CIRILO
DE JERUSALÉN
Sobre Jesucristo
I
El
Hijo, puerta para llegar al Padre
Aquellos a quienes se ha enseñado a creer en "un solo Dios, Padre todopoderoso", deben creer también en el Hijo unigénito, pues "todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre" (1Jn 2,33). De hecho, el mismo Cristo dijo: "Yo soy la puerta" (Jn 10,9), y: "Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Si niegas la puerta, por tanto, te permanecerá cerrado el conocimiento que lleva al Padre, pues "nadie conoce bien al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Si niegas a aquel que revela, permanecerás en la ignorancia, como recuerda una sentencia en los evangelios: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él" (Jn 3,36). El Padre se indigna cuando el Hijo unigénito es privado de su honor, así como cualquier rey considera grave que alguien insulte a un simple soldado, o si se trata indecorosamente a una persona honorable, se enciende la cólera de los compañeros o amigos. Si alguien injuria al Hijo único del Rey, por tanto, ¿quién aplacará y suavizará al Padre del Hijo unigénito, de tal modo conmovido?
II
El Hijo, cumplidor de los designios del Padre
Si alguien quiere ser piadoso para con Dios, por tanto, que adore al Hijo. De otro modo, el Padre no admitirá su culto. El Padre exclamó desde el cielo "éste es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17), así que en el Hijo se complugo el Padre. Si tú no encuentras también en él tu complacencia, no tendrás la vida. No te dejes arrastrar por los judíos, que astutamente dicen que hay un solo Dios pero no dicen nada del Hijo único de Dios. No he sido yo el primero en decir esto, sino que acerca de la persona del Hijo dice el salmista: "Voy a anunciar el decreto de Yahveh. Él me ha dicho: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). No atiendas, pues, a lo que dicen los judíos, sino a lo que hablan los profetas. ¿Te asombras de que desprecien los judíos las voces de sus profetas? Pues sí, fueron ellos mismos los que los lapidaron y entregaron a la muerte.
III
Denominaciones de Cristo, en la Escritura
Tú cree en "un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios". Decimos "un solo Señor Jesucristo" porque se trata de una filiación única, y decimos único para que su actividad múltiple (que se expresa mediante nombres diversos) no te lleve a hablar impíamente de hijos diversos. Se le llama puerta (Jn 10,7), pero no pienses que se trata de una puerta de madera, sino racional, viva y que da cuenta de quiénes pasan. Se le llama camino (Jn 14,6), pero no porque sea pisado por los pies, sino porque conduce hasta el Padre. Se le llama oveja, pero no desprovista de razón, sino con una preciosa sangre que limpia el mundo de sus pecados, y es llevada ante el esquilador, y sabe cuándo conviene guardar silencio (Hch 8,32; Is 53,7-8). Esta misma oveja cambia a la vez su nombre por el de pastor cuando dice: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11). Es oveja por su humana naturaleza, pero es pastor por el amor a los hombres que muestra su divinidad. ¿Quieres saber más sobre las ovejas racionales? Pues bien, esto dice el Salvador a los apóstoles: "Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos" (Mt 10,16). También se le llama león (Gn 49,9), pero no porque sea devorador de hombres, sino por la dignidad regia de su propia naturaleza y vigor, en el que puede confiar. Se le llama león en oposición al "adversario, el diablo", que "ronda como león rugiente, buscando a quién devorar" (1Pe 5,8). Así pues, viene el Salvador, pero no mudando su mansedumbre natural sino como el poderoso león de la tribu de Judá (Ap 5,5), trayendo la salvación a los que creen y aplastando al adversario. Se le llama piedra, pero no inanimada ni extraída con manos humanas (Dn 2,34), sino "piedra angular" (Sal 118,225; Mt 21,42), en la que quien crea no será confundido (Is 28,16).
