué crees que eso sucede? El Espíritu Santo ha instruido la mente del hombre, siendo tantos en el mundo los deseos de la avaricia, hay cristianos que siguen la pobreza voluntaria. ¿Por qué razón? Por el mandato interior del Espíritu Santo. Es una realidad preciosa el Espíritu santo y bueno. Debidamente somos bautizados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Con su cuerpo lucha el hombre con muchos y fieros demonios. Y a menudo es contenido y dominado por las palabras de súplica un demonio al que muchos no podían retener con cadenas de hierro. Un simple soplo del exorcista se convierte en fuego contra el enemigo invisible. Tenemos, por tanto, de parte de Dios un auxiliador y protector, gran maestro de la Iglesia y gran luchador en favor nuestro. No sintamos temor ante los demonios ni ante el diablo, pues es más grande el que lucha por nosotros: simplemente abrámosle las puertas, pues "va por todas partes buscando a los dignos" (Sb 6,16) y buscando a quién regalar con sus dones.
XX
El Espíritu, fuente de fortaleza
Al Espíritu Santo se le llama Paráclito porque consuela, fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestra debilidad, pues "nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8,26), es decir, ante Dios, como se ve por el asunto mismo. A menudo alguien, víctima de injurias por causa de Cristo, padece injustamente el desprecio. Amenazan el martirio y los tormentos por doquier: el fuego y la espada, las bestias y el precipicio. Pero el Espíritu Santo sugiere: "Espera en Yahveh" (Sal 27,14), hombre. Es poca cosa lo que te sucede, pero es grande lo que se te dará. Tras padecer un tiempo breve, estarás eternamente en compañía de los ángeles. "Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rm 8,18). El Espíritu describe al hombre el reino de los cielos, le muestra el paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la vista de sus jueces pero ya en el paraíso en cuanto a su energía y su poder, pueden así despreciar la dureza de lo que ven.
XXI
El Espíritu, presente en los mártires
¿Quieres saber cómo fue el Espíritu Santo el que dio fuerza a los mártires, para dar testimonio? Lo explica el Salvador, cuando dice a los discípulos: "Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir" (Lc 12,11-12). Pues es imposible padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se sufre con la fuerza del Espíritu Santo. Pues si "nadie puede decir Jesús es Señor sino con el Espíritu Santo" (1Cor 12,3), ¿quién dará la vida par Jesús si no es en el Espíritu Santo?
XXII
El Espíritu, asistente de los cristianos
Grande, omnipotente en sus dones, y admirable, es el Espíritu Santo. Piensa cuántos estáis sentados aquí, cuántas almas somos. El Espíritu actúa de modo adecuado a cada uno. Está en medio de todos y ve la situación de cada uno. Ve también el pensamiento y la conciencia, y también lo que hablamos y a lo que damos vueltas en nuestra mente. Grande es esto que acabo de decir y, sin embargo, es todavía poco. Quisiera que consideraras, iluminando él tu mente, cuántos son los cristianos de toda esta parroquia y cuántos los de toda la provincia de Palestina. Amplía también tu mente desde esta provincia a todo el Imperio de los romanos y vuelve desde él tu mirada al mundo entero: los pueblos de los persas y las naciones de la India, los godos y los sauromatas, los galos y los hispanos, los moros, los africanos, los etíopes y otros de los que ni los nombres conocemos: son muchos, en efecto, los pueblos cuyos nombres no han llegado siquiera a nuestro conocimiento. Mira a los obispos de cualesquiera pueblos, a los presbíteros, los diáconos, los monjes, las vírgenes y los laicos, y observa quién es el que los rige, preside y les concede sus dones. Cómo, en todo el mundo, a uno le regala el pudor, a aquél la virginidad perpetua, a éste el afán de dar limosna, a otro el interés por la pobreza y a otro, en fin, la capacidad de poner en fuga a los espíritus enemigos. Y así como la luz, con un solo rayo, todo lo ilumina, así también el Espíritu ilumina a los que tienen ojos. Por tanto, si alguno se queja de que no se le da la gracia, no acuse al Espíritu, sino a su propia incredulidad.
