CIRILO DE JERUSALÉN
Sobre el Bautismo, IV

I
Continuación del rito bautismal

Las catequesis mistagógicas que imparto a diario están tratando de enseñar los misterios, y creo que son útiles a la hora de explicar la doctrina. Sobre todo, os son útiles a vosotros, que habéis sido cambiados de lo viejo a lo nuevo. En esa línea, os expondré hoy ciertas cosas que se derivan de la mistagogia de ayer, para que aprendáis qué es lo que significa lo que habéis realizado en el interior de este edificio.

II
La túnica y el hombre viejo

Inmediatamente después de que entrasteis, os despojasteis de la túnica. Ésta era imagen del hombre viejo, del que os habéis despojado con sus obras (Col 2,12; 3,1.9; Ef 2,1-10). Al despojaros, os quedasteis desnudos, imitando a un Jesucristo que, con su desnudez en la cruz, "una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal" (Col 2,15). Puesto que habitaban en vuestros miembros las potestades adversas, ya no os es lícito seguir llevando aquella vieja túnica. Y no me refiero a la que se percibe con los sentidos, sino al "hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias" (Ef 4,22). Que no os suceda que el alma vuelva a revestirse de la vestimenta que una vez se despojó, sino que se diga de vosotros lo que a aquella esposa de Cristo de la que habla el Cantar de los Cantares: "Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo?" (Cant 5,3). ¡Oh realidad admirable! Desnudos estuvisteis ante los ojos de todos, pero no sentíais vergüenza. Llevabais realmente la imagen del primer padre Adán, que estaba desnudo en el paraíso y no se avergonzaba.

III
La unción bautismal

Una vez despojados, fuisteis ungidos con el óleo exorcizado, desde los pelos de la cabeza hasta los pies, y fuisteis hechos partícipes del buen olivo que es Jesucristo. Sacados del olivo silvestre, habéis sido injertados en un buen olivo, y hechos partícipes de la riqueza del verdadero olivo (Rm 11,17-24). El óleo exorcizado era símbolo de la comunicación de la abundancia de Cristo, y hace huir rápidamente a todo vestigio del poder adverso. Así como la insuflación de los santos y la invocación del nombre de Dios abrasan a los demonios, al modo de fortísima llama, y los ponen en fuga, así también ese aceite exorcizado adquiere tanta fuerza, por la invocación de Dios y por la oración, que no sólo purga y quema los vestigios de los pecados, sino que incluso hace huir a todas las potencias invisibles del Maligno.

IV
La entrada y salida del agua

Más tarde, fuisteis conducidos hasta la santa piscina del divino bautismo, como fue llevado Cristo de la cruz al sepulcro. Allí se os preguntó, uno por uno, si creíais en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Pronunciasteis la confesión que os lleva a la salvación, y fuisteis sumergidos por tres veces en el agua, levantándoos también tres veces. En esto significasteis, en imagen y simbólicamente, la sepultura de Cristo por tres días, pues así como nuestro Salvador pasó tres días y tres noches en el seno de la tierra (Mt 12,40), también vosotros imitasteis el primer día que Cristo pasó en el sepulcro (al levantaros del agua por primera vez) y la primera noche (con la inmersión). Del mismo modo que el que está en la noche ya no ve, y el que se mueve en el día camina en la luz, vosotros, al sumergiros (como en la noche) dejasteis de ver, pero al salir fuisteis incorporados a la luz (como en el día). En ese mismo momento moristeis y nacisteis, y aquella agua llegó a ser para vosotros sepulcro y madre. Lo que Salomón dijo a propósito de otras cosas, os cuadra a vosotros perfectamente, sobre todo aquello de "hay tiempo para nacer y tiempo para morir" (Ecl 3,2). En vuestro caso, esto sucedió a la inversa, pues tuvisteis un tiempo de morir y un tiempo de nacer. En vuestro caso, tuvisteis un tiempo único que logró ambas cosas, pues con vuestra muerte coincidió vuestro nacimiento.

V
Configuración en la muerte y resurrección de Cristo

¡Oh nueva e inaudita realidad! No hemos muerto ni hemos sido sepultados de modo verdadero, ni resucitamos después de que hubiésemos sido verdaderamente crucificados, pero sí se ha realizado en imagen una imitación de aquellas cosas, y es de aquí de donde ha brotado la salvación. Cristo fue verdaderamente crucificado, fue verdaderamente sepultado y verdaderamente resucitó, y todo ello nos ha sido regalado a nosotros por gracia, para que, hechos partícipes de sus sufrimientos, obtengamos en verdad la salvación. ¡Oh amor exuberante hacia los hombres! Cristo recibió los clavos en sus pies y manos incontaminados (soportando así el dolor), y ahora se me agracia a mí sin haber pasado por dolores ni trabajos, sino por la comunicación en sus dolores.

VI
El perdón de los pecados, y la adopción filial

No obstante, que nadie piense que el bautismo consiste sólo en la gracia del perdón de los pecados y de la adopción, como era el bautismo de Juan (que confería sólo el perdón de los pecados). Por supuesto, nuestro bautismo en Cristo perdona los pecados, pero también otorga el don del Espíritu Santo, y es realización y expresión de los sufrimientos de Cristo. De aquí que Pablo dijera: "¿Es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Con Cristo, en efecto, fuimos sepultados por el bautismo en la muerte" (Rm 6,3-4). Esto se lo decía a quienes estaban convencidos de que el bautismo otorgaba el perdón de los pecados y la adopción, pero no una plena identificación con Cristo, y en sus verdaderos sufrimientos.

VII
Participar en la pasión de Cristo

Para que aprendiéramos que todo lo que Cristo soportó fue por nosotros y por nuestra salvación (y, desde luego, no lo sufrió sólo en apariencia), los bautizados somos hechos partícipes de sus sufrimientos. Pablo exclamaba con viveza y con fuerza esta realidad, cuando dice: "Si hemos sido injertados en él por la semejanza a su muerte, seremos también partícipes de la resurrección" (Rm 6,5). Hermosamente dice Pablo injertados, pues realmente aquí se ha plantado la vid verdadera, y nosotros hemos sido injertados en él. Esto sucede por la comunión bautismal en la muerte de Cristo, de forma tan real como que Cristo murió, y su alma se separó del cuerpo, y fue verdaderamente sepultado y envuelto en una sábana limpia (Mt 27,59). Todo esto aconteció en él de modo real, así que a los bautizados se les incorpora de forma real en su muerte y padecimientos. En definitiva, en la salvación no hay semejanza, sino realidad.

VIII
Conservar el bautismo

Os he instruido ya suficientemente acerca de todo esto, así que os ruego que os esforcéis en retenerlo en la memoria con el fin de que yo, aunque indigno, pueda decir de vosotros: "Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí, y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido" (1Cor 11,2). Poderoso es Dios que os presenta aquí "como muertos retornados a la vida" (Rm 6,13) para concederos que "andéis en la novedad de la vida" (Rm 6,4).