BASILIO DE CESAREA
Sobre la Comunidad
I
El amor al prójimo se evidencia en la vida comunitaria
La más perfecta comunidad, pienso yo, es aquella en la cual se renuncia a la propiedad privada y se olvida cualquier desorden de pensamiento. En esa comunidad no existen malentendidos o desacuerdos, y todo es en común: alma, pensamiento, cuerpo. Dios es comunidad, y en esa comunidad podéis juntos obtener las virtudes, y juntos la salvación, y juntos afrontar la lucha. Todos con iguales dificultades e iguales premios. En esa comunidad todos sois uno, y cada uno es todos. ¿Con qué se puede igualar esta forma de vida? ¿Quién es más afortunado? ¿Qué mejor vida que la comprensión y unidad? ¿Qué más hermoso que la buena armonía de costumbres y almas? Personas que provienen de distintos pueblos y regiones se acomodan a esta perfecta forma comunitaria, que es como si fuera un alma en muchos cuerpos, con una misma conformidad de pensamiento. Cuando alguien esta enfermo en su cuerpo, tiene a muchos que con su alma comparten sus dolores. Cuando alguien está desanimado, tiene a muchos que lo sostienen. Mutuamente entre sí ellos son siervos, y entre sí señores. Ésta es la fuerza de la libertad, que elimina toda posibilidad de esclavitud, porque la esclavitud trae infelicidad. Por su libertad personal y voluntaria, todos los miembros de la comunidad se sujetan a lo que es común. El amor los hizo esclavos de los demás, mas la buena voluntad los mantiene en libertad. Como tales, Dios nos quiso tener desde siempre, y para esto Dios nos creó. Donde hay un padre que imita al Padre celestial, habrá muchos hijos que se preocuparán de superarse en amor, y de tener entre sí un único deseo, y de respetar a su padre virtuosamente. A ellos no los une la naturaleza, sino un motivo mayor que la misma naturaleza: el Espíritu Santo. ¿Qué imagen visible puede ser motivo de esta forma invisible de vida? En el mundo no existe tal imagen, y es necesario buscarla en el cielo. El Padre es el que a todos nos une y nos hace celestiales. El amor ata todo en el cielo, y aquí nos tiene unidos.
II
La vida comunitaria corresponde a la naturaleza humana
En primer lugar, ninguna persona puede ser suficiente para sí misma, tanto en las cosas materiales como en las corporales. Los hombres dependemos el uno del otro en todas las cosas que necesitamos. Dios, nuestro Creador, así lo ha establecido, para que unos necesiten de otros y así mutuamente se ayuden y se vayan uniendo y amando, como esta escrito: "Todo lo que vive ama a su semejante, y cada hombre a su prójimo", y: "Cada cuerpo se acomoda a su naturaleza, y el hombre a su semejante".
III
La vida comunitaria facilita el cumplimiento de los mandamientos de Dios
Cuando varias personas viven juntas, entonces para ellas es más fácil cumplir la mayoría de los consejos de Cristo. A quien vive en la completa soledad, en cambio, no le es fácil conocer sus defectos, porque no tiene quien los advierta ni con amor y mansedumbre se los corrija. Es así como, a menudo, se cumple la Escritura que dice: "Escucha, hijo mío, recibe mis palabras y vivirás largos años" (Prov 4,10). En definitiva, en esta forma de vida se ejercita el mayor de los mandamientos orientados a la salvación, que nos dice que hay que dar de comer al hambriento y vestido al desnudo. También se ejercita el ejercicio de las virtudes, porque la persona conoce sus defectos y su comportamiento, y en la práctica no permanece alejada de cualquier posibilidad de observar los mandamientos. ¿Cómo podrá aquella persona, en efecto, demostrar su humildad, cuando no tiene la posibilidad de humillarse ante otro? ¿A quién demostrará su misericordia, cuando ella rompió toda relación con las personas? ¿Cómo podrá ejercitar la paciencia, cuando nadie le contradice a causa de los defectos?