XXIII
El Espíritu, presente en todas las criaturas
Vais percibiendo ya, hermanos, el poder que el Espíritu santo ejerce en el mundo entero. Que no se quede tu mente a ras del suelo, sino asciende a lo alto: sube en tus pensamientos hasta el primer cielo y contempla los muchísimos miles de ángeles que allí están. Si puedes, sube con el pensamiento a mayor altura: contempla los arcángeles y contempla a los espíritus, mira las virtudes, los principados, las potestades, los tronos y las dominaciones. Dios ha dado al Paráclito como prefecto, maestro y santificador de todos ellos. Necesitan de él Elías, Eliseo e Isaías entre los hombres. Y entre los ángeles, Miguel y Gabriel. Ninguna de las cosas creadas le iguala en honor. Pues todas las clases de ángeles y todos los ejércitos juntos carecen de paridad e igualdad con el Espíritu Santo. A todos ellos los cubre y oscurece la potestad sumamente buena del Paráclito. Si alguno de ellos es enviado a realizar un ministerio, escruta incluso las profundidades de Dios, como dice el apóstol: "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Cor 2,10-11).
XXIV
El Espíritu, repartidor de los dones divinos
El Espíritu Santo, en los profetas, anunció a Cristo. Él actuó en los apóstoles, y hasta el día de hoy sella las almas en el bautismo. El Padre se da al Hijo, y el Hijo comunica de sí mismo al Espíritu Santo. Es el mismo Jesús, no yo, quien lo dice: "Todo me ha sido entregado por mi Padre" (Mt 11,27). Y del Espíritu Santo dice: "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros" (Jn 16,13-14). El Padre, a través del Hijo y juntamente con el Espíritu, lo da todo. No son unos los dones del Padre, otros los del Hijo y otros los del Espíritu Santo. Pues una es la salvación, una la potestad y una la fe, único es Dios Padre, único es su Hijo y único es el Espíritu Santo Paráclito. Y bástenos saber estas cosas. No indagues afanosamente la naturaleza o la sustancia. Pues, si es algo que se hubiese escrito, lo diríamos. Pero no nos atrevamos con lo que no ha sido escrito. Para nuestra salvación nos basta saber que existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
XXV
El Espíritu, presente en los ministros
El Espíritu Santo descendió, en tiempo de Moisés, sobre los setenta ancianos. Pero que la amplitud del discurso, carísimos, no os cause tedio. El mismo del que hablamos nos dé fuerza a cada uno de nosotros, a los que hablamos y a los que oís. Este Espíritu, como decía, descendió sobre aquellos setenta ancianos que estaban bajo Moisés. Pero esto te lo digo para probar que todo lo conoce y todo lo obra como quiere. Fueron seleccionados setenta ancianos. "Bajó Yahveh en la nube y le habló. Luego tomó algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos" (Nm 11,25). Y no fue dividiendo al Espíritu, sino que cada uno recibió algo de su gracia, distribuida según su capacidad y su potestad. Los presentes eran de hecho sesenta y ocho, y profetizaron, pero no estaban Eldad y Medad. Pero para que quedase claro que no era Moisés el que concedía nada, sino que era el Espíritu el que obraba, también profetizaron Eldad y Medad, que habían sido llamados, pero no habían acudido (Nm 11,26-30).