IV
Más
denominaciones de Cristo
Se le llama Cristo, aunque no ha sido consagrado por manos humanas, sino ungido por el Padre para un sacerdocio eterno superior a las cosas de los hombres (Hch 4,27). Se le cuenta entre los que han muerto, pero sin permanecer entre los muertos (como todos los demás en el hades; Hch 2,31), sino el único libre entre los que murieron. Se le llama "hijo del hombre" (Mt 16,13), pero no como cada uno de nosotros (que hemos tenido nuestro nacimiento en esta tierra) sino como quien ha de venir sobre las nubes a juzgar a los vivos y a los muertos (Mt 24,30). Se le llama Señor, pero no de manera abusiva (como a los señores que hay entre los hombres) sino como quien tiene un poder natural y eterno. Se le llama Jesús, su nombre propio, que hace referencia a su labor como médico. Se le proclama Hijo, pero no como el que ha llegado a serlo por adopción, sino por naturaleza engendrado. Son muchas, realmente, las denominaciones de nuestro Salvador, así que esta multitud de nombres no te haga pensar en una multitud de hijos. Y no pienses como los herejes, que dicen que uno es el Cristo y otro es Jesús, y otra es la puerta, y así sucesivamente. Frente a todo ello te previene la recta fe en un solo Señor Jesucristo. Aunque las distintas denominaciones sean muchas, bajo ellas hay una misma y única realidad.
V
Cristo,
Salvador y Señor
Jesucristo actúa como Salvador diversamente, según las circunstancias de cada uno. Para quienes necesitan de la alegría, él es la viña (Jn 15,1). Para quienes tienen necesidad de entrar, él es la puerta (Jn 10,7). Para quienes tienen que presentar sus súplicas, ha sido constituido "único mediador" (1Tm 2,5) y "sumo sacerdote" (Hb 7,26). A a su vez, se convierte en oveja en favor de los pecadores para ser sacrificado en su lugar (Is 53,6-7), y se hace "todo para todos" permaneciendo en su naturaleza. Permaneciendo así, y detentando una dignidad de hijo que no está sujeta a mutación alguna, él desciende hasta nuestras debilidades como médico excelente y maestro bondadoso. Y esto sin dejar de ser el Señor, pues no adquirió el señorío sino que lo posee por naturaleza y dignidad. Por ello, él no es llamado abusivamente Señor nuestro, sino que verdaderamente lo es, pues por voluntad del Padre domina sobre las propias criaturas. Nosotros ejercemos dominio sobre hombres iguales a nosotros en honor, sujetos a las mismas debilidades. A menudo mandamos sobre quienes nos sobrepasan en edad, y no es raro que un joven gobierne sobre criados más viejos. En el caso de nuestro Señor Jesucristo, no existe tal tipo de dominio, porque él es Creador y, después, Señor. En primer lugar, él ha hecho la voluntad del Padre, y es después cuando domina sobre las cosas que ha creado.
VI
Cristo,
siempre en unión con el Padre
Jesucristo fue aquel que "nació en la ciudad de David". Con todo, él estaba con el Padre ya antes de hacerse hombre, de modo que lo que se dice no lo aceptes sólo por la fe, sino como prueba del Antiguo Testamento? Busca el primero de los libros, el Génesis, donde dice Dios: "Hagamos al ser humano", no dice a mi imagen, sino "a nuestra imagen" (Gn 1,26). Y después de que Adán fue hecho, dice: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya" (Gn 1,27). No restringió el Génesis, pues, la dignidad divina sólo al Padre, sino que también se refirió conjuntamente al Hijo, declarando así que el hombre no es simplemente obra de Dios, sino también de nuestro Señor Jesucristo, que también es verdadero Dios. Éste mismo es el Señor, que coopera con el Padre desde el principio y en el tiempo, como hizo en el asunto de Sodoma, según lo dicho por la Escritura: "Entonces Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahveh". En otra ocasión, el Hijo se mostró a Moisés en cuanto éste fue capaz de verlo (Ex 3,2.6; 33,18-20; 34,5-6). Todo eso lo hizo el Señor, porque él es benigno y siempre desciende indulgentemente a nuestras debilidades.