IV
Características de la vida comunitaria
Siendo llamados a una sola esperanza, todos nosotros formamos un solo cuerpo, del cual Cristo es la cabeza y todos nosotros somos miembros entre si. Si no estamos ligados por este amor comunitario en el Espíritu Santo, entonces cada uno elige su forma de vida, no siendo ésta muchas veces la deseada por Dios. Además, si cada uno atiende sólo sus propios intereses, y su amor propio, ¿como ejercitará el amor y la mutua colaboración? ¿Como podrá entonces demostrar la obediencia a la cabeza (es decir, a Cristo), cuando no ejercita la unión? ¿Como podrá alegrarse con los exaltados, o sentir con los que sufren, si vive solo y no tiene la posibilidad de conocer las necesidades del prójimo? Uno solo no puede tener todos los carisma espirituales, sino lo que a cada uno le fue dado alguno según el don del Espíritu Santo, en la medida de la fe (Rm 12,6). En la vida común, en cambio, los dones de uno son de todos, como recuerda la Escritura al decir: "El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar, a otro la fe, a otro hacer milagros, a otro el don de profecía, a otro el don de juzgar, a otro el don de lenguas, a aquel el don de interpretarlas" (1Cor 12,8-10). Cada uno de estos dones que recibe el hombre, no lo recibe para si, sino para los demás. La fuerza del Espíritu Santo está en que cada uno comunique la cantidad para todos. En la vida común, uno tiene la posibilidad de servirse de su don, así como de compartirlo con los demás. Entonces, cada uno recoge el fruto de los ajenos dones, como si fueran suyos. La vida en común es, pues, tres cosas: 1º Imitar a los primeros cristianos. La vida común refleja aquella virtud de los santos que narra Hechos de los Apóstoles, cuando dice que "todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común" (Hch 2,44). De esto resulta pues, que entre ellos (los primeros cristianos) no existía la misma separación, y que nadie vivía por su propia voluntad. A todos los unía una misma preocupación, y no había división de voluntad. Y eso que, hablando con lenguaje humano, en todos ellos había más de un impedimento para la unión. 2º Cumplir las obligaciones en común. Aquellos que viven en vida común tienen que estar unidos en el amor de Jesucristo, como muchos miembros en un solo cuerpo. El apóstol dice que "todo debe hacerse con decoro y ordenadamente" (1Cor 14,40). Pues bien, por eso pienso yo que solamente esta forma de vida puede llamarse "mas hermosa y digna", porque en ella se conserva aquel orden existente entre los miembros del cuerpo, en que uno cumple el servicio del ojo, y el otro la función de la oreja, y así sucesivamente. Para conseguir eso, no obstante, es necesario recordar esto: que cuando algún miembro no cumple su obligación, y no sirve a otro, entonces a todos los miembros amenaza el peligro. De igual manera, cada negligencia del superior o del súbdito trae dificultades, como cuando la mano o el pie no quieren servir a las ordenes del ojo. 3º Servir a Cristo en los hermanos. Esto es algo que tendrá que hacerse con todo fervor, como si lo que se hace son se hace a personas sino al mismo Cristo, que con gran misericordia recibe para si todo lo que hacemos a las personas ofrecidas a él. Por esto prometió él el reino celestial a los de su derecha, cuando les dijo: "Venid vosotros, benditos de mi Padre, y heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba de paso y me alojasteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y vinisteis a verme". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te dimos de comer, o desnudo y te vestimos? ¿Cuando te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?". Y él les responderá: "Cuando lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos mas pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,34-40). Entonces, éstos recibirán el premio, por su celo y porque responsablemente cumplieron sus obligaciones. De igual forma, el juicio eterno exigirá mas a los indiferentes, o a aquellos que con poca diligencia y actividad hayan cumplido el servicio a los hermanos de Cristo. ¿Por qué? Porque "todo el que hace la voluntad de mi Padre del cielo es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). ¿Con que disponibilidad tenemos que servir a nuestro hermano? Tenemos que servirle de tal manera que estuviéramos sirviendo al mismo Dios, que dijo: "Cada vez que lo hicisteis con el mas pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo" (Mt 25,40).