XXVI
El Espíritu, conferido con la imposición de manos
Se asombró de ello Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés, y acercándose a Moisés le dice: "¿Has oído que Eldad y Medad están profetizando?". Fueron llamados y no vinieron. "Mi señor Moisés, prohíbeselo" (Nm 11,28). Pero él le dijo: No se lo puedo prohibir, pues es una gracia celestial. No se lo impediré, pues también yo tengo esa gracia. No creo que tú hayas dicho esto movido por la envidia. No te consumas de celo por mí porque ellos hayan profetizado mientras tú todavía no profetizas. Aguarda un tiempo: "¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahveh profetizara porque Yahveh les diera su espíritu!" (Nm 11,29). Proféticamente añadió lo de "porque les diera su espíritu". Pues ciertamente tampoco lo ha dado ahora, y tú no lo tienes todavía. Entonces, ¿no lo tuvieron Abraham, Isaac, Jacob y José? ¿Es que acaso no lo tuvieron los que vivieron antes de él? Sin embargo, es muy claro aquello de "cuando Dios les diera su espíritu", que es como si dijera: a todos. No obstante, el don de la gracia es ahora privado y restringido, mientras que entonces se había derramado y abundaba. En realidad, se quería decir lo que nos habría de suceder en Pentecostés, pues también él descendió entre nosotros. Pero también anteriormente había descendido sobre muchos. Pues está escrito: "Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos" (Dt 34,9). Ves el mismo signo en todas partes, en la antigua y en la nueva Alianza. En tiempo de Moisés se concedía el espíritu por la imposición de manos. A ti, que serás bautizado, ha de venir la gracia. No te digo de qué modo ni te anticipo el momento.
XXVII
El Espíritu, presente en personajes del AT
El Espíritu Santo vino a todos los justos y profetas. Me refiero a Enós, Henoc, Noé y los demás, Abraham, Isaac y Jacob. Que también José tuvo el espíritu de Dios (Gn 41,38), es algo que ya había descubierto el mismo faraón. Ya oíste acerca de Moisés y de las cosas admirables que hizo por el Espíritu. También lo tuvieron el fortísimo Job y todos los santos, aunque no mencionemos ahora los nombres de todos. Él fue el que, en la construcción del tabernáculo, llenó de sabiduría a Besalel y a sus hábiles compañeros (Ex 31,1-6).
XXVIII
El Espíritu, presente en más personajes del AT
En la fuerza del Espíritu Santo, según lo que tenemos en el libro de Jueces, fue juez Otoniel (Jc 3,10), se vio fortalecido Gedeón (Jc 6,34) y Jefté consiguió la victoria (Jc 11,29). Débora, mujer, entabló batalla (4-5) y Sansón, cuando todavía obraba con justicia y no contristaba al Espíritu, realizó cosas superiores a las fuerzas humanas. En los libros de Reyes encontramos claramente, acerca de Samuel y David, cómo profetizaban en el Espíritu Santo y eran jefes de profetas. Y a Samuel se le llamaba vidente (1Sm 9,9.11). Pero David dice elocuentemente: "El espíritu de Yahveh habla por mí" (2Sm 23,2). Y en los salmos: "No retires de mí tu santo espíritu" (Sal 51,13). Y a su vez: "Tu espíritu que es bueno me guie por una tierra llana" (Sal 143,10). Y, como tenemos en Crónicas, con el Espíritu Santo fueron agraciados Azarías, bajo el rey Asá, y, bajo Josafat, Yajaziel (2Cro 15,1; 20,14). Y también Zacarías, que fue lapidado (2Cro 24,20-21). Y Esdras dice: "Tu Espíritu bueno les diste para instruirles" (Neh 9,20). Acerca de Elías, el que fue tomado, y de Eliseo, ambos portadores del Espíritu y realizadores de cosas admirables, es cosa clara (aunque ahora lo pasemos por alto) que estuvieron llenos del Espíritu Santo.
XXIX
El Espíritu, presente en los profetas menores
Si alguien recorre los libros sagrados, tanto de los apóstoles como de los profetas, encontrará muchísimos testimonios acerca del Espíritu Santo. Miqueas dice: "Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el espíritu de Yahveh" (Miq 3,8). Y Joel: "Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne" (Jl 3,1). Y Ageo dice: "Según la palabra que pacté con vosotros a vuestra salida de Egipto, y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu: no temáis" (Ag 2,5). De modo semejante, Zacarías: "No obstante, acoged mis palabras y mis mandatos, que yo prescribo en mi Espíritu a mis siervos los profetas" (Zac 1,6). Y así, otras cosas.