VII
Cristo,
aparecido a Moisés
Para que sepas que fue Cristo el que se apareció a Moisés, acepta este testimonio de Pablo: "Bebían de la roca espiritual que les seguía, y la roca era Cristo" (1Cor 10,4) y: "Por la fe, Moisés salió de Egipto" (Hb 11,27), poco después de haber dicho "estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo" (Hb 11,26). De hecho, Moisés le dijo: "Déjame ver, por favor, tu gloria" (Ex 33,18). ¿Acaso no ves que también entonces los profetas veían a Cristo, aunque en la medida en que eran capaces de ello? "Déjame que te vea", clamaba Moisés, mas Dios le dijo: "No puede verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33,20). Por consiguiente, puesto que nadie podría ver el rostro de la divinidad, el Hijo adoptó el rostro humano para que, viéndolo corporalmente, viviésemos. Cuando su rostro "resplandeció como el sol", los discípulos "cayeron rostro a tierra llenos de miedo" (Mt 17,2-6). Por consiguiente, si al brillar el rostro de su cuerpo no lo hacía cuanto podía, sino cuanto eran capaces de soportarlo los discípulos, ¿cómo podría nadie mirar a la majestad de la divinidad? "Grande es, Moisés, lo que deseas", dice el Señor, así que "doy mi aprobación a tu deseo no saciado, y haré también lo que me acabas de pedir" (Ex 33,17). Eso sí, en la medida en que tú puedes captarlo. "Mira, hay un lugar junto a mí. Tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas, mas mi rostro no se puede ver" (Ex 33,21-23).
VIII
Cristo, presente entre los israelitas
Guarda con firmeza, a causa de los judíos, todo lo que voy a decir. Era mi propósito mostraros que, junto al Padre, se encontraba el Señor Jesucristo, como recordó el Señor a Moisés: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad, y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor" (Ex 33,19). El que es el Señor en persona, ¿a quién llama Señor? Ves, pues, cómo de modo oscuro enseñó la piadosa doctrina acerca del Padre y del Hijo. Además, "descendió el Señor en forma de nube, y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor, y el Señor pasó por delante de él y exclamó: "Yo soy un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación". Después, según lo que sigue, Moisés, cayendo en tierra de rodillas y adorando al Padre ante el Señor, a quien llamaba, dice: "Dígnese mi Señor venir de en medio de nosotros" (Ex 34,5-9).
IX
Cristo, Señor de todas las cosas
Tienes ya una primera demostración, así que admite igualmente evidente. "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha" (Sal 110,1). El Señor dice estas cosas al Señor, no al siervo. Pero se trata del Señor de todas las cosas, de su propio Hijo al que todo se lo sometió (1Cor 15,27-28; Hb 2,8). Mas cuando dice que "todo está sometido", es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas (1Cor 15,27), para que Dios sea todo en todo (1Cor 15,28). Señor de todo es el Hijo unigénito. Es Hijo del Padre, sumiso a él y que no ha usurpado su soberanía, sino que la ha recibido espontáneamente y de modo natural. Pues ni el Hijo se la robó al Padre ni éste ha sentido envidia del Hijo al entregarle el dominio. Es éste mismo el que dice: "Todo me ha sido entregado por mi Padre" (Mt 11,27). Pero no me ha sido entregado como si anteriormente careciese de ello, aunque las conservo cuidadosamente sin que se empobrezca su largueza.
