CIRILO
DE JERUSALÉN
Sobre la Eucaristía, I
I
Institución
de la eucaristía
Una sola enseñanza de Pablo sería suficiente para daros una fe cierta, hermanos, en los divinos misterios de la eucaristía. De ellos habéis sido considerados dignos, y hechos partícipes del cuerpo y de la sangre del Señor. De él dice Pablo, en efecto, que "la noche en que fue entregado" (1Cor 11,23), nuestro Señor Jesucristo "tomó pan, y después de dar gracias, lo partió" (1Cor 11,23-24) y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomad, comed, éste es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: "Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre" (Mt 26,26-28). Así pues, si es él el que ha exclamado y ha dicho acerca del pan "éste es mi cuerpo", ¿quién se atreverá después a dudar? Y si él es el que ha afirmado y dicho "ésta es mi sangre", ¿quién podrá dudar jamás, diciendo que no se trata de su sangre?
II
La consagración eucarística
En cierta ocasión, en Cana de Galilea, Jesús convirtió el agua en vino (Jn 2,1-10), que es afín a la sangre. Y ahora ¿creeremos que no es capaz de convertir el vino en sangre? Invitado a unas bodas humanas, Cristo realizó aquel prodigio admirable, así que ¿no lo hará mucho más a los hijos del tálamo nupcial, para que disfruten su propio cuerpo y sangre?
III
Las especies de pan y vino
Recibamos con convicción plena, pues, el cuerpo y la sangre de Cristo. En la figura de pan se te da el cuerpo, y en la figura de vino se te da la sangre, para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas partícipe de su mismo cuerpo y de su misma sangre. De esta manera, nos convertimos en portadores de Cristo, distribuyendo en nuestros miembros su cuerpo y su sangre. Así, según el bienaventurado Pedro, nos hacemos "partícipes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4).
IV
El pan de vida, un escándalo
En cierta ocasión, discutiendo Jesús con los judíos, dijo: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53). No obstante, aquellos judíos no entendieron el sentido espiritual de lo que se estaba diciendo Jesús, y se retiraron ofendidos (Jn 6,60) y creyendo que les invitaba a comer carnes animales.
V
La eucaristía, el pan de vida
En la Antigua Alianza ya existían los panes de la proposición, mas puesto que se referían a una alianza caduca, tuvieron un final. En la Nueva Alianza, en cambio, el pan es celestial y la bebida es saludable, y ambos santifican el alma y el cuerpo. Como el pan le va bien al cuerpo, así también el Verbo le va bien al alma.
VI
El cuerpo y sangre de Cristo
No hemos de considerar el pan y el vino de la eucaristía, por tanto, como elementos de mayor significación. De hecho, según la afirmación del Señor, ellos son el cuerpo y la sangre de Cristo. Aunque ya te lo sugieren los sentidos, la fe te otorga certidumbre y firmeza. No calibres las cosas por el placer, sino estáte seguro por la fe, y más allá de toda duda, de que has sido agraciado con el don del cuerpo y de la sangre de Cristo.
VII
La
mesa del altar
La fuerza de todo esto nos la explica el profeta David, cuando exclama: "Tú preparas una mesa ante mí, frente a mis enemigos" (Sal 22,5). Esto quiere decir que, antes de su venida, los demonios habían preparado a los hombres una mesa contaminada y sucísima, que rezumaba el poder del diablo. Mas una vez que llegó el Señor, él "preparó una mesa ante mí". Así que, cuando el hombre dice a Dios "has preparado ante mí una mesa", ¿qué otra cosa significa que la mística e inteligible mesa que Dios nos ha preparado "frente a los enemigos" y los demonios? Así es, en efecto, pues aquella mesa mantenía la comunión con los demonios, mas ésta la mantiene con Dios. Respecto a esto, David también dice: "Unges con óleo mi cabeza". Con óleo ungió la cabeza de los bautizados, y selló la frente que los convirtió en imagen de Dios. Pues bien, esto es lo que ese sello expresa: "Mi copa rebosa". Se trata del cáliz que Jesús tomó en las manos y sobre el cual, dando gracias, dijo: "Ésta es mi sangre, que es derramada por los muchos para perdón de los pecados" (Mt 26,28).
VIII
Las
nuevas vestiduras
El rey Salomón, en el Eclesiastés, queriendo señalar esta gracia, dijo: "Ven, come con alegría tu pan" (Ecl 9,7). Se refiere el monarca al pan espiritual, y por eso dice ven, porque ese pan está llamando a la salvación y a la felicidad. También dijo Salomón "bebe de buen grado tu vino" (Ecl 9,7), y con ello se está refiriendo al vino espiritual. Y también dijo "no falte ungüento sobre tu cabeza" (Ecl 9,8): ¿Ves cómo también se designa así al crisma espiritual? Y si no, aquí tienes la prueba: "En toda sazón sean tus ropas blancas, que Dios está ya contento con tus obras" (Ecl 9,8). En efecto, antes de que tuviésemos acceso a la gracia, nuestras obras eran "vanidad de vanidades" (Ecl 1,2), mas una vez que nos despojamos de las viejas vestiduras, y nos pusimos las que están espiritualmente limpias, estamos ya siempre vestidos con éstas. No es que sea necesario que siempre vayamos vestidos de blanco, sino que nos revistamos de lo que es blanco, puro y espiritual, y que digamos con el bienaventurado Isaías: "Con gozo me gozaré en Yahveh, y exultará mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, y en un manto de justicia me ha envuelto" (Is 61,10).
IX
Conservar la eucaristía
Tras esto, puedes creer certisimamente, y quedarte con la idea fija, de que lo que se ve como pan no es pan (aunque tenga ese sabor) sino el cuerpo de Cristo, y que lo que se ve como vino no es vino (aunque a eso sepa) sino la sangre de Cristo. Y no olvides lo dicho antiguamente por David en los salmos: "Para sacar de la tierra el pan, y el vino que recrea el corazón del hombre, para que lustre su rostro con aceite y el pan conforte el corazón del hombre" (Sal 104,14-15). Para que eso suceda, conforta tu corazón tomando aquel pan como espiritual, y pon alegre el rostro de tu alma. Cubriéndolo con la pureza de tu conciencia, y reflejando "como en un espejo la gloria del Señor", camina "cada vez con mayor gloria" (2Cor 3,18) en Cristo Jesús.