XXX
El Espíritu, presente en Isaías y Ezequiel
También Isaías, el predicador elocuentísimo, dijo: "Reposará sobre él el Espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh" (Is 11,2-3). Con ello quiere decir que él (el Espíritu) es uno e indivisible, pero son diversos los efectos que produce. Y también: "He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él" (Is 42,1). Y también aquello: "Derramaré mi espíritu sobre tu linaje" (Is 44,3). Y además: "Ahora, el Señor me envía con su espíritu" (Is 48,16). O bien: "En cuanto a mí, esta es la alianza con ellos, dice Yahveh. Mi espíritu que ha venido sobre ti" (Is 59,21). Y a su vez: "El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido" (Is 61,1). Y también, hablando en contra de los judíos: "Mas ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu Santo" (Is 63,10) y: "¿Dónde está el que puso en él su Espíritu Santo?" (Is 63,11). También tienes en Ezequiel, si no estás ya cansado de escuchar, lo que ya se ha recordado: "El espíritu de Yahveh irrumpió en mí y me dijo: Así dice Yahveh" (Ez 11,5). Pero el "irrumpió sobre mí" se ha de entender correctamente, como queriendo designar la caridad y la clemencia. De modo semejante a como Jacob, una vez que encontró a José, "se echó a su cuello" (Gn 46,29) y como, en los evangelios, aquel padre amantísimo, al ver a su hijo de vuelta, "conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente" (Lc 15,20). Y también en Ezequiel: "El espíritu me elevó y me llevó a Caldea, donde los desterrados, en visión, en el espíritu de Dios" (Ez 11,24). Y otras cosas ya las oíste antes, cuando hablamos del bautismo: "Os rociaré con agua pura y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo" (Ez 36,25.26). Y poco después: "La mano de Yahveh fue sobre mí y, por su espíritu, Yahveh me sacó" (Ez 37,1).
XXXI
El Espíritu, presente en Daniel
El Espíritu Santo infundió la sabiduría en el alma de Daniel, de modo que un joven fuese juez de ancianos. La casta Susana había sido condenada como impúdica. Nadie la defendía. ¿Quién la habría arrebatado de la mano de los jefes? Era llevada a la muerte y ya estaba en manos de los verdugos (Dn 13,41-45). Pero se presentó su auxiliador, el Paráclito, el Espíritu que santifica a toda criatura inteligente. "Mantente ahí", le dijo a Daniel. "Tú, que eres joven, arguye a los viejos manchados por la corrupción de pecados de jóvenes, pues está escrito: Suscitó el santo espíritu de un jovencito" (Dn 13,45). Resumiendo brevemente, por la sentencia de Daniel se salvó aquella muchacha pura. Este caso lo hemos resumido, pues no hay tiempo de exponerlo todo. Incluso Nabucodonosor reconoció que en Daniel estaba el Espíritu Santo, pues se refirió a él como "Daniel, en quien reside el espíritu de los dioses santos" (Dn 4,6). Dijo una cosa verdadera y otra falsa. Que tenía el Espíritu Santo era verdad, pero no que era "jefe de los magos". Pues no era mago, sino conocedor de las cosas por el Espíritu. De hecho, antes (Dn 2,31) había explicado la visión de la imagen que había visto y que no entendía. "Explícame, dice, la visión, que yo, que la vi, no la entiendo". Ves ahí la potencia del Espíritu Santo, porque quienes vieron no entienden, y los que no vieron conocieron e interpretaron.
XXXII
Introducción a la 2ª catequesis sobre el Espíritu Santo
Estaríamos inclinados a recoger muchos más testimonios del Antiguo Testamento, y a explicar con más claridad todo lo que atañe al Espíritu Santo. Pero queda poco tiempo y es aconsejable que no tengáis tanto que escuchar. Por lo cual, contentos con lo mencionado de la antigua Alianza, volveremos, si Dios lo permite, en la catequesis siguiente a lo que falta del Nuevo. El Dios de la paz, os regale a todos con los bienes espirituales y celestiales por medio de nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo (Rm 15,30).