X
Más
sobre el señorío de Cristo
Por consiguiente, el Hijo de Dios es Señor. Es Señor nacido en Belén de Judá, según las palabras del ángel a los pastores: "Os anuncio una gran alegría. Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,10-11). Es Señor del cual dice uno de los apóstoles: "Él ha enviado su palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la buena nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todo" (Hch 10,36). Cuando dice "de todo", no sustraigas absolutamente nada a su soberanía, pues tanto los ángeles como arcángeles, principados y potestades" (Col 1,16), o cualquier otra de las realidades citadas por los apóstoles, todo ha sido sometido al señorío del Hijo. Él es Señor de los ángeles, como dicen los evangelios: "He aquí que se acercaron unos ángeles y le servían" (Mt 4,11). No dice "le ayudaban", sino "le servían", es decir, realizaban un oficio servil. Cuando fue a nacer de la Virgen, le sirvió entonces Gabriel, que convirtió así su propia dignidad en servicio (Lc 1,26). Cuando tuvo que ir a Egipto a deshacer los ídolos, de nuevo un ángel se apareció en sueños a José (Mt 2,13). Habiendo resucitado tras su crucifixión, un ángel lo anunció y, como un siervo diligente, dijo a las mujeres: "Ha resucitado de entre los muertos, e irá delante de vosotros a Galilea" (Mt 28,7), como si dijera: No he descuidado el encargo, y testifico que os lo he dicho para que, si lo descuidáis, no sea mía la culpa sino de quienes han sido negligentes. Así, pues, él es el único Señor Jesucristo, acerca del cual la lectura que hoy se proclamó contiene estas palabras: "Aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1Cor 8,5-6).
XI
Aarón
y Josué, figuras de Cristo sacerdote y salvador
Jesucristo es llamado así con un doble vocablo: Jesús (porque otorga la salvación) y Cristo (porque posee el sacerdocio). Dándose cuenta perfectamente de la situación, el divino profeta Moisés llamó con estos nombres a dos hombres escogidísimos: a Ausés (sucesor suyo en la jefatura, al que llamó Josué) y a su propio hermano Aarón (al que añadió el nombre de Ungido). De esta manera, por medio de estos dos hombres eximios, representaba la potestad regia y la potestad pontifical que habían de estar unidas en el Jesucristo único que habría de venir. Pues bien, Cristo es sumo pontífice a semejanza de Aarón, si es verdad aquello de que "tampoco Cristo se apropió la gloria del sumo sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec" (Hb 5,5.6). En muchas cosas fue imagen de él también Josué, hijo de Nun, pues la jefatura sobre el pueblo tuvo su comienzo en el Jordán, donde también Cristo comenzó a evangelizar una vez recibido el bautismo (Mt 3,13). El hijo de Nun hizo doce partes de toda la herencia (Jos 14,1-5) y Jesús envió a doce apóstoles de la verdad como predicadores a todo el mundo (Mt 10). Como imagen de Jesús, protegió Josué a la prostituta que había creído (Jos 2,1; 6,17; Hb 11,31), y el propio Jesús exclama: "En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al reino de Dios" (Mt 21,31). Ante el clamor de la alegría de Josué se derrumbaron las murallas de la ciudad de Jericó (Jos 6,20), y por la palabra de Jesús ("no quedará aquí piedra sobre piedra"; Mt 24,2) cayó el templo de los judíos. Y no porque la sentencia de Jesús fuese causa del derrumbe, sino que esta caída la provocó el pecado de los impíos.
XII
Cristo, Salvador
Único es el Señor Jesucristo, nombre admirable indirectamente anunciado por los profetas, del que dice Isaías: "Mira que viene tu salvación. Mira, su salario le acompaña" (Is 62,11). En hebreo, Jesús significa salvador. Sin embargo, la gracia otorgada a los profetas, previendo el torcido sentimiento de los judíos (hacia la destrucción del Señor) ocultó su verdadera denominación, para que no pudiesen, conociéndolo demasiado pronto, estar al acecho contra él de manera más insidiosa. Pero Jesús fue llamado claramente de ese modo, y no por todos sino por el ángel, que no vino por su iniciativa sino por la autoridad de Dios, y dijo a José: "No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombra Jesús" (Mt 1,20-21). Al dar razón de este nombre, el ángel añadió de modo inmediato: "Él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Sobre cómo entender que alguien tenga un pueblo si todavía no ha nacido, la realidad nos recuerda, efectivamente, que él ya existía antes de nacer. Esto es lo que de su persona dice el profeta: "El Señor, desde el seno materno me llamó, y desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre" (Is 49,1). Por eso predijo el ángel que habría de ser llamado Jesús, así como también por eso deben entenderse de las insidias de Herodes estas palabras: "En la sombra de su mano me escondió" (Is 49,2).
XIII
Cristo, Salvador que sana
Así pues, Jesús significa en hebreo salvador, y en la lengua griega "el que sana". En realidad, él es el médico de las almas y los cuerpos, y el sanador de los espíritus. Él cura a los que están ciegos en sus ojos sensibles, pero lleva también la luz a las mentes. Él es médico de los que están visiblemente cojos, y dirige también los pies de los pecadores a la conversión, como cuando dijo al paralítico: "No peques más" (Jn 5,14) y: "Toma tu camilla y anda" (Jn 5,8). Así, el que a causa del pecado del alma había sido entregado a la parálisis corporal, sanó primero el alma para llevar también después la medicina al cuerpo. Por tanto, si la mente de alguien está agarrotada por la enfermedad de los pecados, aquí tiene al médico. Y si alguien es de poca fe, dígale: "Ayuda mi incredulidad" (Mc 9,23). Y si alguien está plagado de enfermedades corporales, que no desconfíe y que se acerque, y también él recibirá remedio, y reconocerá que Jesús es el Mesías.
XIV
Cristo, sacerdote eterno
e inmutable
Los judíos conceden que Jesús es algo más, pero niegan que sea el Mesías. Por ello, dice el apóstol: "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?" (1Jn 2,22). En efecto, Cristo es el sumo sacerdote con un sacerdocio intransferible, y no comenzó en el tiempo a ser sacerdote, ni tiene sucesor alguno en su pontificado, tal como nos oísteis hablando el domingo en la asamblea sobre aquello de "según el orden de Melquisedec" (Sal 110,4; Hb 5,6). Él no ha obtenido el pontificado por sucesión corporal, ni ha sido ungido con óleo terreno, sino que procede del Padre antes de los siglos, y es tanto más excelente que otros cuanto ha sido sacerdote a través de un juramento. Como dice la Escritura, "los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, mientras éste lo fue bajo juramento por aquel que le dijo: Juró el Señor y no se arrepentirá" (Hb 7,20-21). Para la seguridad del asunto, bastaba con la voluntad del Padre, pero esta seguridad se ha duplicado al añadirse a la voluntad, además, un juramento. De esta manera, "mediante dos cosas inmutables, por las que es imposible que Dios mienta, nos vemos más poderosamente animados" (Hb 6,18) y acogemos a Jesucristo como Hijo de Dios.
XV
Pese
a los anuncios, Cristo fue rechazado
A este Cristo lo rechazaron los judíos cuando llegó, pero lo confesaron los demonios (Lc 4,41). Tampoco lo ignoraba el patriarca David cuando decía: "Aprestaré una lámpara a mi ungido" (Sal 132,17). Algunos han entendido esta lámpara como el esplendor de la profecía. Otros han entendido por esta lámpara la carne tomada de la Virgen, según aquello que dice el apóstol: "Llevamos este tesoro en vasos de barro" (2Cor 4,7). No desconocía a Cristo el profeta al decir: "Anunciando a los hombres a su Cristo" (Am 4,13). También lo había conocido Moisés, lo había conocido Isaías y también Jeremías, así que ninguno de los profetas lo desconoció. Lo reconocieron incluso los mismos demonios, "porque sabían que él era el Cristo" (Lc 4,41). Los príncipes de los sacerdotes lo ignoraron, pero lo confesaron los demonios. Mientras los príncipes de los sacerdotes le desconocían, lo anunciaba la mujer samaritana diciendo: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?" (Jn 4,29).
XVI
Universalidad
del cristianismo
Jesucristo es el "sumo sacerdote de los bienes futuros" (Hb 9,11), que por la largueza de su divinidad nos comunicó a todos su mismo nombre. Cuando alguien es rey, no comunica a los demás la denominación de su dignidad regia. Pero Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, se dignó denominarnos con el nombre de cristianos. Verdaderamente, dirá alguno, se trata de algo nuevo. El término cristianos no se había oído anteriormente, y a veces se despierta oposición a las cosas nuevas simplemente por el hecho de ser nuevas. De esto trató el profeta al decir: "A sus siervos les dará un nombre nuevo tal que quien desee ser bendecido en la tierra deseará serlo en el Dios del amén" (Is 65,15-16). Preguntemos a los judíos: ¿Servís a Dios o no? Mostradme, si acaso, vuestro nuevo nombre, pues en tiempo de Moisés y de los demás profetas erais llamados judíos e israelitas, e igualmente después del retorno de Babilonia y hasta nuestros días. ¿Tenéis acaso un nuevo nombre? Nosotros, sirviendo al Señor, tenemos un nombre nuevo, que "será bendecido sobre la tierra". Este nombre ha arrebatado toda la tierra, como quiera que los judíos están limitados a los confines de una sola región, mas los cristianos están extendidos por todo el mundo. Lo que ellos anuncian es el nombre del Hijo unigénito de Dios.
XVII
Pablo, de perseguidor a cristiano
¿Quieres saber cómo los apóstoles conocieron y anunciaron el nombre de Cristo, y también tuvieron en sí mismos al mismo Cristo? Pablo dice a sus oyentes: "Ya que queréis una prueba de que habla en mí Cristo" (2Cor 13,3), y les anuncia a Cristo diciendo: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús" (2Cor 4,5). Pero ¿quién es el que así habla? El que anteriormente era perseguidor. ¡Oh gran milagro! El que antes fue perseguidor anuncia ahora a Cristo. ¿Y por qué razón? ¿Ganado por el dinero? Ciertamente que no, porque no había nadie que lo persuadiese con tales artes. ¿O acaso lo había visto personalmente en la tierra y actuaba impulsado por reverencia y pudor? En realidad, Cristo ya había marchado al cielo. Pablo había sido hasta entonces perseguidor, y tras tres días en Damasco se convirtió en su pregonero (Hch 9,1-25). ¿En virtud de qué? Algunos citan testigos de su casa para cosas familiares, pero yo te he traído como testigo a quien antes había sido enemigo. ¿Todavía tienes dudas? Grande es ciertamente el testimonio de Pedro y Juan, pero podría considerarse con cierta sospecha, pues eran familiares de Cristo. Cuando alguien es enemigo, y luego afronta la muerte en favor del mismo asunto, no hay ya lugar a dudas sobre la verdad.
XVIII
Pablo, propagador del cristianismo
Mientras se habla de estas cosas, sorprende gratamente el admirable designio del Espíritu Santo, de que fuesen muy escasas en número las cartas de los demás apóstoles, mientras que se concedió a Pablo, que anteriormente había sido perseguidor, que escribiese catorce. Y no es que Dios restringiese esa gracia en Pedro y Juan, como si fuesen menores. Nada de eso, sino que para reafirmar la autoridad indudable de la doctrina, a quien antes había sido enemigo y perseguidor le concedió escribir ampliamente para que así tuviésemos todos una fe cierta. Ciertamente, todos se asombraban de Pablo, y decían: "¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos a todos a los sumos sacerdotes?" (Hch 9,21). "No os asombréis", dice Pablo, pues para mí "es duro dar coces contra el aguijón" (Hch 26,14). Tras lo cual, siguió diciendo: "Sé que no soy digno de ser llamado apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios" (1Cor 15,9) "por ignorancia" (1Tm 1,13). Pablo sabía muy bien, por tanto, que la predicación de Cristo era la ruina de la ley judía, aunque Cristo no hubiese venido a anularla sino a darle cumplimiento (Mt 5,17). Por eso es por lo que dijo: "La gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí" (1Tm 1,14).
XIX
Otros testimonios y testigos de Cristo
Queridos, hay muchos testimonios acerca de Cristo. Desde el cielo testifica el Padre acerca del Hijo (Mt 3,17; 17,5). Lo testifica el Espíritu Santo descendiendo corporalmente bajo el aspecto de paloma (Lc 3,22). Lo testifica el arcángel Gabriel anunciando el evangelio a María (Lc 1,26-38). Lo testifica la Virgen madre de Dios. Lo testifica el lugar dichoso del pesebre (Lc 2,7). Fue testigo Egipto, cuando acogió en cuerpo al Señor cuando era todavía un niño muy pequeño. Fue testigo Simeón, cuando lo tomó en brazos y dijo: "Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos" (Lc 2,28-31). Y lo fue Ana, la profetisa, viuda piadosísima que llevaba una vida ascética, la cual testificó igualmente de él (Lc 2,36-38). Lo testificó Juan Bautista, el mayor de los profetas (Jn 1,15; 1,19) y el primero del Nuevo Testamento, que en cierto modo conecta en sí ambas alianzas (la antigua y la nueva). Entre los ríos fue testigo el Jordán, y entre los mares el de Tiberíades. Dieron testimonio los ciegos, los cojos y los muertos llamados de nuevo a la vida. Los demonios dieron testimonio diciendo: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? Sé quién eres tú: el Santo de Dios" (Mc 1,24). Lo testificaron los vientos refrenados por su poder (Mt 8,23-27). Lo testificaron los cinco panes repartidos entre cinco mil hombres (Mt 14,13-21). Lo testificó el santo leño de la cruz, que se contempla entre nosotros hasta el día de hoy y que ha llenado casi todo el mundo con los trozos que algunos, por su fe, han cogido de él. Lo testificó en el valle la palmera que proporcionó las palmas a los niños para acoger con alabanzas a Cristo (Jn 12,13). Dio testimonio Getsemaní, como mostrando también todavía a Judas a quienes entienden lo sucedido (Mt 26,47). Este santo monte del Gólgota, destacando sobre los demás, también testificó al dejarse ver. También dieron testimonio el santo sepulcro y la piedra junto a él colocada hasta el día de hoy (Mt 27,60). El sol que está ahora luciendo fue testigo por haber experimentado un eclipse en la pasión. Testigos fueron también las tinieblas que en aquella ocasión se extendieron desde la hora sexta hasta la hora nona (Lc 23,44). Testigo fue la luz que iluminó desde la hora nona hasta la tarde. Testigo fue el Monte de los Olivos, desde el cual ascendió al Padre (Hch 1,9). Testigos fueron también las nubes de tormenta que acogieron al Señor. Igualmente lo fueron las puertas celestiales que acogieron al Señor, de las que dice el salmista: "¡Alzaos, puertas, alzad los dinteles, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria!" (Sal 23,7). Lo testificaron también quienes con anterioridad habían sido enemigos, de los que ahora hay que recordar al bienaventurado Pablo, que por un cierto tiempo vivió en la enemistad, pero después ejerció su ministerio de modo duradero. Lo testificaron los doce apóstoles, que no sólo con palabras predicaron, sino también con sus propios tormentos y su muerte. Lo testificó la sombra de Pedro, que en nombre de Cristo sanaba a los enfermos (Hch 5,15). Lo testificaron los pañuelos y los mandiles, que a través de Pablo realizaban igualmente curaciones con el poder de Cristo. Fueron testigos los persas, los godos y todos los convertidos de los gentiles, que no dudaron en enfrentarse a la muerte por Aquel a quien no vieron con los ojos de la carne. Lo testificaron los demonios, exorcizados hasta el día de hoy por el servicio de los fieles.
XX
Con
tantos testigos la fe se hace evidente
Muchos, diversos y diferentes han sido los testigos de Cristo. ¿Se rehusará, pues, la fe a un Mesías comprobado por tantos testimonios? Si alguien, por consiguiente, no ha creído antes, que crea ahora. Y si ya creyó, que reciba un mayor incremento de fe. Creyendo en nuestro Señor Jesucristo, que sepa de quién recibe la forma de llamarla. Has sido llamado cristiano, así que no sea blasfemado por tu causa nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios. Que tus buenas obras resplandezcan ante los hombres, para que los hombres las vean y glorifiquen en Cristo Jesús, Señor nuestro, al Padre que está en los cielos (Mt 5,16).